Canción actual

Título

Artista


“En el juicio pude sentirme víctima”

Escrito por el octubre 31, 2022


Alcira Camusso, sobreviviente de la Comisaría de Ramos Mejía, dialogó con La Retaguardia en las instancias finales del juicio por su secuestro y el asesinato de su esposo Gabriel Rodríguez. Encarar la querella recién en 2014. El impacto de la inspección ocular. El ataque del Terrorismo de Estado específicamente contra las mujeres. La reparación que el juicio puede dar. Ser víctima y sobreviviente del genocidio desde los 19 años y testimoniar en homenaje. Los responsables del genocidio “merecen la cárcel común y efectiva. Busco justicia para mi compañero y para los 30 mil”, dijo Alcira durante el juicio.

Entrevista: Fernando Tebele
Redacción: Paulo Giacobbe
Producción: Camila Cataneo
Edición: Fernando Tebele
Fotos: Archivo Natalia Bernades / La Retaguardia

El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Comisaría de Ramos Mejía entró en etapa final de alegatos; solo falta la defensa de unos de los imputados. Alcira Camusso es sobreviviente de ese Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio de la Provincia de Buenos Aires y parte querellante en este juicio. En diálogo con La Retaguardia explicó que un “poco antes de 2014”, y por impulso de su hija, se conformaron como querella: “mi hija, María Victoria, fue quien me propuso querellar por el asesinato de su padre y por supuesto que adherí a su pedido, y luego se incorporó Sarita, la mamá de Gabriel”. El abogado que las representa es Pablo Llonto. 

Gabriel Rodríguez y Alcira Camusso militaron en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y en la Juventud Peronista (JP) hasta que, producido el golpe del 24 de marzo de 1976, se unieron a Montoneros. Desarrollaban un trabajo barrial y Gabriel tenía formación religiosa. El 27 de julio de 1976 nació la hija de ambos, María Victoria. A los médicos del Hospital Posadas que venían asistiendo a Alcira en el curso de preparto los desaparecen antes del nacimiento. Alcira y Gabriel deciden abandonar sus lugares de trabajo por temor a ser secuestrados. A partir de ahí deambularon por casas de amigos, familiares y compañeros que solidariamente los alojaron. “La situación se volvió muy difícil porque en realidad comprometíamos a las personas que nos estaban ayudando”, describió Alcira  en su testimonio del 27 de junio de este año frente al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 

Escapar del Terrorismo de Estado

Con la intención de establecerse en Francisco Álvarez, Provincia de Buenos Aires, es que transitoriamente estaban viviendo en la casa que alquilaba una tía de Gabriel en Ituzaingó.
El 24 de febrero de 1977 ocurrió lo que temían. “La calle estaba toda verde”, sintetizó Alcira en el juicio al referirse al operativo ilegal apostado frente a la puerta de su casa. Ella estaba embarazada de un mes y tenía 19 años, Gabriel 20 y María Victoria casi 7 meses.  

“Este debate ha probado que ese personal militar que luego va a trabajar en conjunto en la faz represiva con el personal policial de la Comisaría de Ramos Mejía, no tenía ninguna orden legal de detención en contra de las víctimas, ninguna orden legal de allanamiento de esa vivienda, ninguna orden legal de nada. Por eso hemos probado en el debate que cuando Gabriel intentó escapar a fin de evitar ser secuestrado, porque sabía qué le esperaba, sabía que serían torturados, fue alcanzado por los disparos de este grupo operativo y, herido, fue trasladado al Hospital Militar de Campo de Mayo, donde muere poco tiempo después por los disparos recibidos. Por eso decimos que sea cual sea el momento de la muerte, el crimen de Gabriel fue producto de los disparos de la patota del grupo de Artillería 1 de Ciudadela, que participó de aquel operativo del 24 de febrero de 1977”, expuso en su alegato Pablo Llonto. 

 

“El alegato de Llonto fue el mejor de todos, como todo lo que hizo desde el primer día, con una integridad personal, profesional, enorme. Me sigue sorprendiendo la reconstrucción perfecta de todo lo que fue nuestro caso y el de tantos otros compañeros”. Alcira no solo se sintió representada por Pablo Llonto, también contenida: “A los que vivimos todas estas situaciones, nos han quedado impresos tanto dolor, tanta pérdida, tanto sufrimiento. La mejor contención es el resultado de este juicio y que se haga justicia, pero en el mientras tanto, el acompañamiento, la confianza, la responsabilidad y el sentirse representado e interpretado es muy importante”.     

El alegato de Llonto fue el mejor de todos, como todo lo que hizo desde el primer día, con una integridad personal, profesional, enorme. Me sigue sorprendiendo la reconstrucción perfecta de todo lo que fue nuestro caso y el de tantos otros compañeros”

El día que asesinan a Gabriel, también secuestran a Alcira, embarazada. María Victoria queda en la casa de una vecina que conocía a la familia de Gabriel. Alcira permanece como desaparecida en la Comisaría de Ramos Mejía. La encierran en un calabozo y no le dan ni agua ni comida. La madre de Gabriel, Sarita Romero de Rodríguez, tuvo que ir a reconocer el cuerpo de su hijo a la comisaría de Ituzaingó el 25 de febrero, al día siguiente del operativo. “Tuvimos la suerte de que nos entregaran el cuerpo”, le dijo Sarita a Alcira en una visita que pudo hacer en la Comisaría. A Gabriel pudieron velarlo y enterrarlo.   

Pero antes de la visita de Sarita, a Alcira la trasladan. La bajan en un lugar y la someten a un simulacro de fusilamiento. De ahí la llevan a otro lugar donde la torturan y manosean. Al poco tiempo la cargan en un vehículo y la vuelven a llevar a la comisaría. El médico que operaba en la maternidad clandestina de Campo de Mayo, Norberto Atiilo Bianco, le da un frasco y le dice que junte orina para analizar y saber si todavía estaba embarazada. Alcira había tenido pérdidas.  

Cuando su suegra la visita, Alcira se entera que María Victoria está con ella, pero también del asesinato de Gabriel. Un represor le había dicho que estaba vivo y recuperándose. Ese día se sintió morir. Fueron los presos comunes quienes le brindaron contención. “Encontré personas íntegras, solidarias, que hacían guardia de noche para hablarme, para cantarme, no lo voy a olvidar nunca. Después, eso tuvo que ver con una elección profesional que hice: soy trabajadora social. Pude comprender que a veces las circunstancias hacen a las personas y que la esencia de cada uno está en cada uno”.

Ya legalizada, Alcira es trasladada a Devoto, ya blanqueada y a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Pesaba 47 kilos. Pero su embarazo continuaba. Las presas le hacían budín con leche condensada para que ganara peso. Guisos, fideos con tuco. En los primeros días de octubre nació su hijo, Martín. 

Para el trabajo de parto fue atada de pies y brazos a una camilla mientras era insultada por Estévez, un médico de la policía.    

– ¡Sos una puta!
– ¡No te mereces tener un hijo!
– ¡Lloran y lloran y después tienen hijos!

Contra la alegría de los verdugos, Martín pesaba 3,900 kilos. Se lo sacaron y después se lo devolvieron. Pudo estar con Martín y sus compañeras de Devoto, que también eran madres, pero algunas no estaban con sus hijos e hijas porque después de seis meses a los recién nacidos los sacaban de la cárcel. Uno de los vigilantes estaba muy pendiente de Martín y se lo pedía para criarlo porque no tenía hijos, así nomás. Sumado a eso, después de un motín Alcira consideró que era mejor que se lo lleven sus abuelos. No se habían cumplido los seis meses.

Para el trabajo de parto fue atada de pies y brazos a una camilla mientras era insultada por Estévez, un médico de la policía.    

– ¡Sos una puta!

– ¡No te mereces tener un hijo!

– ¡Lloran y lloran y después tienen hijos!

Cuando le sale la expulsión del país, Alcira es trasladada a Ezeiza. Se reencuentra con María Victoria y con Martín. Con familiares y con amigos. Era el 2 de mayo de 1978. Verdugueada por el piloto del avión llegó a Bogota, Colombia. La esperaban su padre y su madre, que también habían tenido que exiliarse. Su motor militante no se había detenido, desde el exilio denunció a la dictadura genocida. 

De regreso a la Comisaría

“Creo que los policías se compadecieron de mí porque yo lloraba de hambre, literal, además tenía mucho frío”, dijo Alcira en el juicio. Otra noche, ya cambiada de celda y luego de firmar una declaración de culpable, la despertó una rata bajo su manta. La escuchaba roer y pensaba que era un sueño. Cuando se dio cuenta tuvo un ataque de gritos y llantos. “Siempre le tuve fobia a las ratas”, explicó durante el debate. Apenas una anécdota de ese Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio que fue la Comisaría de Ramos.  

Durante la inspección ocular a la comisaría, que aún funciona como tal, Alcira necesitó poner una pausa y tomar aire. 

—Hubo un momento que vos reconociste el lugar y te fuiste hacia afuera, ¿tiene que ver con estar de nuevo en la comisaría? 

Lo que pude después reflexionar es que de todo aquello, la herramienta que tuve fue la memoria y la palabra. No declaré solamente en el juicio; declaré en cada escuela que fui, en cada grupo de personas a las que convocábamos, en cada homenaje a los compañeros que hicimos en la zona oeste. 

En ese andar de homenajear y trabajar la memoria y la palabra, tampoco camina sola. Con otros compañeros y compañeras armaron la primera lista de desaparecidos “del antiguo Partido de Morón”. Pero en la Comisaría de Ramos fue distinto: “Estuve por primera vez pisando un lugar físico concreto, en donde había estado hacía 46 años. Y ese lugar físico te remite muy claramente y muy concretamente a  los hechos que vivimos, no solo yo, sino todos los otros sobrevivientes y los que no (sobrevivieron). Y me recordé a mí misma con 19 años, pasando por ese lugar tan horrible, estando ahí en cautiverio y di gracias a Dios y al Universo de poder estar viva para contarlo y dar testimonio. Siempre me planteé que desde el día que salí de Ramos Mejía, porque en la cárcel de Devoto con las compañeras militábamos la resistencia, me propuse dar testimonio. En homenaje a esa lucha y los compañeros que no están”.

La inspección ocular la realizó con otro sobreviviente de la Comisaría de Ramos, Héctor Ratto, por quien siente “una solidaridad muy profunda”. Se conocieron gracias a este juicio. 

Alcira junto a Héctor Ratto. Ambos pasaron por la Comisaría de Ramos Mejía durante sus secuestros y se conviritieron en testigos relevantes de este juicio.

El Terrorismo de Estado y las mujeres

—Uno veía a Llonto en el final (del alegato) recuperar el testimonio de Adriana Calvo y trazar un paralelo entre tu testimonio y el de ella. Más allá de los parecidos, está profundamente emparentado al ser mujeres y como el terrorismo de estado accionó en particulares contra ustedes, como militantes y también como mujeres. ¿Esto es algo que ustedes tuvieron claro desde el principio como secuestradas, como presas políticas, o también fue una elaboración de ustedes como mujeres asumir que habían sufrido particularmente por eso? 

En mi caso fue un proceso en la reflexión, no en la vivencia. De la comisaría de Ramos pasé al penal de Devoto donde éramos 900 mujeres y donde compartíamos las 24 horas del día con otras compañeras, con problemáticas muy similares. Muchas habíamos perdido a nuestros compañeros, muchas éramos madres, algunas estábamos embarazadas, algunas habían parido en un centro de detención y torturas. Otras, como yo, las menos, parimos en cárceles. Eso hacía que nos uniera mucho nuestra condición de mujeres. Nuestra particularidad como mujeres. Por otra parte, creo que el tema de género no sé si nos hizo sufrir más que a los compañeros hombres, creo que nos pegó en lugares distintos. Tengo compañeros y amigos hombres que estuvieron muchísimos años detenidos y creo que el dolor no se puede medir, que haya sido mayor o menor. Fue diferente. Creo que en el caso de las mujeres estuve en el pabellón de madres (en Devoto), compartí con mujeres que venían de todo el país, con sus hijos chiquitos. Nosotras teníamos esa realidad, de ver o no poder ver a nuestros hijos, de no poder verlos crecer, de verlos a través de un locutorio de vidrio. De pensar si queríamos que los trajeran o no, por el sufrimiento que implicaba para nuestras familias y nuestros niños. El tema de tener que entregar a nuestros bebés, como me pasó a mí, que lo entregué a Martín prematuramente a mi familia, luego del motín de presos comunes en Devoto, que fue otro episodio del Terrorismo de Estado. Y era tal la inseguridad en la que estábamos que decidí que iba a estar más seguro con sus abuelos. Pero sí, el tema de los manoseos, de las violaciones en el caso de otras compañeras, sí. Hubo una cuestión de género que nos unió. Y también la resistencia de las Madres, de las Abuelas, también implicó un armado, una cuestión de red que es muy propia de las mujeres, más propia de las mujeres que de los hombres.

Lo que me pasó cuando empezaron estas audiencias, que estoy siguiendo desde la primera, es que reconozco a Roberto Obdulio Godoy como la persona como la persona que entró ese día al calabozo donde yo estaba”

Una foto

Alcira explicó por qué para escuchar el alegato de Llonto, además de una foto de Gabriel, se colgó una propia en aquellos años. “En el juicio pude sentirme víctima. Aquella Alcira de 19 años, después 20, después 21, saliendo con dos hijitos muy chiquitos, sola. Sin mi compañero. Teniendo que empezar de cero afuera del país y después en el 84, con mi nueva pareja, y continuar con mis dos hijos que vinieron después. Me puse en el cartel porque obviamente la víctima irreparable es Gabriel Ernesto Rodríguez, mi compañero, pero yo también fui víctima de todos estos atropellos. No perdí la vida pero perdí mucho en esta historia. Y como siempre me asumí militante, me costó mucho reconocerme como víctima, no por culpa, pero sí en este rol de a mí me perdonaron la vida, entonces tengo que dar testimonio, tengo que hacer, tengo que luchar… Ahora sigo pensando lo mismo pero me tengo que reconocer como una persona muy vulnerada, muy atacada, con quien no tuvieron la más mínima compasión. Esto de llorar por hambre es algo que también, la actitud de los presos comunes, me hizo entender muchísimo a gente que llora por hambre por otros motivos, y sé que no tener para comer es una de las sensaciones peores que puede tener un ser humano”. 

Los imputados de este juicio son tres ex oficiales del ejército: Rodolfo Enrique Godoy, Roberto Obdulio Godoy y Francisco Rodolfo Novotny. Las penas que pidió la fiscalía van desde los 20 años a prisión perpetua. E juicio se puede seguir por el canal de Youtube de La Retaguardia.


“Lo que me pasó cuando empezaron estas audiencias, que estoy siguiendo desde la primera, es que reconozco a Roberto Obdulio Godoy como la persona como la persona que entró ese día al calabozo donde yo estaba”, afirmó Alcira en su testimonio durante el juicio. Godoy fue la primer persona de civil que vio en la Comisaría de Ramos. Disfrazado con peluca y un delantal blanco con manchas de sangre, Godoy, junto a dos personas más, la golpeaba e insultaba. “De esa cara no me olvidé nunca. Se hacía el loco, pegaba patadas en la pared. Lo reconozco por sus facciones, que aún con el paso del tiempo, no han cambiado. Las mismas cejas y la misma forma de mirar”. Alcira no lo había podido reconocer fotográficamente pero lo reconoció durante el debate.

Más allá del desenlace cercano de este juicio, la justicia deberá profundizar en el circuito represivo de la Comisaría de Ramos Mejía, que no tuvo solo tres engranajes. En palabras de Alcira: “Confío en el juzgado, espero no nos decepcione, que no nos defraude. Creo que el juicio de parte nuestra y de la fiscalía fue muy productivo, y también espero lo que dijo mi hija: ‘Que esta investigación se pueda llevar a cabo hasta las últimas consecuencias’. Hay otros oficiales con mayor jerarquía que deberían también ser juzgados”.    

Etiquetado como:

Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *



Continuar leyendo