Canción actual

Título

Artista


Puente 12 III -día 2- “El horror no puede destruir al amor”

Escrito por el abril 18, 2023


En una jornada tensa, que incluyó gritos del juez Daniel Horacio Obligado a la fiscal María Ángeles Ramos, se escucharon cuatro testimonios crudos. En esta crónica la primera parte de la jornada, con los testimonios de la sobreviviente María del Carmen Cantaro y su hijo Enrique Pastor.

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero
Fotos: Capturas Transmisión de La Retaguardia

En el tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad en el centro clandestino de Puente 12, una madre y su hijo relataron los horrores vividos por una familia que ahora demanda “que se juzgue a los culpables de crímenes atroces cometidos durante la dictadura militar”. Enrique Pastor tenía once meses cuando secuestraron a su madre, María del Carmen Cantaro, sobreviviente, y a su padre, Alberto Manuel Pastor, quien sigue desaparecido. Ambos eran militantes del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
Enrique recordó que cuando cumplió 2 años, el “festejo” fue en una cárcel donde estaba su madre. A su padre lo había visto por última vez un año antes, el día en que “festejó” su primer año de vida. Nunca más lo vio porque sigue desaparecido.

María del Carmen, por su parte, aseguró que no sufrió “ninguna agresión sexual” explícita durante su cautiverio, pero que deben considerarse “las vejaciones a las que fui sometida” durante sesiones de tortura con picana eléctrica sobre las partes más sensibles de su cuerpo.

Alberto Pastor, el padre, estuvo preso en 1972 y fue beneficiado por la amnistía de 1973. Lo secuestraron junto con su esposa días después del golpe del 24 de marzo de 1976, pudo fugarse, pero lo volvieron a secuestrar en mayo de 1977, junto con su nueva pareja, una militante del PRT que estaba embarazada.

María del Carmen Cantaro, admitió que le “impactó” saber las circunstancias en que se produjo ese secuestro de su esposo. “No cambió para nada el amor que yo siento por él, porque sigue siendo el padre de mi hijo y la persona que luchó por un mundo más justo”, dijo. Recalcó que “el horror” que les tocó vivir “no puede destruir al amor” de personas que, como ellos, “luchábamos por un mundo mejor”.

Los testimonios

La segunda audiencia con testigos en el tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad en Puente 12 comenzó a los gritos. El presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Horacio Obligado, se puso a la defensiva antes de escuchar un planteo preliminar de la fiscal María Ángeles Ramos. “Me está gritando”, dijo la titular del Ministerio Público, mientras Obligado decía que sólo había “levantado la voz”. Cuando volvió la calma, la fiscal pudo al fin solicitar que el Tribunal anuncie con antelación la lista de testigos de cada audiencia, para “tener el tiempo necesario como para organizar las preguntas”.

El testigo Enrique Pastor, que presenció el entredicho, dijo que lamentaba que haya ocurrido en el momento previo a su testimonio. Enrique es hijo de Alberto Manuel Pastor, detenido desaparecido, y de María del Carmen Cantaro, sobreviviente del centro clandestino.

Enrique Pastor dijo que esperó “mucho tiempo” para hacer el reclamo de justicia “por la desaparición de mi padre y el secuestro y cautiverio de mi madre”. Agregó que quería reconocer “el compromiso de mucha gente que con su lucha hizo posible que pudiéramos llegar a esta instancia”.


Señaló que el viernes 14, día en el que se sentó frente al tribunal, se cumplían 28 años de la creación de la agrupación HIJOS, que “luchó también por llegar a esto, desde cuando no teníamos tribunal alguno que nos escuchara”. Sus palabras fueron selladas con el aplauso del público presente.

Recordó que desde su infancia supo del calvario de su madre, a quien visitó de la mano de su abuela en los penales de Olmos y de Devoto, luego de que su madre fuera puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).

Denunció las requisas vejatorias sufridas por su abuela, en cada visita a las cárceles, y recordó que festejó su segundo cumpleaños “en el patio de un penal”. Así comienzan sus “vivencias” por la “tragedia” de su familia.

Su padre y su madre fueron secuestrados el 28 de marzo de 1976. Enrique tenía 11 meses cuando eso ocurrió.

Su padre había sido detenido con anterioridad, en 1972, por efectivos de la Superintendencia de Coordinación Federal de la Policía Federal. Fue dejado en libertad en 1973, favorecido por la amnistía decretada por el expresidente Héctor Cámpora.

Con posterioridad su padre comenzó a militar en el PRT. El testigo nació en abril de 1975 y a poco de su nacimiento se mudaron de una casa en el barrio porteño de Boedo a Lomas del Mirador, en La Matanza, por “razones de seguridad porque mi padre se dio cuenta de que eran vigilados”.

El día del secuestro de sus padres él quedó al cuidado de unos compañeros de militancia, quienes lo entregaron luego a su abuelo materno, Francisco Cantaro y a su tío Luis Cantaro. Una tía de su familia paterna vivía en Buenos Aires, pero no se veían con ella porque estaba casada con un hombre que era personal civil de la Fuerza Aérea y estaba “relacionado ideológicamente” con la dictadura cívico-militar.
Sus padres fueron secuestrados en la localidad de Cañuelas, junto con un compañero llamado Osvaldo Carmelo Mollo. Con posterioridad los llevaron a Puente 12, “donde fueron sometidos a tormentos de toda índole”.

Tres días después de estar en el centro clandestino de detención su padre “logra fugarse cuando lo trasladaban en vehículos a identificar una casa operativa del PRT en la localidad de Aldo Bonzi”.
A su padre lo volvieron a secuestrar, el 12 de mayo de 1977, en San Justo, en una casa ubicada en la calle Lezica al 3800. Lo detuvieron junto con Nora Luisa Maurer, con quien su padre tenía una relación de pareja. Ella estaba embarazada. El posible nacimiento es investigado por las Abuelas de Plaza de Mayo.
Pastor se consideró una víctima de lo ocurrido con sus padres. Su madre, luego del secuestro, estuvo cuatro años detenida, en las cárceles mencionadas y con prisión domiciliaria. “El terror y el miedo hizo que durante toda mi infancia tuviéramos que ocultar con mis abuelos las situaciones vividas por mis padres”, dijo el testigo.

Su abuela paterna, como consecuencia de lo sucedido, “padeció de una demencia agresiva, su salud mental se deterioró, y por esa razón yo no pude conocerla en vida”. Una parte de su familia paterna vivía en Pergamino y él pudo tomar contacto con ellos recién en 2005. A través del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) supo de la existencia de documentos de inteligencia del Grupo de Tareas 1 (GT1) del Ejército relacionados con su padre.

En el cierre, Pastor señaló que todos los testigos de este juicio deberían “tener el tiempo necesario para explicarle a la Justicia todo el daño que implicó la desaparición de un ser querido y ni hablar de lo que sufrió mi madre. Y quiero decir que mi viejo, Alberto Manuel Pastor, está presente”. Al cierre, junto con los aplausos del público, se escuchó a Enrique decir: “Por favor, cuiden a mi madre”, quien declaró a continuación.

María del Carmen Cantaro, la madre de Enrique, aclaró que venía a ratificar lo que ya declaró en cuatro ocasiones, la última el 26 de diciembre de 2010 ante el juez federal Daniel Rafecas, a cargo de la instrucción de esta causa. Sostuvo que vino “con la convicción de que se pueda juzgar a los culpables de los crímenes atroces que se cometieron durante la dictadura militar”.

Ella y su marido eran militantes del PRT en el grupo de propaganda. El 28 de marzo de 1976 fueron a Cañuelas, con el periódico de la agrupación, para “concientizar a los vecinos sobre lo que significaba un golpe militar”. Iban caminando con su marido, Alberto Manuel Pastor, y un compañero, Osvaldo Carmelo Mollo, cuando se cruzaron dos autos con personas de civil armadas que los obligaron a subir a la parte posterior de uno de los vehículos, a ella y a su marido. Los tiraron en el piso, les taparon el rostro con sus ropas, mientras “nos golpeaban y nos pateaban”. Los llevaron a la comisaría de Cañuelas y les ataron las manos a la espalda con alambres. A la noche llegó un grupo de personas y aunque tenía vendados los ojos, pudo ver por debajo del tabique que todos vestían botas y ropas militares. El traslado de los tres fue en un camión celular, cada uno en una celda. El tramo recorrido fue “muy largo”, hasta llegar a un lugar al que para entrar había que abrir grandes puertas de metal.

Se dio cuenta de que el lugar era grande, que era en el campo porque al entrar pisaron pasto y luego los llevaron por pasillos donde había otras personas en sus mismas condiciones. “Al pasar íbamos pisando las piernas de otras personas”, recordó. Ellos escuchaban “la música fuerte y los gritos de personas a las que estaban torturando”. A la mañana siguiente la llevaron a un lugar donde la golpearon para que diga la verdadera dirección de la casa en la que ellos vivían. Antes les habían dado el dato falso de un departamento en el que habían vivido, pero que en ese momento estaba desocupado.

La golpearon mucho y tuvo que dar la dirección real de su casa “pero ya había pasado tiempo y sabíamos que allí no iban a encontrar a nadie”, porque los responsables de la organización ya debían saber de su detención y habían despejado el lugar.

En Puente 12 estuvo una semana y siempre la llevaban a la noche “para ser torturada, primero me desnudaban, me golpeaban y me tiraban sobre ‘la parrilla’, como le decían ellos”. Era un esqueleto de metal como los que tenían las camas antiguas. La tortura era “con picana eléctrica, pero primero me ataban unos alambres a los dedos del pie”. La picana la aplicaban en los lugares más sensibles: “La vagina, la ingle, los senos, los pezones, las axilas, los oídos, los dedos de los pies”. Un supuesto médico controlaba su estado de salud y les decía a los torturadores si podían continuar o no. Cuando paraba la sesión de tortura, la llevaban otra vez con las manos atadas a la espalda al lugar donde estaban las otras personas secuestradas.

Una noche la llevaron hasta el despacho de “El Coronel”. Por unos minutos le quitaron las vendas de los ojos y le mostraron una foto “bastante actual” de su marido, una foto que ella nunca había visto. Estaba con bigote y sin barba, saliendo de un lugar. Ella pensaba que su marido estaba en Puente 12, porque no sabía que se había fugado durante un traslado.

A la tortura física le siguió la psicológica, porque le decían que si no daba los nombres de otros compañeros de militancia la iban “a violar entre todos los que estaban allí”.

En ese momento estaba en una celda desde la que escuchaba gritar a un hombre que decía todo el tiempo: “Yo soy abogado, soy Juan Del Gesso, decía que era de Tucumán y que no tenía que estar ahí”. Juan Domingo Del Gesso García fue secuestrado en marzo de 1976 y sigue desaparecido. Cantaro recordó que cuando los guardias pasaban por la celda en la que estaba Del Gesso “se burlaban de él y decían ‘a este lo dejamos loco con tanta máquina que le dimos”, en obvia referencia a la tortura con picana eléctrica. La testigo, cuando estuvo en la cárcel de Devoto, conoció a Cecilia, la esposa de Del Gesso, a quien le relató el conocimiento que tenía sobre el lugar donde estuvo su marido.

La sobreviviente dijo que ella, en Puente 12, no supo más nada sobre su esposo. Tiempo después la llevaron, junto con otros detenidos, al Pozo de Quilmes, donde estuvo solo dos días, para luego regresar a Puente 12, donde la llevaron a una pileta para que se higienizara. Le dieron una camisa color caqui, como las “de fajina” para que se secara y le devolvieron la ropa que llevaba puesta cuando la secuestraron.

En todo momento las víctimas recibían maltrato, insultos y de manera especial por cuestiones religiosas, sobre todo si eran de la comunidad judía.

Una vez vestida con su ropa, fue llevada a una oficina donde le tomaron sus datos, las huellas digitales y luego la llevaron a la comisaría de Temperley, donde estuvo hasta el 6 de mayo de 1976.

Con otras detenidas fueron llevadas a la cárcel de Olmos. Allí, un supuesto médico la hizo desnudar, pero no la revisó, solo la miró. Ella le mostró las quemaduras que le había dejado la picana eléctrica en todo el cuerpo. “Ese hombre me dijo que no podía poner lo que yo le estaba mostrando y que sólo iba a dejar sentado que yo estaba en perfectas condiciones físicas, sin marcas de tortura, ni golpes, ni lesiones”, dijo. Luego supo que la habían puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN).

Recién entonces pudo enviar una carta a su familia y el 12 de mayo de ese año fue visitada por primera vez en la cárcel por su padre y su hermano.

Por ellos supo que su esposo se había fugado y que estaba clandestino. Supo también que el 26 de abril de 1976, el día en que su hijo cumplió un año, “mi padre había llevado a Enrique a una casa, donde mi marido pudo ver a su hijo. A nosotros nos secuestraron cuando mi hijo tenía once meses de vida”. Esa fue “la última vez que vieron a mi marido, nunca más supimos nada más de él”.

Dijo que mientras estuvo en Olmos y luego en Devoto, sus padres “que eran dos personas mayores, se tenían que someter a las requisas más vejatorias que se pueden imaginar; a mi madre la obligaban a desnudarse y a tener que agacharse para que le abrieran las nalgas, la vulva para ver si tenía algo escondido”. A María del Carmen se le quebró la voz en este momento de su relato. “Los horrores también los vivieron nuestros familiares”, dijo.

Cuando estaba en Devoto, a través de Amnistía Internacional y la Embajada de Italia, solicitó la alternativa de salir de la Argentina hacia ese país o hacia Alemania, pero ambos pedidos le fueron denegados.
El 20 de julio de 1979 le dieron la libertad vigilada. Cuando la dejaron salir de Devoto, no tenía un peso para viajar y nadie la esperaba, porque sus padres no fueron avisados. Tuvo que parar un taxi y decirle que le iba a pagar cuando llegara a la casa de sus padres, sin saber si sus padres estaban allí. Por suerte estaban y pudo reencontrarse con ellos y con su hijo, que ya tenía cuatro años. Estuvo seis meses con el régimen de libertad vigilada.

Ante una pregunta, dijo que en Puente 12 no sufrió “ninguna agresión sexual, pero sí la humillación de las vejaciones a las que fui sometida” durante las sesiones de tortura.

Reconoció que, en diálogo con otras mujeres detenidas, supo de la existencia de un guardia joven al que le decían “El Enamorado” porque a varias mujeres les “hablaba bien y les decía que las iba a ir a buscar para salir con ellas cuando estuvieran en libertad”. La testigo estimó que “lo hacía de perverso, porque decirle eso a una mujer que había vivido lo que vivimos, era una perversión”. Afirmó que en la semana que estuvo en Puente 12 nunca le dieron de comer. “Tampoco nos daban agua, porque decían que con la picana, si nos daban agua íbamos a reventar como un sapo”, declaró.

Sostuvo que “las secuelas psíquicas sufridas” por lo vivido “son lo más grave, porque mis padres, por ejemplo, nunca se recuperaron de lo que consideraban una gran vergüenza, aunque a mí no me gustaba que lo sintieran así”. En lo personal, le afectó la desaparición de su marido, “porque siempre tuvimos la esperanza de poder encontrar a los desaparecidos” a partir del retorno a la democracia, en diciembre de 1983.

La desaparición de su esposo fue también muy dura para su hijo porque “no tenía respuestas para darle cuando me preguntaba por su padre”.

Subrayó que cada declaración sobre lo vivido es “un doloroso esfuerzo de la memoria”. Habló luego de la relación que su marido, estando en la clandestinidad, tuvo con Nora Maurer. “Esa relación y el hecho de que ella haya estado embarazada al momento del secuestro, no le quitan a él la importancia como hombre, esposo, padre y militante”, dijo. Agregó que ella entiende lo ocurrido “por cómo se pensaba en ese momento, en lo valioso de seguir adelante por una sociedad más justa, por una sociedad mejor para tratar de construirla para dejarla a nuestros hijos”. Recordó el momento en que su hijo le habló sobre este tema. “Estaba muy nervioso y me dijo que tenía que decirme algo porque yo me iba a enterar. A mí me impactó lo que me dijo, pero lo entendí en el contexto del momento histórico que estábamos viviendo. No es que a mí no me importe, pero para construir una sociedad hay que seguir adelante”, contó.

Remarcó que “lo que pasó no cambió para nada el amor que yo siento por mi marido, porque sigue siendo el padre de mi hijo y la persona que luchó por un mundo más justo. El horror no puede destruir al amor”.


Opiniones

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.Los campos obligatorios están marcados con *