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Silvia Tolchinsky, una voz desde el silencio

Escrito por el enero 15, 2021


Entre las cuestiones que el juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros parece haber venido a cambiar, también está el silencio de Silvia Tolchinsky. En esta extensa charla con La Retaguardia, la sobreviviente del genocidio, una de las pocas personas que pudo esquivar la muerte en Campo de Mayo, se lanzó a repasar su vida militante, más que seguro de manera incompleta, pero definitivamente con profundidad. Carga con varios estigmas: fue parte de la Contraofensiva, sobrevivió, y rehizo su vida familiar con una persona que estuvo imputada como parte de un grupo de inteligencia. Su voz surge desde el silencio, mitad impuesto mitad elegido. (Por La Retaguardia)

 
 
🎤 Entrevista: Fernando Tebele
✍️ Redacción: Fernando Tebele/Agustina Sandoval Lerner
💻 Edición: Pedro Ramírez Otero

Entre todos los testimonios de familiares, de hijos, hijas y sobrevivientes, una suerte de ansiedad especial recorría la sala el día de su declaración en el juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros que continúa en instancia de alegatos. Fue, de alguna manera, un adelanto de la época que vivimos, porque ocurrió a través de una videoconferencia. Desde que pudo salvar su vida, apenas regresó tres veces a Argentina. En 1992 se instaló en Barcelona. Desde allí elegimos vernos, también a través de un enlace de video.

—La Retaguardia: No es habitual escucharte, calculo que gran parte de la gente que habrá escuchado muchas veces tu apellido, quizás, esté recién ahora poniéndole voz a esos testimonios que alguna vez puede haber leído. No es fácil encontrar entrevistas tuyas, ¿esto es porque no te van a buscar o porque preferís o preferías hacer silencio?
—Silvia Tolchinsky: Yo preferí mantener siempre un perfil bajo, no nos encontramos con los periodistas (ríe). Preferí no hacerlo.
—LR: ¿Y qué cambió ahora? ¿Por qué ahora sí?
—ST: De alguna manera, en este seguimiento que hace La Retaguardia del juicio, pensé primero que ese seguimiento nos acercaba mucho a todos desde lugares muy distantes y en momentos donde estábamos todos a distancia de seguridad. Me pareció que era una labor muy importante, que daba a los juicios una vida muy importante en un momento en el que necesitamos el contacto humano de cualquier manera. Me parecía que a tu pedido tenía que responder afirmativamente, tenía que decir que sí. Era una demanda que me gustaba complacer.
—LR: ¿Te acordás de la primera vez que saliste a la calle a militar, y qué sensaciones te circundaban como para tomar esa decisión?
—ST: La primera vez yo estaba en el colegio secundario, y en el colegio no había militantes. Buscaba algo, y de pronto encontré unos carteles de la Facultad de Derecho que anunciaban una charla, quienes estaban, entre otras personas, eran Cooke (John William, dirigente peronista de izquierda) Kriskausky (Rubén, dirigente de Vanguardia Comunista), Broquen (Enrique, abogado socialista), era una generación que ya no existe. Fui a escuchar la charla, me presenté al que me parecía más cercano que era Broquen, y dije que quería militar. Tenía 16 años, empecé en un grupo de izquierda y lo que hacíamos más bien era formación y un periódico que vendíamos por la calle en los bares de Avenida de Mayo y la sensación era que íbamos a cambiar el mundo. No teníamos ninguna duda, no había ninguna duda, la certeza era que con que quisiéramos y pusiéramos el esfuerzo, la voluntad y la alegría, porque nos alegraba muchísimo toda esa práctica, íbamos a cambiar el mundo. Poco a poco fui cambiando de referencias políticas, me costaba asumir el peronismo porque mi papá no lo era y yo tenía una relación muy cercana, pero poco a poco me fui separando de él a nivel político y me fui acercando al peronismo.
—LR: A la distancia, ¿cómo ves aquella certeza de que iban a cambiar el mundo? Porque lamentablemente no lo cambiaron…
—ST: Nada es igual, no podemos saber cómo hubiera sido el mundo de otra manera. Pero como no éramos los únicos, lo que hacíamos en Argentina se hacía en muchas partes del mundo. Fuimos la generación del ‘68.
—LR: Aquella certeza que ustedes tenían hoy uno no la encuentra en las nuevas generaciones, ¿qué sensación te recorre 50 años después?
—ST: Me hubiese gustado analizar más las cosas, ser más crítica. Yo era una activista, militaba y disfrutaba del trabajo que hacíamos. Creo que era más el amor por la actividad, a lo que hacíamos, al contacto con la gente, lo que fue de alguna manera cimentando esa certeza. Nos equivocamos mucho, todos nos equivocamos mucho, y creo que deberíamos haber podido reflexionar más; pero eso siempre pasa. Algo quedó, una impronta quedó de esa generación, que es la impronta de la voluntad de luchar por algo mejor, y me hubiera gustado hacer mejor las cosas, me hubiera gustado que nos hubiésemos podido sentar a reflexionar más. Yo todo el tiempo pienso, todo el tiempo. No hay ningún momento en el que no pienso, no sólo qué sería de mí sin las pérdidas que sufrí, sino qué hubiera sido de la Argentina con esa generación que falta. Qué hubiese sido de la Argentina con Chufo, con mi hermano, con Croatto, con todos esos compañeros de una grandeza increíble.
Es la primera vez que aparece El Chufo. No será la única. Tampoco será la única vez que aparezca el amor.
—LR: ¿En esos inicios de tu militancia te cruzaste con El Chufo Miguel Francisco Villareal?
—ST: Con Chufo no tan al principio. Nos cruzamos en el MALENA (MLN-Movimiento de Liberación Nacional). Era precioso. Lo conocí en una reunión nacional. Él era un tipo muy alegre, de un humor impresionante, muy inteligente, con una chispa increíble, y yo era más bien muy formal en la manera, así que me tomó bastante el pelo. Nos conocimos ahí. Él era de La Plata y yo era de Buenos Aires. En el año 67, 68, empezaron las grandes movilizaciones populares barriales, las pobladas. Yo estaba en la secretaría de organización, distribuía las cosas, y él apareció en mi casa y ahí fue la chispa… Empezamos a estar juntos, a militar juntos, a convivir y a tener hijos juntos.
Silvia Tolchinsky y Chufo Villareal en una foto de finales de 1977 o comienzos de 1978 tomada por Nora Patrich, sobreviviente de la Contraofensiva.
 
—LR: ¿Vos estabas en México cuando él fue secuestrado y asesinado?
—ST: Estaba en México. Nos íbamos a encontrar en México. Él había ido para adelantarse, me iba a ir a buscar para volver con los chicos y había ido a buscar una casa. Y bueno… la primera cita no vino, la segunda ya nos avisaron desde Argentina que había caído. Tuvimos la caída que fue en el foro de la calle Corrientes, él gritó su nombre cuando lo iban a secuestrar y el nombre de su mamá, y una amiga de mi suegra o de mi cuñada lo escuchó y avisó enseguida que lo habían secuestrado. En el secuestro él se toma la pastilla. Lo llevan a la ESMA, y ahí ya llega muerto.
—LR: ¿Y después arrojan su cuerpo en el Parque Centenario?
—ST: Aparece en el Parque Centenario. En realidad no te sabría decir si lo arrojan de verdad o dicen que está ahí, porque lo llaman a mi cuñado para que reconozca el cuerpo. No sé exactamente… dicen que apareció ahí. Después de ese encuentro, mi suegra estaba en México, justamente había ido a ver a los chicos y cuando volvió, mi suegra era una escribana conocida de La Plata, la fue a ver la gente de la marina para devolverle unas fotos de los chicos que Chufo tenía encima y decirle, advertirle, que si yo quería seguir estando con los chicos, mejor no volviera.
—LR: En las charlas que solemos tener aquí con personas que, como vos, han sobrevivido al genocidio en la Argentina, siempre noto la misma sensación: que cuando empezaron a darse las pérdidas cercanas, lejos de hacerles repensar la militancia, les generaba como un impulso más para seguir adelante y cambiarlo todo. 
—ST: Era así y además era algo como que teníamos que sustituir su ausencia doblegando el esfuerzo. Era muy fuerte, un mandato. Yo estaba impregnada de un mandato muy profundo de tener que ocupar ese lugar que había quedado vacío. Esa fue la primera caída familiar y fue muy difícil… porque decirle a los hijos que la lucha del papá había terminado con su muerte era muy difícil. Fue muy doloroso…
—LR: Vos dabas cuenta de que él era una persona muy alegre. Algunos compañeros de militancia tuyos dicen que vos también eras una persona que recurría al humor y a la ironía todo el tiempo, pero que te transformabas a la hora de la reunión política; que venía el análisis político y te ponías seria y profundizabas y analizabas la realidad, ¿es así?
—ST: Sí, el humor me lo pegó el Chufo, claro. Aprendí de un humor aprendido, pero sí, seguramente era seria. Era un poquito formal, digamos, en toda la cuestión… Para mí y para todos, era muy seria la cosa y teníamos que poner mucho esfuerzo. Pero sí, el humor estaba muy presente y a veces, en aras de esa seriedad, hacía cosas que terminaban dando risas sin que ese hubiese sido mi objetivo.
 
—LR: Me contaron por ejemplo, de una vez que tenías que hacerte pasar por empresaria, en México, y que te costaba asumir el rol.
—ST: Fue cuando compramos unas maquinarias para la revista Evita Montonera, sí. Con Ana María (Ávalos) íbamos las dos juntas y los chicos iban empujando los chupetes, pero bueno… Nos animábamos a muchas cosas, ninguna de las dos estaba al pego de una empresaria pero bueno… Me acuerdo de la máquina que pretendíamos comprar. Nos preguntó el comercial más o menos cuánto calculábamos (imprimir), y nosotras nos miramos y dijimos: “Bueno empezaremos por mil”. No sabíamos que nos parecía ya un montón y el señor se horrorizó porque dijo que era una máquina para hacer 50 mil impresiones y nosotras dijimos: “No, mil para la primera tanda”. No dábamos el pego como empresarias.
 
—LR: A nosotros y a nosotras que hacemos comunicación alternativa en estos tiempos, aquellas historias de comunicación alternativa como la de editar la revista Evita Montonera en México para meterla clandestinamente en Argentina, obviamente nos generan un interés particular, ¿qué recordás de aquello, qué tan importante era para ustedes editar esa revista y meterla clandestinamente en el país?
—ST: Muchísimo, porque era el órgano oficial de la organización. Poder hacer todas las variables posibles en chiquitito, para poder meterlo en sobres y enviarlo en distintos tamaños… Y pensar todo el tiempo. Nos levantábamos, vivíamos casi juntos. Vivíamos con Paco (Gervasio Martín Guadix) y Aixa (Bona), y mis tres chicos, y desde la mañana temprano ya empezábamos a hablar de cómo gestar el número, de cómo hacerlo. Era todo muy agradable, porque Paco era un ser divino, con un humor muy parecido al de Chufo. A mí me hace acordar mucho a Chufo por la ironía, un humor inteligente. Ana con las máquinas de foto, como ella iba aprendiendo todo el uso de todas esas máquinas, al mismo tiempo que íbamos aprendiendo disfrutábamos muchísimo con la idea de hacer llegar la revista a la Argentina y a otras partes del mundo.
El de Guadix es un caso central en el juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros. La Inteligencia del Batallón 601 lo secuestró y lo llevó a Corrientes. Fraguaron un supuesto suicidio de Guadix al bajar de un micro que, hoy se sabe, nunca existió.
Silvia parece cómoda repasando aquellos años. Su tono de voz es siempre bajo. Hace pausas extensas. Silencio. Siempre vuelve el silencio, que esta vez se corta en el ida y vuelta.
 
—LR: De ahí a Cuba…
—ST: De ahí a Cuba, sí. A finales del 78, principios del 79, perdí el primer avión… Para mí los movimientos no eran fáciles con los tres nenes, y si mal no recuerdo había ido el Papa de visita a México, y el periférico estaba colapsadísimo. Llegué tarde y perdí el avión, lo que implicaba volver a hacer todo el trámite de nuevo para ir a Cuba. Así perdí dos meses, o casi, antes de poder integrarme a mi lugar, que fue el lugar de Mecha, María Inés Raverta. Ocupo el lugar de ella en Cuba.
Raverta había viajado a Perú para montar una base de enlace entre quienes entraban y salían del país. En Montoneros creían que el brazo genocida no llegaría hasta allí. Se equivocaron. Raverta fue secuestrada y ferozmente torturada. Un agente de la inteligencia peruana le narraría los detalles al periodista Ricardo Uceda, quien publicó su relato atroz en el libro “Muerte en el pentagonito”. En ese país también serían secuestradas otras dos personas: Noemí Gianetti de Molfino y Julio César Ramírez. Los trajeron a Campo de Mayo y los desaparecieron. Para esa operación, los agentes de inteligencia del Ejército llevaron a un secuestrado de Campo de Mayo a Lima, Federico Frías, quien intentó burlarlos sin suerte.
—LR: Además de un lugar seguro, ¿qué era Cuba para ustedes en ese momento?
—ST: Era EL lugar… el lugar donde aprender. Donde empaparnos de la experiencia, de evolucionar, donde podíamos también empaparnos de cómo es convivir en una sociedad que hizo una Revolución. Era la sensación de ir a vivir a un lugar libre, por lo menos para nosotros era eso. Era un lugar libre y yo estaba súper conmovida y además estaba muy contenta de que mis hijos pudieran vivir esa experiencia, me parecía que iba a ser una experiencia inolvidable para ellos. Aprendimos muchas cosas, lo que pasa es que trabajábamos muchísimo. Yo trabajaba muchísimo, no sé si el hecho de que era un trabajo muy de oficina…
—LR: Ese rol en el que reemplazaste a María Inés Raverta, ¿cuál era?
—ST: Yo era la jefa del grupo secretarial, era el grupo que de algún modo daba soporte a la Conducción Nacional. Los informes que hacía la Conducción Nacional, el archivo del material… había muchísimo material, había una habitación repleta de material. Cada uno se ocupaba de algo distinto, y yo me ocupaba de coordinar un poco el funcionamiento de eso. Y estaba la guardería, que si bien yo no trabajaba directamente ahí, también estaba en la órbita de la secretaría técnica.
En la guardería de La Habana quedaron hijas e hijos de las y los militantes que regresaron al país. En la mayoría de los casos, no los volverían a ver. Sus papás y mamás fueron víctimas de la acción arrasadora de la dictadura, comandada por el Batallón de Inteligencia 601 del Ejército. 
El rol de Silvia, de todos modos, aparecía como por encima. Era una suerte de enlace con la Conducción. No era un rol para nada menor.
—LR: Que hayas reemplazado a María Inés en ese rol y que fuera de una suerte de secretaría, que hayan sido mujeres, ¿era casualidad o tenía que ver con el rol, que las secretarias tenían que ser mujeres en esa época?
—ST: Bueno, no lo sé. No sé cómo lo veían los que nos pusieron ahí a ella y a mí. Pero sabés que en ese momento, la conciencia feminista fue surgiendo con el tiempo, porque para nosotros éramos militantes y es cierto que yo tenía la suerte de tener un compañero que compartía absolutamente todo conmigo; en cuanto al cuidado de los chicos, el trabajo en la casa, y que cocinaba de maravillas, pero además de eso no tenía conciencia de eso. Yo además era una mujer que tenía un nivel dentro de la organización que no era menor, por lo tanto no sentí que se me postergaba en absoluto.
Tolchinsky con sus hijos en el Zoológico de La Habana en 1979, antes de regresar al país.
—LR: ¿Cómo surge la idea o la propuesta de regresar a la Argentina?
—ST: Me dicen que tengo que ir a la Argentina y voy. Para mí estaba dentro del plan militante. Para mí no era lo mismo ir a la Argentina cuando estaba Chufo que cuando murió. Por el tema de los chicos, fundamentalmente. Y por el tema de la seguridad y por sentirme cuidada, acompañada, compartir el esfuerzo juntos. Pero ahí se dio la alternativa de que dejara a los chicos en la guardería, cosa que si bien pienso que fue una tarea hermosísima que realizaron las compañeras, en mi caso fue un gran desgarro separarme de los chicos. Y creo que en el caso de todas las que hemos dejado a los chicos, lo entendíamos, yo lo agradecí en ese momento. También fue un momento particular, porque mi hermano y mi cuñada habían caído en octubre del 79. Yo me entero un poco más tarde, me habré enterado en noviembre, diciembre del 79 y es en diciembre que me dicen que me destinan a la Argentina.
Bernardo Daniel Tolchinsky y Ana Dora Wiesen fueron secuestrados el 20 de octubre de 1979. Estaban con sus pequeños hijos, Gustavo (3 años) y Francisco (no llegaba a los 2 años), quienes fueron llevados por la patota a la casa de los Wiesen. Juliot y Manuela, como se les conocía en la militancia, están desaparecidos. Para Silvia fue otro golpe devastador. Primero su esposo. Luego su hermano y su cuñada.
—LR: Tenemos siempre la sensación de que algunas cosas que sucedieron en aquellos años no está bueno pasarlas por el tamiz de lo que pensamos ahora con las cartas echadas, pero quizás algunas otras sí. Entonces desde ese cuidado pregunto: una persona en tu rol, con tanta información de la organización encima…, ¿ves como un error que te hayan dicho que regreses al país con todo lo que eso implicaba a nivel de seguridad, ya no sólo para vos, sino posiblemente para la organización?
—ST: No lo pensé así. Para mí que me mandaran a Argentina entraba dentro del compromiso que había asumido. Yo siento que la Contraofensiva quizá fue un movimiento un tanto precipitado, en general, no sólo por mi situación. Chufo, cuando me escribió la última carta que recibí, me decía: “No estamos equivocados en lo que nos proponemos, pero estamos equivocados en los tiempos”, y a mí eso se me quedó muy grabado. Me da la sensación, y debo decir que me dio la sensación en ese momento, que había sido un movimiento precipitado, que era posible dar más tiempo a los movimientos. Y cuando llegué a la Argentina, iba a visitar a los contactos, la sensación que me daba era que me pedían que nos cuidemos.

—LR: Hiciste contacto con gente que les decía “cuídense”…
—ST: Sí, “cuídense”. Pero bueno… la dinámica estaba dada de esa manera. Me parece que estas lecturas a posteriori tienen el vicio de la hipercrítica o tienen el vicio de la ausencia de crítica y creo que siempre hay que encontrar… y creo que hay gente que lo hace… yo no me puse a reflexionar sobre esa historia pero sí, en ese momento lo viví como una precipitación.
—LR: Estuviste varios meses aquí antes de tu caída y te atrapan cuando estabas por volver a salir del país, en la frontera.
—ST: Yo llegué el 1 de abril de 1980 y me secuestraron el 9 de septiembre de 1980.
La caída
—LR: Y ahí ya mismo, en el momento posterior al secuestro y que te llevan a un lugar que vos has contado que reconoces y percibís como una cueva, desde la humedad hasta la textura de lo que tocabas, ahí mismo ya comienza el hecho de poder reconocer a compañeros que ya no están, que luego fueron desaparecidos. Como el caso de Julio César Genoud, después sería el caso de Viñas y de Adur, sólo por nombrar tres. Pero fueron muchas más las familias que consiguieron tener algún dato de lo que había pasado con su familiar en el cautiverio, por lo que vos pudiste contarles. Habiendo tenido pérdidas personales, ¿tomás dimensión de lo que significa que haya alguien que pueda contarle a los otros algo de su familiar querido?
—ST: Me alegró mucho… en realidad me alivió mucho —se corrige— cuando Lila Pastoriza me contó que Chufo había estado en la ESMA y que lo había visto muerto ya, pero lo había visto. Siento que ayuda a saber, porque la incertidumbre, el desconocimiento, es de un nivel de perversión y crueldad terrible, como varias muertes cada vez. Cuando fui a hablar al rabinato, que estaba todavía en custodia, no podía ni hablar y estaba aterrorizada realmente. Pero lo único que quería era decir los nombres de los compañeros, era la sensación que tenía, que tenía que decir sus nombres. No vi mucha gente en realidad, porque estuve casi todo el tiempo sola, pero el hecho de que recibiera una carta de mi hermano que estaba en Campo de Mayo y que me hablara de que había otros compañeros vivos, me dio noticias de esos compañeros que fue lo que pude transmitir a las familias. No siempre es fácil transmitir porque es doloroso… un mensajero es un lugar complicado.

 
—LR: Sí, claro. Más ser mensajero de esas noticias. ¿Estuviste secuestrada dos años?
—ST: No, un poquito más de dos años… Me entregan a mi padre en noviembre del 82 pero no puedo ir a vivir con mis hijos hasta principios del 83. Pero sigo bajo custodia hasta mayo que me escapo.
 
—LR: Contando esos años de cautiverio a cielo abierto o de libertad controlada, son casi tres o más de tres. ¿Qué significan esos años para vos?
—ST: A mí me cambió la vida totalmente, me cambió las elecciones de vida. Salí con la imperiosa necesidad de reparar la separación con mis hijos, era lo único que me importaba… bueno, lo único no, pero fundamentalmente era lo que más me importaba. Yo quería otra vida para mí, había elegido desde siempre otra vida, y se rompió mi plan, no supe retomarlo, o no pude. Siempre tuve un vínculo con la militancia, pero no era esa pasión que tuve hasta el secuestro. Esa sensación de que ahí estaba la vida, esa era la vida, en ese lugar donde uno está entregado para cambiar la historia y las condiciones de vida de los semejantes.
—LR: Te hacía esta pregunta porque muchas veces en entrevistas de este estilo, con personas que han sobrevivido al genocidio en Argentina, ronda la sensación y algunos y algunas incluso lo han puesto en palabras, que estos dos, tres, cuatro, cinco años de permanecer en centros clandestinos de detención, tortura y exterminio, si vos lo comparas en una vida de 60, 70 años, es poco cuantitativamente, pero es muy difícil salirse de esa época y de ese momento.
—ST: Quedás congelado. Yo tengo ahora bastantes problemas de memoria o recuerdos. Esos tres años están congelados ahí. Tengo problemas de memoria, pero por ejemplo los compañeros, los nombres de los compañeros de antes del secuestro, historias de antes del secuestro, me cuestan mucho recordarlas. Incluso a veces las consulto, llamo a amigos, a compañeros, digo: “¿Yo estuve con este compañero? ¿Yo no lo conozco?”, porque no logro ubicarlos en la historia.
En los primeros interrogatorios entró un señor, un represor por supuesto, que me dijo: “Chelita, dicen que tenés una memoria de elefante”, y se me produjo un efecto tal en relación a los nombres y a las caras brutal, fue un efecto de borramiento, que no recuperé después. Pero no dejo de recordar un solo instante de esos dos años y medio, tres.
—LR: Ya mencionaste el encuentro en el rabinato, contanos un poco más de Marshall Meyer.
—ST: Yo estaba atrapadísima ahí, no sabía cómo salirme, y entonces decidí ir al rabinato. Lo conocía de nombre a Marshall Meyer, no lo conocía más, y fui un día y le dije a la secretaria que tenía que hablar con él y me dijo que me iba a dar una cita. Le dije: “No, no puede haber una cita porque yo estoy secuestrada, tengo que hablar ahora”. Entonces me recibió, estaba en una reunión ecuménica con otros tres o cuatro, no me acuerdo. Una reunión muy nerviosa digamos, porque estábamos todos muy nerviosos y yo estaba muy asustada. Marshall Meyer fue impresionantemente acogedor y me dijo: “Te tenés que ir de la Argentina, te tenés que ir. No podes estar así”. Y yo no quería irme, primero le dije: “No, pero quiero que mis hijos vivan acá”. La verdad que no me podía despegar de la situación de las visitas constantes… y me dio un contacto con la Embajada de Israel y creo que fui a verlo a él un miércoles y el sábado me fui a la Embajada, y el sábado… yo había hecho un proyecto de una biblioteca infantil que se llamaba “La Casa de Daniel T.”, la levanté en ese momento y nos fuimos. Marshall Meyer con la democracia se fue de la Argentina, estaba enfermo y se fue a Estados Unidos. Y tiempo después, yo tengo un hermano viviendo en Estados Unidos, lo volví a encontrar en Nueva York porque lo casó a mi hermano. Y me acerqué, hablamos y él me dijo que estaba destruido.
—LR: ¿Se acordaba de vos?
—ST: Sí. Pensé que estaba destruido y que él había trabajado mucho con las presas en Devoto, había ido a visitarlas. Era un hombre que estaba muy sensibilizado por lo que pasó y él me hizo un gesto, que se cruzó el pecho como con un puñal, me dijo que él estaba destrozado.
Tiempo después muere y me vino a visitar su mujer a España, ella estaba tratando de hacer una película sobre la represión sobre los judíos, y  fue la que me trajo el documento que después adjunté a la causa, donde consta la declaración que hice en mayo del 83.
 
—LR: ¿En tu caso sentís que el provenir de una familia judía jugó de alguna manera extra en el cautiverio?
—ST: Yo creo que sí, que para los represores nunca fue ajeno. Lo que pasa es que nunca fue ajeno el que yo era judía. Sé que jugó, pero qué sé yo…
 
—LR: Suele decirse que a tu padre le hicieron pagar una suma de dinero entre otras condiciones para que vos recuperaras tu libertad. Si bien hemos sabido de robos de propiedades de las personas secuestradas, esto de pagar un rescate no era muy común. 
—ST: A mi papá, lo que hicieron fue obligarlo a comprarme un departamento. Que era porque decían que si iba a un departamento alquilado me podía escapar más fácilmente que si lo compraba.
 
 —LR: ¿Le hicieron comprar un departamento puesto a nombre de un represor?
 
—ST: No, a nombre de mi papá estaba. Lo hicieron comprar un departamento para que yo viviera. No te olvides de que era casi el 83, después de las Malvinas estaban moralmente bastante rotos. Eso es lo que yo pude vivir.
—LR: Entonces no es cierto que además le hicieron pagar por tu libertad.
—ST: No.
Ilustración: Antonella di Vruno
 
Los estigmas
—LR: Ser sobreviviente del genocidio implica entre otras cosas cargar con, por lo menos, un estigma, que es el de haber sobrevivido y el de por qué te dejaron sobrevivir en tu caso, ¿no? Pero se repite en casi todos los testimonios que escuchamos y en algunos casos en particular hasta en los juicios se sigue escuchando cómo los abogados de los genocidas van por ahí. No ocurrió en tu testimonio pero sí lo hemos visto muchas veces cómo los abogados estimulan este estigma que no sólo estuvo estimulado por lo genocidas sino que también muchas veces estuvo estimulado desde los propios compañeros y compañeras de militancia incluso. Siempre referimos al libro de Ana Longoni, “Traiciones”, que da cuenta de que, entre otras cosas, para levantar la figura idealizada de los desaparecidos, el sobreviviente quedaba como en un contrapeso negativo. “Se llevaron a los mejores” y… nos devolvieron a los peores, ¿no?, aunque no lo dijeran de ese modo. Pero en tu caso casi que es una colección de estigmas, me da la sensación. Digo porque es el hecho de haber sido sobreviviente, el hecho de haber participado de la Contraofensiva, que es una acción estigmatizada de por sí que este juicio de alguna manera está ayudando a reparar eso, y también por tu relación de pareja posterior. ¿Cómo conviviste con todos esos estigmas, que de alguna manera son el horror después del horror?
—ST: Sobreviví…, aprendí a sobrevivir. A veces uno se pregunta cómo sale uno de una situación donde sobrevive, de un horror donde el destino era la muerte y no fue así… aparecen cosas como la culpa de haber sobrevivido, bien yo te diría que aparece la vergüenza. Es algo que por ejemplo Primo Levi habla bastante de la vergüenza, por todo lo que uno vivió adentro… Me acuerdo de que lo primero que le dije a mi suegra cuando la vi, fue que no me sentía orgullosa de nada de lo que me había pasado, y que todo era muy doloroso, pero me tocó y me tocó. Y no voy a dejar de aferrarme a eso de que me tocó y voy a seguir defendiendo mi derecho a la vida, que me hubiera gustado defendérselo a muchas otras personas, pero no voy a renunciar a mi derecho a la vida y al amor.
—LR: Vos conformaste pareja con Claudio Gustavo Scagliusi, a quien conociste durante tu cautiverio, y también pasaste un momento complicado  a partir de esa situación y que él fuera encarcelado, extraditado a la Argentina por supuestamente haber participado del genocidio. Eso también te sumó un estigma más. Ya pasaron muchos años, no sé si todavía estás en pareja y no sé cuántos años se da de esa situación, también refiero a la distancia para ver lo que implicó ese señalamiento para Silvia Tolchinsky por su nueva relación de pareja.
—ST: Para mí fue terrible porque sentía que había salido bastante indemne de… en el sentido de que había podido salir sin un peso en la colaboración con el enemigo como para… Esta parte es muy dura para mí.
Silvia se anticipa. Hablará de aquello de lo que nunca antes había hablado en público: su relación de pareja con un ex agente de inteligencia. Aún viven juntos. Eso le costó quedar marginada de la militancia, que en general dejó de pronunciar su nombre.

—ST: Yo sentía que me era ajeno no ser señalada como una militante, sentía que no me lo merecía, pero lo entendía. Entendí perfectamente la respuesta de todos porque entendía la situación. Me sentía con el derecho de haber estado ahí, haber podido discriminar, saber, reconocer y haber diferenciar, pero fue terrible para mí y para mis hijos, fue terrible. Y bueno, sigue siendo una historia muy difícil que quisiera que fuera distinta pero no lo es. Mis amigos, mis compañeros que conocen la historia me han apoyado siempre y lo han apoyado también a él, lo quieren. Pero bueno, entiendo. Lo único que puedo decir es que entiendo.
 
—LR: ¿Su situación judicial está cerrada en torno de esa acusación?
—ST: En principio, sí.
—LR: Y hay, como te decía, un tercer estigma que es el de la participación en la Contraofensiva y el hecho de que no han sido muchas las personas que han sobrevivido a esa acción. Este juicio, uno tiene la sensación que ha venido a cambiar un montón de esas situaciones. ¿Qué significó para vos dar testimonio en este juicio? ¿Cuántas veces declaraste? 
—ST: Declaré tres o cuatro veces en Italia, dos en España, en la Argentina tres o cuatro…
 
—LR: Alguien me decía, “es la primera vez en este juicio en que la pudimos acompañar, en el que Silvia no declaró sola. ¿Tuvo un sabor especial esta declaración, este juicio?
—ST: Fue distinto, bastante distinto. En principio porque en otras situaciones yo me ponía muy mal cuando me preguntaban por la militancia, porque me remitía a los interrogatorios. Me incomodaba mucho, incluso en uno de los juicios en Italia, cuando la fiscal me preguntó yo le dije que no fuí a hablar de mi militancia y me retó. Porque me incomodaba… hay algo que me parece importante que quizás ustedes desde ahí no sé si son conscientes, pero todo en relación a la historia fue cambiando muchísimo a lo largo de todos estos años. Las primeras compañeras que fueron liberadas en la ESMA fueron maltratadísimas, y poco a poco se fue digiriendo la presencia de los sobrevivientes, poco a poco se fue reconociendo y creo que recién ahora se está reconociendo el papel que puedan tener en la reconstrucción de la historia. Pero además los juicios fueron cambiando, eran muy duros, no te digo lo que fue declarar con (Claudio) Bonadío al principio… eran muy difícil. Yo estaba muy sola y además iba a declarar sola, me acompañó una vez mientras estaba vivo Carli, Carlos Slepoy que era muy amigo mío y mi familia. Alguna vez alguno de mis hijos, y Gustavo en todos los casos. De alguna manera también me proscribí y acepté que mi situación era distinta y la sigo aceptando como distinta y realmente sí, es cierto, eso lo debe haber dicho Daniel (Cabezas, también sobreviviente de la Contraofensiva), porque nos lo dijo desde el principio. Es cierto, me sentí muy acompañada, muy contenida y muy apoyada. Cuando dictó sentencia (el juez Ariel) Lijo también un grupo de amigos fueron a escuchar la sentencia y estuvieron cerca mío. Pero sí, es cierto, y además este fue un juicio con muchas características particulares, no sé… para mí… lo viví con muchas características, muy acogedor por la gente que estaba ahí. Desde las flores de la mamá de Susana (Brardinelli), hasta la presencia de algunos compañeros que están cada día, que están permanentemente. Y creo que el corolario de todo eso fue el seguimiento que hizo La Retaguardia, por la cantidad de gente que entra vía YouTube para escucharla. Y sí, es cierto, no es un juicio fácil, es un juicio muy difícil.
—LR: Sobre todo por la complicación de que no haya testimonios directos de haber visto a los agentes de inteligencia en los centros clandestinos de detención, ¿no? Ya sea por el rol que ocupaban, o porque son pocas las personas que podrían haber dado ese testimonio. El otro día, Marcelo Cinto Courtaux, uno de los imputados, te nombró también como un ejemplo de eso, te utilizó diciendo: “Escuché a la testigo Tolchinsky y ella no me reconoció”, y vos reaccionaste rápidamente en el chat de la transmisión diciendo “y… no”.
—ST: No quiere decir nada que no lo haya reconocido.
 
—LR: ¿Qué crees que va a suceder, tenés idea? Los jueces no pueden adelantar juicio pero nosotros sí podemos adelantarlo.
—ST: No tengo la menor idea. No sé, creo que es un juicio difícil por la falta de sobrevivientes, fundamentalmente. Pero hay mucha documentación, creo que el aporte que hace Stella Segado y Verónica Almada (quienes “tradujeron” en sus testimonios la enorme cantidad de documentación de inteligencia) darán más luz a todo esto, pero no tengo idea. Yo creo que ya cumplió una función importante, el que se haya dado consistencia a lo que pasó en Campo de Mayo. Más allá del tema de la Contraofensiva o no, aparece el peso del lugar que cumplió Campo de Mayo en la política represiva con una fuerza brutal. Ahora están justo los juicios por los vuelos, eso me parece que en Campo de Mayo quedó siempre de alguna manera encubierto.
 
—LR: Ahora que está la posibilidad, ¿estás viendo o preferís alejarte y desentenderte del asunto?
—ST: Sí no tengo tiempo para hacer otra cosa más, veo todo el tiempo juicios. Antes cuando no se transmitía iba leyendo las crónicas. Porque además está el juicio de Córdoba, no es que lo siga todo el tiempo pero sí, el de la Contraofensiva lo sigo todos los jueves y este, el de los Vuelos, también porque me parece que está bastante vinculado al nuestro.
 
—LR: Es fácil suponer que algunas de las personas que fueron secuestradas y desaparecidas en el marco de la Contraofensiva, que en su casi totalidad pasaron por Campo de Mayo, algunas hayan sido víctimas de los vuelos de la muerte. Así que aunque no estén como casos, hay una vinculación clara en ese sentido. ¿Vos tuviste estando allí alguna percepción o algo que hayas escuchado que diera cuenta de que esta era una metodología que se utilizaba para asesinar?
—ST: No sé si en este juicio lo llegué a nombrar pero sí. Cuando fue el traslado de Lorenzo Viñas en un momento dado dicen que el avión no puede salir porque había tormenta o no sé qué. Esa fue la única vez que escuché una referencia. En esa época ya se hablaba, me parece. Lo retuve con mucha fuerza, o sea que de alguna manera me habrá llamado la atención que dijeran eso.
 
—LR: Hace algunas semanas tuvimos la ocasión de regresar, en nuestro caso de ir, a Campo de Mayo en el marco del juicio de la Contraofensiva y del reconocimiento in situ que hizo el tribunal (la entrevista se hizo antes de la visita ocular por la causa de los Vuelos de la muerte). A todos y todas quienes estuvimos allí nos impactó especialmente esta cuestión de que sea un lugar que todavía está en poder de la misma fuerza que desarrolló los crímenes atroces contra la humanidad allí. ¿Vos alguna vez volviste a Campo de Mayo o en ninguno de los juicios tuviste esa ocasión?
—ST: Yo volví poco a la Argentina, volví y fui a reconocer la casa donde estuve (en las inmediaciones de Campo de Mayo, Conesa 101), una de las quintas que por supuesto está irreconocible ahora, que es la de Conesa, está transformada totalmente. Ya cuando Bonadío la fue a reconocer habían hecho cambios estructurales. Pero ahora está totalmente desconocida, la han hecho de nuevo. Fui y di vueltas alrededor de Campo de Mayo, traté de localizar las otras dos casaquintas pero no pude localizarlas. Con esa tenía la referencia porque había visto un cartelito, pero con las otras dos no tenía ningún punto de referencia.
Desde el otro lado del mar el rostro de Silvia denota cansancio. La tarde de aquí y la noche de allá se juntan a través de sus palabras. Así como el pasado y el presente también transitan ida y vuelta.
Nos despedimos. Faltan apenas unas horas para que su voz suene en la radio. Aquellos silencios cortados por sus reflexiones y recuerdos ahora se fijan en estas palabras escritas. De la ansiedad por las repercusiones, Silvia pasó hacia la seguridad de que no cometió un error al hablar. Su cuidado por cada palabra, en cada respuesta, fue notorio. No quiere importunar a nadie. Pero quiere hablar. Cree que tiene derecho. Y claro, seguro que lo tiene.
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