Gracias Don Luis
Por LR oficial en Uncategorized
(Por La Retaguardia) El jueves 27 de junio falleció una de las personas más importantes del barrio de Liniers pero que, a la vez, trascendió su barrio. Un hombre que llevó alegría y caramelos a quienes se acercaron durante décadas a Ramón Falcón y Miralla. En esa esquina, Don Luis tenía una calesita en su propia casa. Desde el día que murió, a los 94 años, integrantes de al menos tres generaciones volvieron a su casa a homenajearlo con flores, velas y dibujos. Todavía conmocionados por su partida, recordamos su vida a partir de su propia voz y la de aquellos que jugaron en la calesita de Don Luis.
“Yo disfrute mucho de Don Luis cuando era chica, y cuando ya no lo era tanto con la excusa de llevar a mi hermano o a mis primos que son mucho más chicos que yo”
“Por distintas circunstancias me tocaba pasar fuera del horario de Calesita, y ahí estaba sentado al sol, pensativo y siempre lo saludaba con un ‘Hola Don Luis’, y siempre recibía el saludo afectuoso y sincero ‘Cómo andas Pibe’”
“El tiempo seguramente hará que esta sensación de vacío y tristeza se vaya calmando, lo que no va a cambiar es el amor de todos los que alguna vez pasaron, se subieron o acompañaron a algún chico hasta ‘La Calesita de Don Luis’”
“Es como si todos estuviéramos esperando esa vueltita más que siempre pedíamos de chiquitos para no irnos nunca, y a Don Luis dejando que agarremos la sortija y el caramelito de despedida”
“Gracias por los hermosos 33 años que me hiciste pasar, gracias a Dios tuve la dicha de que mis sobrinas y mi hijo te conociera DON LUIS, el abuelo de todos!”
Son tan solo algunas de las frases que distintas personas fueron dejando en el grupo de facebook “yo fui a la calesita de Don Luis”, que fue creado hace tiempo pero se convirtió, tras la muerte de Don Luis, en uno de los espacios donde la gente mostró sus sensaciones. Solo palabras de afecto, agradecimiento, tristeza, pero también de alegría por todo lo que el calesitero generó en quienes visitaron la esquina de Ramón Falcón y Miralla por años.
La historia de Don Luis y su calesita comenzó el 19 de marzo de 1920 cuando su papá, Juan Rodríguez, perdió su trabajo como guarda de tranvía, y con plata prestada decidió comprar una calesita usada. Había sido fabricada en el primer lugar que hacía calesitas en el país, el taller Cirilo Bourrel, Francisco Meric y De La Huerta.
Don Juan salió con su calesita ambulante de barrio en barrio y a recorrer pueblos para mantener a su familia. Al principio, la fuerza que hacía girar la calesita era la de un caballo llamado Rubio, que empezaba a andar cuando escuchaba la música del órgano. Luis dejó la secundaria a los quince años y empezó a trabajar con él. En 1935 reemplazaron el caballo por un motor a nafta y luego por uno eléctrico.
Cuando Luis tuvo que hacerse cargo de la calesita no quiso dejar sola a su mamá, por lo que resolvió sacar las flores del jardín de su casa y reemplazarlas por la calesita: “una flor de calesita”, según su propia definición. Desde 1965, la calesita quedó instalada en el jardín de la casa familiar ubicada en Ramón Falcón y Miralla y todavía conserva sus caballitos de madera y sus barquitos originales. El mismo Luis armó y talló los aviones, los autos y los camellos.
Andrés Eidelson ha llevado a sus hijos a la calesita durante años, y fue testigo de la llegada de los camellos: “como me gusta conversar he charlado mucho con Don Luis, y como parte de esas charlas alguna vez mientras me contaba por qué cada caballo tiene el nombre que tiene o cómo era la calesita en la época de sus padres, me dijo que una de sus frustraciones era no tener dos camellitos. Por razones de trabajo yo andaba por la zona de Wilde bastante seguido y había una calesita abandonada en la calle Las Flores que tenía dos camellos, entonces le propuse en broma a Don Luis ir de noche con el auto, meternos en la calesita y afanarnos los dos camellos para llevarlos a la calesita. Él se reía y me retaba al mismo tiempo; me decía que ya no estaba para esas cosas, entonces le decía que lo hacía yo, y me respondía que desde la época de sus padres todos los juegos que se ponían en la calesita habían sido siempre de madera y los de Wilde eran de plástico, por eso él no los quería más allá de la broma de ir a robarlos. Un día voy a llevar a mis hijos a la calesita, y Don Luis me dice que quiere mostrarme algo, y me lleva a un garaje donde ahora funciona una inmobiliaria, donde tenía un fitito, un fiat 600 impecable, y me muestra que estaba tallando los camellos, yo no lo podía creer. Me permitió agarrar el martillo y tallar un pedacito, muy simbólico. Habrán pasado dos, tres meses y cuando los iba a inaugurar me dijo que fuera con los chicos y subimos a mis hijos a los camellitos para que dieran la primera vuelta”.
“Es lindo porque uno está con el público, uno conversa, vienen abuelos que eran clientes míos cuando eran chicos y ahora vienen con los nietos. Acá es todo muy familiar, no ves un pibe suelto, vienen con los abuelos, una tía”
“Tengo la suerte que se acuerdan de mí, los medios de difusión me vienen a visitar, porque yo no salgo mucho de casa, tengo dificultades para caminar, con los años que tengo las piernas se van cansando. Vienen a verme porque les llama la atención que la calesita está dentro de una casa”
“Yo tengo un carácter comunicativo, cuento cosas, y cuando se van me vienen todos a saludar, nadie se va sin saludarme. ¿Saben por qué? Porque yo les regalo un caramelo”
Fueron algunas de las palabras que pudimos escuchar desde la propia voz de Don Luis durante el homenaje de La Retaguardia. El calesitero no solo se encargaba de que todos los chicos sacaran la sortija antes de irse, sino que además les regalaba un caramelo. “Están guardados en mi memoria sus comentarios, que me cuente dónde y cómo compraba los famosos caramelitos –relató Eidelson–, en un gesto casi religioso, reiterativo, de ir siempre al mismo lugar a comprar la misma bolsa; está guardado con otras cosas que tienen que ver con un período muy oscuro de mi vida donde él se prestó a consolarme sin decirme nada; está guardado haber hecho mi primer programa de radio, en el que puedo asegurar que nunca tuve tantos llamados como el día en que simplemente lo nombré”.
Don Luis, además, escribía y editó dos libros hacia fines de la década del ’70, principios de los años ‘80, gracias a la ayuda de Ricardo Colángelo, quien en aquel momento era director de arte de la Revista Billiken. “Uno era de versos, otro de relatos muy emotivos, muy personales, con mucha riqueza y profundidad que fueron impresos en los talleres gráficos de los hermanos Suárez ahí en la zona de Liniers”, contó Colangelo a La Retaguardia y agregó a modo de adelanto: “es tan especial este momento que a raíz de una conversación que tuve con la gente que se encuentra en el grupo de facebook, hablé con mi hijo, con quien tenemos una empresa gráfica, y coordiné para re-editar esos libros o tal vez hacer una edición especial homenajeando toda esa riqueza, todo ese amor, esa gran obra de ese maravilloso hombre que será difícil repetir, igualar. La emoción nos embarga y vamos a poner realmente un esfuerzo digamos económico y una enorme alegría y entusiasmo para darle forma, mejorar esas ediciones con el mismo contenido que él le puso al que le vamos a agregar fotos que ocasionalmente tuvimos oportunidad de tomarle a mediados del año pasado. Mi yerno hará un documental. Y quisiera documentar esas fotos de ese último momento tan importante, lleno de datos, de anécdotas, muy rico, en esta nueva edición del libro que vamos a editar y poner a disposición para toda la gente que lo quiere a Luis”.
Desde que Luis falleció, su casa, su calesita, recibieron solo demostraciones de cariño y lágrimas, pero también dibujos y flores. “Fui un par de veces a la puerta de la calesita porque realmente necesito ir, porque Don Luis fue mucho en la vida de mi familia, en la mía personal, en la de mis hijos, en la vida de un barrio, de un pueblo, de una ciudad, y fue un ejemplo de ser humano, que hoy por hoy cuesta mucho encontrar todos estos valores reunidos en una sola persona y llevar 94 años de dignidad hasta su último día. Entonces para quien lo pudo abrazar, quien lo pudo tener en su casa, es como una especie de tesoro que uno quiere conservar y hay una emoción que no puedo controlar. A punto tal que con mi hija llevamos fotos de él y las pusimos en la reja… no quedó ninguna, ¡se las llevaron todas!, lo que nos puso muy felices porque son fotos muy sentidas”, expresó Colángelo.
“Todos nos sentíamos unos genios por haberle podido sacar la sortija, con el gran manejo que mostraba con su diestra muñeca, y no nos dimos cuenta hasta que fuimos grandes, y llevamos a nuestros hijos, que nadie le ganaba en su destreza el nos dejaba ganar ,jajj. Lo mas increíble era la memoria que tenia para saber a quien ya le había tocado y a quien no!!
Aquí, habitualmente, abordamos temas y problemáticas que tienen que ver con el mundo que no queremos… esta vez hablamos de Don Luis, que forma parte del mundo que sí queremos. Cuando se habla de Don Luis y se lo enmarca casi como dentro de una especie en extinción o como alguien de otra época, se puede ver como los valores de individualismo y de éxito que el sistema nos impone, se pega de trompa con historias como éstas, ligadas al hacer con otros, al vivir entregándose a los demás. Hasta lo que encierra el acto de la sortija choca con el mundo actual. Esa acción de repartir. De que nadie se pelee. De que hay para todos…
Gracias Don Luis. Y hasta pronto. Porque nos vemos en el próximo recuerdo de los que te conocieron, o de los que escucharon sobre vos. Y permitinos tutearte, porque somos de esta época.
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