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Mario Eduardo Firmenich


Graciela Franzen declaró desde el Juzgado de Posadas, Misiones. Relató sus tres secuestros, un intento por quitarse la vida, el amor de un palestino que la tomó por sorpresa en medio de la preparación para la Contraofensiva. Su superviviencia trabajando en una casa de familia como empleada doméstica, el exilio y su regreso con la democracia, pidiendo justicia por su hermano, asesinado en la Masacre de Margarita Belén. (Por El Diario del Juicio*) ✍️ Texto 👉 Martina Noailles✍️ Colaboración en Texto 👉 Fabiana Montenegro💻 Edición  👉 Fernando Tebele/Diana Zermoglio📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio y Alicia Rivas (desde Posadas)📷 Foto de Portada 👉 Franzen en Posadas mostrando fotos de sus compañeros y compañeras desaparecidas. (Gentileza de Alicia Rivas) La fiscal Gabriela Sosti levantando su mano para poder preguntar.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio “Soy sobreviviente”, es lo primero que sale de su boca cuando la fiscal Gabriela Sosti le pide que comience con el relato de ese período de su vida que la marcó para siempre. Tres secuestros en 4 años. A los 20, a los 21 y a los 24. Y hoy está viva para contarlo. Es Graciela Franzen, sobreviviente de la Contraofensiva. Militante popular, madre, abuela. Su historia llega hoy desde Misiones, vía virtual. Así le tocó. “Este juicio era un sueño”, dirá durante su testimonio, el primero de la jornada. La audiencia se atrasa. No puede comenzar porque falta uno de los abogados defensores. Durante media hora, Hernán Corigliano intenta conectarse sin éxito desde su casa. Finalmente opta por trasladarse hasta el tribunal. Graciela Franzen mira la pantalla desde Posadas. Acumula 40 años esperando que se haga justicia. Una hora más de espera no le desdibuja la sonrisa. En la pantalla van apareciendo las caras de algunos familiares que siguen la audiencia desde una computadora. Como Guillermo Amarilla Molfino, Virginia Croatto o Ana Montoto Raverta, que aguarda el comienzo con su flor roja en el pecho. Antes de arrancar, el presidente del Tribunal anuncia que, a pesar del endurecimiento de la cuarentena, las audiencias continuarán. “No vamos a detener el desarrollo del juicio, aunque estuvieran vedadas las posibilidades de concurrir”, asegura, y los 40 años de espera parecen estar más cerca de llegar a su fin. Ahora la pantalla se posa en María Graciela Franzen, sentada frente a un escritorio del tribunal oral federal de Posadas, Misiones, la provincia donde nació, militó y a la que decidió regresar tras su exilio forzado. En su cuello, enrosca un pañuelo blanco de la CTA que grita Nunca Más. En el pecho, sobre la remera roja que eligió para este día, tres prendedores se unen a la lucha. “Desde niña, 8 años, estuve en la acción católica con los padres tercermundistas y en la adolescencia me sumé al Luche y vuelve, en la Juventud Peronista. En el ‘74 entré a la facultad donde estudié ingeniería química hasta el ‘76 que me secuestran”, resume Graciela en el arranque, y enseguida aclara: “Ese fue mi segundo secuestro: el primero fue en 1975 en el marco de la campaña para gobernador del Partido Auténtico, acá en Misiones”. Por entonces, su hermano mayor Luis Arturo Franzen, trabajador del Correo, había organizado una comisión pro-recuperación de tierras en Posadas. “Había problema de tierras, uno de los terrenos de mi papá estaba siendo usurpado por una de las inmobiliarias más importantes y se descubrió que también pasaba lo mismo en ocho chacras más donde vivían 300 familias desde hacía más de 50 años. Por esto mi hermano estaba siendo amenazado y perseguido”. La primera vez En la madrugada del 19 de diciembre de 1975 las amenazas se convierten en secuestro: ese día la Aeronáutica había intentado un golpe de Estado y cuarenta hombres de civil allanan la casa familiar de los Franzen. Luis Arturo no estaba. Logra esconderse en Resistencia, donde finalmente lo secuestran cinco meses después, en mayo de 1976. Lo ponen a disposición del Poder Ejecutivo, es un preso legal. No alcanza para evitar que en diciembre de ese mismo año se convierta en uno de los fusilados de lo que se conoce como la Masacre de Margarita Belén. “Nosotros no sabíamos de su secuestro en Resistencia cuando vienen y allanan otra vez mi casa. Una vecina le avisa a mi mamá y ella me logra avisar. Así que pensé: ‘Arturo ya no está, la próxima soy yo. Así que me fui a las afueras de Posadas”. Cuando la madre regresa a su casa la estaban esperando. Secuestran a toda la familia, menos a las dos hermanas más pequeñas de Graciela, que tenían 10 y 14 años. “Los tienen 10 días a mi hermana de 19, la de 7, mi papá y mi mamá. Y a mí me secuestran en las afueras, llegan a esta casa, disparo, corro, me escapo, corro por un descampado, me meto en el monte hasta que me secuestran. Me llevan a la casita de los mártires, me torturan con picana eléctrica a batería, porque no había luz. Me desmayo, me llevan al Departamento de Informaciones, me vuelven a torturar, llaman a un médico, el Dr. Mendoza, para controlar hasta cuánto aguantaba, hasta que me empiezo a desangrar y como no tenían donde matarme, me atienden. A la semana, cuando logro volver a caminar, me llevan a la alcaldía de mujeres incomunicada en una celdita, por un mes, hasta que paso a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). El 26 de julio de 1976 me trasladan con 6 presas políticas a la cárcel de Villa Devoto, vendada, esposada en un avión militar, con golpes y amenazas de que nos tirarían al Paraná”, explica a paso rápido y un cantar en su voz que sabe a tierra colorada. En la cárcel de Devoto, Franzen permaneció 2 años y un mes. Allí se entera de la Masacre de Margarita Belén, en Chaco, aunque “jamás pensé que estaría mi hermano ahí”. Encerrada, sufre la noticia de que Arturo fue uno de los fusilados. Tiempo después, a mediados de 1978, el teniente general Leopoldo Galtieri visita Devoto. “Venía a interrogar a las

Desde su hogar, Diego Menoyo, sobreviviente de las dos etapas de la Contraofensiva de Montoneros, ofreció un relato calmo, relajado y a la vez intenso. Focalizó en las tareas de activismo comunicacional que fueron parte importante de aquellas instancias. Compartimos además el audio de la proclama con la que Montoneros anunció el lanzamiento de la Contraofensiva, un mensaje de Mario Eduardo Firmenich que se utilizó para las interferencias de las que el testigo participó y dio detalles. (Por El Diario del Juicio*) ✍️ Texto 👉 Fernando Tebele💻 Edición  👉 Diana Zermoglio/Martina Noailles📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 💻 Colaboración en textos 👉 Valentina Maccarone/Braulio Domínguez💻 Documentos 👉 El Diario del Juicio Está en su casa de Río Ceballos, Córdoba. Es por eso que la persona que lo acompaña, del Programa Verdad y Justicia, envía una foto de su DNI, pero de todos modos el testigo lo tiene que mostrar a la cámara. “Es el mismo”, dice la secretaria del tribunal. Cuando la fiscal Gabriela Sosti le da el pie habitual para que comience su relato, el sobreviviente de las dos etapas de la Contraofensiva decide arrancar por la previa. “Yo quisiera contar un poco cómo llegué a esa situación porque, si no, no se va a entender por qué estamos militando y tampoco se va a entender el hecho de que aceptáramos participar de la Contraofensiva”, señala. Cuenta que para la época del golpe de Estado de 1976 cursaba el cuarto año de Astronomía y era delegado de un curso pequeño; el futuro cercano estaba lejos de ser un cielo claro y estrellado. “El 8 de julio allanan la casa donde vivía mi compañera. Era un departamento que estaba en la parte superior de donde yo vivía con mis hermanos. Allí la secuestran a mi novia, que era del mismo pueblo de donde yo venía: Justo Daract, San Luis. Yo estaba en la universidad en ese momento, así que no me encuentran…”. Norma Gladys Monardi permanece desaparecida. Señala aquel allanamiento ilegal como el punto de inicio de la etapa de clandestinidad. “A partir de allí quedo en una situación prácticamente de ilegalidad, porque obviamente habían ido al departamento a buscarme a mí. Había una reunión de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en ese momento”. No pasaría mucho tiempo hasta que decidieran abandonar la Provincia de Córdoba. “A partir de esa situación, el hecho de que la ciudad era muy pequeña, de que nos cruzábamos con militantes y agentes de seguridad constantemente, se decide que los que éramos ilegales nos trasladáramos a Buenos Aires”. Zona sur, amor y militancia Los cuellos de su camisa celeste aletean sobre el escote en v de su pulóver azul. Diego Menoyo suelta una sonrisa leve de vez en cuando. Una de ellas, cuando Sosti le consulta si recuerda del nombre de una compañera a la que acaba de mencionar genéricamente. “Sí. Es mi compañera actualmente, Liliana Beatriz Fedullo”. La fiscal suelta un “Ah” de sorpresa. Quizá le haya quedado la costumbre de no pronunciar nombres. Con ella, cuenta, se reengancharon con la organización, de la que habían quedado descolgados luego de la salida desde Córdoba. “Vivía en una casa donde trabajábamos haciendo service de máquinas de escribir. Allí me encuentro con esta compañera de Córdoba, que es mi compañera en la actualidad, y con la que hemos tenido hijos y nietos, y a partir de eso podemos engancharnos con algunos otros compañeros de la zona y nos piden que nos vayamos a la zona de Florencio Varela para asentarnos”. Se posa en marzo de 1977 en la localidad de Bosques, trabajando políticamente con los empleados de Alpargatas: “Influenciamos en los conflictos, militábamos, publicábamos volantes”. Pero todo cambió cuando fue secuestrado el responsable del grupo, Manolo, Adrián Follonier. Menoyo aclara que aún permanece desaparecido. También secuestraron a la compañera de Manolo, Alicia Scalzotto, que sobrevivió. Era abril de 1978, había que salir del país. Lo que consiguieron, cree recordar, en enero de 1979. Menoyo en su casa declarando 40 años después.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio Cruel, en el cartel Sin perder nunca su decir tranquilo con cadencia provinciana, Menoyo trae a la audiencia el recuerdo de una propaganda de la dictadura. “Era un afiche que en ese momento ponían los militares en la calle, seguramente los sectores de inteligencia. Era un barquito, donde había una persona que saludaba, y un joven con una pastilla en la mano con un signo de pregunta, como diciendo: ‘¿Qué vamos a hacer con esta pastilla?’. Porque esto era un afiche que estaba dedicado a nosotros. Pura y exclusivamente. Nadie de la ciudadanía normal podía explicar este afiche”, señala. Los recuerda pegados en la zona sur del conurbano. “Era un afiche dedicado a la militancia, diciéndole: ‘Ustedes se quedan con las pastillas de cianuro mientras sus jefes están disfrutando el bello exilio’. Este era el mensaje subliminal que estaba apuntado allí. Y por eso pienso que tienen que haber sido los servicios de inteligencia. No tengo constancia de eso”, aclara. Con una condición Menoyo relata que quedaron con Víctor Hugo Díaz, Beto, como responsable, hasta que salieron del país. Remarca que pusieron una condición: “Salimos al Paraguay con un acuerdo previo y con mucha discusión política de que queríamos volver al país inmediatamente. Aceptábamos que no estaban dadas las condiciones para poder hacer ninguna discusión política con los compañeros, ni ninguna forma de modificar un rumbo político en el país, pero salimos con la condición de volver inmediatamente ni bien tuviéramos la posibilidad”. La Contraofensiva sería esa chance, pero no lo sabían aún. Se encontraron en Paraguay con Díaz y su compañera, Marcia Seijas, más otros compañeros y compañeras que alcanzaron a salvar sus vidas. También estaban allí Carlos Karis y Nora Larrubia, que serían desaparecidos durante la Contraofensiva. Después de esperar un mes en Paraguay por papeles seguros para seguir el viaje, rumbearon hacia México; ya asomaba la idea del regreso. “Allí nos recibe el compañero Gustavo Herrera. Nosotros paramos en un hotel. Él nos hace ir a una casa, que no conocíamos la dirección, aparte no