Con el fallecimiento de Ferreyro, el juicio por las Brigadas quedó con apenas 16 imputados por tres centros clandestinos; solo 2 de los acusados están en cárcel común. Por eso, Docters reivindica el escrache como herramienta de lucha en la búsqueda de justicia y se pregunta: “¿hasta cuándo vamos a aguantar?” En sus reflexiones incluye la histórica lucha de los organismos en la calle y subraya que los delitos de ayer se cometen aún hoy. “No nos dicen dónde están los restos de los compañeros que ellos asesinaron. No nos dicen a quién les dieron los chicos de nuestros compañeros. No nos dieron información”.
Finalizada la conferencia de prensa, comenzó el recorrido por el centro clandestino, saliendo por el garaje para entrar por la esquina a “El chalet”. Por un paso interno volveríamos al edificio donde estábamos y terminaríamos ahí la recorrida.
«El chalet”, la escalera de madera y los recuerdos
En una jornada muy calurosa, la visita y recorrido abierto para los medios de comunicación comenzó por el denominado “Chalet”, en la esquina de las calles Garibaldi y Allison Bell, en un tranquilo barrio de clase media quilmeña. Allí funcionó durante la dictadura la “Brigada de Investigaciones” de Quilmes de la Policía de la Provincia de Buenos Aires, conocida también como el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio Pozo de Quilmes o Chupadero Malvinas, que era parte del “Circuito Camps”. En democracia, el inmueble siguió funcionando a manos de la Policía Bonaerense; recién en 2017 se creó el sitio de Memoria. Pero la Delegación Departamental de Investigaciones de Quilmes siguió cumpliendo funciones en “El chalet” hasta enero de 2020.
Los y las sobrevivientes, a medida que se caminaba el espacio, fueron identificando los lugares donde permanecieron en cautiverio y relatando la dinámica del chupadero.
“El chalet” es una casa amplia y actualmente reformada. Cuenta con dos plantas con una escalera de madera, de las que hacen ruido al subir o al bajar. Este no es un detalle menor. Varios sobrevivientes pudieron recordarlo y resignificarlo. Las personas secuestradas que estaban todo el tiempo vendadas potenciaron otros sentidos: aún recuerdan olores y sonidos. En este sector del centro clandestino, los militares tomaban decisiones sobre la vida y la muerte de las y los secuestrados. Comunicaba a la oficina de los oficiales.
Calabozos y torturas
“Entrabamos por el garaje y subíamos por una escalera de cemento, adonde esperábamos sentados donde había una reja. Estaban los lugares donde nos aplicaban las torturas. Había unos bancos donde esperábamos. Después salían los compañeros torturados. A mí me sentaron al lado del compañero fotógrafo de Longchamps, Jorge. Él no pudo soportar lo que vivió, enfrentar este genocidio…, se deprimió mucho. Se enfermó psicológicamente. Cuando lo sentaron al lado mío lloraba mucho, yo le decía que se calme. Después de torturarnos, los militares se comunicaban con El chalet y se escuchaban los ruidos de esta escalera de madera. Ahora, viendo, entiendo que acá estaban quienes dirigían el destino de la vida o la muerte”, relató con crudeza y precisión el sobreviviente Hugo García.
Un cura de paseo
Christian Von Wernich, sacerdote de la Iglesia Católica que se desempeñó como Capellán de la Policía de la Provincia de Buenos Aires durante la dictadura militar, visitaba este centro clandestino. Rubén Schell, “El polaco”, contó una anécdota con él y también con Camps: “Me picanean cuando llego. La segunda vez que me sacan para torturarme hacen una bajada de una escalera y subir, subir, subir, una escalera de madera. Yo vendado reconocía el viento que entraba por la ventana y el piso de machimbre”, dijo El Polaco en el cuarto de El Chalet donde lo torturaron. “Me traen a interrogar con quien decían era “El Coco”. Después, indagando, nos dimos cuenta que era Camps. Me hizo una serie de preguntas y me decía: “Flaco, vos con esta pinta tenés que ser un SS, ¿qué hacés con esta manga de negros?” Yo tengo un tatuaje, que no me avergüenza mostrarlo, que a mí me salvó la vida. Me lo hice cuando tenía doce años, unas hélices al revés, que decían que era una simbología nazi que no sabía, y que pude averiguar que es un símbolo más antiguo. Me palmeó la espalda y dice: ‘ este me le dan bien de comer’. Si había un pan más me lo daban a mí, y yo lo distribuía con los compañeros», recordó. «La tercera tortura, que fue la más jodida para mí, fue la que me infringió Von Wernich, que fue tocarme en los aspectos morales, familiares, de amistades y religiosos. Lo terminé puteando, le dije que para mí no era un cura, que era un cura con jineta, un hijo de puta. Sigo teniendo fe, no me la pudo quebrar y pude testificar”, dijo Schell, quien todavía no declaró en el juicio actual. Von Wernich solía pasearse por todo lo que fue el Circuito Camps. Fue condenado a prisión perpetua en el juicio que siguió a la desaparición de Jorge Julio López, Antes de pasar a otro sector del centro clandestino, Ruben Schell reiteró que fue una dictadura cívico, militar, eclesiástica.
La celda
Una celda del Chalet no tiene ventilación, ni agua. Las pintadas en la pared son ruegos a dios y perdones a la madre, con fechas que van entre 2018 y 2020. “La DDI supuestamente no tiene que tener personas detenidas, salvo por averiguación y acá llegó a haber 14 personas, en esa celda”, explicó Samanta Salvatori de la Comisión Provincial por la Memoria, la CPM. Es imposible pensar cómo podían entrar 14 personas en esa celda que señaló. Ni hablar de pensar en permanecer horas o días. “Por ahí estaban una semana en esas condiciones, no tenían dónde dormir, dónde ir al baño”.
Inundaciones en democracia
Luego de atravesar una conexión entre El chalet y el edificio, Salvatori relató que la cocina funcionó durante la dictadura y también con posterioridad. En esa zona se realizaron algunas modificaciones y cerramientos. “A mí cuando me traen en el 85, esto estaba abierto. Me entraron por ahí y me trajeron acá”, contó Miriam Arbet, mientras señalaba cada lugar. Ella es una de las tantas personas que estuvo detenida en democracia en el Pozo de Quilmes. Luego de una inundación, protagonizó en Solano una serie de cortes reclamando al intendente Eduardo Vides insumos mínimos: agua, alimentos y medicamentos para la población. “Había una salita y vinieron los servicios y me preguntaron cómo lo hacíamos y por qué habíamos cortado los puentes y eso estaba comunicado”. Miriam fue detenida junto a su beba y salió al día siguiente. A su madre, que también la llevaron por lo mismo, tardaron más en soltarla. Durante la dictadura genocida hay testimonios de torturas en ese mismo lugar. Al hacer el recorrido, entrando por El chalet y luego pasar al edificio para llegar al garaje hay que bajar por una escalera interna. La sensación de Pozo se siente en la piel, en cada paso.
Trece años
“Yo estuve acá, con mi hermano. En este calabozo”, dijo Oscar Herrera, que visitaba el sitio por primera vez después de su secuestro. “Tenía trece años. Éramos como 12 compañeros”. El sobreviviente hizo el gesto de sentarse contra una de las paredes con las manos atrás y simuló tener una venda. “Escuchaba los gritos de la torturas que venían desde abajo”, dijo al revivir ese momento exacto. También contó sobre las torturas a su hermano de dieciocho años y que un guardia le robó los zapatos nuevos que tenía puestos. “Traían una polenta y yo quería tomar un poco de agua, y no. Había un tipo en la puerta y le pedí agua y no me quería dar agua porque no sabía si me habían torturado”, recordó. Su madre, su padre y su hermano mayor permanecen desaparecidos. “Es reparador esto de recuperar este espacio. Una gran emoción, me debía esto de conocer”, había dicho Oscar en la conferencia de prensa.
Walter Docters, quien estuvo en la zona de calabozos del edificio, dijo que podían tomar agua una sola vez al día. Que en un piso encerraban a las mujeres y en otro a los hombres, y que se comunicaban con señas desde unas ventanas. También rescató la solidaridad de los y las secuestradas, que podía variar entre compartir los escasos alimentos que tenían o lavarse la ropa. El único rasgo de humanidad lo aportaban ellos y ellas. Cabe recordar que todo el funcionamiento de este lugar se pudo reconstruir en base a los testimonios de los y las sobrevivientes.
Los y las vecinas del pozo
Viviana Buscaglia, integrante del colectivo Quilmes, Memoria, Verdad y Justicia, retrató en diálogo con La Retaguardia las características del barrio “La Barranca”, donde estaba emplazado el Centro Clandestino. Si bien muchos vecinos y vecinas se fueron mudando, desde el Sitio de memoria pudieron rescatar varios testimonios. Una vecina que vivía justo enfrente, “daba portón con portón y nos contaba que ella sentía la tensión cuando bajaba”. Para la vecina eso era porque comenzaban las torturas. “Usaban la picana y decía que escuchaban gritos y que ha visto traslado de prisioneros”.
Otros testimonios decían que las dos calles estaban valladas, aunque permitían el paso del colectivo. “Si vivías por acá tenías que entrar con el auto con las luces prendidas y en la esquina había una garita que no es la que has visto por ahí en las fotos, que es la que estaba cuando nosotros recuperamos la cárcel, que estaba en el tercer piso. No es la misma garita. Esta era hexagonal y la que estaba en la esquina era cuadrada”, especificó Buscaglia.
Pese a tener el Hospital Isidoro Iriarte de Quilmes muy cerca y a estar pegado al centro histórico de Quilmes, dos zonas transitadas, por la esquina del centro clandestino no pasaba nadie. “Como que había algo más allá de las vallas y ninguno te puede decir: ‘yo sabía que pasaba esto, esto, esto, esto y esto’. Nadie te lo puede decir. Cuarenta y cinco años después, con el diario del lunes, podés con esos recuerdos como inscribirlo, abrirlos y vas armando este rompecabezas”, sumó Buscaglia.
Aunque entre los vecinos había por lo menos uno que sabía un poco más. En una actividad que realizaron con estudiantes preguntando en el barrio para recuperar la memoria de la época de la dictadura, se toparon con un simpático jubilado de aeronáutica, retirado, que les contó que había participado en “alguna ocasión de vuelos de la muerte, que le habían subido gente atrás, que no se había podido negar y tuvo que comandar el avión”, relató Viviana.
El pozo y la primera
Buscaglia marcó algunas diferencias importantes entre las comisarías de Quilmes y El Pozo. “Acá a seis cuadras tenías la Comisaría 1 de Quilmes, que es la única comisaría que tiene planta baja y primer piso. Todas las comisarías de Quilmes tienen solamente planta baja, y la única que tiene planta baja y tres pisos es el Pozo de Quilmes”. Por eso considera que es importante preguntar en los juicios a las y los testigos que dicen haber estado secuestrados en Quilmes si pueden precisar si subieron escaleras. La diferencia entre la cantidad de pisos que subieron puede indicar en qué centro clandestino de Quilmes estuvieron. “La 3, que es donde estuvieron detenidos los compañeros de SAIAR, tiene una sola planta”.
La militante del colectivo Quilmes, Memoria, Verdad y Justicia recordó el testimonio de Alberto Maly, quien declaró en el Juicio a las Juntas y también el 7 de julio de 2004 en los Juicios por la Verdad. Maly estuvo secuestrado en el pozo y sobrevivió, fue uno de los tantos que mirando por una ventana supo dónde estaba al reconocer los techos del hospital. Fue secuestrado el 16 o 17 de septiembre de 1977 y el 11 de febrero lo trasladan a la Comisaría 3 de Valentín Alsina, donde lo liberan los primeros días de septiembre de 1978. “En una oportunidad que a mí me bajaron para interrogarme y esta vez no con máquina, perdón…, con Susana, o sea la picana, me dejaron parado en la bajada de la escalera, ya llegando a la planta baja y ahí estaban todas las oficinas y escucho a una voz que dice: “tenemos cuatros traslados a la IMPA”…”, declaró el sobreviviente en 2004. “La IMPA, que era la Escuela de Aeronáutica y además es una escuela secundaria industrial que sigue funcionando como la Técnica 7”, explicó Buscaglia y la sitúa a unas quince cuadras para el lado del río. La IMPA nunca fue investigada. “A dos cuadras de la IMPA, en el río, está la Prefectura”. De ese lugar, sospechan, trasladaron en lancha a un grupo de uruguayos y uruguayas que pasaron por El Pozo y fueron vistos también en el país vecino. “Hay compañeros que los han visto acá y los han visto del otro lado, así como los torturadores uruguayos venían a torturar acá. Bueno, esa ida y vuelta es muy probable que se llegue a ver en la Prefectura”, analizó Buscaglia.
Maly en su testimonio también dijo que de la Brigada de Quilmes “se trasladaba gente para arrojar de los aviones, se los trasladaba a la IMPA y de ahí al Río de la Plata…”.
El Anexo
Como muchos otros Centros Clandestinos de Detención Tortura y Exterminio, es posible que el Pozo de Quilmes tuviera un anexo. Viviana dijo que cuando a Néstor Zurita lo secuestran por segunda vez, “ya no lo traen acá, lo llevan a otro lugar. Él dice a cinco o diez minutos del Pozo, que era un lugar que todavía no pudimos individualizar. Pudo haber sido la 8. Describe el lugar donde arreglaban autos de la Policía. Puede haber ido a Puesto Vasco”.
“Hay un mito con un edificio de Bellas Artes, que las compañeras, incluso los antropólogos que hicieron el trabajo de excavación de los indios Quilmes, lo registran como un lugar terrible porque tenía marcas de grilletes en un sótano. No tenemos ningún testimonio. Y hay alguna idea que pudo haber otros lugares”, explicó Viviana.
—Mi jefe me decía que este no era un Centro Clandestino. El que sí había sido un centro clandestino era el que está pasando la barrera de Ranelagh —le dijo una vez un policía joven de la Brigada, que había bajado a fumar en la puerta, cuando todavía no habían recuperado el sitio y estaban realizando un trabajo de investigación con estudiantes.
“Pero nada…, son estas cosas que no tenemos nadie que nos lo cuente. Que pueda inscribirse ahí y decir bueno, yo estuve acá, tampoco es que tenemos acceso a todas las comisarías”, concluyó Viviana.
Reformas
Si una persona distraída o apurada saliera del garaje del Sitio de memoria tendría que tener mucho cuidado para no golpearse la cabeza con la puerta blanca que abre para adentro y para arriba. Además de distraída o apurada, esa persona debería superar el metro setenta de altura. Pero en ese garaje hay testimonios de sobrevivientes que dan cuenta del ingreso de un camión. Por esa puerta actual parece imposible. Los genocidas realizaron una serie de reformas edilicias en pos de desacreditar los testimonios de las y los sobrevivientes.
Mirando con atención la puerta del garaje, se puede ver que efectivamente la achicaron; quedaron marcas en el revoque de la pared. Algunos cuartos fueron cambiados de lugar, por ejemplo el recorrido del baño a la sala de torturas era directo. Hay rejas que no estaban donde hoy están y escaloncitos fuera de lugar. Algunas cosas se notan al tacto, por el cambio de material. El paredón de entrada fue modificado. “La zona de los calabozos no está modificada, excepto la del primer piso, que había una puerta que iba a la cocina y acá calculan que había una escalera caracol de chapa”, contó Viviana Buscaglia en un recoveco del siniestro chupadero. Sin planos se hace difícil la reconstrucción, únicamente queda el registro de las víctimas.