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José María Luján Vich


Mario Álvarez era, en septiembre de 1979, mozo de un bar de Munro. Vio el momento en el que una patota del Ejército se llevaba a Horacio Mendizábal, que había ido allí para encontrarse con Armando Croatto, que también cayó minutos después. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*)Ilustración de tapa: Antonella di Vruno—¿Qué haces, Julio, no trabajás más? –le preguntó Álvarez a su compañero al ver que salía del bar sin el saco.—No, el viejo (como llamaban al dueño) me pidió el saco porque iba a probar un mozo –le contestó Julio.Álvarez, que hacía unos días había renunciado, estaba ahí para cobrar lo que le adeudaban. Entró por el pasillo de atrás del lugar, que lo llevaba al bar. Habrá avanzado unos metros cuando vio, en medio de un tumulto, cómo sacaban a un hombre que estaba sentado en una de las mesas, casi a la salida. Uno de los que intervenía forcejeando para llevárselo era el que supuestamente estaban probando como mozo. Álvarez podría haber pensado que se trataba de un borracho, si no fuera por los gritos de “corransé, Ejército, Argentino, salgan de acá”. Segundos después, se oyó una explosión. Entonces, no tuvo dudas: se trataba de un operativo.El que relata en la séptima audiencia frente al Tribunal es Mario Álvarez, testigo presencial de los hechos ocurridos aquel 17 de septiembre de 1979 cuando cayeron en una emboscada, en el Bar La Barra de Munro, Armado Croatto y Horacio Mendizábal.“A esta persona –continúa Álvarez— se la llevaron de manera violenta por la puerta lateral, por donde iba a intentar ingresar el otro. El ruido de la explosión –supo después por los comentarios— era de una granada. Y se le atribuía a la persona que, luego de estacionar el auto en la precaria cochera de la Ciudad Comercial Canguro, donde se hallaba el bar, intentó ingresar al local. Pero al escuchar la orden de detención, reaccionó lanzando el explosivo y corrió hacia la calle Drago. Estas personas armadas, de civil, lo persiguieron a los tiros”. Todo ocurrió rápido, con la velocidad de las balas. Lo siguiente fue el charco de sangre que quedó en la vereda de la calle Drago.Lo demás fueron comentarios que le hicieron, aclara Álvarez. “Al otro día, o al siguiente, yo tenía la costumbre de leer Clarín. Ahí mencionaban el tema de un muerto, y hablaban de Mendizábal. Años después, rememorando este hecho con un compañero,  me dijo que el otro muerto era Croatto”.—¿Usted vio alguno de los dos muertos? –le pregunta el juez Rodríguez Eggers.—No. Yo vi que sacaron a una persona.—¿Y se acuerda si era alguno de los dos? ¿O asoció después con el tiempo?—Por los relatos, casi no tengo dudas de quién era quién –afirma Álvarez—. Porque además una de las cosas que decían era que el que bajó del auto estaba gordito porque casi no podía correr. Después, cuando conocí a Virginia –la hija de Armando Croatto—, sin que yo le dijera esto, me dijo: “y, mi viejo estaba gordo”.—El que sacaron, ¿quién era? —Rodríguez Eggers insiste para que quede claro.—El que sacaron, a mi entender, era Mendizábal. Un falso enfrentamientoPara Virginia Croatto –que declaró en la segunda audiencia— se trató claramente de una emboscada. “Por el rango que ocupaban dentro de la organización, ellos no tenían contacto directo: el contacto era José María Luján Vich (el Pelado Luján), que había sido secuestrado y llevado a Campo de Mayo (y estaba bajo tortura en ese momento). A Croatto, su padre, y a Mendizábal los juntó el ejército con la idea de fabricar un enfrentamiento para justificar su accionar frente a la Comisión Interamericana de Derechos humanos (CIDH). Para la dictadura era importante encontrar a Croatto, pero más a Mendizábal que, por su jerarquía, era más requerido”, afirmó entonces. Mendizábal era parte de la conducción de Montoneros.El testimonio que ahora brinda Mario Álvarez como testigo del hecho permite reconstruir los detalles de esa cita en el bar de Munro entre los dos referentes de la organización. Una cita sospechosa porque ya la habían cambiado en dos oportunidades. Pero Croatto fue igual porque pensó que algo había que hacer por los amigos de la familia que habían desaparecido días antes: Regino Adolfo González (Gerardo), su mujer María Consuelo Blanco, y sus tres hijas pequeñas. Álvarez aporta además otro dato significativo. Según su relato, ese día, no pudo ver nada más porque las personas armadas de civil impidieron que ingresara. Él y otros compañeros se refugiaron en una parrilla que estaba en la parte de atrás del predio. Y finalmente se fueron sin cobrar. Pero al día siguiente, cuando volvió, Julio le comentó que la noche anterior lo habían citado a declarar. Álvarez no tiene el registro exacto en su memoria, pero entiende que era en la Comisaría de Boulogne. “Me mostraron un muerto con un tiro en la cabeza –recuerda Álvarez que le dijo, sorprendido, Julio— . Y tenía que declarar que esa era la persona que había intentado escapar y tirotearon. Pero no, esa era la persona que estaba tomando café. Julio cuando salió del bar lo había visto sentado”. El dibujo de Álvarez y el índice aclaratorio del juez Rodríguez Eggers. (Foto: Luis Angió/DDJ) El Bar La barraCasi 40 años después, Álvarez dibuja frente al Tribunal y los abogados y abogadas, el lugar elegido por los militares para fraguar el enfrentamiento. Ante la ausencia de una pizarra, en lugar de pararse a dibujar y que lo vemos todos y todas en la sala, las partes se acercan y lo rodean mientras él afina la pluma de su memoria y la vuelca al papel, sentado en su silla de testigo. Entre mediados de agosto y septiembre de 1979, Álvarez trabajó como mozo en el bar La Barra, dentro de lo que se conocía como Ciudad Comercial Canguro, en Munro. El lugar era un antiguo mercado que habían arreglado, con filas de locales comerciales en el centro; hoy podríamos decir una especie de shopping. La zona tenía una urbanización poco relevante: