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El mensaje de una niña de 14 años en un Centro Clandestino: «Acá hay que aguantar lo inaguantable»

Por LaRetaguardia en Comisaría 5ª La Plata III, Derechos Humanos

Cuando Alejandra Santucho tenía diez años la dictadura reventó la casa donde vivía con su familia en Melchor Romero. Asesinaron a su mamá y a su papá y secuestraron a su hermana de 14 años. El EAAF identificó los huesos de su hermana 33 años más tarde en una fosa común en el cementerio de Avellaneda: la habían fusilado. Su mamá y su papá siguen desaparecidos. Alejandra fue la primera testiga del tercer tramo de Comisaría 5ª, el juicio de La Plata que La Retaguardia y Pulso Noticias transmiten en vivo.

“Éramos cinco: mi mamá, Catalina Ginder; mi papá, Rubén Santucho; mi hermana Mónica Santucho, que en 1976 tenía 14 años. Seguía yo, con 10 y Juan, un hermano más chico, que tenía 2 años. Yo tengo a mi mamá y a mi papá desaparecidos. Mi hermana estuvo 33 años desaparecida hasta que nos entregaron sus restos”. Así empezó el testimonio de Alejandra Santucho, la primera testiga en el tercer tramo del juicio de Comisaría 5ª que comenzó hace pocas semanas en La Plata.

Alejandra y su familia eran de Bahía Blanca, pero unos meses antes del golpe se mudaron a La Plata, a una casita en Melchor Romero. El papá de Alejandra, Rubén, y su mamá, Catalina, militaban en la Juventud Peronista y en Montoneros. En Bahía, Rubén era estibador en el Puerto de Ingeniero White: “Las patotas paraestatales, específicamente la Triple A, asolaba, amenazaba y perseguía a mi familia. De hecho, asesinó a muchos militantes políticos, sociales y gremiales. Mi papá estaba permanentemente amenazado, así que nos tuvimos que ir de Bahía Blanca; como muchos otros compañeros y compañeras que se tuvieron que mudar”, dijo Alejandra.

Pero la tarde del viernes 3 de diciembre de 1976, en pleno verano, los encontraron.

“Yo estaba afuera jugando afuera, en la casa de una vecinita. En mi casa había solamente dos adultos; mi mamá y mi papá. Vivíamos con una parejita muy joven, ella era de apellido Gutiérrez y el muchacho de apellido Ledesma, pero yo eso lo supe después con la reconstrucción. En ese momento los conocía como Pichu, Chile y el bebito. Cuando salían a trabajar, mi mamá quedaba al cuidado de todos los niños. Siempre repito la misma frase, pero realmente fue así; como si fuese una película: de la nada, del silencio absoluto, se produce un griterío. Empiezan a gritar de todos lados”, dijo.

“Habían rodeado la manzana y se acercaban hacia nosotros soldados, personas vestidas de civil, todos armados y nos gritaban: ¡Métanse adentro, métanse adentro! Todos con las armas en la mano. Nos quedamos mirando heladas y la mamá de la nena alcanzó a agarrarnos y a meternos adentro de la casa. Automáticamente veo que en mi casa se cierran los postigos y empiezan a disparar. Mi mamá grita: ¡Paren de disparar! ¡Adentro hay chicos! Gritaba para que dejaran salir a los chicos. Y dejan de disparar. Entonces yo me escapo y me quedo mirando la escena: veo cómo sale mi hermana Mónica con el bebito a upa y con mi hermano de dos años agarrado de la mano. Los que estaban allí, el ejército, la policía, personas de civil sacan a los niños y los meten en la casa de al lado. A Mónica le ponen algo en la cabeza, la meten en un auto y salen. Automáticamente se cierra la puerta de mi casa y comienzan nuevamente a disparar”, agregó.

Reventaron la casa

Alejandra siempre pensó que ese momento había durado muchas horas, pero cuando lo reconstruyó, con el paso del tiempo, se dio cuenta de que habían sido solo unos minutos. “En mi cabeza ese momento fue eterno. Cuando salí, cuando se terminó el ruido, le habían volado el revoque a la casa, se veían los ladrillos. No había puertas, no había ventanas. Después también supe que habían tirado granadas adentro: literalmente habían reventado la casa. Fue un operativo exagerado. Había helicópteros sobrevolando, había camiones, había multitud de gente. Y en mi casa había solo dos adultos”, recordó.

Desde la casa de enfrente, Alejandra escuchaba llorar a su hermano de 2 años: “Mi hermano lloraba, gritaba, lloraba a los gritos. Había quedado en medio de las balas. Él no se acuerda de nada, pero cuando yo vi la casa así y escuché a mi hermano, crucé para ir a buscarlo. Y ahí ellos registraron que yo también pertenecía a esa casa”. Los vecinos estaban muy asustados y el Ejército los llevó a una casa en la esquina. Un hombre robusto, obeso, que tenía un cargo y voz de mando se puso a hablar con una señora: “Yo escuché todo. Le dijo que nos tenían que cuidar, que no nos dejaran salir afuera, que el lunes nos iban a pasar a buscar. Era viernes. El lunes nos iban a ir a buscar a mi hermano y a mí”, dijo Alejandra.

Sabía lo que pasaba en mi casa

“Con 10 años, yo sabía lo que pasaba en mi casa; yo sabía que en el barrio decíamos que éramos de Olavarría, no de Bahía Blanca; que me llamaba Verónica, no Alejandra. Yo sabía lo que pasaba; sabía que desaparecían compañeros, veía la angustia de mis viejos cuando alguien venía y decía ‘desapareció Fulano’, ‘desapareció Mengano’; gente de Bahía que habían venido a militar acá y que desaparecían. Así que cuando escuché que el lunes siguiente nos iban a ir a buscar, tampoco fue demasiado aliviador para mí”, contó.

–¿Y la hermanita, señor, qué pasó con la hermanita? –preguntó la señora de la casa.
–No se preocupe, la hermanita está bien. La llevamos para interrogarla –le dijo el oficial.

Al día siguiente, llegó una mujer a la casa. Dijo que era una asistente social. “Le dijo a la señora que se quedara dentro, me llevó al patio y, literalmente, me interrogó. Puso una silla frente a otra y me interrogó: me preguntó cómo me llamo, de donde soy, cómo se llama mi mamá, cómo se llama mi papá. Y yo, por supuesto, seguí repitiendo el speech que sabía que tenía que decir. Después me di cuenta, con diez años no me daba cuenta que, pobrecita Mónica, seguramente ella había dicho cómo nos llamábamos. La mujer sabía que yo le estaba mintiendo. Si hay algo que no me olvido, además de todo este episodio, fue la cara de odio con la que esa persona me miraba. Me miraba con mucha, mucha cara de odio”, contó Alejandra frente al TOF 1 de La Plata.

Nos salvan la vida

Ese fin de semana Alejandra y Juan no pudieron salir a la vereda, sólo se podían acercar al jardín de adelante. Ahí fue cuando se acercó un compañero de sus padres vestido de heladero.

–Hola
–¿Cómo están?
–Estamos bien. Estamos Juan y yo, pero se llevaron a Mónica.
–Bueno, bueno. ¿Están bien?
–Sí, estamos bien, pero el lunes nos van a venir a buscar.
–Bueno, bueno.

“El domingo a la noche, lunes a la madrugada, antes de que se hiciera lunes, este compañero, el Colo, junto con otros tres compañeros más, el Negro, Pajarito y Claudito, Claudio Tolosa, van a la casa, golpean y le dicen a la familia que nos van a llevar. Nos despertamos, yo los reconozco y nos sacan de allí en un carro. Yo digo compañeros de mis viejos, pero eran muy jóvenes. Tenían alrededor de 20 años. Nos sacan de ahí, nos salvan la vida. A mi hermano y a mí nos salvan la vida. Creo que con 10 años y con el interrogatorio que me habían hecho el día anterior, seguramente hubiera corrido la misma suerte que mi hermana. Y mi hermanito, mi hermano hoy, sería probablemente algún chico buscado por Abuelas de Plaza de Mayo”, contó en su testimonio Alejandra.

Alejandra y Juan se quedaron en la casa de Pajarito Martínez y ella recordó: “Nos salvan. En esa casa tuvimos toda la solidaridad, todo el amor y el cariño que se puede tener. Luego de eso me acuerdo que unos familiares vivían en Ezeiza. Nos contactamos después con otros compañeros, nos llevaron a Ezeiza, donde vivían mis tíos. Yo me acordaba la dirección exacta y de allí. Mis tíos se conectan con mis abuelos y, después de un tiempo, mi abuela nos va a buscar”.

El Pajarito y sus compañeros eran chicos muy jóvenes, tenían 20 años. “Mi mamá y mi papá eran más grandes, les decían la vieja y el viejo. Mi mamá tenía 35 y mi papá 40. No eran tan grandes. Hoy nos parecen jovencísimos. Mi mamá les había dicho que si les pasaba algo, que se hicieran cargo de nosotros, que velaran por nosotros. Ellos cumplieron ese mandato de solidaridad y de compromiso; hicieron ese acto que hoy sería una locura pensarlo. Porque los podrían haber secuestrado, lo podrían haber desaparecido y, sin embargo, se arriesgaron y nos rescataron. Y hoy estoy acá”, agradeció.

En 2013 el escritor Jorge D’Alessandro escribió un libro: “El carro de la vida”z contando la escena del rescate de Alejandra y Juan, y cómo salieron de Romero, cómo les salvaron la vida.

Cosas envueltas en nuestras cobijas

Alejandra hizo una interrupción en su relato. Quiso contarle al tribunal que el día del operativo, cuando se escapó de la casa de su amiguita y escuchó llorar a su hermano, vio cómo el Ejército desvalijaba la casa: “Era una casita muy chiquitita y muy humilde, pero suben todas cosas y suben también cosas envueltas en las cobijas, en nuestras sábanas y cobijas. Con el tiempo me doy cuenta que en esas cobijas estaban envueltos los cuerpos de mi mamá y de mi papá, y que los subieron en camiones del Ejército”, dijo.

Al finalizar el testimonio, Mónica le entregó dos documentos al Tribunal: “En esa época de impunidad nos dedicamos a investigar qué había pasado, dónde estaban los cuerpos de nuestros viejos, qué habían hecho con ellos. En esa búsqueda, pude rescatar dos actas del cementerio de La Plata. Son las actas de entrada de los cuerpos de mi mamá y de mi papá como NN. Están ingresados en las actas el día posterior a que los asesinan, el 4 de diciembre. Dicen NN pero están todas las características físicas y, además, dicen provenientes de un operativo en tal y tal calle, que es la dirección de mi casa”.


«A veces, en las charlas, cuando nos cuestionan si son 30.000 los detenidos desaparecidos, yo creo que son muchos más de 30.000; porque a mi abuela y a mi abuelo también los mató la dictadura. A mi abuelo en el ‘81 le dio un cáncer fulminante y falleció. Y mi abuela en el ‘85, después de enterarse de esto, también falleció. Eran jóvenes los dos».


Hasta que no se reabrieron los juicios no volvieron a tener ninguna noticia. No supieron qué pasó con ellos.

“Quiero saber dónde están los cuerpos de mis viejos. Quiero saber, que me digan qué hicieron. Puedo inferir todo lo que dice ahí. En el ‘82 abrieron las fosas comunes”, dice Alejandra e interpela a Karina Yabor, la presidenta del Tribunal: “Si usted se fija la documentación dice ‘1982 osario’. Lo que puedo inferir es que en el ‘82 abrieron las fosas comunes y tiraron los cuerpos al osario. Pero eso es algo que infiero yo y no es algo que la Justicia me haya dicho o que alguien haya investigado. Yo quiero saber qué hicieron con los cuerpos de mis viejos”, dijo.

Cómo le van a hacer algo si tiene 14 años

Alejandra recordó que, después de entrar en contacto con sus tíos en Ezeiza, su abuela tomó el tren desde Bahía Blanca y los fue a buscar. Dijo que en ese momento empezó otra etapa para ella y para Juan.

“Mi abuela creía que todos tenían que estar vivos; que había que hacer las denuncias correspondientes ‘¿Cómo le iban a hacer algo a Mónica, si tenía 14 años? No puede ser, va a aparecer’, decía. Ese fue un peregrinaje muy duro para ella. Fue lo que sufrieron todas las Madres de los desaparecidos. Las puertas que se cerraban, los maltratos, el decirle que ella tenía la culpa porque no se había ocupado antes de sus hijos y por qué se ocupaba ahora. De Mónica nadie sabía nada ni nadie la había visto. De hecho, en la noticia que salió en el diario El Día decía: ‘Fueron abatidos dos terroristas’, pero no se hacía mención al secuestro de Mónica”, dijo.

Así transcurrió el tiempo. “Fuimos rápidamente a Abuelas. Abuelas de Plaza de Mayo ya estaba conformada. La carita de Mónica empezó a circular en el país con todos los nietos y nietas que Abuelas buscaba. Sabíamos que era muy difícil que alguien la apropiara porque tenía 14 años, pero bueno. Abuelas tomó también el reclamo de Mónica y la carita de Mónica empezó a circular por todos lados. Mi abuela siempre decía: ‘Cuando Moni cumpla 14 años la van a la van a largar, seguro la tienen pupila en una escuela’. Cumplió los 18, y nada… ‘Cuando venga la democracia, ahora en el ‘83, cuando votemos, seguramente van a largar a todos, van a venir tu mamá y tu papá’, esa era un poco la fantasía que ella tenía. Nada de eso obviamente pasó. Cuando llegó la democracia, empezó el Juicios a las Juntas. Allí por primera vez declaran testigos que dicen haber estado con Mónica en Arana y en Comisaría 5ª. Esa es la primera vez que tenemos como familia una noticia. Yo no recuerdo cómo nos llegó la información porque las comunicaciones eran muy distintas a como son hoy. Nosotros teníamos contacto con la APDH Bahía Blanca que hizo la investigación para la Conadep. En Bahía Blanca se conformó una Conadep local, así que seguramente fueron ellos los que nos trajeron la información de que alguien había declarado en el Juicio a las Juntas, que había estado con Mónica; que Mónica había sido muy torturada. Lo recordaban como algo incluso más terrible de lo que les había pasado a ellos. ¿Por qué? Porque era tan chica. Recordaban que era una niña, decían que tenía entre 12 y 13 años, que había sido muy torturada, que había sido violada. Y que habían compartido cautiverio en Comisaría 5° y en Arana”.

Son muchos más que 30.000

Hay algo que Alejandra quiso destacar en su declaración, y se lo planteó sin vueltas al Tribunal: “Me parece importante en este contexto. Mi abuela, después de eso, después de esa noticia, cayó en una depresión. Tenía 62 años. Un día se levantó y dijo ‘Me siento mal, me duele el brazo’. Le dio un infarto y se murió. Fue después de esa noticia. A veces, en las charlas, cuando nos cuestionan si son 30.000 los detenidos desaparecidos, yo creo que son muchos más de 30.000; porque a mi abuela y a mi abuelo también los mató la dictadura. A mi abuelo en el ‘81 le dio un cáncer fulminante y falleció. Y mi abuela en el ‘85, después de enterarse de esto, también falleció. Eran jóvenes los dos”.


“Hoy en día hay gente que busca la impunidad de estos genocidas. La impunidad para quienes violaron chicas de 14 años, para quienes la ametrallaron hasta quebrarle los huesos y la tiraron en un pozo”.


Alejandra recordó cómo la dictadura destruyó a su familia. El secuestro de Mónica y el asesinato de sus padres fue en diciembre de 1976. “Antes, en agosto, secuestraron en Ingeniero White, el puerto de Bahía Blanca, a mi abuelo y a mi tío más chico, de 18 años. Los llevaron a la Prefectura y mi abuelo se descompensó. Le dio una especie de pre infarto; lo llevaron al hospital y lo liberaron. Pero a mi tío lo llevaron a la Base Naval de Puerto Belgrano y lo tuvieron tres meses desaparecido. Los secuestran preguntando por nosotros, pero ellos no sabían dónde estábamos porque obviamente sabíamos que no le podíamos decir, porque era peligroso para todos, para ellos y para nosotros. Así que ellos no sabían dónde estábamos. Mi familia también sufrió los secuestros y las torturas. Sobre todo mi tío, que estuvo tres meses desaparecido en la base de Puerto Belgrano”, agregó.

Nos dieron el cuerpo de una nena de 14 años que estuvo 33 años desaparecida

En el 2008 el Equipo Argentino de Antropología Forense lanzó una campaña que se llamó: Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas Desaparecidas. Alejandra dudaba en hacerse la extracción de sangre, pero su hermano, Juan, la convenció: “A los meses nos llamaron para decirnos que tenían el cuerpo de Mónica desde hacía unos años. Eso fue muy impactante también, muy movilizador. Es una cosa muy rara de explicar. Mónica estuvo 33 años desaparecida y, de pronto, nos iban a dar el cuerpo de una nena de 14 años que estuvo 33 años desaparecida. Con mi hermano vinimos a Buenos Aires a buscarla. La habían encontrado en el cementerio de Avellaneda, en una fosa común con 10 o 15 cuerpos más”, dijo.

La ametrallaron hasta quebrarle los huesos y la tiraron en un pozo

El equipo del EAAF les preguntó si querían verla antes de darles la caja: “Dijimos que sí, que la queríamos ver. Tenemos compañeros que les han devuelto algunos huesos, no todo el cuerpo. Mónica tenía todo el cuerpo completo, tenía todos los huesitos, pero tenía quebrados los brazos y todas las costillas. Así, en la misma línea. Entonces le pregunté a la antropóloga qué había pasado. Y me dice: ‘eso es una característica de algunos cuerpos, la fusilaron a muy corta distancia; eso quiebra los huesos’. Antes de tirarla en el cementerio de Avellaneda, la fusilaron”, recuerda Alejandra. “No llegó a cumplir ni los 15 años, porque estuvo ahí, en esos lugares, secuestrada dos meses. Creo que es lo peor de todo lo que nos pasó. Me parece que es lo más inhumano. Todo es inhumano, pero que una criatura de 14 años haya padecido todo lo que tuvo que padecer ahí es terrible”, agrega. “Hoy en día hay gente que busca la impunidad de estos genocidas. La impunidad para quienes violaron chicas de 14 años, para quienes la ametrallaron hasta quebrarle los huesos y la tiraron en un pozo”.

«Acá hay que aguantar lo inaguantable»

Alejandra reconstruyó que a Mónica la secuestraron el 3 de diciembre de 1976 y, por testimonios de sobrevivientes, pudo saber que estuvo en Comisaría 5ª hasta fines de enero de 1977. Hay otros testimonios que la ubican, antes de la comisaría, en Arana: “De Comisaría 5ª la habrían sacado cerca de fines de enero de 1977, que es cuando Alicia Mini dice que le abren la puerta y le dicen: Agarrá tus cosas que te vas a Bahía Blanca con tu abuela’”. Otra testigo declaró que en una puerta Mónica había escrito ‘Acá hay que aguantar lo inaguantable’. Y firmó. “Ese recorrido y esas últimas palabras, es muy importante para nosotros, poder tenerlo”, afirmó Alejandra.

Si bien Alejandra tenía 10 años, puede acordarse de cómo era Mónica: “era una típica preadolescente. Venir a La Plata le había hecho sufrir mucho, porque en Bahía Blanca ella tenía sus chicos que le gustaban, sus amigas. Escuchaba la música del momento, A veces se peleaba conmigo como si fuéramos de la misma edad. Tenía que cuidar a su hermano y me decía que lo cuidara yo porque ella no quería. Teníamos una relación típica de hermanas, donde ella todavía no era del todo adolescente y no dejaba de ser niña y tenía cosas de más grande, de decir me gusta un chico, cosas así. Pero estaba en ese tránsito, queriendo llegar”.

De lo otro no hay más

Alejandra se pudo reencontrar y agradecerle a los compañeros de sus padres que le habían salvado la vida junto con su hermano. “Después supe que a Claudio Tolosa lo desaparecen 20 días o un mes después. Pero a los demás compañeros los volví a ver en el Juicio de Circuito Camps. Ese día lo encontré al bebé. Vino, me dio un abrazo y me dijo: ‘Yo soy el bebé que vos declaraste’. Era el hijo de esta parejita que también está desaparecida, de Gutiérrez y Ledesma. Reencontrarme con ellos también fue muy importante porque pudimos reparar un montón de cosas”, finalizó Alejandra.

Desde diciembre de 2013, por una ordenanza municipal, la calle 138 bis entre el Arroyo El Gato y 527 de Melchor Romero se llama Mónica Santucho. Alejandra pudo participar del acto que la renombró y hablar con la gente que vivía en la casa que había alojado a su familia: “No debe ser fácil vivir en esa casa. Salió una chica adolescente y me regaló un jazmín. Me dijo: ‘Ahora en esta casa hay esto, de lo otro no hay más’. Eso fue muy reparador para ellos, supongo, y para nosotras también”.