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Héctor Ratto


El juicio por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Comisaría de Ramos Mejía recorre los últimos metros. Llega el turno de las últimas palabras de los imputados y el veredicto del TOCF N°1 de CABA. Será mañana lunes, desde las 10:30, transmitido por La Retaguardia. Será presencial y virtual. Repasamos el testimonio del sobreviviente Héctor Ratto y las falacias de las defensas en los alegatos.  Redacción: Paulo GiacobbeEntrevista: Fernando TebeleEdición: Pedro Ramírez Otero Carlos Meira, abogado defensor de Francisco Rodolfo Novotny, decidió comenzar su alegato explicando “cómo operaban las Fuerzas Armadas en la lucha contra la subversión”, especialmente el Ejército Argentino. Así es que, para Meira, había dos tipos de operativos: “Por derecha” y “por izquierda”.  En los primeros, parece ser, actuaban con uniforme reglamentario, con vehículos claramente identificados, “efectuando controles de ruta, control de población, impidiendo la libre circulación de elementos terroristas”. Para Meira esos operativos eran legales, a diferencia de los otros operativos. “Por otra parte se actuó de una manera velada, subterránea”, de civil y con vehículos no identificables.   Meira sabe de qué habla, al menos en lo referente a la “lucha contra la subversión”. El  duodécimo juicio por crímenes de lesa humanidad de la provincia de Córdoba lo tuvo como imputado junto a otros 17 exmilitares y policías. El juicio había comenzado en septiembre de 2020 y finalizó en febrero con ocho perpetuas, otras penas y dos absoluciones. En este último reducido  grupo estaba Meira, quien había optado por el legítimo derecho a la autorepresentación. Así fue que apenas le rozaron los crímenes de lesa humanidad cometidos en el Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio (CCDTyE) La Perla, de Córdoba. Tampoco es la primera vez que Carlos Meira defiende a excompañeros de armas. Mar del Plata, Bahía Blanca, Neuquén y la Ciudad de Buenos Aires son apenas algunos de los Tribunales que conocieron su despliegue táctico. Jurídicamente hablando, por supuesto.         La formación Meira, en su lenguaje castrense, aseguró que Rodolfo Novotny, “por su formación humana y profesional”, no hubiese cumplido una orden ilegal. Sostuvo que la Comisaría de Ramos Mejía “no fue un centro clandestino de detención y tortura” porque “no era un lugar secreto, ya que funcionaba como una entidad policial y había detenidos comunes en calabozos contiguos”. Sobradas son las pruebas que demuestran lo contrario, porque una cosa no quita la otra, y no se trata de una particularidad de esa dependencia. Siguiendo esa línea de razonamiento, Meira dijo que “no hubo torturas físicas en forma sistemática a excepción de la escasa comida, que los declarantes aducen”. Alcira Camusso, quien fue secuestrada estando embarazada, declaró en el juicio “haber llorado de hambre” en la Comisaría de Ramos.  En su delgado pendular entre lo legal y lo ilegal, el abogado destacó que “a las supuestas víctimas” no se les prohibió la palabra y que “no estuvieron vendados en forma permanente en algunos casos y coincidente con la llegada al ‘Lugar de Reunión de Detenidos’”.  Meira denominó a la Comisaría de Ramos Mejía como los represores nombraban a los centros clandestinos de detención tortura y exterminio: ‘Lugar de Reunión de Detenidos’. Ese eufemismo fue utilizado en los casi 800 CCDTyE que funcionaron en el país, montados en lugares tan dispares como buques, escuelas, casas, fábricas, hospitales y una larga lista que incluye comisarías.  Pero el pilar de su alegato fue dedicarse a atacar a dos sobrevivientes y querellantes en la causa de la comisaría de Ramos Mejía: Alcira Camusso y Héctor Ratto, con mayor saña hacia este último. Ratto también sabe de qué habla cuando se trata de la última dictadura cívico militar. Fue trabajador de Mercedes Benz y, por su militancia sindical, secuestrado dentro de la fábrica. Desde el Juicio a las Juntas en 1985 viene denunciando las complicidades civiles de la dictadura genocida, en este caso empresarial. Fue torturado en Campo de Mayo y en la Comisaría de Ramos Mejía, dos lugares de Reunión de Detenidos, dirán algunos. En Ramos Mejía pudo recibir la visita de su esposa, María Inés Silva. Es por esa visita que Meira dice que no era un CCDTyE y que en la comisaría no había secuestrados.  Ratto explicó lo obvio: “Estaba secuestrado, porque hasta el momento que logré comunicarme con mi señora a través de un montón de gestiones, yo estaba ahí sin ningún tipo de contacto.  Estaba en una comisaría donde entraba y salía gente pero estaba secuestrado porque nadie conocía mi paradero, no tenía acceso a ningún abogado, salvo del cuartel de Ciudadela y los de la comisaría nadie sabía que yo estaba ahí”. Hasta la llegada de María, el único contacto que tuvo en Ramos fue la presencia de militares que lo interrogaban.    María Inés Silva también declaró en este juicio. “Era imposible saber dónde estaba”, dijo en relación al paradero de su esposo. En la búsqueda desde Ciudadela hasta Palermo, pasó por la Comisaría de Ramos Mejía. Le dijeron que no sabían nada pero que “donde estaba, estaba bien”. Entonces supuso que estaba ahí. Teniendo que alimentar a dos hijos, necesitaba cobrar el salario de su esposo. Volvió a Ciudadela y les llevó un cheque de su esposo para que les firme y poder cobrar. Fue devuelto con una firma rara, temblorosa. Así supo que lo habían torturado, pero estaba vivo. La confirmación del paradero de su esposo la había tenido una noche, cuando una pareja se acercó hasta su casa y le avisó. Era una persona que había estado en la comisaría, pero no le quiso dar más datos. Otro día recibió una carta de manos de una chica. Finalmente, gracias a la gestión de un cura, pudo ver a su esposo. “El primer día que lo vi lo habían afeitado, ropa limpia. Cada vez que iba era el mismo sistema, tenía que llamar por teléfono”, contó durante su testimonio. A los 15 días autorizaban la visita, siempre con dos militares presentes. María Inés llevaba a alguno de sus hijos “para que los viera crecer”.   Tasselkraut Héctor Ratto fue secuestrado en el

El lunes pasado se realizó la visita ocular en el marco del juicio por los crímenes cometidos en lo que continúa siendo una comisaría de la Bonarense. Dos sobrevivientes, Alcira Camusso y Héctor Ratto, constataron haber estado allí aunque el tenebroso lugar fue modificado. Compartimos relatos, imágenes y palabras que nos llevan hacia la dictadura, pero también muestran cómo viven los presos hoy, aun cuando los llevaron a otra comisaría para evitar a la comitiva judicial. Redacción: Fernando Tebele / María Eugenia OteroFotos: Natalia Bernades / La Retaguardia El movimiento parece inusual para una mañana cualquiera frente a la Comisaría de Ramos Mejía. La gente camina bajo el sol en la avenida más céntrica de esta localidad del gran Buenos Aires que siempre habitó con incomodidad el conurbano. Cuanto más personas llegan a la puerta de la dependencia policial, más observan los y las transeúntes; aunque nadie se anima a preguntar qué sucede. Lo que está por pasar es la visita ocular en el marco del juicio por los crímenes de lesa humanidad ocurridos allí dentro durante la última dictadura. Más temprano, el presidente del TOCF Nº1 de CABA, Ricardo Basílico, se acercó muy amablemente al equipo de La Retaguardia para anunciar que no podríamos transmitir en vivo la visita “por una cuestión de seguridad, por tratarse de una comisaría actualmente”. Suena hasta lógico. Pero lo que estamos por ver desvanecerá toda chance de utilizar esa palabra. Las imágenes van a dejar en evidencia, una vez más y por si hiciera falta, que el Estado se niega a abandonar algunas de las prácticas de aquella época que hoy nos tiene allí, 45 años después. Seguridad es lo último que se podrá ver durante la recorrida. Hace rato que llegó Ratto. Héctor muestra una tranquilidad que asombra. Dice, durante la transmisión previa que La Retaguardia realizó en la puerta de la Comisaría, que pasó muchas veces caminando por allí en estos años. Incluso recuerda que cuando lo liberaron, tuvo que ir un par de veces al “control”, esos encuentros entre víctimas y victimarios que fundamentalmente cumplían la tarea de que la persona secuestrada no pudiera pensar que ya estaba libre del todo. Cruza los brazos este trabajador de la Mercedes Benz que fue secuestrado en la planta de esa empresa en González Catán en 1977. Ya sabe que la Justicia tiene momentos de justicia, y otros de absoluta crueldad, como hace algunos meses cuando se dictó el sobreseimiento de Juan Ronaldo Tasselkraut, el gerente de la multinacional alemana al que oyó dar por teléfono la dirección de uno de los trabajadores que fueron secuestrados y permanecen desaparecidos. No tarda mucho en llegar Alcira Camusso, quien conmovió el desarrollo de este juicio cuando reconoció mientras declaraba a uno de los tres imputados, Roberto Obdulio Godoy. Aquella mujer decidida que se atrevió incluso a hablarle durante la audiencia a su captor (“Esa mirada no me la olvido más, Godoy”), apenas si deja ver sus ojos. Más allá del calorcito de la mañana, está bien abrigada. Quizá porque recuerda perfectamente el frío que vivió. No hay señalización alguna en la calle o dentro de la comisaría que rescate lo ocurrido durante el genocidio en ese lugar. Nada. Pero tal vez lo peor de todo será caer en la cuenta de que los espacios que se utilizaron para mantener personas secuestradas son en la actualidad los mismos que alojan a las personas detenidas. En realidad lo intuímos, porque nadie nos lo dice concretamente. No vemos presos. Alguien dirá por lo bajo que los llevaron a la Comisaría de San Justo. Se podrá corroborar el dato cuando veamos las mudas de ropa sobre las cuchetas de cemento que simulan ser camas. Después caeremos en la cuenta de que varias de las partes asistentes pensaron en un hecho histórico similar: la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en 1979. Es que durante aquella visita de la CIDH se realizó una inspección a la ESMA, porque ya existían denuncias en el exterior de sobrevivientes que habían contado lo que vivieron. La dictadura no se negó a la revisión, pero tomó algunas precauciones, sobre todo una: mudar a las personas secuestradas a la Isla El Silencio del Delta del Tigre. Varias de las almas sensibles que ahora recorren la oscuridad de la Comisaría de Ramos Mejía linkearon con aquel episodio. Tal vez por descuido o directamente por impunidad, la limpieza previa no resultó muy esmerada. Huele a una mezcla de lavandina con perfume berreta para pisos, pero gobiernan la oscuridad y el desorden, cosas rotas, cables colgados de peligrosas instalaciones eléctricas y pintura descascarada. Entre pasillos donde se cabe de a una persona por vez, hay una serie de calabozos en los que tanto Ratto como Camusso recuerdan haber estado. Héctor responde solo cuando le preguntan; Alcira va soltando sus recuerdos mientras comienza a sentir el impacto. Dejó afuera la sonrisa que suele soltar cada tanto. Su rostro se endurece como si quedara entumecida por esas imágenes a las que intenta con mayor o menor fortuna ponerles palabras. La fila que encabezan ambos junto al juez Basílico y a las juezas Gabriela López Iñiguez y Adriana Palliotti casi nunca deja espacio para dos a la par. Una escalera roñosa nos lleva hacia un piso superior que parece un depósito de bicicletas y objetos que impiden casi caminar; estamos algo mejor: en aquella época era un depósito de personas secuestradas. Lo único que parece más o menos conservado en ese espacio es una especie de cartelera junto a una puerta, con numerosas estampas de vírgenes, varias imágenes de Jesús, Ceferino Namuncurá, más santos. La comitiva se detiene en un pasillo para escuchar a Alcira: “Es aquí donde Godoy me golpeó. Me pateó en el piso. Yo estaba aterrorizada. Recuerdo que acá se escuchaban muchos gritos”, dice mientras señala una habitación más amplia que ese pasillo tenebroso. Ya en el espacio grande, regresa al cruce con Godoy: “De él me acuerdo perfectamente. Que me tira al piso,