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Crónicas del juicio


    El testigo Ricardo Alberto Ojeda, exconscripto en Campo de Mayo, dio cuenta de cómo llegaban colectivos al Batallón con 30 personas aproximadamente y subían a los aviones Fiat: “Los dopaban para que obedecieran. Los tiraban a cangrejales y pirañales. Eran tantas personas, hombres y mujeres, que a veces salían dos aviones porque con uno no alcanzaba”. Ojeda relató que estas “maniobras”, ocurrían después de que los soldados eran relevados de sus funciones por personal de mayor jerarquía y eso sucedía “hasta incluso tres veces por semana”. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)    ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele ✍️ Textuales: Noelia Laudisi De Sa/Agustina Sandoval Lerner/Valentina Maccarone 📷 Foto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia En esta jornada, y después de muchas audiencias en las que se escucharon testigos propuestos por las partes defensoras que no aportaban datos relevantes, declaró el excolimba Ricardo Alberto Ojeda. Pudo reconstruir toda la siniestra operatoria que se producía con los Vuelos de la Muerte que partieron desde Campo de Mayo. El testigo relató la llegada de colectivos y camiones frigoríficos con personas detenidas al Batallón; el ascenso de estas personas, tanto hombres como mujeres, al Herculito, el avión Fiat G-222; el posterior despegue de la aeronave; e incluso las maniobras aéreas que los pilotos de la muerte hacían para arrojar a las personas a “cangrejales y pirañales”. Además, contó que vio como los bomberos de la Policía Federal manguereaban a los Herculitos cuando regresaban al Batallón: “Era lógico que había que lavarlos para no dejar evidencia”, afirmó Ojeda en un impactante testimonio. “Me lo comentaban los jerárquicos”   Ricardo Alberto Ojeda, al comienzo de su declaración, refiere que todo lo que cuenta respecto a los Vuelos de la Muerte lo sabía por los comentarios que le hacían sus superiores: “Los jerárquicos, Cabo primero, Sargento, o lo que sea, me comentaban en conversaciones que alzaban gente dopada y la largaban a los cangrejales y pirañales”, asevera. Después, casi al final de su testimonio, nos enteraremos de que él mismo pudo ver muchos de los pasos siniestros de esa operatoria desaparecedora. A lo largo de la declaración, nos iremos dando cuenta de que, por el nivel de detalle con el que Ojeda describe lo sucedido, efectivamente tiene que haberlo presenciado. El testigo menciona la cantidad de personas que llegaban al Batallón, discrimina a esas personas por su género y hasta recuerda el color de sus ropas, de tonos que las distinguían claramente del uniforme militar: “No era usual ver eso”, dirá. Cuando uno de los Vuelos de la Muerte estaba por partir, los soldados eran relevados de sus funciones y sus puestos de guardia, y los llevaban a la cuadrilla donde descansaban: “Venía una camioneta, esa guerrillera, verde, las Ford verdes. Venía el personal de jerarquía y hacía el relevado del puesto en la misma camioneta. A mí me alzaban arriba y me llevaban al puesto de guardia a confinarme hasta que la maniobra termine”, cuenta Ojeda. Esa anécdota coincide con varias que relatan lo mismo. Los militares intentaron que su accionar para desaparecer personas quedara impune y sin evidencias. No lo lograron, y por eso este juicio se está celebrando. Lo que sí aporta Ojeda es que estos relevos de soldados que eran reemplazados por oficiales y suboficiales sucedían muy seguido, lo que indica que los Vuelos de la Muerte partían también con mucha frecuencia. —¿Cuántas veces sucedió esto de que los relevaron del puesto de guardia? –pregunta el Fiscal General, Marcelo García Berro.  —Y… una, dos o tres veces por semana. Había semanas en que no se hacía nada, pero  había semanas en que salían tres veces. A veces salían los dos ‘Hérculitos’ porque con uno no alcanzaba -responde el testigo con firmeza.   Como tirar basura al campo Antes de iniciarse estos reemplazos de colimbas por personal del Ejército con mayor jerarquía, “el avión ya estaba como hace dos horas o una hora antes en maniobra, ahí, en prueba de motores, en prueba de todo”. Ojeda cuenta que las personas subían a los aviones de manera voluntaria: “No sé por qué o qué les decían, pero sí subían cada uno como personas… digamos”, y aclara: “Nos decían que los dopaban un poco, para que esas personas obedezcan; pero no mucho, para que se muevan por sus medios”.  En una de las primeras audiencias del juicio, el testigo Raúl Escobar Fernández, había contado el hallazgo de cientos de ampollas de Ketalar, una de las drogas utilizadas para sedar a las personas víctimas de los Vuelos de la Muerte. “Una vez cargado, el avión se iba en vuelo. Se los llevaban. Carreteaba y hacía vuelo. Tomaban vuelo hacia arriba, abrían las compuertas y los largaban. Como tirar basura al campo”, ejemplifica, burdamente, Ojeda el momento en que arrojaban a los y las detenidas vivas al mar o al río. Los comentarios que le llegaron al testigo eran por parte de “los suboficiales que hacían las guardias con nosotros”. Entre ellos, recuerda al Cabo Primero Busto, al Sargento Primero Rodríguez y al Cabo Primero Blanco, quien además era mecánico de aviones. Los aviones regresaban al Batallón al cabo de algunas horas. Algunas veces, cuenta Ojeda, no volvían. Para él, podían quedarse en el Aeropuerto de El Palomar. A la mañana siguiente, incluso después del mediodía, Ojeda menciona que “me parece que los vi a los Bomberos manguereando o lavando los Herculito. Yo suponía que era por limpieza, pero si hacían ese trabajo era lógico que hay que lavarlos para no dejar evidencia ni nada por el estilo”. La ratificación   Es habitual en este juicio que, cuando alguno de los testigos presenta contradicciones durante su declaración respecto a la que brindara años atrás en la etapa de Instrucción,  se le lea un fragmento de lo que dijo en aquella otra oportunidad. En este caso, el fiscal García Berro quiso certificar si los dichos de Ojeda, todo lo que él estuvo contando respecto a cómo se llevaban a cabo los Vuelos de la Muerte, lo había

Los testimonios de los ex conscriptos que realizaron el Servicio Militar Obligatorio en el Batallón de Aviación 601 del Ejército son fundamentales para recopilar la información necesaria para juzgar y condenar a los 5 imputados que tiene esta causa. Raúl Escobar Fernández observó envases de la droga Ketalar en uno de los extremos de la pista de Campo de Mayo. Eduardo Maidana vio como llevaban a ese lugar a las personas secuestradas. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele ✍️ Textuales: Valentina Maccarone/Noelia Laudisi De Sa/Agustina Sandoval Lerner 📷 Foto de portada: Captura Transmisión La Retaguardia Los testimonios de Eduardo Maidana y de Raúl Escobar Fernández, dos excolimbas que realizaron el Servicio Militar Obligatorio cumpliendo funciones en Campo de Mayo, arrojaron datos reveladores para el juicio También regresó, virtualmente, el testigo Félix Martín Obeso, quien declaró en la audiencia anterior. Aportó fotos de aquellos tiempos en el Batallón, que logró recuperar de sus redes sociales. Obeso era fotógrafo e integró la Compañía de Comandos. En la sala de audiencias virtual, se exhibieron fotos que había tomado de los distintos aviones pertenecientes al Batallón. Ante una de ellas, que muestra un desfile militar en uno de los playones de la pista de aviación y en la que se ven dos aviones Fiat G-222, se daba el siguiente diálogo entre el testigo y el fiscal, Marcelo García Berro: —Félix Obeso: Bueno, ahí hay un desfile de la fiesta del juramento a la bandera y ahí estoy en el grupo. El que está atrás es un avión Fiat G-222.  —Fiscal Marcelo García Berro: Seguramente, o a mi me parece, hay dos.  —FO: Sí, creo que eran dos nomas. —GB: ¿Recuerda para qué época es esto? —FO: El juramento creo que se hace para el 20 de junio. El 20 de junio de 1977. Entonces, para mediados de 1977, el Batallón de Aviación 601 del Ejército ya contaba con dos aviones Fiat G-222, conocidos también por los propios ex conscriptos que fueron declarando en esta causa como ‘Hércules chiquito’. Se está comprobando que este avión, junto al Twin Otter, era de los utilizados para llevar a cabo los vuelos de la muerte desde Campo de Mayo. “Si usted va hoy a Campo de Mayo, va a encontrar ampollas de Ketalar, seguro” Con esta seguridad le respondía el testigo Raúl Escobar Fernández a la doctora Verónica Bogliano, querellante por la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires. Escobar realizó la conscripción en Campo de Mayo desde enero de 1976 hasta aproximadamente julio de 1977. Entre sus tareas estaba la del mantenimiento de la pista, lo que incluía responsabilidades tales como cortar el césped de alrededor: “Nosotros, fuera de la cabecera de pista, encontrábamos unas montañas de ampollas de inyectables. Se llamaban algo así como ketalar, con k. Y bueno, en una oportunidad agarramos una y se la llevamos a un Teniente Primero médico, que no recuerdo el apellido. Y nos sacó carpiendo. Nos dijo que era un poderoso desinfectante, que dejáramos eso y nos sacó. Fue la única vez que lo vi enojado”, contó Escobar. El Ketalar es un clorhidrato de Ketamina, una potente droga que ataca el sistema nervioso central y es utilizada en medicina como sedante, calmante y anestésico. Las ampollas que Escobar encontraba en los alrededores de la pista de vuelo eran inyectadas a las personas antes de ser subidas a los aviones. “¿Eran ampollas utilizadas”, pregunta el fiscal. “Sí, sí, vacías ya”, responde el testigo. Ese médico al que le llevaron las ampollas de Ketalar era un “Teniente Primero, tenía la voz muy finita, bajito, casi tan bajo como (Luis Del Valle) Arce, de pelo morocho y tez blanca”. La relación que hizo Escobar de esas ampollas con los vuelos de la muerte fue casi instantánea. Al Batallón llegaba un Carrier que cargaba personas secuestradas. Se les inyectaba Ketalar, las subían a los aviones y las arrojaban al río o al mar: “Normalmente lo que pasaba era que una vez por semana venía el Carrier y salía de la pista y se llevaba un avión, no sé quien lo llevaba fuera de pista. Nosotros estábamos entre la quinta de Videla y la policía militar. El Carrier estaba siempre en la quinta de Videla, que estaba custodiada por gendarmes. Normalmente, fuera de la pista, había un caserío que ahí iba el Carrier. Esto según dicho por los chicos compañeros de helicópteros, porque ellos eran los que vivían arriba, en la parte de arriba. Nosotros dormíamos abajo. El Carrier hacía algunas operaciones que no estaban permitidas a los soldados fuera de la pista, en la zona donde se ingresaba cuando se salía hacer un vuelo”, contó Escobar. Cuando esos aviones regresaban de cometer los vuelos de la muerte debían ser lavados: “Los soldados de la compañía helicópteros nos transmitían que normalmente tenían que limpiar. Hacían la limpieza tanto de los helicópteros como de los aviones y nos decían que habían encontrado sangre, en el Twin (Otter) sobre todo, después de los vuelos esos nocturnos. L a gente que se cargaba en el Twin había sido torturada. Se cargaba en el Twin y se desaparecía” relató el testigo Fernández. “Yo trataba de darle la vuelta a lo que se comentaba” Eduardo Maidana contó ante el Tribunal que estuvo destinado a la División Instrucción de Vuelos. En el Batallón 601 estuvo desde el 6 de febrero del ’76 al 23 de junio del ’77. En algunas oportunidades, mientras hacía guardia, vio entrar a una camioneta civil que transportaba personas que “no tenían aspecto militar”. Eran personas de “aspecto desaliñado, pelo muy largo y barba…en esa época no era una característica común a los militares”. Una vez que ingresaban, las camionetas esperaban “a cincuenta metros más o menos de donde yo estaba y después ingresaban por el frente de los hangares. La vi dos veces: los miércoles y un sábado. Había comentarios de que esas camionetas iban atrás de una arboleda y ahí esperaban a un avión, pero yo nunca

 Apenas terminada la lectura del veredicto, en plena emoción, La Retaguardia organizó un momento para que quienes no habían podido ir a la audiencia expresaran sus primeras sensaciones y se encontraran con quienes sí habían estado allí en representación del resto. Desde Brasil, México, Posadas, Córdoba o Buenos Aires, las voces se entremezclaron para poner en palabras el desborde de alegrías, tristezas y recuerdos. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Diego Adur Fotos: 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 💻 Edición: Fernando Tebele 📺 Cobertura en juicio: Martina Noailles/Fernando Tebele 📷 Foto de Portada: Ademàs de las personas autorizadas por el tribunal para ingresar a ala sala presencial de audiencias, un grupo la siguió en lo que siempre fue la cochera del lugar. (Gustavo Molfino/El Diario del Juicio) El presidente del TOF Nº4 de San Martín, Esteban Rodríguez Eggers, lee el veredicto. Lo acompañan Matías Mancini y María Claudia Morgese Martín.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio El veredicto ya está consumado: el Tribunal Oral Federal N°4 de San Martín acaba de leer las condenas a prisión perpetua para los 5 imputados que llegaron al final del juicio: Marcelo Cinto Courtaux, Jorge Bano, Eduardo Ascheri, Luis Firpo y Roberto Dambrosi. Queda en suspenso por un máximo de diez días la de Jorge Apa. También se escuchó la orden de la revocatoria de las prisiones domiciliarias y el traslado a cárcel común, previa revisión del estado de salud de los genocidas. Además, se ordenó suspender todo tipo de pensiones y jubilaciones que los condenados podrían estar recibiendo y se pidió sus exoneraciones; es decir, que se los expulse de la fuerza. Aunque suenen lógicos, estos dos últimos puntos no son habituales.  La sala principal, habitualmente colmada de público, esta vez con asistencia limitada.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio La alegría estalla en las calles de San Martín y en cada ventanita del Zoom que La Retaguardia preparó para ese después tan esperado, al que se suman sobrevivientes de la represión a la Contraofensiva Montera, familiares, hijos e hijas de las víctimas. La emoción es desbordante. El calificativo histórico se repite en cada una de las palabras que expresan los y las protagonistas de este juicio.  Desde la virtualidad, y también desde la lejanía territorial, porque está viviendo temporalmente en México, Ana Montoto Raverta se acerca y dice: “Me explota el pecho. Se comprobó todo lo que queríamos comprobar. Estoy feliz”. Ana Testa, sobreviviente de la ESMA que dio testimonio por su compañero Juan Carlos Silva, agradece la participación colectiva que hubo durante el desarrollo de todo el juicio, pero resalta la de los y las hijas de las víctimas: “La sentencia es este pedacito de un trabajo inconmensurable, el aporte de cada grupo familiar. Todos pedacitos que se iban hilvanando. Quiero hacer un reconocimiento especial a los hijos, hijas e hijes que son quienes realmente se pusieron esta causa en la espalda y trotaron con ella contra viento y marea. Se notó mucho. Esta generación de los hijos vino a correr los estigmas de lugar que en el juicio quedan muy marcados. Hubo un giro importante en eso. Se nos alinearon los planetas”, celebra.  Ya en el después, siguiendo la transmisión de La Retaguardia desde la cochera de la sala de Tribunales de San Martín, mientras habla Ana Montoto Raverta.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio Entre esas hijas que menciona Testa, por ejemplo, está María José Luján Mazzuchelli. Su padre, Jesús María Luján, y su compañera Marta Franzosi, fueron casos en este juicio: “Es un día histórico. Nos tocó una fiscal excelente y unos abogados excelentes. El Tribunal estuvo a la altura de las circunstancias. Más que nada estaba esperando la condena de (Marcelo Cinto) Courtaux, porque es un ejemplar joven respecto a otros militares, y fue muy importante que se lo condenara”, festeja. Nora Patrich, una de las sobrevivientes que declaró en el juicio, dice que lo que sucedió fue “importantísimo a nivel mundial. Nunca Más es Nunca Más”, y destacó el papel de hijas e hijos de genocidas. Pablo Verna, uno de ellos, también presente en el después, fue testigo en el juicio y también asoma en una de las ventanas de ese gran edificio dr justicia construido durante años. Desde Córdoba, la hermana de Ángela Salamone, Ana, insiste en que estas condenas van a transcender en el tiempo: “Hay importancia histórica, más allá de todo lo que nos mueve como familiares y víctimas. Después del Juicio a las Juntas es el más importante de nuestra historia; Dejar en evidencia el aparato de Inteligencia, que no fue casual, fue calculado, fue un plan sistemático. Debe haber otros juicios para profundizar esta situación. Es absolutamente democratizante este acto. Cuando se dice Nunca Más no es solo un enunciado. Estos genocidas tienen que tener estas condenas, perpetuas y a cárcel común. El enemigo es muy fuerte y siempre va a estar al acecho”, avisa. Hugo Guangiroli es el papá de Mariana, otra de las 94 víctimas de la represión a la Contraofensiva Montonera por las que se realizó este debate histórico. Desde Brasil, indica la importancia de resistir dignamente: “Estoy enormemente gratificado con este juicio y por esta condena. Se recuperaron cosas políticas y de la historia argentina, pero fundamentalmente la dignidad de nuestros hijos y de sus compañeros. La dignidad no es solamente un atributo. Pertenece al sujeto y a la identidad de cada uno. Somos los únicos bichos de la fauna que somos capaces de morir por nuestros deseos. Se recuperó esa dignidad, tan importante y valiosa que nuestros hijos llevaban. Lamentablemente los perdimos”, expresa citando a Kant.  Para quienes están lejos del país también es un momento muy especial. Victoria del Monte, la hija de Mariana Guangiroli, también reside en Brasil, donde su abuelo la crió después de retirarla de la guardería de La Habana. Ella destaca la labor mancomunada para llevar adelante este juicio y lograr una sentencia tan ejemplificadora: “Lo que se pudo hacer se hizo. Yo salí del país en el ’76. Estoy lejos. Esto viene a sanar un hueco que

Dos testigos convocados por las defensas, aportaron poco y nada a las partes acusadoras, pero tampoco ayudaron a las defensas de los imputados. Alberto Jue pasó toda la dictadura en Campo de Mayo como bombero, pero asegura que no vio nada “de lo que comentan”. El testigo con Covid-19 que declaró velozmente. El testigo se negó a conectarse. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  🎤 Entrevista: Fernando Tebele/Diego Adur ✍️ Texto: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Fernando Tebele 👆📷 Foto de portada: El testigo Jue no vio nada en Campo de Mayo, aun cuando revistó allí como bombero durante toda la dictadura Alberto Ángel Jue, en su corta declaración, va a prender un cigarrillo atrás de otro. No menos de cinco en alrededor de 45 minutos y no son ni las 11 de la mañana. “Las funciones mías eran netamente profesionales de bomberos y yo fui al Batallón de Aviación 601 cuando se inició, con la jerarquía de cabo, a través de los años, no sé precisar cuántos, mi función en bomberos era encargado en depósito y tenía horario administrativo, entraba a las 8 y me retiraba a las 14”, dijo al comienzo de su declaración el testigo propuesto por la defensa del imputado Luis del Valle Arce. Después de quince o veinte años, Jue se retiró en ese destino, Campo de Mayo. Había ingresado a la Policía Federal en 1967 y al poco tiempo, “debe haber sido por los años 70, 71 o 72”, ingresó a Bomberos. “El servicio que prestaba era, cómo decirle…, hacer la prevención de incendios en todo el Batallón, ya sea de aeronaves que volaban, que salían, que volvían. También teníamos con Policía Federal las vías del ferrocarril. Esa era la función de bomberos”. Dijo que dependían de la Federal y que las órdenes se las daban dos comisarios, nunca personal del Ejército. Puede ser. Pero durante el Terrorismo de Estado la verticalidad no terminaba en la Policía.  Jue pasó toda la dictadura cívica militar eclesiástica en Campo de Mayo, se jubiló ya en democracia. Durante ese tiempo no vio absolutamente nada. Un prodigio clásico de época. “Todo eso que se ha comentado yo no lo he visto”. Dijo que el Ejército tenía personal civil pero que él no tenía contacto. Tampoco nunca vio personas detenidas, ni esposadas, ni encapuchadas, ni nada. No vio ingresar camiones de sustancias alimenticias a la pista, ni vio vehículos particulares, solo del Ejército. No recordó ningún avión de marca Fiat ni ningún avión que se pareciera a un Hércules. “Estaba prácticamente metido en la oficina, todo el día ahí”. Tanto los aviones Fiat G-222 y Twin Otter que fueron utilizados en los vuelos de la muerte que salieron de Campo de Mayo continúan aún en esas instalaciones del Ejército Argentino y este mismo tribunal ordenó su preservación con el fin de obtener pruebas. Pero el bombero Alberto Ángel Jue nunca los vio. Lógicamente, tampoco vio nunca montoncitos de ampollas de Ketalar, droga que posiblemente fuera utilizada para adormecer personas en los vuelos y que a otro testigo de este juicio le llamaron la atención. Es más, ni siquiera quedó claro si podía identificar las cabeceras de pista. Aceptó, eso sí, la existencia de otra pista.  Vio, sí, patrulleros de la Policía Federal porque “periódicamente teníamos inspecciones y directamente ingresaban al cuartel”. En cuanto a la rutina, recordó que desde las ocho de la mañana “había mantenimiento de aeronaves, despegues, vuelos de práctica, hasta el mediodía”. Después de las catorce horas se iba a su casa, no dormía en el cuartel ni hacía guardias de noche. Pero reconoció la existencia de  “vuelos nocturnos” y los consideró de práctica. “Algún compañero me pudo haber dicho que había vuelos nocturnos”, en alguna rueda de mate. Pero no los vio porque, como el testigo se preocupó en subrayar: todas las noches dormía en su casa. En esas mismas charlas pudo haber escuchado sobre “movimientos extraños”. Tampoco recordó si alguna vez recibió la orden de no mirar o guardarse. “Nosotros a las seis de la tarde terminábamos las actividades”, desde ese momento, según Jue, se cerraba el hangar y se preparaban las autobombas para que estuvieran listas para el día siguiente. “Después se apagan las luces, no había pista, no había luces, no había nada. Entonces estábamos en el medio de la nada, en la oscuridad. Teníamos las luces del cuartel nuestro nada más, que nos alumbraba los dormitorios, los baños y todas las instalaciones”, el testigo que se iba todos los días a las 14 horas y nunca se quedaba de noche describió de ese modo al cuartel de Bomberos cuando caían las sombras. Pudiendo concluir entonces que “Bomberos estaba ajeno a todos los movimientos que pudieran haber de noche en el Batallón”.  El cuartel de bomberos tenía una cantina con pool y vendían diferentes provisiones a los conscriptos. Según uno de los testimonios, eso ocurría también de noche. El bombero de la Policía Federal brindó una extraña y contradictoria versión: “La gente se reunía después de que se terminaban las actividades. De Ejército no venía nadie a la cantina. No he visto soldados, yo me iba a las 14 horas, si iban soldados irían a la noche”. Y luego “la cantina era interna de bomberos, era muy difícil que fuera gente extraña o que no fuera de Policía Federal”.  “Las funciones mías eran netamente profesionales de bomberos y yo fui al Batallón de Aviación 601 cuando se inició, con la jerarquía de Cabo”, había dicho al principio, apenas pitado el segundo cigarrillo. Por eso el fiscal Marcelo García Berro le pidió que recordara dónde había cumplido funciones. “No presté servicios en aviación, presté servicios en el cuartel de Policía Federal”, aclaró Jue.  —¿Con el comando de aviación de ejército no tenía nada que ver? -quiso asegurarse García Berro. —Para nada, señor.    Por falta de comida u otro motivo El otro testigo, también propuesto por la defensa de Luis del Valle Arce, fue más breve. Walter Ernesto Negri aclaró que si tosía durante su

En el juicio que investiga los vuelos de la muerte realizados desde Campo de Mayo continúan las sorpresas. En este caso, no fue por algún dato o una mención específica sino por una extraña situación con un testigo que estaba declarando desde la virtualidad. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*) ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia   Rubén Agustín Stábile no era un testigo de los mas esperados por las partes acusadoras. Su aporte en la instrucción del juicio no había sido fundamental, aunque como cada uno que se sienta a declarar en este proceso judicial, algún aporte resulta relevante. Sin embargo, esa información que Stábile contó en la etapa de Instrucción no estaba siendo refrendada. Cuando esto sucede, el presidente del TOF N°2 de San Martín, Walter Venditti, procede a dar lectura a aquellos puntos donde no hay coincidencia respecto a la declaración del testigo, en general a pedido del Fiscal Marcelo García Berro. En la gran mayoría de los casos, vueltas más o menos, estas cuestiones quedan zanjadas; muchos de los excolimbas recuerdan los detalles mencionados cuando se les refresca su memoria. En este caso, fue distinto:  —Fiscal, ¿quiere ir punto por punto con las contradicciones que usted tiene advertidas? —preguntó Venditti, cuando se interrumpió a sí mismo y se dirigió al testigo— A ver, señor Stábile, ¿con quién está usted en la sala?  El presidente del Tribunal había visto por la cámara a una persona de saco y corbata que pasaba por detrás del testigo. Todas y todos lo vimos allí. —Estoy acá en la casa de un amigo —respondió Rubén Agustín Stábile. Después de recordarle que debía estar solo en la sala, el Presidente del Tribunal le solicitó al testigo que le mostrara con la cámara del celular el lugar desde donde estaba realizando su declaración, la habitación en la que se encontraba… —¿Qué hace su amigo? ¿Dónde está usted? —insistió Venditti. —Es un comercio, la oficina de un amigo —titubeó Stábile. —¿De qué es esa oficina? —Un abogado, señor. Cuando el presidente quiso saber el nombre del abogado, Stábile miró para el costado, escuchó a su “amigo” y respondió: ”Lencina, Juan Rubén”. Pero inmediatamente se escuchó la corrección del abogado, que el testigo repitió: “Encina, Juan Rubén”. Trastabillando, Stábile explicó que su “amigo”, el abogado, lo invitó a declarar en su oficina. “Soy una persona grande y no soy muy ducho con el Zoom”, dijo. “Para eso, nada más, señor”, quiso concluir Stábile. —Por qué dice que está solo si hay un abogado ahí con usted y hasta escuchamos sus respuestas —intervino Matías Mancini, otro de los jueces del Tribunal Después de esta extraña situación, Venditti dispuso que el testigo se trasladara desde Moreno, donde estaba prestando declaración, hacia el TOF 2 de San Martín, ubicado en Olivos. Ya antes de esto, la declaración del excolimba Rubén Agustín Stábile venía complicada. Iba a ser el segundo testigo de la jornada, pero por problemas con el audio de su dispositivo pasó al tercer lugar. Una vez conectado, su testimonio tampoco fue muy preciso. Muchos olvidos, muchos ”No lo sé” y ”No lo recuerdo”. Es bastante probable que algunos sucesos ocurridos hace 45 años no sean recordados con el lujo de detalle que a veces se pretende en juicios como estos, pero, además, Stábile había declarado en la etapa de Instrucción, hace no tantos años. Las contradicciones respecto a lo que dijo en aquella oportunidad con lo que estaba declarando en la presente audiencia eran muchas y muy notorias. Por eso el juez dispuso que se advirtieran dichas contradicciones dando lectura a ese testimonio de la Instrucción. Ahí fue cuando pasó por detrás el abogado que, después, conocimos como Encina, quien invitó a Stábile a su oficina. Una hora y media después, ya desde la sede del tribunal, Stábile gambeteó las preguntas con un concierto de “No me acuerdo”. El juicio por los Vuelos de la Muerte en Campo de Mayo puso en la escena central a los excolimbas que realizaron el Servicio Militar Obligatorio en el Batallón de Aviación 601 del Ejército entre los años 1976 y 1978. Son ellos quienes, a partir de la tercera audiencia en adelante, declaran lunes a lunes y cuentan lo que han visto, escuchado y sabido respecto a esta siniestra operatoria para desaparecer personas. El nerviosismo e incluso algún temor a la hora de declarar, parece lógico en personas no habituadas a participar de juicios de lesa humanidad, como ocurre con sobrevivientes y familiares. El material testimonial en este juicio, que aún no ha cumplido su audiencia número 20, ya parece suficiente para probar los vuelos de la muerte y condenar a sus responsables. Sin embargo, es fundamental que todos los exconscriptos que son citados cada semana brinden su mayor esfuerzo, hagan memoria y puedan contar la verdad de todo lo que supieron de aquellos tiempos. Los detalles, muchas veces, pueden ser fundamentales para las familias, que exigen saber qué pasó con sus desaparecidos y desaparecidas. Sabemos que muchos de los excolimbas que forman parte del grueso testimonial de esta causa eran jóvenes de 18, 19 o 20 años al momento de los hechos que se investigan. Muchos de ellos no tenían una militancia política en aquel momento. Incluso al día de hoy no se han interesado en reconstruir la memoria de aquellos tiempos. Es entendible que los testigos puedan sentir algún temor por estar declarando ante la justicia o incluso que se sientan ofuscados y molestos por tener que hacerlo. Por ello, el Presidente del Tribunal siempre les aclara: declarar en este juicio es una carga pública; es decir, es obligatorio, y cada uno de ellos lo hace en calidad de testigo, no como imputado, por lo tanto están obligados a decir la verdad. El contexto represivo en Campo de Mayo en esos años era extremo y, como muchos reconocieron durante este juicio, ellos mismos fueron torturados, o bien podrían haber sido víctimas también de los

El testigo Manuel Víctor Almirón declaró de qué manera un sargento del Batallón de Aviación 601 del Ejército le confesó que tiraban los cuerpos de las personas desaparecidas a 700 kilómetros de la costa de Mar del Plata. Además, Almirón vio a alrededor de 30 personas encapuchadas y encadenadas en uno de los hangares cercanos a la pista de aviación. Entre ellas, observó a mujeres embarazadas. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Diego Adur 💻 Textuales: Agustina Sandoval Lerner 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia Cada jornada de lunes en la que se celebran las audiencias del juicio aporta nueva información relevante para conocer cómo se desarrollaba la siniestra tarea de desaparición de personas a través los vuelos de la muerte en Campo de Mayo. En este caso fue gracias a la declaración testimonial del exconscripto Manuel Víctor Almirón, quien realizó el Servicio Militar Obligatorio en Campo de Mayo entre abril de 1977 y enero de 1978. Fue destinado al Batallón de Aviación 601 del Ejército, en la compañía de Servicios. Durante su testimonio, el excolimba contó una situación en la que un tal Sargento Castillo “se quebró” y en un total estado de ebriedad confesó que estaba harto de seguir asesinando a sus propios hermanos. Almirón volvía de su puesto de guardia a descansar a la cuadrilla cuando se topó con el Sargento Castillo. Rodeado de varios soldados, se lamentaba por lo que estaban haciendo. Ante la pregunta de uno de los colimbas presentes, que quiso saber qué hacían con los cuerpos, el militar le respondió que los tiraban a 700 kilómetros de Mar del Plata: “Cuando yo llego del puesto de guardia, lo encuentro a él sentado, rodeado de soldados, ya en estado de ebriedad. Repetía y repetía que asesinaban hermanos nuestros, los tiraban al mar. Los compañeros que estaban alrededor le pedían detalles y él contaba: los tiraban a 700 kilómetros de la costa de Mar del Plata ¿Cómo los tiraban? Les ponían un peso en la pierna a algunos, a otros los dormían, los pichicateaban y a otros los mataban. Los subían al Hércules y los tiraban al mar”, declaró. En ese momento, al testigo le cerró todo. Antes, había contado cómo vio ingresar a Campo de Mayo camiones de correo de la empresa ENCOTEL, que pasaban por los puestos de guardia y se dirigían a la pista. Allí les esperaba el avión Fiat G-222.  La mirada inolvidable En una de esas oportunidades, Almirón detalló que en el interior del camión, a través de una ventanita con barrotes, vio a un prisionero que lo miró con una mirada que nunca olvidaría. Esa mirada fue tan angustiante para el testigo que aseguró recordarla hasta el día de hoy. El diálogo con el fiscal Marcelo García Berro fue el siguiente: —García Berro: ¿Usted sabe qué era lo que transportaban estos camiones? —Almirón: Personas.  —GB: ¿Esto cómo lo supo? —A: Porque lo he visto. Los camiones tienen una ventanilla, una ventanilla con un vidrio corredizo, pero en aquella época tenían barrotes. Vi a un muchacho de aproximadamente 20 años, barba negra, agarrado de los barrotes y mirándome. Sentado en el banco de la guardia. Vi que entró el camión con la Federal y cuando pasó por delante el pibe nos miró. Nos miró, y esa mirada cara a cara es inolvidable. Hasta ahora lo imagino, un muchacho de barba negra, joven. —GB: ¿Le pareció que esta persona iba privada de la libertad en ese lugar? —A: Yo creo que sí. Porque detrás de él se veían varias cabezas, como que querían mirar también para afuera. —GB: O sea que no solamente iba esta persona que usted vio, sino que había otras. —A: Había varias. Más adelante, el testigo trataría de explicar lo impactante que le resultó esa mirada del joven secuestrado y la comparó con la expresión de un animal encerrado en una jaula: “Cuando vas a un zoológico y ves un animalito ahí en la reja, da esa impresión, que te pide que lo saquen de la jaula. Esa impresión me dio”, graficó. También dio precisiones sobre los días. Aseveró que los camiones que llegaban al Batallón, “generalmente era los jueves que entraban”. Los primeros meses que el testigo presenció esto, relató que se dirigían directamente a la pista a encontrarse con el avión, donde subían a las personas detenidas para consumar los vuelos de la muerte. Más adelante, “ya no iban a la pista de aviones”, sino que “los metían dentro de los hangares”, donde se guardaban las aeronaves. “Estaban tan callados…” En una oportunidad, entre junio y julio del ’77, Almirón pudo observar efectivamente cómo alojaban a las personas detenidas dentro de los hangares, a la espera de ser fusiladas o arrojadas al mar o al río en los viajes también llamados vuelos fantasma: “Un día, que entraban camiones del correo, yo había dejado la guardia y los hangares estaban a 200 metros. Había que cruzar un bosque y se me dio por ir a chusmear, a mirar. Dónde iban, qué iban a hacer, a ver si es verdad que los subían a los aviones, a ver si es verdad que los mataban. El portón de los hangares nunca quedaba cerrado, siempre quedaban las hendijas de las bisagras o las hendijas donde chocan los portones, y en una de las hendijas miro… Fui hasta el hangar. Arriesgándome, que no me viera nadie. Miro y había unas 30 personas más o menos. Muchachos desnudos, chicas embarazadas; algunas de cuclillas, otras paradas, muchachos parados o sentados, apoyados en la pared. La mayoría estaban encapuchados. Los muchachos estaban de jean, con el torso desnudo y las mujeres estaban desnudas. Eso fue lo que vi. En un santiamén me volví, no pude ni siquiera ver. Fue una ráfaga, no los conté porque no me dio tiempo. Me fui de vuelta a donde estaba mi puesto y le comenté a los compañeros que estaban ahí”, declaró conmovido. Ante los testimonios de

Otro testimonio de un excolimba aportó un dato revelador: un oceanógrafo, el Capitán Delfín Varela Gorriti, iba a Campo de Mayo para charlar con los pilotos de los aviones que realizaban los Vuelos de la Muerte. Lo dijo José Luis Miceli justo cuando su declaración estaba por culminar. Además agregó que “se comentaba que traían a los zurdos y subversivos, que estaban destinados a morir” arrojando sus cuerpos al mar o al río en los Vuelos de la Muerte. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Fernando Tebele 💻 Textuales: Valentina Maccarone/Noelia Laudisi De Sá 💻 Edición: Diego Adur 📷 Foto de portada: José Luis Miceli sorprendió con su testimonio. Aquí responde preguntas del fiscal García Berro. (Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia) 📷 Fotos: Archivo Gustavo Molfino/La Retaguardia —Le agradecemos su testimonio, su tiempo, ya puede irse a su casa —le dijo Walter Venditti, Presidente del TOFC Nº2 de San Martín al testigo.—Una ultima cosa, Señor, que les puede servir o no. Había un oceanógrafo que había entrado. Nos llamó la atención porque un oceanógrafo en la División del Ejercito… Se llamaba Delfino Varela, era un Capitán. Eso sí me acuerdo, de decir: “¿Y este que hace?” Es el que estudia las corrientes; o sea todos los temas referentes, el mar, el rio, las corrientes. Eso sí me acuerdo.  La voz tranquila de José Luis Miceli sorprendió a todas las partes, sobre todo porque su participación en el juicio estaba finalizando. Por fortuna, Miceli agregó ese dato que no había dado en su declaración durante la instrucción de la megacausa Campo de Mayo. Y hasta acercó un nombre, que si bien impreciso, ayudó a que la fiscalía hallara a la persona de referencia: se trata del Capitán Rodolfo Delfín Varela Gorriti, Jefe de la Compañía de Servicios del Batallón de Aviación 601 del Ejército en Campo de Mayo, desde dónde salían los Vuelos de la Muerte. Varela Gorriti pasó a integrar en abril de 1977 el Instituto Geográfico Militar, y se retiró voluntariamente en 1979.  Las partes acusadoras levantaron la mano para reiniciar las preguntas. —Respecto del tema de las corrientes marinas ¿Esto quién lo decía? ¿Él? —consultó el Fiscal Marcelo García Berro. —No, él estaba ahí y decíamos: “¿Qué hace un oceanógrafo acá?, es lo mismo que llevar un buzo a la montaña”, y siempre aparecía con Arce (en realidad Del Valle Arce, uno de los acusados del juicio) y me decía: “este estudia las corrientes marinas”. Estábamos en el Ejército. Había gente que teníamos sexto grado, había otros que se estaban por recibir de médicos, había médicos también, esos entraban como subtenientes. Pero estaban con nosotros un tiempo y había comentarios, había gente que sabía mucho más. Por los estudios estaban preparados de otra manera. Yo con sexto grado estaba preparado para manejar camiones y eso.  Vestido con una camisa rosa, José Luis Miceli no perdió nunca su tranquilidad, aun cuando parecía asumir que estaba dando un dato importante, a tal punto que quiso decirlo antes de retirarse, incluso aunque no se lo preguntaran. Pero su interés de aportar a la verdad, que reiteró varias veces, generó una nueva ronda de preguntas: —¿Usted en algún momento vio a esta persona junto a los pilotos o en la torre de vuelo? —quiso saber el fiscal. —Él estaba siempre en la oficina. Después por ahí se iba. Nosotros hacíamos guardia, hacíamos abajo y arriba, y no lo veíamos llegar. Por ahí venían los oficiales de los pilotos a la oficina de él, ahí andaban —reveló. —¿Los pilotos iban a verlo? —intentó precisar García Berro con su pregunta. —Sí, estaban con él.  —¿Usted recuerda qué pilotos? —Había uno que andaba siempre ahí, el Teniente Bunce.  —¿Algún otro?  —Había oficiales que lo iban a ver. Apellidos mucho no me acuerdo. Hay algunos que nos quedaron. Por ejemplo, el Capitán Devoto, un hombre que era temido. Le tenían miedo hasta los suboficiales. Un día agarró al Cabo Primero y le dijo: “Apúrese Cabo” y no corrió y le metió como veinte días de arresto. Decíamos: “¿cómo puede pasar esto?” y decían: “No, este es complicado”. Luis Alberto Devoto debió haber participado como acusado en este juicio, pero se lo eximió por incapacidad: Devoto se recicló en democracia en altos cargos durante uno de los mandatos de José Manuel de la Sota como Gobernador de Córdoba. Fue su secretario privado y ocupó cargos en Defensa Civil y en la Policía Ambiental. En otro tramo de esta segunda rueda de preguntas, el abogado Eduardo San Emeterio le preguntó cómo supo que “Delfino Varela” era oceanógrafo. Todavía el fiscal no había clarificado la identidad del Capitán mencionado. “¿Cómo supe? —se repitió la pregunta—. Un día me fui de franco y en lugar de llegar el lunes, como tenía a mi mamá enferma, volví el martes. Me agarraron y me pegaron un baile… unas pataditas, y me mandan a hablar con él”. Varela Gorriti era el Jefe de la Compañía de Servicios de Batallón de Aviación 601. Miceli contó que fue a verlo y que él mismo se presentó, porque hacía poco que estaba. El Capitán oceanógrafo le advirtió que no lo hiciera más y le levantó una sanción que le querían imponer otros oficiales.  Antes de aportar el nombre del militar que estudiaba las mareas para que los pilotos de los Vuelos de la Muerte supieran donde arrojar a las personas desaparecidas, el testigo ya había revelado que durante su estancia en Campo de Mayo “se sabía que algo fuera de lo normal estaba pasando”. Dio precisiones sobre los días en que se realizaban los vuelos fantasmas, “los martes y jueves llevaban gente y la tiraban”, y también contó que vio cómo bajaban a una persona “robusta y canosa, de camisa rosa y saco gris” de un auto Ford Fairlane y lo subían a un helicóptero Bell. Además, agregó que al Batallón llegaban Ford Falcon con personas que se presentaban como pertenecientes a Coordinación Federal para encontrarse con Luis Del Valle Arce y Delsis Malacalza, imputados

De cuatro testigos anunciados para esta audiencia nos quedamos sin nada. Después del cuarto intermedio de quince días, eran más de las 9.30 del lunes 1 de febrero de 2021 y la jornada no comenzaba. El abogado defensor Eduardo San Emeterio no podía conectarse y el Boletín Oficial traía una noticia que atravesaba el juicio. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Eduardo Farah mientras se resuelve la incómoda situación generada por su idea de permanecer en el juicio a pesar de su reposición como integrante de la Cámara Federal porteña. (Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia) Una vez resuelto el inconveniente técnico, el Presidente del Tribunal, Walter Venditti, anunció que tenían “previstos dos testimonios presenciales en el tribunal, pero la dinámica de la administración de la justicia nos lleva a que en el día de la fecha tenemos la certeza de que el Boletín Oficial ha publicado un decreto presidencial en relación a la nueva función del doctor Eduardo Farah, vocal del tribunal, en la Cámara Federal porteña”.   Venditti le pidió al secretario que leyera el decreto presidencial que había salido en el Boletín Oficial esa misma mañana. No quedaban dudas, el juez Eduardo Farah actual integrante del tribunal de los vuelos de la muerte, debía volver a la “Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional Federal de la Capital Federal, Sala II”, como él mismo lo había solicitado. Parecía llegar a su fin ese culebrón judicial pero entonces ocurrió un giro en la trama: “En virtud del conocimiento que tome acerca de esta circunstancia que se concretó hoy y luego de haberlo pensado”, comenzó explicando Farah, “someto a consideración del tribunal mi voluntad de continuar integrando el tribunal hasta la finalización del juicio en esta causa, para lo cual pido al tribunal que considere la solicitud de autorización a la cámara  federal de casación penal para proceder de esa manera”, solicitó el juez, sorprendiendo a la sorprendida audiencia, solo faltaban los títulos anunciando el final del capítulo.  “Tengo en cuenta especialmente para esto que se trata de un juicio de lesa humanidad con las características y circunstancias que este proceso sabemos que tiene y el hecho que se han llevado a cabo 14 audiencias y restan otras tantas en realizarse”, y entendió que por tratarse de audiencias de los días lunes no interferían en la función de juez de la Cámara Federal.  Walter Venditti anunció que elevarían la consulta y dio paso a un cuarto intermedio hasta el lunes siguiente sin cumplir las declaraciones testimoniales previstas para el día de la fecha. El abogado Ciro Annicchiarico planteó algunas dudas: “El doctor Farah dejaría de tener esta competencia para pasar a tener otra, de continuar en este juicio, podría en primer lugar dar lugar a una cuestión de nulidad del proceso”, al tiempo que consideró una “sumatoria de labor para el doctor Farah”, que podía incidir “en la buena marcha del proceso y por último lugar este juicio tiene un cuarto juez designado”. El cuarto juez es Matías Mancini, que incluso asistió a la visita ocular en Campo de Mayo.  La doctora Verónica Bogliano de la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Buenos Aires, se manifestó en los mismos términos que Annicchiarico, agregando que estos procesos de Memoria Verdad y Justicia llevan ya demasiado tiempo sin resolverse y pidió continuidad lo más pronto posible para llegar a una sentencia. Pablo Llonto, abogado querellante de las familias de las cuatro víctimas de este juicio, también adelantó su posición: “Como siempre hemos defendido que cada juez debe estar en el lugar que corresponde, que no creemos en esta existencia del doble juez, que va a estar en dos lugares. Que se dé cumplimiento a este decreto, fue lo que pidió el juez Farah por lo tanto debe volver a la Cámara Federal y el lugar de él debe ser ocupado por el cuarto juez”. La fiscalía,, en la voz de Marcelo García Berro siguió la misma línea que Annicchiarico. A todo esto, a Farah se le había caído la conectividad así que probablemente no escuchó las observaciones.    Al cierre de la transmisión, Diego Adur y Fernando Tebele entrevistaron a Pablo Llonto quien desarrolló su posición: “Está mal como trabajo. Los jueces trabajan de jueces, ese es su trabajo, por lo tanto que un juez quiera trabajar en dos lados nos parece mal porque significa que, o va a trabajar mal en la Cámara, o va a trabajar mal acá”, graficó. “No es una discusión que debería tomar demasiado tiempo. Es una cuestión tan sencilla si se las explicás a cualquier humano que transita por este mundo: un juez pidió volver, se terminó esta discusión en el Consejo de la Magistratura que llevó meses y meses, sale el decreto que dice vuelve y quedan sin efecto los decretos anteriores ¿Qué estamos discutiendo?”, se preguntó el abogado. “Ahora resulta que Farah hoy a la mañana aparece, desayunó y dijo: “yo me quedo”. Es de locos”,  calificó lo ocurrido Llonto.  “Si no hubiera cuarto juez la discusión sería distinta”, pero enseguida aclaró que esa situación no es esta: “Es el caso de un juez que tiene suplente, es el juez Mancini, por lo tanto si Farah pidió irse y el Consejo de la Magistratura dijo que sí, se tiene que ir, ya, hoy, en cinco minutos”, concluyó Llonto, resaltando que, justamente, el rol del cuarto juez es para casos como este.   *Este diario del juicio por los Vuelos de la Muerte de Campo de Mayo, es una herramienta de difusión llevada adelante por  La Retaguardia,  medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores/as independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://vueloscampodemayo.blogspot.com/

Con tres testimonios de diferente valor, los exconscriptos continuaron aportando, desde sus vivencias, piezas fundamentales que contribuyen a conocer la mecánica operativa de los Vuelos de la Muerte. En esta audiencia, Pedro Trejo contó cómo el imputado Malacalza le abrió la puerta del avión durante un vuelo. Osvaldo Orrego recordó además los maltratos a los que eran sometidos los colimbas. Arturo Degregorio habló de “cosas raras”. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: El testigo Pedro Trejo, un excolimba que estuvo en Campo de Mayo, aportó datos relevantes sobre los Vuelos de la Muerte o Vuelos Fantasma. (Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia) La panza del avión Fiat G222 se alejaba de la pista de aterrizaje de Campo de Mayo piloteado por el Mayor Delsis Malacalza y un compinche asistente. Cuando la altura fue considerable, Malacalza abrió la rampa trasera. El único pasajero fuera de la cabina, el conscripto Pedro Trejo, sintió terror. Pensó que el aire lo chuparía y terminaría cayendo. Se agarraba de lo que podía. Entonces alcanzó a ver a Malacalza riendo. Para la suerte de Trejo no se trataba de un Vuelo Fantasma o de un Vuelo de la Muerte, era solo una típica broma castrense, de esas que templan el carácter.     Pedro Trejo prestó el Servicio Militar Obligatorio en el año 1977 hasta marzo o abril del año siguiente, según contó frente al Tribunal Oral Federal en lo Criminal N°2 de San Martín. “Fui destinado a Arsenales, donde están las camionetas, camiones, como mecánico, pero después faltó chofer y me llevaron como chofer. Y estuve como chofer todo el período de instrucción”, contó. Además realizó guardias en Campo de Mayo. De esa época, a Trejo, por lo menos dos cosas le llamaron la atención. Del vuelo con Malacalza: “La altura. Cómo se veían los autos, se veía todo chiquito, la ruta como si fuera camino de hormiga”. Lo otro fue en tierra, unos camiones que ingresaron al predio y llegaron hasta la pista: “unos camiones de la Federal, tipo 350, con cajas grandes, tipo los que llevan a los presos. Habían llegado dos, tipo a las cuatro o cinco de la tarde”. En la punta de la pista estaba el avión Fiat esperándolos, dijo el exconscripto. —Trejo, ¿sabe lo que llevan allá, en ese avión? —lo inquirió otro día un Cabo Primero.  Ante la negativa del conscripto, el Cabo Primero volvió a hablar: “Todos fiambres, muertos de la subversión”.  Si bien el testimonio de Trejo fue contundente y corto, no se podrá decir lo mismo del siguiente. El también exconscripto Osvaldo Oscar Orrego prolongará su testimonial cayendo en numerosas contradicciones con lo que había declarado ante el Juzgado de instrucción. Nada de lo dicho en esta oportunidad va a coincidir con aquella vez y llegará hasta el punto de tener que reconocer su firma en la declaración anterior.  —¿Escuchó alguna vez de algún comentario respecto de la existencia en el batallón de vuelos fantasmas? —preguntó el fiscal Marcelo García Berro. —No, eso no recuerdo —respondió Orrego.  —¿Escuchó alguna vez qué era lo que trasportaban estos aviones? Por comentarios. —No, nunca jamás. —No, nunca.—repitió García Berro la respuesta de Orrego y repreguntó— ¿Escuchó alguna vez que estos aviones trasportaran personas?  —No. —Bueno, Señor Presidente, la declaración que ha presentado el testigo es prácticamente en todo contradictoria. Habría que leerle todo lo que dijo para que aclare lo que tenga que aclarar. Es una contradicción en todo lo que ha declarado antes. “Nosotros la pasamos mal con esa gente” El bolillero que decidía por sorteo quienes harían la conscripción cada año y quienes “se salvaban” fue fatídico para Osvaldo Orrego y en 1977 tuvo que cumplir el Servicio Militar Obligatorio. “Nos presentamos como a las cinco de la tarde y nos quedamos hasta las nueve de la noche. Y de ahí (Capital) nos subieron al micro y nos llevaron, pero no sabíamos adónde íbamos”. El micro finalizó su recorrido en Campo de Mayo y Orrego quedó prestando funciones obligatorias en la Compañía de Servicios. “Yo estaba en el club de soldados, me acuerdo, yo hacía la comida. Vendían hamburguesas y toda esa clase de cosas, entonces teníamos un club de soldados, que venían ellos cuando le daban para que descansen. Venían a jugar. Teníamos pelotitas y todo esa clase de cosas y yo hacía las hamburguesas”.  Orrego también realizaba guardias y, pese a sus contradicciones y olvidos, va a dejar algunas cosas en claro. No vio nada, se corrían rumores varios y si antes dijo algo es porque es así, pero que ahora “no se recuerda”. Lo que expresó con mayor nitidez fue el maltrato cotidiano al que eran sometidos de manera natural, como parte del aprendizaje en defensa de la patria. “A nosotros nos maltrataban mal, no nos daban de comer, nos recagaban a trompadas. Nosotros la pasamos mal en el 77 con esa gente”.  En esa misma línea, el ex cocinero de hamburguesas del club de soldados, dijo que a ellos los guardaban: “Cuando venía gente o algo por el estilo a nosotros nos guardaban, éramos 300 soldados y ellos no dejaban salir a ninguno. Ellos no sé qué hacían afuera, nosotros no preguntábamos nada, teníamos mucho miedo, porque no se preguntaba, no podíamos hablar ni nada por el estilo. Eso nos prohibían, era muy jodido, pero no sabíamos nada”. No era la primera vez en la jornada que hablaba de cómo los encerraban. Apenas el Presidente del Tribunal le mencionó el nombre de los acusados y de las víctimas, se apresuró: “No recuerdo los nombres que usted me da y segundo, que jamás de los jamás, mejor dicho, siempre nos tenían guardados dentro de la Compañía de Servicios”.  Las precisiones que requiere un testimonio de esta naturaleza chocan de frente con diálogos como el siguiente:  —¿Recuerda qué aviones había en la pista? —preguntó el fiscal. —No, aviones no he visto. He visto helicópteros y Hércules. —¿Y el Hércules qué es? —El Hércules es

Luego de lo que fue la presentación y la lectura de requerimientos en el inicio del juicio, comenzó la etapa de testimoniales con la declaración de familiares de las víctimas que tiene la causa. A lo largo de 6 horas de audiencia, brindaron su testimonio parientes de Roberto Ramón Arancibia, Adrián Enrique Accrescimbeni, Juan Carlos Rosace y Rosa Eugenia Novillo Corvalán, cuyos cuerpos fueron encontrados en las costas del Rio de la Plata o el Océano Atlántico entre 1976 y 1978. (Por La Retaguardia/El Diario del Juicio*)  ✍️ Redacción: Paulo Giacobbe/Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 📷 Foto de portada: Captura de pantalla transmisión de La Retaguardia  El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 2 de San Martín está compuesto por los jueces Walter Venditti —presidente—, Eduardo Farah y Esteban Rodríguez Eggers.  La primera persona convocada a dar su testimonio de manera virtual frente a ellos fue  Adriana Arancibia, la hija de Roberto Ramón Arancibia. Era la primera vez que la testigo declaraba de manera oral y pública ante un tribunal y lo hizo de manera contundente y minuciosa. No sólo tuvo que lidiar con los problemas de conectividad del juez Farah en el inicio de su declaración, sino que también estuvo sometida a las preguntas provocadoras del abogado defensor de genocidas, Eduardo San Emeterio, quien insistía en consultarle respecto a la militancia de su padre y de su madre, en una suerte de reivindicación de la teoría de los dos demonios. Adriana, sin titubear, le respondió que, si hubiesen hecho algo malo, deberían haber sido juzgados en un proceso justo, como el que hoy están enfrentando los imputados. Arancibia comenzó su relato con la historia de su padre. Roberto era oriundo de Salta, “muy alto, robusto y carismático”. Venía de una familia pobre y “se interesaba por la situación social”. Era un hombre culto que “leía hasta tres diarios por día”. Militaba en el PRT—ERP, donde desarrollaba su actividad en la conducción de la parte sindical lo y tenía un vínculo de amistad con Mario Roberto Santucho. Su mamá, María Eugenia Zago –quien también está desaparecida—, provenía de una familia adinerada de la provincia de Salta. Ella se recibió de médica y se especializó en gerontología, la rama que se encarga de los y las adultas mayores. En su militancia en el PRT—ERP estuvo a cargo de una de las áreas médicas del partido. Tenía tan solo tres años cuando el 11 de mayo de 1977, al mediodía, un “grupo de tareas uniformado” rompió la puerta de la casa donde vivía la familia, en Paseo Colón 713, Ciudad de Buenos Aires, e ingresó al domicilio. Golpearon a su papá y a su mamá y se los llevaron. La testigo contó qué por la brutalidad de ese operativo durante mucho tiempo de su vida desarrolló una fobia a las puertas. Además, recordó que ella “decía que a papá había que ponerle una curita” porque lo habían lastimado en los ojos. En la casa donde ocurrió el secuestro también estaba Martín Arancibia, de casi seis años. A Adriana y a Martín los dejaron con unos vecinos del edificio y, pasados unos días, los llevaron al Instituto Riglos, un orfanato donde pasaron más de seis meses retenidos. Allí no los separaron, por más de que en el Instituto había un pabellón de mujeres y otro de varones. Así, contó Adriana, pudo estar pegada a su hermano “como una garrapata”. La historia se repitió en la audiencia: el hermano de la testigo pudo acompañarla de manera virtual a lo largo del testimonio, en calidad de contención emocional, sin la posibilidad de agregar ni corregir nada respecto al relato de Adriana.  Martín había avisado a las autoridades del Riglos que tenían una abuela en Salta, pero lo calificaron de “incoherente”. Ella no dijo nada, por lo que le diagnosticaron una fuerte depresión. Así pudo leerlo Adriana en los documentos que recuperó del orfanato muchos años después. En noviembre de 1977, después de meses en los que se pidió que se publicaran sus fotos, el diario Clarín lo hizo bajo el titular “Buscan a la abuela de dos niños abandonados”. La falsa noticia —porque Adriana y Martín no habían sido abandonados, sino que su papá y su mamá fueron secuestrados— logró llegar a los ojos de don Lorenzo, un carnicero que vivía en el pueblo salteño donde se encontraba la abuela de los Arancibia. Entonces, María Antonia Dragani de Arancibia, logró encontrar a su nieta y su nieto. En Campo de Mayo Acerca del secuestro de su papá, relató que hubo un testigo, Juan Farías, que lo vio en Campo de Mayo. Mediante el testimonio del hijo de Farías, la testigo reconstruyó que Farías padre fue llevado desde el centro de detención El Vesubio hacia Campo de Mayo para identificar a Arancibia porque “no hablaba”. Farías conocía a Roberto de la militancia. Lo reconoció como “Eloy”, su apodo, y dijo que le entregaba para repartir la publicación del PRT—ERP,  El Combatiente. El 18 de febrero de 1978, el cuerpo de su papá fue encontrado en Las Toninas, “en la calle 10 y Océano”. Sus restos fueron inhumados como NN en el cementerio de General Lavalle. La testigo brindó muestras de sangre para buscar a sus padres. Tenía “la esperanza de encontrarlos vivos”. Muchos años después, en 2009, gracias a la inmensa labor del Equipo Argentino de Antropología Forense –muy reconocida y agradecida por la testigo y por los que siguieron—, Adriana se enteró del reconocimiento de los restos de su papá. Determinaron que el cuerpo había sido arrojado en diciembre de 1977 y presentaba politraumatismos producidos por alto impacto. De esa manera, Adriana pudo reencontrarse con su padre, mientras que su madre continúa desaparecida. Luego declaró Daniel Rosace, el hermano de Juan Carlos Rosace. El testigo definió a su hermano como un “chico jovial, lindo pibe y muy extrovertido”. Juan Carlos estudiaba en Escuela Nacional de Educación Técnica (ENET) N°2 Ing. Emilio Mitre y no tenía ningún tipo de militancia. El 5 de noviembre de 1976, cerca