Canción actual

Título

Artista


lro

Página: 6


El CeSAC N° 15 del barrio porteño de San Telmo se encuentra en una situación de extrema gravedad en sus condiciones edilicias y falta de insumos. Piden una solución de parte del Ministerio de Salud. María Elena Folini, jefa médica de la institución dialogó con el programa radial Tengo una Idea y brindó más detalles sobre el pedido de los y las trabajadoras de un edificio nuevo. Aún no obtuvieron respuesta. (Por La Retaguardia) 🎤 Entrevista: Graciela Carballo/Carlos Morchio/Nicolás Rosales ✍️ Redacción: Nicolás Rosales 💻 Edición: Pedro Ramírez Otero 🖍️ Ilustración: Chechu Rodríguez —¿Dónde está ubicado el CeSAC y desde hace cuánto tiempo funciona? —Está en la calle Humberto Primo 470, entre Bolívar y Defensa. Se fundó en el año 90. Empezamos una serie de médicos de otras disciplinas. Yo entré como pedíatra. A lo largo de la historia, se crearon 48 CeSAC y el cargo de jefa del N° 15 lo concursé hace 13 años.  —¿Cuáles son los problemas que están sufriendo hoy en día? —El problema más serio es el edilicio. Este es un edificio de más de 120 años, pertenece al casco histórico de San Telmo. Cuando se fundó la salita era un edificio precioso, pero actualmente y cinco años atrás, antes de la pandemia, venimos denunciando las inadecuadas condiciones. No tiene ventilación, y esto se sintió. Lo que nosotros pedimos es el arreglo del predio conocido como exPadelai, antes Patronato de la Infancia, que es un espacio que quedó desalojado desde 2016 y que bien podría adecuarse para que pudiera funcionar el CeSAC. Hoy funciona como sede de la Comuna 1 donde se pueden hacer ciertos trámites. Recibimos la promesa del exvicejefe de gobierno Diego Santilli. Desde ese momento tuvimos que empezar a soportar ciertas situaciones como las que continúan: tener que subir para acceder por escalera, no tener rampas por ende las condiciones para discapacidad. Allí también una profesional de nuestro equipo sufrió una caída. Nuestro edificio tiene una sola salida, con el riesgo que eso conlleva si hubiera problemas de incendio. Últimamente empezamos a tener caídas de cielorraso. Esto se fue agravando, de manera que empezamos a atender en la calle. Hoy se puede ver a los enfermeros y enfermeras vacunando, a los psicólogos atendiendo en la calle, porque no podemos estar encerrados en un edificio que no tiene ventilación. Si bien hay una empresa de mantenimiento, por más que arregla los techos, se vuelven a romper.  —¿Ante quiénes han hecho los reclamos y cuál ha sido la respuesta? —La empresa de mantenimiento responde. Nosotros somos un CeSAC que está muy instalado en el barrio, y la gente no hace más que agradecer. Hemos sido amigables con la población del barrio, mucha de ella migrante, y eso el Ministerio de Salud también lo sabe. Somos un ente estatal que hemos atravesado todas las gestiones y jamás hemos cerrado las puertas, tal es así que hemos salido a la calle. El edificio ya no requiere remodelaciones, no resiste. Lo que necesitamos es un edificio nuevo. Después de aquella promesa de hace cuatro años recién ahora están evaluando el edificio y ojalá que el edificio del exPadelai sea para el CeSAC N° 15 porque la población se merece una mejor atención. Hay que poner gente a reciclarlo, allí sí tendríamos un lugar como corresponde y todo el equipo tendría donde atender a la gente, con jardines, sin escaleras, con ventanas y ventilación. —¿Cómo han hecho más visible el reclamo? —Hicimos protestas en la calle, en las puertas del CeSAC. Además  están cambiando los adoquines de la calle Humberto Primo y eso debe ser lo que produjo, por el movimiento de vibración de los taladros que utilizan, la caída de los techos. Estamos peor. Hubo médicos que en protesta se pusieron cascos. Creemos que el cambio de adoquines es una obra innecesaria.

Dan testimonios Roberto Tedoldi y Sergio Alberto Maly.

Se tratará el pedido de la defensa de Horacio Alberto Conditi de apartarlo del juicio por razones de salud.

Lautaro Raso, de 26 años, se encuentra viajando por ese país. Trabaja en los semáforos mostrando su arte. Se comunicó por última vez con su familia el 1 de febrero y las personas con las que vivía en el barrio Agua Verde de Curitiba dijeron que salió a trabajar y no volvió. Es colaborador de La Retaguardia. (Por La Retaguardia) Lautaro Raso viaja hace varios años y siempre avisa cuando se mueve a otra ciudad. No se sabe nada de él desde el 1 de febrero. En Brasil iniciaron su búsqueda, mientras que la familia, desde Argentina, comparte publicaciones en redes sociales todos los días para localizarlo. Lautaro tiene 26 años, es delgado, tiene pelo castaño y en general barba. Mide 1,70 y en su brazo izquierdo tiene un tatuaje de una palmera. Es colaborador y amigo de La Retaguardia. Una de sus ilustraciones lleva a nuestra app en este mismo portal. Su hermana está en contacto con el Consulado argentino en esa ciudad, pero no hay rastros que permitan suponer que ha sucedido.  Reproducimos el comunicado de su familia:  Buscamos a Lautaro Raso.  Es Argentino y está viviendo en Curitiba (Brasil). Viaja hace unos años y siempre se comunica y avisa si se mueve de lugar.  Argentino Hombre de 26 años, delgado y de pelo lacio castaño. Es posible que tenga barba. Mide aprox. 1,70 En el brazo izquierdo tiene un tatuaje de una palmera.  No tenemos noticias de él desde el 1 de febrero. Nos comunicamos con amigos que estaban parando con él y dijeron que salió a trabajar y no volvió a la casa. Estaba viviendo en el barrio Agua verde en Curitiba.  Trabajaba siempre en el semáforo de R.Beg. Franco compadre Agostinao en el barrio Merce, Curitiba. Teléfono de contacto: +549 1164234643 Si alguien lo vio o sabe algo por favor comunicarse a ese teléfono. O díganle que se comunique con la familia. ¡Agradecemos si comparten! Ver esta publicación en Instagram Una publicación compartida de Astral aka PaloSanta 🎤 (@palo._.santa)

Con un relato estremecedor, el periodista abrió la ronda de testimoniales en el juicio RIM 6. Allí se investiga el secuestro y desaparición de su madre, Rocío Ángela Martínez Borbolla. Camilo tenía 4 años cuando presenció el hecho junto a su hermana de 9, la también periodista Bárbara García. (Por La Retaguardia) ✍️ Redacción: Fernando Tebele 💻 Edición: Diana Zermoglio/Lucrecia Raimondi 📷 Foto de portada: La Retaguardia —Camilo Martín García es mi nombre. —¿Su edad señor? —pregunta Javier Feliciano Ríos, presidente del TOF N°2 de CABA. —50 años. Está sentado con la espalda bien recostada sobre la silla. Los dedos apenas apoyados sobre la mesa como si se tratara de un piano. Tiene una remera desde la que asoma la imagen de su mamá, Rocío Ángela Martínez Borbolla. Cuando la secuestraron, él y su hermana fueron testigos. Hoy también, esta vez por elección. Camilo va a contar sus recuerdos de aquella madrugada que cambió su vida para siempre, la del 14 de junio de 1976. “Yo tenía menos de 5 años… 4 años y ocho o nueve meses. Era de noche, entre domingo y lunes. Recuerdo esta circunstancia porque teníamos habitualmente bastante regularidad en cuanto a qué se hacía cada día y veníamos de un fin de semana. Iba a empezar la semana. En un horario que no puedo consignar con precisión, pero era indudablemente en el medio de la noche, estábamos durmiendo. Serían las tres, cuatro o cinco de la mañana, como mucho. Siento que empiezan a tocar el timbre. Y se escuchaban golpes de puerta, gritos…”. Camilo reconstruye los peores recuerdos: —¿Quién es? —oyó a su madre preguntar a través del portero eléctrico. —Policía militar.  —Es la Policía Militar, es la Policía Militar —se desesperó Rocío.  Aclara Camilo que algunas cosas las recuerda puntualmente y otras las fueron charlando con su hermana Bárbara, en un intercambio de imágenes que les acercara un poco más a la verdad. ¿Qué otra cosa podría buscar un familiar en esta circunstancia más que saber la verdad? “En ese momento no tomamos contacto con mi madre. Ella estaba con su compañero. Mi hermana dice que me hacía como el dormido y que ella me tiraba del pelo para que me levantara porque me quería sacar por una ventana. Y yo en realidad no estaba dormido, sino que estaba totalmente consciente de lo que estaba pasando. Pero en ese primer momento me había quedado muy asustado y me pareció que me tenía que quedar paralizado. O sea, como que no quería hacer nada porque me daba mucho miedo lo que estaba viviendo. Sobre todo porque vi todo el alboroto que se generó en mi casa  —describe—. Nosotros vivíamos en un departamento de planta baja, en Envíon (en Haedo, en las afueras de la CABA). En ese momento era como un barrio de casas obreras, sencillo pero digno. Lo que recuerdo es que empezó a entrar un montón de gente”, dice con tono pausado pero muy seguro. Abrigados y armados Camilo es muy detallista en su relato. Y continúa con la descripción de lo que vio: “Entiendo que eran soldados. Porque estaban todos armados, vestidos con camperas oscuras y gorros de lana. Así como bien abrigados, pero bien armados también. Y entraban al cuarto de a tres, cuatro, cinco. Nos miraban a nosotros, de alguna forma se presentaban”. No olvida el detalle que se hablaran entre sí seguramente a través de apodos: “Nombres aleatorios que no podría recordar en este momento, pero me llamaba mucho la atención cómo se presentaban. Somos tal y tal”. —Ustedes quédense tranquilos que no les va a pasar nada —recuerda Camilo que les decían a él y a su hermana. Pero ese llamado a la calma lo desatendió con rapidez cuando escuchó los gritos de su madre: “Logré escuchar algún forcejeo, algún grito de mi madre y su compañero (Pedro Martucci) con esta gente que entró. Como que la llevaron violentamente y rápido fuera de la casa”. Hace extensos silencios. Piensa cada palabra. Le duele cada palabra.  Las sábanas y los fantasmas Camilo reconstruye una conversación con una persona a la que señala como el jefe del operativo. —Ahora tenemos que hacer algo que ustedes no pueden ver —recuerda la voz de la persona a cargo— ¿Y qué hacemos con ustedes dos? ¿Los matamos o no los matamos? —Si tienen que hacer algo, nosotros nos tapamos con una sábana y no miramos —alcanzó a responder Camilo. —¿Cómo que ustedes se tapan? —le dijo el militar, descolocado—. No espíen, porque si ven, los vamos a matar. A pesar de la advertencia “que me dio mucho miedo, ahí sentí que estábamos realmente en peligro”, comenzó a espiar y los registró de espaldas, sacando cosas del ropero. Bárbara permanecía tapada. Luego de ese momento, el niño sintió cierto alivio: “como que el momento amenazante ya había transcurrido y nos habíamos portado bien, para decirlo de alguna forma”. Luego los sacaron de la casa y los dejaron en la de unos vecinos, en una planta baja. Varios años después, cuando Camilo trabajaba en la TV Pública, se le acercó una persona: —Hola. ¿Sabés quién soy? —No, no sé. —Te quedaste en mi casa el día que se llevaron a tu mamá…   “Eso me dio mucha emoción”, asegura ahora, también algo emocionado mientras lo relata. Cuenta que se entristeció a la vez, porque el vecino le confesó que no fue que hayan querido ayudarles, sino que al tiempo que observaba el operativo, se le cayó un escobillón al piso, lo escucharon, le golpearon la puerta y cómo no sabían qué hacer con el niño y la niña, se los dejaron. Durmieron allí hasta que al día siguiente lo fueron a buscar. “Diría que fue mi abuelo, que tenía auto. Entramos a mi casa, nos preparamos un bolso, una valija y nos fuimos. Bueno, esta persona que me vino a ver a la Televisión Pública me contó que, tres o cuatro días después de que pasó esto, la casa quedó abierta. Dice que volvieron unos soldados y

Alegatos de las defensas.

Se realizó ayer una concentración en la Embajada de Paraguay para pedir la libertad de Laura Villalba, presa hace un más de un año. Hoy se define su acusación sobre terrorismo. María Carmen y Lilian, hija y sobrina de Villalba, ambas de 11 años, fueron detenidas, torturadas y fusiladas el 2 de septiembre de 2020 por las Fuerzas de Tareas Conjuntas de Paraguay. Su otra sobrina Carmen Oviedo Villalba, Lichita (15), está desaparecida forzadamente desde el 30 de noviembre de 2020. Laura es hermana de Carmen Villalba, quien era integrante del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP) y sigue presa aunque haya cumplido su pena de 18 años de prisión el pasado 4 de julio. Cuando Laura fue detenida, viajaba con las niñas desde Misiones hacia Paraguay a conocer a los padres de dos de ellas, quienes son militantes del EPP. Compartimos un fotoinforme de la jornada. (Por La Retaguardia) 📷 Fotoinforme: Agustina Sandoval Lerner