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A 3 años de la desaparición de la niña de 14 años, una delegación humanitaria de Argentina y Uruguay viajó hasta Asunción para visitar en prisión a Carmen Villalba, la madre de Lichita. Además se realizó una marcha exigiendo la apertura de una investigación por desaparición forzada. La Retaguardia y Tiempo Argentino participamos de las intensas jornadas y compartimos esta cobertura conjunta. Texto: Nicolás G. Recoaro / TiempoFotos: Natalia Bernades / La Retaguardia Cobertura conjunta de Tiempo Argentino y La Retaguardia Asunción rojo shocking. Al colorado vivo está el termómetro en la primavera asuncena. La térmica debe arañar los 40° C y sigue trepando. Frente a la Cárcel del Buen Pastor, una vendedora de bananas y uvas me cuenta que en la época del dictador perpetuo Alfredo Stroessner (1954-1989) estaba prohibido decir que la temperatura pasaba de los 30°. “Quería dominarnos hasta en lo psicológico, en lo informativo, en todo –sentencia la comerciante mientras se derrite-. Mucho no cambió la cosa, sigue mintiendo y robando el Partido Colorado”. El Paraguay es el único país cuya bandera presenta dos caras con imágenes diferentes. El único que celebra dos fechas de independencia. El único de América donde los conquistadores adoptaron la lengua de los conquistados. También, el más desigual del Cono Sur. Setenta años de hegemonía del “Tiranosaurio” Stroessner y sus crías coloradas neoliberales dejaron un sólido legado: penurias para todos. Con un índice de Gini empobrecido del 0,93%, Paraguay ocupa el podio con la mayor desigualdad global en la concentración de tierra: el 90% del territorio cultivable está en manos de 12 mil grandes propietarios; las migajas que quedan se reparten entre 280 mil pequeños productores. El 19% del territorio se concentra en manos de corporaciones extranjeras. El campesinado paraguayo, a la deriva en un mar de soja transgénica, sigue esperando la reforma agraria. Una isla rodeada de tierra, decía Augusto Roa Bastos. La transpirada delegación humanitaria se apiña frente al portón de la cárcel de mujeres. El colectivo variopinto viajó en bondi los 1333 kilómetros que separan Buenos Aires de la capital guaraní. Referentes sociales, organizaciones de Derechos Humanos, trabajadores cooperativos, religiosos de la Iglesia de base, militantes políticos de a pie y luchadores de la izquierda que no transa. Combativos argentinos, sabios uruguayos y exiliados paraguayos a secas. La brigada internacionalista exige que el gobierno del colorado Santiago Peña abra una investigación por la desaparición forzada de Elizabeth Carmen Villalba, “Lichita”. La niña paraguaya, migrante en Argentina, desapareció en noviembre de 2020, durante la miserable pandemia, en las cercanías del Cerro Guasú, departamento de Amambay. La pibita de 14 años había sido testigo del asesinato de sus dos primas pocos meses antes, durante un operativo sangriento contra un refugio del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), perpetrado por las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC), grupo de choque de las Fuerzas Armadas. Sólo cinco miembros de la misión logran ingresar al penal para hacerle llegar la solidaridad a Carmen Villalba, mamá de Lichita, militante comunista, detenida a pesar de haber cumplido en 2021 una condena de 20 años. La mujer fue fundadora del partido de izquierda Patria Libre y militante del EPP desde los años noventa. Sin previo aviso, violando todo derecho, al estilo colorado, los carceleros nos cierran la puerta en la cara: no quieren prensa en el penal. “Vimos a una mujer entera, que quiere dar pelea. La orden de impedir el acceso vino de arriba, del gobierno. Está claro: no hay Derechos Humanos en Paraguay. Vamos a seguir peleando para que se respeten los derechos de Carmen y del resto de los presos políticos”, reflexionan la diputada electa Vanina Biasi y el dirigente piquetero Eduardo “Chiquito” Belliboni al salir de las mazmorras. El joven Fidel es hijo de Margarita Andino, militante del EPP también detenida hace añares. El flaquito nació en los campos de Pedro Juan Caballero, pero creció junto a su madre en el penal. Es exiliado político y económico en la Argentina. Milita en la Columna Boli Lescano de La Plata. Hacía un año que no veía a su mamá: “Está bien, pero muy flaca, la cárcel te destruye. Está presa por pelear por los derechos de los campesinos”. Fidel cuenta que compartió abrazos y empanadas con su vieja en el patio del penal. Después recuerda cuando su mamá lo acunaba y le cantaba en guaraní polkas combativas que denunciaban las penurias del campesinado, la represión stronista, la resistencia que crece desde el pie. La historia de una familia paraguaya, o de miles. Infusión milagrosa contra el calor, el tereré pasa de mano en mano antes de la marcha por el centro asunceno. Ceba Lila Báez, secretaria de Trabajadores Migrantes y Refugiados de la UTEP: “Vamos a entregar un millón de firmas ante la Justicia, para que se abra la investigación por la desaparición forzada de Lichita y el infanticidio. Ni Uribe en Colombia se atrevió a tanto como el expresidente Mario Abdo Benítez, hijo del secretario privado y mano derecha de Stroessner, que salió a decir que habían matado a guerrilleras peligrosas, nenas en edad escolar. Peña es la continuidad”. La deriva de la columna internacionalista va del frígido Palacio de Justicia hasta el Ministerio Público, cuyo frente está, obviamente, pintado de hegemónico colorado. El Poder Judicial paraguayo se maquilla a la moda stronista. “¡No estamos todos, falta Lichita!”, es el grito que se escucha fuerte por las calles de Asunción cuando cae pesada la noche. Antes de subir al micro para emprender la retirada, recuerdo las palabras que escribió el anarquista Rafael Barrett hace más de cien años en ese libro triste y luminoso que es El dolor paraguayo: “No espero justica del Estado. Porque legaliza injusticias, atropellos y matanzas.” Ay, Paraguay.

En una inspección ocular realizada en la ESMA, Ana María Soffiantini y Ricardo Coquet, sobrevivientes del genocidio, guiaron a las partes del séptimo tramo del juicio por los laberintos de ese centro clandestino. Soffiantini y su encuentro con Arrostito. Ambos señalaron que, a pesar del horror, muchas parejas entre personas secuestradas se iniciaron en la ESMA, porque “el amor no se puede parar”. Redacción: Carlos RodríguezFotos y Videos: Natalia BernadesEdición: Fernando Tebele / Natalia Bernades Ana María Soffiantini y Ricardo Héctor Coquet, dos sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), volvieron una vez más al escenario donde ellos, y miles de compañeros, fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad. Cuando los llevaron allí, secuestrados, supieron que “la Gaby”, Norma Arrostito, emblema de Montoneros, todavía estaba viva, retenida como “botín de guerra” por sus verdugos.   “Vos te crees que la Gaby está muerta, ahora te la traemos”, recordó Coquet las palabras de los genocidas, durante la inspección ocular realizada en el marco de la causa ESMA 7, donde el único imputado es Jorge Luis Guarrochena, integrante del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).    “Era un impacto para nosotros que (Jorge) El Tigre Acosta (uno de los jefes de la ESMA), nos dijera que la Gaby estaba viva, igual que otros compañeros a los que creíamos que ya habían sido asesinados”. El mensaje perverso era que en la ESMA, el mayor centro de tortura y exterminio de la Ciudad de Buenos Aires, “íbamos a estar seguros hasta que ‘esto pase’”, en referencia a la dictadura militar, mientras que “tus compañeros van a ser asesinados en la calle”. “Vos queres saber dónde caíste, estás en la ESMA, acá no cortamos los dedos (porque decían que le habían cortado los dedos a Jorge Lisazo), pero te lo podemos llegar a cortar”, agregó Ana María Soffiantini, para ilustrar sobre el horror vivido. Lo dijo en presencia del presidente del Tribunal Oral N°5, Fernando Canero, y el Fiscal genral Félix Crous, quienes encabezaron la inspección ocular. A Soffiantini le tiraron la amenaza si no aceptaba colaborar: “Te vas para arriba, con ‘Jesucito’, como le pasó a tu compañero”. Hugo Onofri, el esposo de Ana María, había sido asesinado. Ella y sus dos hijos, María Lucía de 1 año y medio, y Luis Guillermo, de 11 meses, fueron secuestrados en agosto de 1977. El que mencionaba siempre a “Jesucito”, en ese antro de perversión, era el Tigre Acosta. Uno de los primeros lugares del recorrido fue el “Sótano”, donde estaba la sala de torturas y de interrogatorio. En el sector denominado “Capucha”, uno de los sitios de confinamiento de las personas secuestradas, Coquet recordó los “traslados”, eufemismo de la ejecución de las víctimas por medio de los “Vuelos de la muerte”. “Una vez me llamaron por mi número, porque nos ponían números, y cuando me llevaron al Sótano, pensé que me mataban, pero no, uno de los guaridas me dijo que un compañero se quería ‘despedir’”, antes de ser ejecutado. “Nos dimos un abrazo con el compañero, ese era el nivel de cinismo, de locura” con el que pretendían “quebrar” a los secuestrados para que colaboraran con el proyecto político del entonces jefe de la Armada, almirante Emilio Eduardo Massera. En una ocasión, Massera fue a la ESMA para arengar a los secuestrados. Coquet todavía detesta el momento en el que, obligado por las circunstancias, tuvo que darle la mano al dictador. El hambre, la precaria alimentación a las personas torturadas, arrojadas en Capucha, era otro de los métodos para intentar quebrarlos. Les daban por la mañana y por la tarde un mate cocido, un miñon y un miserable pedacito de carne. Era un lugar “muy sucio”, en el que había ratas. Coquet señaló, como anécdota, que una vez tuvo que “pelear a cachetadas” con una rata para poder comer un miserable pedazo de pan que había guardado. Ana María se refirió a los últimos recuerdos que tiene de Norma Arrostito, finalmente asesinada por decisión del Tigre Acosta. “Cuando nos sacaban de Capucha para ir a trabajar, nos bajaban en un ascensor que ya no está”, relató la sobreviviente. Estaban esperando el ascensor “el día que la traen a Gaby Arrostito, envenenada, el día que la ‘trasladan, junto con Jorgelina Ramos”. Coquet precisó que Arrostito “tenía una insuficiencia pulmonar y el Tigre Acosta, que la odiaba, siempre esperaba poder matarla”. Acosta “aprovechó que (Rubén Jacinto) Chamorro (director de la ESMA) viajó a Sudáfrica para hacer una transa con una empresa naviera, con todo lo que se robaban acá” para terminar con la vida de la dirigente montonera. “Acosta llamó a un enfermero para que le diera una inyección para abrir las vías respiratorias y ahí fue cuando le inyectaron cianuro y la mataron”. Lo que suponen es que el cuerpo de Norma Arrostito fue quemado en el Campo de Deportes de la ESMA. Ese espacio, está hoy en trámites de ser concedido al Club River Plate. Los sobrevivientes y los organismos de DDHH se oponen a la iniciativa porque en ese lugar puede haber restos de personas desaparecidas que fueron cremadas allí. El recorrido se hizo sobre una ESMA hoy renovada como Museo de la Memoria, lejos de los sórdidos rincones como “La Cucha”, donde los secuestrados hacían sus “necesidades en un balde”. Coquet relató la primera vez que vio a Ana María en Capucha, desobedeciendo la orden de permanecer acostada. “Ella estaba arrodillada, pidiendo por sus hijos (que habían sido secuestrados juntos con ella) y los guardias, que te molían a palos si te levantabas, a ella no le hicieron nada”. Coquet, hasta recordó que ella tenía puesta una pollera de color marrón. “Qué genia”, elogió Coquet cuando ella le dijo que todavía conserva esa misma pollera. “De esa forma, sin callarse, ella logró reencontrarse con sus hijos”, subrayó Coquet. En “Capuchita”, un lugar de cautiverio más pequeño que “Capucha”, estaban secuestradas personas consideradas “relevantes” por los genocidas. Mauricio Delpir, quien trabaja en el museo de la ESMA y acompañó a