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“Yo no conocí a mi papá —dice Joaquín Frías, recién sentado ante el tribunal—. No tengo ningún recuerdo de él, ninguna imagen, ni el sonido de su voz, nada. Nací en junio del ’76 y vivimos juntos hasta junio del ’77. Después se separaron y no nos vimos nunca más”. Apenas está comenzando su testimonio, que va a durar más de dos horas y media. Es la historia de un hijo en la búsqueda permanente de su padre. (Por Fernando Tebele y Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*) Foto: El cumple de un año de Joaquín Frías. La última vez que vio a su padre. Frías declarando el martes pasado. (Foto: Julieta Colomer/DDJ) Al darle la bienvenida, el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le había explicado que es “una víctima de segundo grado”. Si bien se entendió qué quiso decir, técnicamente, que no fue secuestrado ni torturado, sonó extraño. Todo lo que está por contar Joaquín lo muestra como una víctima del genocidio, que a todos y todas nos ha afectado de alguna manera. Y definitivamente ha marcado algunas vidas más que otras, con una cicatriz tan identificable y personal, tal vez como un tatuaje, pero mucho más metida en la piel que la tinta superficial.Joaquín logró construir un vínculo inicial con Federico Frías Alverga, su papá, a través de las cartas que él le enviaba, escritas a veces detrás de una foto. Como una postal, viajaban hasta México desde donde una amiga, que conocía las direcciones de ambas puntas, oficiaba de enlace y las reenviaba; así llegaban a las manos pequeñas de Joaquín, que aún no sabía leer, tendría unos 3 años. “Me las leía mi mamá como si fueran un libro de cuentos”. Tenían dibujos para captar la atención de un niño, efecto evidentemente conseguido porque Joaquín tiene presentes todavía esas imágenes. “De esa manera, yo sabía que tenía un papá que no estaba, no entendía bien por qué, pero estaba presente. Yo quisiera leer para que tengan una idea del tono de la voz. A veces las escribía detrás de una foto, con letra apretada. Como esta —levanta y muestra una foto escrita por detrás—. Como una postal… me decía cosas como estas: Qué puedo hacer para que entiendas por qué no estoy ahora con vos llevarte a la calesita, montarte a caballito o remontar un barrilete juntos.Quisiera que fueses grande por un ratito para poder explicártelo, y que después vuelvas a ser chiquito.Se que brotaría de tus labios una sonrisa compinche y que me harías con tus deditos la “ve” de la victoria.Pero el tiempo pasa lentamente, más cuando queremos apurarlo y los chicos crecen de a poquito.Mientras, como tantos otros, sigo escribiendo un libro, que es para vos y miles de pibes más.Libro que cuando vos sepas leer las palabras de la vida vas a encontrar con muchos capítulos escritos.Sé que en ese momento vas a entender lo de la calesita, el caballito y el barrilete y tantas cosas más.Va a brotar de tus labios esa misma sonrisa dulce que ahora imagino y vas a dibujar con tus dedos bien alto la “ve” de la victoria.Papá — Junio 1978 El dorso de una foto de su padre. Como una postal, carta de papá. (Foto: El Diario del Juicio) Joaco, como le llaman sus afectos, es altísimo y flaco. Mide 1.90 mts. Tiene todo el aspecto del tipo buenazo, quizás excesivamente tímido, que cuando se abre lo hace sin condiciones.“La relación epistolar ni siquiera era ida y vuelta porque yo no sabía escribir, podría dibujar. Le mandaba dibujos. Algunos le llegaron”, cuenta. Las cartas las recibieron en el ‘78/’79, pero en algún momento de esos años se interrumpen. Las leían en una casa de Neuquén, donde vivía con sus abuelos; también recibió algunas cuando ya estaban en un exilio vecinal en Montevideo. “No puedo decir que la pasaba mal, pero si registraba esta ausencia sobre todo cuando en el jardín de infantes el regalo del día del padre se lo daba mi abuelo materno. Era algo raro porque yo sabía que era mi abuelo; nunca me confundí, ni me confundieron”, explica con toda su tranquilidad. Ahora el que parece estar contándonos un cuento es él. Así como su papá les daba un formato que un niño estuviera más cerca de comprender en alguna dimensión, Joaco no quiere perderse en el relato, para que los jueces y quienes estamos allí, comprendamos su historia. Es el primer “hijo de la Contraofensiva” en declarar que no pasó por la guardería de La Habana, esencialmente porque su madre no participó. “Años después, 5 o 6, mi mamá me da las cartas, 10. Yo ya sé leer… estoy en una casa nueva en Neuquén también. Mi madre formó pareja con otra persona y tengo hermanos y hermanas. Yo ya sabía que era hijo de desaparecidos. No sé cómo hicieron para explicármelo porque me di cuenta solo. No era un tema que se hablase permanentemente. Había mucho miedo. Era una democracia tutelar, hacía poco que se habían ido los militares. Ni siquiera me lo tenían que decir, yo sabía que era un tema que no se lo podía contar a los vecinos”, asegura en referencia a 1984.Frías tiene un cuaderno manuscrito de principio a fin al que recurre cada tanto con un vistazo. El espiral tal vez tenga tantas vueltas como su vida. Las diagonales familiaresJoaquín da cuenta de que las dos familias, los Frías y los Ogando (la parte materna), eran de La Plata. A partir de la caída de los compañeros/as de la cercanía militante, se empiezan a mudar. Federico Frías militó en la JUP (Juventud Universitaria Peronista) en la Universidad de Ciencias Económicas de La Plata, de la que llegó a ser responsable. Trabajaba en Vialidad provincial. En el ‘75 se casó con Claudia Ogando. Era la época de la Triple A y la represión paraestatal. La madre militaba de una manera periférica, sin asumir el compromiso político del padre, y esto se iba a transformar en una diferencia

  Mudanzas, viajes, más viajes y más mudanzas atravesaron los primeros años de su vida. Y aunque era pequeño, y muchos recuerdos hoy se hacen borrosos, Facundo hurga con esfuerzo en su memoria para reconstruir su infancia de la mano de la militancia de su mamá Norma Valentinuzzi y de su papá Horacio “Nariz” Maggio. Canciones de María Elena Walsh, un avión de juguete, una carta que daba la noticia de la muerte de su padre y un zapato, aparecen en su relato como instantáneas que nunca olvidará. (Por Martina Noailles y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de tapa: Maggio escucha las preguntas de la fiscal (Luis Angió)“Mi madre Norma Beatriz Valentinuzzi se casa con mi padre, Horacio Domingo Maggio, quien también está desaparecido. En el año ‘71 ella comienza a tener la experiencia de la militancia. Papá en el gremio de La Bancaria. Los dos ya venían militando en la Juventud Peronista y luego ingresan a Montoneros”. Facundo Maggio comienza su relato con un orden temporal. Recuerda que su mamá, antes de dedicarse a la actividad militante, fue profesora de expresión corporal y bailarina. Que él nace en 1972 y dos años después, su hermana María. Que por entonces, los cuatro vivían en la ciudad de Santa Fe, en el barrio Siete Jefes. Y ahí, rápidamente, aparece en su memoria y en su relato, la primera mudanza:  “A raíz del hostigamiento y el allanamiento a nuestras viviendas por la vida misma, la dinámica del accionar de la militancia, nos vamos a vivir a la ciudad de Rosario. Estimo que eso ocurre en el año ‘75, no tengo bien presente la fecha”, se justifica como si debiera recordar fechas y sitios exactos sin siquiera haber cumplido tres años de vida.“Ahí compartimos la vivienda también con otros compañeros, pares militantes. Llegamos a tener cercanía también con uno de mis tíos, Roque Maggio. Brevemente. Él también militaba. Y a Roque lo matan, al poco tiempo, también en un enfrentamiento en la cercanías de la ciudad de Rosario”. En sus recuerdos, con las mudanzas también comienzan a aparecer las pérdidas. “También mi tía, la esposa de Roque, Adriana Espers, estudiante de psicología de la ciudad de Córdoba, es asesinada en un enfrentamiento en la ciudad de Córdoba”.Facundo está vestido con una elegante camisa a cuadros donde se impone el bordó. La imagen de su madre le cuelga del cuello. Ha esperado los testimonios de Montoto Raverta y Canteloro en una sala externa, un cuartito pequeño que parece más un calabozo que una sala de espera para testigos. De hecho no se aguanta. Sale al sol. Se cruza con Nora Cortiñas, que se está yendo y lo estimula a tranquilizarse para dar un buen testimonio.Ahora cuenta que ya en Buenos Aires recalaron en una casa en Tres de Febrero, en Caseros para mayor precisión: “En la calle Bonifacini 5045 estamos un tiempo. Voy al jardín de infantes, tengo una vida de barrio como cualquier niño, haciendo lazos permanentes. Ellos también lo hacen con la gente del barrio. Compartimos mateadas y juegos con la gente de ahí”. Pero su vida delimitada por las muertes familiares pone un cerco aterrador con el secuestro de su padre Horacio El Nariz Maggio. “En el año ‘78 a mi padre lo secuestraron en la vía pública en la cercanía de Plaza Flores y es llevado al centro clandestino de la ESMA. A partir de ahí, mi madre decide que nos exiliemos. En un primer tramo estamos unos meses en Brasil, en el sur, con otros compañeros, junto a mi hermana. Luego, el exilio es más duradero y lejano. Perú, Ecuador, México, Cuba y España en un lapso de más o menos un año, en total. Mi hermana María, mi madre y yo. Estando en México, vivimos en muchos lugares”, rememora, mientras se tira contra el respaldo de la silla esperando más preguntas. Facuando Maggio escucha las preguntas de los defensores de los acusados de desaparecer a su madre (Foto: Gustavo Molfino) En la guardería Facundo es otro de los niños que pasaron por la guardería de La Habana. Es el tercero que deja su testimonio. “En Cuba estuvimos en una guardería, compartiendo esa estadía con hijos de militantes Montoneros. Virginia Croatto es una de ellas”, dice. Ella lo observa con atención. Es una de las que no se pierde un minuto de audiencia. “Y es ahí cuando empezamos a recibir cassettes con grabaciones que mi madre nos mandaba con la voz de ella con saludos y relatos, cuentos, canciones, de María Elena Walsh y todo el universo infantil. Es la manera en que nosotros escuchamos su voz, en unas cintas”, recupera. Así como Ana María Montoto Raverta leyó una carta de su madre, apenas un rato antes; Facundo Maggio se emociona cuando recuerda esas grabaciones. Paréntesis de terror Facundo habla lento. Hace pausas extensas. Sobre todo cuando está por contar algo que lo incomoda demasiado. “Antes quería hacer un paréntesis de un hecho muy perturbador y de mucha conmoción para nosotros que es que cuando estamos en México. Mamá nos cuenta que a papá lo matan, en otros términos… con una carta que manda mi abuela desde acá en Argentina, mi abuela materna… solo que luego nos enteramos que en realidad la carta la escribió ella. Suponemos para evitar… fue la manera más amorosa que encontró para comunicarlo”.Horacio Maggio fue asesinado el 4 de octubre de 1978 por un grupo de tareas. Su cuerpo fue exhibido como un trofeo ante las y los secuestrados de la ESMA. Era la segunda vez que lo secuestraban y los genocidas estaban furiosos: El Nariz se les había escapado meses antes mientras estaba detenido desaparecido y, afuera, había difundido una carta en la que describía con detalles el funcionamiento del centro clandestino, las mecánicas de desaparición, los vuelos de la muerte, identificó a detenidos y represores, y hasta dibujó planos del centro clandestino. —Sin importar que la información puede haber sido cierta o falsa, ¿alguna vez llegó a tus oídos

Hija de una madre delegada de fábrica y nieta de un abuelo que formó parte de la resistencia peronista, Gloria Canteloro militó en la UES, estuvo tres años presa en Devoto y al salir en libertad se exilió en España. Allí conoció al amor de su vida, Manuel Camiño, con quien decidió volver a Argentina como parte de la Contraofensiva. Pañuelo verde en su muñeca, Canteloro brindó su testimonio en la cuarta audiencia del juicio. (Por Fabiana Montenegro, Martina Noailles y Fernando Tebele para El Diario del Juicio*)Levantar la teoría de los dos demonios. Esa parece ser la principal estrategia de, al menos, dos de los abogados que defienden a ex militares imputados en este juicio. Sus preguntas e intervenciones en cada audiencia así lo denotan. Como las que hizo en la última Marcelo Botindari, defensor de Raúl Guillermo Pascual Muñoz, ex jefe de Personal en el Comando de Institutos Militares. En la silla para las y los testigos está Gloria Canteloro, sobreviviente de la Contraofensiva.Botinardi viste traje y corbata, como casi todos los abogados varones del juicio. La camisa bien apretada contra el cuerpo. Nunca lo hemos visto reir. Ni siquiera a modo de ironía. Su cabello rapado estimula el gesto adusto. A su lado tiene una asistente poco activa. Está por llegar su turno y va a preguntar con poca técnica y visible enojo. Aprieta la tecla del mic que le habilita el sonido y suelta: —Usted dio como sustento ético y jurídico la resistencia a un modelo conservador desde lo ideológico y liberal desde lo económico, ¿verdad? —pregunta Botindari—.—Sí —confirma Canteloro.—Para esto se integró a ese llamamiento de la contraofensiva y recibió instrucción en el Líbano. También habló de que esa instrucción era defensiva, ¿me quiere contar de qué constaba? Se oyen murmullos en la sala de audiencias y el juez Esteban Rodríguez Eggers pide silencio. Será uno de los momentos más álgidos durante el testimonio de Gloria Canteloro, integrante de las Tropas Ede Infantería (TEI) durante la Contraofensiva ‘79. El abogado defensor parece no contentarse con la respuesta de la testigo, quien explica que eran ejercicios de supervivencia y manejo de armas para, en caso de ser detectados, poder defenderse. Y arremete contra ella: —O sea, solamente una actitud defensiva ¿Y con respecto a los atentados de Montoneros? El murmullo crece. La incomodidad se hace notoria. La fiscal Gabriela Sosti se opone a la pregunta.El juez intenta reacomodar la situación para no transformarla“en una charla de café”: —¿Usted formó parte de las TEA? —pregunta el magistrado, en referencia a las tropas de agitación y propaganda.–Formé parte de las TEI. Era miliciana –aclara Gloria, por las Tropas Especiales de Infantería-. Podíamos realizar tareas políticas o militares, no era exclusivo.El defensor va a insistir en la posibilidad de que la pregunta que planteó sea aceptada.—Venimos asistiendo a diversos testimonios de oídas en lo que hay cosas juzgadas, unos buenos y otros malos. Pretendo saber cuál fue el accionar que motivó este despliegue militar e inclusive cuáles fueron las formas de financiamiento.Ante la negativa, Botindari reformula la pregunta:—En este despliegue de personas que viajan, ¿cuál fue la fuente de financiamiento?—No lo sé —responde Gloria—. Yo no formaba parte de eso.—¿Pero esos costos quién los asumía?—La organización Montoneros. De dónde sacaba el dinero no lo sabía. Nunca pregunté. Como organización, las finanzas las manejaría alguien. En qué lugar, en qué banco, yo no tenía porqué saberlo. No me mueve el odio ni la venganza“Nuestra participación en la organización no fue movida por el odio ni por la venganza”, dice Gloria Canteloro, la segunda testigo en la cuarta audiencia del juicio que investiga la represión contra quienes formaron parte de la Contraofensiva de Montoneros. “Todo lo contrario. Fueron las Fuerzas Armadas, el brazo armado de los poderosos, que sumieron al país en la miseria y destruyeron todo. No me mueve el odio ni la venganza. Yo siento un desprecio desde lo más hondo del alma por ellos. No les llegan ni a las suelas de los zapatos de nuestros compañeros -los vivos y los muertos, los desaparecidos y los sobrevivientes-. Necesitaron ir en manada y armar la cacería desde un escritorio para darles vía libre a los sádicos y a las bestias porque ni siquiera se los puede llamar animales”.Para entender los motivos que la llevaron a participar de la Contraofensiva –como otros testigos también han señalado- es necesario hacer referencia a la historia que cada uno de ellos protagonizó en el contexto de las políticas que se desarrollaron en el país. Gloria u Osito –como aún la siguen llamando quienes la conocieron entonces- se crió en un barrio de obreros y pequeños comerciantes de Rosario. “Viví las dictaduras, el Onganiato, y vi el Rosariazo en la esquina de mi casa con tan solo 12 años”, recuerda.Hija de una madre delegada de fábrica y nieta de un abuelo que formó parte de la resistencia peronista, Gloria trabajó desde los 14 y estudió en el turno noche de la Escuela Superior de Comercio, una de las mejores de la ciudad. En el ’74 comenzó a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). Allí compartió discusiones políticas y conoció la alegría y el compañerismo. Era feliz con eso. El objetivo del centro de estudiantes –una actividad clandestina debido al estado de sitio que regía en el país- era luchar por el medio boleto estudiantil. “No se trataba sólo de una reivindicación, era una conciencia, un posicionamiento ideológico. Pensábamos en colectivo, que todos pudieran acceder a la educación. Eso era pensar en el otro”, enfatiza.El tema de la solidaridad va a atravesar todo su testimonio como si fuera un sello indeleble que marcó a los compañeros y compañeras de su generación y a su familia. En este sentido, Gloria recordará que, cuando estuvo detenida en la cárcel de Devoto, fue su propio padre, Domingo Canteloro, quien además de mandarles cartas a las otras compañeras presas, se ofreció como rehén para que ella pudiera salir en su lugar.No será el único ejemplo. Habrá

En 1977 logró escaparse del Regimiento de La Tablada luego de una sesión de tortura. Tras la fuga se fue a México, donde se preparó para la misión que tendría al regresar a la Argentina: interferir señales de televisión para transmitir distintos mensajes a la población. Con un testimonio que reivindicó las acciones de Montoneros, Víctor Hugo Beto Díaz abrió la la tercera audiencia de este juicio. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*)Foto de tapa: Beto en plena testimonial (Fabiana Montenegro/El Diario del Juicio).—Juro por los 30.000 compañeros detenidos desaparecidos, por ellos y por las organizaciones que cada uno de ellos integró, porque esas organizaciones hicieron posible que su acción se diera. —¿Jura o promete? —vuelve a preguntar el presidente del Tribunal,  Esteban Rodríguez Eggers, intentando que responda formalmente a la pregunta de rigor. —Por eso y por la patria, juro —insiste Beto. Víctor Hugo Díaz, Beto, como lo conocen las compañeras y los compañeros de militancia, tiene la barba que pinta canas y una mirada profunda, de esas que supieron endurecerse sin perder la ternura. Integró la organización Montoneros y formó parte de la operación política de la Contraofensiva. En el ‘78 compartió la conducción de la fuerza en la zona sur junto a Susana Larrubia y Ricardo Tajes (ambos secuestrados en diciembre de ese año) y fue responsable de las tareas estratégicas de agitación en el ‘79.  En la tercera audiencia por el juicio de la Contraofensiva, Beto es el primero en declarar; arranca con vehemencia y planta bandera. “Tenemos muchas cosas para decir —comienza Beto—. Es muy significativo para nosotros estar aquí, a 40 años de haberse producido estos hechos, y a casi 50 del nacimiento de la organización. Dos fechas que invitan a la reflexión”, asegura.Luego se remontará, lenta y pormenorizadamente, a diciembre del ‘83 para explicar el origen de la teoría de los dos demonios. “Con la vuelta de la democracia -explica Beto– se construyó un relato -que circuló a través del prólogo al Nunca Más-,  y marcó con su mirada a toda una sociedad hasta el día de hoy.  El Nunca Más plantea que ‘al terrorismo de las organizaciones se le opuso un terrorismo estatal, muchísimo peor’. Y, en ese marco, se habrían cometido ‘excesos’ que se desprendían de un ‘fallo en la selección de la víctima. Las víctimas eran, entonces, ‘inocentes que caían bajo los excesos’: adolescentes que iban a enseñar a la villa, sindicalistas que luchaban por mejoras salariales o los que ‘solo figuraban como nombres en una libreta’. Los guerrilleros, en cambio, presentaban combate o se suicidaban. Bajo este análisis binario y reduccionista se sustentan las categorías inocente/ culpable ¿Y quiénes son los culpables? —pregunta mirando al Tribunal— ¿Los que resistieron? ¿La culpa es de los que resistieron y enfrentaron al monstruo que impartía castigo?”“Las tecnologías de la modernidad —continúa— buscan crear un tipo de memoria que separa al individuo de las organizaciones que integró, quitarles la identidad: la persona es buena cuando no pertenece a una organización. Pero todos sabemos que las voluntades, las energías, se ponen en acción cuando sí pertenecen a una organización porque es ella la que le da sentido y es ahí donde se formulan y concretan esas aspiraciones. Nosotros pertenecimos a una organización”, dice Beto, haciéndose cargo con orgullo. Y  remata: “fuimos lo que fuimos porque esa organización hizo posible que hiciéramos lo que hicimos”. Fue genocidio Beto se retrotrae a las organizaciones que actuaron entre los ‘60 y ‘70 en nuestro país y a la gran resistencia del pueblo tras el derrocamiento de Perón. Critica a quienes sostienen que hablar de Montoneros es hablar de violencia. “El origen de la violencia no es un problema del campo popular, los productores de violencia son esas minorías oligárquicas desde siempre”.El juez lo interrumpe para pedirle que se enfoque, en términos jurídicos, en el “objeto procesal”. —Me parecía necesario explicar ese contexto —aclara el testigo—, porque nosotros vamos a ser militantes producto de esta situación. La Contraofensiva no se puede explicar en forma aislada. Es una resultante de esas resistencias al golpe del 24 marzo del ‘76, pero también es un poco antes. El golpe, justamente, viene a cortar toda una situación distinta que se produce a partir de los ‘70. A partir de la masacre de Trelew, el 22 de agosto de 1972, donde se asesina a compañeros, hay dos campos definidos: la minoría oligárquica con el brazo represivo, por un lado, y el campo popular y organizaciones revolucionarias, por otro. Es una lucha entre dos fuerzas sociales, no de aparatos como plantea el Nunca Más. El abogado de la defensa se impacienta y lo interrumpe: —Fue concreta la pregunta y la indicación de ser concreto. Se produce un intercambio de opiniones en el que la fiscal Gabriela Sosti adelanta un eje central de su alegato: “el contexto no es solo un relato histórico. Tiene un sentido en la postura de la fiscalía”. Asegura que el Ministerio Público Fiscal acusará a los imputados “por genocidio. Por ello, la única manera de conocer cómo fue pensada la figura del enemigo a destruir es a través del relato histórico de las víctimas y de los familiares”.Ciro Annicchiarico, abogado de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación  ratifica esa postura: “Quiero recordar, como lo hago siempre en estos juicios, que no se trata del asalto a un supermercado. Es un juicio por delitos de lesa humanidad sobre los cuales están puestos los ojos no solo de la sociedad argentina sino la mundial. Por lo tanto, la pregunta concreta de la fiscal implica una amplitud de contexto, imprescindible en este tipo de juicios”.  Beto sigue. El secuestroVan 20 minutos de su declaración y todavía falta contar lo peor: el secuestro y los tormentos a los que lo sometieron. “Quiero pararme en febrero de 1977”,  dice, y comienza el relato del día en que fueron a buscarlo a la casa de Villa España donde vivía con su madre, la abuela y hermanos. Entonces tenía 23 años y

El último turno del primer día de testimoniales fue para Virginia Croatto. La cineasta realizó una película sobre la Guardería de La Habana donde los niños/as de quienes partiparon de la Contraofensiva quedaron al cuidado de otros compañeros/as. Croatto dio un testimonio muy emotivo, en el que recordó a su padre, Armando Croatto, uno de los diputados del FREJULI que rompieron con Perón ante la profundización de la represión. Croatto participó luego de la Contraofensiva, en la que fue asesinado. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*)Foto: Virginia Croatto en pleno testimonio. (Fabiana Montenegro)Virginia Croatto será la última en dar testimonio en la intensa jornada del juicio oral y público que se prolongará por casi 8 horas. El cansancio sobrevuela la atmósfera y se hace notar cuando el juez Esteban Rodríguez Eggers interrumpe a la fiscal, que ya comenzó con el interrogatorio, porque se da cuenta de que olvidó de hacerle una de las preguntas de rigor: —¿Jura o promete? Es la hora, pido perdón —dice, con su estilo descontracturado que nunca pierde seriedad. El desliz es un momento que provoca risas entre el auditorio. Todos y todas allí necesitamos reírnos un poco. —Estamos cansados, fue un día largo —dice Virginia. Yo estoy en condiciones, pero no sé…—Nosotros también —responde el juez. Virginia suele hablar con la velocidad de un rayo y sus palabras salen arremolinadas como un huracán. Quienes la conocen saben de esta particularidad. Por eso vuelven a reír cuando el juez se dirige a ella otra vez. —Le voy a pedir si puede hablar un poquito más despacio… es para poder tomar apuntes —le solicita el presidente del tribunal.—Es la historia de mi vida. Todo el mundo me pide siempre eso. —Virginia sonríe de nuevo. Se controla. Sus palabras se atemperan, toman el cauce de un arroyo manso, aunque en algunos momentos vuelven a su normalidad, como si tuviera urgencia por decirlo todo; en otros, las palabras le salen titubeantes, entrecortadas, apenas un hilo de voz apretado por la angustia y el dolor que le provocan ciertos hechos, como por ejemplo, cuando la fiscal le pregunta cómo fue su vida a partir de la muerte del papá. “En el sorteo de estas tragedias -dice Virginia- tuvimos un poco de suerte, porque mi mamá quedó viva. Yo tuve la suerte de poder reconstruir bastante de la historia personal y política de mi papá”. Por primera vez sus palabras tiemblan. Es uno de los momentos más emotivos de esta segunda audiencia.“Lo mataron, pero tengo el cuerpo, algún lugar donde ir a llorarlo, y no padecí la tortura de no saber qué pasó con tu viejo”, dice. Así de trágica fue nuestra historia que la fortuna pudiera pasar por tener el cuerpo del ser querido, evitando la angustia de la búsqueda, del no saber.Después, entre más lágrimas, va a contar que su hermano murió de cáncer a los 40 años. “Para él fue más duro todo esto, era más grande, tenía más noción de lo que estaba pasando”.Cuando las víctimas hablan, todos los asistentes tragan saliva. Los imputados, incapaces de oír las atrocidades cometidas por ellos, están ausentes, porque fueron “dispensados” por el tribunal, y pudieron retirarse. Levantar el nombre de Armando Croatto Virginia tenía 3 años cuando asesinaron a su padre. Su relato es parte de una reconstrucción que ella inició en la adolescencia por una necesidad personal, de las investigaciones que realizó para su documental La Guardería (Ver completo al final de esta nota), donde aborda este período, y también de la búsqueda de información para la causa junto a otros familiares. “Trabajamos mucho para llegar a este momento”, dice.Armando Daniel Croatto nació en 1945. Comenzó su militancia en la juventud de la Acción Católica de la Iglesia de Loreto, en Avellaneda, en un momento en que la Iglesia Católica tuvo un profundo cambio y compromiso en lo social, al menos en alguna de sus líneas internas. Trabajó en la Municipalidad de Avellaneda. Se afilió al Sindicato de trabajadores municipales y armó con otros militantes históricos, que hoy están desaparecidos, una lista opositora a la oficialista.En 1972 hirieron a un militante y Armando Croatto lo llevó al hospital. Esto ocasionó la presencia de policías en la puerta de su casa.  El hostigamiento fue creciendo luego de renunciar a su cargo como diputado por el FREJULI junto a otros 7 diputados. Se habían ido después de una reunión con el mismísimo presidente Perón, luego de que se incrementara la represión y se endurecieran las penas del Código penal para combatir a la otrora juventud maravillosa. Era el momento en el que en el país comenzaba a actuar la Triple A.A partir de entonces, Croatto se integró a la rama sindical de Montoneros. Viajó a Córdoba donde tenía la tarea de armar el partido Peronista Auténtico. En 1976, ya instalada la dictadura militar, otro hecho familiar, no ajeno al contexto político, golpeará a la familia Croatto. Laura Victoria Croatto, hermana de Virginia, que había nacido con síndrome de down, tuvo que ser internada por su estado crítico y falleció en diciembre de ese año.Armando Croatto viajó al exterior para participar en la difusión de las violaciones a los derechos humanos en el país, primero a Europa y luego a México desde donde regresó en el marco de la Contraofensiva. Por voluntad propia “Quiero ser clara con esa postura –enfatiza Virginia- porque hay una discusión sobre la decisión de los compañeros, más allá de las valoraciones que se puedan hacer sobre esta operación: hay una decisión que toman conjuntamente los militantes en un encuentro en el año ‘78, donde se evalúa la posibilidad de entrar o no al país. Y mi papá toma la decisión de entrar”.Luego agrega: “Quiero aclarar que mi papá era amigo personal de Juan Gelman y ellos también habían tomado la decisión de participar en la contraofensiva, la habían votado, y después deciden no hacerlo. Mi papá decide de entrar, a pesar de esta división interna”.Como parte de la Contraofensiva, Croatto realizó funciones políticas junto

El segundo testimonio del juicio estuvo protagonizado por Daniel Cabezas. Sobreviviente de la Contraofensiva, su madre estuvo secuestrada en la ESMA y su hermano permanece desaparecido. Cabezas detalló cómo se incorporó a Montoneros durante su exilio en México. El cierre fue con una suerte de proclama política en la que dijo que fueron demonizados y que espera que eso cambie con este juicio. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*) “Hace más de tres años –comienza la carta de Julio Cortázar fechada el 21 de agosto de 1979- un relato mío fue prohibido en Argentina; en él se narraba la inexplicable desaparición de un hombre en una oficina nacional a la que había sido convocado junto con otras personas. Que ese cuento fuera visto como una denuncia y una provocación no tiene nada de extraño; tal vez a los censores del régimen les hubiera parecido más extraño enterarse de que el cuento había sido escrito dos años antes de que en mi país las desapariciones se transformaran en un nuevo, silencioso y eficaz vehículo de la muerte. (…) Yo inventé un desaparecido, y hoy me toca volver a ese tema en un terreno horriblemente real y cotidiano”. Quien le muestra al tribunal la copia de la carta (publicada en el diario El País), durante la audiencia en el juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros, es Daniel Cabezas. Es el segundo en declarar, luego de la extensa exposición de Roberto Perdía. El auditorio está repleto de familiares y militantes, que se sientan de a dos en una silla para escucharlo con un silencioso respeto el tiempo que vaya a durar su testimonio. Cabezas habla con voz pausada, con la tranquilidad de quien esperó casi 40 años para este día, con la convicción de que “el tiempo está a favor de los olvidados”.  La carta en la que Cortázar denuncia públicamente las desapariciones responde a otra que Daniel Cabezas le enviara en ese entonces al escritor para pedirle que haga todo lo posible para esclarecer la desaparición de su madre, Thelma Jara de Cabezas, quien integró la Comisión de familiares de desaparecidos y detenidos por razones políticas, desde donde luchó por conocer el destino de su hijo Gustavo, de 17 años, militante de la UES, desaparecido en Buenos Aires en mayo de 1976.  Thelma Jara de Cabezas fue secuestrada cuando regresaba a la Argentina, luego de participar en Puebla, México, de la Conferencia Episcopal de Latinoamérica (CELAM). Estuvo en la ESMA. Mientras sobrevivía en ese infierno, se realizó la entrevista fraguada publicada por la Revista Para Tí el 10 de septiembre de 1979, en la que le hacían decir que las madres argentinas debían estar alertas y vigilar de cerca a sus hijos: “es la única forma de no tener que pagar el gran precio de la culpa como estoy pagando por haber sido tan ciega y tan torpe”, decía supuestamente la Tía Thelma, como la llamaban sus compañeros/as de calvario porque era más grande que la mayoría y andaba cuidándoles cuando podía. La entrevista fraguada a Thelma Jara de Cabezas mientras estaba secuestrada en la ESMA. Daniel Cabezas compara las similitudes de este hecho con el asesinato de Noemí Esther Gianneti de Molfino (su hijo, Gustavo Molfino, declarará el próximo martes 23). Noemí era una de las organizadoras de una red de protección de militantes Montoneros en el exterior, como parte de la Contraofensiva. Tras su secuestro en Perú, y luego de su paso por Campo de Mayo, la llevaron a Madrid, la envenenaron en un hotel alojamiento y dejaron en la puerta el cartel de “No molestar”.  “Por cómo está armado el asesinato de la señora Molfino –analiza Cabezas- tiene las características de las operaciones de inteligencia que perseguían el objetivo de frenar las denuncias de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que visitó Argentina en 1979”. Y agrega: “Estas operaciones formaron parte de una campaña donde intervinieron estamentos de inteligencia de la dictadura, medios de comunicación y empresas, para desacreditar las denuncias de desapariciones en el país. Y es la base de la teoría de los dos demonios, que espero que en este juicio se desarme.”  La previa  “Nosotros sabíamos lo que pasaba, éramos conscientes de qué podía sucedernos si caíamos -dice Cabezas, al reconstruir el relato de su militancia-. Los sobrevivientes tuvimos suerte: por mucho menos, otros compañeros y compañeras están muertos”. Cabezas formó parte del Grupo Cine, desde 1972 a 1977. Desde fines de 1974 estaba estudiando en México. Regresó al país a principios de abril de 1976, pero fue por pocos meses: el 10 de mayo secuestraron a hermano y luego leyó una noticia donde Videla advertía: “en el país hay setecientos y pico de grupos culturales subversivos a los que hay que aniquilar”. Ante esto, 14 miembros del Grupo Cine viajaron  a México y se instalaron allí.  Los años siguientes, ya en el exilio, Cabezas colaboró realizando tareas de prensa para denunciar lo que pasaba en el país. Lo hizo con el Comité de Solidaridad con el Pueblo Argentino (COSPA), el Comité de Solidaridad con los Familiares (COSOFAM); y se sumó al Movimiento Peronista Montonero (MPM).  A principios del ‘79, cuando se lanzó la convocatoria a la Contraofensiva, intentó sumarse, pero su pedido fue rechazado por considerar que ya “había muchos en prensa”, según cuenta Cabezas que le dijo Miguel Bonasso. Ese año tiene la posibilidad de conocer a dos importantes dirigentes montoneras: Adriana Lesgart, hermana de Susana Lesgart -asesinada el 22 de agosto de 1972-, y María Antonia Berger, sobreviviente de la Masacre de Trelew. En este punto del relato, la voz de Cabezas se quiebra. “Para nosotros eran próceres”, dice con la voz humedecida. Nuestra vida, nuestra familia Finalmente Cabezas fue aceptado para formar parte de la segunda etapa de la Contraofensiva e ingresó a Argentina el 31 de diciembre de 1979, junto a pareja Nora Hilb. —¿Cómo fue la convocatoria en México y otros lugares? —interrupe la fiscal Gabriela Sosti. Más adelante volverá a preguntar en