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Crónicas del juicio -día 48- San Martín, la grieta y el negacionismo

Por contraofensiva en Crónicas del juicio, Eduardo Ascheri, Heriberto Auel

El testimonio del General retirado Heriberto Justo Auel estuvo marcado por una tensión permanente. De gesto adusto y típicamente militar, de arranque se enojó con los jueces y luego siguió con el resto de las partes que le preguntaron, con excepción de las defensas, con las que tuvo un trato más amable. Reivindicó a Santiago Omar Riveros, un coleccionista de condenas por crímenes de lesa humanidad. También calificó al genocidio como una «guerra no convencional». (Por El Diario del Juicio*) 

✍️ Texto 👉 Paulo Giacobbe

💻 Edición  👉 Martina Noailles/Fernando Tebele

📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio

—Señor Auel ¿me escucha? —repite dos o tres veces el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers— ¿Usted me escucha?
—Yo lo escucho fuerte y claro —contesta el testigo, y esas primeras palabras darán cuenta del tono castrense que tendrá su testimonial. 
Heriberto Justo Auel, de camisa blanca, suelta, con dos últimos botones desabrochados, cruza sus brazos sobre el pecho cuando responde y ladea un poco los hombros. Su espalda es ancha. De barba cana, tipo candado, pero escasa. Calvo. Los anteojos de marco finito que utiliza reflejan un brillo entre celeste y verde que no terminan de ocultarle la mirada. 
—¿Su profesión?
—Militar.
—¿En actividad? 
—Retirado —contesta el testigo presentado por la defensa, quien dice conocer a casi todos los imputados y ser amigo personal de Eduardo Ascheri. 
La idea es que, dados sus conocimientos, cuente cómo era la organización militar durante el Terrorismo de Estado. Sin embargo, la primera pregunta de la defensa es sobre la opinión personal que tiene de su amigo Ascheri, acusado de crímenes de lesa humanidad: “Mantengo con él, en el retiro, mayor comunicación que cuando estábamos en actividad. Tengo acerca de su persona el mayor respeto. Es una persona seria, humilde, sencilla”. Mientras habla mantiene la mirada hacia su costado inferior. Cada tanto levanta la vista hacia la cámara, hace una pausa, luego continua hablando con la mirada hacia el rincón. 
—Perdón ¿está leyendo?
—No le entendí.
—Soy Matías Mancini, uno de los jueces del tribunal.
—No sé quién habla.
—Soy Matías Mancini, uno de los jueces del tribunal, le pregunto si está leyendo.
Auel se molesta y dice que no, que no tiene apuntes ni papeles en su proximidad, que entonces va a mirar solo la pantalla. Mancini le dice que no es necesario. “Yo la veo a… a  Natalia tomando mate”, replica el militar retirado en una suerte de bufonada que nos permitirá conocer su sonrisa de tiburón. Natalia Corso de Castro es una de las secretarias del tribunal. Más adelante, la jueza María Claudia Morgese Martín le recordará al testigo el lugar que ocupa como tal.
Lego no es un juego
La estrategia de la defensa parecería ser que el General de Brigada retirado sostenga que los crímenes cometidos durante la última dictadura fueron actos legales, justifique las violaciones a los derechos humanos bajo el paraguas de la inconstitucional obediencia debida a los jefes, e insista con la teoría de una guerra interna que no necesita respetar ningún tratado internacional. “La Argentina estaba en una guerra, la peor especie de guerra, una guerra civil. Son las guerras de odio sociales“, se atreve a sostener y su declaración no sorprende: Públicamente ha llegado a desconocer el plan sistemático para desaparecer personas, el robo de bebés y hasta a negar la existencia de centros clandestinos de tortura y extermino. Cuando explica que el Ejército dividió al país en zonas y subzonas, reivindica a Santiago Riveros: “un soldado de la envergadura del General Riveros, que es digno de que ustedes conozcan el currículum”. Esa misma semana, el represor había sumado a su sangrienta foja de servicio otra condena por crímenes de lesa humanidad en un juicio de Zárate.
 
En este juicio, Auel, se embarcará en anécdotas históricas para sacar conclusiones sobre las responsabilidades militares. Arrancó con San Martín en Perú y cuando rumbeaba para la Segunda Guerra Mundial, el presidente del Tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le pidió un ejemplo que tenga que ver con Argentina: “el segundo ejemplo, si lo tiene, que tenga que ver con la Argentina, si es de otro país, seguimos con la rueda de preguntas”.
—Tiene que ver, señor presidente, porque las organizaciones militares son universales, lo que ciertamente me indica que estamos ante un tribunal lego —entona Auel, y es la segunda vez que utiliza esa calificación para referirse a los jueces. Fue entonces cuando la jueza María Claudia Morgese Martín decidió intervenir para llamarle severamente la atención: “el Tribunal tiene la capacidad y la potestad de preguntar a los testigos y también puede dejar de interesarnos algún ejemplo que quieran dar, no porque seamos burros, ni nada por el estilo. Si uno o ningún ejemplo nos basta para entender estos casos, suficiente. No hace falta que nadie nos califique. Por otra parte quiero aclararle algo: no estoy de acuerdo con el legajo ejemplar del señor Riveros. Al señor Riveros ya lo conocí, ya lo juzgué, ya lo condené. En mi parecer lo que dijo hasta ahora el testigo está muy claro. El ejemplo se lo agradezco; otro ejemplo, no lo necesito. Y de ahora en más, si puede ser, no haga ningún comentario de lo que hace la gente que trabaja con nosotros, por ejemplo el caso de Natalia, si toma mate o no. Porque eso le incumbe al tribunal y a la señora Natalia. Muchas gracias y no quiero ninguna respuesta de lo que acabo de decir, continúe con su declaración”. 
Heriberto Justo Auel se sentirá ofendido. A la siguiente pregunta le va a decir autoritaria a la fiscal Gabriela Sosti argumentando que lo mandaron a callar la boca. Eggers volverá a explicar que la dirección de las preguntas la tiene el tribunal. La situación se va a reiterar. Otra constante de Auel será preguntar quién le habla cuando le hablan, si puede contestar la pregunta o el sonido del llamado de un teléfono de línea, insistente, pegado al micrófono. 
El ejemplo que dio sobre el General Don José de San Martín, cargado de detalles innecesarios, nada tenía que ver con el juicio. Por la calidad de la imagen, no se puede apreciar si se sonroja cuando menciona al prócer. El Código de Honor de San Martin sostenía: “La patria no hace al soldado para que la deshonre con sus crímenes, ni le da armas para que cometa la bajeza de abusar de estas ventajas ofendiendo a los ciudadanos con cuyos sacrificios se sostiene”. Seguramente, el pensamiento político de San Martín colisiona con el del General retirado Heriberto Auel.
—¿En qué consistieron las prácticas que usted denominó, en varias oportunidades, como guerra no convencional? ¿En qué consistió esa guerra no convencional? ¿Esa guerra no convencional respetó el derecho humanitario y la convención de Ginebra? — pregunta la fiscal Sosti. 
— Si es no convencional no puede reconocer a la convención. Está por fuera de la ley internacional y exige una legislación nacional para operar dentro de ella —contesta Auel. 
Para ejemplificar, recuerda la expedición de Julio Argentino Roca en la mal llamada Conquista del desierto. Con un genocidio justifica otro genocidio. Sosti le va a preguntar si esa guerra no convencional incluyó la tortura y la desaparición de personas. La respuesta será: “Doctora, usted está hablando de delitos que están fuera de la cultura de los argentinos. Los argentinos somos hispanos, criollos, católicos, ¿cómo vamos a ponderar la muerte o la tortura? Eso es un delito”. Niega los hechos y reconoce el delito. Merecía un análisis más complejo que esta crónica no puede brindar. 
Auel no es un improvisado. Ni es la primera vez que está frente a un tribunal que juzga crímenes de lesa humanidad, ni que lo tilda de lego. Ya se lo había dicho en 2008 al Tribunal Oral Federal en lo Criminal de Neuquén en el juicio por el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio La Escuelita. Siempre convocado por las defensas que han llegado a decirle “mi general”, en 2014 declaró frente al Tribunal Federal Criminal Nº1 por la Operación Cóndor. Ahí le preguntaron por la organización Unión de Promociones: “He sido presidente de esa organización. Se apoya a los camaradas que están detenidos. A todos aquellos que pertenecen o pertenecieron a las fuerzas armadas, fuerzas de seguridad o policiales”. En el Canal TLV1, una suerte de foro apologista, es tratado como una eminencia. El 26 de agosto de este año brindó una entrevista a Juan Manuel Soaje Pinto y se incluyó como combatiente: “La guerra contra terrorista que peleamos desde el ’70 hasta los ’80.  Esa guerra contrainsurgente pasó a ser estado de guerra. Es decir, no hay actividad de combate, pero el enemigo manifiesta permanentemente su actitud hostil”. 
Heriberto dijo en el juicio por la Operación Cóndor que se retiró del Ejército en el cargo de General de Brigada y que había comenzado su carrera en el año 1951. Entre el ’76 y su retiro fue “profesor de la Escuela de Guerra, jefe de Planeamiento de la Reserva estratégica militar, jefe de Regimiento, segundo Comandante de Brigada, Comandante de Brigada”. Sobre su formación académica relató: “He cursado la licenciatura de Ciencias Políticas, Relaciones Internacionales y Administración y el doctorado en Relaciones internacionales. Yo ingresé en el año 1959 a la universidad a los efectos de buscar los conocimientos que me permitieran encontrar las causalidades profundas de la larga guerra civil argentina”. En este juicio se proclamará experto en Polemología. En el programa TLV1 también lo describen como “profesor, articulista y conferenciante, miembro de la Academia Argentina de Asuntos Nacionales e Internacionales”. Un dato de color es que pasó a retiro en 1988, después del alzamiento militar carapintada de Aldo Rico. En abril de 2006, el diario La Nación publicó que “según los diarios de la época, Auel era mencionado por los carapintadas para reemplazar a (José Segundo Dante) Caridi al frente del Ejército y no se presentó a su puesto el día del alzamiento”. El mismo diario, en la sección cultura, promociona sus charlas. El militar enseña en aulas cuadradas sin ventilación sus propios libros. 



La historia

—¿Cómo puede una guerra estar fuera de la Convención de Ginebra? —pregunta el presidente del Tribunal. Auel habla sin responder y el juez vuelve a preguntar lo mismo. “Argentina fue sorprendida por una agresión interna”, dice Auel y el presidente del tribunal da por cerrado el tema. Mancini le recuerda al testigo el Protocolo de Ginebra que se refiere a los conflictos armados no internacionales. 
Tras un cuarto intermedio y después de una pregunta, el testigo dirá que leyó el Manual del guerrillero del Che Guevara para conocer mejor el pensamiento de sus enemigos.
—En el año ’83 y relacionado con estos hechos que se están juzgando, ¿tomó conocimiento de una ley que se llamó de pacificación nacional o que otros llamaron de autoamnistía? —pregunta Pablo Llonto, abogado de la querella. 
—Tomé conocimiento por la prensa —contesta el testigo, y aclara que dentro del Ejército no se hablaba de eso porque era un tema político y no militar. 
No recuerda qué decía la norma pero sí que fue usada por el periodismo como autoamnistía porque “buscaba cerrar el problema que hoy llamamos grieta. Buscaba dar término al problema de la confrontación, que luego se reabrió”.  Llonto continúa con preguntas que el testigo no sabe responder o evade. Hasta que le pregunta dónde había estado durante los años ’79 y ’80: 
—¿Usted me está investigando a mí? —repreguntó agresivo Auel, al tiempo que le volvió a sonar, ruidoso y persistente, el teléfono en la casa. Alguien se quería comunicar. La molestia es superior a la resignación y se le pide que lo apague. 
—En la llamada lucha contra la subversión, la nómina del personal que el Ejército tenía que capturar,  ¿quién la elaboraba? —pregunta Llonto.
—Yo no creo que haya habido un conocimiento como para hacer una nómina del personal a… a… el soldado combate,  y ese combate era un combate de encuentro o era un información determinada para poder capturar, no había una lista de personas a capturar —ignora Auel. 
El abogado querellante le va a preguntar sobre su conocimiento sobre los centros clandestinos de concentración y exterminio, mencionados por el Ejército como Lugares de Reunión de Detenidos. La respuesta de Auel, bajo juramento, será distinta a otras que dio públicamente: “me enteré de la existencia de los lugares de reunión, de prisiones de guerra”.
—¿Nos podría contar dónde estaban?
—Me enteré de uno, en el Operativo Independencia, que estaba a la vista de todos, y otro acá en la Escuela de Mecánica de la Armada, con bandera en la puerta y conocida por todo el mundo.
—¿En Campo de Mayo había alguno?
—En Campo de Mayo también había uno, nunca lo conocí, nunca estuve ahí, pero me enteré de que existía.
—¿Nos podría contar quién le dijo que existía?
—No —sonríe Auel— no… 
—¿Por qué no? 
—¿Cuántos años han pasado? ¿Cincuenta? No me acuerdo, no me acuerdo.  
 
La fiscal Sosti retoma la ronda de preguntas y el testigo dice que no supo del trato que los prisioneros de guerra tuvieron ni su destino. La charla deriva en que Auel admita tener como fuente los libros publicados por Juan Bautista Yofre. “Está citando un material periodístico que conozco y no tiene rigor técnico”, clarifica la fiscal antes de la finalización de la jornada. 

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardiamedio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com