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Desaparecidos La Tablada

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Hace un mes comenzó el juicio por el asesinato y desaparición de José Díaz en el marco del copamiento del cuartel de La Tablada. Una búsqueda de justicia que lleva 30 años y que en estos 30 días ha aportado pruebas no solo de la responsabilidad del General Arrillaga, el único imputado en esta causa, también la de otros militares que participaron del operativo; y, sobre todo, el encubrimiento judicial que tiene al exjuez Gerardo Larrambebere a la cabeza de la garantía de impunidad.En la octava audiencia declararon dos testigos: Omar Ricardo Medina, exconscripto, y Joaquín Ramos, militante del Movimiento Todos por la Patria (MTP). El testimonio más fuerte sin dudas fue el de Ramos, cuyo relato provocó el llanto de gran parte del público: compañeras, compañeros, hijos e hijas de desaparecidos, y de las más fuerte portadora de la sonrisa como bandera, Nora Cortiñas, presente en la sala.Con 19 años, Joaquín fue uno de los 46 militantes del MTP que entraron al Regimiento de La Tablada el 23 de enero de 1989. Ratificó lo que testimoniaron sus compañeros en las audiencias anteriores: lo que los militares relatan como la “recuperación del cuartel” fue un intento de aniquilamiento. “Teníamos en claro que si no nos íbamos antes de las 9 de la mañana del cuartel, la operación había fracasado, entonces ya la cuestión era sobrevivir. Fue un show del horror que se podría haber evitado”, relató Ramos, a quién le pegaron cuatro tiros a las pocas horas de haber ingresado, “tres en el hombro, y uno me entró por la ingle y me salió por la nalga, no sé cómo corrí hasta el Casino de Suboficiales. Estabamos buscando la manera de salir, moviéndonos de habitación en habitación. El 24, decidimos salir por la Plaza de Armas: ‘Si nos van a matar, por lo menos que los periodistas nos vean’. Yo pensé que nos mataban a todos”. Ramos continuó relatando lo que los anteriores testigos dieron a conocer al Tribunal: las torturas posteriores a la rendición, aquello que la defensa intenta sistemáticamente frenar, alegando un “exceso en el objeto procesal” y solicita, como lo hizo en otras audiencias, que el testigo se detenga, para impedir el relato de las torturas.  Joaquín sigue: “Mi máxima preocupación era saber quiénes estaban ahí, si estaba mi hermano, venían, me pegaban a ver si estaba muerto o vivo. A las chicas y a (Sergio) Paz les pegaron un montón”. Ramos estaba cerca de la puerta de la habitación, y sentía a los que sacaban y entraban porque los militares los hacían pasar por encima de él, pisándolo “En un momento escucho a Carlos Samojedni que dice ‘No me peguen, estamos en democracia’, esa fue la última vez que lo escuchamos con vida”. Joaquín rompió en llanto, Norita y quienes están detrás suyo, también. “Los militares se llevan a Pancho, que me pasa por encima, y lo sacan de la habitación, y lo escucho a Pancho, escuchaba como lo torturaban”.Ramos, además de llevar la angustia de tantos años sin justicia por sus compañeras y compañeros de militancia fusilados y desaparecidos, lleva el dolor de su hermano, Pablo Martín Ramos, que también participó en el copamiento de La Tablada. Cree que fue fusilado tras haberse rendido: “Cuando fui a declarar le pregunté al Juez Larrambebere por mi hermano, y me dijeron que estaba en la lista de los muertos”. A los días, Joaquín reconoció a su hermano en una foto publicada en Diario Popular. “Hicimos una causa que nunca avanzó”. Pablo Ramos aparece entre los muertos con ocho tiros, uno en la cabeza y a corta distancia, según la autopsia. Tanto Pablo Ramos como el resto de los que se rindieron el 23 de enero están muertos, relfexionó Joaquín: “¿Cómo puede ser que no haya ningún detenido del primer día?”. Otro de ellos es Ricardo Veiga, a quien sus compañeros reconocieron en los archivos de fotos y videos en los que se lo ve salir por la ventana de la Guardia de Prevención junto a José Díaz e Ivan Ruiz, dos de los desaparecidos.Cuando el tribunal lo despidió y dio por concluido su testimonio, Ramos se acercó al micrófono: “Lo único que quería decir es que por el tema de mi hermano nos ha quedado una angustia muy grande, a mí y a mi familia, porque no sabemos qué pasó. Por lo menos pudimos enterrarlo, pero a las cuatro familias (Díaz, Ruiz, Samojedny y Provenzano) no les han entregado del cuerpo, y eso es de una crueldad inmensa”, finalizó mirando a Arrillaga. Daniel, el hijo de José Díaz, y Norita seguían llorando. Joaquín salió aplaudido de la sala, como todos los militantes.  *Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com

Otra jornada cargada de intensidad se vivió este miércoles en el primer juicio por los desaparecidos de La Tablada. Con tres testimonios coincidentes, Miguel Aguirre, Sergio Paz y Claudio Rodríguez, militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP), relataron las torturas a las que fueron sometidos en diferentes instancias, tanto en el Regimiento tras la rendición, como después en Coordinación Federal y en el Palacio de Tribunales. Sergio Paz denunció, por primera vez ante la justicia, haber sido víctima de delitos sexuales. El abogado del genocida Arrillaga pidió que se llamara a declarar al exjuez Gerardo Larrambebere, pero el tribunal lo rechazó. Foto: Sergio Paz aportó detalles escalofriantes acerca de las torturas tras la rendición. (Foto: El Diario del Juicio)“En el juicio oral yo traté de referir lo que había pasado y la actitud del tribunal fue muy contundente: me dijeron que no era parte de la causa de ese juicio. Para mí esto es muy importante, porque es la primera vez que nos permiten traer la voz de los compañeros que no están. Es la primera vez que tenemos esta oportunidad”.Sergio Manuel Paz rompió en llanto. Su angustia está por cumplir 30 años. Levantó la cabeza mirando al techo y respiró profundo cuatro veces. Tomó agua. Hernán Silva, el abogado defensor del genocida imputado lo estaba interrogando. —¿Necesita asistencia psicológica? —preguntó Silva, en alusión a las profesionales del Centro Ulloa que estaban en la sala.—No, no —respondió Paz, primero moviendo ampulosamente el índice de su mano derecha con el agua sin tragar, luego con su voz todavía tomada por la congoja. Paz acababa de contar algo que nunca había confiado ante la justicia. Aun cuando intentó de manera infructuosa denunciar las torturas en varias oportunidades, como cada uno de sus compañeros, él nunca había relatado la violación.“Nos llevan al lugar donde estaban todos. Ahí uno empieza a escuchar voces de compañeros que no estaban antes. Escucho a Felicetti, a Beto Díaz, a Claudia Acosta. Ahí empieza, una nueva etapa. Algo cambia. No se termina con la violencia. Se escuchaban voces de compañeros quejándose de los golpes. Nos dieron golpes de todo tipo. Entre tres o cuatro me pegaban con zapatos duros en la cabeza, supongo que serían borceguíes. Sentía que se me hinchaba la cabeza. Perdí la noción del tiempo. Para mí fue eterno ese momento. Entremedio pasaron cosas jodidas. Dije algo que no les gustó y la respuesta fue tremenda. Uno me pisó y otro me violó con su fusil. Me dijo que lo iba a hacer, y me introdujo el fusil en el ano. ‘Y ahora nos vas a conocer’. Eran golpes, puteadas, ‘Yo soy Dios’, ‘Señor juez’, ‘Señor presidente’… Hasta llegué a pensar que un juez y un presidente ahí eran una puesta en escena”. El relato de Paz fue seguramente el más duro de la séptima jornada del juicio. En las causas por crímenes de lesa humanidad durante el Terrorismo de Estado, y seguramente por el mismo impulso de empoderamiento feminista que puede notarse transversalmente en casi todos los espacios sociales, fueron las mujeres quienes denunciaron los delitos sexuales. Incluso varias se animaron a problematizarlo específicamente en libros (Pilar Calveiro, Miriam Lewin, Olga Wornat, entre otras). Los varones no. Salvo unas pocas excepciones, callaron ese tipo de vejámenes que también sufrieron. Sentían que se ponía en juego su masculinidad, cuando en realidad quizá se trataba de herir la subjetividad desde el lugar de machismo feroz del genocidio: torturadores siempre varones que violaban a las mujeres para someterlas y como mensaje para sus compañeros; pero también torturaban sexualmente a los varones, desde ese mismo lugar de macho recalcitrante. Por eso tiene tanto valor el testimonio de Paz. Luego del momento de mayor descarga emocional, se recuperó rápidamente para continuar respondiendo todo tipo de preguntas.—Cuándo está encapuchado, ¿le preguntan por la quinta de Morón? —quiso saber el juez Rodriguez Eggers.—No, no recuerdo, puede ser que me lo hayan preguntado, pero no recuerdo. Me preguntaron un montón de cosas. Me preguntaron por Nosiglia.—¿Por quién le preguntaban? Dio un nombre recién, dijo que le preguntaban por Nosiglia, ¿por qué le preguntaban por Nosiglia? —creyó ver un resquicio por donde meterse el defensor, intentando agrandar el mito de los supuestos contactos del MTP con el operador radical.—Le recuerdo que yo estaba atado y encapuchado. El que hacía las preguntas estaba parado y era el que me pegaba a mí. Deberíamos traerlo y preguntarle: “¿Por qué le preguntaron a Paz por Nosiglia?”, porque estaría bueno reconocerlo, ¿no? —respondió con seguridad el testigo.Más tarde reconoció a Díaz y a Ruiz en las fotos de Eduardo Longoni. “¡Qué buena foto!”, exclamó con naturalidad cuando vio la número tres de la secuencia magistral de ocho imágenes en la que se ve a José Díaz e Iván Ruiz con vida, antes de que, según denunció el testigo Almada, los subieran a un Ford Falcon blanco para sacarlos del Regimiento, asesinarlos y desaparecerlos. También reconoció a los dos desaparecidos, pero ya no en la foto, sino recordando los momentos previos a la toma. “La noche anterior Díaz y Ruiz, que tenían experiencia en Nicaragua y contra la dictadura, nos hablaron mucho a los que no teníamos experiencia de combate. Eso fue muy importante para nosotros”. Sergio Paz luego de su duro testimonio (Foto: El Diario del Juicio) Antes, en el primer turno, había declarado Miguel Ángel Aguirre. Con mucha tranquilidad entregó un detallado informe acerca de todo lo ocurrido en las jornadas del 23 y 24 de enero de 1989. Desde la convocatoria por parte de la conducción del MTP, hasta los motivos de la movida político—militar: “nos convocaron para oponernos a la sublevación militar”; pasando por el ingreso al cuartel: “la tarea de mi grupo era ocupar el Casino de Suboficiales. Fuimos en un Renault 12 que conducía Claudia Lareu”; también se refirió al bombardeo desmedido que sufrieron en el Casino de Oficiales, en el que estaban mezclados con los soldados, que primero fueron prisioneros y luego, con los militantes del MTP, se volvieron

Nora Cortiñas asistió al comienzo de la tercera semana del juicio por los desaparecidos de La Tablada. Durante la audiencia nos dejó la frase del título, en medio de los testimonios de tres exmilitares que estuvieron en el lugar como médicos. También declaró el fotógrafo Eduardo Longoni. Una secuencia de ocho fotos suyas son esenciales en el juicio. Foto: Nora Cortiñas y Daniel, el hijo de José Díaz (El Diario del Juicio)Este juicio es histórico por al menos un par de razones. La primera es fácil de ubicar: ya son dos los exmilitares que rompieron el pacto de silencio que impidió durante tanto tiempo conocer la verdad acerca de José Díaz, Iván Ruiz, Francisco Provenzano y Carlos Samojedny, los cuatro militantes del Movimiento Todos por la Patria (MTP) que fueron desaparecidos tras haberse rendido.La segunda razón es por lo menos paradojal. El expediente de la instrucción realizado en los años 1989 y 1990 en el Juzgado a cargo de Gerardo Larrambebere, se revela ahora, como mínimo, desprolijo. A la vez, como está basado solo en testimonios de los militares que participaron de la represión, obliga a que sean llamados a declarar en este nuevo juicio, el primero que intenta determinar qué pasó con los cuatro desaparecidos, aunque tome solo el caso de José Díaz. En estas audiencias se ha podido ver que José Almada y César Ariel Quiroga entregaron aportes que rompieron con el pacto de silencio institucional, tan tradicional por cierto. Del resto de los que han tenido que declarar en estas semanas, los colimbas se mostraron más bien con tendencia al olvido. Pero los suboficiales y oficiales que sostenían la teoría oficial de que no hubo ni torturas ni desapariciones, suelen entrar en contradicciones incómodas. Aquel expediente criticado se convierte entonces, e involuntariamente, en la clave para conocer la verdad.En la sexta audiencia, que inició la tercer semana de juicio, el enfermero militar Alfredo Benitez  fue  el personaje más particular de la audiencia, no sólo por el contenido de su declaración, sino por el tono hasta jocoso con el que relató las circunstancias que vivió y por el saludo final con el General Arrillaga, con quien se dio un fuerte apretón de manos con sonrisas incluidas. Al inicio de la audiencia, cuando el Tribunal le hizo la pregunta de rutina en torno a si había algún motivo que le impidiera manifestarse con la verdad, alguna enemistad o amistad con el acusado, Benitez respondió: “No. Es mi superior, siempre lo fue, y lo respeto por eso”. -¿Recuerda a un señor Esquivel? -le preguntaron alternativamente todas las partes, en referencia al sargento ayudante al que sindican como parte esencial de la supuesta huída de Díaz y Ruiz.-No -repitió Benítez en todos los casos. Nuevamente, otra declaración de un ex militar hace temblar la versión oficial que durante 30 años intentó argumentar que Ruiz y Díaz, en realidad, se habían escapado, después de matar al sargento ayudante Esquivel. Pero todo indica que Esquivel cayó durante el combate. Así lo afirma José Almada, como testigo ocular, y el resto de los militares que, si bien no se desdijeron, plagaron su declaración con diferentes contradicciones.. La fiscalìa y la querella señalaron la contradicciòn con la declaraciòn del 30 de agosto de 1989, ante Larrambebere y uno de sus secretarios, Mariano Varela. Allí Benitez dijo que había visto a Esquivel vivo por la mañana y ya muerto por la tarde. El presidente del tribunal, Matías Mancini, le releyó la declaración y Benitez respondió: “Yo creo que ahí está más redondo el tema”.-Entonces… -esperó el fiscal Cearras una ampliación de la respuesta.-Yo no lo vi nunca.-Aca dice que usted lo vio.-¿Yo? Yo no lo vi nunca, no lo conocía a Esquivel.-¿En Morón le dieron a leer lo que usted declaró? -preguntó la querella, siempre atenta a ver si aparece algún otro Quiroga.-No. “Acá se ve de todo”, nos dijo al oído en ese momento Nora Cortiñas, que se contrarió cuando Benítez habló de terroristas, refiriéndose a los militantes del MTP; también largó una sonrisa irónica y sonora cuando el testigo saludó afectuosamente a su superior Arrillaga antes de irse. Como muestra de que tiene razón y que en este juicio se ve de todo, mientras se retiraba para un cuarto intermedio, Cortiñas recibió el afecto de un muchacho que le abrazó la mano con la suyas: “Quería saludarla señora”, le dijo. Nada que no le ocurra a cada paso a Norita; lo extraño fue que el cariñoo viniera de uno de los oficiales de la policía que custodian la sala.Luego declaró el fotógrafo Eduardo Longoni, pero esa es otra historia que merece ser contada con dedicación en otro informe.Quedan al menos cinco audiencias testimoniales. Si se mantiene la constante de las contradicciones militares, la querella tendría elementos suficientes para solicitar la condena del General Alfredo Arrillaga. Por lo que puede verse en el debate, aparece como probable que la fiscalía acompañe un pedido de condena. En ese caso, quedaría desarmado el relato oficial que garantizó durante 30 años que los máximos responsables de esta masacre no hayan sido condenados, después de aquel trabajo de instrucción del juez Gerardo Larrambebere y sus secretarios, entre ellos Alberto Nisman, con la participación del Fiscal Raúl Pleé. Ese mismo expediente, hoy parecería convertirse en el camino a la verdad, contradicciones mediante. *Este diario del juicio por los desaparecidos de La Tablada es una herramienta llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva y Agencia Paco Urondo, con la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en http://desaparecidosdelatablada.blogspot.com

Eso le dijo el juez federal Gerardo Larrambebere a un carcelero en referencia a Luis Alberto Díaz, militante del Movimiento Todos por la Patria (MTP), cuando éste intentó denunciar las torturas que sufrieron los y las sobrevivientes del copamiento al Regimiento de La Tablada, el 23 y 24 de enero de 1989. Díaz lo denunció en una de las jornadas del juicio histórico por los desaparecidos de La Tablada. La semana pasada declaró también Carlos Ernesto Motto, y coincidió en el relato de las torturas. Ambos  sobrevivientes dieron testimonio con el Gral. Arrillaga, jefe de aquel operativo represivo, sentado en el banquillo de los acusados. Allí volvieron a denunciar, después de 30 años, las torturas infligidas por los militares luego de la rendición. Los dos exigieron saber qué pasó con sus cuatro compañeros desaparecidos, y denunciaron ejecuciones sumarias. Foto: Luis Alberto Díaz, Beto, luego de su declaración del viernes pasado (Captura de pantalla del video de El Diario del Juicio) Carlos Motto y Luis Díaz relataron todo lo que vivieron el 23 y 24 de enero de 1989, con el detalle de aquello que no se olvida, de quien no tiene nada que ocultar: la entrada al cuartel, los tiroteos, los compañeros y compañeras que caen fusiladas, el incendio de la Guardia de Prevención, las discusiones de una nueva estrategia frente a la falla del plan original, la voz del militar al mando del operativo que intima a la rendición a través del megáfono, la rendición ante la falta de alternativas, y las torturas de ese día y de los primeros días de detención, en los que no tuvieron ningún tipo de garantías.“Cuando bajamos nos hacen arrodillar y nos llevan a patadas a una arboleda. A partir de ahí nos quedamos indefensos”, relató Díaz. Como Motto y Roberto Felicetti, hasta ahora los tres militantes que declararon, coincidieron en la insistencia por identificar a Francisco Provenzano; y en que tanto a él como a Carlos Samojedny los separaron tras la identificación y nunca más volvieron a verlos. “La misma persona que había hablado por el megáfono entra a la habitación y dice ‘Yo soy Dios, yo decido quién vive y quién muere’”, relató Luis Díaz. Al igual que Díaz, Motto declaró el día anterior haber reconocido a Arrillaga  como la voz de mando del operativo, el “Dios” que decidía quién vivía y quién moría, aunque no sabían su nombre. Le pusieron nombre, apellido y rostro poco tiempo después, en el primer juicio donde quienes sobrevivieron a las torturas y fusilamientos fueron imputados, conenados y encarcelados por el copamiento del Regimiento. Pasaron 14 años presos.Díaz relató cronológica y detalladamente las torturas que él y sus compañeros sufrieron a partir del momento de la rendición: “Cada vez que esta persona (el General Arrillaga) entraba y salía de la habitación, decía ‘Entra Dios, sale Dios’, y llegaban los golpes y la tortura”. Al igual que Motto, ambos remarcaron el ensañamiento de los militares con las mujeres: “les metían los fusiles en las partes íntimas, las golpeaban, les decían que les iban a romper un dedo por cada militar muerto. En un momento escucho que Berta (Calvo) estaba muy mal y uno dice ‘Esta se nos va’, y alguien le dice ‘Ponele la bolsita’”, contó. Calvo figuró en la lista de personas muertas, como si hubiera caído en el combate.  “A mí me preguntaron si tenía alguna herida, y me tiraron un frasco de alcohol en la cabeza”, detalló y siguió con su descarnado relato citando a Arrillaga, aunque sin nombrarlo: “Salen los médicos, entra Dios y sigue la seguidilla de golpizas, hasta que hay un silencio”. Como todos sus compañeros, recordó los ingresos del presidente Raúl Alfonsín y el juez de Morón, Gerardo Larrambebere. “En un momento cesan los golpes, me llevan a mí, me hacen ir hasta un lugar donde me dicen ‘Saltá que está la pileta’, yo salto, era un escalón. Nos llevan a unos camiones, yo pensé que nos mataban, y nos trasladan al departamento de la Policía Federal, allí nos meten en los calabozos y comienza otra serie de interrogatorios, siempre todo con golpes y encapuchados, hasta que llega el SAME, uno que estaba con una médica me quiso anestesiar la cabeza, la mujer le dice ‘¿Estás loco? eso no se puede hacer’, y él le responde ‘Pero si a estos hay que matarlos a todos’. Me ponen un vendaje y me llevaron al calabozo. De ahí me llevan al despacho del juez federal, en ese momento era Larrambebere, el juez me hace pasar, me lee la pena que me correspondería, dependiendo de lo que yo declarase, le dije que me dolía mucho el costado, no podía respirar, y él le dice al penitenciario ‘Sacame a esta basura de acá’, y me vuelven al calabozo, me llevan junto con mis compañeros, levantan la comunicación, y ahí nos enteramos de que faltaban Provenzano, Samojedny, Díaz y Ruiz. Nos costó reconocernos porque estábamos violetas de los golpes. De ahí fuimos a Devoto y ahí empezamos a reconstruir en qué circunstancia desaparecieron a los compañeros”.Cerca del final de su contundente declaración, Díaz pidió permiso para contar una anécdota del juicio en el que fueron condenados. La ocasión era especial, porque declaraba como testigo el hoy imputado General Alfredo Arrillaga: “Cuando se presenta Arrillaga reconozco su voz y el grado que tenía, el apellido, uno de los jueces le pregunta si él conocia a alguno de los que estaba en la sala, y el dijo que sí, y señaló a uno de los abogados, Eduardo Salerno. El abogado le preguntó si él lo había torturado en La Noche de las Corbatas. El tribunal, en vez de asistir al letrado, lo amenazó con multarlo económicamente si no desistía en su desacato. El colectivo de abogados, en solidaridad con Salerno, se levantan y se van. Nos quedamos sin defensa. El juez preguntó si había algún abogado en la sala y alguien desde atrás respondió que sí. Era Romero Victorica (Juan Martín, un exfiscal negacionista). Nosotros

La quinta audiencia en el juicio, realizada este viernes, reveló más contradicciones en la vapuleada historia oficial. Otro exmilitar se alejó de sus declaraciones de aquel momento. Si bien no ocurrió lo mismo que con César Ariel Quiroga, que directamente denunció la falsedad de su declaración de 1990, esta vez Orlando Enrique Carbel olvidó no sólo momentos clave de aquellas comparecencias, sino que directamente dijo que había declarado una sola vez y en un juicio oral y público, cuando en realidad lo hizo otras en otras dos ocasiones. Su testimonio contrastó con la tranquilidad de Luis Alberto Díaz, otro de los sobrevivientes, que cerró la jornada. Foto: Alfredo Arrillaga junto al defensor oficial Hernán Silva (El Diario del Juicio) El juicio por los desaparecidos de La Tablada recién empieza. Van cinco audiencias y faltan al menos el doble. Cada día se repite una constante: la mala memoria de los militares en sus declaraciones testimoniales y las contradicciones que exhiben en relación a las que hicieron en la instrucción de la causa. En esta quinta audiencia declararon solo dos testigos: Orlando Enrique Carbel, militar retirado hace dos años, que estuvo en el área sanitaria; y Luis Alberto Díaz, exintegrante del Movimiento Todos por la Patria (MTP). A diferencia de la claridad de Díaz en su relato y la coherencia con los testimonios de Roberto Felicetti y Carlos Motta (militantes del MTP que declararon en audiencias anteriores), Carbel pasó alrededor de una hora y media tropezando con su propio relato y recordando súbitamente lo que la fiscalía y el tribunal le señalaron de su declaración anterior. —No recuerda haber declarado en otra instancia sin público? —le señaló a Carbel la querella a cargo de Ernesto Lombardi.—Jamás, nunca.—¿Nunca se trasladó a Morón a declarar?—Que recuerde, no. Orlando Enrique Carbel, un militar destinado al Hospital Maldonado, que en aquel momento funcionaba en el Regimiento de Infantería 1 Patricios, fue y vino  entre notorias contradicciones con las dos declaraciones que dio en instrucción: una, el 5 de mayo de 1989 ante el fiscal de San Martín, Raúl Pleé; la otra, que fue el 30 de agosto de 1989, lleva la firma del juez de Morón, Gerardo Larrambebere, y de uno de sus secretarios, que esta vez no fue Alberto Nisman sino Mariano Varela.El diálogo citado, que refiere a hechos ocurridos 30 años atrás, podría ser normal por el efecto del paso del tiempo, aunque no deja de ser extraño que alguien poco habituado a declaraciones judiciales olvide dos de tres. Es que después de la declaración que brindó el 14 de diciembre el exmilitar César Ariel Quiroga, que admitió haber firmado una declaración con la descripción de hechos que no presenció, nada es igual, todo toma otra dimensión. Debe leerse en el marco del encubrimiento judicial de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la represión que comandó el General Alfredo Arrillaga, el único imputado en este juicio que intenta determinar cómo fue asesinado (y desaparecido) José Díaz.Durante años la historia oficial militar y judicial sostuvo que Ruiz y Díaz fueron detenidos al salir por la ventana de la Guardia de Prevención incendiada por el ataque militar. Que el oficial Naselli se los entregó a Stegman para que los lleve al puesto de comando. Hasta allí, todo constatado por videos y fotos que se ven en todas las audiencias de este juicio. Entonces se acaban las constataciones audiovisuales y el relato sigue solo con el aporte de los militares. Después, siempre según las versión oficial, Varando se los entregó al ambulanciero Quiroga para que los recibiera el Sargento Esquivel, que aparece muerto, y su caída atribuida a Ruiz y Díaz que se dan a la fuga. A Esquivel lo ven muerto el Mayor Garutti junto al testigo de hoy, Carbel.Todo este relato queda interrumpido por la aparición del exmilitar José Almada, que asegura que vio a Ruiz y Díaz con signos de torturas y que se los llevaron fuera del cuartel en un Ford Falcon blanco.  También el ambulanciero Quiroga ya desestimó su rol cuando dijo que no tuvo contacto con “subversivos”. Y Almada agregó que vio caer a Esquivel en combate, delante suyo.De los dos militares que podían dar cuenta de haber levantado el cuerpo de Esquivel, uno de ellos, Garutti, murió en 1995, por lo que queda eximido de contradicciones. Carbel, en cambio, hoy sudó de más ante cada pregunta. —¿Asistió a alguna persona que estuviera muerta? —quiso corroborar Lombardi.—No.—¿A cuántos militares socorrió?—Dos, Orué y Rolón, y algún herido individual, con heridas menores, fueron varios. —respondió el testigo.—¿Y con Garutti socorrió a alguien? —le preguntaron.—Con Garutti sólo a Rolón.—¿Sabe quien es Esquivel?—No recuerdo.—¿Recuerda haber ido a ver algún herido con un tiro en la oreja? —le consultó el fiscal Cearras.—Recuerdo a Orué, yo lo tomo de los brazos, vi que tenía una herida en la nuca, ese es el único que yo recuerdo con una herida en la nuca. Ante las evidentes contradicciones, el tribunal le hizo reconocer las firmas de sus declaraciones del año 89, la de Morón y la de San Martín. Carbel aseveró que eran suyas. Ahí la historia del testigo parecía tener dos caminos posibles: o recorría el de Quiroga y decía que le obligaron a firmar algo que no vio, o le pegaba un par de cachetazos a su memoria para no caer en mayores contradicciones.El juez Matías Mancini, presidente del tribunal, le releyó desde el expediente. En su declaración del 5 de mayo de 1989 ante el Fiscal Raúl Pleé, Carbel dijo: “Alrededor de las 17.00 o 18.00 horas del día 23 de enero, es llamado para socorrer a un herido, y junto con el mayor (Garutti) se dirigen con la ambulancia hasta la intersección de las calles internas Curupaytí y French y Berutti, donde dada la intensidad del combate, deciden seguir a pie y a la altura de la Compañía “B” y cercana a la calle Curupayti, encuentran al herido quien se hallaba en el suelo y con un disparo detrás de la oreja

En la cuarta audiencia del juicio que tiene al General Alfredo Arrillaga como único imputado por el asesinato de José Díaz en el marco del copamiento del Regimiento de La Tablada, la declaración testimonial de Carlos Alberto Naselli, militar retirado, vuelve a complicar la versión oficial de la fuga de Díaz e Iván Ruiz, dos de los desaparecidos.Naselli aseguró haber separado a Ruiz y a Díaz tras el señalamiento de un soldado “estos son subversivos, el resto son desertores”. Dijo que estaba muy herido: “en estado casi terminal, uno piensa por qué podía caminar”, y minutos después volvió a la teoría de la fuga y negó haber sido tan tajante con la salud del desaparecido.También declararon otro exmilitar, un colimba y el sobreviviente Carlos Erenesto Motto. Foto: Naselli rescatando a colimbas y a los militantes Ruiz y Díaz del incendio de la guardia.“Después me dí cuenta de que tenía razón”, dijo Carlos Alberto Naselli, uno de los militares que declaró  en la cuarta jornada, acerca de la frase del título, que le pronunció uno de los desaparecidos, Iván Ruiz. No era esperable que se repitiera la escena de la tercera audiencia, diez días atrás, cuando dos exmilitares rompieron el pacto de silencio y resquebrajaron para siempre la ya desde el comienzo poco sólida versión oficial de Ruiz y Díaz en fuga.  Sin embargo, hubo lugar para más sorpresas.Naselli reconstruyó el diálogo con Ruiz, que acababa de escapar de la guardia incendiada por una ventana, junto a José Díaz -el único caso de este juicio- y varios colimbas. El militar ya se había acercado al lugar porque otro de los testigos de hoy, Hugo Daniel Stegman, le indicó que alguien agitaba un trapo blanco. Después de la separación entre colimbas y “subversivos” que realizó gracias al señalamiento de uno de los conscriptos, Naselli le ordenó a Stegman que los llevara hasta el puesto de mando, donde los esperaba el Mayor Jorge Varando, que si estuviera vivo acompañaría a Alfredo Arrillaga como imputado.—Si nos sacan de acá nos matan a todos —aseguró Naselli que le dijo Ivan Ruiz.“Me llamó mucho la atención. Tenía los ojos celestes y era rubio. Tenía una seguridad grande hasta en el tono de su voz. Después, con el tiempo, sabiendo que esta gente había tenido entrenamiento en Nicaragua, me di cuenta de que tuvo una lectura de la situación mucho más clara que yo, que era mi bautismo de fuego”, sostuvo Naselli. Parecía tranquilo, pero estaba por entrar en un par de contradicciones importantes con el relato oficial.—¿Se interiorizó sobre lo que pasó con ellos?  -le consultó Ernesto Lombardi, uno de los abogados de la querella.-No hizo falta. porque al poco tiempo yo vuelvo a mi localidad en la Provincia de Santa Fé y a los 3 o 4 dias me mandan a llamar para que me presente porque tenia que declarar, porque rápidamente me imagino un pedido de informacion de cuales habían sido los hechos, cuales de estas personas estaban fallecidas. Tuve que volver, me fui a mi domicilio y a los 3 o 4 dias tuve que presentarme de nuevo en la escuela de caballeria porque requerian tomarme declaracion.-¿A usted le dijeron que estas personas…?-Yo no recuerdo si a esas personas me las mencionaron como desaparecidos o muertos, no me acuerdo, sinceramente. No recuerdo si fue por la muerte o desaparicion de estas personas. la imagen de Eduardo Longoni retrata el momento en el que el militar Hugo Stegman apunta a José Díaz, desarmado y de rodillas. Stegman dio testimono en la cuarta jornada. Este juicio no cesa de aportar sorpresas. En esta jornada fue con otro militar, que si bien no se desdijo, aportó elementos que no relató en la instrucción inicial realizada en el juzgado del cuestionado juez de Morón Gerardo Larrambebere.  Sobre todo sorprendió que hablara de muertes o desapariciones, cuando sus superiores nunca se movieron de la teoría de la fuga.“Uno estaba con una herida muy grande en la cabeza. Estaba en estado casi terminal”, dijo sobre José Díaz, a quien ningún testigo ha dejado de recordar con una remera blanca cubriendo su cabeza a modo de vendaje precario.—Usted habló con Varando? —consultó el abogado de la querella.—No. Stegman se lo entrega a Varando.—Después de todo esto, ¿habló con Varando? Con respecto a estas dos personas, qué había pasado —insistió.—Sí—¿Adónde las llevó?—Me dice que las sometió a interrogatorio. Yo he hablado con él y estas personas habían sido interrogadas, pero que después él dejó de tomar contacto con estas personas. Pero yo hablé con él posteriormente al combate.—¿Le dijo si lo interrogó él mismo?—Sé que él había participado del interrogatorio, me lo dijo -aportó Naselli, sin poder distinguir, extrañamente, si Varando era un oficial de inteligencia o de alguna otra repartición. Antes había complicado la situación del Coronel Jorge Halperín, que está cada vez más cerca de la imputación en lo que serían nuevos tramos de este juicio. Halperín ya declaró como testigo, pero tan al borde que lo hizo con su abogado al lado a pedido del presidente del tribunal, Matías Mancini. Naselli lo situó dentro del operativo y como segundo de Arrillaga en la línea de mando.El momento de su contradicción más evidente ocurrió mientras se reconocía en los videos y fotos. Lombardi llevó a Naselli nuevamente a la gravedad del estado de José Díaz. Le preguntó cómo creía que podrían haber escapado con Díaz moribundo:—Yo no dije moribundo —corrigió el testigo.—Ah, pensé que había dicho que estaba en estado terminal -recordó Lombardi.—No, yo no dije terminal.Faltó alguien que, como Darín a Serrano en Nueve Reinas, le dijera “sí, pelotudo, dijiste cheque”, Además de Naselli, declararon el colimba Daniel Humberto Valenti, el exmilitar Hugo Daniel Stegman y el sobreviviente Carlos Ernesto Motto.Stegman recordó que cuando Naselli le entregó a Ruiz y Díaz rendidos, quedó con Díaz de rodillas diciéndole: “Por favor, no me mate”, y aseguró haberles respetado sus derechos “porque la Convención de Ginebra así lo dice”, como si el sentido común pudiera admitir que se fusile

El Diario del Juicio accedió a la entrevista que los periodistas Pablo Waisberg y Felipe Celesia le realizaron a Alberto Nisman en 2012. El fiscal muerto participó como secretario del juzgado de Morón del encubrimiento de las violaciones a los derechos humanos durante la recuperación del cuartel de La Tablada, tras la toma del Movimiento Todos por la Patria, ocurrida en enero de 1989. Después de la declaración del ex militar César Ariel Quiroga, varios pasajes del diálogo pueden releerse para dejar al desnudo la verdad sobre las desapariciones de los integrantes del MTP.El juicio continuará mañana desde las 9 en el TOC 4 de San Martín. —¿Qué hiciste en ese caso?—Participé del auto de procesamiento, con varios más. Había varios secretarios, Montenegro también. Se discutían temas, se tiraban ideas y el juez terminaba decidiendo. Después intervine firmando en la causa de Iván Ruiz y José Alejandro Díaz. No recuerdo si tome alguna declaración pero estaba al tanto. Creo que alguna tomé. Me acuerdo que en los medios decían que los habían sacado el día anterior y qué había pasado con ellos. Acordamos con el juez qué era lo que correspondía hacer, era hacer todo el recorrido con las personas que identificaban que sacaban a estos dos tipos, que después no aparecieron, y empezar a preguntar. Por lo que recuerdo terminó en una persona que no recuerdo su nombre…—¿El Mayor Varando?—Puede que sea. Si era ambulanciero sí. No, Varando no fue porque al último que se lo entregan, según las declaraciones de los militares, fue un tipo que murió ¡Ay!, tengo el nombre en la punta de la lengua. Había fallecido en combate. Con lo cual ¿cómo hacíamos para preguntarle? Era un sargento ayudante… Esquivel, creo que era Esquivel. No había alternativa de prosecución de la investigación.  Los que preguntan son Pablo Waisberg y Felipe Celesia. El que responde, mezclando datos, es Alberto Nisman. Es una entrevista más en el intento por redondear la exhaustiva investigación que tomará luego forma de libro: La Tablada, a vencer o morir, que está presentada como prueba en la causa.Más allá del pintoresco personaje al que estaban visitando, los periodistas seguramente no sabrían que esa entrevista podría releerse de otra manera durante el juicio actual, a tal punto de llegar a convertirse en un aporte importante para que la justicia reafirme, al final de este primer juicio, lo que familiares y sobrevivientes siempre sostuvieron: hubo violaciones a los derechos humanos en el operativo del ejército que recuperó el RIM 3 de La Tablada.Del diálogo pueden recortarse algunas relecturas sabrosas, aun en la confusión de Nisman en su relato. En la respuesta citada, el fiscal parece no recordar el nombre de la persona a la que le entregan, según la versión oficial, a Díaz y a Ruiz con vida. Dice no recordarlo, por lo que lo ayudan aportando el nombre de Varando (fallecido hace algunos años). Cuando Nisman responde habla del ambulanciero, que resulta ser el ambulanciero que habló en la tercera jornada del juicio. Es César Ariel Quiroga, que denunció ante el Tribunal Nº4 de San Martín haber firmado una declaración que contenían hechos que no vio. Sin embargo Nisman no lo nombra y se enrosca con sus respuestas olvidadizas, hasta que tira el nombre de Esquivel, el oficial muerto en combate, pero al que la historia oficial intentó hacer aparecer como muerto por Ruiz y Díaz en su inverosímil huída.Nisman mezcla nombres y tareas en su respuesta. Todas las explicaciones siempre condujeron a Esquivel, porque como está muerto no podría contrariar la historia oficial. No nombran nunca a Quiroga. Ni el fiscal muerto; ni Jorge Halperín, el tercero del imputado Arrillaga que ya declaró en el juicio, ni Varando cuando comenzó a ser acusado, nombran a Quiroga. Quizá sea porque Quiroga está vivo. O tal vez porque recuerden lo que pasó mientras le tomaban declaración en el juzgado de Larrambebere, poco después del hecho, y que Quiroga soltó inesperadamente durante su histórica declaración en este juicio. —Yo no dije eso —, cuenta que dijo ante el secretario.—Este es un trámite que hay que hacer por si en algún momento alguien reclama algo. Y hay que hacerlo y firmar, por la institución —, le respondió el oficial auditor, Teniente González Roberts, luego de sacarlo de la sala para justificarle la mentira. El resto es historia más conocida ahora, Quiroga firmó igual, porque apenas tenía 23 años, quería seguir en la fuerza, y no resistió las presiones. Tal vez todos los implicados en aquella declaración que no se ajustaba a la verdad recuerden aquella advertencia en forma de incomodidad explícita de Quiroga. No resulta una locura pensar que han intentado mantenerlo al margen del relato porque siempre recordaron sus dudas al firmar la declaración falsa. Aun cuando su rol en la historia inventada fuera ni más ni menos que entregar vivos a Ruiz y Díaz, por orden de Varando, a Esquivel.Pero aquel Quiroga al que nadie nombra, salvo en las declaraciones judiciales que intentaron armar la verdad ficticia sobre La Tablada, es ahora la pieza clave que destruye el cuento. Cuando desmiente la versión del ejército, lo que hace también es desnudar la construcción que se acaba de desmoronar, una verdadera trama de encubrimiento desde el Estado, con varias patas, al menos dos: la militar y la judicial. —¿Qué les planteó Larrambebere? –le consultan los periodistas a Nisman.—Investigar a fondo. Yo ingresé con la cosa ya iniciada. Fui a Tablada mucho después. Pero las primeras directivas de Larrambebere no las conozco porque yo estaba fuera del país. Cuando entro, ya el camino estaba tomado.Lo que si recuerdo era que Larrambebere era muy nuevo en el juzgado. Juró el 18 o 20 de diciembre. Esto me lo contó otro empleado, Cristian Schmuckler. Dijo que llega Larrambebere a la mañana al juzgado, que escucha por la radio … Era un tipo que venía de la Corte. Secretario del Pepe Dibur en un juzgado federal, con lo cual Morón era como Bangladesh para él. Recuerdo que una

Juan Ramos Padilla fue juez de Morón entre el 1986 y 1988. Renunció apenas meses antes de los hechos de La Tablada, enojado por las leyes de Obediencia debida y Punto Final. Lo remplazó Gerardo Larrambebere, quien quedó a cargo entonces de la investigación por las desapariciones de 4 integrantes del MTP  una vez que se habían rendido y se estaban entregando. Ramos Padilla, que actualmente ejerce como juez de cámara del Tribunal Oral Nº 29 de la Ciudad de Buenos Aires,  afirmó que fue Alberto Nisman quien se ocupó de encubrir esas desapariciones, y que la responsabilidad máxima de ese encubrimiento es de Gerardo Larrambebere. “A Nisman no se lo puede juzgar por razones obvias, pero sí a Larrambebere”. Las declaraciones de Juan Ramos Padilla se suman a los testimonios de César Ariel Quiroga y José Almada, ambos exmilitares, que denunciaron en este juicio el encubrimiento estatal en las desapariciones de La Tablada. —El Diario del Juicio: Quisiéramos en principio poder tener una opinión suya sobre una testimonial que aparece como falsa. ¿Eso es normal en tribunales? —Juan Ramos Padilla: Mi conocimiento es de oídas. Yo dejé de ser juez en el mes de agosto septiembre del año anterior, en el 88. Renuncié porque había salido la constitucionalidad de la ley de obediencia debida que yo el año anterior la había declarado inconstitucional y me fui porque no estaba dispuesto a ser juez en esas condiciones. Después volví a la justicia en un gobierno como el de Kirchner.Lo que yo conozco es lo que me han contado algunos de mi equipo, ese era mi equipo hasta que  me reemplazó Larrambebere. Ahí me contaron que cuando llegaron, mi equipo, que era un muy buen equipo -casi todos, ¿no?-, encontró a los detenidos en un galpón, uno con un fusil en la cabeza y alguien que los custodiaba. Empezaron a tomar los nombres. Pidieron directivas el juez y el secretario para que se los recluya, y puso a algunos a control que no tenían que ir a cuartel, tenían que ir a una comisaría. Y cuidarlos como a todos los detenidos. Y las directivas viniveron de Nisman, que era un prosecretario, no era secretario. Cuando yo me fui se trasformó en el hombre de confianza de Larrambebere. Recuerden ustedes que después en AMIA I, Nisman era fiscal junto a (José) Barbaccia y (Eamon) Mullen y el presidente del tribunal era Larrambebere. A Nisman, Larrambebere le encarga ocuparse de esa parte de la causa, estas denuncias que había sobre desapariciones. Y ahí empieza, según me han contado involucrados de aquel entonces, mis secretarios, yo no me acuerdo bien quien después de tantos años, que efectivamente Nisman se ocupaba de encubrir. El juzgado después de que yo me fui se llenó de servicios de inteligencia, de esos pasaron muchos también a la Cámara Federal de San Martín, y el que se ocupaba de todo eso y empieza a relacionarse con los servicios de inteligencia, y que después llegó adonde llegó por eso, era precisamente Alberto Nisman. —EDJ: Uno puede suponer desde el sentido común que esas cosas no podrían suceder sin el aval del juez. —JRP: A mí no me habría pasado. El que tenía que decidir quién se ocupaba de cada cosa era el juez. Y el hombre de confianza de Larrambebere era Nisman. Todos mis secretarios fueron apartados y se tuvieron que ir de ese juzgado. —EDJ: Además está lo que relato Quiroga… —JRP: Concuerda con esto que yo vengo diciendo hace años. —EDJ: No solo concuerda sino que es más que elocuente de la participación de todos los actores de la justicia en ese ilícito de fraguar una testimonial. Porque él dice que cuando le empiezan a leer la testimonial él dice ´eso yo no lo dije´, aparece entonces un militar, González Roberts, y lo aparta y le dice ´tiene que firmar esto por la institución´, le da dos copias y le dice lleve ese esto por si en algún momento alguien relama algo, para que sepa qué decir. Regresa ante Nisman y termina firmando esa testimonial falsa. —JRP: Conociendo la personalidad de Nisman no me extraña para nada.—EDJ: De Larrambere ¿qué referencia puede dar? —JRP: Larrambebere es un producto judicial con todas las características propias del poder judicial, un hombre que como muchos jueces que va para dónde va la onda y atiende los teléfonos. —EDJ: Desde lo jurídico, ¿qué debería implicar está declaración que escuchamos el viernes? —JRP: No sé si Larrambabere se jubiló, le perdí la pista. Tendría que venir una investigación penal. Si hubo un encubrimiento son delitos de lesa humanidad. A Nisman no se lo puede juzgar por razones obvias, pero sí a Larrambebere. —EDJ: ¿Ese delito cuál es?—JRP: Sería encubrimiento, podría ser prevaricato, incumplimiento de los deberes de funcionario público. No sé cuantos han actuado ahí… podría ser ocultamiento de pruebas, falsedad ideológica de documento público. Hay varios tipos penales que podrían aplicarse. —EDJ: Usted hablaba recién del vínculo de Nisman con los servicios de inteligencia que fueron públicos al final de su vida. —JRP: (interrumpiendo) Comienzan ahí. Cuando yo me voy y viene Larrambebere, Nisman era un prosecretario que lo teníamos muy controlado, tenía algunas conductas raras… ahí Nisman se transforma en el número uno del juez, en el hombre de confianza. Larrambebere no podía estar ajeno, y la mayor evidencia es que le dieron esa causa. Había cuatro secretarios, algunos que eran de confianza míos, que ni bien me reemplazó Larrambebere, no sé porqué razón, inició una persecución para que se fueran todos. —EDJ: Para usted más allá de que Nisman esté muerto el responsable en una situación así siempre es el juez. —JRP: Por supuesto.  Por acción o por omisión. Por algo le dieron eso a Nisman. —EDJ: Usted daba cuenta de su historia en los momentos de impunidad en las causas vinculadas al genocidio, al terrorismo de Estado en la Argentina. Le sorprende que lleguemos a una instancia donde hay dos militares que rompen el pacto de silencio… Porque

La mañana del viernes pasado todavía nos sorprende. Después del inesperado testimonio del militar Quiroga, que desbarató la teoría oficial en la causa de los de desaparecidos después del intento de copamiento del cuartel de La Tablada, otro militar, José Alberto Almada, también entregó un testimonio demoledor. Almada dialogó luego con El Diario del Juicio. Dijo que los desaparecidos Iván Ruiz y José Díaz -fugados, según la versión oficial- fueron sacados de La Tablada por militares de civil en un Ford Falcon blanco. Además, reveló que el entonces sargento ayudante Esquivel no murió por disparos de Ruiz y Díaz -como dice la corporación militar y sostuvo tanto tiempo la judicial-, sino como parte de su participación en el combate durante el intento de copamiento. Por último, Almada denunció el encubrimiento deliberado de todos estos años y ratificó las amenazas recibidas, mientras esperaba para dar su testimonial, de parte de la familia de Jorge Halperín, otro militar cuestionado por su actuación en la represión posterior a la toma. El General Arrillaga, único imputado en esta causa, cada vez más complicado. (Por El Diario del Juicio)Foto: Almada después de su declaración. Todavía conmocionado. (El Diario del Juicio) —El Diario del Juicio: Vos sos un testigo oculara de lo que pasó con José Díaz, el único caso que se está tratando en este primer juicio por los desaparecidos de La Tablada. La historia oficial dice que (Iván) Ruiz y Díaz se fugaron, ¿qué podés aportar desde lo que viste una vez que ambos se rindieron? —José Almada: Debemos contextualizar que no soy el único que vio. Soy el único que se animó a decir la verdad. Todo lo que se vio es patrimonio internacional. Incluso todos los medios internacionales vieron a esas personas que estaban doblegadas y rendidas y fueron dadas por desaparecidas por el Ejército Argentino. En el caso mío, yo ese día fui con el Regimiento de Infantería 7 de La Plata a cumplir una orden impartida por el señor Presidente de la Nación, el doctor (Raúl) Ricardo Alfonsín. La orden nunca fue que tuviéramos una actitud que roce la crueldad ni nada por el estilo, la orden fue clara: teníamos que recuperar el cuartel. Estas personas que fueron detenidas se encontraban aferradas por el fuego dentro de la guardia de prevención. El despropósito de nuestros mandos militares que, según puedo entender, fueron a pasarle una factura al doctor Alfonsín, fue que en ningún momento tuvieron la administración de fuego suficiente sabiendo que dentro de la guardia de prevención nosotros tenemos cinco o seis soldados. Tuvieron un desprecio total por la vida. Cuando esa guardia fue bombardeada con un blindado que se llama Panhard, una barbaridad tirar en plena ciudad con esas armas, se comenzó a quemar. Estas personas, sofocadas adentro por el calor, intentaron respirar y salir al aire para no morir incinerados. Ellos fueron los que de alguna manera alcanzaron a rescatar a los soldados que estaban en los calabozos. En 1989, todavía existía en el Ejército eso de tener soldados en los calabozos sometidos por la justicia militar. Ellos salieron y fueron separados inmediatamente porque se los identificó como personas que habían participado del intento de copamiento del regimiento. Estaban totalmente doblegados, uno de ellos herido y fueron transportados al fondo del cuartel, como declaré ante su señoría.A la distancia, me molesta que el abogado del general Arrillaga (Hernán Silva) me haya acosado como lo hizo, preguntándome si yo estaba a diez metros, a veinte o a quince, cuando en realidad en aquel momento desde España estaban viendo lo que pasaba. Todos vieron cómo esas personas estaban caminando, todo el pueblo de La Tablada pedía que los maten a esos chicos. Cuando estas personas fueron trasladadas al fondo del cuartel, yo le dije a su señoría que ingresé al cuartel por una orden del comandante, el Coronel (Jorge) Halperín, para instalar el puesto de comando. Cuando entré por el fondo del cuartel, a esas personas las estaban torturando. Concretamente, las tenían boca arriba debajo de una arboleda y las estaban torturando con dos oficiales. Uno hacía como que era el bueno y el otro, el malo. Uno de los chicos, eso quedó en mi consciencia muy lastimada, pedía: “Señor, regáleme la vida”. Nunca me voy a olvidar de eso.  Lastimó profundamente mi consciencia que una persona tenga que pedirle eso a otro ser humano, como si fuera un ser superior. Me cuesta como soldado, que yo había jurado fidelidad a la Constitución Nacional, tener que escuchar esa aberración. Eso, en términos generales. Con esas personas, después, perdí contacto. Me fui a instalar al puesto de mando en las inmediaciones del tanque de agua. A esas personas las tuvieron ahí adentro durante toda la tarde, interrogándolas supongo. Se escuchaba que había movimiento y personas que gritaban. Después, las sacaron en un Ford Falcon de color blanco con rumbo desconocido. En ese momento, podía interpretar que las llevaban para presentarlas al juez, para ir a un hospital, lo que sea. Eso fue lo que vi en ese momento. —EDJ: ¿Y qué comenzó a suceder con vos cuando tomaste conocimiento de que ellos no figuraban en la lista de muertos y que figuraban como si se hubieran escapado después de matar a un oficial de apellido Esquivel? —JA: El sargento ayudante Esquivel no era orgánico de nuestra brigada y a ninguna de las unidades que estaban empeñadas en la recuperación. Estaba destinado en el Colegio Militar de la Nación y ese día estaba en descanso de guardia. Me lo comentó la hija hace poco, que también quiere saber cómo murió su padre. Cuando él vio que había un problema de esta naturaleza dentro del Regimiento, vino para colaborar con sus camaradas en el combate. Llegó aproximadamente a las cinco de la tarde. Era un hombre petisito, de bigotes, lo recuerdo perfectamente, y no traía casco, traía casquete y venía sólo con la pistola. Vino adonde yo estaba y pidió la lista de heridos para ver si tenía algún conocido herido o

La audiencia del viernes pasado en el juicio por el asesinato de José Díaz, militante del MTP, que tiene como único imputado al ex General Alfredo Arrillaga, es historia que aún no es historia. Un hito en los juicios contra integrantes de las fuerzas armadas, responsables de violaciones a los derechos humanos y desapariciones forzadas. Foto: Exjuez Gerardo Larrambebere, a cargo de la instrucción de la causa de La Tablada (La Gaceta Mercantil) Casi 30 años después, en la sala del TOF 4 de San Martín,  un testigo, Cesar Ariel Quiroga, retirado hace tres años del ejército, acudió a declarar, convocado por la defensa de Arrillaga y la fiscalía. Quiroga, que en 1989 era sargento del Ejército  Argentino, dijo que después de su participación en la “recuperación del cuartel” lo obligaron a firmar una declaración que él no dio. Esa declaración, la falsa de 1990, en el marco del juicio que investigaba y juzgaba a los militantes del MTP, es la versión del ejército sobre los desaparecidos de la Tablada. Es la misma versión que dio el hoy enjuiciado Alfredo Arrillaga en aquella oportunidad cuando, aunque de pocas palabras, repitió la historia oficial: el Mayor Varando entrega a José Díaz e Iván Ruiz a Cesar Quiroga (que manejaba una ambulancia y entró varias veces al cuartel), que se los entrega al Sargento Ayudante Ricardo Esquivel, que muere en La Tablada. La historia oficial suma ficción en el final, para intentar explicar qué pasó con José e Iván: ambos matan a Esquivel y se escapan. A partir de esa versión, hasta 1997, se buscó a quienes hoy continúan desaparecidos como a delincuentes fugados.El viernes pasado, lo que cayó con la declaración del exmilitar Cesar Quiroga, es la versión oficial, la del “general”. Es la que intentaban instalar, en este juicio como en 1990, los “no recuerdo” de conscriptos olvidadizos que pasaron antes. Son los mismos “no recuerdo” de los militares en los juicios de lesa humanidad, a los que refirió Liliana Mazea, una de las abogadas de la querella, en una entrevista radial “luego de años de ser parte de juicios de lesa humanidad, de escuchar a los militares decir ‘no me acuerdo, pasaron muchos años’ y otras mentiras por el estilo, apareció uno que confesó la verdad. Inédito”. Y ahí está sentado, el ex general Arrillaga. Sabiendo qué hicieron con los cuatro. Y cuando no hay esperanzas de desentrañar algo que nos acerque a la verdad, aparece Quiroga, para descubrir el encubrimiento del Estado, tal vez sin haber tomado dimensión. Ese Estado, que encarnado en el ejército y el poder judicial, se preocupó por imprimirle las hojas con su supuesta declaración para que la leyera y se la aprendiera, “por si alguien en algún momento reclama algo”. Alguien, es el colectivo de familiares, abogados/as, amigos/as, militantes que caminan hace muchos años la exigencia de verdad y justicia para los desaparecidos de La Tablada. Algo, son los desaparecidos: José Diaz (o Maradona), Iván Ruiz, Carlos Samojedny y Francisco, Pancho, Provenzano y la necesidad de saber que hicieron con ellos.La declaración fraguada de Quiroga, lleva las firmas de Alberto Nisman, por entonces secretario del juzgado de Morón y del Juez Gerardo Larrambebere. Allí se instruía en 1989 la investigación por los hechos de La Tablada. La misma autoridad que llegó, con 37 años, al RIM 3 en La Tablada, el 24 de enero. El que caminó entre cuerpos masacrados en lo que, a cualquier ojo, había dejado como consecuencia el “uso desmedido de la fuerza” por parte de quienes estaban a cargo de la recuperación del cuartel, comandados por el entonces General Arrillaga. El que vio a integrantes del MTP con los brazos quebrados, golpeados, encapuchados. Gerardo Larrambebere, el juez que firmó la declaración fraguada Parece mentira creer, por sencillo sentido común, como bien sostuvo el periodista Pablo Waisberg en su testimonio en este juicio, que dos personas, luego de combatir durante más de 10 horas, heridos, cercados, y desarmados, se escapen de un operativo diseñado por las fuerzas militares, en articulación con la policía provincial. Esa es la versión que dijeron creer desde el juzgado que investigaba qué y cómo se habían sucedido los hechos el 23 y 24 de enero de 1989, cuando cerca de 40 integrantes del Movimiento Todos por La Patria intentaron copar el Regimiento de Infantería Mecanizado N°3 de La Tablada. Cabe aclarar que ese juicio tenía como imputados a los integrantes del MTP. Allí se decidió no hacer caso a las denuncias que ya entonces realizaban los militantes por “no ser el objeto procesal de esa causa”. Del mismo modo que es imposible creer la versión oficial de la “fuga”, hay que hacer un esfuerzo enorme para no pensar en la relación entre el accionar del secretario de un juzgado y el juez del mismo, y de ambos con el ejército. Quiroga declaró el viernes pasado que cuando fue a declarar en 1990, convocado junto al resto de los “ambulancieros y camilleros” que participaron ese día en La Tablada, fue acompañado de un auditor, el Teniente González Roberts, que fue el que le dijo que debía firmar la declaración que no había dado. “Si no hubiera habido connivencia entre el juzgado de Larrambebere y Nisman, nunca podría haberse permitido que un testigo fuera con un auditor del Ejército” afirmó Liliana Mazea, parte de la querella.Larrambebere, que ahora, luego del testimonio de Quiroga queda en el centro del encubrimiento estatal a las desapariciones de La Tablada, denunció en el año 2015 al juez Galeano por encubrimiento en la investigación del caso AMIA. El tribunal que integró hasta ese año, junto a Guillermo Gordo y Miguel Pons, decretó en 2011 la prescripción de la causa “IBM-ANSES“, donde se investigaba el supuesto pago de sobornos por unos 60 millones de dólares para la informatización del organismo previsional.En 2010, el mismo tribunal, condenó a militantes de Quebracho por los destrozos en un local partidario, en 2007, con motivo del repudio por el asesinato del maestro Carlos Fuentealba.En 2012, los