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En una inspección ocular realizada en la ESMA, Ana María Soffiantini y Ricardo Coquet, sobrevivientes del genocidio, guiaron a las partes del séptimo tramo del juicio por los laberintos de ese centro clandestino. Soffiantini y su encuentro con Arrostito. Ambos señalaron que, a pesar del horror, muchas parejas entre personas secuestradas se iniciaron en la ESMA, porque “el amor no se puede parar”. Redacción: Carlos RodríguezFotos y Videos: Natalia BernadesEdición: Fernando Tebele / Natalia Bernades Ana María Soffiantini y Ricardo Héctor Coquet, dos sobrevivientes de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), volvieron una vez más al escenario donde ellos, y miles de compañeros, fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad. Cuando los llevaron allí, secuestrados, supieron que “la Gaby”, Norma Arrostito, emblema de Montoneros, todavía estaba viva, retenida como “botín de guerra” por sus verdugos.   “Vos te crees que la Gaby está muerta, ahora te la traemos”, recordó Coquet las palabras de los genocidas, durante la inspección ocular realizada en el marco de la causa ESMA 7, donde el único imputado es Jorge Luis Guarrochena, integrante del Servicio de Inteligencia Naval (SIN).    “Era un impacto para nosotros que (Jorge) El Tigre Acosta (uno de los jefes de la ESMA), nos dijera que la Gaby estaba viva, igual que otros compañeros a los que creíamos que ya habían sido asesinados”. El mensaje perverso era que en la ESMA, el mayor centro de tortura y exterminio de la Ciudad de Buenos Aires, “íbamos a estar seguros hasta que ‘esto pase’”, en referencia a la dictadura militar, mientras que “tus compañeros van a ser asesinados en la calle”. “Vos queres saber dónde caíste, estás en la ESMA, acá no cortamos los dedos (porque decían que le habían cortado los dedos a Jorge Lisazo), pero te lo podemos llegar a cortar”, agregó Ana María Soffiantini, para ilustrar sobre el horror vivido. Lo dijo en presencia del presidente del Tribunal Oral N°5, Fernando Canero, y el Fiscal genral Félix Crous, quienes encabezaron la inspección ocular. A Soffiantini le tiraron la amenaza si no aceptaba colaborar: “Te vas para arriba, con ‘Jesucito’, como le pasó a tu compañero”. Hugo Onofri, el esposo de Ana María, había sido asesinado. Ella y sus dos hijos, María Lucía de 1 año y medio, y Luis Guillermo, de 11 meses, fueron secuestrados en agosto de 1977. El que mencionaba siempre a “Jesucito”, en ese antro de perversión, era el Tigre Acosta. Uno de los primeros lugares del recorrido fue el “Sótano”, donde estaba la sala de torturas y de interrogatorio. En el sector denominado “Capucha”, uno de los sitios de confinamiento de las personas secuestradas, Coquet recordó los “traslados”, eufemismo de la ejecución de las víctimas por medio de los “Vuelos de la muerte”. “Una vez me llamaron por mi número, porque nos ponían números, y cuando me llevaron al Sótano, pensé que me mataban, pero no, uno de los guaridas me dijo que un compañero se quería ‘despedir’”, antes de ser ejecutado. “Nos dimos un abrazo con el compañero, ese era el nivel de cinismo, de locura” con el que pretendían “quebrar” a los secuestrados para que colaboraran con el proyecto político del entonces jefe de la Armada, almirante Emilio Eduardo Massera. En una ocasión, Massera fue a la ESMA para arengar a los secuestrados. Coquet todavía detesta el momento en el que, obligado por las circunstancias, tuvo que darle la mano al dictador. El hambre, la precaria alimentación a las personas torturadas, arrojadas en Capucha, era otro de los métodos para intentar quebrarlos. Les daban por la mañana y por la tarde un mate cocido, un miñon y un miserable pedacito de carne. Era un lugar “muy sucio”, en el que había ratas. Coquet señaló, como anécdota, que una vez tuvo que “pelear a cachetadas” con una rata para poder comer un miserable pedazo de pan que había guardado. Ana María se refirió a los últimos recuerdos que tiene de Norma Arrostito, finalmente asesinada por decisión del Tigre Acosta. “Cuando nos sacaban de Capucha para ir a trabajar, nos bajaban en un ascensor que ya no está”, relató la sobreviviente. Estaban esperando el ascensor “el día que la traen a Gaby Arrostito, envenenada, el día que la ‘trasladan, junto con Jorgelina Ramos”. Coquet precisó que Arrostito “tenía una insuficiencia pulmonar y el Tigre Acosta, que la odiaba, siempre esperaba poder matarla”. Acosta “aprovechó que (Rubén Jacinto) Chamorro (director de la ESMA) viajó a Sudáfrica para hacer una transa con una empresa naviera, con todo lo que se robaban acá” para terminar con la vida de la dirigente montonera. “Acosta llamó a un enfermero para que le diera una inyección para abrir las vías respiratorias y ahí fue cuando le inyectaron cianuro y la mataron”. Lo que suponen es que el cuerpo de Norma Arrostito fue quemado en el Campo de Deportes de la ESMA. Ese espacio, está hoy en trámites de ser concedido al Club River Plate. Los sobrevivientes y los organismos de DDHH se oponen a la iniciativa porque en ese lugar puede haber restos de personas desaparecidas que fueron cremadas allí. El recorrido se hizo sobre una ESMA hoy renovada como Museo de la Memoria, lejos de los sórdidos rincones como “La Cucha”, donde los secuestrados hacían sus “necesidades en un balde”. Coquet relató la primera vez que vio a Ana María en Capucha, desobedeciendo la orden de permanecer acostada. “Ella estaba arrodillada, pidiendo por sus hijos (que habían sido secuestrados juntos con ella) y los guardias, que te molían a palos si te levantabas, a ella no le hicieron nada”. Coquet, hasta recordó que ella tenía puesta una pollera de color marrón. “Qué genia”, elogió Coquet cuando ella le dijo que todavía conserva esa misma pollera. “De esa forma, sin callarse, ella logró reencontrarse con sus hijos”, subrayó Coquet. En “Capuchita”, un lugar de cautiverio más pequeño que “Capucha”, estaban secuestradas personas consideradas “relevantes” por los genocidas. Mauricio Delpir, quien trabaja en el museo de la ESMA y acompañó a