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Crónicas del juicio -día 4- El pueblo solidario

Por contraofensiva en Crónicas del juicio, Fabiana Montenegro, Fernando Tebele, Gloria Canteloro, Martina Noailles, Rodolfo Galimberti. Contraofensiva Montonera, Testimonios

Hija de una madre delegada de fábrica y nieta de un abuelo que formó parte de la resistencia peronista, Gloria Canteloro militó en la UES, estuvo tres años presa en Devoto y al salir en libertad se exilió en España. Allí conoció al amor de su vida, Manuel Camiño, con quien decidió volver a Argentina como parte de la Contraofensiva. Pañuelo verde en su muñeca, Canteloro brindó su testimonio en la cuarta audiencia del juicio. (Por Fabiana Montenegro, Martina Noailles y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)

Levantar la teoría de los dos demonios. Esa parece ser la principal estrategia de, al menos, dos de los abogados que defienden a ex militares imputados en este juicio. Sus preguntas e intervenciones en cada audiencia así lo denotan. Como las que hizo en la última Marcelo Botindari, defensor de Raúl Guillermo Pascual Muñoz, ex jefe de Personal en el Comando de Institutos Militares. En la silla para las y los testigos está Gloria Canteloro, sobreviviente de la Contraofensiva.
Botinardi viste traje y corbata, como casi todos los abogados varones del juicio. La camisa bien apretada contra el cuerpo. Nunca lo hemos visto reir. Ni siquiera a modo de ironía. Su cabello rapado estimula el gesto adusto. A su lado tiene una asistente poco activa. Está por llegar su turno y va a preguntar con poca técnica y visible enojo. Aprieta la tecla del mic que le habilita el sonido y suelta:

—Usted dio como sustento ético y jurídico la resistencia a un modelo conservador desde lo ideológico y liberal desde lo económico, ¿verdad? —pregunta Botindari—.
—Sí —confirma Canteloro.
—Para esto se integró a ese llamamiento de la contraofensiva y recibió instrucción en el Líbano. También habló de que esa instrucción era defensiva, ¿me quiere contar de qué constaba?

Se oyen murmullos en la sala de audiencias y el juez Esteban Rodríguez Eggers pide silencio. Será uno de los momentos más álgidos durante el testimonio de Gloria Canteloro, integrante de las Tropas Ede Infantería (TEI) durante la Contraofensiva ‘79. El abogado defensor parece no contentarse con la respuesta de la testigo, quien explica que eran ejercicios de supervivencia y manejo de armas para, en caso de ser detectados, poder defenderse. Y arremete contra ella:

—O sea, solamente una actitud defensiva ¿Y con respecto a los atentados de Montoneros?

El murmullo crece. La incomodidad se hace notoria. La fiscal Gabriela Sosti se opone a la pregunta.
El juez intenta reacomodar la situación para no transformarla“en una charla de café”:

—¿Usted formó parte de las TEA? —pregunta el magistrado, en referencia a las tropas de agitación y propaganda.
–Formé parte de las TEI. Era miliciana –aclara Gloria, por las Tropas Especiales de Infantería-. Podíamos realizar tareas políticas o militares, no era exclusivo.
El defensor va a insistir en la posibilidad de que la pregunta que planteó sea aceptada.
—Venimos asistiendo a diversos testimonios de oídas en lo que hay cosas juzgadas, unos buenos y otros malos. Pretendo saber cuál fue el accionar que motivó este despliegue militar e inclusive cuáles fueron las formas de financiamiento.
Ante la negativa, Botindari reformula la pregunta:
—En este despliegue de personas que viajan, ¿cuál fue la fuente de financiamiento?
—No lo sé —responde Gloria—. Yo no formaba parte de eso.
—¿Pero esos costos quién los asumía?
—La organización Montoneros. De dónde sacaba el dinero no lo sabía. Nunca pregunté. Como organización, las finanzas las manejaría alguien. En qué lugar, en qué banco, yo no tenía porqué saberlo.

No me mueve el odio ni la venganza

“Nuestra participación en la organización no fue movida por el odio ni por la venganza”, dice Gloria Canteloro, la segunda testigo en la cuarta audiencia del juicio que investiga la represión contra quienes formaron parte de la Contraofensiva de Montoneros. “Todo lo contrario. Fueron las Fuerzas Armadas, el brazo armado de los poderosos, que sumieron al país en la miseria y destruyeron todo. No me mueve el odio ni la venganza. Yo siento un desprecio desde lo más hondo del alma por ellos. No les llegan ni a las suelas de los zapatos de nuestros compañeros -los vivos y los muertos, los desaparecidos y los sobrevivientes-. Necesitaron ir en manada y armar la cacería desde un escritorio para darles vía libre a los sádicos y a las bestias porque ni siquiera se los puede llamar animales”.
Para entender los motivos que la llevaron a participar de la Contraofensiva –como otros testigos también han señalado- es necesario hacer referencia a la historia que cada uno de ellos protagonizó en el contexto de las políticas que se desarrollaron en el país. Gloria u Osito –como aún la siguen llamando quienes la conocieron entonces- se crió en un barrio de obreros y pequeños comerciantes de Rosario. “Viví las dictaduras, el Onganiato, y vi el Rosariazo en la esquina de mi casa con tan solo 12 años”, recuerda.
Hija de una madre delegada de fábrica y nieta de un abuelo que formó parte de la resistencia peronista, Gloria trabajó desde los 14 y estudió en el turno noche de la Escuela Superior de Comercio, una de las mejores de la ciudad. En el ’74 comenzó a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Allí compartió discusiones políticas y conoció la alegría y el compañerismo. Era feliz con eso. El objetivo del centro de estudiantes –una actividad clandestina debido al estado de sitio que regía en el país- era luchar por el medio boleto estudiantil. “No se trataba sólo de una reivindicación, era una conciencia, un posicionamiento ideológico. Pensábamos en colectivo, que todos pudieran acceder a la educación. Eso era pensar en el otro”, enfatiza.
El tema de la solidaridad va a atravesar todo su testimonio como si fuera un sello indeleble que marcó a los compañeros y compañeras de su generación y a su familia. En este sentido, Gloria recordará que, cuando estuvo detenida en la cárcel de Devoto, fue su propio padre, Domingo Canteloro, quien además de mandarles cartas a las otras compañeras presas, se ofreció como rehén para que ella pudiera salir en su lugar.
No será el único ejemplo. Habrá muchos más.

La caída

El 18 de noviembre del ’75 detuvieron a  Gloria –por entonces, menor de edad- y a su hermana Dalia. Gloria estuvo 10 días en la Alcaldía de mujeres y luego 3 años en la cárcel de Devoto porque en el medio la agarró el golpe de Estado. Su hermana, por un error en el Ministerio de Interior, logró la opción para salir del país a mediados del ’77 y se fue a España. El error, del que se enteraron después, se trataba de una confusión en la identidad de las hermanas: buscaban a la pareja de Alberto Britos, que era Dalia, pero pensaron que en realidad se trataba de Gloria. Los motivos por los que estaban detenidas eran iguales: sospechas de pertenecer a la organización Montoneros, integrar la comisión vecinal Lisandro de la Torre y “copamiento de adherentes”, una figura que no existe: “En todo caso era cooptación, no copamiento” explica Gloria. Sin embargo, dice con la voz quebrada por la emoción, “para mí que ellos se hayan equivocado fue una pequeña victoria. No solamente había salido mi hermana, había salido una compañera”.
La feroz dictadura del 76 también se hizo sentir en las cárceles, pero no era como el paso por un centro clandestino. “La cárcel no era una garantía de vida, pero era posible”, afirma Gloria. Allí también estuvo su madre, detenida en septiembre del ’76 tras ayudar a su yerno Alberto Britos a escapar de la patota. Alberto Britos fue fusilado por la espalda en diciembre de ese año. “Él no va a tener justicia, no hay testimonio de quiénes ni de cómo fue. Un golpe durísimo para la familia”, agrega.

Gloria Canteloro, pañuelo verde en la muñeca. (Foto: Gustavo Molfino)

Pañuelos

“La vida en Devoto terminó de formarme como militante y como persona”, dice Gloria. Lleva un pañuelo verde atado en su puño izquierdo. Expresa su gratitud a las compañeras con las que compartió la cárcel. Gracias a ellas pudo resistir. “Aprendimos a reírnos de nuestras desgracias y aprendimos que todo lo que estaba prohibido lo teníamos que hacer. El plan sistemático de aniquilamiento no fue solo físico sino también psicológico. El jefe del pabellón nos decía: ‘ustedes de acá van a salir  muertas o locas’. No le íbamos a dar el gusto de salir derrotadas”. El pañuelo verde resplandece mientras habla. Más tarde, en la sala de audiencias brillará otro: el pañuelo blanco de Norita Cortiñas, símbolo de resistencia y lucha de las Madres, que abonaron con su ejemplo el camino. La sororidad de ayer se hermana con la del hoy.

El exilio

A fines del ‘78, Gloria salió de la cárcel hacia España para reencontrarse con su hermana. Su madre llegará tiempo después. Gloria tenía 21 años. En el exilio madrileño conocerá al amor de su vida, Manuel Camiño, con quien participará de la reunión de convocatoria a la Contraofensiva. Fueron aproximadamente 150 personas a ese  encuentro. Gloria asegura que es mala para calcular cantidades. Lo que sí recuerda con certeza es que allí estuvieron “el pelado” Perdía y Oscar Bidegain. Y que el compañero encargado de explicar los motivos por los que se creía que había que volver fue José Lewinger. Gloria toma los conceptos que el historiador Pablo Pozzi explicó en su libro Oposición obrera a la dictadura 1976/1982, para distinguir entre la resistencia peronista -posterior a la revolución Libertadora- y la oposición obrera contra la dictadura debido a la brutalidad con que esta se llevó a cabo.
Camiño quiso entrar enseguida. Gloria dudó, lo pensó un poco más. Pesaron en su decisión su conciencia de clase y la pertenencia a la organización: “Me sentía parte de la organización –explica- sin haber formado parte real porque yo venía de la UES, y, porque vengo de la clase obrera, de un pueblo que resistía desde hacía mucho tiempo atrás, decidí incorporarme. Todo esto lo exacerbó la dictadura también porque en la cárcel no hicieron diferencias. Para ellos todos éramos lo mismo: terroristas, subversivos, montoneros, zurdos, rojos…”.
Estuvo dos meses en el entrenamiento en Líbano. Realizó actividades de supervivencia y defensa. Allí conoció a Silvia Dameri (Victoria), Orlando Ruiz (Carlos), Ricardo Zucker (Pato), Angel Carbajal (Enrique) y Osvaldo Olmedo, el responsable del grupo. De otros, no supo los nombres reales. El apodo de Gloria era Cristina, cuenta. Y agrega: “en ese momento no sabía que la mejor presidenta de nuestro país se iba a llamar así también”.

Ruiz y Dameri

Orlando Ruiz y Silvia Dameri no son parte de los 94 casos que conforman este juicio, aunque fueron secuestrados y desaparecidos en el marco de la segunda etapa de la Contraofensiva. Sus casos sí fueron juzgados en la megacausa ESMA. La historia es terrible, aunque repasando cada una, todas lo sean. Ruiz y Dameri se sumaron a la Contraofensiva y dejaron a sus dos hijos, un niño y una niña, en la guardería de La Habana. Sin embargo, para la segunda entrada al país, decidieron venir con ambos. Silvia, además, estaba embarazada. Los secuestran y son llevados a la ESMA. Allí, varios sobrevivientes recuerdan haber visto a los pequeños jugando en los pasillos del infierno. Silvia parió en la maternidad clandestina de la ESMA. “Estaban el médico que la hizo dar a luz, Capdevilla (Carlos), con la ayuda de una prisionera llamada Nora Irene Wolfson. En ese momento que nace nos llaman a Carlos Lordkipanidse, a Merialdo (Daniel) y a mí. Yo me estremecí todo porque era un lugar de muerte y de espanto, y ver de pronto una vida que nacía, sin saber qué podía pasar con ella. Esa beba era Laura Ruiz Dameri, apropiada por Azic”, detalló Víctor Basterra, uno de los que tuvo en brazos a la recién nacida en aquel espanto. A la recién nacida, Laura, la apropió Juan Antonio Azic (también apropiador de Victoria Donda). La nena, Victoria, fue abandonada en un sanatorio de niños de Rosario con un cartel que decía “Me llamo Victoria. Mi mamá no me puede criar. Que Dios los ayude”. El nene, Marcelo, fue abandonado en la Casa Cuna de Córdoba con una nota similar. Ambos fueron adoptados de buena fe por familias que luego los acompañaron en su posterior reencuentro y en la búsqueda de su hermana Laura. Los tres recuperaron su identidad, aunque Laura Ruiz Dameri no rompió el lazo con el genocida Azic.

Familiares de Canteloro en la primera fila. (Foto: Gustavo Molfino)

Volver

Hacia fines de marzo del ‘79 volvió a la Argentina luego de realizar un periplo por distintas ciudades europeas. El objetivo era hacer que el proyecto de Martínez de Hoz fracasara. Volver para agudizar las contradicciones internas de la dictadura.
Entraron por Paraguay y se instalaron en una pensión en Buenos Aires. Más tarde se fueron a vivir a Lugano. Ella trabajaba como costurera en Remedios de Escalada y Manuel en un taller de colectivos. Trasladarse entre la casa y el trabajo era muy peligroso para la pareja. La dueña del taller les ofreció un departamento, que quedaba a unos metros. Al ver que no tenían nada más que las valijas, los ayudaron a amueblar la casa. “Esto lo cuento –dice Gloria- para graficar cómo era nuestro pueblo en ese momento. Sin conocernos, nos dieron todo. Así de solidario era ese pueblo trabajador”.
Durante su permanencia en Argentina estuvieron abocados a tareas de enlace, por medio de mensajes telefónicos con compañeros que participaban de la operación. “Yo no sabía de qué se trataban esos códigos por seguridad. Por ejemplo, tenía que decir: te encargo 30 manzanas rojas y 30 verdes. Si el número era par significaba una cosa; impar, otra”.
El 24 de noviembre del ‘79 regresaron a España. A partir de entonces, Manuel se desvinculó de la organización. En marzo del ‘80, viajó a México junto a Silvia Dameri y Orlando Ruiz para hacer un balance de las acciones realizadas. Allí se enteraron de las caídas de muchos compañeros como María Antonia Berger, Armando Croatto, Adriana Lesgart, Horacio Mendizábal, “por nombrar los compañeros históricos”, dice Gloria.
Fue en México cuando se enteró de que estaba embarazada. Entonces planteó regresar a Madrid. “Lo entendieron perfectamente”, cuenta. No se trataba sólo de una cuestión personal sino de seguridad para ella y para todos los compañeros. “Esto lo remarco porque ninguno de nosotros participó presionado. Fuimos conscientes de lo que hacíamos y a lo que nos disponíamos”. Gloria se detiene en esta parte del relato para describir a Manuel, un hombre comprometido, idealista, que se identificaba con la clase obrera. “Fue el hombre que más amé en la vida”, dirá con lágrimas en los ojos.
Ya en democracia, se reencontraron en Argentina. Manuel visitaba a Amanda, la hija en común y a Pamela, a quien quería como propia. Manuel se suicidó en julio del ‘92, dice Gloria. “La democracia fue muy dura para todos los que fuimos militantes, no solo de la Contraofensiva sino para todos los sobrevivientes a esta dictadura”.

—¿Sabés cuál fue el destino de los compañeros que fuiste nombrando, qué pasó con ellos? —pregunta la fiscal.
—Todos desaparecidos.

Silencio.

La casa del MPM

De regreso a Madrid, Gloria se fue a vivir con su madre a la casa del Movimiento Peronista Montonero. Era una casa cerrada. Solo para los compañeros de la Conducción Nacional o Consejo Superior. Pero en el ’80 se abre al exilio. Ahí conoce a Francisco Goya a quien llamaban el Gordo Oli, a su compañera Lourdes Martínez Aranda y al bebé de la pareja. Ellos formaron parte de la Contraofensiva  en 1980. Fueron secuestrados y su hijo fue apropiado. Hoy se sabe que ese bebé es Carlos Goya Aranda, el nieto número 92.
Por esa casa pasó también Gustavo Molfino, el hijo de Noemí Giannetti de Molfino. “Gustavo tenía 17 –cuenta Gloria- era muy niño, pero un militante con todas las letras en mayúscula y subrayado. Venía a casa se quedaba uno o dos días. Nunca le pregunté nada. Sabía de sus gestiones para investigar el asesinato de su madre. Fue extraño lo que sucedió con Nina”. Para Gloria fue parte de un mensaje: “Acá estamos y hacemos lo que queremos”.
Por esa época, apareció una combi blanca que se estacionó a unos 50 metros de la casa. Sacaban una camarita y nos tomaban fotos. “Los servicios estaban ahí –dice Gloria–, funcionando en pleno Madrid”.

—En una nota que diste en 2013 para Página/12, decías que desde Montoneros se habían subestimado los servicios de inteligencia. ¿Podrías ahondar un poco más? —consultó uno de los abogados de las querellas.
—Se pensó en los servicios de inteligencia de Argentina, no se consideró vinculación con la CIA y el MOSSAD y su amplia experiencia en lo que llaman la guerra antisubversiva. Quiero que se entienda bien esto porque si no los vamos a poner en el mismo nivel y no es así. Montoneros es la organización político militar más importante de Latinoamérica. No más que eso. No fue una fuerza beligerante ni una organización que se planteara en un nivel de igualdad con ninguna fuerza armada. Yo sé que hicieron gestiones ante las Naciones Unidas y el Vaticano para ser considerada como fuerza beligerante con el propósito de parar las desapariciones y las muertes ilegales. No se pudo porque uno de los requisitos es que tenga (control de alguna parte del) territorio. Fuimos combatientes que hacíamos tareas políticas o militares. No fuimos soldados con todo lo que un Estado puede poner. No teníamos las herramientas ni los recursos económicos y humanos ni la infraestructura que puede tener un Estado. Por lo tanto, había muchas cosas que no podíamos saber.

El cierre

“Señor juez: quiero decir algo más de este pueblo solidario. Cuando le iban a sacar el bebé a  una compañera que estaba presa porque habían pasado los seis meses, mi papá se hizo cargo. Con el tiempo lo fue acercando a la familia biológica hasta que se encariñaron con él. Después mi papá se alejó, porque así es nuestro pueblo: no nos apropiamos de hijos que no nos pertenecen”, aclara Gloria sin que medie pregunta. Está por irse, ella lo sabe. Después del intento por incomodarla relatado al comienzo, sabe que no quedan más preguntas. Entonces toma la palabra: “Y mi último pedido es que al final se haga justicia, porque nada absolutamente nada justifica el secuestro, la tortura, desaparición y muerte. Le pido que se haga justicia por los caídos y por los sobrevivientes, para que nuestro país sea verdaderamente democrático. Voy a decir una frase que decimos en los homenajes a los compañeros caídos: Hasta la victoria siempre”. Levanta los dedos en V y se mete en los aplausos.