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Puente 12 III -día 1- “En memoria de los compañeros masacrados que no pueden estar acá”

Escrito por el abril 11, 2023


Con los testimonios de dos sobrevivientes del período previo al golpe de Estado, comenzó la etapa de testimonios del juicio que aborda casos sucedidos entre 1974 y 1977. La próxima audiencia será el viernes y se esperan seis testimonios.

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero


En el comienzo del tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurridos en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio Puente 12, dos sobrevivientes relataron las torturas a las que fueron sometidos. “Nos torturaron con picana eléctrica y luego nos dejaron toda una noche colgados del techo, con un padecimiento impresionante”. Uno de los testigos relató el trato que recibió, junto con dos compañeros y una compañera, secuestrados luego de participar de un acto por el Día del Trabajador, el 1 de mayo de 1975, en el partido de La Matanza.

El otro testigo dijo que sufrió dos allanamientos en su domicilio de la ciudad de Campana, aunque en ambos casos no se encontraba en el lugar. En la segunda ocasión, como no estaba, le quemaron la casa. Lo secuestraron meses después, lo torturaron en “varias ocasiones” en un lugar que luego reconoció como Puente 12 y estuvo detenido en distintas cárceles, hasta octubre de 1983.

Uno de los testigos dijo que declaró en el juicio “en nombre de los compañeros masacrados” que no pudieron estar y el otro, reconoció que como consecuencias de las torturas sufre “pesadillas que voy a tener hasta el día de mi muerte”. La siguiente audiencia se realizará el viernes 14 de este mes, a partir de las 11, en los Tribunales de Comodoro Py.

En el debate, a cargo del Tribunal Oral 6, son juzgados cuatro expolicías y dos exmilitares, por delitos ocurridos en el predio de la División Cuatrerismo de La Matanza, en Puente 12, ubicado en el cruce de la autopista Riccheri y el Camino de Cintura.

Los acusados son el ex teniente primero del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército Enrique José Del Pino; el ex oficial principal Enrique Osvaldo Gauna, y los excabos de la Policía Bonaerense, Carlos Alberto Tarantino y Angel Salerno. Los otros imputados son el ex oficial de la Policía Bonaerense Néstor Alberto Ciaramella, y el excapitán del Batallón de Inteligencia 601, Walter Roque Minod. El Tribunal está integrado por los jueces Daniel Horacio Obligado, Ignacio Carlos Fornari y por la jueza Sabrina Namer. Intervienen los fiscales María Ángeles Ramos, Esteban Bendersky, y Viviana Sánchez. Se investigan los delitos de privación de la libertad, aplicación de tormentos, torturas seguidas de muerte y homicidios, todos ellos agravados, en perjuicio de 185 personas que fueron perseguidas por sus actividades políticas y gremiales.

El primero en prestar declaración testimonial fue Oscar Francisco Carbonelli, quien en los años 70 era militante de Política Obrera, organización que en 1983 se convirtió en el Partido Obrero (PO). Junto con otros compañeros, querían realizar una reunión pública para el 1 de mayo de 1975, pero como esos actos estaban prohibidos, decidieron hacer reuniones con vecinos en distintos barrios. Su área de militancia eran Morón y La Matanza.


La decisión fue realizar un encuentro con vecinos en el cruce de las avenidas San Martín y Crovara, en San Justo. Finalizada la reunión, Carbonelli iba caminando hacia la estación Marinos del Fournier, del ferrocarril Belgrano Sur, junto con María Elena Hernández, Daniel Mirkin y José Lanfranco. En ese momento aparecieron dos autos, marca Torino, de color blanco. De ellos bajaron entre cuatro y seis personas vestidas de civil, una con una Itaka en la mano. Fueron obligados a tirarse al piso, boca abajo, con las manos en la cabeza. Los agresores estaban nerviosos, y uno de ellos hizo un disparo al aire. Los cuatro fueron subidos a los autos, que partieron hacia la plaza de San Justo, donde están la Municipalidad y la Iglesia Catedral. Los encerraron en un calabozo de la Brigada de San Justo. Luego fueron trasladados, encapuchados, y los represores hicieron un simulacro de fusilamiento, mientras se reían como si se tratara de una travesura. Los llevaron a Puente 12. Esto ocurrió en la madrugada del 2 de mayo de 1975. Llovió toda la noche y se escuchaba el ruido de autos circulando sobre una ruta que sin dudas era la autopista Riccheri.

En ese lugar los recibió un grupo “mucho más duro”, los obligaron a desnudarse y por turnos los ataron de pies y manos sobre una cama. Uno de los guardias les dijo: “Ustedes quieren hacer lo mismo que en Vietnam”. Fueron torturados con picana eléctrica y los interrogaba una persona que les hacía preguntas muy precisas sobre sus actividades políticas. Carbonelli presume que quien lo interrogaba era el mismo que lo torturaba.

El primero en ser torturado fue Lanfranco, que medía más de 1,90. “Vamos a empezar por el más grandote, dijeron (los torturadores) y se reían entre ellos, porque estaban muy jocosos”.
Luego de las torturas y el interrogatorio, los llevaron a un lugar donde los ataron del techo a los cuatro. Los levantaron con sogas y quedaron apoyados en el piso, en puntas de pie. Así pasaron toda la noche. “El padecimiento fue impresionante”, subrayó la víctima. Estuvieron tres días sin comer, en permanentes traslados entre Puente 12, la Brigada de San Justo y la comisaría de Villa Madero, en este caso sin las capuchas.

En la comisaría, los tres hombres fueron encerrados en una celda grande compartida con presos comunes que fueron “muy hospitalarios con nosotros”. Ellos fueron los que le dieron agua y comida en esos primeros días. María Elena Hernández fue llevada a otro calabozo.

Al segundo o tercer día, Carbonelli fue interrogado por un policía que antes de empezar, puso un arma sobre una mesa. “Él preguntaba lo que quería y ponía lo que quería poner, sin importar lo que dijera yo”. Recién el 10 de mayo los familiares de los cuatro pudieron ubicarlos en esa comisaría. Con posterioridad fueron llevados a un juzgado de San Martín donde trataron de hacer las denuncias por torturas, pero nunca se las recibieron. De los cuatro secuestrados, tres recuperaron su libertad, mientras que Lanfranco siguió preso acusado de “tenencia de munición de guerra”, causa que quedó sin efecto en diciembre de 1975.

El testigo recordó que Lanfranco y Hernández se fueron del país después de muchos años en prisión y también dijo que supo del secuestro de varios trabajadores de la empresa INDIEL, de La Matanza, con los que tenía contacto. Todos siguen desaparecidos. Muchos de esos secuestros “nunca fueron denunciados por las familias y tampoco por la Unión Obrera Metalúrgica (UOM)”, gremio al que estaban afiliados. Insistió, además, en que el juez Guitar, de San Martín, ante quien presentó la denuncia por torturas, “nunca hizo ninguna investigación al respecto”, cuando contaba hasta con los datos personales de los policías involucrados.

Como dato cuando menos curioso, el testigo señaló que la Ley 20840, dictada en 1974 y que posibilitó la persecución política de la que fueron víctimas “fue derogada por pedido del Fondo Monetario Internacional, porque también sancionaba la subversión económica. “El FMI quiso evitar que afectara a banqueros”, aseguró. El testigo precisó que la derogación fue en 2002, durante el interinato como presidente de Eduardo Duhalde.

Ante una pregunta de Pablo Llonto, uno de los abogados querellantes, Carbonelli confirmó que tuvo contacto posterior con Daniel Mirkin, uno de los secuestrados, quien tenía 18 años en mayo de 1975. “Yo le aconsejé que se quedara en el país y me arrepiento porque en 1976 volvió a ser secuestrado”. Mencionó, además, que Mirkin “pudo reconocer Puente 12, porque cuando era chico solía pasar por la zona junto con su padre y conocía muy bien ese lugar”. Agregó que con Mirkin fueron a reconocer el lugar donde estuvieron secuestrados y comprobaron “que está casi igual, 47 años después”. El primer reconocimiento lo hicieron en 2015. Declaró que se hizo presente en este juicio “en memoria de los compañeros que fueron masacrados y que no pueden estar acá”. En los últimos años el lugar fue modificado pero Carbonelli parece no saberlo.

El testigo afirmó que en Puente 12 actuaron policías y militares. Citó como fuente al dirigente gremial Carmelo Affatato, delegado de la empresa INDIEL, en la que trabajaban 1.500 trabajadores que eran “muy combativos”. En 1974, en Ramos Mejía, donde se hizo un congreso sindical, hubo un operativo del Ejército, con tres camiones de la fuerza, y los efectivos “ametrallaron al aire y todos los que estábamos, tuvimos que meternos” dentro del local donde se hacían las deliberaciones. Hubo entre “200 y 300 detenidos, porque el Ejército también reprimía” en esos años de gobierno constitucional.

El siguiente testigo fue Juan Miguel Bougnet, militante de la Jueventud Guevarista, quien relató que lo primero que sufrió fue el allanamiento de la vivienda que alquilaba en el barrio 9 de Julio de la ciudad de Campana. “Yo vivía en una casilla, rompieron todo y se llevaron algunas cosas de poco valor, porque cosas de mucho valor no tenía”. Como él no se encontraba en la vivienda, volvieron a concurrir al lugar tiempo después y “como yo no iba a volver allí, no me encontraron y quemaron la casilla”. Dos o tres meses después lo detuvieron, el 26 de mayo de 1975, cuando iba viajando en un micro del transporte público de pasajeros. Recuerda la fecha porque era su cumpleaños.

El micro fue detenido para un control, por personas de civil que iban en varios automóviles no identificables. “Les pidieron los documentos a todos los pasajeros y cuando les presenté el mío, es ahí cuando me detuvieron”. Lo subieron a un Falcon verde y lo tiraron en el piso del asiento de atrás. Lo llevaron a un primer lugar de detención donde “me dan golpes de puño, patadas, me caigo varias veces y me patean en el suelo”. Luego lo llevaron “al centro de torturas”, que identificó como Puente 12, donde pasó “entre ocho y diez días más o menos”. En ese lugar sufrió “varias sesiones de tortura” durante las cuales le preguntaban “por un muchacho que había jugado al fútbol conmigo y que le decían Chiquito Gómez”, quien era delegado gremial de la empresa metalúrgica Siderca. El testigo dijo que supo que fueron secuestrados “un hermano, la cuñada, la esposa y otro pariente” de Gómez “que no aparecieron nunca más”. A Gómez le decían “Chiquito u Osito, y supe que lo mataron en Tucumán en un enfrentamiento”.

Sobre su secuestro en Puente 12, recordó que estuvo en un “calabozo chico” y que siempre lo llevaban “con los ojos vendados, como ciego, y creo que era por las noches, porque uno pierde noción del tiempo, que me sacaban (de la celda) para las sesiones de tortura”.

El testigo dijo también: “La tortura era brutal, porque se mezclaba alguna gente de la policía, alguna gente del Ejército y gente que no tenía uniforme, que incluso creo que eran delincuentes comunes porque a mí me robaron 1.500 pesos de hoy”. Precisó que “las torturas con la picana eléctrica eran prácticamente hasta dejarme muerto”. Le aplicaban la picana en “testículos, ano, oídos y en la boca”. Con posterioridad “pude confirmar que ese lugar era Puente 12, al que le llamaban La Güemes”, porque era sede del cuerpo de caballería de la Policía Bonaerense. Puente 12 también era conocido como Brigada Güemes o División Cuatrerismo.

En una ocasión lo llevaron a un salón grande del centro clandestino de detención y por unos minutos le quitaron las vendas de los ojos. “Pude ver unos ventanales, que después identifiqué que eran los mismos de un video de Puente 12 que vi en el juzgado del doctor (Daniel) Rafecas”, quien tuvo a su cargo la instrucción de la causa. Entre los torturadores, mencionó a uno que le llamaban “El Tordo” y a otro “El Tucumano, porque era tucumano, y que era bastante malvado”.

Bougnet fue llevado luego a la Brigada de Quilmes, pero no recuerda cómo fue que llegó a ese lugar. El 3 de junio de 1975 lo pasaron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Terminó como preso en Sierra Chica, donde estuvo hasta el año 1979. Después estuvo en las cárceles de La Plata, de Caseros, de Rawson y de Devoto. Recién recuperó su libertad en junio de 1983.

Sobre el final, Bougnet dijo que espera que se haga justicia, porque él todavía tiene “secuelas de lo que me tocó vivir, tengo pesadillas y grito mucho, siento que abren la puerta de mi casa y que me vienen a buscar. Eso me quedó hasta el día en que yo me muera”. Deseó que el país “se siga construyendo sobre la base de la Memoria, la Verdad y la Justicia”.


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