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La ratonera de Wilde

Escrito por el noviembre 11, 2022



En el juicio por la Masacre de Wilde está demostrado que los 12 policías de la Brigada de Investigaciones de Lanús coordinaron una cacería para eliminar a cuatro hombres de su conocimiento, pero terminaron matando a personas que nada tenían que ver con el plan original. El “ajuste de cuentas” tuvo por objeto recuperar un cargamento de cinco kilos de cocaína con el que uno de los acribillados se habría quedado sin el consentimiento de sus verdugos.

Por Colectivo de Medios Populares*
Redacción: Carlos Rodríguez (La Retaguardia)
Foto: Télam


Ninguno de los cuatro homicidios pueden justificarse, mucho menos los del vendedor de libros Edgardo Cicutín y el remisero Norberto Corbo, víctimas inocentes de la “emboscada” policial. Lo mismo vale para Claudio Díaz, quien salvó su vida de milagro.
Los otros dos fallecidos, Héctor Enrique Bielsa, colaborador de la policía, y Gustavo Pedro Mendoza, con antecedentes delictivos, fueron igualmente víctimas del gatillo fácil policial, porque estaban desarmados y podrían haber sido detenidos sin disparar una sola bala.
Bielsa fue señalado por testigos como una persona “incapaz de hacer daño a alguien”, mientras que la familia Mendoza fue representada en el juicio por el abogado Eduardo Félix Michaud, quien realizó un alegato carente de validez jurídica, que pareció dirigido a sostener la postura de los defensores de los siete policías que llegaron al juicio oral.

La trampa

Cristian Bielsa, hijo de Héctor Enrique, aportó uno de los testimonios más esclarecedores. El joven, por pedido de su padre, atendió un llamado y le confirmó a su interlocutor que “ya habían partido”, desde Santos Lugares, los dos autos que esperaban en Wilde los policías de la Brigada de Lanús.
Esos dos autos, que partieron juntos, eran el Peugeot 505 conducido por Corbo, en el que iban Bielsa y Mendoza, y un Dodge 1500 amarillo cuyo conductor era el remisero Guillermo Correa, en el que iban Fernando Quintana y Gustavo Leguizamón. Ellos dos, junto con Bielsa y Mendoza, eran el “blanco móvil” de los policías. La fatalidad hizo que otro Dodge 1500, el ocupado por Díaz y Cicutín, cruzara por las calles de Wilde, en su viaje de trabajo hacia la zona sur del conurbano y recibiera al menos 36 disparos.
La Fiscalía y dos de las querellas dieron por sentado que los efectivos salieron de la Brigada “en patota” a la búsqueda de esos dos autos “de los que tenían datos previamente obtenidos”.
Carlos Alberto Ancharte, quien estaba detenido en Olmos, declaró en la causa que fue “colaborador” del comisario Mario “Chorizo” Rodríguez, encumbrado jefe de la “maldita policía”. Dijo que Bielsa lo visitó en prisión y que le dijo que “vendía cocaína para la Brigada de Lanús”. El testigo habló sobre los cinco kilos de cocaína que, al parecer, se creía que estaban en poder de Bielsa, cuando el que los tenía, según Ancharte, era Mendoza. Dijo que de Bielsa desconfiaban porque era “muy bocón”.
Ancharte sostuvo que “fue Mendoza el que llevó a Bielsa a Wilde junto con los chicos (Quintana y Leguizamón) que viajaban en el Dodge 1500”. La excusa fue que debían “aclarar la situación con la gente de la Brigada”. Ancharte recalcó que los cuatro “no llevaban armas, que Bielsa no usaba armas y que ahí los esperaron y los mataron a todos”. Ancharte dijo que, luego de la masacre, fue visitado en la cárcel por el comisario Aníbal De Gastaldi, entonces jefe de la Brigada de Quilmes, hoy con prisión domiciliaria por causas de corrupción. Hablaron sobre el caso y el jefe policial le dijo: “La Brigada de Lanús no perdona”. Además, le aconsejó “no hablar de Bielsa” ante la Justicia, porque con el caso de Wilde había “un quilombo bárbaro”.
La trama de la “cacería” organizada por los policías, queda clara en las escuchas telefónicas del teléfono de Bielsa, que estaba “pinchado”. Cristian Bielsa confirmó que su padre “colaboraba” con los comisarios Alberto Molina, de la Policía bonaerense, y Silvio Cuadros, de la Federal. Cristian dijo que su padre estaba vinculado con un tal “Pedro”, segundo nombre de Mendoza. Dijo que también le eran conocidos los apellidos Córdoba y Gómez. Todo indica que se trata de César Córdoba, que participó en la masacre y está fallecido, y Eduardo Gómez, uno de los policías que llegó imputado al juicio.
Más de diez escuchas telefónicas confirman no solo la vinculación de Bielsa con la Brigada de Lanús sino el hecho de que fue objeto de una encerrona que en lenguaje policial se llama “ratonera”.
Desde 1993 hay conversaciones de Bielsa padre, a quien llamaban “Cacho”, con los policías Molina y Cuadros, con quienes “colaboraba en la resolución de casos”. Los datos más importantes aparecen en cuatro escuchas del 10 de enero de 1994, el día del cuádruple homicidio.
Patricia, la hermana de Bielsa, se comunicó con su tío, dueño del taxi con el que trabajaba Héctor Enrique Bielsa. En la charla hay preocupación porque Bielsa no volvió de su viaje a Wilde. Ellos sabían que había ido a “una de sus colaboraciones” con la policía.
El tío, ante la preocupación de Patricia, respondió: “Ahora voy a ir para Avellaneda, a recorrer la zona, a ver si saben algo”. Es obvio que los que podían “saber algo” eran los de la Brigada. En un nuevo contacto, el tío agregó un dato inquietante: “Dicen que hubo bronca allá”.
La que habla luego es “Mary”, como llamaban a Carmen Marcela Ferriol, la esposa de Bielsa. La mujer se comunicó con la comisaría 21 de la Policía Federal. Preguntó, con notoria preocupación, por el comisario Cuadros. Le respondieron que no estaba y ella pidió que le digan que llame “urgente” a la casa de la mamá de “Cacho”, es decir Bielsa.
Mary llamó luego a un tal “Oscar” y recibió el impacto de la noticia: “Lo que sé es que las tres personas del Peugeot, desgraciadamente ya no están con nosotros, no sé cómo decirle”. En la causa hay imputado un “Oscar”: Roberto Oscar Mantel.
Fue muy precisa la respuesta del tal “Oscar”, quien mencionó entre los fallecidos a “Gustavo, el chico por el cual nosotros fuimos a averiguar”. Es obvio que hablaba de Gustavo Pedro Mendoza. Luego, la esposa de Bielsa llamó a un teléfono y la mujer que levantó el tubo dijo: “Seguridad”, de lo que se desprende que era una dependencia policial. La que atendió era “Nancy”, con la que “Mary” habló con total familiaridad. “Hola Negra” le dijo la mujer de Bielsa, quien luego agregó: “Pasó lo que tenía que pasar… está muerto”.
Otra escucha, entre Cristian Bielsa y “Javier”, es elocuente: “No sabes, ahora está remal (se refiere a su madre) no sabes… una desgracia, lo acribillaron a tiros, en la cabeza, lo mandaron al frente, lo vendieron…”.
Al declarar en la causa, Quintana y Leguizamón, los dos con antecedentes delictivos y relacionados con la Brigada, intentaron hacer caer toda la responsabilidad de la Masacre de Wilde en el cabo Marcos Ariel Rodríguez. Es lo mismo que intentaron los otros policías acusados. Quintana trató de abonar la excusa policial del “operativo de prevención del delito” en la zona bancaria, que argumentaron los jefes de la Brigada. Quintana, condenado por varios delitos, dijo que habían ido a cometer “un ilícito” en la zona de Wilde. Extrañó la mención de “un ilícito”, en lugar de “un robo”. Parecía que repetía un discurso de abogado defensor.
Dijo que sus compañeros eran Mendoza y Leguizamón. Aseguró que Mendoza tenía contacto con el cabo Rodríguez, supuesto custodio de la casa de cambios que iban a robar.
La excusa de la “prevención del delito” en la zona bancaria de Wilde se desmorona porque el lugar de los hechos queda fuera del radio céntrico y porque el Banco Central de la República Argentina informó en su momento, a pedido de la Justicia, que “durante los seis meses anteriores a la fecha” de la masacre “no se recibió de las entidades financieras radicadas en Avellaneda ninguna comunicación relacionada con hechos delictivos”. No hubo alerta que justificara semejante operativo “de prevención”, vestidos de civil, en autos no identificables y armados hasta los dientes.

Un extraño alegato

En la última jornada de alegatos, sorprendió la presencia del abogado querellante que representa a la familia Mendoza. La sorpresa fue porque asistió muy poco rato a un par de audiencias y porque, antes del comienzo del debate, ni siquiera había pedido la elevación a juicio de la causa.
El abogado Eduardo Félix Oscar Michaud, realizó un breve e insustancial alegato, dado que se limitó a mencionar los hechos investigados, sin expresar opinión alguna sobre las circunstancias y sobre la responsabilidad que les cabe a los siete policías que están en el banquillo de los acusados.
Lejos de lo que vienen señalando en cada alegato la fiscal Viviana Simón y los querellantes Ciro Annicchiárico y Gustavo Romano Duffau, el abogado de los Mendoza estimó que “es normal” que los efectivos de las Brigadas se muevan de civil y en autos “no identificables”. La exposición, que se escuchó entre bostezos, terminó de manera inesperada, por varias razones.
Por un lado, el abogado Michaud calificó los hechos como “homicidio simple”, ni siquiera puntualizó “cuádruple homicidio simple” y, lo más extraño, fue que no planteó su pedido de condena entre los 8 y 25 años que corresponden a la figura legal que expuso.
Al finalizar su alegato, los otros querellantes le señalaron el “error” de no señalar el monto de la condena que está pidiendo, a lo que Michaud respondió que debe ser el Tribunal Oral N° 3 de Lomas de Zamora el que fije los años de condena. Siempre, en cualquier juicio, la parte acusadora pide perpetua o los años de prisión que considera que deben aplicarse a los imputados.
Michaud es profesor en la Universidad de la Marina Mercante y en 2017 fue sancionado por problemas de “conducta” por el Colegio Público de Abogados de la Capital Federal. La sanción inicial, del 8 de marzo de 2017, fue luego refrendada y quedó firme el 4 de agosto de ese año. La medida fue publicada el 22 de noviembre del mismo año. Durante tres meses estuvo suspendido, sin poder ejercer su profesión.

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