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Apariciones en las playas

Escrito por el diciembre 8, 2023


En un nuevo aniversario de los secuestros de los y las “12 de la Santa Cruz”, compartimos una mirada acerca de cómo se vive en el Partido de la Costa la aparición a orillas del mar de algunos de los cuerpos de quienes fueron víctimas de los Vuelos de la Muerte. Entre la negación y la ignorancia, una herida que todavía sangra.

A 40 años del retorno de la democracia, y ante el día de los Derechos Humanos con la asunción de los reividicadores del plan de exterminio de la última dictadura cívico militar y eclesiástica, la Memoria del operativo de la Santa Cruz, uno de los más significativos durante el Terrorismo de Estado, la realidad de los cuerpos “aparecidos” en nuestras playas, y el silencio durante décadas en el Partido de La Costa.

En la Iglesia de la Santa Cruz -ubicada en el barrio San Cristobal de la Ciudad de Buenos Aires- se reunían familiares de personas detenidas-desaparecidas para acciones de búsqueda, de reclamos, de organización e investigación, y de acompañamiento. Entre ellas, participaban tres fundadoras Madres de Plaza de Mayo: Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco. A través de inteligencia criminal, de una persecución silenciosa que esperó agazapada, de un infiltrado, y de grupos de tareas de la ESMA, se secuestró a integrantes del grupo de la Santa Cruz, que fueron llevados al centro clandestino de detención de la Escuela de Mecánica de la Armada, y la mayoría con destino final en los denominados “Vuelos de la muerte”. Se cumplen 46 años del operativo, de los secuestros, y de una historia que todavía sangra en el consciente colectivo.

Azucena y el grupo

El 30 de noviembre de 1976, el Terrorismo de Estado secuestró a Néstor. Su mamá, Azucena Villaflor de Vincenti, inició una búsqueda que no sólo cambiaría su vida, sino que partiría al medio a la historia misma de nuestro país y del mundo. Esta mujer se convirtió en una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, entre caminos que fue abriendo paso, interrogantes, búsquedas, algunas hojas que se fueron convirtiendo en carpetas, charlas con otras mujeres que también buscaban a sus hijos y no sabían por dónde ni cómo, palabras a los oídos y abrazos compañeros. “Cuando desaparecen a Néstor, sale a buscarlo, va a las comisarías, a los cuarteles. Y ahí se da cuenta que ir cada una por su lado no tiene sentido, que tienen que ir todas juntas”, contó hace unos años Cecilia, su hija.

Esas mujeres, Madres que buscaban a sus hijos desaparecidos, se fueron encontrando. 3 de ellas, con otros familiares y compañeros, y con la idea de no correr peligro con los uniformados y civiles de servicio revoloteando por todos lados, comenzaron a reunirse en la Iglesia de la Santa Cruz, que empezó a ser un lugar de encuentro para coordinar acciones de denuncia, visibilizar lo que ocurría en el país, completar carpetas con datos e informaciones, y poder charlar e investigar sin el temor de ser perseguidas. En uno de los salones se reunían, y al refugio ante el terror de las calles que impulsaron las Madres de Plaza de Mayo, se les sumaron Ángela Aguad, Remo Berardo, Julio Fondevila, Patricia Oviedo, Horacio Elbert, Raquel Bulit y Daniel Horane. También aportaban en las reuniones las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon, perseguidas por el Terrorismo de Estado y grupos de tareas.

El operativo

Un día llegó él. Un muchacho con “cara de ángel”, como solían decirle. Les contó que buscaba a su hermano desaparecido, y de a poco se ganó la confianza de todo el grupo. No sólo asistía a las reuniones sino que con alguna que otra excusa los veía afuera de la iglesia. Ese pibe, rubio, de sonrisa agradable y “mirada serena” era un monstruo. El genocida Alfredo Astiz, con un trabajo de inteligencia criminal, se infiltraba en el grupo. Y así fue que entre el 8 y 10 de diciembre de 1977 comenzó la cacería. El 8 un grupo de tareas de la ESMA secuestró en la Iglesia Santa Cruz a las Madres de Plaza de Mayo Esther Ballerino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, a la monja francesa Alice Domon, y a los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo. Ese mismo día secuestraron a Remo Berardo en su casa; y a Horacio Aníbal Elbert y José Julio Fondevila en un bar donde solían encontrarse integrantes del grupo. El plan finalizó el 10 de diciembre de 1977 con el secuestro de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor ―en la localidad de Avellaneda― y de la monja francesa Léonie Duquet ―en Ramos Mejía―. Azucena había salido ese día a comprar algo para comer y no regresó jamás. Todas las personas de la Santa Cruz fueron llevadas a la ESMA, y se estima que la mayoría fueron víctimas de los “Vuelos de la muerte” llevados adelante desde el avión repatriado este año y que puede verse en la ESMA.

Aparecidos

Lo que sucede en el Partido de La Costa es complejo y merece un análisis profundo. Durante décadas los mismos costeros argumentaban ―como una especie de extraño y siniestro legado sin chequear― que el Terrorismo de Estado “por la Costa, no pasó”. Sin embargo, en la localidad de Mar de Ajó, fueron secuestrados y desaparecidos Silvia Rosario Siscar de Salazar y Juan Miguel Satragno ―periodista del diario La Nación― ambos en el año 78. Hoy hay una baldosa en el sitio que los recuerda y homenajea, que en dos años fue vandalizada dos veces con simbología nazi. Pero el vínculo entre el territorio de bosques, arena y mar, con la dictadura cívico militar y eclesiástica es más profundo. El silencio es complicidad, entendimos hace muchísimos años, y eso fue lo que sucedió cerca de nuestras playas.
En dos diciembres, uno del 77 y otro del 78, a raíz de dos grandes sudestadas, el “mar se negó a ser cómplice”, como selló Norita Cortiñas en una visita a Mar del Tuyú, lugar en que vio por última vez a su hijo Gustavo, detenido y desaparecido días después en la estación de Castelar. La frase que Norita estampa, tiene que ver con la “aparición” de los cuerpos en nuestras playas. Porque en esos dos fines de año, y frente a la cara de costeros y turistas que disfrutaban del calor y el mar, los cuerpos de nuestros compañeros y compañeras aparecieron luego de haber sido lanzados de los “aviones negros”. “Un olor nauseabundo con el que todavía sueño por las noches”, recordó un bombero al que le ordenaron “levantar” los cuerpos. El silencio impuesto en aquellos años de fusiles y censura fue escalofriante. Y mucho peor el que continuó luego del retorno de la democracia. Pero años después, por medio de investigaciones de quienes no callaron ni olvidaron, se pudo constatar que las más de 60 personas que “aparecieron” a raíz de esas dos sudestadas, fueron enterradas como NN en el cementerio de General Lavalle, a unos kilómetros de La Costa. Se llegó a las fosas comunes, al registro de decenas de NN enterrados en menos de una semana ―dato que confirmó el accionar criminal y cómplice― y por medio del trabajo y compromiso del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), se recuperó la identidad ―al momento― de 22 de esas personas. 3 de ellas fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, las 2 monjas francesas, y muchos compañeros y compañeras que tuvieron el mismo destino.

Ni un cartel en las playas

Resulta extraño que al cumplirse 40 años del retorno de la democracia y con una política pública de derechos humanos, de Memoria Verdad y Justicia, que ―más allá de la dura coyuntura actual― marcó un hito en nuestro país, en el Partido de La Costa no exista ni un solo cartel en las playas que cuente esta historia. Con la excepción del “Paseo por la Memoria” de Santa Teresita, que sin renovación ni puesta en valor se mantiene por la militancia de familiares y compañeros del territorio costero ―que cada vez están más solos―, en ninguna otra localidad hay mención ni a las Madres, ni a los Vuelos de la muerte, ni al silencio y complicidad, y mucho menos al Terrorismo de Estado que marcó a fuego a un mar que abrió paso a la verdad.

“Si no se conoce la historia del lugar de uno, es difícil conocer la historia en sí”, suele decirse como un dicho que en este caso atraviesa por completo. Cuando se nombra en la costa a las 3 Madres, a las personas lanzadas vivas al mar, a los cuerpos que “aparecieron”, al cementerio de Gral. Lavalle ―desde hace años señalizado como Espacio de Memoria― la mayoría de los residentes se sorprenden, y del turismo ni hablar. La micromilitancia sigue marcando camino ―aunque cuesta― ante tanto silencio, olvido, y nula intervención del Estado municipal. “Ni un cartel” se repite cuando quienes vivimos y no comprendemos la omisión ante la historia misma, levantamos las banderas de nuestros compañeros y compañeras. Porque por más que durante décadas inyectaron una “verdad sectorizada”, alimentada con la idea de que “el turista quiere relajarse, no ver el horror”, la Memoria pisa fuerte como parte de nuestra identidad. Esa que nos enseñaron nuestras Madres y Abuelas, el movimiento entero por los derechos humanos que sigue siendo ejemplo para el mundo. Y que este 10 de diciembre, en el aniversario de Azucena, del final del operativo, de los derechos humanos y en los 40 años de democracia, paradójicamente, los aprendices de genocidas, los amigos de Videla, se convierten en gobierno. Hoy, en la resistencia que conocemos, que asumimos, y que comienza, levantamos más que nunca la bandera de los 30 mil, de los 500 bebés robados, del reclamo permanente para que abran los archivos, de la Justicia para que ni un solo genocida obtenga el beneficio que les prometió el “fascismo democrático” de La Libertad Avanza y el macrismo infiltrado, para que el país entero comprenda que durante el 75 y el 82 se implantó el terror con más de 800 centros clandestinos de detención en todo el territorio nacional, con un plan sistemático de exterminio que todavía sangra, que siempre va a doler, y al que todos los días se le suman investigaciones, nuevos responsables, silencios rotos por la Verdad, y una Memoria que no se rinde, ni ahora ni nunca.

46 años del operativo en la Santa Cruz, del infiltrado criminal. 40 años de democracia ininterrumpidos, con los derechos humanos que no se doblegan pero que hoy peligran. Ante una realidad que lastima, y ante el “olvido” como bandera de un nuevo gobierno, la Memoria ante todo, y en primera fila de una resistencia que nos convoca, porque ya nos conoce.


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