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Crónica de una jornada que recordaremos para siempre

Escrito por el septiembre 4, 2022


Después del atentado contra Cristina Fernández de Kirchner, centenares de miles de personas se movilizaron en todo el país para repudiar la violencia política. Un integrante de La Retaguardia comparte sus sensaciones de un día que modifica la historia.

Redacción: Paulo Giacobbe
Edición: Fernando Tebele
Fotos: Bárbara Barros / Paulo Giacobbe – La Retaguardia

Foto: Bárbara Barros / La Retaguardia

Noche del jueves. Al principio algunos medios televisivos no le dieron al hecho la magnitud que merecía. La noche anterior un repartidor había agredido a los manifestantes; ese tipo de acciones ya habían sido naturalizadas desde que una vecina los amenazó con un arma blanca; quizás se pensó que ocurriría lo mismo con este hecho.. A las pocas horas no quedaban dudas. Nuevas imágenes llegaban a las retinas y sobre esas imágenes nuevas, otras imágenes nuevas sacudían la información recibida. La más clara: un revólver fue gatillado dos veces en la cara de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ella no se dio cuenta del ataque, se enteró cuando subió a su casa. Había un detenido. 

Foto: Bárbara Barros / La Retaguardia

Cerca de la medianoche, el presidente Alberto Fernández leyó un discurso por cadena nacional. Decretó feriado para el viernes 2 de septiembre y empezaba a quedar claro que se venía una movilización importante. Por la mañana, la Corte Suprema de Justicia de la Nación expresó “su más enérgico repudio al atentado perpetrado contra la Sra. Vicepresidenta de la Nación y el compromiso de la justicia para esclarecer este lamentable hecho”.
Así, relatado rápido, se pierde un poco. Son intensas horas, de intensos días. 

Recoleta

Mañana del viernes. Casa de Cristina. La calle Juncal está cerrada al tránsito y a los transeúntes por una cinta naranja que dice “Escena del crimen”. Atrás de la cinta, integrantes de la Policía Federal, de civil y de uniforme, parados a pocos metros de distancia unos de otros, dejan pasar solo a quienes viven en esa cuadra. Una oficial tiene una planilla y  parece chequear los nombres de los vecinos. Un repartidor de algún supermercado no tiene suerte, no está en la lista y debe dar un rodeo. Uno de los policías pasa para este lado y ve a un vendedor de café ambulante. Le compra uno. El cafetero le pide si puede acompañarlo para cruzar hasta el otro lado, así no tiene que dar la vuelta. El policía le dice que sí Hacia el otro lado, en la puerta de un edificio, un encargado está parado junto a dos vecinos. Se ríen y hablan fuerte para ser escuchados. Su broma parece estar relacionada a una posible bomba en una bolsa de basura. Vociferan su decepción por los tiros errados.

En la esquina de Uruguay, a pocos metros está la entrada al edificio donde vive Cristina, está reunida la prensa, en su mayoría fotógrafos/as y movileros/as. Prácticamente no hay movimiento ni militantes. Un fotógrafo se cae de la escalera desde la que hacía la guardia y no cae sobre nadie.

En una ventana hay un pañuelo de las Madres recordando a los y las 30 mil. Un taxi estacionado tiene en su parabrisas una bandera con las caras de Néstor y Cristina. En el semáforo donde está atada la cinta naranja que marca el escenario de un crimen, un cartelito con corazones: “Muchas gracias, Cristina. Acá tenés al pueblo para la revolución”.

Foto: Paulo Giacobbe / La Retaguardia

Obelisco y Plaza de Mayo

Mediodía. Organizaciones sociales flamean sus banderas en el Obelisco. Por Diagonal Norte, se ve gente suelta, familias con integrantes de todas las edades, que caminan hacia una plaza llena. La comparación con los 24 de marzo resulta inevitable. No es lo mismo, pero se asemeja. Sería más correcto hacer la comparación con las marchas que un sector de la oposición, la derecha, propone durante los feriados. La diferencia es notable. De entrada nomás, no hay guillotinas. Ni hablar de bolsas mortuorias o pedidos de pena de muerte. La bandera argentina es un punto en común en ambas marchas, o de disputa. Otro tema es la urgencia de la convocatoria. Un relámpago. En apenas horas se salió de manera masiva; existe un deseo de ganar la calle.    

Foto: Bárbara Barros / La Retaguardia

En el Obelisco, con una bandera uruguaya en sus espaldas, están Renata y Oscar. Ellos estuvieron el sábado en el domicilio de Cristina, el día que Horacio Rodríguez Larreta tuvo la brillante idea de rodear a la vicepresidenta con vallas, por el temita de darle tranquilidad a los vecinos. Renata y Oscar ese día adivinaron las intenciones represivas de la Policía de la Ciudad y se fueron antes. “Vimos por cómo se movían los policías, por la expresión del cuerpo, que iba a comenzar la represión”. 

Se enteraron del atentado cuando prendieron la tele al llegar a la casa. Venían de una reunión política. “Horrible, horrible, un estado de angustia muy grande”,  describe Renata. “Menos mal que la cosa, por Dios o por quien sea, falló”, agrega. Calcula que si no”a la Argentina la hubiese arrastrado la sangre”. No dudaron ni un segundo en salir a la calle.  “Veíamos la obligación o la necesidad de acompañar este momento que está padeciendo no solo Cristina, sino toda la Nación argentina” dice Oscar, y le dedica unos renglones a los medios de comunicación: “Es dura la lucha contra los que se llaman medios hegemónicos, que manejan toda la prensa escrita, televisiva, cuesta mucho superar eso. La única manera es seguir a la antigua, convenciendo boca a boca, casa por casa, demostrando que el gobierno de Cristina fue un gobierno popular, no fue un gobierno populista”. 

“Vinimos acá porque creemos que la democracia se sale a defender”, dice Darío, mientras se aparta de su columna. Del atentado se enteró cuando llegó de trabajar, al poner el noticiero. Ahí empezó a mensajearse con sus compañeros y se fueron para Juncal. “Estuvimos ayer a la noche. Era una sensación muy rara, de bronca, de miedo, de indignación, de que todo lo que venimos construyendo se venga a desmoronar, y esa sensación de que teníamos que salir a la calle, autoconvocarnos y salir a la calle”, señala. 

Damián y Morena miran al Obelisco desde  sus anteojos negros. Ambos son paseadores de perros y a la mañana decidieron no trabajar y salir a la calle para apoyar a Cristina. Damián estaba cenando con un amigo y vio los videos por Instagram. Las primeras sensaciones fueron de “miedo, dolor, impotencia, de empatía, de estar ahí para ayudar, de mucho miedo porque pasó algo de gravedad. Ella no se dio por aludida pero a la vez pasaron como siete minutos que no se la llevaron del lugar y para mi deberían habérsela llevado, entonces con miedo”, dice. “Mucha bronca y al toque empezar a pensar sobre los discursos de odio y los medios de comunicación”, recuerda Morena, que se enteró viendo un streaming de una “piba que habla de política y ella se estaba enterando al mismo tiempo”. Morena marca un momento de inicio de esa campaña de odio: “Se viene gestando desde el 2008 con el conflicto con el campo. Las campañas contra ella fueron creciendo hasta querer matarla”.  

Por Diagonal Norte no hay columnas de ninguna organización o partido político. Se ve la primera parrilla, a cuatro o cinco cuadras de la Catedral, que está vallada. Ana y Juan caminan con su hijo de la mano. Tienen dos hijos más que ya están en la plaza. No miran televisión pero anoche tuvieron que prenderla. “Nos llegó un mensaje que habían querido matar a Cristina y prendimos la tele y empezamos a ver lo que estaba pasando”, cuenta Juan, “conmoción y sorpresa”, agrega. Ana pensaba que no era posible: “Es impensable a nivel de evolución de país que estuviera pasando algo así. No hay ningún tipo de justificación y que en este momento la plaza debería estar llena de todo el mundo. Los que se autoproclaman como republicanos, demócratas, porque esto es como algo que atenta contra el estado de derecho en sí”.  Apenas supieron de la convocatoria tomaron la decisión de marchar. “Si bien a uno le cuesta creerlo, también con todo el discurso que hay desde los medios de comunicación, el odio que generan en la gente, podía pasar, algún loquito o algo armado, no sé, pero con el odio que están generando en la gente, era posible”, concluye Juan.

En la Plaza de Mayo se va montando un escenario con grandes torres de sonido. Dicen los organizadores del Partido Justicialista que arrancaron de madrugada. El hermetismo es total, aunque son proclives a deslizar que alguien va a hablar. Se especula con que sea Cristina, se rumorea que se descarta, y finalmente será que no. Hay un enorme corralito para la prensa. El vallado no es de rejas altas, y el espacio que ocupan es similar a cuando estaban las otras rejas, las amuradas. Aunque la circulación es libre por el lateral. El monumento a Belgrano, con las piedras que le dejaron al gobierno por los muertos del Covid, quedó en ese espacio. De lejos se lee un cartel pegado desde ese día que dice “BASTA” y abajo una frase más pequeña. Vaya a saber cómo seguía.

En la reja de la Casa Rosada, esa que un automovilista entrando de madrugada supo derribar durante el gobierno de Mauricio Macri, hay doble cordón de la Policía Federal. Estan de  civil, con el buzo que los identifica por sus siglas. Uno de los policías tiene el pantalón vaquero tan roto que si lo viera su abuela seguramente lo  retaría. En la calle de atrás de la Casa Rosada hay cinco micros estacionados, vacíos. Un hombre le dice a un nene que esos son los micros de los piqueteros que vienen por plata. Independientemente de cualquier razonamiento apolítico, hay una cuestión matemática: la cantidad de personas que hay en la Plaza de Mayo no entra en cinco ómnibus Mercedes Benz. Parece el chiste ese que pregunta: ¿cómo entran cuatro elefantes en un fitito?

Por el acceso que la Casa Rosada tiene por Leandro N. Alem/Paseo Colón hay bastante movimiento de autos. Agustín Rossi, jefe de la AFI, pasa caminando por un costado. Hay pocos movileros que van anotando los ingresos. No es exagerado decir que llega un auto por minuto. Luego se publicará una foto de Alberto Fernández al lado de Taty Almeyda y Estela de Carlotto en una mesa que muestra el amplio apoyo de distintos sectores. Antes de esa foto, cuando todavía ingresan autos, pasa un ciclista de alta competición pegado a la reja de la Casa Rosada. Se queja: “Tanto lío, si no le dispararon”.

Desconcentrando por una paralela a Rivadavia camina Melina, docente e investigadora de la Universidad de La Plata. “Esto, más allá de ser un atentado contra una persona, es un atentado contra la democracia”, analiza. Se enteró del atentado por Whatsapp. Estaba en su casa con sus hijos y no lo podía creer, sintió mucha preocupación. “Lo tuve que ver un montón de veces para reaccionar”, suma.  Compañeros de trabajo le habían mandado un video. “No es trivial que el discurso de odio llegue a tal extremo. Yo particularmente no creo que sea el hecho de un loquito individual, sino que viene de otro lado. Muchísima preocupación por la situación actual, ya de por sí la persecución política no es suficiente y necesitan cometer un acto tan aberrante como sería el asesinato de Cristina”, finaliza. Ayer mismo tomó la decisión de marchar hasta Plaza de Mayo con su familia. 

Foto: Bárbara Barros / La Retaguardia

Durante toda la recorrida también se notó el abrazo del encuentro casual. La alegría de cruzarse con alguna persona conocida, de donde sea,  y sentir la calidez de caminar a la par. La energía del día fue un vaivén de sentir, pero no se veía la alegría de otras marchas. La advertencia al gorila sobre la cantidad de nafta que tiene fue el canto predominante. Las juventudes lo vivieron de otra manera, seguro, que las personas más grandes. Hay quienes prefieren no hablar, piden sentidas disculpas; se ven lágrimas largas, quizá de horas. En charlas en off, el escenario de guerra civil, como definición rápida, era imaginado si la bala que no salió hubiese salido. La relación de abrazos que parte del pueblo tiene con su líder política fue modificada violentamente. No confundir con derrota.

El molesto edificio

Son un poco más de las cinco de la tarde. La plaza sigue llena, las inmediaciones, los bares y pizzerías también. La rotación de la movilización es continua, están los que llegan y los que se van. Quienes se quedan. Las familias con niños y niñas abundan. En la 9 de julio, para el lado de Constitución, el edificio del Ministerio de Desarrollo Social aún no ha sido demolido y además de la cara de Evita luce una bandera gigante de Cristina. En esa cuadra no hay manifestantes que entorpezcan el tránsito y desde la Avenida Belgrano, a metros del edificio, salen cuadrillas de limpiadores de la ciudad, con sopladoras y mangueras, con camiones de basura. En esa cuadra no hay gente. En la otra, la concurrencia es más nutrida. Debe ser que la transformación no puede parar,  y sin medir sus actos establece prioridades. Se puede dibujar un parecido: cuando estás solo en un bar y te empiezan a barrer al lado, poniendo las sillas arriba de las mesas. Pero en este caso el bar estaba lleno. En otra oportunidad ese rol lo hubiese cumplido la Policía de la Ciudad, pero esta vez casi no se la vio. Cuando en Avenida de Mayo sobrevolaba un helicóptero de la PFA, desde abajo se lo silbaba. La marcha fue pacífica y sin incidentes. 

Foto: Paulo Giacobbe / La Retaguardia

El salir a la calle no fue solo exclusivo de la Ciudad de Buenos Aires; el impulso fue federal. Los medios tradicionales opositores al gobierno continúan en su plan de minimizar el atentado a Cristina, subrayan que fue fallido. Ningunean la cantidad de gente que fue a la Plaza. Tampoco muestran fotos. Los ataques avanzan en los comentarios virtuales. La línea editorial está escondida. 

Juntos por el Cambio no pudo ponerse de acuerdo internamente con el texto de un comunicado sobre el ataque a la vicepresidenta y  durante toda la mañana del sábado sus diputados deambularon entre asistir o faltar,  hablar o mantenerse en silencio, votar o no votar, durante la sesión especial para repudiar el ataque con una resolución. El principal argumento esgrimido es que no quieren que se hable de los discursos de odio.  

Foto: Paulo Giacobbe / La Retaguardia

El arco político en su mayoría repudió vía Twitter el intento de asesinato apenas ocurrido. Algunas de esas cuentas parecerían haber sido hackeadas: el tuit anterior y el que va a seguir después no condicen con el repudio. “Abro hilo…” y a la papelera de reciclaje con el repudio. Pero, en su mayoría, el arco político repudió. Hubo quien no dijo nada, quien paseó por la ambigüedad y también hubo quienes metieron segunda. Se diferenció la solidez de la izquierda con el zigzaguear de la derecha y su extremo. 

Para cuando la obsesión por la limpieza del Gobierno de la Ciudad se activaba, Cristina salió de su casa en Recoleta con anteojos de sol, saludó a quienes continuaban en la puerta esperándola, alcanzó a darles la mano a dos personas que estaban detrás del cordón naranja. La custodia la apartó del lugar y se subió a su automóvil, sin que se informara sobre su destino. No iba a dar un discurso en la Plaza llena y el acto que de este sábado en Merlo ya se había suspendido con antelación. Frente a su casa continuará la llegada de personas para brindarle apoyo. 

Adivinar el futuro es una tentación que conviene evitar aunque resulta obvio que nada será exactamente igual. 


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