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Lohana Berkins, el amor como motor de cambio

Escrito por el febrero 5, 2016


Ay Lohana. Qué decir de tu partida que no puedan decir otros. Las lágrimas se mezclan con las risas. Porque recodarte arranca siempre una sonrisa; incluso hoy.
Elegimos despedirte con palabras tuyas. Esta intervención fue durante el Encuentro de la Red Nacional de Medios Alternativos, en octubre de 2013. Dejamos eso y tu voz en formato radial que nos va a seguir acompañando siempre. (Por La Retaguardia)

Foto: Lohana habla, Elsa Schwartzman y Diana Maffía ríen.
Lohana Berkins es activista por la identidad travesti y transexual, responsable de la Oficina de Justicia, Identidad de Género y Orientación Sexual dentro del Observatorio de Género en la Justicia (de reciente creación), miembro de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT) y de la cooperativa Nadia Echazú. Se define como “inconvenientemente feminista”.

Agradezco a las y los organizadores, siempre usamos esta tribuna para protestar, y decir cosas.
En primer lugar, quiero hablar de cómo muestran los medios a las personas travestis, transexuales y transgéneras; a gays y lesbianas.
A los gays los ponen como súper-histéricos, que saben todo, que son finos, que tienen arte, y nunca se enamoran, nunca cogen, nunca se besan, nada. Las lesbianas son mostradas como posesivas, celosas, que terminan matando a alguien, persiguiendo, psicópatas. Y las travas siempre aparecemos ridiculizadas. Las pocas compañeras que aparecemos, se usa la subjetividad travesti supuestamente para mostrarnos, lo hacen actores de manera grosera. Incluso con claros tintes racistas. Es como que tenemos que hablar fuerte, que se nos note la barba, estar mal pintadas. Con todos los pelos, así, despeinados. Siempre nos muestran desde ese lugar.
Los medios han construido dos iconicidades, donde ya la cosa se definió. O Florencia de la V, bella, divina, impoluta, que se casa, que tiene un nenito rubio, más allá de que esa sea su decisión, la cual defendemos a morir. O la contraponen con Zulma Lobato, una travesti que tiene como sesenta años, y a la que muestran ridiculizándola, utilizándola. Están esos dos parámetros que han construido los medios de comunicación, y entre esos dos íconos, no existimos.
Otro sitial preferencial son las páginas policiales, donde se remarca la actitud “pelea entre travestis”, “muertes pasionales”. Me acuerdo de la primera cosa que me marcó -ni siquiera era activista- y fue hace muchos años. Habíamos ido a un cumpleaños en Villa Fiorito, divinas nosotras, cumbia, copeteo y lágrimas, y de repente cayó la policía y empezamos a correr por la villa, por los techos. Cada una se salvó como pudo. Al otro día compramos creo que “Así”, una revista histórica del amarillismo, y en todo ese ínterin de la pelea con la policía habían matado a una compañera. Y nosotros queríamos ver qué decía. El título era `Sonó un tiro en Travestilandia’. Después, cómo se relataba la historia, donde la compañera que habían matado -lo siguen sosteniendo hasta ahora- era fulanito de tal. Esa pelea entre travestis se había convertido en una pelea entre dos muchachos facinerosos, alcoholizados, de treinta años. Siempre la prensa tiende a hacer eso, a preguntar cuál es tu nombre verdadero ¿De qué da cuenta eso? Yo soy Lohana Berkins y punto. Es como que siempre tiene que haber un origen del cual pareciera que una no puede escapar o en el que debe quedar anclada, eternamente atada al sexo. Cuando mirás las crónicas siempre ponen “la travesti fulana de tal, que en realidad se llama…” ¿Cuál es la realidad? ¿La travesti del cual el capitalismo se está nutriendo o la compañera que ha sufrido el acto de violencia, la mataron o lo que sea? No se da cuenta de la vida real sino que se nos sigue utilizando, o como testimonio.
Ahora ya se van tecnificando. Ya el ser travesti no tiene ninguna plusvalía en sí mismo. Ahora tiene que ser travesti que la violó el padre, pero además el abuelo… y el bisabuelo. Y cada vez van complejizando esa figura de cómo los sistemas van viendo que cada vez ya no es la noticia en sí misma ser travesti, sino todo lo que se puede ir agregando.
Es como la espectacularidad de la muerte. Ahora ya no es dar cuenta de que mataron a una persona, sino generar un sentido de espectacularidad para que tenga más aditamentos. Y es lo que hacen constantemente con nosotras. Ya es que sea travesti y además… y los además no tienen límites.
Otra cuestión es que cuando nos quieren hacer una nota prefieren no hacerla en un bar, “en un bar no, mejor en tu casa”, ¿por qué no?, porque “mientras yo hablo vos te vas pintando”. Yo no me pinto, no voy a payasear en nada. Si te va lo que te tengo que decir, te lo digo acá y se acabó. No estoy tampoco convirtiéndome en una señora llena de moral victoriana, como nos atacan a las abolicionistas, ni quiero quedar como una gordita resentida. Mientras me vaya pintando, poniéndome la peluca… La que lo quiera hacer que lo haga, son derechos personalísimos.
Entonces, ¿cómo nosotras solo podemos ser construidas en esos márgenes de espectacularidad, de show business, de hiperfeminizada? Pero -insisto- es más una demanda del otro que nuestros propios deseos de cómo querer ser mostrada.
Uno de los problemas que tenemos dentro del feminismo es que no somos reconocidas. Aunque es real que la sujeta de cualquier tipo de violaciones es la mujer, pero no es la única. Entonces nosotras tenemos que entrar y explicar por qué estamos en esto. O por qué a nosotras también nos pasa lo mismo: somos explotadas, pobres, periféricas, provincianas; nos explotaron en la prostitución, se nos niega el acceso a salud, educación, vivienda, trabajo. Es la misma realidad. Pero sin embargo tenemos que hacer la sobrecarga, y en muchos casos quedamos como tironeando en esta cuestión de a ver quién sufre más. Nosotras también estamos todo el tiempo interpelando al feminismo, somos sujetas de la opresión. Somos sujetos de la opresión.
El patriarcado y el capitalismo nos da duro. Y hay datos que para mí sí son alarmantes. La edad de mortandad de las travestis no supera los treinta años, y se mueren por causas evitables. No es que es de una enfermedad que solo nos atraviesa a nosotras.
El travestismo se asume entre los ocho y trece años de edad. No todas las mujeres son pobres ni todas las mujeres son prostitutas, sin embargo, todas nosotras sí.  Si en un pueblito hay cien travestis, las cien tenemos que atravesar por el relato de la prostitución.
A mí me parece que hay cosas para pensar cómo vamos ampliando desde los medios. Y no solamente que un programa invite a Lohana o a Fulanita para que hable. No. Que sea parte de toda esa estructura. Porque además también estamos atravesadas por otras cosas. Yo recuerdo que cuando surgió el movimiento piquetero y nos llamaban del más recóndito lugar y me decían “Lohana, acá hay una travesti”, ¿y cuál es tu idea? ¿Me la vas a mandar a Buenos Aires? Donde yo ya no tengo donde vivir, estamos cagadas de hambre. Articulala vos en tu espacio, porque si a la compañera le pasa algo, hasta que lleguemos al pueblito, la compañera no existe más. Cruzar su relación con la del barrio, es la misma que tiene que ir a cortar la calle y cuando pidan planes, pedir un plan para ella; cuando se arme el problema, que se arme ella; cuando haya piquete, que ella vaya a cortar la calle. Tenía que ver más con ese concepto de donde ella vivía que con el contexto de ser travesti.
A mí, hay muchas travestis con las que no me une nada. Una travesti de derecha es de derecha, y la combato a morir. La ideología también es parte definitoria de una identidad. Recuerdo una vez que hubo una candidata por (Luis) Patti. Y ella contenta quería que yo vaya y le eche la “bendición trava”. Le dije: vos me llegás a poner frente a Patti y yo te voy a despedazar, voy a orinar frente a Patti y me voy. Si eso a vos te suma, bueno. Pero no vayas a creer que yo voy a salir a alabar tus cualidades como trava. “Te vamos a poner vía satélite”, me dijo. Voy a mear igual, se va a ver ¿Qué te hace pensar que porque vos seas trava voy a felicitar esa situación?
Se cree que el travestismo es solo la cuestión performática, que si nos pintamos, nos ponemos tetas, si estamos o no rubias, y no se animan a ver más allá de esa cuestión. Tenemos ideología y somos parte de un movimiento. Cuando se dice de los desocupados, también estamos nosotras. O cuando se habla de las mineras, también; las putas que van a divertir a los mineros también son travas. Venimos escapando a la gran ciudad por el hambre, por la represión, por el control que se da en nuestras provincias.
Somos parte de todo un entramado. No se puede ver el travestismo como que caímos de Travestilandia. Somos parte de esa cultura, de esos movimientos. Yo tengo la idiosincrasia salteña, si las empanadas no tienen papa para mí no es empanada, la critico a morir. Y el 15 de septiembre voy a la fiesta del Señor del milagro, para infartar a los curas. Y alabo y canto, que es lo que hacemos todos los salteños. Porque lo gracioso del Señor del milagro, más allá de las creencias, es que va el que vende droga, la puta, el puto y todos estamos igual, ese día todos somos santos. Se liman todas las diferencias, las clases, se lima todo, solo estamos con el Señor del milagro.
No es solo el tema de tratar este tema específicamente con una persona que sepa del tema o que sea de la comunidad, sino que pensemos también todas nuestras prácticas. Hay muchos comunicadores sociales muy famosos que empiezan con su machismo y no da ni para escucharlos.
No es solo generar un derecho, sino también el lenguaje. Eso es fundamental. Tenemos la identidad de género, nos podemos casar, pero las leyes de costumbre, el lenguaje, eso va sentenciando: las travas son borrachas, drogadas, infecciosas, ladronas, viciosas, rateras, no son confiables, violentas. Eso se repite cotidianamente. Y es lo que la gente cree que nosotras somos. Podemos ser eso y mucho más. Somos malas y podemos ser peores, no me estoy santificando.
Pero si no se intenta cambiar el lenguaje, si no se genera otro ambiente de participación, esos lugares terminan siendo expulsivos. O cuando en el medio alternativo no se ve toda la generalidad. Hasta la página cinco somos amigos, de la cinco a la diez no. Hay una cosa mucho más profunda para ver.
Cuando apareció El Teje, el periódico era para decir qué diríamos nosotras de nosotras mismas, qué nos interesaba. Yo agarré la columna política, una quería mostrar chongos, otra hablar de literatura. Está bien, es parte. Pero era cómo nosotras nos mostraríamos, qué tenemos para decir nosotras, y no que siempre digan de nosotras ¿Qué temas hablaríamos? El aborto, la violencia, el femicidio, todos esos temas también nos atraviesan.
Yo tenía un gran temor de que la revista se convirtiera en un catálogo de Avon. Hay muchas revistas de travas en el mundo que son de terror. Esa parte desapareció en el segundo número. Nadie dijo que quería escribir sobre eso. “La verdad que tenés razón, yo quiero hablar de arte, a mí me gusta la pintura”, “a mí el teatro”. Vamos a mostrar la real diversidad de lo que somos.

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