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Masacre de Pergamino

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*Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juicio7pergamino.blogspot.com 

El pedido lo realizaron tres de las cinco querellas. En tanto el fiscal y otras dos querellas pidieron penas por abandono de persona seguida de muerte, que es la acusación con la que los ex policías llegaron a juicio. La representación mayoritaria de las familias, a cargo de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), utilizó para el cierre la consigna distintiva del Colectivo Justicia por los 7: “Dejar morir también es matar”.Las penas pedidas fueron entre los 9 y los 25 años. Todas las partes acusatorias solicitaron revocar el beneficio de las domiciliarias que hoy tienen los ex policías salvo Donza y Eva. Mañana, desde las 10 horas, será el turno de las defensas de los ex policías. Podrás escucharlas a través de El Diario del Juicio. (Por El Diario del Juicio*) Comenzó hoy temprano la etapa de alegatos que culminará mañana. El arranque fue para la fiscalía a cargo de Nelson Mastorchio, que pidió condenarlos de acuerdo a la carátula con la que la causa llegó a juicio oral y público: abandono de persona seguido de muerte. Por eso solicitó: 15 años para el ex comisario Alberto Donza; 14 años para Alexis Eva; 13 años para Matías Giulietti y para Brian Carrizo; 11 años para Sergio Ramón Rodas y 9 años para Carolina Guevara “¿Qué hicieron los policías para rescatar y evitar el incendio? Nada”, manifestó el fiscal durante su alegato. Mastorchio resaltó que lo ocurrido era evitable y “no sólo no lo evitaron, sino que obstaculizaron el accionar de terceros”. En su exposición destacó que desde la dependencia policial no salió ningún llamado a los bomberos voluntarios, y en cambio sí a los bomberos de la Policía, que no se dedican a apagar incendios. Además de aseverar que quedó debidamente probado, en el allanamiento realizado el 6 de marzo, que en la Comisaría 1ª había al menos dos matafuegos, uno en la oficina del comisario y otro en la oficina de guardia. “Actuaron con conocimiento y voluntad de realización de consecuencias producidas” sentenció. En conversación con El Diario del Juicio, el fiscal se refirió a los agravantes del hecho: “el resultado muerte y la multiplicidad de victimas; la condición de funcionario público y la forma en que fallecen las víctimas: asfixiados, quemados algunos y con agonía”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM), parte querellante que representa a las familias de Sergio Filiberto, Franco Pizarro, Alan Córdoba, Fernando Latorre y Jhon Claros, solicitó penas por el delito de homicidio simple que consideraron probado y que sintetizaron en la frase acuñada por las familias de las víctimas: “Dejar morir también es matar”. Explicaron que “deja de haber abandono y pasa a haber homicidio por omisión, cuando el peligro de muerte es concreto y directo del todo”, como sucedió el 2 de marzo de 2017 en la Comisaría 1ª. Las penas solicitadas fueron bastante más altas de las que pidió la fiscalía por el tipo de delito imputado. Para Alberto Donza pidieron 25 años; 24 años y 6 meses para Alexis Eva; 23 años para Brian Carrizo y Matías Giulietti; 22 años para Sergio Ramón Rodas y 21 años para Carolina Guevara. Margarita Jarque, que abrió el alegato de la CPM, expuso que es indiscutible que aquel 2 de marzo de 2017 hubo una grave violación a los derechos humanos. Destacó que los sobrevivientes fueron testigos fundamentales viendo y recordando lo ocurrido. Recordó que algunos testigos no quisieron declarar por temor. Habló del daño psíquico de sobrevivientes y familiares, que impactó de manera transversal por ser perpetrado por el Estado y por ser funcionarios públicos. Terminó su alocución pidiendo Memoria, Verdad y Justicia. Carla Ocampo Pilla, que continuó por la CPM, puso sobre relieve que el Estado dispone del tiempo y el cuerpo de la persona privada de libertad, y que los imputados eran garantes de sus vidas. Recordó en varias oportunidades las palabras de los sobrevivientes: “tuvieron tiempo a todo”, pero no hicieron nada. En relación a los testimonios “mendaces” de otros integrantes de la fuerza policial, aseguró que quedó demostrado el “espíritu de cuerpo” con el que actuaron para intentar mejorar la situación de sus compañeros imputados. Por eso solicitaron que se siga investigando a los policías Ulloa, Chida, Ciro, Giracci, Hamue, Seta y Tricco, por la posible comisión de delitos de acción pública y a Rojo por las responsabilidades funcionales y políticas. Maximiliano Brajer, abogado querellante por parte de la compañera y la hija de Fernando Latorre, acompañó en términos generales lo planteado por la fiscalía y la CPM, pero, a diferencia de esta última, se mantuvo en la calificación legal con la que se llegó al juicio: abandono de persona seguido de muerte. Las penas solicitadas fueron entre 9 y 15 años para los seis ex policías. Para finalizar, las querellas de Jaquelina Conti que representa a la familia de Juan José Noni Cabrera y Ramiro Llan de Rosos que representa a la familia de Federico Perrotta, acompañaron el alegato de la CPM tanto en la calificación legal, homicidio, como en el pedido de penas. El doctor Villalba, representante legal de la familia de Franco Pizarro, acompañó la acusación fiscal sin dar argumentos. Mañana se esperan los alegatos de la defensa. Desde las 10:00 de la mañana se podrá escuchar a Gonzalo Alba y Carlos Torrens que tienen una tarea que parece complicada: dar algún argumento que les permita a sus defendidos sortear una condena que se avizora a todas luces inevitable después de los alegatos de hoy. El Diario del Juicio volverá a transmitir en vivo. Texto: Antonella Alvarez (FM La Catareva) / Giselle Ribaloff (Radio Presente) / Fernando Tebele (La Retaguardia) *Este diario del juicio a los policías responsables de la Masacre de Pergamino, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, FM La Caterva, Radio Presente y Cítrica. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en

En la jornada número 15 del juicio, se escucharon las últimas declaraciones de los imputados: Alexis Eva, Matías Giulietti y el ex Comisario Alberto Donza. Al igual que las anteriores declaraciones de los imputados, intentaron demostrar que hicieron todo lo que estaba a su alcance y responsabilizaron a la fiscalía y a los bomberos. El juicio se acerca a su parte definitoria. Se esperan los alegatos para los días 24 y 25 de octubre. (Por El Diario del Juicio*) Foto: El ex comisario Alberto Donza en plena declaración. Atrás lo escucha su abogado defensor Carlos Torrens. Ante la presencia de las madres de los 7 jóvenes asesinados aquel 2 de marzo y en compañía de Mónica Alegre, la madre de Luciano Arruga, comienza esta quinceava audiencia del juicio. Ya ingresadas las partes, el tribunal y los imputados a la sala, otra vez se lo ve nervioso al ex comisario Alberto Donza. Da la sensación de que está recibiendo instrucciones, como si lo siguieran asesorando para su declaración de hoy.“Seis pobre policías”El primer imputado propuesto por la defensa para dar su testimonio es Alexis Eva, ex oficial de servicios, y portador de uno de los dos juegos de llaves que había la tarde del 2 de marzo en la Comisaría Primera. Se sienta frente al tribunal, se toma las rodillas con sus manos, con fuerza. Ésa será su postura durante un buen rato. Comienza su relato expresando que aquel 2 de marzo no iba a ir a trabajar porque no se sentía bien. Manifiesta que era su tercer servicio. Con gran dificultad para recordar horarios durante el testimonio, relata que le pidió a Rodas que lo acompañara a hacer un traslado interno a uno de los detenidos. Pide perdón por no recordar bien el orden de los hechos y lo adjudica a trastornos y problemas de salud sufridos, al igual que todos sus compañeros, luego del 2 de marzo. Las familias de las víctimas ríen, con bronca. “Hasta el día de hoy sigo diciendo que hicimos lo que pudimos”, declara. Al igual que el resto de los imputados, Eva se despega de su declaración anterior sobre el accionar del ex comisario: “Dado que Donza se había profugado y esas cuestiones, nuestra declaración tendía a incriminarlo a él “. Asevera que aquella primera declaración fue totalmente armada. Eva confirma que él tenía las llaves. “Un manojo que tenía una cinta negra, que tiene un brochecito, por eso siempre las tenía prendidas a mi bolsillo”, destaca. El juez se toma la cabeza, parece desear que la declaración termine lo más pronto posible. Por su parte, las familias entrecruzan miradas. No entienden el pormenorizado detalle del “brochecito”. A las 17:55 recibió un mensaje de Carrizo, el imaginaria de calabozos, que refería a una pelea. Salió de la oficina y vio a Rodas, a Giulietti y a los de la motorizada, que ya se estaban retirando de la Comisaría. Les pidió que antes de irse los ayudaran a engomar a los detenidos. Los seis (tres motorizados y tres de la Primera) se dirigieron al sector de calabozos. Entraron al grito de “engome”, que él mismo vociferaba. Eva lo actúa, gesticula. Ante su grito, los chicos empezaron a protestar. Él preguntó si había pasado algo. Relata que no había sangre en el piso ni en los cuerpos. Se esfuerza por mostrarse humano y por dejar claro que ellos no tenían indicios de quiénes se habían peleado (todavía resulta extraño que la decisión policial haya sido encerrar en la misma celda a los dos detenidos que se habían enfrentado unos minutos antes). Continúa. Dice que Pizarro y Cabrera se pusieron violentos. Él les explicó el motivo del engome. Dice que “dialogó” con los pibes, aunque Eva fue señalado anteriormente como la persona que amenazaba a los pibes diciendo “los voy a matar y voy a decir que se mataron entre ustedes”. Acusa a las víctimas de la Masacre de insultarlo a él, a Carrizo y a Giulietti. Dice haber estado 5 o 10 minutos dialogando. Curiosamente, de este momento sí puede dar alguna precisión -aunque sea aproximada- del tiempo. Del momento del fuego, no puede dar demasiado detalle. Su declaración sigue: “Nos amenazaban, no había motivos para eso”, reclama como si fuera un alumno de Primaria que se dirige a la directora de la escuela. Pateaban la puerta de rejas los pibes. Tenía un movimiento la puerta, señala, y advierte que parecía que la podían romper. Al igual que Carrizo el día anterior, intenta demostrar una peligrosidad que justifique que una puerta que debía permanecer abierta, estuviera cerrada. El imputado cuenta que al salir le pidió al ex comisario Donza que ingresara, que había engomado a los pibes por las protestas que estaban haciendo. Donza le preguntó si había llamado al GAD. Eva lo hizo, pero aclara que no por las vías jerárquicas, sino por medio de un conocido de él, un tal Mauro, de quien no recuerda su apellido. Dice que quedaron todos cerca de los calabozos para hacer la requisa cuando llegara el GAD. Los chicos seguían protestando. “Se escuchaban llamadas de teléfono, mensajes, que decían que se acerquen, que la Policía los mataba”. Cuando se acercó un poco más, vio que había medio colchón prendido fuego. Para Eva -tal como se intentó instalar en algún momento desde las versiones policiales-, la culpa era del “Noni”. Nombra así a Cabrera, por su apodo. Afirma que llamó desde su oficina a la Fiscalía y le pidió al fiscal de turno, Juan Fontana, que se acercara a la comisaría. El juez Burrone le advierte una diferencia con los testimonios del resto de los imputados: Fontana, según el relato de sus compañeros, ya estaba allí cuando comenzó el fuego. Eva se pone nervioso, manifiesta que no sabía de su presencia. Después dice que todavía no estaba, que llegó después. Incluso se anima a formular que Fontana podría haberle mentido, diciéndole que no estaba, pero que en verdad estaba. Alexis Eva, ex oficial de servicios de la Comisaría Primera durante la Masacre,

En la jornada número 14 del juicio siguieron declarando los imputados, fue el turno de Brian Carrizo y Sergio Rodas. Ambos intentaron culpar a los bomberos por su accionar “poco profesional”, además de presentarse como dos personas que esa tarde hicieron todo por salvar a los pibes. Carrizo contradijo todo lo probado hasta acá, afirmó que nunca les faltó la llave. Además, se presentó Ulloa, el policía motorizado que faltaba. (Por El Diario del Juicio*) Foto: El imputado Brian Carrizo señala algo en la maqueta de la comisaría mientras le sostiene la mirada al fiscal Nelson Mastorchio. Diez minutos pasaron de las diez de la mañana, el ex comisario Alberto Donza, desde el banquillo, repasa como si estuviera estudiando los últimos contenidos que le faltaron antes del parcial. Se presenta el tribunal y cita al primer y único testigo de hoy. Diego Jesús Ulloa. Tanto al momento de la Masacre como en la actualidad es Comando Patrulla de Pergamino. Entra, y a pesar de que hubo que hacerlo comparecer con la fuerza pública, parece comerse el mundo. ¿Tenés recuerdos de ese día?, pregunta la abogada de la querella Ocampo Pilla. “Algo”, responde Ulloa que mueve mucho las manos y se masajea la espalda. Comienza contando lo que ya se sabe: ese día fueron a la Comisaría Primera para hacer el traslado de un demorado. En la dependencia, alojan a la persona en un pasillo, cuando ya estaban en la calle dispuestos a ir a la casa de Chida, Alexis Miguel Eva (uno de los imputados) les pide ayuda para engomar a los chicos. El testigo menciona que habían compartido partidos de fútbol con Eva, y agrega que era buena persona. Ante la manifiesta amistad con uno de los imputados la querella de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) lo indaga “¿eso te impide declarar con total franqueza en este juicio”, el testigo dice que no y sigue. A esta altura el murmullo es generalizado en la sala. La amnesia policial que ya se vivió en otras jornadas del juicio indigna a los familiares de las víctimas que oyen el relato. El testigo relata el momento del ingreso para encerrar a cada uno en su celda, junto a Ciro y Eva. Chida se queda afuera. Estaba también Carrizo. Eva se encargaba de cerrar las celdas después de “hacer entrar a los chicos, que estaban enojados porque no les explicaban por qué los estaban entrando”. A 2 cuadras de distancia se encuentra la casa de Chida, allí se dirigen “para terminar de labrar las actuaciones”. Cuando vuelven a la comisaría era de día asegura, aproxima la hora de regreso a las 18:45. Sin embargo no recuerda haber visto el camión de bomberos.Su relato difiere con lo testimoniado por su compañero Brian Ciro la jornada anterior, que aseguró que el regreso fue antes de las 21. Mientras que Ciro sostiene que cuando vuelven a la dependencia policial solamente entra el jefe, y afirma que el se quedó estacionado en la esquina, en Dorrego y Merced, desde donde mandó el audio que reconoció como propio, Ulloa señala que en esta segunda vuelta en la dependencia los tres se bajan de sus motos y entran a entregar las actuaciones. No recuerda haber visto a Donza, a nadie de la policía local. Recuerda que había familiares. Recuerda que por comentarios, de no recuerda quién, sabía que había muertos. No sabe de la existencia del audio de Ciro. No recuerda si el portón estaba abierto o cerrado. No recuerda el camino que hizo a la vuelta. Se acuerda que Tolosa termina de hacerle los papeles de actuación de la comisaría, pero no recuerda qué pasa después. Dice haber estado más de dos horas dentro de la comisaría, pero que no escuchó ningún grito ni recuerda el momento en que se lee el listado de los fallecidos. No recuerda cuándo se fueron, ni por dónde salieron. No recuerda si ese día llovió. Ulloa había elegido como primer opción no presentarse el día lunes cuando había sido citado, el tribunal decidió que se lo fuese a buscar con la fuerza pública. El inevitable momento de declarar y como los imputados son sus “compañeros” lo resolvió, al parecer, en dos palabras: no recuerdo. Diego Jesús Ulloa en plena declaración La defensa policial propone exhibir el vídeo de cuando las motos se retiran de La Primera para que Ulloa reconozca que eran ellos y clarificar el horario en que se retiraran. El vídeo, que atrasa 10 minutos, muestra las 18:15, es decir, las 18:25. Luego de confirmar la hora de partida, Alba intenta que el testigo especifique la hora de arribo a la dependencia -¿Podes graficar a que hora llegan a la comisaría? teniendo en consideración ese horario, a que hora ustedes llegan a la comisaría. Antes de eso -20 minutos antes, imagino- responde Ulloa -No imagine- ordena notablemente molesto Burrone, que sabe que los tiempos son clave -Es que no me acuerdo con exactitud- sigue Ulloa -Diga no recuerdo, entre el “no recuerdo” permanente que ha dicho y el “imagino” prefiero el “no recuerdo” – sigue Burrone -Bueno, pasó mucho tiempo por eso no recuerdo -Para todos pasó mucho tiempo, pero usted es un agente público y tiene un compromiso especial con la justicia, no es un ciudadano común. -Y pero yo seguí trabajando- interrumpe Ulloa -Déjeme hablar. Acá hay siete personas fallecidas y seis privadas de libertad. -Sí, seis compañeros- sostiene incansable -Ya sabemos que es compañero pero no puede ser que no se acuerde de nada -Sí puede ser porque no me acuerdo- desafía Ulloa -Bueno haga un esfuerzo -Sino sería una computadora -Nadie le pide que sea una computadora -Si me acuerdo algo lo voy a decir- termina Ulloa en uno de los momentos más tensos de la jornada. Por último reconoce la voz de Ciro en el audio, que el día anterior, el mismo Ciro reconoció como propio. Listo, queda liberado, sentencia el juez. Luego de un apretón de manos con el ex comisario Donza, Ulloa

En la jornada de hoy del juicio por la Masacre de Pergamino declararon un psicólogo que participó del acompañamiento a sobrevivientes y familiares de las víctimas fatales del 2 de marzo, un policía de la motorizada, de quien ya se conocía la voz a partir de audios exhibidos las anteriores jornadas y la única mujer imputada: Carolina Guevara. No se presentaron a declarar uno de los sobrevivientes, que denunció amenazas de muerte, ni Diego Ulloa, el tercer motorizado que estaba la tarde de la masacre en la comisaría primera. (Por El Diario del Juicio*)  El sol ya pega en las callecitas de Pergamino. Desde las 9:00 se amuchan familiares de las siete víctimas de la masacre, en el día 13, número que gustaba a Fernando Latorre. Aunque estamos en una ciudad grande, la sensación que da es de pueblo. Como si casi todxs se conocieran. En la espera rondan muchos mates y abrazos. Silvia nos muestra un video del jardín de Fer, chiquito de guardapolvo azul. Son las 10:20 de la mañana en la calurosa Pergamino cuando los jueces ingresan y se da comienzo a esta jornada, que pronto develaría ser la primera donde escuchemos relatos de la parte imputada. Mónica Raquel Alegre es la madre de Luciano Nahuel Arruga, joven desaparecido y luego asesinado por las fuerzas policiales en el 2009, en Lomas del Mirador, Provincia de Bs. As. Para las madres de Pergamino, es una compañera, una amiga y hasta una referenta en la lucha por la búsqueda de verdad y justicia por las muertes de sus hijos. Ellas, las madres de todos los pibes que sufrieron gatillo fácil, desapariciones forzadas o muertes por el sistema carcelario, son quienes más pueden sentir en carne propia, empatizar y comprender el dolor que sienten estas madres en un momento así de intenso como es el juicio por la muerte de sus hijos. Entre risas y chistes se saluda con Karina, la tía de Fernando Latorre, para hundirse luego en un abrazo con Silvia Rosito, la mamá. Un diálogo de ojos húmedos se sucede entre las dos. En el pecho de Silvia la cara de Fer, en el pecho de Moni, Alejandro Cabrera Britos, y en la espalda, Luciano. Hay notoriamente menos presencia del lado derecho, el de las familias de los imputados/as. Empieza la sesión con lectura del juez Burrone de un acta del Servicio Penitenciario de Junín, con fecha de hoy, donde se anticipa que uno de los sobrevivientes que ya compareció ante el tribunal y denunció amenazas de muerte, no se presentará tampoco en el día de la fecha. El fiscal Nelson Mastorchio solicita que se incorporen las declaraciones del testigo, brindadas a la propia Fiscalía, los días 2 de marzo de 2017 (el mismo día de la masacre) y del 7 de marzo de 2017. Seguido de esta lectura, Gabriel Capria, que acompaña a Gonzalo Alba en la defensa, aclara que el abogado llegará tarde porque tuvo un altercado con su automóvil. Dan a entender que pinchó la goma del auto en Salto. Alba llega por segunda vez tarde al juicio. “Los gritos y los golpes de los pibes: las pesadillas de los sobrevivientes” En primera instancia declaró el psicólogo Luis Onofri, quien participó como parte de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) en el acompañamiento de los sobrevivientes y los familiares de las víctimas de la masacre. El psicólogo comentó las secuelas que les dejó a los sobrevivientes el daño sufrido en el hecho del 2 de marzo. “Dificultades para conciliar el sueño, pesadillas, estrés post-traumático; daños crónicos, somáticos; dificultades para respirar” son algunos de los síntomas que quedaron y, seguramente, quedarán en los sobrevivientes. Comentó que “nunca se realizaron placas de pulmón para ver los daños respiratorios” y dio cuenta de que “la falta de atención posterior generó un peor daño psíquico, lo que deriva en los síntomas de un hecho traumático”, retomando el Protocolo de Estambul, ya mencionado anteriormente por los dos psicólogos de la ONG Enclave, que declararon el miércoles próximo pasado. . Señaló que “nunca se le realizó un abordaje integral a los sobrevivientes” y que “todos los chicos coinciden en cuadros depresivos, incluso ideas de suicidio”. Hizo referencia también a que previa a su intervención, algunos sobrevivientes tuvieron que declarar frente a integrantes del Servicio Penitenciario y que no contaron muchas cosas por el miedo a las represalias que podían tener, por las amenazas recibidas por parte de oficiales de la policía. “Las pesadillas tenían que ver con los gritos y los golpes que sus propios compañeros daban en el momento del hecho, hasta morir”, dice, mientras Benjamín, el hermano de Federico Perrotta, mira la foto de su hermano y mientras Alicia, la madre de Franco Pizarro, comienza a soltar lágrimas. Van quince minutos desde el comienzo del juicio y las familias de los chicos, como cada jornada, ya están reviviendo el horror de aquel 2 de marzo. Onofri afirmó que los testigos coinciden en que, al comenzar el fuego, ellos pedían auxilio y que a los policías no les interesaba, como si esos gritos y esos golpes no se escucharan. El psicólogo manifestó sobre el sentir de los sobrevivientes “Creían que para la policía sus vidas no tenían valor. Que les tenían bronca, odio” Luego, comentó su trabajo con las familias. También remarcó los síntomas depresivos. Denotó la vulnerabilidad que sufrieron porque quienes se encargaron de custodiarlos fueron las propias fuerzas de seguridad que habían generado este desastre. La única pregunta de la defensa, en boca del acompañante de Alba, Gabriel Castro Capria, fue: “esa falta de presencia del Estado que comentas ¿fue solo con los sobrevivientes o se da en general en la Provincia de Buenos Aires?”. Otra vez parecen responsabilizar al Estado, a algún superior. A alguien, que no sean sus imputados. Pero la respuesta de Onofri es certera. “Seguramente es en general, pero en este caso, ellos (las familias) sufrieron amenazas puntuales de policías y eso además genera una fuerte revictimización”. Termina la declaración de

Declararon seis personas encargadas de realizar peritajes sobre los cuerpos de las víctimas, sus familiares y los sobrevivientes. Dieron cuenta, por un lado, de cómo murieron los 7 pibes. Por otro, se refirieron al trauma y la culpa que opera en familiares y sobrevivientes y que -señalaron de manera unánime- sólo puede ser reparado por el propio Estado que violó sus derechos humanos. También declaró un policía motorizado que se retiró de la comisaría cuando los sucesos comenzaron a desencadenarse. El juicio seguirá el próximo lunes con las últimas testimoniales. (Por El Diario del Juicio*)  El afuera de esta audiencia fue especial por tratarse del segundo día del mes. Son las 7:30 de la mañana, y el sol no alcanza siquiera a entibiar la fría mañana de Pergamino. Los tribunales de la ciudad están ubicados frente a una plaza. En una de sus veredas, hay una parada de colectivos que llama la atención por su extenso techo. En otra de las aceras, la que mira al edificio de Tribunales que ocupa toda la manzana, hay un grupito de gente que busca todas las maneras posibles de evitar el frío intenso.Es 2 de octubre. Y en Pergamino, desde marzo de 2017, los segundos días de cada mes tienen una marca dolorosamente sellada a fuego. Las familias llegaron temprano para colocar un gazebo casi tan grande como el techo de la parada de bondis. Un parlante montado sobre un carrito con dos ruedas sirve para pasar algo de música. Las banderas trepan de árbol en árbol. “Justicia x los 7”, dice la más grande, pero también hay otras con los rostros y los nombres de los pibes que ya no están.Es probable que haya sido casualidad, pero exactamente a 31 meses de la Masacre de Pergamino, cuando entremos a la sala, escucharemos hablar de los pibes, de sus familias y de los sobrevivientes. El duelo y el traumaLa audiencia de cierre de la cuarta semana del juicio por la Masacre de Pergamino incluye testigos que se sientan en grupo frente al tribunal. Las psicólogas Paula Ruíz y María Cristina Vidal; y la Trabajadora Social y directora del Programa de Salud Mental de la Comisión Provincial por la Memoria Natalia Rosetti, peritos de parte de la querella, son las primeras en ingresar.Las tres licenciadas plantean, tomando como marco legal la Ley Nacional de Salud Mental, la necesidad de un testimonio en conjunto que refleje el trabajo transdisciplinario que realizaron con las familias de los 7 de Pergamino. Comienzan explicando al tribunal la metodología de trabajo, fundamentalmente entrevistas individuales. El objetivo fue, entre otros, observar de qué modo impactó la Masacre en la vida de las familias.La querella pregunta a qué se refieren con el concepto de “impacto”. Desde el equipo responden que, si bien las consecuencias son subjetivas y sintomáticas, se trata de un análisis integral del sujeto, evaluando “impactos” en lo psicológico, económico y laboral. La exposición continúa adentrándose en dos nociones: duelo y trauma.Las profesionales hablan sobre cómo opera el duelo:  “El afecto depositado en esa persona, debe sacarse poco a poco del otro para poder depositarlo en otras personas, en otros procesos de la vida”, explican. Según las licenciadas, “todos los familiares estaban con duelo suspendido, con la implicancia que eso tiene en la vida de una persona: una detención de sus proyectos y sus actividades cotidianas, de continuar viviendo”.Sobre el trauma dicen que “implica un quiebre en la vida de una persona”. Es una bisagra. A partir de eso, el sujeto no vuelve a ser el mismo, y eso se manifiesta de diferentes maneras: físicamente, con enfermedades  y trastornos de todo tipo (cáncer, alopecia, trastornos digestivos, pérdidas significativas de peso”); socialmente, con dificultades para relacionarse y trastornos psíquicos (abulia, depresión, desgano, desinterés, tristeza y angustia continua, dificultades para dormir”); y económicamente, con problemas para desempeñarse laboralmente“imposibilidad de trabajar o de generar dinero”. El juez Burrone consulta a las peritos que presentaron sus informes luego de entrevistas con las familias y los sobrevivientes. La culpaLas tres profesionales se van pasando el micrófono inalámbrico. Entre el público, mientras se nombran sus síntomas, las mujeres -madres y hermanas fundamentalmente- lloran. Están hablando de ellas como víctimas. Están escuchando de boca de las licenciadas, ni más ni menos que un diagnóstico profesional con palabras técnicas de lo que sienten cada día en el cuerpo y el corazón: -Tienen reminiscencias de los hechos, sobre todo del acontecimiento alrededor de la muerte. Todo lo que se desarrolla en la comisaría en el momento en el que ellos llegan, o en los momentos previos en los que muchos son avisados por las víctimas de que están en situación de peligro. Estos mensajes y llamadas vuelven a la cabeza de ellos como recuerdos y como una sensación de desesperación por no poder hacer nada ante el peligro de sus hijos- afirma Vidal. -¿Esto último que estás comentando genera culpa en los familiares? -consulta Margarita Jarque, abogada de la CPM. -La culpa es otro indicador muy importante que encontramos presente. Una culpa sostenida y muy fuerte. La culpa es angustiante para el sujeto. Es aplastante, el sujeto no puede hacer nada con eso. La culpa surge de la desesperación de no haber llegado a tiempo o no haber podido hacer nada para evitar eso. Eso los dejó perplejos y en estado de dolor, lo que se transformó en culpa, que es un problema en la vida de las personas. Es necesario que eso se alivie. Entendemos que de alguna manera, poder fijar la responsabilidad en quienes son responsables produciría un alivio subjetivo que permitiría que el reproche no venga ya contra sí mismos, sino que sea dirigido contra quienes tiene que serlo. -¿Y esos síntomas son actuales? -puntualiza Jarque. -Evaluamos hace un mes -responde Vidal. -Muchos familiares se enteraron por los medios. También fue traumática la agonía que padecieron sus familiares -completa Rosetti- La manera en la que fue la muerte agrega sufrimiento. La muerte abrupta, violenta y en manos de quienes debieron garantizar el cuidado. Por otro

  La anteúltima jornada de testimoniales fue importante para las partes acusadoras que intentan condenar a los policías imputados. Tres de los testigos que se contradijeron fueron aportados por la defensa. El dato central lo dio el ex policía Eduardo Hamué, al admitir que él entregó las llaves de las celdas a Alexis Eva. También declaró un sobreviviente que está detenido y ratificó que nadie hizo nada para apagar el fuego. (Por El Diario del Juicio*)  Foto de portada: el ex policia Hamué complicó la situación de sus compañeros y admitió haber tenido las llaves de las celdas en su poder. Apenas pasadas las diez de la mañana Mauricio Calzone se sienta ante los jueces. Es el tercer y último bombero voluntario en declarar. Era el Jefe del Cuartel al momento de la Masacre. Calzone comienza su testimonio comentando que estaba trabajando el 2 de marzo de 2017, pero decide pasar por el cuartel. Allí, le informan que había un motín en la Comisaría 1ª, y que los bomberos Ardis y González ya se habían dirigido hacia el lugar. Cuando llega la solicitud de refuerzos desde la Comisaría, Calzone se suma a sus compañeros, llegando alrededor de las 19:10. Se cruza con González, y lo releva. Ingresa a la celda. Su testimonio se parece demasiado al de sus colegas de la jornada anterior. Y genera los mismos escalofríos. “Veo a un grupo amontonado, en un rincón. Escucho unos gemidos, y sacamos al cuerpo que estaba debajo de todo. Se nos complicaba sacarlo, porque estaban entrelazados”. El Jefe de Bomberos ordena, instantes después, el ingreso de los médicos de Medicar. Pero es en vano: el cuerpo retirado de la celda no tiene signos vitales. Mientras Calzone relata el intento, un llanto se mezcla con la voz del bombero. De pie entre los largos bancos de madera, casi de iglesia, Daiana no puede contener la angustia. Sabe que están hablando de su hermano, Federico Perrota. Calzone no duda al momento de calificar el grado del incendio: era generalizado. Y también es claro cuando la querella interroga sobre la cantidad de bomberos en los operativos, coincidiendo con sus compañeros del lunes: “es normal que vayamos dos bomberos. Muchas veces concurrimos de ese modo a los siniestros. Si vemos que necesitamos más personal, lo llamamos”. Durante el resto de su relato, Calzone recorre varios temas. Por un lado, comenta que, durante sus 27 años de servicio, ha concurrido en varias ocasiones a la Comisaría 1ª. Y realiza una suerte de taxonomía de los llamados policiales: “Hemos ido por varios motivos: a apagar incendios; o por amenazas de incendio que realizan los internos; o también a veces llegamos y el incendio ya se apagó, con baldes o matafuegos”. Por otro lado, traza un Curriculum Vitae del Cuerpo de Bomberos de Pergamino, con credenciales que suenan convincentes: “Estamos bastante calificados. Existe una Federación, en donde realizamos cursos y somos evaluados. Nuestro ente regulador es Defensa Civil de la Provincia de Buenos Aires. Los bomberos voluntarios de Pergamino estamos bien capacitados. Tenemos cerca de 1200 incendios por año y respondemos con un servicio que está las 24 horas y sale en el acto”. Y, por último, completa con cuestiones vinculadas al día de la Masacre. “El fuego en un colchón demora un tiempo en propagarse. No sé cuánto, pero tarda”. Antes de dejar la sala, Calzone responde una última consulta de la querella, sobre el objetivo de un Bombero Voluntario: “salvar vidas”. Alexis Eva sonrie con la familia antes de comenzar la audiencia Aparecieron las llaves Cuando llegó al juzgado esta mañana, Eduardo Hamué repartía sonrisas y saludos. En pago chico es difícil no reconocerse, pero él es un personaje reconocible de la ciudad. Fue cesanteado de la fuerza después de haber tenido un sumario, no por su actuación durante la Masacre de Pergamino (al menos hasta hoy), sino por haber realizado una publicación en su Facebook, después de la masacre, mostrando el tambor cargado de su arma con el mensaje: “Saludos a los DH”, no en referencia a Daniel Hadad sino a los Derechos Humanos. Antes de la Masacre hablaba de sus armas como “mis bebés que me protegen de las lacras” (los posteos acompañan esta crónica). Hamué fue uno de los promotores de las marchas que se realizaron a favor de los policías acusados en esta causa. Bajó del auto con paso seguro, grandote como es, con su campera verde todavía puesta. Pero ahora que está ante el tribunal su actitud ha cambiado por completo. Posteos de Hamué en redes sociales Hamué no estaba de servicio aquella tarde, porque tenia vacaciones. Pero recibió un llamado de Daiana, la hermana de Federico Perrotta. Hamué y Daiana se conocían. Al llegar, siempre según su relato, lo ve a Brian Carrizo yendo y viniendo. -¿A hacer qué? -le pregunta el fiscal Néstor Mastorchio, con su corbata color salmón sobresaliendo en la escena. -Lo que hacíamos todos: correr. Entraba y salía. -¿Cuál es la tarea que deben hacer ustedes en una situación así? -Liberar el pasillo y abrir la puerta para la llegada de los bomberos. Buscábamos medios para apagar el fuego. Hamué describe un escenario de desesperación que no se condice con lo narrado por los bomberos voluntarios el día anterior. Y comienza a hacer de la contradicción un paradigma de su testimonio, al plantear que junto a “Matías” (Giulietti) ayudó a desplegar la manguera del Autobomba y observó cómo la llave solicitada por los bomberos aparece casi en el acto. Exactamente lo opuesto a lo declarado por Ardis y González ayer. Sin embargo, el ex policía escala posiciones en el ranking de contradicciones, y se desdice de lo que mencionó hace instantes, al menos dos veces. Primero, cuando plantea que la llave para abrir la reja de los calabozos la tenía el ex oficial Alexis Eva, que se la da en mano a uno de los bomberos luego de ir a abrir la celda 6. Claro que esta declaración no sería un problema si Hamué no estuviera

En la décima jornada del juicio por la Masacre de Pergamino declararon los dos bomberos voluntarios que asistieron a la Comisaría Primera el 2 de marzo de 2017. Sus testimonios no dejaron dudas: el accionar policial no les permitió realizar su trabajo para salvar las vidas de las siete víctimas. Además brindaron testimonio dos integrantes de la Policía Científica. (Por El Diario del Juicio*) Foto: En la sala, dos bomberos voluntarios escuchan los testimonios de sus compañeros. El pronóstico meteorológico anunciaba tormentas y calor. En cierto modo, y pese al sol que ingresa en una fresca sala por uno de los ventanales, lo previsto se cumplió. En el final de la audiencia el juez accedió al pedido de la defensa de prestar la sala para que, luego de las dos próximas jornadas, puedan reunirse allí con todos los imputados. A las 10.15 de la mañana ingresan los tres jueces. Luego de una breve aclaración sobre las futuras jornadas, que incluye administrar con mayor criterio la cantidad de testimonios por audiencia, todo comienza con el primer testigo: Ariel Ardis, uno de los primeros bomberos voluntarios en llegar a la ex comisaría Primera el día de la Masacre. “Diez o quince minutos es una eternidad para salvar una vida”Ariel Ardis recibió dos llamados el 2 de marzo de 2017. El primero fue del 147 (línea gratuita de Atención al Vecino en Pergamino), que alertaba por un siniestro en el destacamento policial. Ese primer llamado se desestimó por puro sentido común: desde la línea 147 consultaron al bombero si ya habían recibido un llamado desde la dependencia policial, como la respuesta fue negativa asumieron y le dijeron que evidentemente no pasaba nada. Alrededor de 15 minutos después llegó la llamada desde la comisaría. “Una voz femenina me dijo que había un motín”. De forma casi instantánea se trasladan hasta el lugar junto a su compañero, González. Este último baja y él se encarga de comenzar a desplegar la manguera y bombear el agua desde el camión, estacionado sobre la calle Dorrego. Una vez que finaliza esta tarea, entra a la comisaría. Doblan en el patio y observan la reja externa, que da al pasillo, abierta. “Más atrás, había una puerta cerrada con candado. Y desde allí se veía un resplandor”. En ese momento, Ardis se incorpora para señalar en la maqueta ubicada frente a los jueces los lugares exactos que menciona. “Había muchos policías, como reunidos. Mi compañero sale a pedir la llave del candado. Yo me quedo, aguantando la manguera. La respuesta era que la llave estaba perdida, pero que ya la encontraban. La pedimos dos o tres veces más”. El bombero voluntario agrega que no escuchaba ningún tipo de ruido proveniente de la Celda 1. “Había insultos, gritos, pero desde las otras celdas. Desde la 1 no”. Unos minutos después, aparece la llave. “Un oficial se manda con una toalla sobre la cara, pero no puede seguir. Me da la llave para que yo abra. Fue el único efectivo policial que nos ayudó”. Según las declaraciones de Ardis, el humo en ese momento llegaba al metro de altura, aproximadamente. Un instante después de abrir la reja, que además contaba con la dificultad de tener una toalla atada con un nudo simple (que fue desatada con facilidad con los guantes del equipo de bomberos puesto), Ardis es tirado hacia atrás por alguien, y se lo corre de la escena. “Vuelvo a entrar luego, cuando el humo ya se había dispersado. Ingreso y había un cuerpo quemado. Escucho un jadeo y, cerca, seis cuerpos enroscados como si fuera una pelota”. El estremecimiento recorre la sala. Ardis prosigue: “Salimos a pedir apoyo, no podíamos solos. No podíamos separar los cuerpos”. Cuando desde la querella se le pregunta si ellos contaban con material como para romper el candado de la segunda puerta, contesta: “sí, pero considerábamos que íbamos a hacer más rápido si nos traían la llave”. Un nuevo interrogante recorre la habitación: cuánto tardaron entre que bajaron del camión hasta abrir la reja: “diez o quince minutos. Y diez o quince minutos es una eternidad para salvar una vida”. Hacia el final, la defensa de los ex policías imputados, especialmente Gonzalo Alba, pregunta por algunas contradicciones que encuentra entre la declaración actual de Ardis y la realizada apenas consumada la Masacre. El abogado habla de parcialidad para señalar que en su primera declaración el testigo mencionó que un policía quiso abrir el candado, mientras que ahora plantea que solamente le entregó la llave, casi sin intentar abrirlo. Por ese motivo, pide el procesamiento de Ardis por falso testimonio. Sin embargo, Guillermo Burrone, el presidente del Tribunal, no hace lugar al pedido. No encuentra parcialidad en el testimonio de Ardis ni razones que justifiquen el procesamiento solicitado por la defensa policial, aunque informa que la solicitud constará en el acta final. Ariel Ardis en plena declaración “Pudo hacerse algo diferente”El segundo testigo en declarar también es Bombero Voluntario. Se llama Santiago González. El día de la Masacre, González acompañó a Ariel Ardis a la comisaría Primera luego del llamado policial. “Llegamos alrededor de las 18.20 al lugar. Había mucho policía dentro de la comisaría”. Los testimonios de Ardis y González son casi calcados. Ambos hablan de una reja cerrada. Los dos mencionan que ante el pedido de abrir el candado no hubo respuesta, aunque González agrega haber dicho a los agentes que si no aparecía la llave procedería a romper el candado por su cuenta y que, ante sus repetidos ruegos, los policías “no parecían muy nerviosos”. Veinte minutos, aproximadamente, tardó la llave en aparecer. Sendos bomberos plantean que, al llegar, no había ruido alguno en la celda 1 y que el humo y la temperatura hacían el trabajo muy dificultoso. Y el par de jóvenes son terminantes en que nadie los ayudó, excepto el oficial que intentó abrir la celda. El testimonio del bombero voluntario resulta, sin embargo, mucho más crudo que el de Ardis. A diferencia de su compañero, él sí pudo ingresar apenas se

En la novena audiencia por el juicio de la Masacre de Pergamino, declararon cuatro testigos: dos peritos forenses que realizaron las autopsias de los cuerpos de los siete pibes y dos policías que estuvieron en la comisaría el 2 de marzo de 2017. Reapareció en escena la mención al motín, acorde a la versión policial que circuló públicamente a poco de ocurrida la Masacre. Uno de los testigos policiales aportó detalles sobre el matafuegos y dio a entender que las muertes se podrían haber evitado. (Por El Diario del Juicio*) Foto: El presidente del Tribunal Oral Criminal N° 1, Guillermo Burrone, dirige la mirada hacia el sector donde se encuentran los cinco policías varones y la policía mujer imputados por “abandono de persona seguido de muerte”. Tras la tensión que se vivió el día previo en la inspección ocular a la Comisaría 1ª, los familiares de los pibes que murieron en Pergamino retoman fuerzas en la búsqueda de una sentencia condenatoria para los seis ex policías imputados por “abandono de persona seguido de muerte”: Alberto Donza, Sergio Rodas, Alexis Eva, Matías Giulietti, Brian Carrizo y Carolina Guevara. Con sus banderas y sus pañuelos de “Justicia x los 7”, le hacen frente a una nueva audiencia en el Tribunal Oral Criminal Nº 1. Benjamín y Jorgelina, hermano y mamá de Federico Perrotta. “La causa de muerte fue por asfixia”Carolina Pérez Mernes, perito médico del Instituto de Ciencias Forenses de la Región Norte que depende de la Procuración General de la Provincia de Buenos Aires, fue la primera testigo en brindar testimonio. Mernes realizó las autopsias de los cuerpos de los siete pibes. La querella le pregunta en qué estado vio los cuerpos, le pide que detalle cuáles fueron las razones de muerte. Mernes relata: “Los cuerpos tenían características comunes, la diferencia era la superficie corporal tomada por el calor y el fuego. Algunos tenían el 12% del cuerpo quemado y con lesiones por calor, otros por calor en fuego. Tenían entre el 12% y el 90% del cuerpo quemado. Una de las víctimas tenía el 60% del cuerpo carbonizado, y el 30% del cuerpo con lesiones de tipo AB”. Los familiares escuchan detenidamente. Algunos agachan la cabeza, no quieren ni mirar. Silvia Rosito, mamá de Fernando Latorre, explota en llanto, cada palabra la lleva de nuevo al horror. Mernes explica el dato común que arrojaron todas las autopsias: los cuerpos estaban “tiznados” y tenían “negro de humo” en las orificios nasales, en la boca, en la laringe, la tráquea, los bronquios y los pulmones. Agrega que había signos de “congestión polivisceral y edema cerebral”. La perito aclara que para que exista negro de humo en las narinas, la boca y los pulmones, los chicos debieron realizar un esfuerzo inspiratorio, porque tenían “infección conjuntival”. Por eso Mernes estableció que la causa de muerte fue “por asfixia”, que el mecanismo fue “respiratorio” y eso se vio macroscópicamente. La querella quiere saber si los forenses pudieron determinar la hora de muerte, pero la especialista no logra precisar. Sólo afirma que el deceso ocurrió entre “las cinco y las siete” de la tarde. Mernes cuenta que a partir de las operaciones de autopsias, tampoco pudo determinar el tiempo de exposición de los cuerpos al fuego. No hay más preguntas. El juez Guillermo Burrone, quien preside la sesión junto con Miguel Gáspari y Danilo Cuestas, la autorizan a retirarse de la sala. Declaración de Carolina Pérez Mernes, la perito médico que realizó las autopsias a los cuerpos de los pibes.  “El tiempo de agonía fue de entre 10 y 15 minutos”A continuación, declara la médica patóloga Inés Uría, quien tras las autopsias recibió el pool de vísceras y analizó los órganos para detectar las características de las lesiones. Cuenta que encontró “patrones de asfixia” y “daño morfológico pulmonar” ante la falta de oxígeno. También detectó “material negruzco” y hollín. La querella le pregunta si puede afirmar cuál fue el tiempo de “sobrevida” de las víctimas. Uría explica que la agonía es el intervalo entre la injuria y el momento en que se produce la muerte de las células. En este caso, ante la falta de oxígeno, la perito estima que el lapso de tiempo de agonía fue de “entre 10 y 15 minutos”. Carla Ocampo Pilla, abogada que acompaña a los familiares en este juicio, busca conocer el proceso de intoxicación que se dio en este caso. Sin embargo, Uría le responde que no está en su competencia sacar a la luz esa información. La defensa participa del interrogatorio. El Dr Gonzalo Alba hace referencia al proceso de agonía, si es factible que en ese lapso de tiempo se generen desmayos. “Sí, aunque no por morfología”, responde Uría. Alexis Eva, uno de los policías imputados, le habla al oído a su abogado como si hubiese recordado algo importante. Inés Uría termina con su declaración y el próximo testigo se hace presente: es el perito criminalístico Alejandro Doro, quien aportó datos de planimetría a la causa que ya habían sido incorporados por lectura. Los abogados de ambas partes coinciden en que no es necesario que Doro brinde testimonio. En consecuencia, el juez Burrone le da permiso a retirarse. La médica patóloga Inés Uría escucha las preguntas de las querellas. “Cualquiera sabe usar un matafuegos” Es el turno del oficial de policía Gastón Tolosa. Cuenta que el 2 de marzo del 2017, cuando el fuego devoró a los pibes de la celda 1, él estaba de franco, en su casa, al cuidado de sus hijos. En ese momento era segundo jefe de la Comisaría 1ª de Pergamino, desde donde recibió un llamado: le pedían que fuera, que había “problemas en los calabozos”. Confiesa no recordar con exactitud quién fue que lo llamó, aunque más tarde el testigo declara –sin demasiada claridad– que la voz del otro lado del teléfono pertenecía a la oficial Carolina Guevara. Relata que llegó a la dependencia entre a las 18:40 y las 19:00, que vio a su jefe directo, el ex comisario Alberto Donza.

Acompañamos a las familias durante la inspección ocular a la Comisaría 1ª de Pergamino, donde murieron los siete pibes, asfixiados y quemados. Entre las penumbras, descubrimos el horror en carne viva. Los seis ex policías imputados no se hicieron presentes. (Por El Diario del Juicio*)  “Durante la dictadura cívico militar fue utilizado como centro clandestino de detención. En democracia, el 2 de marzo del 2017 ocurrió la Masacre de Pergamino donde perdieron la vida siete jóvenes de nuestra ciudad que estaban bajo custodia estatal. Fueron asesinados por el Estado. Verdad, Justicia y Memoria”, dice un cartel con tonos amarillos y negros en la fachada de la Comisaría 1ª, sobre la calle Dorrego, en el centro de una ciudad que ya luce despierta. Lo que le sigue son los nombres y las edades de cada uno de los pibes: Federico Perrota (22), Sergio Filiberto (27), Fernando Latorre (24), Franco Pizarro (27), John Claros (25), Alán Córdoba (18) y Juan José Cabrera (23). “Siempre presentes, Nunca Más”, se lee en letras más chicas. Cruzando la calle, las familias con el dolor a cuestas sostienen una bandera enorme de lucha que exige justicia y condena para los responsables. También cuelgan en las rejas de las ventanas carteles con las caras de los pibes. Desde temprano aguardan para entrar en la Comisaría 1ª. Es el día de la inspección ocular, un pedido explícito de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM), en medio del juicio que tiene a seis ex policías imputados: Alberto Donza, Alexis Eva, Brian Carrizo, Matías Giulietti, Sergio Rodas y Carolina Guevara. Ninguno de ellos se hizo presente en el lugar. A Silvia Rosito, mamá de Fernando Latorre, le sobra valentía: “Parece que fue ayer que estuvimos acá. Siento que mi hijo está acá conmigo. Queremos ver si hay alguna pertenencia de los chicos, es una necesidad que nosotros tenemos de caer en la realidad, de cerrar esta historia. Creo que no hemos tomado dimensión de todo lo que pasó. Lo que sí estoy segura es que no fue una tragedia: fue una masacre”. En fila y a paso firme se nos aproxima un grupo de efectivos de la Policía Federal Argentina. Con sus escopetas, sus escudos y sus cascos forman un cordón en la entrada del edificio. De pronto, aparece el oficial mayor del Tribunal Oral en lo Criminal, Daniel Pascual. También están presentes el fiscal Néstor Mastorchio, los jueces Guillermo Burrone, Danilo Cuestas y Miguel Gáspari. Pascual informa que a la inspección ocular sólo podrán ingresar un familiar por víctima, acompañado de su abogado. Nos dice que la prensa no podrá hacer ejercicio del derecho de informar, que luego nos compartirán los registros fotográficos. Por un momento sentimos que el carácter de oral y público de este juicio funciona sólo a veces. Sin embargo, unos minutos después, Pascual autoriza sólo a tres periodistas a registrar lo que está sucediendo allí adentro. Una fotógrafa y un cronista de El Diario del Juicio y otro fotógrafo del diario La Opinión -un medio local-, logramos traspasar el cordón de la PFA para sumergirnos en las penumbras de la Comisaría 1ª.  Entre los familiares que ingresaron en primera instancia –más tarde lo harían otros – estuvieron Andrea Filiberto, Alicia González, Lorena Claros, Franco Perrotta, Ludmila Díaz, Alejandra Roberto, Mariana Noguera y Flavia Gradiche. Mientras espera afuera, Carmenza Claros, mamá de John, se descompensa y cae desplomada. A los pocos minutos logra recomponerse. Desde que ocurrió la Masacre la Comisaría 1ª permanece cerrada. El secretario de la Fiscalía Nº3, Sebastián Labbate, se acerca a la puerta de ingreso que da a los calabozos y corta la faja de seguridad. Labbate quita los 3 candados (arriba, al medio y abajo) como la puerta no abría, debió darle una patada. Las palpitaciones aumentan a mil por hora. No se ve casi nada, pero se siente todo. La oscuridad se adueña de la escena. La cámara dispara y con su flash nos permite revivir el horror, dilucidar entre las penumbras el pasillo que conecta la oficina de imaginaria (a cargo de Brian Carrizo) con el resto de las celdas. Con su linterna, la abogada Carla Ocampo Pilla ilumina la oficina de imaginaria. Desde acá la Policía les suministraba agua a los internos. O dejaba de hacerlo, como aquel 2 de marzo cuando a los pibes se los devoró el fuego. En el suelo hay botellas de plástico, ojotas y más allá se alcanza a ver un pedazo de colchón calcinado. Todavía parecen escucharse los gritos de auxilio de los pibes. Todavía parece haber olor a hollín en la escena del crimen. En la celda 1, Cristina Gramajo se mantiene de pie. De pronto parece que le vuelve el alma al cuerpo: entre los restos, encuentra la bolsa con la cual solía traerle comida a su hijo. En este calabozo depositaron a los siete. Acá los sentenciaron a muerte. “La violencia que impone la Policía es la misma que vivimos como sociedad. Ante cualquier hecho los quieren linchar en el lugar. Siempre ponen el ojo sobre la víctima y no el victimario. Hay que desnaturalizar eso. Debemos cambiar ese pensamiento de ´para que no entren y salgan, vamos a matarlos a todos´, reflexiona Cristina. Flavia Gradiche se posiciona sobre los hechos. “Esto fue un homicidio múltiple porque los policías se quedaron en la comisaría escuchando cómo los chicos gritaban y pedían auxilio”. Y agrega: “Eva les dijo que los iba a apuñalar a todos, que iba a hacer de cuenta como si se hubiesen apuñalado entre ellos, que los iba a prender fuego y que iban a morir asfixiados. ¿Y cómo murieron los chicos?: asfixiados”. Flavia cuenta que el 25 de febrero vio por última vez con vida a su hijo Alan.“Lo mataron frente a mis narices. Esto es caótico: entrar acá, ver el lugar donde murió mi hijo, encontrar sus zapatillas íntegras, enteras, limpias. Encontrar los desodorantes en crema, cuando se habla de desodorantes en aerosol que podrían haber explotado”. Nada parece tener sentido. Y a