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Puente 12


En la audiencia 15 declaró Gabriel Kordon, compañero de militancia de Gabriel Porta Olivastri, quien fue secuestrado y desaparecido en 1976. Porta era dirigente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Agronomía y militante del PCR. También dio testimonio Pablo Rush, quien forma parte junto con Kordon de la comisión de Homenaje a Porta y a otras personas desaparecidas de la facultad. Ambos señalaron como responsables de su desaparición al decano interventor, Ichiro Mizuno, y a Norberto Antonio Cestoni, del Batallón 601. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Valentina Maccarone/Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia Gabriel Porta Olivastri, dirigente estudiantil y militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR), fue secuestrado y desaparecido en noviembre de 1976. Porta tenía bajo su responsabilidad los fondos del Centro de Estudiantes de la Facultad de Agronomía y lo asesinaron, porque se negó a entregarlos a los genocidas que intervinieron la casa de estudios luego del golpe de 1976.En los años siguientes, la figura de Porta fue reivindicada por su compañero de militancia, Gabriel Kordon, quien al declarar en el juicio Puente 12 III, pidió castigo para “los responsables del martirio” de quien fue “un ejemplo de dirigente estudiantil”.También declaró Pablo Rush, quien junto con Kordon forman parte de la Comisión de Homenaje a Porta y a otros 33 desaparecidos y desaparecidas de la Facultad de Agronomía. Los testigos señalaron a dos de los responsables de la desaparición de Porta: el decano interventor, Ichiro Mizuno; y el agente civil del Batallón 601 del Ejército, Norberto Antonio Cestoni, quien quería apropiarse de los fondos estudiantiles. Kordon y Rush cerraron con sus testimonios la audiencia 15. ¿Qué pasó con Gabriel Porta? El testigo Gabriel Alejandro Kordon se refirió al secuestro y desaparición de Gabriel Porta Olivastri, de quien fue compañero de militancia política en el Partido Comunista Revolucionario (PCR) y en el Frente de Agrupaciones Universitarias de Izquierda (FAUDI). Porta era uno de los tres responsables del Centro de Estudiantes de la Universidad de Agronomía (CEABA) y tenía a su cargo el manejo de los fondos, que estaban depositados en el Banco Nación, sucursal Agronomía. Luego del golpe de 1976, la universidad fue intervenida y el Centro de Estudiantes quedó en manos de personas designadas por el decano interventor, el ingeniero agrónomo Ichiro Mizuno, delegado militar de la facultad. Una de las autoridades de facto era Norberto Antonio Cestoni, miembro del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército. Además de la persecución a docentes, no docentes y estudiantes, se apropiaron de las instalaciones y de los bienes estudiantiles.Porta comenzó a advertir irregularidades en el manejo del dinero por parte de la intervención, motivo por el cual abrió un expediente administrativo donde denunciaba lo que estaba pasando. Cestoni le había solicitado la firma de un cheque para el traspaso de los fondos, pero Gabriel se negó a firmar.Fue secuestrado el 25 de noviembre de 1976, el mismo día en que se recibió una respuesta al expediente que el joven había iniciado. El secuestro fue en el domicilio en el que vivía con su familia, en la localidad de Villa Sarmiento, en el partido bonaerense de Morón. El secuestro fue cometido por efectivos que dijeron pertenecer a la Coordinación Federal. “Hoy Porta es uno de los 30 mil desaparecidos”, dijo Kordon.A Porta lo llevaron a Puente 12. El testigo aclaró que eso lo pudo saber “gracias a las investigaciones realizadas” por los integrantes del Grupo de Homenaje a Porta, del que forma parte. “Lo que queremos saber es, ¿quiénes lo secuestraron? ¿Quiénes lo trasladaron a distintos centros de detención? ¿Quiénes son los responsables del martirio? Y queremos saber dónde está Gabriel Porta y qué pasó con él”, declaró Kordon.Ante una pregunta de la abogada querellante por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Nadia Schujman, el testigo ratificó que Porta era “un referente para el FAUDI y para el PCR, un ejemplo de dirigente estudiantil, muy querido por todos”.Luego del secuestro, compañeras y compañeros del FAUDI y del PCR repartieron volantes con la foto de Porta para denunciar lo ocurrido. Por esa razón, algunas de las militantes fueron detenidas. El testigo mostró en la transmisión virtual, uno de los volantes pidiendo la aparición con vida de Porta.Acerca de cómo se enteró que Norberto Cestoni pertenencía al Batallón 601, el testigo señaló que obtuvieron el dato de la página desaparecidos.org.ar, donde figura la nómina del personal civil del Batallón. El dato fue corroborado en una nota de la revista “Ceres”, en la que se afirma que quien pidió el traspaso de los fondos de los estudiantes era un integrante civil del Batallón 601. El testigo recalcó que luego de la intervención “todos los alumnos, docentes y no docentes” sufrieron persecución, porque “se prohibió la actividad política”.La Comisión de Homenaje a Gabriel Porta fue creada en 2017, por el ejemplo que dio, por su militancia y su “calidez humana”. De la creación participaron personas de la vieja y la actual militancia de la FAUDI, del PCR y de otras agrupaciones. Una de las tareas de la comisión es investigar lo ocurrido con los fondos y sobre el destino de Porta. Uno de los temas importantes relacionados con los fondos, era que permitían proveer de apuntes gratuitos a los y las estudiantes.El testigo insistió en que Porta “no sólo tuvo compromiso político por la transformación revolucionaria” sino que también tenía “una gran capacidad de disfrutar de la vida, los campamentos estudiantiles, la vida al aire libre y los fogones”. Por eso, “todos respetaban su coherencia, su compañerismo, su preocupación por los más necesitados lo que lo hizo trascender a todos los compañeros de la facultad”.Sobre cómo supieron que Porta estuvo en Puente 12, Kordon respondió que en el marco de la investigación que realizaron hubo muchas reuniones virtuales. En una de ellas, en 2014, les llegó el testimonio de una persona que fue trasladada junto con Gabriel Porta, primero a un centro clandestino que no pudo identificar y luego a Puente 12. Allí estuvieron juntos durante un tiempo. El que brindó esa información

En la audiencia 15 del juicio Puente 12 III, el sobreviviente Dalmiro Suárez revivió el calvario de su familia. En noviembre de 1974 lo secuestraron junto con su hermana Nelfa Suárez, quien estaba embarazada; y con sus cuñados, María Ester Alonso y Víctor Taboada, militantes del PRT-ERP. Los llevaron al centro clandestino Puente 12, donde los “torturaban por turnos”. También declaró Norma Luján Cora por el secuestro y desaparición de su esposo, Rodolfo Aníbal Leonetti.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Antes del secuestro de Dalmiro Suárez, la Triple A había asesinado a su hermano Arístides Suárez. Con posterioridad también fueron secuestrados sus hermanos Nora, Mario y Omar.  El sobreviviente estuvo preso en el “Pabellón de la Muerte” de la Unidad 9 de La Plata y en otras cárceles, hasta octubre de 1983. Algunos de sus torturadores fueron el agente de la SIDE Aníbal Gordon y el policía Félix Madrid. Dalmiro dijo que las secuelas de su calvario “existieron, existen y existirán”, pero reivindicó el hecho de seguir “compartiendo con los compañeros de militancia una guitarreada, un asado, reírnos y también ponernos tristes”.  También prestó testimonio Norma Lujan Cora, quien se refirió al secuestro sufrido por su esposo, Rodolfo Aníbal Leonetti, el 14 de mayo de 1976. Antes de su desaparición, su marido había sufrido persecuciones y atentados en los que resultó herido de gravedad. Aunque en la causa existen datos sobre la presencia de su esposo en Puente 12, la testiga dijo que ni ella ni su hija tienen información precisa sobre el destino final de Rodolfo Aníbal.  El Caso Leonetti En la audiencia 15 se desistió del testimonio de Rolando Clashman, mientras que la testiga Silvia Porta no pudo presentarse por problemas de salud. La primera en prestar testimonio fue Norma Luján Cora, quien se refirió al secuestro y desaparición de su esposo, Rodolfo Aníbal Leonetti. Los hechos ocurrieron el 14 de mayo de 1976, cuando la víctima salió de la casa en la que estaba viviendo, en Ituzaingó, con el propósito de tomar el tren y concurrir a su trabajo en un estudio jurídico en la Ciudad de Buenos Aires. Leonetti, de 29 años, era estudiante de Psicología, realizaba tareas de prensa sindical, era militante gremial y de la Juventud Peronista (JP).  Como su esposo estaba siendo perseguido, se habían mudado a la casa de su hermano, en Ituzaingó. La testiga también militaba en la JP. A su esposo se lo conocía con el apodo “Aníbal” y a ella le decían “Ana”. Los dos participaban en reuniones de formación política y realizaban actividades en distintos lugares.  Explicó que su esposo había sufrido persecuciones en forma constante. “La más grave fue cuando lo balearon” en 1975. Él estaba en la Unión Obrera Metalúrgica cuando lo llevaron a un campo, en Rawson,  donde fue “ametrallado”, aunque “por fortuna pudo llegar hasta una ruta y un camionero lo llevó al hospital, donde le salvaron la vida”.  Cuando estaba internado, una persona ingresó al hospital, redujo a la custodia policial y le aplicó una inyección con el propósito de quitarle la vida. Los médicos actuaron a tiempo y lo salvaron. Desde ese momento, sufrió amenazas y seguimientos en distintas provincias.  Sobre la desaparición de su esposo, dijo que nunca pudo averiguar nada, aunque hizo presentaciones en forma personal y con la ayuda de abogados de la Secretaría de Derechos Humanos. Cuando hizo la denuncia policial, un oficial se burló de ella: “Me dijo que se había ido con una rubia”, contó. Todo lo que pudo saber es que lo secuestraron en Morón, cuando lo hicieron bajar del tren que había tomado en Ituzaingó. Le dijeron que había fallecido “en un enfrentamiento en riña”. Ella hizo la denuncia ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), pero nunca supo a ciencia cierta cuál fue el destino de su esposo.   La fiscal Viviana Sánchez le preguntó si tenía alguna información sobre la posibilidad de que Rodolfo Leonetti hubiera estado secuestrado en Puente 12.  Como la testigo dijo no saber nada al respecto, la fiscal Sánchez le ofreció —una vez finalizado su testimonio— darle información sobre esa posibilidad. La testiga dijo, en ese momento, que había sabido de alguien que estuvo secuestrado en el mismo lugar que Rodolfo, pero eso era todo lo que sabía al respecto.  Norma Luján Cora, con la voz quebrada, dijo que su hija tenía cuatro años cuando desapareció su papá. Habló del daño moral, de ella y su hija, por “no saber qué pasó, por no tener un cuerpo, porque es una incertidumbre muy grande”. Además, agregó: “Ya pasaron años y todo sigue en pie, para mí y para su hija, que no tiene dónde ir a visitarlo, que festeja todos los años su cumpleaños, sin saber dónde está. Son muchos años, pero el dolor sigue”.  La historia de la familia Suárez Luego declaró el sobreviviente Dalmiro Suárez, quien fue secuestrado el 13 de noviembre de 1974, cerca de las nueve de la noche, en la entrada de su casa, en San Martín 14, de Bernal, partido de Quilmes. “Desde los techos saltaron sobre mí cinco personas, me detuvieron y me metieron en la casa”, relató. Allí se encontraba también su hermana, Nelfa Suárez de Taboada, quien estaba en el quinto mes de embarazo. Estaba sentada en una silla, con las manos atadas.  A Dalmiro lo tiraron al piso, boca abajo, con las manos en la espalda. En la casa también vivían Víctor Manuel Taboada, el esposo de Nelfa, y María Ester Alonso, quien había sido novia de Arístides Suárez, hermano de Dalmiro, quien había sido asesinado por la Triple A en octubre de ese mismo año. El cuerpo de Arístides nunca fue encontrado.  Dalmiro dijo que antes de la muerte de su hermano, la familia vivía en la localidad de Don Bosco, junto con sus padres.  Después del asesinato se habían mudado a Bernal, porque sabían que muchos de ellos figuraban en “un listado” de la Triple A. La organización de extrema derecha solía hacer

Sonia Edith Rodríguez estuvo por última vez con sus padres cuando tenía 8 años, el día de su cumpleaños, en marzo de 1976. Recién a los 13 sus tías le dijeron que estaban desaparecidos. Hace unos años supo que estuvieron secuestrados en Puente 12, a partir de los datos que aportó un gremialista de la Unión Obrera Metalúrgica.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero La testiga Sonia Edith Rodríguez dio testimonio sobre el secuestro y desaparición de su madre, Edith Vera, quien tenía 33 años; y el de su padre, Pablo Tomás Rodríguez, de 35. Los dos habían sido delegados gremiales en Córdoba, provincia de la que eran oriundos. También eran militantes del PRT-ERP. En 1974 se habían mudado a la Ciudad de Buenos Aires.   Dijo que su mamá y su papá fueron secuestrados a fines de marzo de 1976. Durante muchos años pensó que habían sido llevados “al campo de concentración del Vesubio”, pero hace poco se enteró que estuvieron en Puente 12. En ese marzo de 1976, la familia, que vivía en Buenos Aires, había viajado a Córdoba, para celebrar el cumpleaños de la testiga, que tenía apenas 8 años.  Sus padres le dijeron que tenían que regresar a Buenos Aires por cuestiones relacionadas con su trabajo y ella se quedó en Córdoba, en casa de su tía Sonia Vera, hermana de su mamá. Su tía estaba casada con un suboficial de la Fuerza Aérea. Tras la desaparición de sus padres, la testiga no volvió “nunca más a Buenos Aires”. Con el tiempo supo que el domicilio familiar en la Capital Federal era Avenida del Trabajo (hoy Eva Perón) al 3400.  Recién en febrero de 1981, cuando estaba por cumplir 13, sus familiares le dijeron que su mamá y su papá “no van a volver, porque han desaparecido”. Eso fue lo único que le dijeron. Antes, le decían que ellos “estaban de viaje, después que estaban presos o que habían tenido un accidente”.  Acerca de lo que le explicaban su tía y tío, dijo: “N“No querían decirme más, porque siento que los incomodaba con mis preguntas, porque no sabían o no querían decirme más”.  Ante preguntas de la fiscal Viviana Sánchez, la testiga comentó que ella supo mucho después la dirección de su casa en Buenos Aires y que sólo recordaba el número de teléfono de la casa. Llamó muchas veces a ese número, desde teléfonos públicos, en Córdoba, pero “nunca respondía nadie”. Muchos años después quiso conocer la casa, pero los nuevos propietarios no le permitieron ingresar.  Rodríguez explicó que sus padres habían regresado a Buenos Aires en marzo de 1976 “porque estaban siendo perseguidos” y no querían comprometer a su tío “que era suboficial de la Aeronáutica”.  Por su tía Mari, hermana mayor de su mamá, supo que a sus padres los habían secuestrado entre la medianoche del 31 de marzo de 1976 y la madrugada del 1 de abril. Su tía los había acompañado en el viaje de regreso a Buenos Aires y el 1 de abril, preocupada porque no respondían sus llamados, fue hasta la casa de Avenida del Trabajo. “Ella sintió que la estaban siguiendo y una vecina de mis padres le dijo que no entrara a la casa, porque a la medianoche se los habían llevado”, declaró la testiga. Se los llevaron vestidos “con ropa de cama”. Su tía Mari le dijo que se los habían llevado “los milicos, que para nosotros en Córdoba son los oficiales del Ejército o de la policía”.  El caso fue denunciado ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) por otra de sus tías, Gladys Amanda Vera. Por intermedio de un hombre que era de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) supieron que por lo menos hasta el 26 de abril “los dos estaban con vida” en el lugar donde estuvieron secuestrados, que ahora sabe que era Puente 12 y no el Vesubio. “Lo que dijo es que mi mamá lloraba mucho y que mi papá pedía que lo torturaran a él, para que a ella no la toquen”, contó. Su padre estaba “en muy mal estado, muy mal herido”. Su tía Gladys le pidió a ese hombre que fuera a declarar, que diera más datos, pero él “le dijo que no, que no iba a hablar, que no iba a decir nada más”. Ese hombre pudo recuperar su libertad por gestión personal del exsecretario general de la UOM Lorenzo Miguel.   La testiga habló también sobre el secuestro de su tío Wenceslao Vera. Lo detuvieron en la esquina de la Avenida del Japón y Juan B. Justo, en la ciudad de Córdoba. Vera realizaba “trabajo social con chicos humildes, para darles de comer o para jugar al fútbol”. El secuestro de su tío fue anterior al de sus padres. Se lo llevaron cuando estaba “en una cancha de fútbol”, en un campeonato para niños. Lo subieron a un vehículo y estuvo desaparecido muchos años, hasta que encontraron sus restos en una fosa común del cementerio San Vicente, en Córdoba. Era secretario general del gremio Obras Sanitarias. “Los que secuestraron a mi tío eran vecinos, eran conocidos de la familia, porque nosotros vivíamos en el barrio Liceo, un barrio de militares y policías”, relató.  Ante una pregunta de la fiscal Sánchez, la testiga dijo que su padre tenía el apodo de “Mandrake”, como el mago de historieta, y a su mamá le decían “Marina”. La testiga recordó que en su casa de Buenos Aires se hacían reuniones con “gente joven” a los que ella les decía “tíos o tías”, aunque no lo fueran. Algunos de esos “tíos” eran Mario Roberto Santucho y Enrique Gorriarán Merlo. Además, en su casa en Buenos Aires encontraron refugio algunas de las presas políticas que se fugaron a la cárcel cordobesa del Buen Pastor. Aclaró que ella nunca ocultó quiénes eran sus padres y que estaban desaparecidos.  Sonia Edith Rodríguez afirmó que, por lo vivido, todos sus tíos “con el paso de los años empezaron a tener problemas mentales, estuvieron

José María Lanfranco, militante de la agrupación Política Obrera y sobreviviente del Centro de Tortura y Exterminio Puente 12, declaró en la audiencia 13 del juicio.  Fue secuestrado junto con Daniel Mirkin, Oscar Carbonelli y María Elena Hernández. Contó las torturas que sufrió durante su cautiverio y el simulacro de fusilamiento que le hicieron a él y a Carbonelli. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Valentina Maccarone / Pedro Ramírez Otero En mayo de 1975, José María Lanfranco militaba en la agrupación Política Obrera (PO), cuando fue secuestrado junto con una compañera y dos compañeros. Los llevaron al Centro de Tortura y Exterminio de Puente 12. Los cuatro fueron torturados con picana eléctrica. “El sufrimiento era tan terrible, que creí que me moría ahí”, afirmó el sobreviviente. Lanfranco recuperó su libertad en julio de 1977, cuando pudo salir del país para exiliarse en Francia, donde todavía reside.  Al declarar en la audiencia 13 del juicio Puente 12 III, Lanfranco sostuvo que los guardias “pasaban, se reían y nos golpeaban” durante las sesiones de tortura.   Lanfranco fue secuestrado el 1 de mayo de 1975, en San Justo, junto con Daniel Mirkin, Oscar Carbonelli y María Elena Hernández, quienes ya declararon en las primeras audiencias de este juicio.  El testigo formaba parte de Política Obrera (PO), antecedente de lo que luego fue el Partido Obero (PO). Lanfranco aclaró que era una organización “no guerrillera” y que los detuvieron por realizar reuniones con vecinos para conmemorar el Día del Trabajador.  Aclaró que integraba un grupo que se dedicaba a controlar lo que sucedía cuando terminaban las reuniones y los compañeros y compañeras comenzaban a retirarse. “El temor era que aparecieran grupos de operaciones de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que ya nos habían matado dos camaradas”, contó.  Cuando él y sus tres compañeros se retiraban, aparecieron dos autos marca Torino de los que bajaron policías de civil que “nos obligaron a acostarnos en el suelo y nos pusieron nuestros  abrigos de capucha”. Era un día de “mucho frío” y ellos estaban con “el torso al descubierto”. Uno de los policías estaba “muy nervioso” y “se le escapó un tiro”.   Los subieron a los coches y los llevaron a la comisaría de San Justo, en el partido bonaerense de La Matanza. Allí, permanecieron varias horas. A él le robaron el gamulán que llevaba puesto y su reloj. A la noche, los trasladaron a otro lugar y al llegar los “bajaron a los golpes”.  Apenas llegaron, lo subieron al elástico metálico de una cama, le mojaron el cuerpo y lo torturaron con picana eléctrica. Le preguntaban si pertenecía al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), para que dijera qué atentado estaban preparando.  “Yo les decía que pertenecíamos a Política Obrera, que hacíamos acciones democráticas y sindicales, y seguían exigiendo que les diga quienes eran mis compañeros de guerra”, recordó. Luego, el testigo contó que fue llevado al calabozo y lo dejaron ahí “en pésimas condiciones”. Desde ese lugar, escuchaba los gritos de los tres compañeros con los que había sido secuestrado.  Las torturas duraron mucho tiempo. Los llevaban a una sesión, volvían al calabozo y de nuevo a la tortura. “Luego me llevaron, creo, a un galpón, por la resonancia (que tenía el lugar)”, declaró. No podía ver nada, porque seguía encapuchado. “El sufrimiento (en la tortura) era tan terrible, que yo creí que me moría ahí”, dijo. Además, los guardias pasaban, se reían y le pegaban. Con el cambio de guardia, el trato fue menos duro y uno de los custodios le levantó la cabeza con las manos y le dijo: “Tranquilo pibe, no te agites que te vas a morir”.  Más tarde, los hicieron subir a una camioneta donde los “apilaron a todos como ganado”. Lanfranco aún recuerda el olor que tenían, porque “no nos llevaron al baño, no nos dieron agua ni comida”. Los trasladaron de nuevo a la comisaría de San Justo y, luego, a la de Villa Madero. En esa comisaría les quitaron las vendas y a los tres hombres los pusieron en una celda con detenidos comunes que los asistieron en forma solidaria.  En la comisaría de Madero fueron interrogados “de forma violenta” por un policía “que estaba nervioso” cuando les hacía las preguntas y de alguna manera inducía y tergiversaba las respuestas. Recién el 10 de enero de 1976, los familiares de los cuatro pudieron tomar contacto con ellos.  “Habían allanado la casa de mi madre. A mi padre, que había fallecido siendo suboficial mayor de la Marina, le robaron el arma de servicio, junto con otras pertenencias”, contó. Con posterioridad, Lanfranco, Mirkin, Carbonelli y Hernández  fueron trasladados al penal de San Martín. Los últimos tres pudieron salir en libertad.  A Lanfranco lo dejaron en prisión “bajo la acusación de tenencia de un arma de guerra”. El 25 de diciembre de 1976, sin pruebas, lo pusieron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN) hasta julio de 1977. Luego, pudo salir del país y permanecer en Francia como refugiado político, hasta diciembre de 1983. En ese momento , obtuvo la nacionalidad francesa y sigue viviendo en ese país.  Aclaró que hace poco pudo saber que estuvo secuestrado en Puente 12. Recordó que cuando lo sacaron de allí, a él y a Carbonelli les “pusieron un revólver en la boca y gatillaron con el arma descargada”. Les pedían que confiesen supuestos hechos, mientras se reían al ver sus rostros.  Acerca de las personas que los interrogaron en Puente 12, dijo que había “una persona capacitada, formada que, además, estaba preparada para los interrogatorios”. Remarcó que ese represor tenía conocimiento sobre torturas y  sabía “algunas cosas de la organización Política Obrera, tenía información” sobre ellos. Agregó que “los menos capacitados eran los más salvajes, más violentos en las torturas”. Consideró que “el más capacitado era un superior, porque los otros tenían un lenguaje vulgar entre ellos, pero cuando se dirigían a esta persona eran más respetuosos”. El testigo dijo que después del paso por las comisarías fueron llevados a un juzgado que

En la audiencia 13 del juicio Puente 12 III, el sobreviviente Luis Rogelio Amarilla dio testimonio sobre su secuestro y acerca del homicidio de su hermano Fernando Amarilla. En el mismo operativo en el que fue asesinado su hermano, resultó herida su cuñada, Ramona Benítez, quien estaba embarazada. Ella, al igual que el testigo, fue llevada a Puente 12 y apareció muerta años después. También declaró Luis Caballero, quien fue secuestrado y llevado a Puente 12 durante un operativo donde también cayeron su amiga Margarita Sánchez Hernández, y su cuñado Pedro Torreta.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Luis Rogelio Amarilla fue secuestrado el 16 de mayo de 1976, cuando vivía con su familia en un complejo habitacional de Dock Sud, partido de Avellaneda. Cerca de las nueve de la noche, su padre le comentó que había “movimientos raros” en el barrio, por la presencia de fuerzas “policiales o del Ejército”. Minutos después sonó el timbre, abrieron la puerta del departamento y un grupo armado entró en forma violenta. El testigo, su padre y su madre fueron llevados en primer lugar a la comisaría tercera de Dock Sud y luego a la Brigada de Avellaneda, cuya sede estaba en el partido de Lanús. Por el hecho de conocer muy bien la zona, Amarilla supo que estaba en esa brigada, a pesar de que le habían puesto una capucha.  Con posterioridad, él solo fue trasladado a un lugar descampado que luego pudo identificar como Puente 12 o Brigada Güemes.  El secuestro ocurrió entre el domingo a la noche y la madrugada del lunes. En el centro de tortura y exterminio estuvo cuatro días, lo liberaron el jueves, siempre permaneció encapuchado.  Aunque no recibió maltrato físico permanente, fue golpeado en el estómago por uno de los guardias, cuando le pidió permiso para ir al baño.  “Yo estaba operado de una hernia”, dijo, de manera que el golpe le produjo un dolor intenso. Señaló que recibió “tortura psicológica” durante la permanencia en Puente 12. En el momento del secuestro, Amarilla tenía “entre 18 y 19 años”. El testigo, que dijo tener “militancia a nivel barrial”, no pudo identificar a sus captores, pero estimó que se trataba de una fuerza conjunta del Ejército y la Policía Bonaerense.  El testigo, a pedido de la Fiscalía, relató también lo que le pasó a uno de sus hermanos, Fernando Amarilla, que sí era militante político. A Fernando y a su novia, Ramona Benítez “Bety”, los interceptaron durante un operativo en Remedios de Escalada, en el partido de Lanús. Fernando tuvo un problema con su camioneta y le dijo a su novia que bajara del vehículo y saliera corriendo. El testigo dijo que “a ella la hirieron” y a su hermano “lo mataron”.  Al retomar el tema de su secuestro y traslado a Puente 12, precisó que desde la Brigada de Avellaneda lo llevaron “en una (camioneta) estanciera, de esas viejas que tenía la policía”. A pesar de la capucha se dio cuenta que era un lugar descampado “por el césped, el sonido de los pájaros y el ruido de los autos que pasaban lejos”. Precisó que en la entrada había “una especie de tranquera”, un dato común a las víctimas de Puente 12.  Lo llevaron a una sala, lo hicieron sentar, le levantaron la capucha y le dijeron: “Vas a ver a una persona y nos vas a decir si la conoces o no”. La persona era Bety, la novia de su hermano. Él admitió que la conocía y después lo llevaron a un calabozo pequeño, de dos metros por uno. “Me dejaron en un lugar donde había una claraboya en el techo”, relató el testigo, quien aportó otro dato coincidente con lo dicho por los sobrevivientes.  Luego escuchó la voz de Bety que lo llamaba: “Luis, Luis, ¿cómo estás?”. El le dijo “por ahora estoy bien”. Cuando le hizo la misma pregunta a ella, Bety respondió: “Estoy mal, a mí me la dieron y a Fernando se la dieron”. Ese fue “todo el diálogo” que pudo tener con ella.  Amarilla contó que podía levantarse la capucha con las manos. Al espiar “por la rendija de la puerta” del calabozo vio “en un salón techado varias cuchetas de los calabozos, parecían colchones con gente acostada, tirada”. Escuchó a personas decir “a mí me mataron”, en alusión a las torturas que habían sufrido. También se oían “los gritos tremendos” de las personas que estaban siendo torturadas.  El fiscal Esteban Bendersky le preguntó si supo algo sobre el embarazo de Ramona Benítez. Respondió que sí, porque ella y su hermano le habían contado a la familia que ella estaba “de 2 meses y medio o 3 meses”.  Cuando lo dejaron en libertad estaba “sin un mango, con frío y todo sucio”. En un mercado de frutas, unos empleados le dieron algo de dinero y pudo llegar a la casa de un tío suyo. Allí supo que sus padres habían sido liberados al día siguiente de su detención.  Sobre el operativo en el que fue herida Bety y asesinado su hermano, señaló que mucho tiempo después inició las averiguaciones porque lo que había vivido le dejó secuelas. “Uno queda mal, yo perdí el trabajo a causa de esto, no dijeron que me echaron por el secuestro, buscaron una forma elegante de echarme diciendo que robé líquido para frenos”, relató.  Lo que le tocó vivir lo dejó “con la guardia baja y uno acepta todo, quiere recluirse para ordenar la cabeza, porque se siente una porquería al ver que otro ser humano te trata de una manera tan baja”.  Precisó que el operativo donde cayó su hermano fue en la avenida Rosales, en Remedios de Escalada, frente a la casa de un amigo suyo, Jorge, ya fallecido. “El vio que una camioneta se quedó”, que los venía persiguiendo la policía, que una chica salió corriendo y que la hirieron. Sin duda era Bety, mientras que su hermano Fernando “se quedó resistiendo, fue herido y después lo remataron”. Otra versión que

En la audiencia número 11 del juicio Puente 12 III, Alicia Le Fur pudo reivindicar la historia y el nombre de su hermana, Beatriz Le Fur, secuestrada y desaparecida en junio de 1976. Alicia recordó que la vio por última vez el día que Beatriz cumplió los 22 y se emocionó cuando dijo que su hermana estaba “más linda que nunca y contenta como siempre”. Le Fur falleció pocos días después de dar su testimonio, sin ver condenados a los responsables del secuestro, tortura y muerte de su hermana.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Alicia Le Fur subrayó que su hermana Beatriz, integrante del PRT, “militaba por el deseo de dejar un mundo mejor que el que la había recibido”. La joven era integrante de una comisión de familiares del PRT que luchaba por la libertad de los presos políticos y denunciaba los crímenes de la dictadura militar.  Beatriz Le Fur estuvo secuestrada en Puente 12, igual que Martín Márquez Viana, el segundo testigo, quien durante un mes fue golpeado y amenazado de muerte en el centro de tortura y exterminio, sin poder determinar las razones de su secuestro.  El tercer testigo fue Daniel Tonso, quien presenció el secuestro de su madre, Ana María Woichejosky. Ella era artesana y se la llevaron cuando estaba levantando su puesto en la feria que funcionaba en la plaza San Martín, en Retiro.  Luego de buscarla por años de manera infructuosa, finalmente supieron que estuvo en Puente 12 y que luego fue fusilada, junto con otras cuatro militantes, en la denominada Masacre de la Calle Rosetti, en Avellaneda, contra el paredón de la fábrica Tamet.  Los testimonios La primera testiga de la jornada 11 fue Alicia Le Fur, quien prestó testimonio en relación con el secuestro de su hermana, Beatriz Le Fur, del que tomaron conocimiento el 16 de junio de 1976. Alicia recordó que vio a su hermana por última vez el 6 de ese mes, porque era el cumpleaños número 22 de Beatriz, quien en ese momento estaba “obligada a vivir en la clandestinidad”.  El 16 de junio allanaron la casa de sus padres “en busca de un supuesto objeto escondido por mi hermana” en un cantero donde había una rosa china. En ese lugar no encontraron nada y por deducción, la familia se dio cuenta que era la forma que había ideado Beatriz para avisarles que la habían secuestrado. Por eso, el dato concreto que tienen es que el secuestro ocurrió “entre el 9 y el 16” de junio de 1976. Alicia aclaró que ella tenía entonces 29 años, que estaba casada y que no vivía en la casa de sus padres.   El presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado, se dio cuenta que la testiga, que declaraba de manera virtual, observaba unas anotaciones, una ayuda memoria. Le dijo que podía hacerlo, siempre que antes solicitara autorización.  Beatriz había dejado de frecuentar la casa de sus padres luego de que su esposo fue detenido. Ellailitaba en la Comisión de Familiares de Presos Políticos, Estudiantiles y Gremiales (Cofappeg).  Con posterioridad al 16 de junio, recibieron un llamado telefónico de alguien llamado “Cacho”, quien le dijo a su padre que su hermana estaba “en manos de los militares”. Cuando el padre quiso saber cómo se encontraba Beatriz, la respuesta de esa persona fue que estaba animada, que no había perdido la entereza, pero que estaba en una “mala situación” y que parte de la comida diaria que le daban en el lugar de detención la compartía “con una embarazada”. Cacho llamó varias veces a lo largo de 1976. Para tener la certeza de que ese hombre se comunicaba con su hija, el padre le dijo que le enviara el siguiente mensaje: “Dígale que Pombo está muy enfermo”. Su padre lo dijo con un tono de voz que marcaba preocupación.  En el llamado siguiente, Cacho les preguntó cómo estaba el perro de la casa, que se llamaba Pombo. Eso les dio la certeza de que Cacho tenía contacto con Beatriz y que ella estaba con vida. De todos modos, el desconocido nunca daba datos concretos sobre dónde estaba cautiva Beatriz. En 1977 su padre sufrió una operación quirúrgica y como no pudo atender los llamados de Cacho, el contacto se perdió durante un tiempo, pero luego lo retomó.  Los primeros que le dieron datos concretos de la presencia de su hermana en Puente 12 fueron los integrantes de una pareja mayor cuyo hijo había estado en ese centro clandestino y ahora estaba legalizado en la cárcel de Ezeiza. Le dijeron que Beatriz estuvo “en la Brigada Güemes”, ubicada en la Autopista Ricchieri y Camino de Cintura.  Esa pareja tenía en su poder un cigarrillo que, en la parte de adentro del papel tenía, entre otras direcciones, la de la casa de sus padres, Del Valle Iberlucea 3381. Lo había escrito su hijo, para que pudieran dar aviso a los familiares de las personas desaparecidas que vivían en esas casas. El matrimonio mayor y sus padres, visitaron cada casa para dar aviso a las familias. Con ellos formaron la agrupación Familiares Zona Sur. El hijo del matrimonio que contactó a sus padres había sido delegado de la planta de Peugeot de la localidad bonaerense de Berazategui.  La tercera fuente de información la obtuvieron recién en 2008. El contacto fue con César Lemos, quien les dijo que “había estado detenido en el mismo lugar” que Beatriz Le Fur. Según Lemos, a él lo habían detenido sin ninguna razón, solo “por portación de apellido”. Les dijo que Beatriz conservaba el ánimo, pero que “la habían torturado” para que les dijera “quién financiaba” a la agrupación Cofappeg.  Luego habló sobre un frustrado encuentro con Lemos, quien le había dejado un mensaje en el contestador. La idea de ella era reunirse “en la casona Cultural de Humahuaca que está a la vuelta de mi casa”, en la calle Humahuaca 3508. En ese lugar “hacemos las baldosas con los nombres de los desaparecidos”. Alicia es integrante de la

En la décimo segunda audiencia del juicio Puente 12 III, Bernardo Llorens y Darío Patricio Tonso, expusieron el drama de dos familias destrozadas por “la mentalidad retorcida” de los genocidas. Llorens, perseguido junto con sus 10 hermanos, calificó a los represores como “entes que no pueden ser catalogados como seres humanos”. Tonso sostuvo que a los militantes de los 70, los militares los pintaron como “lo peor del mundo”, cuando fueron ellos los que “robaron, vejaron, secuestraron, torturaron y mataron”. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Darío Patricio Tonso le pidió a los jueces del Tribunal Oral 6 que “no condenen a un inocente, pero a los que sabemos los queremos ver en una cárcel común, no en sus casas” porque “segaron vidas de seres útiles para la sociedad”.Bernardo Llorens centró su relato en el secuestro y asesinato de su hermano Sebastián Llorens y de su cuñada Diana Triay, pero detalló los secuestros, desapariciones y atentados sufridos por otros miembros de su familia. Su hermano menor, Esteban, cuando hizo el Servicio Militar fue obligado a ver las huellas del genocidio en el centro clandestino conocido como Garage Azopardo.Darío Tonso, junto con su hermano Daniel, quien ya declaró en el juicio, describieron lo ocurrido con su madre, Ana María Woichejosky, quien estuvo en Puente 12 y fue fusilada junto con otras cuatro víctimas en la llamada Masacre de la Calle Rosetti, en Avellaneda, Provincia de Buenos Aires. El calvario de la familia Llorens El primer testigo de la audiencia 12 fue Bernardo Llorens, quien se refirió al secuestro y posterior asesinato de su hermano, Sebastián Llorens, y de su cuñada, Diana Triay. La pareja fue secuestrada el 9 de diciembre de 1975, cuando se encontraban en la Ciudad de Buenos Aires junto con sus hijos, dos niños que quedaron al cuidado del portero del edificio de Callao 1128, donde se encontraba la familia.Ese secuestro formó parte de una serie de hechos relacionados, que se produjeron entre el 7 y el 9 de diciembre de ese año, contra un grupo de militantes del PRT-ERP. Todos cayeron como resultado del trabajo de infiltración realizado por el agente de inteligencia Jesús “El Oso” Ranier.El caso de Llorens y Triay ya había sido expuesto en el juicio oral a partir del conmovedor testimonio de Carolina Llorens, hija de la pareja, y de Yolanda Ripoll, compañera de militancia de Triay. Las investigaciones posteriores determinaron que Llorens y su esposa fueron torturados y asesinados en Puente 12. Sus restos fueron hallados en octubre de 2012, enterrados a orillas del río Matanza, a unos cinco kilómetros del centro clandestino de tortura y exterminio. Ante preguntas del abogado querellante Pablo Llonto, el testigo Bernardo Llorens habló sobre la persecución sufrida por toda su familia. De 11 hermanos, Bernardo es el noveno y Sebastián era el quinto. Pablo Llorens, otro de los hermanos está desaparecido por ser también miembro del PRT. Bernardo dijo que todos sus hermanos eran militantes políticos en esos años, pero que no podía precisar en qué organizaciones.Su padre había nacido en Buenos Aires y su madre en Santiago del Estero. Precisó que 1974 fue un año particularmente difícil para su familia. Sufrieron detenciones y allanamientos en la casa familiar, en la ciudad de Córdoba. En abril de ese año les pusieron una bomba cuya explosión provocó importantes daños materiales en la vivienda.El testigo también estuvo detenido y perdió contacto con sus familiares, con quienes se reencontró en forma fugaz el 25 de diciembre de 1976, una hora antes de partir hacia el exilio en Suecia. En un encuentro que duró apenas media hora, sus padres lo pusieron al corriente de lo sucedido con Sebastián y Diana, y también sobre la desaparición de Pablo. Sus padres le dijeron que era casi nula la posibilidad de que se encontraran vivos. Habló en forma detallada sobre las consecuencias de la persecución, las desapariciones, los atentados y los asesinatos que sufrieron sus familiares. También recordó que en el exilio tuvo poco contacto telefónico con su familia, por los costos del servicio. “Hablar desde Suecia tres minutos me costaba 100 dólares y mi economía no daba para poder hacerlo”, explicó. De todos modos, “lo hacía de vez en cuando, para saber si estaban bien”.En 1976, por la persecución sufrida, su familia tuvo que irse de Córdoba y vivir en la clandestinidad. Algunos de sus hermanos pudieron seguir trabajando, gracias a que uno de ellos tenía una empresa constructora en Catamarca. “Ese fue el sustento de mi familia”, puntualizó. En ese año 1976 “estábamos presos Manuel, yo, Fátima y María”. También estaba en la misma situación Patricia Ardaz, una cuñada suya, mientras que su hermano Pedro estaba en la clandestinidad. “Se fue a Buenos Aires, se las arregló como pudo, con Pablo muerto, con Sebastián y Diana desaparecidos”, contó. Señaló, conmovido, que “era enorme la angustia, porque cada vez que sonaba el teléfono de noche, era mala noticia, era todo muerte y destrucción”.Luego de hacer un alto, visiblemente conmocionado, afirmó que su regreso a la Argentina estuvo signado por “la sombra de todas las vivencias, la tortura, los castigos, las muertes”. Por esa razón tuvo que hacer largos tratamientos “para sobrellevar el estrés postraumático con psicólogos y psiquiatras, para tratar el terror, las angustias, el dolor”. Tuvo también problemas físicos, operaciones y el miedo de “no saber si podría sobrevivir”. Dijo que el único consuelo que tuvo fue el de saber que los hijos de su hermano Sebastián y Diana pudieron ser recuperados por la familia, luego de quedar abandonados tras el secuestro de sus padres. Carolina Llorens, que era la mayor, tenía apenas un año y medio cuando secuestraron a sus padres.Bernardo Llorens regresó a la Argentina en 1984 “cuándo estos bárbaros dejaron el poder”, en referencia a los miembros de la dictadura cívico militar. El calvario de su familia lo vivió “desde afuera, como se podía”, en el exilio.Recordó que su hermano menor, Esteban, fallecido el año pasado, tuvo que hacer el servicio militar en 1977. Dijo que estuvo

Sacha Barrera Oro dio testimonio sobre el secuestro y desaparición de su padre, Jaime Barrera Oro, en octubre de 1976. Recordó que su abuela paterna tuvo contacto con el oficial de Inteligencia Jorge Carlos Lafuente, quien le prometió falazmente que su hijo iba a retornar a su hogar.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Valentina Maccarone/Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia En febrero de 2022, Jorge Carlos Lafuente fue señalado como integrante de los Servicios de Inteligencia, en la indagatoria de uno de los imputados por crímenes de lesa humanidad cometidos por personal del Regimiento de Infantería Motorizada 6 de Mercedes. Ya figuraba en denuncias del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) que datan de 1986. Nunca fue buscado por el Poder Judicial.  Sacha Barrera Oro declaró en el juicio Puente 12 III y advirtió que hacer justicia es “un bien para toda la Argentina”, porque las víctimas “no se evaporaron, fueron secuestradas, torturadas, asesinadas”. Sobre el presente, expresó su preocupación. “En Jujuy no hay Ford Falcon, hay camionetas, pero el modus operandi es muy similar al de la dictadura”, dijo en alusión a la represión ordenada por el gobernador de la provincia, Gerardo Morales.  –El secuestro de su padre Cuando tenía tres años y medio, Barrera Oro sufrió el secuestro de su padre, Jaime Barrera Oro. Se lo llevaron el 12 de octubre de 1976, junto con su pareja, Vella Beatriz Lemel. El secuestro se produjo “cuando ambos salían de la casa del padre de Vella”, en el barrio porteño de Palermo. “Ella recuperó su libertad, no sé cuánto tiempo después, y mi padre continúa desaparecido”, agregó.  La información la obtuvo de su abuela paterna, Hilda Guerrero de Barrera Oro. La mamá de Sacha había fallecido cuando él tenía un año y medio, y  quedó al cuidado de sus abuelos maternos, porque sus padres estaban separados.  El testigo acompañó a su abuela Hilda en la búsqueda de su padre desaparecido. Sacha mantuvo una convivencia cercana con su abuela paterna hasta 1983. Hilda, que falleció en 2018, perteneció a Madres de Plaza de Mayo. “Fue de las primeras, de un grupo de 14 madres que iban a la Plaza de Mayo y se reunían en el Jardín Botánico”, contó. “Pudimos saber dónde había estado mi padre por la declaración de (Ignacio) Canevari en el juicio por el Vesubio”, declaró Barrera Oro acerca del testimonio que brindó Canevari en 2015.  Ellos ya vivían en Mendoza y viajaban a Buenos Aires para buscar a su padre en los penales de Sierra Chica, Olmos, La Plata y Caseros. Su abuela iba “a las colas de familiares en las cárceles” para ver si alguien tenía datos sobre su hijo. Pudieron saber algo por medio de un primo de su padre “que estuvo secuestrado unos días y que lo había podido ver en un lugar”. Fueron “muchos momentos de búsqueda, de angustia y de ansiedad”.  Actualmente, el testigo vive en Mendoza, en la casa que era de su abuela, y durante su declaración virtual tenía detrás suyo  una foto de su padre: “Era la que siempre tuvo mi abuela”, contó al tribunal. Después, mostró otra fotografía en la que aparecen su madre y su padre. Además, compartió una foto en la que aparece él de niño, rodeado de un grupo de Madres de Plaza de Mayo. Se refirió a esta como  “(una foto) oxidada por el tiempo, con una tonalidad rosada, que es la única que pude encontrar”.  Su padre estudió medicina y se recibió en Córdoba. Tenía 27 años cuando lo secuestraron. Era militante del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y trabajaba en algunos barrios en la provincia y tambiény en Mendoza “para acercar la medicina social a los que no podían” acceder a ella.  Barrera Oro se refirió a Hugo Parsons, un testigo que estuvo en Puente 12 desde los primeros días de noviembre de 1976, hasta febrero de 1977. Lamentó no haber podido hablar con él porque le hubiera podido brindar información sobre su padre. “Declaró que lo había visto (a su padre) en un galpón”, explicó. Dijo que fue “muy angustiante no haber podido hablar con él para saber más” sobre el destino de su padre.   Su abuela paterna tuvo un encuentro con Vella Lemel, la exnovia de su padre. “Mi abuela, que era una persona de carácter fuerte, se hizo pasar por una paciente y fue a la clínica de estética que Vella tenía en Belgrano”, declaró Sacha.Allí,  le contó que se había enfrentado con Vella y que fue un momento muy tenso. Pero, aunque se había conmocionado por volver a ver a la madre de su expareja, no le dijo mucho.. El padre de la joven, cuando ella recuperó su libertad, “la había llevado a Israel y Vella no había querido saber nada más” de lo sucedido con su pareja.  El misterioso capitán Lafuente  Por dichos de su abuela, Sacha supo que, días después del secuestro de su padre, unos hombres se presentaron en la casa de su tía, en la zona norte del Gran Buenos Aires, donde ellos vivían en ese momento, para buscar un maletín y otras cosas de su padre: “(Mi abuela) pudo hablar unos minutos con esas personas, que le prometieron que mi padre iba a volver pronto, pero fue todo mentira, porque nunca más apareció”, dijo el testigo. Uno de esos individuos dijo llamarse Jorge Carlos Lafuente. “Ese hombre fue quien le aseguró que todo iba a estar bien y que mi padre iba a volver esa noche, pero que necesitaba el maletín”, dijo el testigo. Aclaró que su abuela siempre lamentó haber permitido que se llevaran el maletín “donde había fotos nuestras, por eso yo no tengo fotos con mi padre”. También se llevaron el estetoscopio y otros elementos personales. Por precaución, “mi abuela había sacado unas hojas de la agenda” que tenía su padre en el maletín “para proteger a las personas que figuraban ahí, para evitar que otros fueran secuestrados”. Desde ese día “mi abuela siempre buscó a este hombre por

El de Margarita Sánchez Hernández fue uno de los más extensos y dramáticos testimonios del juicio Puente 12 III. La sobreviviente declaró, por primera vez en un juicio oral, que fue secuestrada en mayo de 1976 por tres hombres que actuaron a cara descubierta. En el centro clandestino fue torturada y sufrió delitos en contra de su integridad sexual. Dos de los hombres eran miembros de la Policía Montada de la Bonaerense. Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez OteroFoto: Transmisión de La Retaguardia Después de recuperar su libertad, Margarita Sánchez Hernández fue acosada y perseguida durante mucho tiempo por esos dos secuestradores. Era empleada del Ferrocarril Belgrano Sur y el trauma producido por sus vivencias en Puente 12 hizo que se ausentara muchas veces de su trabajo y fue despedida. Fue secuestrada en forma casi simultánea con tres compañeros de trabajo: Carlos Fernández, Ana Rosa Nussbaum y Jorge La Cioppa. La sobreviviente fue liberada junto con Ana Rosa, quien volvió a ser secuestrada y está desaparecida, igual que Fernández y La Cioppa.  En el cierre de la audiencia 11 dio su testimonio Margarita Sánchez Hernández. Como era la primera vez que la testiga declaraba en un juicio oral, la fiscal adjunta Viviana Sánchez pidió cambiar la modalidad impuesta por el Tribunal Oral 6. Como hubo acuerdo, la fiscal Sánchez fue la que condujo la declaración testimonial, en lugar del presidente del tribunal, Daniel Obligado.  Margarita Sánchez Hernández dijo que en mayo de 1976 tenía 23 años y trabajaba en el Ferrocarril Belgrano Sur, en las oficinas de la Estación Buenos Aires, cabecera de esa línea, ubicada en el barrio porteño de Barracas, a metros del cruce de la avenida Vélez Sarsfield con la calle Suárez.  En mayo de 1976, Margarita fue secuestrada en un raid que involucró a otros compañeros de trabajo, como Carlos Fernández, jefe de Personal, Ana Rosa Nussbaum y Jorge La Cioppa, quien era vecino de la testiga en la localidad de Villa de Mayo, en lo que hoy es el partido de Malvinas Argentinas, en el norte del conurbano.  La testiga dijo que ella estaba en la Juventud Peronista y tenía militancia en las villas, desde la época de la escuela secundaria. Jorge La Cioppa había sido integrante del centro de estudiantes de la secundaria, en la localidad de San Miguel. En mayo de 1976 él tenía 19 años. El viernes 14 de mayo de ese año, ella y Jorge volvíeron juntos del trabajo, pero ninguno de los dos fue ese día hacia sus casas en Villa de Mayo.  Margarita tenía que pasar por Boulogne Sur Mer, para buscar a su hijo Esteban, de 18 meses, que había quedado al cuidado de una de sus abuelas.  Después tenía una reunión con unas amigas que vivían en Boulogne. Jorge, por su parte, bajó en la estación Carapachay, porque iba a casa de unas tías y de sus abuelos para invitarlos a una reunión familiar que se haría en su casa el domingo 16.  “Él se bajó en Carapachay y nos quedamos hablando un rato ahí, él en el andén y yo desde la  ventanilla del tren (…) muchos años después entendí que esa fue nuestra despedida”, dijo la sobreviviente. Jorge “nunca llegó a la casa” de ninguno de sus familiares.  El lunes 17 de mayo, cuando ella regresó a su casa desde el  trabajo,  la estaban esperando sus padres y su hermana menor, todos “con cara de preocupación”. Su madre le dijo que fuera a su habitación y cuando entró vio que todo estaba revuelto “hasta los colchones de la cuna de Esteban, habían vaciado el placard, habían vaciado todo”.  Con posterioridad pudo reconstruir lo sucedido en esos días: “A Jorge lo secuestran el 14, y en la madrugada del 15 llegaron a mi casa”. Ese fin de semana, ella y su hijo estuvieron en Boulogne. El allanamiento fue “a las 2 o 3 de la mañana, entraron a los golpes, mucha gente, rompieron los vidrios de la ventana, y derribaron una puerta que estaba al costado de la cocina, que daba a una galería cubierta”.  El ruido hizo que su padre se despertara, junto con un primo suyo que estaba esa noche en el lugar. A ellos dos “los golpearon, los encapucharon a todos, excepto a mi hermana, que la dejaron libre para que los llevara hasta mi habitación”. Los represores portaban armas de guerra y a su hermana la hicieron sentar en un puff, al pie de la cama, y “le pusieron en las manos una granada para amedrentarla”.   Abrieron hasta la heladera y en un mueble encontraron un ejemplar de El Diario del Che en Bolivia, que le había prestado un amigo. Mientras revolvían todo, murmuraban: “Esta se escapó”, en referencia a ella. La casa allanada estaba en Copérnico 693 de Villa de Mayo. Antes o después de allanar su casa, fueron a buscar a Carlos Fernández, que tenía “35 años o 36 años”. Margarita explicó que “lo que decían es que lo habían sacado herido o muerto de su casa, habían acribillado la puerta de entrada”.  En el caso de Jorge La Cioppa, un vecino dijo que vio cuando lo obligaban a subir a un auto. Otro vecino, que volvía de su trabajo, al ver el operativo, les dijo a los represores que estaban allanando la casa de “una familia muy buena”. La respuesta de uno de los de la patota fue: “Eso es lo que usted cree”.  Según la reconstrucción que hizo la testiga, “Jorge ya estaba en un auto (secuestrado), cuando fueron a mi casa”, que estaba a unas tres cuadras del domicilio de su amigo. Luego fueron a la casa de una abuela de Jorge donde “suponían que había armas”. Hicieron disparos contra la casa, pero no encontraron nada. Los balazos perforaron la puerta.  A pesar de lo sucedido, el martes 18 de mayo Margarita concurrió a su trabajo. Ella se preguntó a sí misma “cómo fui a trabajar” tan pronto después de lo que había ocurrido en su casa. “Honestamente, no lo

En la décima audiencia del juicio declararon el sobreviviente Leonardo Blanco, quien fue secuestrado con su hermano Néstor; y Mariano di Gangi, por el secuestro y asesinato de su hermano Julio Omar. Además, el testigo Rodolfo Nusbaum habló de la desaparición y el secuestro de su hermana Rosa Ana, y brindó testimonio Claudio Nicolás Grad, quien estuvo una semana en Puente 12 y perdió dos dedos de la mano en las torturas.  Redacción: Carlos RodríguezEdición: Pedro Ramírez Otero Los hermanos Leonardo y Néstor Eduardo Blanco, el primero militante peronista y el segundo del ERP, fueron secuestrados y llevados a Puente 12 en noviembre de 1975. La historia la contó Leonardo, porque su hermano falleció hace diez años. Estuvo seis años preso, pero en Puente 12 “sólo torturaron a mi hermano, porque me salvó diciendo que él era a quien estaban buscando”. En la tortura, Néstor  “perdió un testículo y quedó estéril”.  El sobreviviente definió a Puente 12 como “un lugar de interrogatorio y tortura de personas”. En la décima jornada del juicio Puente 12 III, también dio su testimonio Rodolfo Nusbaum, quien se refirió al secuestro y desaparición de su hermana Rosa Ana Nusbaum, en mayo de 1976. Oriunda de Chaco, vivía en Buenos Aires, era militante de la Juventud Peronista y estaba embarazada. Había sufrido un secuestro anterior, pero esa vez la salvó un militar que le gustaba cómo cantaba tangos.  Por su parte, Mariano di Gangi prestó declaración por el secuestro de su hermano Julio Omar di Gangi en octubre de 1976 en Pergamino. Lo buscaron intensamente, sin dar con su paradero, hasta que sus restos fueron hallados en el cementerio de Avellaneda. Lo habían asesinado “de cinco tiros por la espalda, porque los huesos estaban rotos de atrás hacia adelante”.  El último caso de la décima audiencia fue el de Claudio Nicolás Grad, secuestrado en abril de 1976 en su casa de Temperley. Estuvo una semana secuestrado en Puente 12, sufrió tres sesiones de tortura y perdió dos dedos de su mano derecha. Luego de pasar por todo eso, le dijeron que había sido un error, “una falsa denuncia”. Lo dejaron ir y, como única justificación, le dijeron: “Lo que pasa pibe es que estamos en guerra con la subversión”.  Los hermanos Blanco El sobreviviente Leonardo Blanco, militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado el 8 de noviembre de 1975 junto con su hermano, Néstor Eduardo Blanco, quien falleció en 2013. El hecho ocurrió en Lanús Este, en la calle Las Piedras 3229. Fue un operativo conjunto del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Su hermano era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Primero los llevaron a la comisaría segunda de Lanús. Toda esta primera parte del testimonio estuvo signada por las preguntas en serie del presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado.  Estuvieron solo un par de horas en la comisaría, hasta que les pusieron una cinta cubriéndole los ojos, los subieron a un vehículo y los llevaron al centro de tortura y exterminio de Puente 12. El testigo dijo que estuvo unas dos semanas en ese lugar, luego de recibir una nueva andanada de preguntas de Obligado, que cortaban la fluidez del relato del testigo.   Blanco aseguró que se perdía la noción del tiempo al estar con los ojos tapados “tirados en el piso y hacinados”. Describió que estuvieron en “un lugar de interrogatorio y de tortura de personas”. Se salvó de la tortura porque cuando lo iban a llevar, su hermano se interpuso diciéndole a los represores que era él la persona que buscaban. En la tortura, su hermano “perdió un testículo y quedó estéril”. De ese lugar los trasladaron luego al Pozo de Banfield, con los ojos tapados y las manos atadas a la espalda. En su caso se las habían amarrado “con una corbata”. Con posterioridad los llevaron al Pozo de Quilmes. Estuvo seis años preso, en Devoto y en otras cárceles.  En los lugares donde estuvo secuestrado pudo reconocer a algunos vecinos de su barrio como Antonio Garrido y Julián Garrido. Ante preguntas de la fiscal adjunta Viviana Sánchez, precisó que el eje de su militancia en la Juventud Peronista fue la agitación por el regreso al país de Juan Domingo Perón, en 1972. Su apodo era “Raúl”.  Al momento de su secuestro trabajaba en ENTEL y tenía 28 años. En la casa de donde se lo llevaron, vivía con su esposa, su hijo, y con sus padres. El hermano estaba de manera “circunstancial” en la casa, porque lo estaban persiguiendo por su vínculo con el PRT. Estaba “casi clandestino” y “lo vinieron a buscar a él, más que a mí”. Su apodo era “Tetu”.  Supo de algunos compañeros de militancia de su hermano: “A uno le decían Barba, Microcini de apellido, y a una chica que se llamaba Griselda  y le decían Cachorra, que había caído en un enfrentamiento y por eso lo vinieron a buscar a él”. También conocía el nombre de Julio Mogordoy, pero dijo no saber si militaba con su hermano. También recuerda a Ricardo Maeda, a quien conoció en la cárcel.  Cuando los secuestraron, uno de los represores los amenazó cuando subieron al vehículo en el que los trasladaban: “Los vamos a hacer mierda”, les dijo y los hizo callar. Su esposa le contó después que un oficial, cuando él ya estaba fuera de la casa, “lo levantó a mi hijo que estaba en la cuna, lo miró y después lo tiró de nuevo en la cuna; esa fue una parte violenta”. Antes de que se lo llevaran, su esposa pudo alcanzarle un pullover “porque estaba un poquito fresco”. En Puente 12 estuvo siempre en el suelo y recién a los dos días le dieron algo de comer “en la boca siempre, con las manos atadas” hacia la espalda.  “En forma constante” se escuchaban “gritos de otras personas, hombres y mujeres” que estaban siendo torturadas. Siempre estuvieron juntos con su hermano “salvo cuando se lo llevaron para operarlo por