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Noemí Gianetti de Molfino


La tercera jornada del alegato de la fiscal Gabriela Sosti repasó entre otros casos de la represión, la serie de secuestros en la base de enlace que Montoneros había emplazado en Perú. Aquellos episodios dejaron en evidencia la impunidad mundial con la que se manejaba la Inteligencia del Ejército. De Campo de Mayo a Perú con un secuestrado (Federico Frías), de Perú a Campo de Mayo con otras 3 personas secuestradas en Lima (María Inés Raverta, Julio César Ramírez y Noemí Giannetti de Molfino). De Campo de Mayo a Madrid, para asesinar allí a Giannetti de Molfino. El montaje de ese crimen y el rol de los medios de comunicación. Las fotos de este informe pertenecen a Gustavo Molfino, sobreviviente de la represión en Lima y además hijo de Mima, como le decían a Noemí. (Por El Diario del Juicio*)  📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles ✍️ Textos 👉 Fernando Tebele/Martina Noailles ☝ Foto de Portada: En un cuarto intermedio obligado por los inconvenientes del imputado Eduardo Ascheri para manejar el teléfono celular que lo conecta al juicio, Sosti intenta no perder la concentración. Sosti lee a paso sostenido. Toma agua cada tanto, como única pausa en una lectura de clima denso por el contenido pero no por el ritmo sostenido. Más de una vez, su voz tropieza con la emoción, que está lejos de pretender ocultar. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ “El 19 de marzo de 1980, en otra cita envenenada, lo secuestran a Jorge Oscar Benítez -relata Sosti-. Tenía 16 años. Le decían Jalil, Horacio o Raúl. Había viajado a España en 1978 con su madre y su hermano Daniel, porque allí se había exiliado su padre Oscar. Tiempo después llegó su tío Ángel Benítez y juntos decidieron participar de la Contraofensiva”. En la reconstrucción, la fiscal recupera el testimonio de la madre de Jorgito: “Nélida se desesperó cuando su hijo le comunicó su deseo de volver a Argentina. Pero fue honesta con los principios con los que educó a ese hijo, y respetó su decisión, libre y razonada. Al poco tiempo la quebraría el dolor ante la noticia de su desaparición. Jorgito la había animado prometiéndole encontrarse en la Argentina en la Plaza de Mayo. Ella fue durante años junto a otras madres, a buscarlo”.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio El presidente del TOFC 4 de San Martín, Esteban Rodríguez Eggers, sigue el alegato con atención. En la oscuridad de la sala, con las luces apagadas casi por completo para que se puedan observar con nitidez las filminas proyectadas por la fiscal, el único juez presente en la sala de audiencias no pierde detalle de la recreación histórica de Sosti. El juez Matías Mancini y la jueza María Claudia Morgese Martín hacen lo mismo, pero desde sus casas. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ El apodo de Raúl Milberg era Ricardo. Su familia judía padeció el exterminio generación tras generación. Heredero de esa historia de persecución, militó desde los 12 años por los derechos del pueblo judío, pero también fue interpelado por los movimientos sociales en su país, y siguió esa militancia desde el ERP 22 y luego en la Juventud Peronista de la zona oeste, finalmente dentro de Montoneros. En informe de la CRI está plasmada a la perfección la faceta de su militancia, algo que solamente pudieron obtener a través de un interrogatorio directo de Raúl. Vivió con Ángel Carbajal y Matilde Rodríguez en una casa en Olivos, luego de entrar, también los tres juntos, por Mendoza. Miembro de una TEI, fue secuestrado el 28 de febrero de 1980.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ La fiscal Sosti dio cuenta del secuestro de Horacio Campiglia. Lo hizo de la mano de los documentos de inteligencia, pero también de los testimonios en el juicio de Edy Binstock y Pilar Calveiro, que fue compañero de Campiglia: “Horacio le dice a Pilar que desde la conducción se había decidido su viaje a Brasil. El 7 de marzo de 1980, pasó por su trabajo a despedirse. Fue la última vez que lo vio. Pilar no se había reincorporado a la organización (luego de su secuestro en la ESMA y posterior exilio), por eso no conocía a los compañeros de Horacio, ni las estrategias, ni  las actividades. Horacio era sumamente reservado y extremadamente cuidadoso con la compartimentación de la información. Después, supo que salió de México con Mónica Pinus. El documento que usó, dijo Pilar, estaba a nombre de Jorge Pineda. Primero fueron a Panamá, después Caracas, y finalmente el 12 de marzo de 1980, Río de Janeiro”, donde Campiglia y Pinus fueron secuestrados y conducidos a Campo de Mayo. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio  ☝ Al tiempo que mostraba un registro fotográfico de Mónica Pinus en La Habana, Sosti desarrolló su historia a partir del testimonio de su compañero Edy Binstock, quien sobrevivió, y el de los dos hijos en común. Los tres testimonios se dieron en una misma audiencia, la 24. Dice a través de Binstock: “Instaló un departamento y a partir del 10 de marzo empezó a cubrir la cita (que tendría con Mónica y Horacio). Una, dos veces, a la tercera vez miró desde una cuadra. No estaban. Así supo lo peor. Tenía que irse urgente de Brasil. No tenía contactos y sabía que Mónica entraría a ese país con el apellido Prinsot. Volvió a México, contactó a (Rodolfo) Puiggrós y después a su padre –abogado en  la lucha por los derechos humanos- para hacer las denuncias”.  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ En otras de sus paradas históricas reconstruyendo las vidas militantes de quienes se integraron a la Contraofensiva, la fiscal se detiene en el Pato, Ricardo Zucker, el hijo del popular actor de aquellos años, Marcos Zucker. “Lo secuestraron el 29 de febrero en una cita envenenada con un compañero de la organización. Sin duda era una cita ya concertada desde el exterior. También surge el primer interrogatorio que le hicieron, donde le arrancaron datos que solo él les pudo haber dado como por ejemplo que ‘le falta una materia

Gonzalo Cháves, Aída Gabriela Chicolla, Teresita González, Juan Carlos Villalba y Mariano Amarilla (desde Suecia), fueron las cinco personas que dieron testimonio en esta jornada. Cháves puso en contexto la conflictividad sindical de aquel momento. Chicolla se refirió a la desaparición de Juan Carlos Silva, que vivía en su casa. González y Villalba dieron asilo en Perú a Gustavo Molfino después del secuestro de su mamá Noemí Gianetti de Molfino. Por último, desde Suecia, Mariano Amarilla contó sus recuerdos de niño. Fue uno de los cinco niños/as secuestrados en el operativo en el que también capturaron a su papá, Rubén Amarilla y a su tía, Marcela Molfino. (Por Gustavo Molfino para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Los genocidas se retiran de la sala. Fue la primera vez que lo hicieron con un testigo ya sentado para declarar. Mientras Gonzalo Cháves -militante montonero durante la Contraofensiva, actualmente tiene 80 años- los mira al pasar, los imputdados miran al piso hasta que quedan de frente con sus defensores (Fernando Tebele/DDJ) Los imputados esperando el permiso para retirarse de la sala. Esta vez lo hicieron cuando el primer testigo, Gonzalo Cháves,(adelante del cerco de madera) ya estaba preparado. (Gustavo Molfino/DDJ) Los imputados se retiran. Para hacerlo, pasan por al lado de Cháves. Sus miradas al piso sólo se levantan cuando quedande frente a sus defensores. Entre la gente que levanta las pancartas, y ante el testigo, las miradas se clavan en el suelo.(Gustavo Molfino/DDJ) En su testimonio, Cháves dio cuenta de la conflictividad sindical de la época. Dio números de conflictos y trabajadores/asafectados; mostró volantes de la época y un cable de la Agencia de noticias Télam que nombra a las empresas que seplegaron al paro nacional que la CGT lanzó en 1979. (Gustavo Molfino/DDJ) Con la rosa roja tejida en el pecho, la hija de Cháves observa el testimonio de su padre. (Gustavo Molfino/DDJ) Gabriela Chicolla tenía un taller de cuadros (pictóricos, no políticos) en el barrio porteño de Palermo. Juan Carlos Silva vivíacon ella. El secuestro del militante ocurrió cuando salía hacia Brasil en el marco de la Contraofensiva. Luego, Chicollarecibió una visita inesperada en búsqueda de una caja que Silva le había pedido que no entragara a nadie. Esa secuenciafue la base de su testimonio. (Gustavo Molfino/DDJ) Paula Silva Testa, que ya fue testigo en la causa, es la hija de Juan Carlos Silva. Acompañó a la amiga de su padre.(Gustavo Molfino/DDJ) Chicolla recibió preguntas de los defensores, que están mucho menos participativos después de la feria judicial.(Gustavo Molfino/DDJ) Al finalizar el testimonio, Chicolla se abrazó con Silva Testa y posaron juntas paraEl Diario del Juicio. (Gustavo Molfino/DDJ) Teresita González estaba en Perú, mimetizada con la sociedad en Lima. Junto a su compañero, que declaró después, mantenían las relaciones políticas locales. En su casa fue recibido Gustavo Molfino después del operativo en el quesecuestraron a su mamá Noemi Gianetti de Molfino. Contó cómo le tiñieron el pelo y le proveyeron documentos para quesaliera del país. (Gustavo Molfino/DDJ) Juan Carlos Villalba, pareja de Teresita, relató cómo vivieron ellos los operativosinesperados en Perú. Su tarea de mimetización social les impidió asistir a la conferenciade prensa en la que Roberto Perdía denunció los secuestros. Sin embargo, trabajaronpolíticamente ese evento con intensidad. (Gustavo Molfino/DDJ) Villalba escucha las preguntas de la fiscal Sosti (de saco a rayas). Detrás del testigo, de frente a la cámara, los abogadosdefensores de los integrantes del Batallón de Inteligencia 601. (Gustavo Molfino/DDJ) Teresita observa la declaración emotiva de su compañero desde la primera fila. (Gustavo Molfino/DDJ) Sosti mira a Villalba, que tuvo que detener varias veces su relato para quitarse los lentes y secarse las lágrimas.(Gustavo Molfino/DDJ) Al finalizar su aporte en el juicio, Villalba era esperado por Gustavo Molfino, esta vez fotografiado.(Paula Silva Testa/DDJ) Desde la embajada argentina en Suecia declaró Mariano Amarilla. Tenía 4 años cuando fue testigo del secuestro de su padrey su tía. Él tambien fue secuestrado junto a su hermana y 3 primos. (Gustavo Molfino/DDJ) Su mamá, Susana Hedman, la única sobreviviente adulta del operativo, dio su testimonio la semana pasada. Esta vez le tocóver a su hijo desde Estocolmo. Aquí, registrando el momento. (Gustavo Molfino/DDJ) Amarilla aportó fotos de una visita que realizó en 1994 a la casa de San Antonio de Padua donde todo ocurrió. Fue el primero en regresar al lugar después del operativo del 17 de octubre de 1979. Las fotos serán remitidas al tribunal por laembajada, pero Mariano quiso mostrarlas durante su declaración. (Fernando Tebele/DDJ) *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

En la cuarta audiencia declaró Ana María Montoto Raverta. Lo hizo por el secuestro y desaparición de su mamá, María Inés Raverta. Su testimonio tuvo un nivel de alta emoción. Relató con crudeza las torturas a las que sometieron a su madre en Perú y leyó una carta que envió cuando ella y su hermana estaban en la guardería de La Habana. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de tapa: Montoto Raverta leyendo la carta de su madre, emocionada. La observa la fiscal Sosti (Gustavo Molfino) “Hay una frase que me gusta muchísimo, que me dijo una vez Alicia, una amiga de ella, que para mí la define. Me dijo: ‘Tu mamá no te daba lo que le sobraba, te daba lo que tenía’, y siempre me quedó grabada esa frase desde el momento en que me la dijo, porque justamente creo que es coherente y engloba todas estas cualidades que les fui contando de ella, porque dio su vida por lo que pensaba, lo que creía, por nosotras, sus hijas, sus compañeros, los que ya no estaban, los que seguían luchando, entonces me parece importante decírselos”.La que habla es Ana María Montoto Raverta. Se refiere a su mamá, María Inés Raverta, una de las cuatro víctimas de la operación de inteligencia del Ejército argentino en Lima, Perú. Ani, como le dice el mundo que la quiere, tiene siempre una sonrisa en el rostro. Seguramente sea su gesto más característico. Cuando cuente más tarde que es médica pediatra, será sencillo imaginar que el trato con los niños y niñas debe estar cargado de dulzura. Pero ahora está ahí, comentando cómo conoció a su madre a través del relato de sus compañeros y compañeras. Se dirige directamente al tribunal. El suéter gris juega de base para la rosa roja (ya una marca registrada de este juicio) tejida por la abuela de su amiga Virgina Croatto y para la foto de su madre. “¿Puedo tener esto acá?”, preguntó al comenzar. El juez obviamente le dijo que sí.Montoto Raverta recorre la historia de sus padres y rápidamente se mete en la propia, al narrar su paso por la guardería de La Habana, el lugar donde quedaron los hijos e hijas de quienes fueron parte de la Contraofensiva. Allí estuvieron a cargo de otros/as integrantes de Montoneros que también participaron de la acción, en este caso al cuidado de los niños/as. Luego retomará esa historia y les pondrá nombres, uno a uno, pero ahora vuelve a su mamá, María Inés (Juliana en la organización). Y va a dejar a un costado la sonrisa, casi al mismo tiempo en el que toma un papel y presenta el texto que va a leer. La guardería y la carta Emocionada, Ani se toma su tiempo para el anuncio. “Esto es una carta que les manda a sus compañeros de la guardería en donde estábamos nosotras, sus hijas, y otros hijos de compañeros que estaban en la Contraofensiva. Estábamos al cuidado de compañeros militantes que también estaban formando parte, yo después les voy a contar bien. La carta dice así —anticipa, dejando caer sus primeras lágrimas—. Esto me emociona, así que ténganme paciencia”. Y lee. La carta que María Inés Raverta les envió a sus compañeras/os a cargo de la guardería de La Habana. (Foto: El Diario del Juicio) Cómo están? Qué banda! Dios Mío! Parece mentira! Vos Estela, Cómo se alargaron los dos meses! Cuánto me alegro! Ya sé que estás trabajando muy bien y que recibís noticias de tu compañero. ¿Cómo se comportan mis hijas? ¿te dan mucho trabajo? ¿Y vos loca de mierda? (léase Nora) ¿Qué haces cuidando chicos? Me dijeron que estás hecha una profesional. Y que la vestís a Anina con puntillas y moños. Cuando me dijeron que estabas allí no podía creerlo, te imaginaba en cualquier lugar, incluso en Zimbawe pero menos allí. Me alegré mucho realmente. ¿Te sentís realizada? ¿Se te aclararon las ideas en cuanto a la canalla reformista? ¿Viste cómo terminaron? Y vos chantún (léase mi tocayo Julián) ¿Qué andás haciendo? Ya sé que como tía porota sos un avión. Que no te de vergüenza, tendrías que estar orgulloso, no te parece? Me alegro mucho que los tres estén allí. Me siento muy tranquila de que las nenas estén cuidadas por tres locos (¿??) como ustedes. Gracias. Pero tenía ganas de decírselos. Espero que no falte mucho para verlos y si pueden, escríbanme, que por alguna vía insólita quizás me llegue. Cuéntenme de las nenas y de ustedes. No dejen que mis hijas se olviden de mí. Léanle mis cartas y muéstrenle mis fotos. Yo se que lo deben hacer pero igual se los pido, porque las extraño mucho. Bueno, no quiero ponerme sentimental, así que la corto. Un fuerte (o mejor dicho tres) abrazos montoneros. Hasta pronto.Juliana Su voz se entrecorta en varios pasajes, pero consigue llegar al final. —Ana María, mencionaste a los compañeros de la guardería, a los que hace referencia tu mamá en la carta, ¿los querés mencionar? —retoma la fiscal Gabriela Sosti después de un silencio inevitable.—Sí: la tía Estela (Cereseto), que está acompañándome, Susana (Brardinelli) que está acá acompañando. Hugo (Fucek) que estuvo cuando se inició el juicio, que es el que le llama Julián, que se disfrazaba de la tía Porota para hacernos reír en momentos difíciles y Nora Patrich. Las tías, hasta la actualidad, siguen siendo las tías desde esa época en la guardería —enumera Ani, que recupera la sonrisa al girar su cabeza y cruzar con ellas miradas amorosas.—¿Te acordás cuántos hijos había en la guardería? —quiere saber la fiscal.—Mirá, la guardería fue en dos etapas así que no estuvimos todos juntos en su momento, pero aproximadamente 50 niños fuimos transcurriendo a lo largo de esos dos años que se formó la Contraofensiva. Varios de mis amiguitos de la guardería están acá acompañándome.—Una pregunta, de carácter aclaratorio. Vos hiciste referencia cuando empezaste a declarar y a hablar de la gente de la guardería que ellos formaban parte; es

Durante más de 3 horas, Gustavo Molfino relató la intensidad de los años ’70 y ’80 en su familia de militantes. Desde el horror del secuestro de su mamá, a metros suyo, hasta la desaparición de su hermana y su cuñado. Su rol como enlace clandestino entre Perdía y Firmenich y la aparición de un sobrino, el nieto recuperado 98. Parte de esa historia en esta crónica.  (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)Foto de tapa: Molfino minutos antes de ingresar para su testimonio. (Luis Angió)Gustavo Molfino entra a la sala con paso tan firme como lento. Parece tener el peso de la ocasión en sus espaldas, pero está decidido y se nota que necesita estar allí. Tiene una carpeta con documentos, de la que sobresalen unas fotos familiares. Se sienta frente al tribunal. Promete decir la verdad. Le preguntan si tiene alguna animosidad especial contra los imputados: “impartir justicia”, remarca. Es fácil anticipar un testimonio angustiado y angustiante, pero sorprende que, apenas dice dos palabras, su voz se parte en mil pedazos. No importa la primera pregunta que da pie al comienzo de su relato que se extenderá durante tres horas. “Tengo que hacer un poco de historia familiar”, anuncia apenas puede retomar el hilo histórico que lo conduce a narrar el asesinato de su madre y las desapariciones de una de sus hermanas y su cuñado. Justamente ahí se encarna el dolor: en su familia diezmada por el genocidio. “La política en mi familia se inicia en los ‘70. Mi hermano mayor, Miguel Ángel, era militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Mi hermana Alejandra era simpatizante de la juventud guevarista del PRT. Mi hermana Marcela era militante del Peronismo de Base. Todavía mi madre -Noemí Esther Gianetti de Molfino, no la nombra aún-, que se había quedado viuda a los 36 años, era hasta ese momento un ama de casa que se dedicaba a todos nosotros”, enumera. Gustavo, el menor, apenas era un niño en tránsito hacia la adolescencia mientras la vida familiar transcurría en Resistencia, Chaco. Hablamos de una época en la que los y las jóvenes adolescían de muchas cosas, menos de una madurez prematura.Su hermana Marcela ya estaba de novia con Guillermo Amarilla y había dejado el Peronismo de Base para sumarse a la Juventud Peronista. “Ella me llevaba a las villas a ver cómo se peleaba para tener una canilla. Yo era muy chiquito”, recuerda con su voz a los tumbos. No hizo falta que llegara el golpe de Estado para que la violencia estatal golpeara la puerta de su casa. Más que golpearla, una patota derribó el acceso a la vivienda familiar de la familia Amarilla, en Mendoza 75. “Adentro de la casa estaban mi hermana, mi madre y la suegra de mi hermana, Ramona Amarilla. Mi hermana zafó por su cara divina, que la hacía pasar por adolescente aunque ya no lo fuera. Estaba en un camastro”. Después se enteraron de que un informe de la Policía Federal decía que no los habían encontrado y que en la casa había dos personas mayores y una niña enferma.Para ese tiempo, su hermano mayor, Miguel Ángel, era corresponsal del Diario El Mundo, la rica experiencia del PRT de contar con un periódico de alcance masivo. “Antes del golpe él se fue a vivir a la Capital, legalmente”. La familia recaló en el barrio porteño de Flores. Allí vivieron Marcela, Guillermo, Gustavo y Noemí, en una casa alquilada de Nazca 24, al filo de la Avenida Rivadavia y del peligro. “Vivíamos en un clima familiar. Felices, pero en una situación de clandestinidad que hacía que si alguno no llegaba estuviéramos alerta y siempre a punto de ‘levantar’ la casa”, lo que se recomendaba hacer cuando alguien caía, asumiendo que bajo tortura le arrancarían data.Poco después del golpe, en mayo de 1976, detuvieron a su hermana Alejandra “sospechosamente”, infiere Molfino, y anuncia que más tarde aclarará por qué lo dice. “Ella era un eje muy importante en mi familia. Tuvimos suerte. Fue a la cárcel de Devoto. No fue torturada y le dieron la opción de salir del país; se fue a mediados de 1977. Para diciembre de ese año nos fuimos a París con mi madre”. Noemí Esther Gianetti de Molfino se convertirá más tarde en una de las piezas de la Contraofensiva de Montoneros, y de la trama macabra e internacional de la inteligencia de la dictadura militar. Quedaron aquí, sufriendo el exilio interno, una hermana y un hermano, Liliana Estela y José Alberto, ambos integrantes de la Juventud Guevarista. El ingreso a Montoneros en París Gustavo tiene una camisa sobre la remera. Cuando alguna parte del relato lo incomoda, levanta el cuello de jean con sus manos y lo deja caer, como si volviera a acomodarse en ella. Los integrantes del tribunal, que durante el testimonio anterior, el de Víctor Hugo Beto Díaz, lo interrumpieron varias veces para que “puntualice en el objeto procesal”, ahora están en silencio y con atención completa. Los tres tienen el mismo gesto: se sostienen el rostro con una mano, con el pulgar sobre el pómulo y el índice cruzando los labios. Son de las pocas personas en la sala que no tienen los ojos humedecidos. Molfino va y viene en la línea de tiempo de su propia historia, pero nada de lo que dice carece de importancia. “En París nos sumamos al CAIS (Centro Argentino de Información y Solidaridad)”. Cuenta que allí, en marzo o abril de 1978, “fuimos testigos de la presencia del Capitán (Alfredo) Astiz, que se presentó con el mismo discurso de la Iglesia de la Santa Cruz, que era familiar de un desaparecido; se lo recibió como se recibía a todo el mundo: con los brazos abiertos. Tuvo contacto personal con mi hermana, periódicamente, hasta que el gobierno francés tomó conocimiento del testimonio de una secuestrada de la ESMA”, donde se lo identifica como parte de la patota.“En París, mi hermana Marcela me ofrece entrar a Montoneros y no

Durante más de 3 horas, Gustavo Molfino relató la intensidad de los años ’70 y ’80 en su familia de militantes. Desde el horror del secuestro de su mamá, a metros suyo, hasta la desaparición de su hermana y su cuñado. Su rol como enlace clandestino entre Perdía y Firmenich y la aparición de un sobrino, el nieto recuperado 98. Parte de esa historia en esta crónica.  (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)Foto de tapa: Molfino minutos antes de ingresar para su testimonio. (Luis Angió)Gustavo Molfino entra a la sala con paso tan firme como lento. Parece tener el peso de la ocasión en sus espaldas, pero está decidido y se nota que necesita estar allí. Tiene una carpeta con documentos, de la que sobresalen unas fotos familiares. Se sienta frente al tribunal. Promete decir la verdad. Le preguntan si tiene alguna animosidad especial contra los imputados: “impartir justicia”, remarca. Es fácil anticipar un testimonio angustiado y angustiante, pero sorprende que, apenas dice dos palabras, su voz se parte en mil pedazos. No importa la primera pregunta que da pie al comienzo de su relato que se extenderá durante tres horas. “Tengo que hacer un poco de historia familiar”, anuncia apenas puede retomar el hilo histórico que lo conduce a narrar el asesinato de su madre y las desapariciones de una de sus hermanas y su cuñado. Justamente ahí se encarna el dolor: en su familia diezmada por el genocidio. “La política en mi familia se inicia en los ‘70. Mi hermano mayor, Miguel Ángel, era militante del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). Mi hermana Alejandra era simpatizante de la juventud guevarista del PRT. Mi hermana Marcela era militante del Peronismo de Base. Todavía mi madre -Noemí Esther Gianetti de Molfino, no la nombra aún-, que se había quedado viuda a los 36 años, era hasta ese momento un ama de casa que se dedicaba a todos nosotros”, enumera. Gustavo, el menor, apenas era un niño en tránsito hacia la adolescencia mientras la vida familiar transcurría en Resistencia, Chaco. Hablamos de una época en la que los y las jóvenes adolescían de muchas cosas, menos de una madurez prematura.Su hermana Marcela ya estaba de novia con Guillermo Amarilla y había dejado el Peronismo de Base para sumarse a la Juventud Peronista. “Ella me llevaba a las villas a ver cómo se peleaba para tener una canilla. Yo era muy chiquito”, recuerda con su voz a los tumbos. No hizo falta que llegara el golpe de Estado para que la violencia estatal golpeara la puerta de su casa. Más que golpearla, una patota derribó el acceso a la vivienda familiar de la familia Amarilla, en Mendoza 75. “Adentro de la casa estaban mi hermana, mi madre y la suegra de mi hermana, Ramona Amarilla. Mi hermana zafó por su cara divina, que la hacía pasar por adolescente aunque ya no lo fuera. Estaba en un camastro”. Después se enteraron de que un informe de la Policía Federal decía que no los habían encontrado y que en la casa había dos personas mayores y una niña enferma.Para ese tiempo, su hermano mayor, Miguel Ángel, era corresponsal del Diario El Mundo, la rica experiencia del PRT de contar con un periódico de alcance masivo. “Antes del golpe él se fue a vivir a la Capital, legalmente”. La familia recaló en el barrio porteño de Flores. Allí vivieron Marcela, Guillermo, Gustavo y Noemí, en una casa alquilada de Nazca 24, al filo de la Avenida Rivadavia y del peligro. “Vivíamos en un clima familiar. Felices, pero en una situación de clandestinidad que hacía que si alguno no llegaba estuviéramos alerta y siempre a punto de ‘levantar’ la casa”, lo que se recomendaba hacer cuando alguien caía, asumiendo que bajo tortura le arrancarían data.Poco después del golpe, en mayo de 1976, detuvieron a su hermana Alejandra “sospechosamente”, infiere Molfino, y anuncia que más tarde aclarará por qué lo dice. “Ella era un eje muy importante en mi familia. Tuvimos suerte. Fue a la cárcel de Devoto. No fue torturada y le dieron la opción de salir del país; se fue a mediados de 1977. Para diciembre de ese año nos fuimos a París con mi madre”. Noemí Esther Gianetti de Molfino se convertirá más tarde en una de las piezas de la Contraofensiva de Montoneros, y de la trama macabra e internacional de la inteligencia de la dictadura militar. Quedaron aquí, sufriendo el exilio interno, una hermana y un hermano, Liliana Estela y José Alberto, ambos integrantes de la Juventud Guevarista. El ingreso a Montoneros en París Gustavo tiene una camisa sobre la remera. Cuando alguna parte del relato lo incomoda, levanta el cuello de jean con sus manos y lo deja caer, como si volviera a acomodarse en ella. Los integrantes del tribunal, que durante el testimonio anterior, el de Víctor Hugo Beto Díaz, lo interrumpieron varias veces para que “puntualice en el objeto procesal”, ahora están en silencio y con atención completa. Los tres tienen el mismo gesto: se sostienen el rostro con una mano, con el pulgar sobre el pómulo y el índice cruzando los labios. Son de las pocas personas en la sala que no tienen los ojos humedecidos. Molfino va y viene en la línea de tiempo de su propia historia, pero nada de lo que dice carece de importancia. “En París nos sumamos al CAIS (Centro Argentino de Información y Solidaridad)”. Cuenta que allí, en marzo o abril de 1978, “fuimos testigos de la presencia del Capitán (Alfredo) Astiz, que se presentó con el mismo discurso de la Iglesia de la Santa Cruz, que era familiar de un desaparecido; se lo recibió como se recibía a todo el mundo: con los brazos abiertos. Tuvo contacto personal con mi hermana, periódicamente, hasta que el gobierno francés tomó conocimiento del testimonio de una secuestrada de la ESMA”, donde se lo identifica como parte de la patota.“En París, mi hermana Marcela me ofrece entrar a Montoneros y no