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Otra víctima de los Vuelos de la Muerte ubicada en Campo de Mayo

Por muleta en Adrián Enrique Accrescimbeni, domingo fortunato ferraro, Juan Carlos Rosace


Domingo Fortunato Ferraro era compañero de escuela de Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace, y vio a uno de ellos en “El Campito”, el centro clandestino de detención, tortura y exterminio del Ejército Argentino en Campo de Mayo, donde los tres estuvieron detenidos ilegalmente. Miguel Ángel Alberti fue testigo del secuestro de Adrián en la esquina de la escuela. Todos asistían al Ingeniero Emilio Mitre de San Martín. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*) 

✍️ Redacción: Paulo Giacobbe

💻 Edición: Diego Adur

📷 Foto de portada: Captura de Pantalla Trasmisión La Retaguardia

✍️ Texto y cobertura del juicio: Noelia Laudisi De Sa/Diego Adur

—¿Qué hacés vos acá? —le preguntó Domingo Ferraro a su compañero de escuela, en un descuido de los guardias de “El Campito”, que estaban viendo un partido de fútbol. Así pudieron intercambiar un par de palabras y no mucho más. Ferraro no recordó si había hablado con Accrescimbeni o con Rosace. En ese momento lo sabía, pero con el paso del tiempo lo olvidó. El testigo dijo que se los confunde porque ellos andaban siempre juntos y estaban en otro curso, pero los tenía de vista o de charlas sin importancia en el buffet o en el patio durante algún recreo. No tiene dudas de que habló con uno de ellos. Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace son dos de los cuatro casos de este juicio. Sus cuerpos aparecieron a la altura de Magdalena y Punta Indio y fueron enterrados como NN. 
Miguel Ángel Alberti era compañero de la misma división de Adrián y Juan Carlos. Cuando estaba por entrar al taller de la nocturna vio como en la esquina del colegio “una o dos personas lo estaban levantaban del piso” a Accrescimbeni.
Fue hasta allá y le preguntó a Adrián: –Tano, ¿Qué te pasa? –Así lo apodaba. 
Adrián  Accrescimbeni le dijo que no sabía y “estaba muy asustado”. Uno de la patota le advirtió que se vaya porque se lo iban a llevar a él también. Asustado, salió corriendo para la entrada del colegio, a mitad de cuadra. 
Las versiones eran “que habían visto a Rosace (secuestrado la noche anterior) en un auto estacionado enfrente del colegio”. Luego agregó: “Yo no lo vi, es lo que decían”.  
Alberti está casi seguro de que a Adrián lo metieron en un Peugeot 504 celeste que se fue hacia la Ruta 8 en dirección a Campo de Mayo. Cuando entró a la escuela se lo contó rápidamente a un profesor- Rodolfo Rosito, quien también declaró en la causa- que “se preocupó mucho” y fueron a la comisaría primera de San Martín a hacer la denuncia: “No sé si se llegó a tomar… creo que era un día viernes y el habeas corpus… que sí y que no… porque era un día viernes, creo que había que esperar otro día…”, expresó con dudas el testigo. Después de ellos, en esta misma audiencia, prestó declaración testimonial Pablo Verna, hijo del médico excapitán del Ejército Julio Alejandro Verna, que contó la participación de su padre en la operatoria de los Vuelos Fantasma.
La Brigada de Caseros
Las preocupaciones de Domingo Ferraro, a sus 17 años, eran los planos que le daban en la escuela nocturna Ingeniero Emilio Mitre de San Martín; Estudiar en Construcciones y el filtro de la institución educativa que de un año a otro reducía la plantilla de estudiantes. No tenía ninguna militancia. 
El 28 de octubre de 1976 salió del industrial a la hora de siempre, alrededor de las once de la noche, y se fue para su casa. Había quedado con amigos del barrio, de la infancia, “hacer algún jueguito de cartas que sabíamos hacer de vez en cuando”, graficó.  
Domingo no sabe si llegó a tomar un vaso de agua cuando golpearon la puerta de su casa y desde afuera gritaron: ¡Policía!
—Bueno, ya voy, loco —contestó pensando que se trataba de sus amigos haciendo una broma. Cuando escuchó que la primera y segunda puerta eran derribadas y en segundos se vio rodeado de gente armada supo que no eran ellos. 
Lo agarraron y se lo llevaron afuera.
Su madre salió a los gritos: —¿Qué pasa? ¿Qué pasa?
—Quédate tranquila que yo no hice nada —es lo que le salió decir a Domingo. 
En la calle había por lo menos dos Ford Falcón, uno sobre la vereda de la casa, con varios tipos adentro.  Antes de meterlo en uno de esos autos le ponen una pelota de goma en la boca y lo tiran debajo del asiento. 
El viaje fue corto. Después supo que estuvo en la Brigada de Caseros. Lo llevan a un primer piso. Lo atan y lo picanean en todo el cuerpo. Lo bajan a un patio y lo apoyan en una columna. De ahí, a una habitación pequeña. “Muy chiquita”. No sabe si se durmió. Y lo vuelven a llevar para arriba a la misma sala de torturas. 
—Ahí ya estaba exhausto, no tenía fuerzas —relató Domingo Ferraro, que dos veces sollozó frente al Tribunal. La primera fue al recordar las torturas y la segunda cuando contó que llamó por teléfono a una vecina, ya liberado, después de su cautiverio en Campo de Mayo. 
De Devoto al Campito
Cuando Domingo Ferraro se desmayó en la tortura lo volvieron a llevar al patio. Le preguntaban por su nombre de guerra y a quién respondía. Perdió la noción del tiempo y no sabe cuándo lo trasladaron a una comisaría. Estuvo sentado en una escalera de cemento. Piensa que al lado de esa escalera había un club o algo similar. De ahí lo llevan a la Comisaría 45 de Capital Federal, en Villa Devoto. Lo ponen en “una celda como de 2 x 1,5 con un banco de cemento, con una puerta con una rejita”. No podía ver nada ni a nadie, pero supo que estaba en esa comisaría por los gritos de una mujer que quería hacer una denuncia y nadie la atendía.    
De Devoto al baúl de un Ford Falcón con las manos atadas. Los secuestradores tuvieron la gentileza de parar un par de veces para preguntarle cómo estaba y si respiraba bien. Del auto lo bajaron y lo ingresaron a un lugar desde arriba. “Un tanque, una oruga”, describió.  
En ese lugar queda atado con las manos atrás, solo. Ágilmente se pasa las manos hacia adelante con la idea de poder acostarse y tratar de descansar. Cuando sus secuestradores vuelven y lo ven con las manos adelante le pegan. Domingo tuvo que mostrar la pirueta que había hecho porque no lo creían capaz. De ahí lo llevaron a una oficina donde “una señorita” le preguntó “domicilio, cédula de identidad, si sabía algo de algún vecino, de algún problema, si vio panfletos raros”. Después de todo eso, lo tiran en un galpón con una bolsa en la cabeza. Le ponen grillos en las piernas y le dan el número 20. “Ahí nos identificaban por número”. Tenía una colchoneta en el piso. 
Domingo Ferraro abre los oídos y se da cuenta de que a su alrededor hay más gente. Habla con alguien al lado suyo que le dice que lleva veinte días de estar secuestrado. Un guardia se da cuenta de que está hablando y lo sacan afuera entre dos y lo escarmientan. 
“En ese lugar hacíamos dos veces por día ejercicios, flexiones, movimientos”, recordó Domingo. En ese galpón de piso de tierra había mujeres embarazadas quejándose de dolor y calcula que, entre hombres y mujeres, serían una veintena. Comían en un jarrito y no podían ver a nadie.
Una noche durmiendo tuvo una pesadilla y sin darse cuenta se levantó la bolsa que le cubría la cabeza. Vio el galpón al detalle y al centinela vestido de fajina verde que lo miraba. Esa vuelta lo golpearon a machetazos, mucho, tanto que hasta olvidó la cara del represor. Domingo sólo pudo describir a una persona uniformada que visitó el galpón: era pelirrojo, con bigotes y barba. Un día que fue al baño le permitieron lavarse la cara en un piletón. Nunca se habían bañado. 
—¿Qué hacés vos acá? Sos del Mitre —le dijo a su compañero del industrial, que frente al Tribunal no pudo precisar si era Accrescimbeni o Rosace, pero sí que esa persona también lo reconoció a él porque le dijo: —Y vos también. 
Hablaron muy brevemente. Accrescimbeni o Rosace le contó que estaba mal, que le habían hecho submarino y que casi se muere, que además había estado en una habitación con ratas. “La que me espera”, pensó Domingo, que mientras hablaba espió para afuera: vio un tanque con columnas, longitud de campo y el galpón donde lo tenían secuestrado. Posteriormente, por fotos, reconocería que estuvo en Campo de Mayo. “El primer domingo estuve en una comisaría, el segundo domingo estaba ahí”, dijo Ferraro, calculando los tiempos.  
Una mañana lo llaman y lo sacan fuera del galpón. No le ponen esposas. Lo tiran adentro de un auto, abajo del asiento de atrás. “Quédate quietito, no te movés”. El viaje es largo. Cuando están por Saavedra frenan, abren la puerta y le dicen que baje, que dé dos pasos y no se mueva ni se dé la vuelta. 
Cuando Domingo Ferraro escuchó que se iban, salió corriendo para el lado contrario, llegó a una estación de servicio y llamó a una vecina de su familia. En su casa no tenían teléfono. Enseguida llegó una camioneta “con tres personas del barrio de toda la vida a buscarme”. Era el 9 de noviembre de 1976. 
El Mitre de San Martín
Después de haber estado secuestrado en Campo de Mayo, Domingo Ferraro volvió al industrial. Se enteró que dos estudiantes estaban desaparecidos y a uno de esos estudiantes,  él lo había visto en Campo de Mayo. Pero mucho de ese tema no se hablaba, el hermetismo era total. 
Ferraro recordó un incidente que había ocurrido en la escuela unos días antes de su secuestro. En el baño habían aparecido unos panfletos y los preceptores, “que parecían más policías que preceptores”, habían señalado a un grupo de alumnos como los responsables. La pista fuerte que tenían era que quien pegó los panfletos usaba campera negra. “Fueron aula por aula y buscaron a todos los que tenían campera negra y los llevaron a un sector en la regencia”. Con el paso del tiempo, Ferraro, que por usar campera negra integró ese grupo, piensa que eso tuvo algo que ver en su detención ilegal. 

*Este diario del juicio por los Vuelos de la Muerte de Campo de Mayo, es una herramienta de difusión llevada adelante por  La Retaguardia medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores/as independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://laretaguardia.com.ar/