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Autor: Campo de mayo

Página: 2


Declaran Jorge Orosman Martínez y Daniel Gordano.

Declara Daniel Gordano por los casos de Rosace y Accrescimbeni.

Era la última de las 4 víctimas de este juicio que faltaba ser ubicada en El Campito. Fue gracias al testimonio de Juan Carlos Farías, quien contó que su padre, Juan, vio a Roberto Ramón Arancibia en el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Extermino El Campito, dentro de la guarnición militar del Ejército Argentino. Novillo Corvalán, Accrescimbeni y Rosace ya habían sido situados allí en testimonios anteriores.  (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Diego Adur 💻 Cobertura del juicio: Fernando Tebele/Diego Adur 📷 Foto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia Roberto Ramón Arancibia estaba detenido ilegalmente en El Campito, pero aun bajo tortura no revelaba su identidad. Es por eso que llevaron a Juan Farías, secuestrado en El Vesubio, para carearlo con él en Campo de Mayo. Lo reconoció como ‘Eloy’, el nombre de militancia que usaba Arancibia. Se conocían del PRT-ERP (Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo). Arancibia le entregaba los periódicos ‘El Combatiente’, órgano de difusión del partido, para que Farías los repartiera. El testigo de la jornada, Juan Carlos Farías, mencionó que varias veces lo vio en su casa y también lo conocía con el nombre de ‘Eloy’. Al final de la audiencia, reconoció una foto de Arancibia como esa persona que llevaba los diarios a su padre cuando él era chico.  Juan Carlos Farías fue secuestrado el 5 de mayo de 1977 junto a su padre y su hermano; los tres fueron llevados al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio El Vesubio: “Un grupo paramilitar, no sé cómo llamarlo. Nos subieron arriba de una camioneta, nos vendaron. Cuando bajamos nos tiraron en una cama, al llegar al Vesubio. Ahora me doy cuenta. En ese momento no sabíamos dónde estábamos”, relató Farías. “Directamente ahí me ponen en una cucha como pusieron a mi padre (Juan Farías). En un momento dado nos trasladaron a unas camas. En esas camas levantaron primero a mi padre y empezaron a torturarlo”, detalló así el comienzo del horror. A Juan Carlos le preguntaban de que “orga” era el padre y él les decía que no sabía qué le estaban diciendo; no entendía que “orga” significaba organización. También querían saber “a qué política” se dedicaba el padre. Si era de izquierda. Juan Carlos solo podía decir que su padre era peronista, nada más.  “Al ratito levantaron a mi hermano (Omar Jorge). Lo empezaron a torturar. Pasó eso. Después me vino uno, no sé quién era bien, me puso un arma y me tiró un tiro en el oído, que ahí me oriné, me hice encima; Porque era una criatura, tenía 16 años”, contó. Farías calculó que habían pasado cinco días cuando lo llevan “a una sala con olor a carne quemada de ser humano, no se podía estar”, y le dicen que se va a ir. Le exigieron que no le comentara nada a nadie y le aseguraron que su padre pronto iba a salir. “En ese momento le pido que me dejen ver a mi padre. Me lo dejan ver. Primero no me dejaban verlo, ni a él ni a mi hermano”. Lo suben a un auto y en el Cruce Varela le dicen que se quite las vendas. Juan Carlos, por miedo, no se la quería sacar. “Estábamos ya en un lugar bastante importante, que no creo que… porque uno empezó a hacer… pensar, ‘no, qué me van a matar a mí, si tienen que matar van a matar primero a mi padre’, ¿sería la lógica, no?”. En una estación de servicio le compraron algo para tomar y lo dejaron en la puerta de la casa.  Campo de Mayo A Farías padre finalmente lo legalizaron y fue a parar a la Unidad Carcelaria N°9 y a Omar Jorge Farías, después de seis meses, lo largaron en Lomas de Zamora.  Ya legalizado, Juan Farías le contó a su hijo Juan Carlos que fue trasladado a Campo de Mayo para realizar un careo con Eloy, otro secuestrado. “Fue llevado a Campo de Mayo a enfrentarse con este hombre. Entonces le preguntan si lo conocía a mi papá y le dijo que sí, que lo conocía, y mi papá también le dijo que lo conocía. ¿Y de qué forma? Mi papá trabajaba en una fábrica y este señor Eloy le había dado a mi papá un periódico para leer”. Se trataba de un ejemplar de “El Combatiente”, el órgano de difusión del PRT-ERP. Eloy era el nombre de militancia que usaba Roberto Ramón Arancibia, uno de los líderes sindicales del Partido. “En ese momento, el grupo que trae a Eloy fue un grupo que lo agarra a patadas en el suelo (a Juan Farías), le revientan un oído y le rompen un pulmón. Empieza a tener problemas de pulmón y perdió un oído. El grupo que lo trae a mi padre les dice que dejen de pegarle porque era prisionero de ellos. Y ahí terminó”, contó de un tirón Juan Carlos. Luego de esa disputa de los represores por el exclusivo derecho a torturar a sus prisioneros, Juan Farías volvió con sus huesos a El Vesubio.  “Mi padre entró (a la UP 9) con 100 kilos y cuando lo vi me largué a llorar porque pesaba 60 kilos. Era irreconocible, fui muchos años a visitarlo y durante esos años me fue contando bastantes cosas, muchos relatos bastante crueles”, sintetizó Juan Carlos sobre el trato inhumano dispensado a su progenitor.  El testimonio del padre Juan Farías falleció unos años antes de este juicio . La justicia a carreta tiene esas cosas: crímenes de lesa humanidad ocurridos en mayo de 1977 están saliendo entre bostezos de su lugar de reposo. Pasaron una noche larga.  Juan ya había declarado en sede judicial su calvario en manos de las fuerzas represivas. Fue en marzo de 1984. Narró el secuestro en su casa a las dos de la madrugada, cuando 5 personas de civil que dijeron ser “policía” se lo llevaron a él junto a sus dos hijos. A su esposa le dijeron

Declara Juan Carlos Farías por el caso de Roberto Ramón Arancibia.

Patricia Bernardi, integrante del grupo fundador del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF), fue citada a declarar en el juicio para hablar del hallazgo y la identificación de los restos de las cuatro víctimas de la causa. La antropóloga corroboró que las lesiones observadas en los cuerpos de Rosa Eugenia Novillo Corvalán, Roberto Ramón Arancibia, Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace, se corresponden con las sufridas por las víctimas de los vuelos de la muerte. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Diego Adur 📷 Fotos: Transmisión de La Retaguardia ✍️ Cobertura del juicio: Noelia Laudisi De Sa/Diego Adur Al comenzar su testimonio, la antropóloga explicó que fue convocada por la Fiscalía específicamente por “dos sucesos, los de diciembre de 1976 y los del 18 de febrero de 1978”. Pero antes de explayarse en detalle sobre esos casos, se refirió a los cuerpos hallados en la costa de la República Oriental del Uruguay y la República Argentina. “En Uruguay el Equipo relevó 13 sucesos, en Colonia, Montevideo, Maldonado y Rocha. En Argentina, desde Magdalena y Punta Indio, Pipinas, y toda la zona de la costa de San Clemente del Tuyu, Santa Teresita, Lucila del Mar, San Bernardo, Mar de Ajo, Las Toninas, Pinamar y Villa Gesell, la cantidad de sucesos de hallazgo de cadáveres es de 14”, detalló.  “La paridad se rompe cuando nosotros hablamos específicamente de la cantidad de cuerpos aparecidos en Uruguay, que es de 27, en tanto que en Argentina es de 44”, dijo. Frente a esos hallazgos en ambas costas, ocurridos entre 1976 y 1978 simultáneamente, hay ciertas instancias administrativas que se van desarrollando. “No siempre que aparezcan en la costa significa que se trata de los Vuelos. Pero lo que caracteriza o define a las víctimas de los Vuelos es la perspectiva pericial; es decir, las lesiones observadas en los cuerpos”, explicó Bernardi. Esas lesiones existen en los casos que convoca a este juicio.     4 cadáveres en la costa del río Patricia Bernardi dijo que entre el 4 y el 6 de diciembre de 1976 se hallaron 4 cadáveres en la costa del Río de la Plata, en la localidad de Punta Indio. “Fueron levantados por personal policial del destacamento Cristino Benavidez de Verónica, Partido de Magdalena”, y trasladados a la “morgue de Santa Teresita donde un médico de la policía realizó la autopsia”. Mediante el relevamiento que el EAAF realizó sobre los legajos de la Policía de la Provincia, las actas de defunción, libros del cementerio y estudio de las autopsias, pudo informar que:  1- Los 4 cuerpos fueron inhumados como NN. 2- El médico policial Héctor Baudino realizó las autopsias y determinó que la muerte fue diez o doce días antes de ser arrojados al agua (entre el 23 y 25 de noviembre de 1976). 3 de los cuerpos son masculinos y 1 femenino. La causa de muerte es destrucción de masa encefálica, salvo en uno de los masculinos que es asfixia por inmersión. (Ese cuerpo, a la fecha, no pudo ser identificado).  3-En el cuerpo femenino Baudino detalló tres disparos – en región craneana posterior, maxilar izquierdo y tibia-peroné derecho- y que “fue arrojado a las aguas del Río de la Plata”.  El médico policial seccionó las manos de ese cuerpo y las envió para su identificación al laboratorio de necropapiloscopía en la Ciudad de La Plata. El 12 de diciembre de 1976 el cadáver ingresó al cementerio de Magdalena y fue inhumado como NN en la sección G, Tablón I, sepultura 14.    4- El 8 de febrero de 1977 el laboratorio de necropapiloscopía determinó que se trataba de Rosa Eugenia Novillo Corvalan y lo informó el 16 de febrero al destacamento policial. “Queda demostrado desde el punto de vista científico y de manera incontrovertible que las impresiones digitales corresponden a Rosa Eugenia Novillo Corvalán”, consignó el laboratorio.  5- Carlos Machado intervino como Juez Federal permitiendo el peritaje que no fue incorporado al sumario ni tampoco valió para rectificar el acta de defunción.  “La pericia queda encajonada en algún lugar”, razonó Bernardi. “Más allá que los restos fueron identificados en febrero de 1977, lamentablemente no hubo ninguna rectificación del acta de defunción”, ni en el libro del cementerio. Rosa, intencionalmente, quedó como NN.   Recién en 1997 el EAAF tuvo acceso al informe de necropapiloscopía. Con ese dato verificó si Rosa figuraba en la CoNaDeP y resultó que en el legajo número 76 figuraba la denuncia de su desaparición. Luego buscaron dentro del juzgado de Carlos Machado algún expediente de hallazgo de cadáver o de presunto homicidio y no se encontró ningún expediente judicial. En el Registro Nacional de las Personas buscaron registros de personas jóvenes con muertes violentas; Aparecieron los 4 cadáveres NN en Punta Indio.  El Equipo se contactó con la familia de Rosa, quien solicitó que se exhumara y se identificara el cuerpo ante el Juzgado Federal N°1 de La Plata, a cargo de Manuel Blanco. El 13 de enero de 1998 recuperaron el cuerpo y los restos fueron trasladados a la Dirección de Asesoría Periciales de la Provincia de Buenos Aires. Pero “quedaba por corroborar si el esqueleto exhumado en la sepultura era el que se había estudiado y en el que se había realizado el peritaje”, subrayó Bernardi. La familia aportó la historia clínica de Rosa y gracias a unas radiografías de los senos frontales del cráneo se pudo determinar que efectivamente se trataba de ella.  Según otros datos aportados por la familia, Rosa Eugenia fue secuestrada junto a su compañero, Guillermo Abel Pucheta, en abril de 1976. Estaba embarazada de dos meses y el niño o la niña que debió nacer en cautiverio permanece desaparecido/a. En este mismo juicio, el sobreviviente Eduardo Cagnolo dijo que Novillo Corvalán fue vista en El Campito, el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio más grande que funcionó en Campo de Mayo.  Una simple muestra de sangre “Es importante ver cómo el Equipo aborda cada caso de manera diferente”, señaló Patricia Bernardi. En el 2003, con los

Declara Patricia Bernardi del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y Edith Re.

Domingo Fortunato Ferraro era compañero de escuela de Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace, y vio a uno de ellos en “El Campito”, el centro clandestino de detención, tortura y exterminio del Ejército Argentino en Campo de Mayo, donde los tres estuvieron detenidos ilegalmente. Miguel Ángel Alberti fue testigo del secuestro de Adrián en la esquina de la escuela. Todos asistían al Ingeniero Emilio Mitre de San Martín. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Diego Adur 📷 Foto de portada: Captura de Pantalla Trasmisión La Retaguardia ✍️ Texto y cobertura del juicio: Noelia Laudisi De Sa/Diego Adur —¿Qué hacés vos acá? —le preguntó Domingo Ferraro a su compañero de escuela, en un descuido de los guardias de “El Campito”, que estaban viendo un partido de fútbol. Así pudieron intercambiar un par de palabras y no mucho más. Ferraro no recordó si había hablado con Accrescimbeni o con Rosace. En ese momento lo sabía, pero con el paso del tiempo lo olvidó. El testigo dijo que se los confunde porque ellos andaban siempre juntos y estaban en otro curso, pero los tenía de vista o de charlas sin importancia en el buffet o en el patio durante algún recreo. No tiene dudas de que habló con uno de ellos. Adrián Enrique Accrescimbeni y Juan Carlos Rosace son dos de los cuatro casos de este juicio. Sus cuerpos aparecieron a la altura de Magdalena y Punta Indio y fueron enterrados como NN.  Miguel Ángel Alberti era compañero de la misma división de Adrián y Juan Carlos. Cuando estaba por entrar al taller de la nocturna vio como en la esquina del colegio “una o dos personas lo estaban levantaban del piso” a Accrescimbeni. Fue hasta allá y le preguntó a Adrián: –Tano, ¿Qué te pasa? –Así lo apodaba.  Adrián  Accrescimbeni le dijo que no sabía y “estaba muy asustado”. Uno de la patota le advirtió que se vaya porque se lo iban a llevar a él también. Asustado, salió corriendo para la entrada del colegio, a mitad de cuadra.  Las versiones eran “que habían visto a Rosace (secuestrado la noche anterior) en un auto estacionado enfrente del colegio”. Luego agregó: “Yo no lo vi, es lo que decían”.   Alberti está casi seguro de que a Adrián lo metieron en un Peugeot 504 celeste que se fue hacia la Ruta 8 en dirección a Campo de Mayo. Cuando entró a la escuela se lo contó rápidamente a un profesor- Rodolfo Rosito, quien también declaró en la causa- que “se preocupó mucho” y fueron a la comisaría primera de San Martín a hacer la denuncia: “No sé si se llegó a tomar… creo que era un día viernes y el habeas corpus… que sí y que no… porque era un día viernes, creo que había que esperar otro día…”, expresó con dudas el testigo. Después de ellos, en esta misma audiencia, prestó declaración testimonial Pablo Verna, hijo del médico excapitán del Ejército Julio Alejandro Verna, que contó la participación de su padre en la operatoria de los Vuelos Fantasma. La Brigada de Caseros Las preocupaciones de Domingo Ferraro, a sus 17 años, eran los planos que le daban en la escuela nocturna Ingeniero Emilio Mitre de San Martín; Estudiar en Construcciones y el filtro de la institución educativa que de un año a otro reducía la plantilla de estudiantes. No tenía ninguna militancia.  El 28 de octubre de 1976 salió del industrial a la hora de siempre, alrededor de las once de la noche, y se fue para su casa. Había quedado con amigos del barrio, de la infancia, “hacer algún jueguito de cartas que sabíamos hacer de vez en cuando”, graficó.   Domingo no sabe si llegó a tomar un vaso de agua cuando golpearon la puerta de su casa y desde afuera gritaron: ¡Policía! —Bueno, ya voy, loco —contestó pensando que se trataba de sus amigos haciendo una broma. Cuando escuchó que la primera y segunda puerta eran derribadas y en segundos se vio rodeado de gente armada supo que no eran ellos.  Lo agarraron y se lo llevaron afuera. Su madre salió a los gritos: —¿Qué pasa? ¿Qué pasa? —Quédate tranquila que yo no hice nada —es lo que le salió decir a Domingo.  En la calle había por lo menos dos Ford Falcón, uno sobre la vereda de la casa, con varios tipos adentro.  Antes de meterlo en uno de esos autos le ponen una pelota de goma en la boca y lo tiran debajo del asiento.  El viaje fue corto. Después supo que estuvo en la Brigada de Caseros. Lo llevan a un primer piso. Lo atan y lo picanean en todo el cuerpo. Lo bajan a un patio y lo apoyan en una columna. De ahí, a una habitación pequeña. “Muy chiquita”. No sabe si se durmió. Y lo vuelven a llevar para arriba a la misma sala de torturas.  —Ahí ya estaba exhausto, no tenía fuerzas —relató Domingo Ferraro, que dos veces sollozó frente al Tribunal. La primera fue al recordar las torturas y la segunda cuando contó que llamó por teléfono a una vecina, ya liberado, después de su cautiverio en Campo de Mayo.  De Devoto al Campito Cuando Domingo Ferraro se desmayó en la tortura lo volvieron a llevar al patio. Le preguntaban por su nombre de guerra y a quién respondía. Perdió la noción del tiempo y no sabe cuándo lo trasladaron a una comisaría. Estuvo sentado en una escalera de cemento. Piensa que al lado de esa escalera había un club o algo similar. De ahí lo llevan a la Comisaría 45 de Capital Federal, en Villa Devoto. Lo ponen en “una celda como de 2 x 1,5 con un banco de cemento, con una puerta con una rejita”. No podía ver nada ni a nadie, pero supo que estaba en esa comisaría por los gritos de una mujer que quería hacer una denuncia y nadie la atendía.     De Devoto al baúl de un Ford Falcón con las manos atadas.

“La verdad que cuando uno se pone a mirar quién es quién en esta historia, solamente hay que tratar de recordar un poco y ver lo que escuchó, qué se decía y lo que realmente pasaba”. Así reflexiona Pablo Verna sobre su lugar en la historia argentina reciente. Pablo es hijo de Julio Alejandro Verna, médico del Ejército que inyectaba a las víctimas de los Vuelos de la Muerte, y ha vivido toda su infancia en medio de una familia represora. El pasado 2 de agosto prestó declaración como testigo para esta causa. A pesar de que su padre no revistaba en Campo de Mayo para los hechos que se ventilan en el juicio, aportó una cantidad inmensa de información. Su valioso testimonio da cuenta de la historia familiar que le llevó años descifrar completamente. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Noelia Laudisi De Sa 💻 Edición: Diego Adur ✍️ Textuales: Valentina Maccarone 📺 Cobertura del juicio: Noelia Laudisi De Sa / Diego Adur 📷 Foto de portada: Captura de pantalla de la transmisión LR La jornada se abrió con una intensa declaración de dos testigos (Miguel Angel Alberti y Domingo Fortunato Ferraro) vinculados a los casos de desaparición de Juan Carlos Rosace y Adrian Accrescimbeni, dos de las cuatro víctimas de este juicio. Pasadas las dos horas de audiencia, el Tribunal Federal Oral Nº 2 de San Martín permite la entrada del tercer y último testigo del día: Pablo Verna. Lleva sus lentes puestos  para facilitar la lectura de esa gran cantidad de información y documentación que se amontona a su lado; Habla rápido, quiere contar todo lo que sabe. El presidente del Tribunal, Walter Venditti, le pide que se lo tome con calma. Que va a tener todo el tiempo que necesite para llevar adelante su declaración. Detrás del testigo se erige su prominente biblioteca de abogado, imponiéndose casi como una metáfora de su propia mente. Quien toma la palabra en primer lugar es Pablo Llonto, representante de la querella de las familias, y le pide al testigo que cuente brevemente su historia. La historia  Pablo Verna es hijo de Julio Alejandro Verna, quien fue Capitán del Ejército Argentino entre 1972 y 1980. Se desempeñó como tal en el Batallón Esteban de Luca entre 1976 y 1978 y además, entre 1979 y 1980, cumplió funciones como médico en el Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio que funcionó en Campo de Mayo: “La verdad es que en mi niñez las cosas que he escuchado puertas adentro de mi familia de origen, de mi padre, de mi madre, son muchísimas”,  comienza a contar su primeros años y la historia que vivió junto a un padre represor y participe de la última dictadura cívico-militar-eclesiástica. Pablo es parte del colectivo Historias Desobedientes, que está conformado por una gran cantidad de hijos, hijas y familiares de genocidas que luchan por  Memoria, Verdad y Justicia. En el año 2017, Verna, junto al colectivo, redactó un proyecto de ley con el objetivo de que se modificara la prohibición vigente en el Código Penal, que impide declarar en contra de familiares imputados, salvo que se trate de la víctima directa del delito. Aunque ese proyecto de ley aún no sea una realidad, el Tribunal Oral Federal Nº 4 de San Martín le ha permitido a Pablo declarar en 2019 para la causa Contraofensiva Montonera respecto de las actividades que realizaba su padre en Campo de Mayo. Del mismo modo, el pasado 2 de agosto declaró también en esta causa que investiga los Vuelos de la Muerte que partieron desde ese lugar. Esta posibilidad se fundamenta en el hecho de que Julio A. Verna no forma parte de los imputados de ninguna de las causas mencionadas: “Les puedo contar sobre las certezas que tuve en el año 2013 y cómo las tuve”, dice sobre el momento en que, después de años de sospechas e interrogantes irresueltos, pudo salir de la sombra de la duda y conocer finalmente la verdad sobre su propia familia. Certezas “En ese año -2013- recibo un llamado telefónico de mi hermana. El 13 de mayo, ella se había reunido con mi madre, habían cenado juntas y mi madre le cuenta que mi padre había participado en operativos de secuestros de personas durante la dictadura cuando estaba en Campo de Mayo y en los Vuelos de la Muerte con el grado de Capitán que tenía en ese tiempo, en el año ‘79 y ‘80, inyectando anestesia a las víctimas que luego eran arrojadas al mar”, escupe Pablo y, en un acto de solidaridad, pide disculpas por adelantado teniendo en cuenta que su testimonio puede resultar difícil de escuchar para las víctimas del Terrorismo de Estado. Luego, paseando la vista por su escritorio, se percata de que debe permiso al Tribunal para utilizar toda la documentación que posee a la mano en forma de ayuda memoria debido a la cantidad de información que aportará. “Mi madre le dijo que mi padre participó inyectando a las víctimas en los Vuelos de la Muerte. Y que incluso en una oportunidad tuvo que inyectar o arrojar a una familia entera”. Unas frases más tarde aclarará que “en esa charla ella corrige ‘no arrojar, inyectar, la función del médico era inyectar “.  Sin embargo, inyectar y sedar a las víctimas no era la única función de Julio A. Verna. Uno de los fragmentos que la madre de Pablo decide transmitir a su hija corresponde a una parte del operativo que ejecutaban las fuerzas represivas para llevar adelante los secuestros.  “En los secuestros lo que ocurría era que iban a bares y confiterías donde tenían pautadas las citas los militantes. Ellos les llamaban “los subversivos”, siempre la palabra más común era ésta. Entonces en estos encuentros o citas, esos bares o confiterías estaban plagados de personas que parecían ser comensales como cualquiera que iban a tomar un café. En realidad era todo personal del Ejército, de Inteligencia, que terminaban camuflados de civil, por si pasaba cualquier cosa. En

Declara Carlos Alberto Ferreira.

Declaran Domingo Fortunato Ferraro, Miguel Ángel Alberti y Pablo Verna.