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Schulman y lo personal, que siempre es político

Por LR oficial en derechos humanos, Feminismo, Género y Diversidad, José Schulman, Opinión, violencia de género

La agresión ejercida por José Ernesto Schulman, ahora expresidente de la centenaria Liga Argentina por los Derechos Humanos, a una trabajadora de la Terminal de ómnibus de Santa Clara del Mar, nos abre la puerta no sólo al análisis del video viralizado, algo que los medios tradicionales ya han hecho hasta el cansancio, sino a un movimiento más comprometido con la reflexión en torno a la violencia en nuestros espacios cotidianos, utilizando las herramientas que nos brinda la experiencia del movimiento feminista. (Por La Retaguardia)

✍️ Redacción: Chechu Rodríguez/Tamara Alfaro Moreno

💻 Edición: María Eugenia Otero/Fernando Tebele

🖍️ Ilustración: Marilina Contreras/La Retaguardia


En el video, claramente, hay  un acto de violencia patriarcal, un abuso de poder simbólico y físico perpetrado por un hombre mayor sobre una mujer joven en su ambiente laboral. Sin embargo, la mayoría de los titulares pusieron el foco en que el atacante es (¿era?) un referente de los derechos humanos en nuestro país. Por eso mismo la condena social se extendió tan rápida y públicamente como fue posible. Hubo mucha gente apurada por “despegarse” de la figura de Schulman. Aparecieron indignadìsimos -y muy bien escritos- repudios al hecho, acompañados de solidaridades vacías hacia la empleada. En las redes sociales se multiplicaron los comentarios, algunos desde la ignorancia absoluta sobre la militancia que Schulman viene sosteniendo por los DDHH y, otros, sobre hechos anteriores de violencia patriarcal, de carácter mucho más sutil, que Schulman habría tenido con compañeras en esos mismos espacios de lucha.  
En el video se puede ver cómo el sistema patriarcal se manifiesta con claridad, con todo el abuso de poder en primera plana, pero, ¿qué pasó con esas situaciones previas que no implicaban violencia física ni amenazas y que no fueron filmadas ni viralizadas? Para ser recordadas a partir del video, debieron ser vistas y reconocidas como injustas e inapropiadas cuando sucedieron; sin embargo, el trasfondo patriarcal parece esclarecerse recién ahora, con todos los dedos señalando a Schulman. “Vergüenza es robar y que te pesquen”, dice un viejo dicho. 
Desde registrar micromachismos, sutiles y a veces imperceptibles ejercicios de dominio masculino en la vida cotidiana que atentan contra las subjetividades femeninas, hasta visibilizar las violencias más explícitas, como las psicológicas, políticas, económicas o sexuales, es importante mirar nuestros espacios cotidianos desde la perspectiva de género. De otra manera los hechos se contemplan por el impacto de los mismos como si fueran un “sin sentido” o “un desborde” de quien se posiciona en protagonista, justamente por la carencia del análisis contextual e histórico de estos actos. La disculpa de Schulman, precisamente, sólo abarca el único hecho de violencia que se hizo público, presentándolo como un hecho aislado en una vida de lucha y militancia, como una acción contraria a todas sus convicciones. Y seguramente él lo perciba de esta manera y muchas/os de sus compañeras/es de militancia, también. Y no es mentira: efectivamente hay una vida de militancia antes de este hecho; es cierto que Schulman es un referente de los derechos humanos; también es verdad que esto va en contra de las convicciones que defendió a lo largo de su vida. Pero también hubo (hay) una violencia no percibida, normalizada y, seguramente, silenciada. 
Existe un silencio cómplice, un pacto entre caballeros que suele establecerse entre los varones, especialmente entre aquellos que ocupan posiciones de poder. Pero también existe otro silencio, el de la costumbre, por llamarlo de alguna manera, que incluso puede ser no solo de varones. Se percibe el acto como algo violento, pero también se lo minimiza y se lo excusa hablando de generaciones distintas, de malos momentos o de desbordes; se lo olvida a la luz de los logros y/o del cariño hacia quien lo realiza; se supedita el bienestar de quien padece esa violencia por un bien mayor, el de la organización o el de la lucha conjunta… 
Cuando no podemos mirar nuestros espacios cotidianos desde la perspectiva de género, se nos olvida que todas, todes y todos crecimos en una sociedad patriarcal. Eso incluye a las personas referentes, y nadie está exento de comportarse en forma violenta. Ni siquiera nuestras propias prácticas, ni las de nuestras amistades, familias y militancias quedan afuera. 
Condenar públicamente una conducta violenta porque fue filmada y viralizada sin reflexionar en clave de género sobre las prácticas institucionales que habilitaron la escalada de violencia, es convertir al victimario en un chivo expiatorio. Es lavarse las manos. Una salida fácil y políticamente correcta para las organizaciones y los medios tradicionales de comunicación. Incluso, da lugar a la victimización de la persona violenta. 
Entonces, continuando con esta tarea reflexiva y ya que vivimos y asistimos al mismo sistema educativo, nos desarrollamos laboralmente y nos criamos dentro del sistema patriarcal, sin señalar o escandalizarnos casi como tomando distancia del hecho, pero poniéndolo en contexto, cabe preguntarnos: ¿estamos pudiendo ver en nuestros espacios cotidianos las acciones mínimas simbólicas, psicológicas, verbales, que anticipan situaciones violentas como las publicadas? ¿Qué estamos haciendo para erradicar este tipo de violencia en ellos? ¿Qué hacemos con quienes cometen un acto de este tipo? Demasiadas preguntas quizás. Apostamos a que, en la medida en que nos las hagamos, podamos encontrar respuestas. Y que sean, sobre todo y esencialmente, nuevas construcciones colectivas.