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Facundo Maggio


El testimonio de Eduardo Caporaso, un agente de inteligencia, y el de Rubén Dorado, un trabajador portuario que se solidarizó con su vecina y luego de que la secuestraran cuidó de sus dos pequeñas criaturas, contrastaron en varios sentidos. Entre olvidos de uno y recuerdos de otro, Caporaso y Dorado construyeron desde sus diferencias una audiencia plagada de contrastes. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Martina Noailles💻 Edición  👉 Fernando Tebele/Diana Zermoglio 📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 📷 Fotos de portada 👉  Rubén Dorado durante su testimonio emotivo (Gustavo Molfino/El Diario del Juicio) El agente de inteligencia Eduardo Caporazzo, con su rostro difuminado que impidió verlo, lo que generó comentarios del público durante la transmisión televisiva  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio La imagen de Eduardo Donato Caporaso está fuera de foco. Detrás de su pantalla turbia, se adivinan anteojos, bigotes, canas y un pulóver bordó. Los rasgos del testigo de la defensa no se ven con claridad. Como su imagen actual, durante la última dictadura su nombre real se ocultó detrás del alias Daniel Camaño, la identidad falsa que usaba como personal civil de la División Seguridad del Batallón de Inteligencia 601. Hoy, el desenfoque de su cámara —intencional o no— lo protege del riesgo potencial de ser reconocido. Hace tan solo unas semanas, el ex comisario de la Departamental San Martín, Roberto Álvarez, fue identificado por una sobreviviente de Campo de Mayo mientras su declaración era transmitida vía internet. Álvarez también era testigo de la defensa; terminó detenido y procesado.    El testimonio de Caporaso no brilló por los detalles. Gran parte de sus respuestas sólo contenían una palabra: “desconozco”. Aunque también salieron con velocidad desde su boca algunos no se y varios no me acuerdo. No ocurrió lo mismo con Rubén Edgardo Dorado, el segundo testigo del día. Con más de 80 años, sus palabras fueron tan nítidas como la imagen de su pantalla. Roxana, su hija, lo asistió durante todo el testimonio. Es que Rubén casi no escucha. Pero su escasa audición y su elevada edad no le impidieron zambullirse en su memoria y relatar sus recuerdos. “Lo único que me interesa es que se sepa la verdad sobre su desaparición”, dijo el vecino que en 1979 cuidó a los pequeños María y Juan Facundo Maggio durante dos días, apenas secuestraron a su mamá, Norma Valentinuzzi. La casona de la calle Rawson Entre 1976 y 1980 Eduardo Donato Caporazzo fue Daniel Camaño. Aunque se presenta ante el Tribunal como de profesión masoterapeuta, fue uno de los civiles que formaron parte de la División Seguridad que dependía del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Su jefe era Luis Firpo, uno de los seis imputados que continúan vivos en este juicio.   “A Firpo lo conocí cuando ingresé a trabajar en la División Seguridad, él era jefe de la División Seguridad”, arranca escueto Caporaso. Ante el silencio, el defensor público oficial Lisandro Sevillano le pregunta:  —¿División Seguridad de qué? —División Seguridad, de la calle Rawson. —¿Pero esa División pertenecía a algún Batallón o a algo del Ejército? ¿Podría ser más específico? –insiste el defensor. —Sí, era la División Seguridad, dependía del Batallón. —¿De qué Batallón? —Del Batallón de Inteligencia. Cada respuesta de Caporaso es mínima. Tiene a la brevedad bajo control. “Era una casona antigua, clásica de la zona, que estaba en el barrio de Almagro, en la calle Rawson, cerca de la avenida Corrientes”, responde ahora, que la calle ya no se llama Rawson sino Palestina, y ante el nuevo pedido, la describe: “Había dos oficinas en el frente, en el medio había un despacho del jefe y después había una cocina y los baños”. También dirá que el lugar no estaba señalizado con ningún cartel. En cuanto a su tarea cotidiana como personal de la División, Caporaso detalla que entraba a trabajar a las 7 de la mañana, y que esperaba las órdenes de Firpo “para salir a hacer la seguridad de algún general o militar retirado”. Los destinos: la casa del general Roberto Viola, de Alejandro Lanusse o de Roberto Levingston. “También algún evento en el Círculo Militar, como el casamiento de hijos de militares”, dice cuando Sevillano le demanda algún ejemplo.   De a poco, el ex personal de inteligencia va dando algunos datos. Que en la oficina de la calle Rawson había 10 o 12 personas, entre ellas dos mujeres; que había dos suboficiales y el resto era personal civil. Que el segundo de Firpo se llamaba “Taborda”, que también había un capitán “pero no me acuerdo bien”, y que “el grupo general debíamos ser 200 o 300 personas, y todas dependían de Firpo”.  También responde que tenían vehículos, que los guardaban en un garaje por la calle Rawson, a media cuadra. “Otros se llevaban al Estado Mayor a guardar ahí. Y cada vez que necesitábamos cargar combustible teníamos que ir al Estado Mayor. Eran vehículos civiles. Estábamos vestidos de civil”. —¿Recuerda si en la División se le pidió participar de algún operativo, traslado de gente, detención de personas? —le consulta el defensor oficial.  —Nunca, nunca lo hemos hecho —se desentiende.  —¿Cómo era Firpo? —Sevillano le hace la última pregunta. —Era una persona muy exigente, nos creaba mucha responsabilidad de trabajo, mucho trato no tenía yo con él. Lo veíamos, él entraba, daba las órdenes, a veces alguna reunión por un tema de seguridad, pero más que eso no lo he tratado. Yo no tenía capacidad para dialogar con él. Antes de pasarle la palabra a la fiscal Gabriela Sosti, el presidente del Tribunal intenta encontrar alguna respuesta: —¿De qué parte del Batallón dependía Seguridad? —No tengo idea. Desconozco. —¿Sabe cómo eran las áreas? ¿Cuántas había? —No lo sé.  —En esos años que usted estuvo ¿se acuerda quién era el jefe de Batallón?  —No. —¿Sabe si la oficina de Seguridad tenía algún tipo de vinculación con la Central de Reunión de Inteligencia? —No teníamos relación con el Batallón prácticamente. —Sin embargo, la División Seguridad según tengo entendido dependía del área de Contrainteligencia —intenta el juez Rodríguez Eggers.

Declara por la querella Rubén Edgardo Dorado, quien junto a su familia cuidó de Facundo y María Maggio tras el secuestro de la madre de ambos, Norma Valentinuzzi. Por las defensa, Eduardo Caporaso. *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

  Mudanzas, viajes, más viajes y más mudanzas atravesaron los primeros años de su vida. Y aunque era pequeño, y muchos recuerdos hoy se hacen borrosos, Facundo hurga con esfuerzo en su memoria para reconstruir su infancia de la mano de la militancia de su mamá Norma Valentinuzzi y de su papá Horacio “Nariz” Maggio. Canciones de María Elena Walsh, un avión de juguete, una carta que daba la noticia de la muerte de su padre y un zapato, aparecen en su relato como instantáneas que nunca olvidará. (Por Martina Noailles y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de tapa: Maggio escucha las preguntas de la fiscal (Luis Angió)“Mi madre Norma Beatriz Valentinuzzi se casa con mi padre, Horacio Domingo Maggio, quien también está desaparecido. En el año ‘71 ella comienza a tener la experiencia de la militancia. Papá en el gremio de La Bancaria. Los dos ya venían militando en la Juventud Peronista y luego ingresan a Montoneros”. Facundo Maggio comienza su relato con un orden temporal. Recuerda que su mamá, antes de dedicarse a la actividad militante, fue profesora de expresión corporal y bailarina. Que él nace en 1972 y dos años después, su hermana María. Que por entonces, los cuatro vivían en la ciudad de Santa Fe, en el barrio Siete Jefes. Y ahí, rápidamente, aparece en su memoria y en su relato, la primera mudanza:  “A raíz del hostigamiento y el allanamiento a nuestras viviendas por la vida misma, la dinámica del accionar de la militancia, nos vamos a vivir a la ciudad de Rosario. Estimo que eso ocurre en el año ‘75, no tengo bien presente la fecha”, se justifica como si debiera recordar fechas y sitios exactos sin siquiera haber cumplido tres años de vida.“Ahí compartimos la vivienda también con otros compañeros, pares militantes. Llegamos a tener cercanía también con uno de mis tíos, Roque Maggio. Brevemente. Él también militaba. Y a Roque lo matan, al poco tiempo, también en un enfrentamiento en la cercanías de la ciudad de Rosario”. En sus recuerdos, con las mudanzas también comienzan a aparecer las pérdidas. “También mi tía, la esposa de Roque, Adriana Espers, estudiante de psicología de la ciudad de Córdoba, es asesinada en un enfrentamiento en la ciudad de Córdoba”.Facundo está vestido con una elegante camisa a cuadros donde se impone el bordó. La imagen de su madre le cuelga del cuello. Ha esperado los testimonios de Montoto Raverta y Canteloro en una sala externa, un cuartito pequeño que parece más un calabozo que una sala de espera para testigos. De hecho no se aguanta. Sale al sol. Se cruza con Nora Cortiñas, que se está yendo y lo estimula a tranquilizarse para dar un buen testimonio.Ahora cuenta que ya en Buenos Aires recalaron en una casa en Tres de Febrero, en Caseros para mayor precisión: “En la calle Bonifacini 5045 estamos un tiempo. Voy al jardín de infantes, tengo una vida de barrio como cualquier niño, haciendo lazos permanentes. Ellos también lo hacen con la gente del barrio. Compartimos mateadas y juegos con la gente de ahí”. Pero su vida delimitada por las muertes familiares pone un cerco aterrador con el secuestro de su padre Horacio El Nariz Maggio. “En el año ‘78 a mi padre lo secuestraron en la vía pública en la cercanía de Plaza Flores y es llevado al centro clandestino de la ESMA. A partir de ahí, mi madre decide que nos exiliemos. En un primer tramo estamos unos meses en Brasil, en el sur, con otros compañeros, junto a mi hermana. Luego, el exilio es más duradero y lejano. Perú, Ecuador, México, Cuba y España en un lapso de más o menos un año, en total. Mi hermana María, mi madre y yo. Estando en México, vivimos en muchos lugares”, rememora, mientras se tira contra el respaldo de la silla esperando más preguntas. Facuando Maggio escucha las preguntas de los defensores de los acusados de desaparecer a su madre (Foto: Gustavo Molfino) En la guardería Facundo es otro de los niños que pasaron por la guardería de La Habana. Es el tercero que deja su testimonio. “En Cuba estuvimos en una guardería, compartiendo esa estadía con hijos de militantes Montoneros. Virginia Croatto es una de ellas”, dice. Ella lo observa con atención. Es una de las que no se pierde un minuto de audiencia. “Y es ahí cuando empezamos a recibir cassettes con grabaciones que mi madre nos mandaba con la voz de ella con saludos y relatos, cuentos, canciones, de María Elena Walsh y todo el universo infantil. Es la manera en que nosotros escuchamos su voz, en unas cintas”, recupera. Así como Ana María Montoto Raverta leyó una carta de su madre, apenas un rato antes; Facundo Maggio se emociona cuando recuerda esas grabaciones. Paréntesis de terror Facundo habla lento. Hace pausas extensas. Sobre todo cuando está por contar algo que lo incomoda demasiado. “Antes quería hacer un paréntesis de un hecho muy perturbador y de mucha conmoción para nosotros que es que cuando estamos en México. Mamá nos cuenta que a papá lo matan, en otros términos… con una carta que manda mi abuela desde acá en Argentina, mi abuela materna… solo que luego nos enteramos que en realidad la carta la escribió ella. Suponemos para evitar… fue la manera más amorosa que encontró para comunicarlo”.Horacio Maggio fue asesinado el 4 de octubre de 1978 por un grupo de tareas. Su cuerpo fue exhibido como un trofeo ante las y los secuestrados de la ESMA. Era la segunda vez que lo secuestraban y los genocidas estaban furiosos: El Nariz se les había escapado meses antes mientras estaba detenido desaparecido y, afuera, había difundido una carta en la que describía con detalles el funcionamiento del centro clandestino, las mecánicas de desaparición, los vuelos de la muerte, identificó a detenidos y represores, y hasta dibujó planos del centro clandestino. —Sin importar que la información puede haber sido cierta o falsa, ¿alguna vez llegó a tus oídos