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Campo de Mayo

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🪑Declaran👇 Los ex conscriptos Osvaldo Oscar Orrego, Pedro Jorge Trejo y Arturo Roberto Degregorio 📺 Canal de Youtube de La Retaguardia👇🏽 https://youtu.be/Crf28q35Vho 📺 Página web de La Retaguardia 👇🏽 https://bit.ly/2LHsYpK 📺 El Diario del Juicio👇🏽 https://bit.ly/3qaoirM ✅ Seguí los juicios por crímenes de lesa humanidad en La Retaguardia

El TOFC Nº2 de San Martín dispuso la medida cautelar con la intención de conservar las posibles pruebas que pudieran hallarse en los aviones Fiat G-222 y Twin Otter que se encuentran todavía en el Batallón de Aviación 601 del Ejército en Campo de Mayo, según se constató en la visita ocular del lunes. También ordenó demarcar una cabecera de la pista de aterrizaje en la que un testigo aseguró que levantaban ampollas de la droga que se usaba para adormecer a las víctimas de los vuelos. El EAAF peritará ese lugar.  (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  📷 Fotos: Gustavo Molfino/La Retaguardia 💻 Texto: Paulo Giacobbe ✍️ Edición: Fernando Tebele Los campos de concentración y exterminio de la dictadura militar cívico eclesiástica empresarial todavía son prueba del plan genocida a fines del 2020. Después de la última inspección ocular realizada en Campo de Mayo, en el marco del juicio a cargo del Tribunal Oral Federal Nº2 de San Martín, se constató que los aviones de los vuelos de la muerte estaban en el lugar de donde despegaron y aterrizaron. El Tribunal presidido por Walter Venditti, junto a Esteban Rodríguez Eggers, Eduardo Farah y Matías Mancini (como cuarto juez que se sumará cuando Farah vuelva a ser camarista), actuó a pedido del Fiscal General Marcelo García Berro y ordenó al “Sr. Jefe del Estado Mayor General del Ejército, General de Brigada Agustín Humberto Cejas, que adopte los recaudos necesarios para que no se modifique el estado actual ni la situación jurídica de los aviones: Twin Otter matrícula AE-106 y Fiat G-222 matrículas AE-260, AE261 y AE-262”. Al Ministerio de Defensa se le requirió “que obtenga del Ejército Argentino y remita al tribunal, en forma urgente” el historial de vuelo y mantenimiento.     La medida fue confirmada por la Dra. Mercedes Soiza Reilly, quien trabaja en el equipo de García Berro. Lo hizo durante su columna en el programa radial Oral y Público de La Retaguardia: “Se acaba de disponer una medida cautelar por parte del tribunal. Lo notificaron hoy y enviaron esa comunicación al Ministerio de Defensa”, anunció Soiza Reilly. La justicia había realizado una inspección ocular en 2012. El militar que había oficiado de guía hace 8 años ya había indicado “que los aviones iban a ser vendidos a Italia”, contó Soiza Reilly. La venta fue frenada aquella vez por una medida cautelar. Pero la noticia de que tres de los aviones Fiat G-222 permanecían en el lugar se tuvo el año pasado: “Lo que ocurrió el año pasado, fue que el EAAF se acercó al lugar y Maco Somigliana ve los tres aviones Fiat y los fotografían. Por eso el pedido que realizamos para que se inspeccionaran”, dijo Soiza Reilly. Otro integrante del EAAF, Marcelo Castillo, quien declaró en la audiencia anterior, fue el encargado de anunciarlo en el juicio. El fiscal García Berro pidió también que se secuestren “las planillas de vuelos. Ese es otro dato que no teníamos y que nos va a servir por las fechas para hacer un trabajo más exhaustivo como el que ya hicimos en ESMA”, agregó Soiza Reilly en referencia a su actuación como fiscal en ESMA III. De acuerdo a lo informado por el Coronel Bennardi durante la recorrida del lunes, el Twin Otter estuvo en funcionamiento desde 1976 a 1983. Los aviones estaban en el sector del aeródromo y la justicia pidió su preservación por tratarse “de prueba que podría estar vinculada directamente con la comisión de los delitos allí ventilados”.  A pedido del abogado querellante, Pablo Llonto, se realizará a cargo del Equipo Argentino de Antropología Forense “la excavación del triángulo de pasto que se forma en la intersección de la cabecera norte de la pista de despegue y aterrizaje con la de corretaje de aeródromo en la búsqueda de las ampollas que el testigo Escobar Fernández dijo haber observado en ese sector”. En el momento de los hechos, Escobar cumplía  el Servicio Militar Obligatorio en Campo de Mayo, era CoLimBa, y en ese sector vio montañitas de ampollas de Ketalar, una de las drogas que usaban para adormecer personas antes de trasladarlas en los vuelos de exterminio.  Durante la visita, el Coronel Bennardi le había comentado a los jueces que los aviones estaban por ser subastados. Esta decisión del tribunal deja sin efecto cualquier movimiento u operación con esos aviones, que esta vez, puede esperarse, serán peritados en búsqueda de pruebas.

Declara Marcelo Castillo, integrante del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAFF)

Carmela Ramos ofreció un desgarrador testimonio acerca del secuestro que sufrió, cuando aún no había cumplido 6 años, junto con su hermano Vladimiro, de 8. Estaban al cuidado de Diego Nadal y Elida Gramondi. La pareja también fue secuestrada junto a sus pequeñas criaturas. En ese momento, Ana María Martí, la madre de los hermanitos Ramos, quién también declaró en esta audiencia, se encontraba cautiva en la ESMA. Los dos testimonios demuestran cómo era el enlace permanente entre el Ejército y la Marina. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 🖍️ Ilustración: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) Los sollozos de Carmela parecen interminables. Sin embargo, continúa con su declaración sin dejar de mencionar ningún detalle. Se la ve aterrada, como si nuevamente estuviera padeciendo todas las torturas físicas y psicológicas sufridas durante el año 1978, pero que repercuten y continúan a lo largo de toda su vida. Es una mujer hermosa y todo su dolor se expresa hacia afuera con sus palabras. La historia de Carmela, la relación con su hermano Vladimiro, la pena que todavía siente por su mamá, Ana María, y todos los tormentos que enfrentó con tan solo 6 años de edad reflejaron en su testimonio las peores miserias y los más crueles castigos que tuvo como herramienta principal el Terrorismo de Estado. Tanto el testimonio de Carmela Ramos, como el de su mamá Ana María Martí y el de Augusto Nadal fueron solicitados para exponer los casos del secuestro y la desaparición de Diego Nadal, Esther Gramondi y Raúl Nadal. Sin embargo, para contar su historia es necesario enlazarla con la de la familia Ramos-Martí: Ana María Martí fue secuestrada el 18 de marzo de 1977 en la estación “El Tropezón”, de San Martín. La llevaron a la ESMA donde estuvo prisionera más de veinte meses. Luego pasó un mes en una casa quinta de la Armada en la localidad de Del Viso donde se reencontró con su hija Carmela y su hijo Vladimiro. De allí fueron exiliados a España. Estuvieron bajo libertad vigilada durante por lo menos tres meses más, hasta que viajaron a París, primero, para luego radicarse en Suiza. Contada así, pareciera que la historia fue fácil y rápida. Pero sin dudas fue todo lo contrario. Después del secuestro de Ana María, su por entonces esposo y padre de sus hijos, Hugo Alberto Ramos, pasó a la clandestinidad. Carmela y Vladimiro quedaron al cuidado de su abuelo materno, Manolo Martí. Con él vivieron hasta abril de 1978. Luego, Ramos, que debía abandonar el país, los dejó en custodia de Diego Nadal, un compañero de militancia, quien vivía junto a su esposa Elida Esther Gramondi en José C Paz.; Allí también estaban la hija y el hijo de Nadal y Gramondi: Carmen, a quien apodaban Nana, de dos años y medio y Diego, un bebé de apenas cuatro meses; también Raúl Nadal, tío de los niños. El 23 de septiembre, las 7 personas que compartían vivienda —3 adultas y 4 pequeñas— fueron a Escobar a celebrar la Fiesta de la Flor. Las secuestraron en un restorán. Carmela Ramos lo relata entre llantos, como si fuera otra vez aquella niña: “En septiembre fuimos a pasear a Escobar. Fuimos a comer algo. No recuerdo si era de día o de noche. Fuimos a un restorán muy grande. Había dos puertas. Estábamos comiendo un helado con mi hermano. De repente, de las dos puertas entraron muchos hombres con botas negras que me llegaban al pecho. Nos agarraron a todos y nos sacaron. Uno tenía los ojos celestes. En ese momento nos separaron. Los chicos nos quedamos con Coca (Gramondi). A Diego y a Raúl los apoyaron contra un coche blanco. Fue una escena de violencia tremenda. Les pegaban, gritaban, escuchamos tiros. Era una escena interminable, no paraban de pegarles. Cada vez que se caían al piso yo pensaba que estaban muertos. Nos pusieron en otro coche. Coca nos decía que no miremos, pero con mi hermano no resistimos y vimos lo que pasaba”. Se dirigieron a Campo de Mayo. Carmela pudo ver un lugar verde, con muchos árboles y caballos, pero lo que más recuerda son las botas negras, altas, y las personas con chalecos, uniformadas. A los niños y a Gramondi los metieron en un sótano repleto de ropa sin ninguna ventana. Carmela relató que salió de ese lugar solo para presenciar otra violenta sesión de tortura contra uno de los Nadal: “En un momento nos llevan a un cuarto a mí y a mi hermano donde yo creía que estaba Raúl. No lo reconocí, por su cara y por la sangre. Estaba desnudo. Le pegaban, le gritaban. Había olor a sangre. Eran muy violentos. A mí y a mi hermano nos decían que eso le iban a hacer a mi papá. No sé si estaba vivo o muerto, estaba todo desfigurado. Cuando hablé con mi hermano me dijo que no era Raúl, que era Diego”, mencionó Carmela y después explicó que ese sería “otro desacuerdo con mi hermano”. En ese sótano estuvieron varios días. Casi que no les daban de comer. Un día, se llevaron de ese lugar a Esther, quien antes de ser arrastrada por los captores le dio su bebé a Carmela. Ese momento, para la testigo, fue determinante. No solo por el miedo que implicaba permanecer  en cautiverio sin ningún adulto sino porque de allí en adelante ella se haría cargo de ese niño con responsabilidad maternal casi obsesiva, algo impensado para una nena de 6 años: “Nos tenían a todos en una esquina. Vino Coca con Dieguito, el bebito, llorando. Se la querían llevar. La querían sacar de ahí, de donde estábamos nosotros… y nos poníamos mal porque  queríamos que se quedara con nosotros. Ella se puso a llorar. Estaba a los gritos. Hubo una escena de violencia.  Me había dado a Dieguito, lo tenía yo. Esa es la última vez que la vi a ella. Me acuerdo de su espalda, tenía una blusa blanca. Me acuerdo

En las audiencias del 28 de octubre y el 4 de noviembre, declararon Juan Eduardo y Laura Carolina, hijo e hija de Juan Aristóbulo Hidalgo Pereyra, secuestrado el 12 de abril de 1977, y de Elba Inés Fresno, detenida una semana después, en Munro. También brindaron testimonio René Horacio Flores por la desaparición de sus hermanos, Jorge Antonio y José; y Dolores Araya, por el secuestro y la desaparición de su padre, Carlos María Araya, y su mamá, Catalina Fleming, el 9 de junio de 1977. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustración: Paula Doberti/Eugenia Bekeris (Dibujos Urgentes) Eran apenas unos bebés cuando secuestraron a su padre y a su madre. Los dejaron solos, tirados en una cama, con sus documentos encima. Fueron criados por sus abuelos, a quienes durante muchos años consideraron sus progenitores. Se trata de Juan Eduardo y de Laura Carolina, el hijo y la hija de Juan Aristóbulo Hidalgo Pereyra, secuestrado el 12 de abril de 1977, y de Elba Inés Fresno, detenida una semana después, el 20 de abril de 1977, en Munro, donde vivía la familia.  Entre los relatos de Juan, primero, y de Laura a continuación, pudimos conocer la historia de Juan Aristóbulo Hidalgo y de Elba Inés Fresno. Se conocieron en la facultad. Cursaban Ingeniería en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN), en la provincia de Mendoza. Juan había optado por Ingeniería Electrónica. Elba estudiaba Ingeniería Civil. Militaban en el Partido Comunista. En 1975 se mudaron a Buenos Aires y comenzaron a trabajar en Laboratorios Lazar, en Munro. Juan renunció en diciembre del 76 y, a la semana, empezó a trabajar en la Ford. Elba siguió en Lazar hasta que nacieron Juan y Laura, en marzo del 76. No esperaba mellizos. Por algún efecto adverso, su hijo nació con un problema congénito y tuvo problemas para caminar durante toda su infancia. Se sometió a 17 operaciones, pero ni su papá ni su mamá pudieron acompañarlo en ninguna de ellas. El secuestro de Hidalgo fue el 12 de abril de 1977. Ese día estaba en su casa porque tenía franco en su trabajo en la fábrica. “Se lo llevó gente del Ejército en un furgón”, contó Laura. Días antes, habían preguntado por él en un comercio cercano y el dueño respondió que no lo conocía. Cuando Juan pasó por allí, el dueño del local, que sí sabía quién era, le preguntó: “¿En qué andás Hidalgo? Porque te están buscando”. Después del secuestro de su marido, Elba se dirigió a Campo de Mayo. Llevaba documentación que acreditaba que Hidalgo no tenía antecedentes penales y también medicación, porque padecía de asma.” Ese día que se llevaron a mi papá de casa, secuestraron a muchísima gente de la Comisión Interna de Lazar. Hubo persecución”, denunció Laura y después mencionó algunos de los apodos que recordaba de esa caída, “La Negra” y “Pichi”. El 20 de abril del 77, a la madrugada, forzaron la puerta del domicilio de Cerrito 2915, en Munro, donde la familia Hidalgo-Fresno alquilaba su vivienda. Encapucharon al dueño de la casa, quien vivía en la planta baja y se dirigieron al primer piso a buscar a Fresno. “Se la llevaron en camisón y descalza. Nos dejaron solos. Se llevaron todo. Y a mi mamá también”, relató la hija de Elba. Juan lamentó que “no dejaron ni los recuerdos”. Los dejaron arriba de una cama, con sus documentos de identidad tirados encima. Juan Hidalgo, hijo de Juan Hidalgo Pereyra y Elba Fresno (Eugenia Bekeris) Elba, “La Negra” por su apodo de militancia, fue vista en Campo de Mayo por Cacho Scarpati y por Serafín Barreira García. Juan y Laura se criaron con sus abuelos, al sur de la provincia de Mendoza. Recién a los cuatro años, Laura se dio cuenta que no eran su papá y su mamá porque “eran más viejitos que los otros papás”. Durante su infancia, fueron discriminados por ser “los hijitos de los montoneros”. Antes de concluir sus declaraciones, relataron las consecuencias de la desaparición de su papá y de su mamá, y ambos testigos solicitaron que se les quite la prisión domiciliaria a los imputados que acceden a ese beneficio: “No ha sido fácil vivir sin ellos. Tengamos el derecho a la justicia. Las personas que realizaron estos actos no pueden vivir como si no hubiesen pasado. Tienen que responder por lo que hicieron. Pido que ninguna de esas personas tenga el beneficio que no tuvieron mis padres. Que no sigan cobrando, que el embargo se efectivice. Mientras no les cambiemos el nivel de vida no van a decir qué pasó. Solicito que no tengan más prisión domiciliaria. Que no disfruten de sus ingresos como si no hubiera pasado nada. Aún trato de explicarle a mi hija dónde están mis papás”, dijo Juan Eduardo Hidalgo Fresno. Su hermana, Laura Carolina Hidalgo Fresno, expresó: “Solicito que se revoque la prisión domiciliaria de los imputados. Nos ha costado muchos años, mucha soledad y mucho dolor. No están presentes para los cumpleaños, para cuando me recibí, para cuando nació mi sobrina.  Nos costó mucho caminar con cinco o seis añitos por las calles de General Alvear y que nos dijeran que éramos los hijos de los montoneros y no nos invitaran a los cumpleaños. La sentencia no nos va a devolver a nuestros padres. Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”, concluyó. “Solo quedé yo de toda mi familia” René Horacio Flores testimonió por la desaparición de su hermano mayor, Jorge Antonio; También tiene otro hermano desaparecido, José, el del medio. Su madre, Luz del Valle Alarcón, murió después del secuestro de su primer hijo. Su padre, Bernabé Antonio Flores, falleció hace algunos años, resignado por no poder encontrar a ninguno de los dos. René Flores, hermano de Jorge y José (Eugenia Bekeris) En una habitación de su casa y conectado por videoconferencia con el TOF 1 de San Martín, René fue mostrando algunos de los cuadros que hizo su

María Rufina Gaston y Paula Analía Ramírez declararon por la desaparición de Aldo Omar Ramírez, detenido-desaparecido el 1 de septiembre de 1977. Rufina fue compañera de Ramírez y Paula la hija de la pareja. “El Gordo la Fabiana”, como se lo conocía en la militancia, fue visto en Campo de Mayo por Cacho Scarpati. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero   🖍️ Ilustración: Paula Doberti/Eugenia Bekeris (Dibujos Urgentes) En la audiencia del 28 de octubre, Rufina hizo una extensa y detallada declaración acerca de su militancia junto a Aldo Ramírez, la creación de la Agrupación Alessia, que abarcaba a casi todos los trabajadores y trabajadoras de Astilleros de Argentina e incluso gente de Uruguay, y relató las distintas caídas que se produjeron en el Astillero Astarsa, donde trabajaba Ramírez. La testigo contó que Aldo “fue uno de los cóndores que fue a Malvinas”. A los 18 años, en 1966, junto a otros compañeros plantó una bandera argentina en las Islas Malvinas. “Fueron a reclamar y proclamar la soberanía nuestra de las islas”, relató después su hija, en la audiencia del 4 de noviembre. Por ese hecho estuvo detenido en Ushuaia. Durante su estadía en prisión “fue adquiriendo experiencia de personas con larga trayectoria en la militancia peronista”, contó Rufina, quien conoció a Aldo en la fiesta de bienvenida que le hicieron sus compañeros al retorno al continente. Paula describió a su papá como una persona que “disfrutaba escuchar de política”. En 1971, comenzó a trabajar en el Astillero Astarsa, gracias a la recomendación de su hermano mayor que estaba empleado allí. Tras la muerte de un compañero en un accidente durante la construcción de un barco, Aldo y otras personas “tomaron la fábrica en reclamo de mejoras para sus trabajadores y mayor seguridad”, indicó Paula. El 16 de noviembre de 1974 irrumpieron en la casa familiar de Aldo, amedrentaron a su mamá, a su papá e incluso a Paula, quien era apenas un bebé y la pusieron en la mesa para amenazar a su abuela y a su abuelo. Ramírez pudo escapar. Saltó la medianera y se ocultó en lo de su vecina. La Agrupación Alessia, que conformó Aldo junto a otros compañeros y compañeras abarcaba muchos otros astilleros. De allí, secuestraron a decenas de trabajadores y trabajadoras. El 5 de noviembre del 75 fue secuestrado a la salida del Astillero: “Lo interceptó un coche antes de llegar a la estación Carupá”, contó Rufina. Fue duramente torturado, pero salió con vida. Paula dijo que de todos los compañeros que secuestraron en aquella oportunidad con el que más tiempo estuvieron en la sesión de tortura fue con su papá. Lo liberaron a los dos días. Se fue a lo de su hermana, que era enfermera: “No quiso volver a la casa donde vivíamos porque no quería que mi mamá y yo lo viéramos en ese estado”, explicó su hija y contó que él decía que “esa vez había podido aguantar, pero otra vez no iba a ser posible”. A partir de ahí, comenzó la clandestinidad de Aldo y Rufina. El 24 de marzo de 1976, tras el golpe de Estado, secuestraron a compañeros del Astillero. Aldo no estaba trabajando, “estaba con licencia porque cuando fue secuestrado había sufrido torturas y no había quedado bien del corazón”, contó Rufina. La situación era cada vez más complicada para Aldo y para Rufina. A fines del 76, de común acuerdo, decidieron separarse y comenzar a vivir en distintos lugares. Buscaban proteger a su hija y se encontraban esporádicamente para que Ramírez pudiera pasar tiempo con ella.  Rufina y Paula continuaron su clandestinidad. Vivieron de casa en casa, sin pasar demasiado tiempo en ninguna como para sentirlas un hogar. Un día, a uno de esos lugares donde ellas se refugiaban del Terrorismo de Estado, llegó Armando, alias “Tito”, un compañero que había sido asignado para protegerlas: “Estaba lastimado, le sangraba el pie. Gritaba que nos teníamos que ir. Salimos corriendo de esa casa. Era un lugar de casa quintas. Tuvimos que pasar como por un alambre. Nos teníamos que esconder de las luces, tirándonos al pasto. Llegamos a un lugar donde Armando paró un colectivo y subimos. Fuimos a la casa de un amigo de él. Lo curaron. Ese día, el 5 de julio del 77, fue el día del secuestro de mi tía Silvia, Alicia Delaporte”, relató Paula. “La gorda Silvia”, como la conocían en la militancia, en ese entonces era pareja de Aldo. Fue detenida durante el mismo operativo que lastimaron a Armando. Iban a encontrarse en una pizzería, en Munro, cuando fueron descubiertos. “Tito” pudo escapar, pero a Alicia le dispararon en la mano y la secuestraron.  Como estaba mal herida, la llevaron a un hospital de Vicente López para que la atendieran: “El médico que le dio primeros auxilios queda muy shockeado porque ella le pidió que por favor la mate, que no permita que se la lleven de ahí con vida”. Tiempo después, ese médico, a través de recordatorios que salieron en los diarios, logró reconocer al hombre que llevó a Alicia Delaporte hasta allí como Carlos Francisco Villanova, alias “Gordo Uno”, imputado en esta causa, quien ya ha sido nombrado en este juicio por otra testigo. La última vez que Rufina y Paula vieron a Aldo fue el 26 de agosto del 1977. Se encontraron con la excusa de un cumpleaños de un tío: “Ahí me dijo que se iba a alejar de Buenos Aires. Por seguridad no me dijo a dónde”, relató la testigo Gaston. Paula se quedó con ganas de más: “Pude ver a mi papá durante unos minutos, se pasó muy rápido. Estaba apurado. Fue la última vez que lo vi”, contó. En aquella ocasión, la familia acordó que a las siguientes reuniones Aldo iría acompañado por Armando, quien vivía con Rufina, pero a las citas pactadas después de ese 26 de agosto Ramírez no asistió. “Eso nos indicaba que le había pasado algo”, contó Rufina. Efectivamente, Aldo Ramírez fue

Declaran Miguel Ángel Duarte, Félix Martín Obeso y Eduardo Alonso. Los tres realizaron el Servicio Militar Obligatorio  en Campo de Mayo. 

Se trata de Carlos Francisco Villanova, alias “Capitán Federico”, uno de los torturadores más brutales de Campo de Mayo. Fue durante la declaración que brindó Patricia Escofet por la desaparición de su compañero, Raúl Osvaldo Plaul. La testigo contó que, a través de una foto de Gustavo Molfino en un diario, logró identificar a Villanova como el militar que comandó el operativo del secuestro de su marido. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 📷 Foto de portada: Gustavo Molfino 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) El 4 de enero de 1977, Patricia Escofet y Raúl Osvaldo Plaul fueron a la casa de Rosa Murno y Rodolfo Merediz, en Remedios de Escalada, partido bonaerense de Lanús. Cuando llegaron, Patricia recordó que les llamó la atención la gran cantidad de autos que había y que “sobre la vereda estaba subida una camioneta convertida en ambulancia”. Antes de que pudieran hacer nada, entre 25 y 30 “efectivos fuertemente armados” salieron de los vehículos y los detuvieron. También a Rosa Murno y a Rodolfo Merediz. Patricia estaba con su hijo, Matías. “Me pateaban los tobillos y me querían sacar al nene. Tenían a Osvaldo atado a una silla y con un repasador en la cabeza”, contó. En esas circunstancias, escuchó que al jefe del operativo lo llamaban “Capitán” y “Capitán Federico”. Era “un hombre de 1,78, muy ágil, morocho, con el pelo tirado para atrás, peinado a la gomina, con bigotes y un signo muy característico en su cara de marcas de acné”. Ese hombre era Carlos Francisco Villanova: “Me interrogó muy de cerca, no tengo ninguna duda. Lo reconocí hace unos años en una foto en Página 12”, declaró la testigo.  Luego, en el turno de preguntas por parte de las defensas, el abogado defensor público, Juan Carlos Tripaldi, buscó la nota a la que hacía referencia la testigo, y la mostró ante el Tribunal y el resto de las partes. Efectivamente, Patricia volvió a identificar que esa persona, Villanova, fue el responsable del secuestro de Plaul, Murno y Merediz aquel 4 de enero de 1977. El genocida y brutal torturador dentro de Campo de Mayo estuvo en el anonimato hasta el 2014, cuando fue descubierto como quien realizaba los interrogatorios a las personas secuestradas que pertenecían a la columna Zona Norte de Montoneros. Patricia precisó también que supo que Plaul fue llevado a Campo de Mayo.  Antes de culminar su declaración, Escofet rogó que se rompieran los pactos de silencio: “La verdad siempre va a ser menos lacerante que la incertidumbre. No hay vuelta atrás, pero para nosotros puede ser una oportunidad de cierre. No quiere decir que olvidemos. Yo recuerdo para no olvidar. Si no rompemos con estos pactos de silencio vamos a dejar a la sociedad con fantasmas que van a seguir dando vueltas entre nosotros”, finalizó. Ese día también dio su testimonio Hugo Grande, el hermano de Carlos Grande, “herido, detenido, secuestrado, asesinado y desaparecido” el 17 de noviembre de 1976, a orillas del arroyo Pavón, al sur de la provincia de Santa Fe. Grande era un cuadro importante en Montoneros Zona Norte. Ese día, aunque sabía que lo buscaban, decidió asistir a una reunión de militancia junto a otros compañeros que lo tenían como referente. Allí fueron emboscados y asesinados Alfredo Fernando Mancuso, Osvaldo César Abbagnato y Uriel Rieznik. Grande, ensangrentado como estaba, fue secuestrado, y Ricardo Jorge Arrighi logró huir y contar lo sucedido. En ese momento, los diarios publicaron que los subversivos habían sido abatidos en un enfrentamiento, por lo que los familiares de Grande no sabían que seguía con vida. Gracias a “Cacho” Scarpati, quien estuvo con él en Campo de Mayo, se enteraron cuál fue su destino: “Dormía al lado de Scarpati. Hacían tareas de mantenimiento, trabajo esclavo. Eso le permitió no usar capucha. Las condiciones eran terribles. No le tenía miedo a la muerte sino al dolor”, atestiguó Hugo Grande. Y terminó: “El desaparecido es una figura que no termina de desaparecer nunca. Tenemos la certeza que está muerto, pero en cualquier momento nos puede tocar la puerta. Nunca más esto”, pidió. “Es un horror no poder hacer un duelo” Adriana Moyano declaró por la desaparición de su papá, Carlos Alberto Moyano, el 10 de marzo de 1977 en Munro, en el partido bonaerense de Vicente López; y de su suegro, Miguel Lizazo, el 14 de septiembre de 1976 en Martínez, en la localidad de San Isidro. A su papá lo sacaron del local que tenía en Baigorria 2489 y “lo metieron en la parte de atrás de un auto”. Adriana viajó a Córdoba, donde tenía familia por parte de su mamá: “Yo sabía que había bebés de compañeras que habían desaparecido. Le dejé mi hijo pequeño al cuidado de familiares y me fui a vivir a una pensión. Tenía mucho miedo. Dormí unos días en la plaza. Recién me pude juntar con mi bebe cuando él tenía 4 años”, relató. En Campo de Mayo, su papá fue visto por Scarpati y por Beatriz Castiglione de Covarrubias. Sus últimas palabras fueron para pedir justicia: “Ya son 45 años y no tenemos idea de qué les pasó a nuestros seres queridos. Es un horror no poder hacer un duelo”, cerró su testimonio En la audiencia del último miércoles declararon los hijos y la hija de Elsa Lidia Lazarte, detenida-desaparecida el 7 de septiembre de 1977, entre las 12.30 y la 1 de la madrugada, en su departamento de Malvinas 1342, en Boulogne, San Isidro. En primer lugar, María Elsa Zanni, contó que sintieron una fuerte explosión en el domicilio y vieron entrar personas armadas: “Golpearon a mis hermanos y a mi papá y se llevaron a mi mamá”, recordó. Desde ese momento no volvieron a saber nada de Elsa Lidia. Los secuestradores “estaban todos con la cabeza tapada y tenían armas”. En la casa se encontraba toda la familia Zanni: el padre, Armando Tomás; los hermanos, Carlos Ernesto, Armando Tomás y Osvaldo Javier; ella, María Elsa;

Elsa Oshiro es la hermana de Jorge, detenido desaparecido el 10 de noviembre de 1976 mientras dormía en su casa. La testigo exigió saber qué hicieron con su hermano, quien al momento del secuestro tenía 18 años. Además del reclamo de justicia, pidió que se abrieran los archivos de la dictadura. Por el caso de Oshiro también declararon sus otras hermanas y su hermano de manera virtual frente al TOF N° 1 de San Martín. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustraciones: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) Este tramo de la Megacausa Campo de Mayo que se reinició el 24 de mayo de este año, está en etapa de testimoniales. En la audiencia del último miércoles declararon familiares de Jorge Oshiro, detenido-desaparecido el 10 de noviembre de 1976. Por su caso brindaron testimonio sus tres hermanas, Elsa, Silvia y Marta Alejandra; y uno de sus dos hermanos varones, Juan Oshiro.  Jorge fue secuestrado en su casa, en General Lamadrid 1555, Villa Ballester, en el partido bonaerense de San Martín. El operativo se realizó en horas de la madrugada. Tocaron el timbre y atendió su mamá, María Takara. Le dijeron que traían a una persona accidentada. Ella pensó que podría tratarse del tío de sus hijos e hijas, así que abrió la puerta. Entraron varios hombres “con ropa oscura, usaban borceguíes y portaban armas largas, fusiles o metrallas”, contó Silvia, quien compartía la habitación con Jorge. Otro hombre ingresó al dormitorio que habitaban los otros dos hermanos varones. “Prendieron la luz, miraron hacia adentro y se fueron enseguida”, agregó. La familia está convencida que los secuestradores conocían muy bien la disposición de la casa y sabían en qué habitación dormía Jorge. “Mis hermanos eran muy parecidos, podrían haberlos confundido con Jorge”, dijo después Elsa, que fue la única de la familia que no presenció el secuestro porque vivía en otra casa. Y añadió: “Fueron muy silenciosos. No rompieron nada ni se robaron nada. Conocían muy bien los movimientos y lo conocían muy bien a él”. Respecto a esta presunción que mantiene la familia, Juan, el hermano de Jorge que declaró en esta audiencia, llegó a la conclusión de que quien entregó información respecto a la casa de la familia Oshiro: “Podría ser un muchacho grande, que hablaba como un erudito. Una vez se quedó a dormir a casa. Posiblemente este muchacho haya sido quien, presionado, pueda haber dado esos datos”, dijo. Antes de irse, los secuestradores fueron hacia al fondo de la casa e incautaron “periódicos de la Avanzada Socialista, que Jorge repartía durante sus tareas militantes”, atestiguó Marta durante su declaración. Jorge Oshiro militaba en el Partido Socialista de los Trabajadores. “Se había separado del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) porque no estaban de acuerdo con la lucha armada”, relató Elsa, y manifestó que eso le había dado tranquilidad: “Nos metieron tanto la teoría de los dos demonios que pensaba que si no estaba en la lucha armada no le iba a pasar nada. Graso error”. Sus hermanas hablaron de sus intereses y de cómo era él: “Le gustaba escribir, le gustaba la literatura y leía mucho. Le gustaba la música. Escuchaba a Violeta Parra, a (Luis Alberto) Spinetta. Tocaba la guitarra, tenía un grupo musical y jugaba al ajedrez”, recordaron. Juan iba al mismo colegio secundario que su hermano, la Escuela Técnica Nº 2 “Alemania”, de donde Jorge se había escapado en varias oportunidades al ver que estacionaban camiones militares en esa cuadra. Oshiro tenía 18 años cuando lo desaparecieron de manera forzosa. Había sido seleccionado para hacer el Servicio Militar Obligatorio. “A los pocos días de su secuestro, llegó una nota reclamando que no se había presentado. Nosotros respondimos que estaba secuestrado. No volvieron a reclamar. Deben haber comprobado que lo que decíamos era cierto”, mencionó Elsa en su testimonio. La familia Oshiro logró saber que Jorge estuvo en Campo de Mayo gracias al testimonio de Eduardo Cagnolo, sobreviviente del terrorismo de Estado, quien en una de sus declaraciones afirmó haber visto a un chico con rasgos orientales. En el año 2005, la Secretaría de Derechos Humanos se comunicó con Elsa. Ella envió una foto de su hermano a Eduardo. Él recordaba a un chico con el pelo más corto que el de la foto y, efectivamente, Oshiro tenía el pelo más corto cuando fue secuestrado. Antes de concluir su testimonio, Elsa Oshiro pidió que haya justicia por su hermano, que se condene a los genocidas y se abran los archivos de la dictadura para saber qué hicieron con él: “El de Jorge no fue un caso aislado. No fue una equivocación. Había muchas familias amigas que estaban pasando por lo mismo. Se llevaron a madres, jóvenes, embarazadas, y se robaron a sus hijos. Todo esto no puede quedar impune. Tiene que salir a la luz. Tiene que ser juzgado y condenado para que no vuelva a pasar. Si esto no es juzgado la impunidad sigue. Yo les pido que con estos mismos argumentos se haga justicia. Que se abran los archivos. En algún lado tienen que figurar las listas. Con un plan sistemático de esta envergadura en algún lado tienen que figurar las listas de los desaparecidos, los testimonios que les sacaron bajo tortura y los hijos de las madres. Pido justicia por mi hermano. La desaparición forzada es un crimen de lesa humanidad. Quisiera saber qué hicieron con mi hermano, dónde está su cuerpo y que todo esto pueda tener un cierre. Quiero justicia”, finalizó. La búsqueda no es solo por la Verdad y la Justicia En la audiencia anterior, Ernesto Victor Grynberg declaró por el secuestro y desaparición de su hermana, Susana Flora Grynberg. Detalló que ella “era bajita, medía 1,63 , tenía el pelo corto, la carita redonda y los ojos marrones”. Militaba en Montoneros Zona Oeste. Le decían “Gorra” o “Nita”.  Tenía 29 años cuando la secuestraron, el 20 de octubre de 1976, y estaba embarazada de tres meses. Trabajaba como física nuclear en