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Circuito ABO

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Lo contó la sobreviviente Marta Susana Jaime en la audiencia 11 de ABO V, el juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito conformado por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. También declaró Ana Gabriela Mercado, sobrina de los sobrevivientes Dora Inés y Marcos Mercado. Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente) / Camila Cataneo (La Retaguardia)Edición: Fernando Tebele (La Retaguardia)Foto: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia Era la madrugada del 13 de octubre de 1977 cuando un grupo de aproximadamente cinco personas entraron a las patadas a una casa ubicada en la localidad de San Miguel y rompieron todo lo que encontraban a su paso. Allí estaban Marta, Marcos, Dora, su madre y sus sobrinos. Sin mediar palabra comenzaron a pegarles: “Te voy a hacer boleta”, decía uno de los hombres que estaba armado. A una de las sobrinas, Andrea Gabriela Mercado, que tenía 12 años, la llevaron al cuarto y mientras le pegaban cachetadas le preguntaban por las armas y quienes vivían ahí. También estaba su hermano de 9, que tenía fiebre y por los medicamentos dormía muy profundamente. La suegra y la cuñada también estaban muy enfermas. Andrea recordó que aquella noche su tío “se había arrastrado a la puerta y nos dijo que nos agachemos porque estaban disparando. Me pareció una noche eterna. Dieron vuelta toda la casa. Se llevaron cosas de valor”. 18 escalones Había pasado una hora desde que entraron violentamente. Les vendaron los ojos a Marta, Marcos y a Dora para subirles a un Ford Falcon. Fueron llevadas/os al Centro Clandestino de Detención “Atlético”. Marta contó que “nos llevaron a un lugar donde nos hicieron cerrar los ojos, nos sacaron la ropa, nos pusieron otra y ahí uno de ellos nos dijo: tienen que bajar 18 escalones”. También recordó que sentían música, escuchaban gritos y que jugaban ping pong. “Parecía un sótano. Había mucha gente. Nos traían, nos llevaban, nos tiraban al suelo. Teníamos mucho miedo ahí adentro. Se sentían tiros. Era muy terrible lo que pasaba. Los días eran eternos”, manifestó Marta. Solo habían pasado unos minutos del secuestro. Andrea comentó que “nos sacamos las vendas con mi abuela y mi otra tía. Corrimos a buscar a un vecino de la familia llamado Horacio Rodriguez. Al otro día llegó mi papá y buscaron a mis tíos”. El padre de Andrea recorrió comisarías, hospitales hasta fue a la escuela General Lemos. Cuando estuvo allí “lo hicieron pasar a una oficina donde había un mapa grande de la zona. Había lugares marcados. Casas marcadas”. Como en todos los centros clandestinos, a las personas secuestradas se les ponía un número y perdían instantáneamente su identidad. Marta dijo: “El 35 era yo, Marcos el 36 y Dora el 37. Nos pusieron grillos en los pies y en las manos. Pegaban patadas, tengo todavía marcas en las piernas. Nos preguntaban si conocíamos gente, eso era lo que querían saber. A Dora le pusieron picana y a Marcos también. Dora mencionó que la violaron”. Haciendo memoria, Marta comentó que el único nombre que tenía de cuando estuvo en cautiverio era “El Turco Julián” y el “Médico”, y agregó: “Le pedía tanto a la Virgen. No sabía si íbamos a salir vivos. Mi marido, que pudo levantarse el antifaz, me comentó que había mujeres presas embarazadas”. Las fiestas de fin de año Era la mañana del 22 de diciembre de 1977 y Marta recordóó que “nos dijeron que íbamos a salir, nos dieron unas vueltas y nos dejaron cerca de la cancha de Huracán. Estábamos muy mareados, de tantos días con los ojos vendados”. También contó que un hombre les dio unas monedas y se tomaron el 53 hasta San Miguel. Andrea recordó que los liberaron una mañana y que faltaba poco para las fiestas de fin de año. “Estaban muy lastimados y deteriorados. A mi tía le faltaban algunas uñas de las manos. Tenían puesto trapos”, detalló. Pasaron muchos años hasta que Dora comenzó a contar lo que le sucedió en el centro clandestino. Andrea aclaró que su tía “fue violada, picaneada y golpeada. Ella quedó muy mal, no logró recuperarse”. Además sostuvo que Dora le contó que “cuando la llevaban a bañarse escuchaba mujeres quejándose, chicas jóvenes embarazadas”, y siguió el relato: “Marcos no hablaba del tema. A causa de la picana no podía tener hijos. Marta finalizó su testimonio con mucha angustia: “Dora quedó muy mal. No se pudo recuperar, no pudo ni ir a trabajar. Se quedó en la casa. Con el tiempo, con tanta depresión que tenía, ella se mató en 2015”, y continuó mostrando las consecuencias: “Con mi marido salimos adelante. Yo tenía 30 y él 31. Nos íbamos a casar en octubre de 1977, y nos casamos en enero de 1978. El por las picanas, no pudo tener hijos. Y en el 81 yo adopté una hija. Hasta hoy en día no hablé con nadie del tema”. La próxima audiencia se realizará el miércoles 23 de noviembre a las 9 de la mañana de manera virtual, como vienen desarrollándose desde el primer día. Podrás seguir la transmisión conjunta de La Retaguardia y Radio Presente en el canal de YouTube de La Retaguardia.

Declaran Marta Susana Jaime y Ana María Mercado.

Declaran Pablo Codina y Nicolás Goldar Parodi Codina.

El caso de Nora Codina y de Esteban José Sumich estuvieron presentes en la novena y decima audiencia de ABO V, el juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito conformado por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente) / Camila Cataneo (La Retaguardia)Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)Fotos: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia Nora Codina fue secuestrada de su casa el 8 de septiembre de 1977. En ese entonces tenía 25 años y estaba casada con Eduardo Alfredo Goldar quien era médico genetista y simpatizaba con el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). “Él no militaba mucho, yo nunca milité”, afirmó. La sobreviviente contó que entraron a su casa a las tres de la mañana: “Me hacharon la puerta, literalmente”. En ese momento, la vecina llamó a la mamá de Nora, que se comunicó con su hijo —el hermano de Nora—, que vivía en el mismo edificio y logró quedarse con Nicolás.  A Nora la llevaron a El Atlético. “Me hicieron bajar por una escalera caracol. Me dieron un número. Estuve vendada y atada de pies y manos”, recordó. La metieron en la “Leonera”, donde había muchísima gente detenida. “Me torturaron y me golpearon muchísimo los oídos hasta romperme el tímpano. Me preguntaron a qué me dedicaba y les contesté que me dedicaba a la danza clásica y contemporánea. Para escuchar menos hice una coreografía en mi cabeza”, dijo.  Horas después escuchó llegar a Eduardo, su marido, cuyos apodos eran “Barba” y “Oreste”. Nora contó que “él trabajaba en el Hospital de Moreno y los sábados trabajaba en una salita que curaba a los niños de la villa. Eduardo tenía una imprenta en casa, nunca usó un arma”. Continuó con su declaración: “A él lo torturaron muchísimo. Nunca nos dejaron estar juntos.  Un día me llevaron donde estaban torturando a Eduardo, me sacaron la venda y me dijeron miralo. Yo no abrí los ojos”. En El Atlético estuvo unos 10 o 12 días. “Llegué a pesar 35 kilos. Estuve encadenada y vendada siempre”, afirmó. A fines de septiembre, la liberaron. “Me dejaron a unas 25 cuadras de San Cristóbal y me fui caminando”, relató. Luego expresó: “A mí me siguieron dos años después de que me liberaron. Me enteré por los informes a los que pude acceder (…) Fue una experiencia muy dura, pero tuve un instinto de conservación natural. E hice una coreografía. Creo que el arte me salvó. Y luego me pude reconstruir, con toda la humildad del mundo”. Esa noche En 1977, Pablo y Nora vivían en el mismo edificio, en distintos departamentos y tenían un vínculo cotidiano. El día de la desaparición de Nora habían cenado juntos. Estaban Pablo; su esposa; su hija de ocho meses, junto a Nora y Nicolás; y el hijo de Nora y Eduardo, quien por entonces tenía dos años. En la madrugada, la vecina de Nora llamó a Pablo y le avisó que en el departamento de su hermana había ruidos raros. “Bajo por las escaleras, me encuentro con el grupo de tareas, me tiran al piso, me apuntan, me pisan la cabeza y me preguntan dónde está Eduardo”, relató Pablo en la décima audiencia. “Escucho que se llevan a Nora, que sale caminando. Me tienen un rato ahí. Me hacen pasar al departamento, donde habían destruido la puerta y los sofás y sillones estaban cortados con cuchillo. Ahí me encuentro con mi sobrino, que estaba sentadito en la mesa del comedor”, agregó.  Pablo contó que quien aparentemente dirigía el operativo era una persona rubia, delgada y alta. “Me pregunta donde estaba Eduardo. Les dije que no sabía y que la criatura que tenían ahí era mi sobrino y que yo me lo iba a llevar. Me dicen que sí”, contó. A él no lo detuvieron. “Yo no estaba en el listado”, dijo. “¿A donde llevaron a mi hermana?”, preguntó. “Le vamos a hacer algunas preguntas y luego va a recuperar la libertad”, relató el momento donde se llevaron a Nora.  En el edificio dejaron una consigna por varios días, según recordó Pablo: “Pese a que nos habíamos mudado por unos días a la casa de mis padres, yo pasaba por la puerta del edificio y vi que habían dejado una consigna. Era una persona gorda, de pelo largo, con barba, no muy alta, que estuvo de civil varios días en la puerta del edificio”. Durante el secuestro de Nora y Pablo. sus padres presentaron los correspondientes habeas corpus. “Salieron todos negativos. Yo estaba cursando últimas materias de Derecho y tenía un compañero cuyo padre era un marino retirado, le cuento y él, por gestiones de su padre, me consigue una entrevista con un secretario de (Jorge Rafael) Videla a quien yo voy a ver a la Casa Rosada, Villarreal creo que era el nombre. ‘¿Por quién me viene a preguntar?’. Por Nora Codina y por Eduardo Goldar Parodi. ´Espere que voy a averiguar ́, me dice. Se retira, y cuando vuelve nos dice: ‘Nora Codina va a recuperar la libertad en pocos días. Del otro, no me pregunte’. Y así fue. A los 4 o 5 días, mi hermana recupera la libertad del domicilio de mis padres, o sea que sabían dónde la estaban dejando”. relató. Al momento de liberarla los represores le dijeron a Nora: “Disculpanos, errar es humano flaquita”. Pablo aseguró: “Con esto puedo confirmar que no hubo excesos, estaba todo planificado”. El recuerdo del hijo Luego de dos semanas se realizó la décima audiencia del juicio. Allí declaró Nicolás Goldar Parodi Codina, hijo de Nora y Eduardo. Pablo tenía 8 meses cuando secuestraron a su mamá y a su papá. Años después pudo comenzar a reconstruir su historia: “Yo me quedé con mi tío, vivimos en la casa de mis abuelos”. A los meses liberaron a Nora y Nicolas recordó que le impactó mucho verla rapada”. A lo largo del tiempo, Nicolás comenzó a conocer la historia de su padre. “Eduardo era

Lo dijo el sobreviviente Oscar Emilio Chiodo, quien logró armar un croquis del “Banco”, lugar donde estuvo en cautiverio. Esto sucedió en la octava audiencia de ABO V, el juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito conformado por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”.  Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente)/Camila Cataneo (La Retaguardia)Edición: Pedro Ramírez Otero (La Retaguardia)Fotos: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia Oscar Emilio Chiodo tenía 25 años cuando lo secuestraron. Estudiaba arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y trabajaba en un estudio de arquitectura en Avellaneda. Además era jugador de básquet en el Club Telefónicos y militaba en Montoneros.  El 31 de enero de 1978  un grupo de personas armadas vestidas de civil lo esperaron en la puerta de la casa. “Fui a mi casa y me agarraron enfrente a mis padres”, comentó en la audiencia. “Me suben a una rural Ford Falcon blanca. Al chofer le decían ‘chancho’ y también estaban ‘Tiro Loco’,’Patán’ y ‘Caracortada’”, agregó. En el trayecto que hicieron con el auto hasta el Centro Clandestino ‘El Banco’, el sobreviviente dijo que “escuchaba coches a distancia, el ruido de aviones y olor a jabón”.  Estando en cautiverio logró reconocer a “Ruso Chico”, “Clavel”, “Soler”, “El Japonés”, “Tadei”, “Cobani”, “Batán” y “Colores”. Oscar contó: “Escuchábamos cuando encendían la radio para torturar. No había hora, era las 24 horas (…) También había falta de comida”. Y agregó: “Cuando me metían en el tubo era aislamiento total”.  Él compartió cautiverio con Nora Bernal, Mirta Barragán y Edgardo Sampayo, Horacio Cid de la Paz y tres chicas que formaban parte del Consejo que fueron trasladadas en febrero. Allí quedó solo una apodada “Anteojito”. También habló sobre “la gorda estela” a quien se llevaron del lugar en el traslado de febrero de 1978 en “Banco”, y de “Estela” de Montoneros zona oeste, una chica joven de entre 28 y 30 años. Luego hizo referencia a cómo lo liberaron: “Fue el sábado 25 de marzo de 1978 tipo tres de la tarde, me viene a buscar ‘Ruso chico’. Me dice: ‘Te vas a tu casa’, pero no sabía si volvía a casa. Me suben a ese Taunus y me dejan en la esquina de mi casa. En todo el viaje me dice que no vuelva a meterme más en cosas raras”.  En la actualidad pudo realizar un croquis del espacio donde estuvo secuestrado. “Dibujé lo que tenía en la memoria. Como todo arquitecto, tenga o no la vista, reconozco el espacio. Nunca me llevaron a reconocerlo”, dijo. Finalmente pidió que se haga justicia. 

Declaran Graciela Beatriz GUSHIKEN, Hugo Rubén GUSHIKEN y Oscar Emilio CHIODO.

En una historia poco conocida, 10 alumnos y alumnas de un colegio privado de Florencio Varela sufrieron secuestros, torturas y desaparición forzada durante el último genocidio. Habían querido formar un centro de estudiantes en una escuela de un amigo de Videla. En diferentes audiencias del juicio Circuito ABO V familiares y sobrevivientes dieron sus testimonios para dar a conocer este caso. Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente) / Camila Cataneo (La Retaguardia)Edición: Fernando Tebele (La Retaguardia)Fotos: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia La referencia a La Noche de los Lápices aparece como ineludible. Un grupo de 10 pibes y pibas que estudiaron en el Colegio Santa Lucía de Florencio Varela sufrieron secuestros, torturas y desaparición forzada durante el último genocidio en Argentina. Entre ellos estaban Ángel Iula y Silvia Schand. Estos casos fueron tratados en la séptima audiencia de ABO V, el juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito conformado por los Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. En esta jornada, declararon por el caso de Silvia Schand y Ángel Iula, Lucia Leonor Schand, hermana de Silvia; y Edelmira Concepción Agüero, sobreviviente, quien estuvo con ellos en el centro clandestino. La escuela privada que unía a los y las jóvenes que quisieron crear un centro de estudiantes, pertenecía a Modesto Evaristo “Tino” Rodríguez. a quien el alumnado califica como una persona por lo menos autoritaria. Era amigo del dictador genocida Jorge Rafael Videla, a tal punto que lo visitó mientras estaba preso y siempre lo reivindicó públicamente. Rodríguez publicó un libro, “Santa Lucía, el Instituto”, con un capítulo que se llama “Rosas y Ortigas”. Para mostrar las rosas, utilizó imágenes de jóvenes practicando deportes; para representar a las ortigas, eligió volantes de las organizaciones de la época. La hermana de Schand y una sobreviviente volvieron a traer esta historia menos reconocida que La Noche de los Lápices, pero igual de impactante. “El Banco” Edelmira Concepción Agüero fue secuestrada en 1978 de una casa de Temperley donde estaba viviendo junto a otras compañeras y compañeros de militancia. “Yo caí un 24 de mayo, no me olvido porque el 25 nos dieron chocolate”, aseguró la sobreviviente. Cayó junto a Martín “Pocho” Faustarriaga, Andrés, más conocido como “Pericles”, “El cabezón” José Ríos y su esposa. También una pareja con dos hijos: Yanina, de 3 y Emiliano, de 1. Comentó que también lo atraparon a Lucio Leone Edelmira contó que al día siguiente secuestraron a “Cristina, Claudio Jose Lépore, también cayó mi responsable Silvia Schand, Angel Lula, Claudio Memo, Teofilo o Teodoro Acuña, Alejo Zurita. Fueron torturados”, señaló durante su testimonio. Al llegar al centro clandestino El Banco le picanearon las muñecas y la llevaron a una celda que tenía una camilla. Luego dijo que “estaba en una celda con una señora que se llamaba Olga, y su esposo Hernan, estaba también allí. Un día la sacaron a Olga y cuando volvió me dijo: ‘me pusieron un arma en la cabeza y nos hicieron firmar los papeles de la casa y del auto’. Otra vez nos sacaron afuera e hicieron que nos iban a fusilar”. “Había detenidos que nos servían la comida una vez por día. Detenidos que colaboraban para llevarnos al baño, porque teníamos grilletes y estábamos tabicados”, manifestó la sobreviviente y afirmó: “Yo estuve ahí 45 días exactos. No sé qué pasó con los otros detenidos que cayeron conmigo”. Su encuentro con Silvia “Una vez, yendo al baño, veo que estaba Silvia con el marido, y ahí me dijo que estaba embarazada, y estoy segura que de cuatro meses”, evocó Edelmira e hizo hincapié en que “nos hacían escribir nuestras historias muchas veces, porque si nos contradecíamos, nos torturaban”. La sobreviviente confirmó que cuando estaba en cautiverio le decían “Loli” y la identificaban como “G-10”. Edelmira puntualizó en que los pisos eran de baldosas blancas y negras. El lugar tenía celdas que estaban enfrentadas y que “no sé si habrá sido una comisaría. 40 compañeros había, eran 2 por celda”, Antes de ser liberada, contó que la llamaron y le preguntaron si la habían torturado. Ella respondió que sí y le advirtieron: “Te vamos a liberar, pero no cuentes nada porque nosotros vamos a estar pendientes de tus movimientos”. Lla dejaron en libertad en la calle Perito Moreno y le dieron plata para volver. “Tomé el subte y el colectivo y llegué a mi casa”, dijo. Los torturadores En un momento de su declaración recordó al “Turco Julián” (Julio Simón) y a uno que conocían como Kung Fu. Coincidió con otros testimonios en que “Colores (Juan Antonio del Cerro) era uno de los represores mas violentos, todos decían que era como un enfermo de la tortura. A otro le decían Sérpico, entre ellos siempre había movimiento cuando caían nuevos detenidos, y ellos se nombraban”. Luego le mostraron fotos de víctimas del Terrorismo de Estado. “Laura, la ubico en el centro clandestino. La recuerdo porque nos servían la comida. Nos asistían a nosotros. La recuerdo muy bien. La conocí en el Centro. Ella estaba destabicada”. Sigue mientras van pasando las fotografías: “Lucio Leone, el esposo de la señora que estaba en la casa de Temperley. Alejo Zurita, “Milko”. Él era miembro de la juventud, estuvo en el centro, él cayó pero yo no lo vi. José Claudio Lépore, “El Tano” le decían. Fue al primero que conocí. Era miembro de la Juventud. Claudio Memo, el “Tortuga” le decían. Lo conocí antes del secuestro y no lo vi pero me dijeron que también había sido secuestrado”. Continúa reconociendo compañeros: “Silvia Schand, ella era mi responsable, mi compañera. “Enana”, “Petisa” eran sus apodos. Tenía 21 o 22 años. Eran todos del colegio Santa Lucía de Florencio Varela”. Además cuenta que “A ellos (Silvia y Angel) los secuestraron en una pensión, estaban como recién casados. Estaban en una celda cerca de mí, los dos juntos. Y ahí me comentó que estaba embarazada. A Ángel creo que le decían “Cabezón”. También reconoció a “Cuca” y expresó: “la recuerdo,

Un cliché de una publicación del Partido Comunista Revolucionario hallada en el ex Centro Clandestino El Atlético es la prueba esencial de que Manuel Guerra, militante de esa organización, estuvo secuestrado allí. Dieron testimonio su esposa, Teresita Castrillejo; y Rosa Nassif, compañera de militancia de Guerra, quien permanece desaparecido. Redacción: Alejandro Volkind (Radio Presente) / Camila Cataneo (LR)Edición: Fernando Tebele (LR)Fotos: Transmisión conjunta de Radio Presente y La Retaguardia / Archivo Bárbara Barros-La Retaguardia Este miércoles por la mañana se realizó la sexta audiencia del juicio por crímenes de lesa humanidad del circuito de los ex Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio “Club Atlético”, “Banco” y “Olimpo”. Declararon Teresita Castrillejo, compañera de Manuel Guerra, y Rosa Nassif, quien habló sobre la placa metálica encontrada en las excavaciones de El Atlético. El Negro El 1 de noviembre de 1977 desapareció Manuel Guerra, quien fuera el primer secretario de la Juventud Comunista Revolucionaria (JCR). En sus años de militancia participó del Cordobazo y fue responsable de la comisión juvenil del SMATA Córdoba, que lideraba René Salamanca.  Tenía 26 años cuando fue interceptado por hombres vestidos de civil en un bar de la Ciudad de Buenos Aires. Tiempo después se supo que estuvo en “El Atlético” cuando Teresita logró contactarse con el sobreviviente Humberto Amaya. Él lo reconoció estando en cautiverio.  Amaya iba a declarar también hoy, pero su testimonio fue postergado. Al comenzar su testimonio, Teresita contó que ese día Guerra se fue por la tarde de su casa y nunca más volvió. “Eran las 12 de la noche y no teníamos noticias de él”, contó su compañera. A la 6 de la mañana de ese día tuvo que irse de la casa con su bebe de 11 meses y ponerse a resguardo.   Siguió su relato contando que en la búsqueda personal que hizo fue a varios lugares donde podría estar. “Tenía familia en José C Paz (…) También conocíamos a una hermana de Humberto Amaya. Por eso decidí ir a verla para saber si sabía algo. Ella me dijo que habían estado en su casa”, aseguró Teresita. Al tiempo logró encontrarse con Humberto, quien le contó de cuando estuvo secuestrado. Él recordaba que jugaban al ping pong y se escuchaba el sonido de la pelotita en El Atlético. En los trabajos arqueológicos que se vienen realizando ya se hallaron dos pelotas de ping pong. A los 15 días, Castrillejo volvió a su departamento y había sido allanado. En su testimonio contó que se conectó con sus vecinos para poder investigar qué sucedió. Allí habló con Alejandro Schvimer, quien le dijo que lo tomaron como testigo en el momento del allanamiento.   A lo largo del tiempo, Teresita presentó diferentes habeas corpus. El primero fue a dos días de la desaparición. Luego llevó adelante nuevas denuncias en los años siguientes, tanto en el ámbito nacional como internacional.  Encontrando la verdad Teresita vuelve al tiempo a Mendoza, su lugar de origen y allí conoció a una mujer que tenía un hijo detenido en Rawson. Ese día le diji que cuando fuera a la cárcel iba a preguntar por Manuel. Allí se enteró de que se suicidó un hombre llamado “Guerra”. La mujer le contó que todos los familiares de detenidos estaban conmocionados y  ahí comentó que se llamaba Luis. En ese momento, una familiar le respondió que su hijo Federico Westerkamp vio como  secuestraban a Manuel Guerra. Él vivía en ese entonces en Bélgica y declaró todo lo que vio aquel día. Teresita expresó que “hemos resistido porque hubo mucha solidaridad”. Organizarse durante el terror Rosa Nassif, psicóloga social, docente y dirigente del Partido Comunista Revolucionario (PCR), contó que conoció personalmente a Manuel cuando llegó de Córdoba para incorporarse a tareas de organización en la Juventud Comunista Revolucionaria, previo al golpe de Estado de 1976. Nosotros sabíamos que el golpe venía y nos habíamos preparado. Y así como nos preparamos para quedarnos en el país para organizar la resistencia a la dictadura, nos organizamos para que nuestro periódico Nueva Hora pudiera seguir saliendo en la clandestinidad”, explicó. Por ello, días antes del golpe fueron a la cooperativa donde imprimían el periódico, y pidieron el cliché, que es una placa o lámina de metal con el relieve de la impresión que se pretende imprimir en un papel. “El tema de los clichés es lo que me hizo tener una relación cotidiana con Manuel porque, ya en clandestinidad, tanto el Partido como la Juventud siguieron editando el periódico, y ese cliché nos servía para poder ilustrar las notas del periódico”. Rosa se refirió a las precauciones que había que tener por entonces, ya que la dictadura fascista buscaba saber dónde se imprimía el periódico y cómo se distribuía, y esas tareas estaban compartimentadas. “Yo le entregaba a Manuel esos clichés y él me los devolvía después de un tiempo”. En uno de esos lapsos, mientras trabajaba para la organización de una huelga ferroviaria en 1977, una de las primeras que se hicieron en dictadura, Manuel fue secuestrado. Prueba clave Una de las pruebas fundamentales de que Manuel Guerra estuvo en El Atlético tiene que ver con haber encontrado un cliché en las excavaciones que se hicieron hace algunos años. En esta placa metálica apareció la imagen de una manifestación de 1973 contra el golpe deeEstado en Chile, en las que aparecían banderas de la UMA (Unión de Mujeres Argentinas), del PCR y banderas de Montoneros. Teresita contó que esa placa la tenía guardada Manuel en la casa. Ese día Guerra tenía que llevársela a compañeros para que pudieran usarla.   Cuatro décadas más tarde, la aparición de ese cliché en El Atlético generó una gran conmoción. “Fue muy emocionante verla y saber que esa pequeña placa que simbolizaba tantas cosas, como la lucha revolucionaria en medio del fascismo, sirve ahora como una prueba concreta para condenar a estos asesinos que lo tuvieron a él”. En su testimonio, también hizo referencia a la importancia del trabajo de familiares y arqueólogos para llegar a la verdad y