Puente 12 -día 11- Dar testimonio hasta el final
Por LR oficial en Derechos Humanos, Lesa Humanidad, Puente 12, Puente 12 III
En la audiencia número 11 del juicio Puente 12 III, Alicia Le Fur pudo reivindicar la historia y el nombre de su hermana, Beatriz Le Fur, secuestrada y desaparecida en junio de 1976. Alicia recordó que la vio por última vez el día que Beatriz cumplió los 22 y se emocionó cuando dijo que su hermana estaba “más linda que nunca y contenta como siempre”. Le Fur falleció pocos días después de dar su testimonio, sin ver condenados a los responsables del secuestro, tortura y muerte de su hermana.
Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero
Alicia Le Fur subrayó que su hermana Beatriz, integrante del PRT, “militaba por el deseo de dejar un mundo mejor que el que la había recibido”. La joven era integrante de una comisión de familiares del PRT que luchaba por la libertad de los presos políticos y denunciaba los crímenes de la dictadura militar.
Beatriz Le Fur estuvo secuestrada en Puente 12, igual que Martín Márquez Viana, el segundo testigo, quien durante un mes fue golpeado y amenazado de muerte en el centro de tortura y exterminio, sin poder determinar las razones de su secuestro.
El tercer testigo fue Daniel Tonso, quien presenció el secuestro de su madre, Ana María Woichejosky. Ella era artesana y se la llevaron cuando estaba levantando su puesto en la feria que funcionaba en la plaza San Martín, en Retiro.
Luego de buscarla por años de manera infructuosa, finalmente supieron que estuvo en Puente 12 y que luego fue fusilada, junto con otras cuatro militantes, en la denominada Masacre de la Calle Rosetti, en Avellaneda, contra el paredón de la fábrica Tamet.
Los testimonios
La primera testiga de la jornada 11 fue Alicia Le Fur, quien prestó testimonio en relación con el secuestro de su hermana, Beatriz Le Fur, del que tomaron conocimiento el 16 de junio de 1976. Alicia recordó que vio a su hermana por última vez el 6 de ese mes, porque era el cumpleaños número 22 de Beatriz, quien en ese momento estaba “obligada a vivir en la clandestinidad”.
El 16 de junio allanaron la casa de sus padres “en busca de un supuesto objeto escondido por mi hermana” en un cantero donde había una rosa china. En ese lugar no encontraron nada y por deducción, la familia se dio cuenta que era la forma que había ideado Beatriz para avisarles que la habían secuestrado. Por eso, el dato concreto que tienen es que el secuestro ocurrió “entre el 9 y el 16” de junio de 1976. Alicia aclaró que ella tenía entonces 29 años, que estaba casada y que no vivía en la casa de sus padres.
El presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, se dio cuenta que la testiga, que declaraba de manera virtual, observaba unas anotaciones, una ayuda memoria. Le dijo que podía hacerlo, siempre que antes solicitara autorización.
Beatriz había dejado de frecuentar la casa de sus padres luego de que su esposo fue detenido. Ellailitaba en la Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales (Cofappeg).
Con posterioridad al 16 de junio, recibieron un llamado telefónico de alguien llamado “Cacho”, quien le dijo a su padre que su hermana estaba “en manos de los militares”. Cuando el padre quiso saber cómo se encontraba Beatriz, la respuesta de esa persona fue que estaba animada, que no había perdido la entereza, pero que estaba en una “mala situación” y que parte de la comida diaria que le daban en el lugar de detención la compartía “con una embarazada”. Cacho llamó varias veces a lo largo de 1976. Para tener la certeza de que ese hombre se comunicaba con su hija, el padre le dijo que le enviara el siguiente mensaje: “Dígale que Pombo está muy enfermo”. Su padre lo dijo con un tono de voz que marcaba preocupación.
En el llamado siguiente, Cacho les preguntó cómo estaba el perro de la casa, que se llamaba Pombo. Eso les dio la certeza de que Cacho tenía contacto con Beatriz y que ella estaba con vida. De todos modos, el desconocido nunca daba datos concretos sobre dónde estaba cautiva Beatriz. En 1977 su padre sufrió una operación quirúrgica y como no pudo atender los llamados de Cacho, el contacto se perdió durante un tiempo, pero luego lo retomó.
Los primeros que le dieron datos concretos de la presencia de su hermana en Puente 12 fueron los integrantes de una pareja mayor cuyo hijo había estado en ese centro clandestino y ahora estaba legalizado en la cárcel de Ezeiza. Le dijeron que Beatriz estuvo “en la Brigada Güemes”, ubicada en la Autopista Ricchieri y Camino de Cintura.
Esa pareja tenía en su poder un cigarrillo que, en la parte de adentro del papel tenía, entre otras direcciones, la de la casa de sus padres, Del Valle Iberlucea 3381. Lo había escrito su hijo, para que pudieran dar aviso a los familiares de las personas desaparecidas que vivían en esas casas. El matrimonio mayor y sus padres, visitaron cada casa para dar aviso a las familias. Con ellos formaron la agrupación Familiares Zona Sur. El hijo del matrimonio que contactó a sus padres había sido delegado de la planta de Peugeot de la localidad bonaerense de Berazategui.
La tercera fuente de información la obtuvieron recién en 2008. El contacto fue con César Lemos, quien les dijo que “había estado detenido en el mismo lugar” que Beatriz Le Fur. Según Lemos, a él lo habían detenido sin ninguna razón, solo “por portación de apellido”. Les dijo que Beatriz conservaba el ánimo, pero que “la habían torturado” para que les dijera “quién financiaba” a la agrupación Cofappeg.
Luego habló sobre un frustrado encuentro con Lemos, quien le había dejado un mensaje en el contestador. La idea de ella era reunirse “en la casona Cultural de Humahuaca que está a la vuelta de mi casa”, en la calle Humahuaca 3508. En ese lugar “hacemos las baldosas con los nombres de los desaparecidos”. Alicia es integrante de la organización Baldosas por la Memoria.
Lemos no se presentó a la reunión y a ello se sumaron algunos datos erróneos que no le permitieron contactarse con él por vía telefónica. Tiempo después la volvió a llamar y le dijo que lo operaron del corazón y que “eso lo hizo recobrar la memoria, lo que suena raro, no es muy lógico”. Por eso lo citaba en La Casona, donde siempre había gente porque no quería encontrarse a solas con él. Ella tenía contacto con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y le recomendaron que le dijera a Lemos que se entrevistara con ellos.
Con el retorno de la democracia y la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), volvió a llamar Cacho, quien esta vez les dijo que él había estado en Puente 12. Les nombró a tres policías que eran responsables del lugar: “Domingo Fortunato, el comisario Diácomo y el subcomisario Francisco Casione o Casiani”. Para poder nombrarlos sin cometer errores, la testiga pidió autorización al juez Obligado para consultar sus apuntes. En 1984, Francisco Diácomo era comisario inspector de la comisaría de San Justo, y Casione o Casiani jefe de la Regional de Morón. El abogado defensor Eduardo Chítaro, solicitó a la testiga que repitiera los nombres, para tomar debida nota.
La desaparición de su hermana y la responsabilidad de esos comisarios “fueron investigados por el juez (Carlos) Olivieri, algo que era muy valorable en esos tiempos porque el empezó a investigar por su cuenta”. Olivieri era titular del juzgado de instrucción número 3 de la Capital Federal. “A mí me parece una cosa digna de ser nombrada y aplaudida”, dijo Le Fur. La familia presentó hábeas corpus y denuncias a nivel nacional e internacional, realizó gestiones ante el Ministerio del Interior y presentaciones “en España y Francia, los países donde nacieron mis abuelos”.
Ante preguntas del abogado querellante Pablo Llonto, la testiga dijo que su hermana era profesora del nivel inicial, pero no llegó a ejercer. Estudió en la Escuela Normal de Lomas de Zamora, pero “no llegó a tener prácticas”. El esposo de su hermana se llamaba Santiago Carrara y había caído preso en enero de 1974 y recuperó su libertad “diez años después”. Sobre la militancia de su hermana, sostuvo: “Uno milita porque quiere un mundo mejor, Beatríz militaba no solo por el marido sino por el deseo de dejar un mundo mejor que el que la recibió”. En ese momento aclaró que la Cofappeg, en donde militaba su hermana, tenía vinculación “con el PRT, con el brazo no armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (ERP)”.
Beatriz también estuvo detenida en 1974, en la Superintendencia de Coordinación Federal. “Estuvo una semana y, según el libro de la Dirección de Investigaciones de la Provincia de Buenos Aires (Dipba), fue liberada por falta de mérito”, dijo. Relató luego que su hermana “sufrió un atentado de la Triple A, la querían secuestrar a ella junto con otra chica que tenía un bebé en brazos”. Dijo que “zafó de eso, porque ya sabemos cómo terminaban los secuestros de la Triple A”. Eso pasó cuando el marido de su hermana estaba preso en una cárcel del Chaco. Sobre la militancia de su hermana, mencionó que “en el libro Monte Chingolo, de Gustavo Plis-Sterenberg aparecen muchos datos de Beatriz”. La testiga recalcó: “Me impresionó muchísimo (lo que hizo su hermana) porque era una nena y se atrevió a hacer algo que para mí sería muy difícil”. Ese compromiso fue el que la llevó a contactarse con los familiares de los caídos en Monte Chingolo, para presentar hábeas corpus y reclamos para que se informe sobre lo ocurrido con esos compañeros. Esa actividad, ese compromiso, fue lo que llevó a Beatriz “a la decisión obligada de caer en la clandestinidad”.
Recordó que vio a su hermana el 6 de junio de 1976, el día de su cumpleaños, y que estaba “más linda que nunca y contenta, como siempre”. La pudo ver por el contacto con una chica que se presentó en su lugar de trabajo. Como no conocía a la chica que le proponía ver a su hermana, dudó “entre el deseo de verla y el riesgo que corría porque no conocía a esa chica”, y temía que la secuestraran.
Alicia estaba en su trabajo y fingió salir, junto con la chica, a realizar un trámite. En el camino hacia el lugar de la cita con su hermana, compró “un libro muy conocido, de un poeta turco que estaba preso, y fue el regalo junto con un té con masas para mi hermana, en el último día que la vi”. Susana, su otra hermana, también pudo encontrarse con Beatriz en un bar del barrio de Congreso.
Ante preguntas de Llonto, dijo que a través de Cacho, en uno de sus últimos llamados, supieron lo que le había pasado a Beatriz. Cacho siempre había hablado con su padre, pero en esa ocasión habló con su hermana Susana. Allí supo que “la mataron a fines de 1976”. Todo indica que su padre lo sabía de antes, pero “mi viejo se lo reservó o no tuvo coraje de decirlo, o lo negó, o el inconsciente le jugó una mala pasada”. Sobre la forma en que la asesinaron, lo único que pudieron saber por Cacho es “que no dejó rastros, como para que no busquemos” más.
Confirmó que Cacho les aseguró que Beatriz estuvo en Puente 12 y en la conversación mencionó al lugar como “Brigada Güemes, eso lo leí en la declaración de Susana, en una causa de La Plata”.
En relación al matrimonio mayor que los había contactado, la testiga supo después que el hijo secuestrado había podido salir del país con destino a Suecia. En cuanto al cigarrillo en cuyo papel aparecían las direcciones de personas que tenían familiares secuestrados, explicó que “la letra era diminuta y sólo se podía leer con lupa”. Nunca pudo saber nada sobre las otras familias. Todas las direcciones eran de la zona sur bonaerense. A pedido de Llonto, Alicia mostró fotos de su hermana Beatriz, que habían sido sacadas por el esposo de ella, quien había estudiado sociología y fotografía en Avellaneda. Por esa razón, las fotos “eran muy artísticas”. Alicia también mostró un recorte del diario Clarín del 27 de julio de 1979, en el que se hacía mención al secuestro de su hermana. El texto se veía gastado por el paso del tiempo, pero podía apreciarse bien la foto y el nombre de su hermana. Con esa información, el juez Olivieri había iniciado la investigación que fue elogiada por Le Fur
Consultada acerca de si sabe que César Lemos estuvo secuestrado en el mismo centro clandestino que su hermana, respondió: “Él dijo que sí”. Agregó que el arquitecto a quien mencionó se llamaba Carlos Pais y que “él lo asoció a la Cofappeg”. Sobre Lemos señaló que supo que se exilió en Suecia. “Tenía una voz gruesa que me hacía pensar que era mayor y con un vocabulario bastante limitado, dijo que transportaba en camión materiales de construcción y dio direcciones distintas, en San Telmo y en la calle Agüero”, declaró. Contó que en una ocasión, Lemos habló con Pedro Galíndez, de la agrupación Hermanos a la que ella pertenecía. A Galíndez le pareció “cierto y veraz” lo que aportaba Lemos. En el final, la testiga sostuvo: “Mi ambición es que se haga justicia, que se sigan buscando restos y que se siga este proceso”. Pocos días después, Alicia falleció sin poder ver presos, por lo menos, a algunos de los culpables del asesinato de su hermana y de los 30 mil compañeros desaparecidos.
“Me acusaron de subversivo”
El siguiente testigo fue Martín Márquez Viana, quien se encontraba en su domicilio, asistido por Juan Martín Loperena, del Programa Nacional de Protección a Testigos e Imputados. Dos de los abogados defensores pidieron la identificación de ese funcionario y hasta cuestionaron por ser “indicativa” la primera pregunta que el presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, le viene haciendo a los testigos desde hace varias audiencias. Les menciona una fecha (la de su secuestro o la del secuestro de un familiar) y les pregunta si recuerdan qué pasó ese día.
Los defensores, que casi no hacen preguntas, tuvieron la evidente intención de incomodar al testigo, que tenía alguna dificultad para entender lo que se le preguntaba. De allí la asistencia que recibió de parte de Loperena.
Vázquez Viana, nacido en Corrientes, dijo que el 30 de marzo de 1976, en el kilómetro 29 de la Ruta 3, en la localidad de González Catán, fue “sorprendido” en su casa “por un grupo de militares”. Lo secuestraron en su casa, ubicada en Calderón de la Barca 4363.
Lo subieron a una camioneta y lo llevaron a un lugar que identificó como Puente 12. Explicó que conocía de antemano ese lugar porque “siempre trabajaba por ahí, hacía changas” por esa zona del partido de La Matanza. Dijo que lo tuvieron un mes “tirado en el piso, atado” en el centro clandestino de detención. Lo blanquearon luego de la presentación de un hábeas corpus y lo trasladaron a la cárcel de Devoto.
El testigo dijo que vivía con su esposa Lucía del Tránsito Luna, sus tres hijos, Alberto, Valeria y Estela, y con su padre Maximiano Vázquez. Dijo que en Puente 12 lo insultaban y le apuntaban “varias veces” con armas. Lo acusaban de ser “un subversivo, que estaba en contra” de las Fuerzas Armadas. “Me amenazaban con el arma y me decían que me iban a matar”. Dijo que había otras personas secuestradas en el lugar y que escuchaba “gritos y golpes”. A veces le daban comida “y a veces no”, mientras que también “era difícil” que lo dejaran ir al baño. Agregó que perdió “varios kilos” durante su secuestro. El testigo no recordaba el año en que recuperó su libertad, pero dijo que vio el Mundial de fútbol “cuando estaba preso”. Vázquez Viana trabajaba en una fábrica de ladrillos que se llamaba El Palmar.
La Masacre de la Calle Rosetti
Las primeras palabras del testigo Daniel Tonso fueron para señalar que desde hace casi 50 años viene reclamando justicia por el secuestro de su mamá, Ana María Woichejosky de Tonso, casada con su papá, Osvaldo Luis Tonso. Explicó que sus padres estaban separados y en 1974, él vivía con su mamá. Ella tenía “inquietudes artísticas” y “un puesto en una feria artesanal” en la plaza San Martín, en el barrio porteño de Retiro. Los domingos vendían muñecos de tela. El colaboraba con su mamá y con otras personas se turnaban en la atención del puesto.
El domingo 7 de noviembre de 1976, cerca de las 17,30, cuando estaban por irse, él regresó al puesto luego de ir al baño y escuchó “un griterío bárbaro”. Su mamá había ido hasta un auto estacionado sobre la calle Maipú, para guardar las artesanías que quedaron sin vender. En ese momento, escuchó gritar a su mamá: “Soy Ana María Woichejosky me están secuestrando”. Lo repitió varias veces y él se fue acercando en forma lenta hacia el lugar donde estaba su madre, porque tiene una discapacidad y caminaba con bastones. Pudo ver que a su mamá “la estaban agarrando entre varios de los brazos, de las piernas”. Hubo forcejeos, golpes y exhibición de armas por parte de los agresores. Estaban vestidos de civil y nunca se identificaron.
Pudo ver que a su mamá “la metieron en un Ford Falcon rural, creo que era plateado”. Él estaba en compañía de una chica llamada Marcela Del Valle, con la que “estaba saliendo”. Ella también tenía un puesto en la feria. Ellos no sabían “qué hacer ni dónde ir”.
Pasaron esa noche en la casa de una amiga de Marcela, en el barrio porteño de Parque Patricios. En la casa de esa amiga, Andrea, se quedaron entre tres y cinco días. Al día siguiente de lo ocurrido con su madre, secuestraron a Graciela Seitún, la mamá de Marcela. Ese nuevo episodio ocurrió en los alrededores de la plaza San Martín.
Luego supo que Graciela y su mamá fueron llevadas al mismo lugar. Graciela, cuando quedó en libertad, contó que estuvo “vendada y encapuchada” y que “había escuchado hablar a mi vieja y le había preguntado qué hacía ahí”. A Graciela la habían dejado libre en “algún lugar de la General Paz”.
Cuando la secuestraron, a Graciela la trasladaron “en un auto, tirada en el piso”. Una hora después llegaron a un “lugar alejado” en el que no había asfalto.
Con el tiempo “fuimos conociendo gente que estaba en nuestra misma situación, con familiares o amigos desaparecidos y empezamos a ir a algunas reuniones”. Hacia fines de 1976, principios de 1977, se reunían en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en Corrientes y Callao. Allí concurrían en forma habitual unas 20 o 30 personas. En la Liga recibieron ayuda y recomendaciones acerca de a quién dirigirse para pedir información sobre lo ocurrido con sus familiares. El hábeas corpus que presentaron por el secuestro de su mamá tuvo resultado negativo, “no hubo respuesta”. Enviaron cartas a distintas organizaciones y personalidades, pero sólo recibieron palabras de aliento para “tener esperanza y seguir buscando”. Fueron incluso a la Casa de Gobierno, pero les dijeron que “no tenían nada, que no sabían nada”. No pasaron más allá de la mesa de entrada, donde les dijeron que no tenían “por qué buscar ahí, que ellos no eran partícipes” de nada relacionado con secuestros.
Luego habló de la publicación de recordatorios de su mamá en el diario Página 12. Con su hermano Darío todos los años publicaban esos recordatorios para tratar de encontrar a “algún testigo que la haya visto con vida en algún centro de detención”.
En la sede de la Liga, tuvo contacto con un hombre que había estado detenido junto con su mamá. Después de eso no tuvo “más noticias de ningún lado” y mandó “cartas a militares, sin tener respuesta”.
Relató luego que, antes del secuestro de su madre, tenían un taller artesanal donde además vivían, en avenida San Juan y Pichincha.
En ese lugar solían reunirse cuatro o cinco personas que eran compañeras de su mamá que formaban un grupo de teatro de títeres. Dos de esas personas eran Catalina Garay y su pareja Jorge López. En ese momento, Pedro Celestino Insaurralde era pareja de su mamá. Era docente y pintor, egresado de Bellas Artes. Había nacido en el pueblo de Salada, en Entre Ríos. “Hacía dos años que era pareja de mi mamá”, recordó. Él no participaba en las reuniones del grupo de su madre.
Luego supo quién era “el responsable de ellos como grupo, Armando Jaime, un salteño que venía cada tanto”. También iba “una compañera de unos treinta y pico de años de sobrenombre Chela, le decían la Gorda Chela”. Recuerda haber presenciado tres reuniones de ese grupo.
En ese entonces él tenía 22 años y se dedicaba al deporte en silla de ruedas. Jugaba al básquet y se estaba preparando para ir a competir en las Paraolimpiadas en Toronto, Canadá. Un mes antes del secuestro de su madre dejaron la casa de San Juan y Pichincha porque “estaba marcada”.
Escuchaban los noticieros de Radio Colonia, en los que se informaba que había “muchos actos de violencia” en la Argentina. Por esa razón se habían mudado, su madre, Pedro y él, a una casa en la localidad bonaerense de San Justo.
Unos días después del secuestro fue a visitar a su papá, que vivía en Chacarita, para contarle lo que había pasado con su mamá. Allí se enteró que su hermano Darío, en la misma tarde del domingo 7 de noviembre de 1976, había ido a visitar a Pedro a la casa de San Justo. En la noche fueron a comprar en el coche de Pedro, pero surgió un problema con el auto y tuvieron que empujarlo. Cuando estaban llegando a la casa de la calle Achával habían estacionado un camión del Ejército y entre 12 o 15 efectivos. Su hermano y Pedro pasaron por delante de los militares, siempre empujando el auto. Uno de los efectivos “les dijo que corrieran, que rajaran, sino los iban a hacer boleta”. Una cuadra más adelante abandonaron el auto y salieron corriendo hacia la Rotonda de San Justo.
La casa de San Justo quedó abandonada y su padre, una semana después, fue a retirar las pertenencias que habían quedado en el lugar: “Las ropas, papeles, documentos, muebles, la heladera, un televisor, una radio, dos guitarras mías y las herramientas que usábamos para artesanías”, recordó. Al llegar, su padre se dio cuenta que habían volteado la puerta y estaba todo roto. “La heladera no estaba, el televisor tampoco, faltaba casi todo, mis guitarras y mis medallas, premios, todas esas cosas desaparecieron”, contó.
El testigo dijo que con su hermano Darío siguieron buscando a su madre. Después conoció a Hernán Bravo, un compañero que vivía en Avellaneda, que se había dedicado a investigar los asesinatos que habían ocurrido en el barrio Piñeyro, de esa localidad bonaerense. Los vecinos mayores se referían, de manera puntual a la Masacre de la Calle Rosetti.
Hernán Bravo trabajaba en la Secretaría de Derechos Humanos de Avellaneda y estaba en contacto con el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). A través de Carlos “Maco” Somigliana y de Patricia Bernardi, del EAAF, tomaron conocimiento de las fosas comunes que había en el cementerio de Avellaneda. Los vecinos y vecinas contaban que una de las paredes del cementerio había sido tirada abajo por los camiones que trasladaban los cuerpos de personas asesinadas durante la dictadura cívico militar.
Los datos se completaron con informes de la Morgue Judicial y se pudo determinar que había cinco cuerpos relacionados con la Masacre de la Calle Rosetti. Las cinco personas habían sido fusiladas contra el paredón de una fábrica. Antes habían sido llevados a la comisaría segunda de Avellaneda. Eso ocurrió el 4 de enero de 1977 “un mes y unos días después” del secuestro de su mamá.
En la comisaría, por una infracción menor, estaba detenido Rafael Barone, quien se cruzó con esas cinco personas secuestradas. El testigo, Hernán Bravo y el abogado Pablo Llonto, se entrevistaron con Barone, quien luego prestó declaración en el juzgado federal a cargo de Daniel Rafecas.
Barone relató que la noche del 4 de enero de 1977 lo sacaron en forma sorpresiva del calabozo donde estaba y vio entrar “encapuchados, maltratados, con los rostros cubiertos” a tres mujeres y dos hombres, todos jóvenes, a excepción de una de las mujeres, que parecía ser algo mayor. “Nos contó que esas personas estaban muy mal y que algunos tenían ropa de abrigo” en verano. Cruzó una mirada con esas personas y le pareció que le preguntaban con su actitud si “podía hacer” algo por ellos, lo que le produjo “una sensación de impotencia”.
Esa noche, Barone recuperó su libertad y cuando regresaba a su casa, a unas pocas cuadras, escuchó una ráfaga de ametralladora y gente que gritaba. Después supo que todas las vecinas y vecinos estaban encerrados en sus casas, porque hubo un operativo militar y los amenazaron. Algunos vieron que bajaban a cinco personas y que los hicieron correr por la calle Rosetti. Cerca de allí estaba el paredón de la exfábrica Tamet. Las personas obligadas a correr y fusiladas eran María Cristina Lanzilotto, Carlos Benjamín Santillán, su madre Ana María Woichejosky, Julio Di Gangi y María Inés Assales. El informe oficial dio cuenta de un enfrentamiento que nunca ocurrió.
Los restos de su madre pudieron ser identificados por el EAAF con la donación de sangre que hicieron al Banco Nacional de Datos Genéticos. “Nos llamaron de EAAF para decirnos que tenían la plena seguridad de coincidencia genética de los restos con nosotros, así que supimos que entre el 4 y 5 de enero del 77 la habían matado”, dijo. Aclaró que saber lo que había sucedido no fue un alivio. Sólo ayudó algo en ese proceso doloroso de esperar que regresara con vida y en seguir pidiendo justicia por lo ocurrido. Luego participaron con su hermano de un acto de homenaje a las cinco víctimas organizado por vecinos y por la Municipalidad de Avellaneda.
Respecto de Pedro Insaurralde, pareja de su madre, supo años después que fue asesinado en la localidad bonaerense de Marcos Paz. Con el tiempo supieron que su madre y sus compañeros eran militantes del Frente Revolucionario 17 de Octubre (FR17) y que habían estado secuestrados en Puente 12 o Brigada Güemes.
Afirmó con seguridad que su madre estuvo detenida allí junto a otros compañeros. Dijo saber que también estuvieron en ese lugar “el Negro Juan Carlos Arroyo y Jorge Di Pascuale, que también eran referentes y compañeros del FR17”.
A preguntas del querellante Pablo Llonto, dijo que su madre tenía 43 años al momento de su secuestro y que la llamaban “La Flaca” o “La Rusa”. Dijo que no conocía a una compañera a la que llamaban “Belcha”, pero que sí la había sentido nombrar. De ella decían que era militante del FR17 en el barrio porteño de Flores, en un club de la comunidad boliviana. Su madre comentó una vez que con Belcha hicieron una puesta en escena de teatro de títeres en la Villa del Bajo Flores. Supo que Belcha también fue secuestrada.
Consultado por el grupo de artesanos relacionado con su madre, mencionó a Pedro Varas, de Lomas de Zamora, a quien conoció un poco más porque trabajaba artesanía en cueros. Después se enteró que también fue secuestrado en 1976 y que está desaparecido.
Al volver sobre el domingo que secuestraron a su madre, señaló que varios compañeros y compañeras intentaron evitar que se la llevaran. “Intervinieron para que soltaran a mi vieja, pero recibieron golpes, uno terminó en el piso y además los apuntaban con armas cortas y armas largas”, declaró. Eran tres las personas que tenían a su madre “que gritaba mientras se la llevaban para la calle Maipú”. Después vio cuando se iban los autos, luego de meterla en uno de ellos”. Luego mostró algunas fotos de su madre. Luego se comprometió a ubicar a su hermano Darío, que vive en Canadá. Como cierre de su testimonio, dijo: “No sabemos quiénes fueron exactamente los responsables, pero todos los que operaban fueron los artífices de todas las desapariciones de tantas personas, y de los asesinatos”. Recalcó que los represores “siguieron libres, se fueron caminando a su casa y en libertad, derecho que no tuvo ninguno de nuestros familiares”. Afirmó que espera “lo antes posible, en este año, que se pueda conseguir una justicia reparatoria”.