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Contraofensiva I

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María Lidia Carrasco trabajaba en la Brigada Femenina de San Martín en el ’79. Su testimonio fue breve y plagado de olvidos que ponen en evidencia, más que nunca, la naturaleza caprichosa de la memoria. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Fabiana Montenegro💻 Edición  👉 Martina Noailles/Fernando Tebele📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio El diccionario define a la memoria como la “capacidad, mayor o menor, para recordar” (Moliner 1998) (recordar: retener cosas en la mente). Este ejercicio de recordar y olvidar es singular y selectivo, según se pudo comprobar en varios testimonios. Carrasco recordará con precisión el color de pelo de sus jefas de entonces: la oficial principal Riglos, castaño oscuro; la comisario Selva Ruth Cisneros Aráoz, cabello teñido caoba. Pero tendrá dificultades para afirmar si entregó, junto con otros compañeros, a tres niñas menores a sus abuelos. Se trata de las hijas de Regino González, secuestrado con toda su familia. O, como insistirá más adelante Pablo Llonto, si intervino en un episodio en el que hubo periodistas. Carrasco se disculpará en cada ocasión: —Lamento no poder recordarlo, hice tantas diligencias para pagar el derecho de piso.  Mariana González declaró como testigo en la audiencia número 12 de este juicio. En su testimonio aseguró haber estado en la Brigada Femenina de San Martín, junto a sus dos hermanas, entre el 13 y el 21 de septiembre de 1979. Ese día, las tres fueron llevadas a la casa de sus abuelos en Wilde.  *** Durante el año que estuvo en la Brigada, antes de ir a hacer el curso de oficial a La Plata, Carrasco realizó funciones de cabo de guardia. De ese período, pudo aportar en su testimonio que allí se alojaban a mujeres y a niños y niñas antes de ir a Institutos de menores. Recordó “vagamente” que eran niños de 11 años y “quizá de menos edad”, luego de insistentes preguntas de la fiscal Sosti: —Algunos estaban transitoriamente, los jueces ordenaban el alojamiento por poco tiempo cuando se los abandonaba, les hacían estudios médicos. Nosotros cumplíamos órdenes de los jueces de menores —repetirá la testigo como un latiguillo.   —¿Recuerda haber escuchado algo sobre la lucha contra la subversión? —pregunta Sosti. —No entiendo la pregunta. —¿Usted supo que la policía era una de las fuerzas abocadas a la lucha contra la subversión? —Sí, se hablaba… —¿Recuerda algún comentario? —Era todo muy cerrado en jerarquías de mando, yo era una aspirante a agente y no tenía acceso. Había un Casino en las fuerzas de seguridad separado entre oficiales y suboficiales. Todo reservado.  Carrasco parece desconocer el rol que las estructuras policiales desempeñaron en el despliegue de la represión, su participación para liberar zonas y para prestar sus instalaciones como centros de reclusión ilegales o para el traslado de la víctima hacia otro centro. En este sentido, la Brigada Femenina de San Martín cumplió la siniestra función de ser un depósito momentáneo de niños y niñas cuyos padres y madres habían sido secuestrados. De hecho, algunos testigos describieron, en audiencias anteriores, su paso por un lugar que podría corresponderse con este establecimiento, por eso la fiscal Sosti insiste: —¿Había un comedor dentro de la Brigada? ¿Usted accedió a la parte de la Brigada donde estaban alejados los menores? ¿Qué espacios físicos podían ocupar o transitar? Luego de repetir cada pregunta como una alumna frente a un examen, Carrasco recordará que en la Brigada había un comedor, el Casino, la cocina, los calabozos de las internas y un patio. También que dentro del Casino había un televisor. Y agregará que “eran muy madrazas las compañeras”, en referencia a otras policías de la Brigada.  Más adelante, pronunciará una frase que queda inconclusa:  —Muchas veces íbamos a acompañar… Con una actitud menos paciente que Sosti, a su turno, la jueza María Claudia Morgese Martín no dejará pasar el comentario: —Usted habló de bebés abandonados en un cesto… incluso dijo “recuerdo haber acompañado”, ¿qué? —le deja la frase para completar.  —Nos mandaban de custodia a llevarlos ante el juez, a los médicos, al hospital para hacer los exámenes, íbamos a acompañarlos –responde Carrasco, y busca otra vez el desvío—. Yo hacía tareas diferentes… era ayudante de guardia, no recuerdo específicamente haber entregado menores. Había menores en las dependencias, recibíamos los oficios de los jueces. No puedo aportar demasiado porque era aspirante no era oficial de servicio. —Mi pregunta es puntual –ajusta Morgese— ¿Usted vio algún oficio firmado por el juez? —No los veía. —¿Vio alguna vez una mujer amamantando un bebé en la Brigada? Pese a haber hecho referencia a ese episodio en su declaración de octubre de 2009 donde manifestó que “era común ver a madres amamantando sus bebés” y reconocer su firma al pie, Carrasco dice: —No recuerdo. Son muchos años. Es sabido que la infinidad de rituales y hábitos que se incorporan en la vida diaria forman parte de un recordar automatizado; es el compromiso afectivo lo que transforma esos momentos cotidianos y los hace dignos de ser memorables en el tiempo, o de una amnesia (in) voluntaria. *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

Liliana Lanari dio un extenso testimonio en el que narró no sólo su militancia y la de sus compañeros y compañeras, sino que aportó su mirada de sobreviviente. “Ni me tocaron un dedo… es muy rara esa sensación”, expresó. Su historia es una pieza más en un rompecabezas que sigue completando su forma. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Martina Noailles💻 Edición  👉 Fernando Tebele/📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio📷 Foto de Portada 👉  Liliana Lanari durante su testimonio (Gustavo Molfino/El Diario del Juicio) “Me pregunto por qué quedé viva. Nunca caí presa, nunca me torturaron, ni me tocaron un dedo… es muy rara la sensación, quedé como en un limbo, como si hubiera estado en casa viendo la televisión por 10 años”. La angustia de Liliana Lanari traspasa la pantalla. Quedan pocos minutos para que termine de dar testimonio, casi tres horas de minuciosa memoria, de detalles que a cualquiera se le hubieran olvidado 40 años después. Acaba de relatar fechas y horarios, viajes y distancias, secuestros y desapariciones. Acaba de resumir frente a un tribunal, que la observa desde la virtualidad, su larga y arraigada militancia en Córdoba, la misma ciudad desde donde, este mediodía de pandemia, se le caen las primeras lágrimas. El azar y la culpa se entremezclan en sus ojos grandes que sólo se entornan cuando se esfuerza en busca de un dato puntual, exacto, perdido en la maraña de un recuerdo. Liliana sobrevivió al Terrorismo de Estado y ahora, lejos de cualquier limbo, está frente a la camarita de su computadora dando testimonio. “Primero voy a poner en contexto, porque a mí me hace bien y porque esto no nace de nada”, marca apenas la fiscal Gabriela Sosti le da la palabra. Y en ese contexto, Liliana señala el inicio de su propia historia de militancia. Fue en 1972, en la CTERA de aquella época, “en una pelea para que nos igualen el sueldo de maestra con el turno mañana. Una pelea corta, que no logramos nada. Estaba el compañero Requena, que ahora está desaparecido”. Van veinte segundos y la primera ausencia se hace presente. Eduardo Requena fue secuestrado en Córdoba en julio de 1976 y es uno de los 600 docentes desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. “Después, ya en 1974, entro a militar en la JTP (Juventud Trabajadora Peronista) con Héctor Lauge, que también está desaparecido, en el barrio de Alto Alberdi. Yo entré a trabajar como alfabetizadora de adultos en la Campaña CREAR, además de militar en el barrio. Un día, en una barricada que fue en apoyo de una huelga de la UOM en Córdoba, el 2 de septiembre de 1974, yo me quemo una pierna, bastante gravemente”. El accidente no sólo la llevó a una sala de terapia intensiva, sino que también la enfrentó por primera vez al terror: “Antes de entrar a terapia se me acerca una persona de civil, me dice que es de inteligencia y que quedaba incomunicada. Estuve así incomunicada, custodiada, maltratada, no pudiendo ver a nadie por 9 días. De ahí me llevan a la D2, me dicen que cuente todo. Yo sostuve que era maestra y que había cruzado la calle”. La liberaron. La implementación de la represión ilegal en Córdoba ya había comenzado. En febrero de ese 1974, un golpe policial había derrocado al gobierno constitucional de la provincia. El “Navarrazo” estuvo a cargo del jefe de policía, el Coronel Antonio Domingo Navarro. En septiembre se produce la intervención de la provincia, con el Brigadier Raúl Lacabanne a la cabeza; la Policía queda a cargo de Héctor García Rey, quien venía de dirigir la policía de Tucumán, donde había sido denunciado por torturas. Una vez recuperada de la quemadura, Liliana regresa a su trabajo en la Secretaría de la Gobernación de Córdoba: “La intervención, con su Comando Libertadores (una suerte de Triple A cordobesa), se paseaba con sus armas. Era difícil ser delegada. Un jefe me dijo que yo corría mucho riesgo. Entonces pedí el pase”. Apenas una semana después del golpe de Estado de 1976, miembros del Ejército entran a la casa de su familia: “El 2 de abril vienen a la casa de mi madre, a las tres y media de la mañana. Revisan todo, le roban dinero y le preguntan dónde vivo. Pero ella no sabe. Le preguntan dónde trabajo y les dice en Rentas”. Horas después se llevan a Liliana de su lugar de trabajo, a plena luz del día y frente a sus compañeros y compañeras. La suben a un Jeep lleno de soldados. La llevan a su casa, la interrogan, le preguntan sobre la barricada del ‘74 en la que se quemó la pierna. Liliana niega todo. La llevan a la comisaría. “Me llevaron a la Seccional Tercera. Cuando entramos, gritan: ‘esta queda como subversiva’, y me mandan a una sala sola. Aparece una chica rubia que dijo llamarse Jesi, me empieza a preguntar cosas, de buen modo. Supuse que era de inteligencia. Así hasta las ocho de la noche que llegó El Puma. Tenía una cara angulosa, ojos verdes muy llamativos, parecía un modelo, un dandy, de civil, pantalón beige, parecía recién salido de la ducha, nunca pude identificarlo. Tez morena, joven, 37 o 38 años. Me interroga otra vez por el ‘74, que quién era el responsable. Yo sigo con lo mismo”. Liliana es liberada. Sigue en Rentas, pero en diciembre renuncia. Los secuestros y asesinatos no paraban: “Se pone muy difícil. Cae Quique Carreño, de Rentas; después van a buscar a Carlos Mayo y a su mujer Alicia Juaneda, de la JTP, los dos quedan clandestinos; cae Morcillo en la Legislatura; Carlos Escobar y el Gallego Ruffa de Política Obrera”. Liliana enumera el horror. Retrocede en él y sigue.   Antes del golpe, habían secuestrado y torturado hasta la muerte a Fred Ernst, “El Mormón”. Fue en julio de 1975. “Lo tiraron en un camino de Río Ceballos, destrozado. Era un compañero tan cálido, tan entrañable, yo lo quería mucho. Había venido a casa a reuniones

Foto: Gervasio Martín Guadix, asesinado durante la Contraofensiva y Aixa Bona, sobreviviente y testigo en el juicio. *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

Graciela Franzen declaró desde el Juzgado de Posadas, Misiones. Relató sus tres secuestros, un intento por quitarse la vida, el amor de un palestino que la tomó por sorpresa en medio de la preparación para la Contraofensiva. Su superviviencia trabajando en una casa de familia como empleada doméstica, el exilio y su regreso con la democracia, pidiendo justicia por su hermano, asesinado en la Masacre de Margarita Belén. (Por El Diario del Juicio*) ✍️ Texto 👉 Martina Noailles✍️ Colaboración en Texto 👉 Fabiana Montenegro💻 Edición  👉 Fernando Tebele/Diana Zermoglio📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio y Alicia Rivas (desde Posadas)📷 Foto de Portada 👉 Franzen en Posadas mostrando fotos de sus compañeros y compañeras desaparecidas. (Gentileza de Alicia Rivas) La fiscal Gabriela Sosti levantando su mano para poder preguntar.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio “Soy sobreviviente”, es lo primero que sale de su boca cuando la fiscal Gabriela Sosti le pide que comience con el relato de ese período de su vida que la marcó para siempre. Tres secuestros en 4 años. A los 20, a los 21 y a los 24. Y hoy está viva para contarlo. Es Graciela Franzen, sobreviviente de la Contraofensiva. Militante popular, madre, abuela. Su historia llega hoy desde Misiones, vía virtual. Así le tocó. “Este juicio era un sueño”, dirá durante su testimonio, el primero de la jornada. La audiencia se atrasa. No puede comenzar porque falta uno de los abogados defensores. Durante media hora, Hernán Corigliano intenta conectarse sin éxito desde su casa. Finalmente opta por trasladarse hasta el tribunal. Graciela Franzen mira la pantalla desde Posadas. Acumula 40 años esperando que se haga justicia. Una hora más de espera no le desdibuja la sonrisa. En la pantalla van apareciendo las caras de algunos familiares que siguen la audiencia desde una computadora. Como Guillermo Amarilla Molfino, Virginia Croatto o Ana Montoto Raverta, que aguarda el comienzo con su flor roja en el pecho. Antes de arrancar, el presidente del Tribunal anuncia que, a pesar del endurecimiento de la cuarentena, las audiencias continuarán. “No vamos a detener el desarrollo del juicio, aunque estuvieran vedadas las posibilidades de concurrir”, asegura, y los 40 años de espera parecen estar más cerca de llegar a su fin. Ahora la pantalla se posa en María Graciela Franzen, sentada frente a un escritorio del tribunal oral federal de Posadas, Misiones, la provincia donde nació, militó y a la que decidió regresar tras su exilio forzado. En su cuello, enrosca un pañuelo blanco de la CTA que grita Nunca Más. En el pecho, sobre la remera roja que eligió para este día, tres prendedores se unen a la lucha. “Desde niña, 8 años, estuve en la acción católica con los padres tercermundistas y en la adolescencia me sumé al Luche y vuelve, en la Juventud Peronista. En el ‘74 entré a la facultad donde estudié ingeniería química hasta el ‘76 que me secuestran”, resume Graciela en el arranque, y enseguida aclara: “Ese fue mi segundo secuestro: el primero fue en 1975 en el marco de la campaña para gobernador del Partido Auténtico, acá en Misiones”. Por entonces, su hermano mayor Luis Arturo Franzen, trabajador del Correo, había organizado una comisión pro-recuperación de tierras en Posadas. “Había problema de tierras, uno de los terrenos de mi papá estaba siendo usurpado por una de las inmobiliarias más importantes y se descubrió que también pasaba lo mismo en ocho chacras más donde vivían 300 familias desde hacía más de 50 años. Por esto mi hermano estaba siendo amenazado y perseguido”. La primera vez En la madrugada del 19 de diciembre de 1975 las amenazas se convierten en secuestro: ese día la Aeronáutica había intentado un golpe de Estado y cuarenta hombres de civil allanan la casa familiar de los Franzen. Luis Arturo no estaba. Logra esconderse en Resistencia, donde finalmente lo secuestran cinco meses después, en mayo de 1976. Lo ponen a disposición del Poder Ejecutivo, es un preso legal. No alcanza para evitar que en diciembre de ese mismo año se convierta en uno de los fusilados de lo que se conoce como la Masacre de Margarita Belén. “Nosotros no sabíamos de su secuestro en Resistencia cuando vienen y allanan otra vez mi casa. Una vecina le avisa a mi mamá y ella me logra avisar. Así que pensé: ‘Arturo ya no está, la próxima soy yo. Así que me fui a las afueras de Posadas”. Cuando la madre regresa a su casa la estaban esperando. Secuestran a toda la familia, menos a las dos hermanas más pequeñas de Graciela, que tenían 10 y 14 años. “Los tienen 10 días a mi hermana de 19, la de 7, mi papá y mi mamá. Y a mí me secuestran en las afueras, llegan a esta casa, disparo, corro, me escapo, corro por un descampado, me meto en el monte hasta que me secuestran. Me llevan a la casita de los mártires, me torturan con picana eléctrica a batería, porque no había luz. Me desmayo, me llevan al Departamento de Informaciones, me vuelven a torturar, llaman a un médico, el Dr. Mendoza, para controlar hasta cuánto aguantaba, hasta que me empiezo a desangrar y como no tenían donde matarme, me atienden. A la semana, cuando logro volver a caminar, me llevan a la alcaldía de mujeres incomunicada en una celdita, por un mes, hasta que paso a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). El 26 de julio de 1976 me trasladan con 6 presas políticas a la cárcel de Villa Devoto, vendada, esposada en un avión militar, con golpes y amenazas de que nos tirarían al Paraná”, explica a paso rápido y un cantar en su voz que sabe a tierra colorada. En la cárcel de Devoto, Franzen permaneció 2 años y un mes. Allí se entera de la Masacre de Margarita Belén, en Chaco, aunque “jamás pensé que estaría mi hermano ahí”. Encerrada, sufre la noticia de que Arturo fue uno de los fusilados. Tiempo después, a mediados de 1978, el teniente general Leopoldo Galtieri visita Devoto. “Venía a interrogar a las

Desde su hogar, Diego Menoyo, sobreviviente de las dos etapas de la Contraofensiva de Montoneros, ofreció un relato calmo, relajado y a la vez intenso. Focalizó en las tareas de activismo comunicacional que fueron parte importante de aquellas instancias. Compartimos además el audio de la proclama con la que Montoneros anunció el lanzamiento de la Contraofensiva, un mensaje de Mario Eduardo Firmenich que se utilizó para las interferencias de las que el testigo participó y dio detalles. (Por El Diario del Juicio*) ✍️ Texto 👉 Fernando Tebele💻 Edición  👉 Diana Zermoglio/Martina Noailles📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 💻 Colaboración en textos 👉 Valentina Maccarone/Braulio Domínguez💻 Documentos 👉 El Diario del Juicio Está en su casa de Río Ceballos, Córdoba. Es por eso que la persona que lo acompaña, del Programa Verdad y Justicia, envía una foto de su DNI, pero de todos modos el testigo lo tiene que mostrar a la cámara. “Es el mismo”, dice la secretaria del tribunal. Cuando la fiscal Gabriela Sosti le da el pie habitual para que comience su relato, el sobreviviente de las dos etapas de la Contraofensiva decide arrancar por la previa. “Yo quisiera contar un poco cómo llegué a esa situación porque, si no, no se va a entender por qué estamos militando y tampoco se va a entender el hecho de que aceptáramos participar de la Contraofensiva”, señala. Cuenta que para la época del golpe de Estado de 1976 cursaba el cuarto año de Astronomía y era delegado de un curso pequeño; el futuro cercano estaba lejos de ser un cielo claro y estrellado. “El 8 de julio allanan la casa donde vivía mi compañera. Era un departamento que estaba en la parte superior de donde yo vivía con mis hermanos. Allí la secuestran a mi novia, que era del mismo pueblo de donde yo venía: Justo Daract, San Luis. Yo estaba en la universidad en ese momento, así que no me encuentran…”. Norma Gladys Monardi permanece desaparecida. Señala aquel allanamiento ilegal como el punto de inicio de la etapa de clandestinidad. “A partir de allí quedo en una situación prácticamente de ilegalidad, porque obviamente habían ido al departamento a buscarme a mí. Había una reunión de la Juventud Universitaria Peronista (JUP) en ese momento”. No pasaría mucho tiempo hasta que decidieran abandonar la Provincia de Córdoba. “A partir de esa situación, el hecho de que la ciudad era muy pequeña, de que nos cruzábamos con militantes y agentes de seguridad constantemente, se decide que los que éramos ilegales nos trasladáramos a Buenos Aires”. Zona sur, amor y militancia Los cuellos de su camisa celeste aletean sobre el escote en v de su pulóver azul. Diego Menoyo suelta una sonrisa leve de vez en cuando. Una de ellas, cuando Sosti le consulta si recuerda del nombre de una compañera a la que acaba de mencionar genéricamente. “Sí. Es mi compañera actualmente, Liliana Beatriz Fedullo”. La fiscal suelta un “Ah” de sorpresa. Quizá le haya quedado la costumbre de no pronunciar nombres. Con ella, cuenta, se reengancharon con la organización, de la que habían quedado descolgados luego de la salida desde Córdoba. “Vivía en una casa donde trabajábamos haciendo service de máquinas de escribir. Allí me encuentro con esta compañera de Córdoba, que es mi compañera en la actualidad, y con la que hemos tenido hijos y nietos, y a partir de eso podemos engancharnos con algunos otros compañeros de la zona y nos piden que nos vayamos a la zona de Florencio Varela para asentarnos”. Se posa en marzo de 1977 en la localidad de Bosques, trabajando políticamente con los empleados de Alpargatas: “Influenciamos en los conflictos, militábamos, publicábamos volantes”. Pero todo cambió cuando fue secuestrado el responsable del grupo, Manolo, Adrián Follonier. Menoyo aclara que aún permanece desaparecido. También secuestraron a la compañera de Manolo, Alicia Scalzotto, que sobrevivió. Era abril de 1978, había que salir del país. Lo que consiguieron, cree recordar, en enero de 1979. Menoyo en su casa declarando 40 años después.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio Cruel, en el cartel Sin perder nunca su decir tranquilo con cadencia provinciana, Menoyo trae a la audiencia el recuerdo de una propaganda de la dictadura. “Era un afiche que en ese momento ponían los militares en la calle, seguramente los sectores de inteligencia. Era un barquito, donde había una persona que saludaba, y un joven con una pastilla en la mano con un signo de pregunta, como diciendo: ‘¿Qué vamos a hacer con esta pastilla?’. Porque esto era un afiche que estaba dedicado a nosotros. Pura y exclusivamente. Nadie de la ciudadanía normal podía explicar este afiche”, señala. Los recuerda pegados en la zona sur del conurbano. “Era un afiche dedicado a la militancia, diciéndole: ‘Ustedes se quedan con las pastillas de cianuro mientras sus jefes están disfrutando el bello exilio’. Este era el mensaje subliminal que estaba apuntado allí. Y por eso pienso que tienen que haber sido los servicios de inteligencia. No tengo constancia de eso”, aclara. Con una condición Menoyo relata que quedaron con Víctor Hugo Díaz, Beto, como responsable, hasta que salieron del país. Remarca que pusieron una condición: “Salimos al Paraguay con un acuerdo previo y con mucha discusión política de que queríamos volver al país inmediatamente. Aceptábamos que no estaban dadas las condiciones para poder hacer ninguna discusión política con los compañeros, ni ninguna forma de modificar un rumbo político en el país, pero salimos con la condición de volver inmediatamente ni bien tuviéramos la posibilidad”. La Contraofensiva sería esa chance, pero no lo sabían aún. Se encontraron en Paraguay con Díaz y su compañera, Marcia Seijas, más otros compañeros y compañeras que alcanzaron a salvar sus vidas. También estaban allí Carlos Karis y Nora Larrubia, que serían desaparecidos durante la Contraofensiva. Después de esperar un mes en Paraguay por papeles seguros para seguir el viaje, rumbearon hacia México; ya asomaba la idea del regreso. “Allí nos recibe el compañero Gustavo Herrera. Nosotros paramos en un hotel. Él nos hace ir a una casa, que no conocíamos la dirección, aparte no

Aquí se podrá ver en vivo la audiencia número 39 del juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros 79/80. *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

La antropóloga Verónica Almada cerró una secuencia de testimonios que buscó traducir los documentos del Ejército que explican cómo funcionaba la Inteligencia, la herramienta principal con la que contó el Terrorismo de Estado en la represión a la Contraofensiva de Montoneros. Almada dio un testimonio extenso, y no perdió nunca el tono amable ni la calidez que caracterizó su relato. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Martina Noailles💻 Edición 👉 Fernando Tebele📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino💻 Documentos 👉 El Diario del JuicioSeis horas y varios litros de agua mineral después, Verónica Almada termina su testimonio. No hay aplausos. Porque tampoco hay público. Sin embargo, las partes del juicio, todas, le agradecen a la antropóloga por su predisposición y su paciencia. Los jueces, la fiscal, los abogados querellantes y los defensores, reconocen el enorme conocimiento de Almada sobre los reglamentos y las directivas que estructuraron la inteligencia del Terrorismo de Estado con base en Campo de Mayo. Y también su memoria, opuesta a la pila de “no recuerdo” del médico militar Gabriel Salvador Matharan, el primer testigo de esta audiencia. “Esta ha sido una audiencia atípica”, cierra el presidente del Tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, rozando las cinco de la tarde. No lo dice por el formato de la jornada, que debido a la pandemia obligó a todos los miembros de la querella y a una de las juezas a seguir el juicio a través de una pantalla por segunda semana consecutiva. Tampoco por las veces que debió interrumpirse el testimonio de la testigo Verónica Almada por problemas en el sistema virtual que la justicia le provee al TOFC Nº4 para realizar las audiencias. El magistrado calificó de atípica la audiencia por el “desorden” en que la joven antropóloga fue interrogada, con interrupciones constantes de cada parte, con preguntas, repreguntas y objeciones que agotan a cualquiera pero que, en el caso de Almada, respondió siempre con calma y una sonrisa.  María Verónica Almada Vidal es antropóloga y promete decir la verdad. Se especializa en archivos y derechos humanos y trabajó en el Ministerio de Defensa en el equipo que dirigió Stella Segado, la única testigo que tuvo la audiencia anterior. Allí, Almada trabajó en la desclasificación de la documentación de las Fuerzas Armadas que sobrevivió al Terrorismo de Estado, especialmente la del Ejército. Y en particular, archivos administrativos que conservaban documentos vinculados a los derechos y obligaciones del personal de la fuerza. Durante largos años, Almada se zambulló en el archivo general militar donde analizó legajos de personal retirado y de baja, recibos de haberes, actuaciones de justicia militar, expedientes por accidentes o enfermedades y hasta boletines reservados. “No sólo existía más documentación de lo que se presumía sino más información. Pero hallarla a través de las solicitudes del Poder Judicial era muy difícil, porque implica un gran relevamiento y un cruce de información”, aclara a poco de comenzar, detrás de unos anteojos grandes y bajo un pulover negro que oculta su embarazo de 4 meses. Y pone un ejemplo: “La justicia te pide todo lo que hubiera sobre un operativo. Pero en los archivos el operativo tal, no existe. Sin embargo, la mirada en profundidad de toda la documentación que hay en el archivo puede dar con esa información”, explica. Almada se refiere a las huellas burocráticas que dejaron las Fuerzas Armadas, incluso de las tareas de inteligencia que desplegaron y que fueron medulares en el exterminio. Tal como queda en evidencia en los reglamentos y directivas que se encontraron en los archivos donde se explicita que “las actividades de inteligencia son indispensables en la lucha contra la subversión”. El organigrama Dentro de Campo de Mayo, las tareas de inteligencia comprendían cuatro estamentos: el departamento de inteligencia del Comando de Institutos Militares, el Destacamento 201, el Batallón 601 y la jefatura de inteligencia del Estado Mayor del Ejército. “El trabajo de inteligencia, tal como surge de la Directiva 211 del ‘75, implica una coordinación. Todas esas estructuras tienen vinculaciones organizacionales o técnicas que las articulan en la lucha contra la subversión”, responde a una pregunta que se repite, con distintos tonos, durante las seis horas de audiencia. ¿Había vinculación entre tal y tal área? ¿Las distintas estructuras de inteligencia podían trabajar sin hacer un trabajo mancomunado?  ¿Si un personal de estas estructuras no tenía aptitud de inteligencia, estaba al margen de las operaciones contra la subversión? ¿Puede haber algún militar en actividad entre 1975 y 1983 que diga yo no supe nada de la subversión? “La ejecución descentralizada implica una articulación específica, no significa que cada uno hacía lo que quería o que podían no saber lo que estaba desempeñando el otro. La directiva plantea que la dirección de las actividades de inteligencia la lleva la Jefatura 2, y que el resto de las personas de las diversas estructuras, ya sea de las técnicas como el Batallón, o del propio Destacamento o el batallón de tropa de Institutos Militares, son los medios puestos a disposición para llevar adelante esas actividades de inteligencia”, detalla y continúa: “La misión del Ejército que consta en las directivas son muy concretas, y si el Ejército es una organización con un mismo fin y no personas individuales, no podía haber nadie que no supiera que el Ejército estaba en operaciones de lucha contra la subversión”. A la media hora del comienzo, se interrumpe por primera vez la señal que lleva la audiencia a las partes que no están en la sala y, a la vez, permite emitir en directo desde El Diario del Juicio. Veinte minutos después, el juicio se reanuda. Pero a los cinco se vuelve a cortar. Finalmente, Almada logra retomar casi cincuenta minutos después, cerca del mediodía. Al avanzar en su relato, la antropóloga explica la conformación del Comando de Institutos Militares, rescatada de un cuadro de organización de la unidad: “Los libros históricos del CIM, documentos que todos deben remitir al archivo general del Ejército, no estaban en ningún lado”. Según aquel cuadro que sí encontraron, el Comando estaba compuesto formalmente por dos divisiones: Planes

La declaración del médico militar Gabriel Salvador Matharan sorprendió a las personas que no venían asistiendo al juicio y pudieron verla en vivo a través de El Diario del Juicio. Para los habitué, fue una más de las varias declaraciones de gendarmes y militares que, alrededor del crimen de Gervasio Martín Guadix, han titubeado o se contradijeron, lo que demuestra la puesta en escena de su supuesto suicidio en el puente fronterizo de Paso de los Libres, Corrientes. Desde Paraná, Matharan repitió sistemáticamente una respuesta: “No recuerdo señor”, aunque le preguntara la jueza Morguese Martín, que le recordó que estaba declarando bajo juramento. La querella familiar pidió su detención. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Fernando Tebele/Fabiana Montenegro💻 Colaboración  👉 Diana Zermoglio📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio📷 Documentos 👉 El Diario del Juicio📷 Foto de Portada 👉  Desde Paraná, por videoconferencia,  📷 Gustavo Molfino —La situación de estar en una testimonial lo impone de una obligación, que es la de manifestarse con la verdad, pues si no lo hiciera podría incurrir en el delito de falso testimonio cuyas penas, en algunos casos, alcanzan los 10 años de prisión. Técnicamente, el falso testimonio es afirmar una falsedad, negar o callar la verdad, aunque sea una parte de ella, ¿jura o promete decir la verdad? —informa y pregunta el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers. Lo hace siempre que está por comenzar un testimonio, pero cada vez que participa un gendarme o un médico militar vinculado al fraguado suicidio de Gervasio Martín Guadix -en realidad secuestro y asesinato-, esa información acerca del falso testimonio cobra otra relevancia.—Sí, juro —se escucha una voz tenue que llega por videoconferencia desde Paraná, Entre Ríos.—Señor Matharan, ¿jura o promete decir la verdad? —repregunta el juez, que no lo ha escuchado.—Juro juro —responde más cerca del micrófono el testigo, y muestra ya algo de impaciencia.—Usted es médico, ¿no es así?—Sí, soy médico.—En diciembre del año ‘80 prestaba servicio en el Regimiento 5, ¿o no? —consulta el juez.—En el 5 de Infantería de Paso de los Libres.—¿Qué cargo tenía ahí?—Era el jefe de la enfermería.—¿Su especialidad en medicina?—Geriatría y gerontología.—¿Pediatría?—Ge-ria-tría, con G —aclara el médico, ya sin la paciencia que le tendrán luego a él.—Durante su servicio en el Regimiento 5 de Paso de los Libres, ¿tiene presente haber hecho algunas autopsias?—No recuerdo señor.—¿No recuerda si hizo autopsias, o no recuerda cuántas?—No recuerdo señor —comienza a repetir el testigo, pero casi balbuceando, alcanza a aclarar—, no recuerdo cuántas autopsias hice. Como el juez no reparó en esa respuesta, interviene, desde su casa, la jueza María Claudia Morguese Martín. —Perdón, Doctor —le aclara a Rodríguez Eggers—, el señor dijo que no recordaba cuántas hizo. ¿Usted hizo autopsias? —le consulta la jueza a Matharan con una voz inconfundiblemente femenina, también para el testigo, que da el primer indicio de tener respuesta automática.—No recuerdo, señor —y después de unos segundos se corrige—. Señora, perdón.—¿No recuerda haber hecho alguna autopsia en su vida? —insiste Morguese Martín.—No señora —responde, contradiciendo su propia respuesta anterior. Así se veía la firma que Matharan no pudo alcanzar a ver. Es la autopsia oficial sobre el cuerpo de Guadix. Se les pasó por alto una evidente fractura de brazo que el EAAF (que publicamos más abajo). O no era el cuerpo de Guadix, o estaban ocultando la fractura porque era producto de las torturas.📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio Gabriel Salvador Matharan aclarará un par de veces que tiene 80 años. “Se lo ve bien”, soltará Rodríguez Eggers en una de ellas. La imagen que llega desde Paraná no es la mejor. El médico militar está lejos. Se le ve la máscara con vincha y se le adivina una camisa celeste, quizá de jean. Su firma aparece en la autopsia oficial que refrendó el supuesto suicidio de Guadix. Cuando el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) realizó una nueva autopsia sobre ese cuerpo, notó una fractura expuesta en su brazo, imposible de pasar por alto, pero que no figura en el análisis oficial; tal vez porque quisieron ocultar el asesinato, o porque no se tratara del cuerpo de Guadix.Matharan irá desde los “No recuerdo señor” hasta culpar por sus olvidos al aislamiento producto de la cuarentena. Cuarenta minutos del mismo modo. El informe del EAFF que da cuenta de la autopsia realizada después de la exhumación delos restos de Guadix. Allí se reporta una fractura en el brazo, que no figura en la autopsiaque firmó Matharan, aunque no haya ratificado que fuera su firma.El Diario del Juicio *** Abruma el calor en noviembre. Es la audiencia número 27. La voz del periodista Carlos Rodríguez, a quien casi nadie deja de llamar Carlitos, resuena en la sala, directa, franca, sin estridencias. Es la voz cuando se piensa en la palabra compañero. Lleva años defendiendo, como delegado, los derechos de los trabajadores y trabajadoras de Página/12. Tiene una extensa trayectoria periodística vinculada a los derechos humanos. Escribió más de 100 perfiles de represores para el diario de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Entre sus investigaciones, además, está el proceso judicial que buscó esclarecer la muerte de Omar Carrasco, el soldado asesinado en 1994 mientras cumplía con la “colimba” en Zapala, Neuquén, y que determinó el final del Servicio Militar Obligatorio.En septiembre u octubre del ‘96, Rodríguez recibió en las oficinas de Página/12 un sobre cerrado sin ninguna identificación. Tenía una nota breve dirigida a él que decía: “Porque usted investiga el caso Carrasco”.“Por la precisión de la información, que yo pude comprobar después”, asegura, que no tiene dudas: era alguien de adentro del Ejército. El jefe del fuerza en ese momento era el General Martín Balza, que en 1980 estaba a cargo del Grupo de Artillería 3 de Paso de los Libres. El informe complicaba a Balza, y también mencionaba un nombre que hasta ese momento no se conocía demasiado: el del coronel Carlos Alberto Roque Tepedino quien, según el documento, organizó el envío de un grupo de Inteligencia a Neuquén para realizar una investigación paralela sobre