Puente 12 III -día 13- “La tortura era terrible, creí que me moría ahí”
Por LR oficial en Derechos Humanos, Lesa Humanidad, Puente 12, Puente 12 III
José María Lanfranco, militante de la agrupación Política Obrera y sobreviviente del Centro de Tortura y Exterminio Puente 12, declaró en la audiencia 13 del juicio. Fue secuestrado junto con Daniel Mirkin, Oscar Carbonelli y María Elena Hernández. Contó las torturas que sufrió durante su cautiverio y el simulacro de fusilamiento que le hicieron a él y a Carbonelli.
Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Valentina Maccarone / Pedro Ramírez Otero
En mayo de 1975, José María Lanfranco militaba en la agrupación Política Obrera (PO), cuando fue secuestrado junto con una compañera y dos compañeros. Los llevaron al Centro de Tortura y Exterminio de Puente 12. Los cuatro fueron torturados con picana eléctrica. “El sufrimiento era tan terrible, que creí que me moría ahí”, afirmó el sobreviviente. Lanfranco recuperó su libertad en julio de 1977, cuando pudo salir del país para exiliarse en Francia, donde todavía reside.
Al declarar en la audiencia 13 del juicio Puente 12 III, Lanfranco sostuvo que los guardias “pasaban, se reían y nos golpeaban” durante las sesiones de tortura.
Lanfranco fue secuestrado el 1 de mayo de 1975, en San Justo, junto con Daniel Mirkin, Oscar Carbonelli y María Elena Hernández, quienes ya declararon en las primeras audiencias de este juicio.
El testigo formaba parte de Política Obrera (PO), antecedente de lo que luego fue el Partido Obero (PO). Lanfranco aclaró que era una organización “no guerrillera” y que los detuvieron por realizar reuniones con vecinos para conmemorar el Día del Trabajador.
Aclaró que integraba un grupo que se dedicaba a controlar lo que sucedía cuando terminaban las reuniones y los compañeros y compañeras comenzaban a retirarse. “El temor era que aparecieran grupos de operaciones de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que ya nos habían matado dos camaradas”, contó.
Cuando él y sus tres compañeros se retiraban, aparecieron dos autos marca Torino de los que bajaron policías de civil que “nos obligaron a acostarnos en el suelo y nos pusieron nuestros abrigos de capucha”. Era un día de “mucho frío” y ellos estaban con “el torso al descubierto”. Uno de los policías estaba “muy nervioso” y “se le escapó un tiro”.
Los subieron a los coches y los llevaron a la comisaría de San Justo, en el partido bonaerense de La Matanza. Allí, permanecieron varias horas. A él le robaron el gamulán que llevaba puesto y su reloj. A la noche, los trasladaron a otro lugar y al llegar los “bajaron a los golpes”.
Apenas llegaron, lo subieron al elástico metálico de una cama, le mojaron el cuerpo y lo torturaron con picana eléctrica. Le preguntaban si pertenecía al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), para que dijera qué atentado estaban preparando.
“Yo les decía que pertenecíamos a Política Obrera, que hacíamos acciones democráticas y sindicales, y seguían exigiendo que les diga quienes eran mis compañeros de guerra”, recordó. Luego, el testigo contó que fue llevado al calabozo y lo dejaron ahí “en pésimas condiciones”. Desde ese lugar, escuchaba los gritos de los tres compañeros con los que había sido secuestrado.
Las torturas duraron mucho tiempo. Los llevaban a una sesión, volvían al calabozo y de nuevo a la tortura. “Luego me llevaron, creo, a un galpón, por la resonancia (que tenía el lugar)”, declaró. No podía ver nada, porque seguía encapuchado. “El sufrimiento (en la tortura) era tan terrible, que yo creí que me moría ahí”, dijo. Además, los guardias pasaban, se reían y le pegaban. Con el cambio de guardia, el trato fue menos duro y uno de los custodios le levantó la cabeza con las manos y le dijo: “Tranquilo pibe, no te agites que te vas a morir”.
Más tarde, los hicieron subir a una camioneta donde los “apilaron a todos como ganado”. Lanfranco aún recuerda el olor que tenían, porque “no nos llevaron al baño, no nos dieron agua ni comida”. Los trasladaron de nuevo a la comisaría de San Justo y, luego, a la de Villa Madero. En esa comisaría les quitaron las vendas y a los tres hombres los pusieron en una celda con detenidos comunes que los asistieron en forma solidaria.
En la comisaría de Madero fueron interrogados “de forma violenta” por un policía “que estaba nervioso” cuando les hacía las preguntas y de alguna manera inducía y tergiversaba las respuestas. Recién el 10 de enero de 1976, los familiares de los cuatro pudieron tomar contacto con ellos.
“Habían allanado la casa de mi madre. A mi padre, que había fallecido siendo suboficial mayor de la Marina, le robaron el arma de servicio, junto con otras pertenencias”, contó. Con posterioridad, Lanfranco, Mirkin, Carbonelli y Hernández fueron trasladados al penal de San Martín. Los últimos tres pudieron salir en libertad.
A Lanfranco lo dejaron en prisión “bajo la acusación de tenencia de un arma de guerra”. El 25 de diciembre de 1976, sin pruebas, lo pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) hasta julio de 1977. Luego, pudo salir del país y permanecer en Francia como refugiado político, hasta diciembre de 1983. En ese momento , obtuvo la nacionalidad francesa y sigue viviendo en ese país.
Aclaró que hace poco pudo saber que estuvo secuestrado en Puente 12. Recordó que cuando lo sacaron de allí, a él y a Carbonelli les “pusieron un revólver en la boca y gatillaron con el arma descargada”. Les pedían que confiesen supuestos hechos, mientras se reían al ver sus rostros.
Acerca de las personas que los interrogaron en Puente 12, dijo que había “una persona capacitada, formada que, además, estaba preparada para los interrogatorios”. Remarcó que ese represor tenía conocimiento sobre torturas y sabía “algunas cosas de la organización Política Obrera, tenía información” sobre ellos. Agregó que “los menos capacitados eran los más salvajes, más violentos en las torturas”. Consideró que “el más capacitado era un superior, porque los otros tenían un lenguaje vulgar entre ellos, pero cuando se dirigían a esta persona eran más respetuosos”.
El testigo dijo que después del paso por las comisarías fueron llevados a un juzgado que cree que era de San Martín. Dijo no recordar el nombre del juez, al que definió como “contemplativo”, pero indicó que no les quisieron tomar la denuncia por el secuestro y las torturas sufridas.
En la última etapa de su detención, Lanfranco estuvo en la cárcel de Devoto, dónde nunca fue examinado por un médico que pudiera verificar las torturas que había recibido en Puente 12. Explicó que él tenía en ese momento “muchas marcas” y le “dolían las piernas”. Al retomar su relato sobre el día del secuestro en San Justo, sostuvo que en ese momento no sabían “si era la policía o la Triple A”, que era su mayor temor cuando estaban dispersando la manifestación, por eso habían creado grupos de los que el testigo formaba parte.
Sobre su cautiverio en Puente 12, precisó: “A mí me torturaron mucho, no sé si se ensañaron, porque mido 1,95, no sé la razón por la que se ensañaron conmigo”. Agregó que durante el cautiverio tuvo “miedo por María Elena”, la única mujer del grupo: “Nunca dejé de pensar en ella”, dijo.