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Barbijo, guiso y cacerola, la lucha es una sola

Escrito por el septiembre 16, 2020


 Antonella Álvarez, periodista popular y vecina del barrio de Boedo, pasó por el programa Hora Libre de Radio La Retaguardia. Relató las actividades que se desarrollan todos los domingos en la olla popular de la Casa Cultural Gran Sur, espacio ubicado en los límites de Boedo y Parque Patricios. Además, puso el acento en otra lógica solidaria, que escapa de la caridad y construye lazos comunitarios. (Por La Retaguardia)


🎤 Entrevista: Rodrigo Ferreiro/Matías Bregante ✍️ Redacción: Nicolás Rosales 💻 Edición: Fernando Tebele

—La Retaguardia: ¿De qué se trata la experiencia?

—Antonella Álvarez: En una Casa Cultural que se llama Gran Sur, en Boedo Sur, en el límite con Parque Patricios. Se organizó a mes y medio de arrancado el aislamiento social, preventivo y obligatorio una olla popular coordinada, articulada entre tres bachilleratos populares de jóvenes y adultos que ya venían de una coordinación: El Bachillerato Popular Independencia, El Fuentealba y el Parque Patricios, y por una organización que es la que organiza el espacio cultural que funcionaba que en la Casa Cultural Gran Sur. Pandemia mediante, esta casa que era un antiguo bar de Boedo, en una esquina muy hermosa y grande con cocina y otras cosas para hacer, devino en un punto de encuentro de varios espacios que no son solo los tres bachis, también la Organización Siembra, Espacio Cultural Gran Sur. Además, se sumaron estudiantes de la Escuela de Psicología Social (fundada por Pichon Riviere). La olla que arrancó sirviendo entre cien y ciento veinte porciones por domingo, ahora se están sirviendo cerca de doscientas. Y lejos de menguar la cantidad de gente que se acerca, aumenta. Se hizo una red muy grande con otros espacios, con la UTT (Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Tierra), con los nodos que se organizan en casas de vecinos y vecinas de otros barrios, adonde van otros y retiran esos bolsones de verduras y frutas que compran. Lo que se hace también es que con lo que se compra se está donando, y la UTT a su vez después de nuevo dona frutas y verduras para las ollas que se hacen en espacios comunitarios. La gente no solo va a retirar las porciones de comida que son por lo general para familias, cada persona que viene se lleva cinco o seis porciones o las que necesite llevarse. Nosotras nos acercamos como vecinas, con la propuesta de armar un ropero comunitario que en épocas de Covid era medio complejo, pero nos parecía importante. Porque mucha gente en situación de calle había acercado la necesidad de vestirse, y se acercaba el frío, eso fue en mayo. Con una vecina, arrancamos con una mesita con unas donaciones que conseguimos. El ropero hoy se sostiene y devino en un lugar donde se concentran un montón de cosas, de lazos comunitarios. Porque la gente no solo te acerca ropa, también donan juguetes, carteras, etc. Entendimos también que la necesidad de vestirse era primordial. De poder abrigarse. Hicimos campañas específicas para donación de frazadas y de zapatillas, que capaz era lo que más se necesitaba. Tratamos de construir lazos comunitarios que se alejen de la lógica de la caridad, y no siempre es sencillo. En el ropero hay un montón de ropa y vamos creando acuerdos de quienes tiene prioridad. Se hacen filas largas, pero tienen prioridad las personas que están en situación de calle para llevarse lo que necesitan. Si ya te llevaste una vez zapatillas, no podés volver a llevarte. Todos y todas también estamos atravesadas por lógicas capitalistas y consumistas y buscamos romper con eso, organizándonos. La Escuela de Psicología Social se sumó con espacio de expresión. En una mesa, la gente escribe cómo se siente, qué le pasa, y demás. Y otro lugar que es una mesa de libros libres, de donde se pueden llevar libros y si tienen, dejarlos. Muchas veces pasa que se llevan un libro un domingo, lo leen y lo devuelven. Ahí también fuimos inventando en esta época formas de cuidarnos: los alcoholes, las distancias, el piso marcado. También se reparte una especie de boletín que se llama “El diario de la olla”, donde se van contando distintas historias, se comparte un poema.
—LR: ¿Cómo están de ánimo las personas que se acercan generalmente?

—AA: Hay de todo. La gente tiene mucha necesidad de hablar, de contarte. De compartir situaciones de este momento pandémico y de encierro. De cómo surgió la necesidad de acercarse a un espacio así y de cómo eso los marca en términos de su subjetividad, como: “Yo nunca tuve que hacer esto”. La olla se volvió más un punto de encuentro, que meramente satisfacción de una necesidad. Hay una preocupación latente de la gente de sí vamos a seguir sosteniendo esto cuando termine la pandemia. Nos encontramos en Rondeau y Boedo Los domingos desde las 11:30 hasta las 14 funcionan la olla y el ropero. Estamos necesitando frazadas y sobre todo ropa de varón, que son quienes más están en situación de calle. 

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