Puente 12 -día 13- “Los gritos desgarradores que escuché quedan grabados”
Por LR oficial en Derechos Humanos, Lesa Humanidad, Puente 12, Puente 12 III
En la audiencia 13 del juicio Puente 12 III, el sobreviviente Luis Rogelio Amarilla dio testimonio sobre su secuestro y acerca del homicidio de su hermano Fernando Amarilla. En el mismo operativo en el que fue asesinado su hermano, resultó herida su cuñada, Ramona Benítez, quien estaba embarazada. Ella, al igual que el testigo, fue llevada a Puente 12 y apareció muerta años después. También declaró Luis Caballero, quien fue secuestrado y llevado a Puente 12 durante un operativo donde también cayeron su amiga Margarita Sánchez Hernández, y su cuñado Pedro Torreta.
Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero
Luis Rogelio Amarilla fue secuestrado el 16 de mayo de 1976, cuando vivía con su familia en un complejo habitacional de Dock Sud, partido de Avellaneda. Cerca de las nueve de la noche, su padre le comentó que había “movimientos raros” en el barrio, por la presencia de fuerzas “policiales o del Ejército”. Minutos después sonó el timbre, abrieron la puerta del departamento y un grupo armado entró en forma violenta. El testigo, su padre y su madre fueron llevados en primer lugar a la comisaría tercera de Dock Sud y luego a la Brigada de Avellaneda, cuya sede estaba en el partido de Lanús. Por el hecho de conocer muy bien la zona, Amarilla supo que estaba en esa brigada, a pesar de que le habían puesto una capucha.
Con posterioridad, él solo fue trasladado a un lugar descampado que luego pudo identificar como Puente 12 o Brigada Güemes.
El secuestro ocurrió entre el domingo a la noche y la madrugada del lunes. En el centro de tortura y exterminio estuvo cuatro días, lo liberaron el jueves, siempre permaneció encapuchado.
Aunque no recibió maltrato físico permanente, fue golpeado en el estómago por uno de los guardias, cuando le pidió permiso para ir al baño. “Yo estaba operado de una hernia”, dijo, de manera que el golpe le produjo un dolor intenso. Señaló que recibió “tortura psicológica” durante la permanencia en Puente 12. En el momento del secuestro, Amarilla tenía “entre 18 y 19 años”. El testigo, que dijo tener “militancia a nivel barrial”, no pudo identificar a sus captores, pero estimó que se trataba de una fuerza conjunta del Ejército y la Policía Bonaerense.
El testigo, a pedido de la Fiscalía, relató también lo que le pasó a uno de sus hermanos, Fernando Amarilla, que sí era militante político. A Fernando y a su novia, Ramona Benítez “Bety”, los interceptaron durante un operativo en Remedios de Escalada, en el partido de Lanús. Fernando tuvo un problema con su camioneta y le dijo a su novia que bajara del vehículo y saliera corriendo. El testigo dijo que “a ella la hirieron” y a su hermano “lo mataron”.
Al retomar el tema de su secuestro y traslado a Puente 12, precisó que desde la Brigada de Avellaneda lo llevaron “en una (camioneta) estanciera, de esas viejas que tenía la policía”. A pesar de la capucha se dio cuenta que era un lugar descampado “por el césped, el sonido de los pájaros y el ruido de los autos que pasaban lejos”. Precisó que en la entrada había “una especie de tranquera”, un dato común a las víctimas de Puente 12.
Lo llevaron a una sala, lo hicieron sentar, le levantaron la capucha y le dijeron: “Vas a ver a una persona y nos vas a decir si la conoces o no”. La persona era Bety, la novia de su hermano. Él admitió que la conocía y después lo llevaron a un calabozo pequeño, de dos metros por uno. “Me dejaron en un lugar donde había una claraboya en el techo”, relató el testigo, quien aportó otro dato coincidente con lo dicho por los sobrevivientes.
Luego escuchó la voz de Bety que lo llamaba: “Luis, Luis, ¿cómo estás?”. El le dijo “por ahora estoy bien”. Cuando le hizo la misma pregunta a ella, Bety respondió: “Estoy mal, a mí me la dieron y a Fernando se la dieron”. Ese fue “todo el diálogo” que pudo tener con ella.
Amarilla contó que podía levantarse la capucha con las manos. Al espiar “por la rendija de la puerta” del calabozo vio “en un salón techado varias cuchetas de los calabozos, parecían colchones con gente acostada, tirada”. Escuchó a personas decir “a mí me mataron”, en alusión a las torturas que habían sufrido. También se oían “los gritos tremendos” de las personas que estaban siendo torturadas.
El fiscal Esteban Bendersky le preguntó si supo algo sobre el embarazo de Ramona Benítez. Respondió que sí, porque ella y su hermano le habían contado a la familia que ella estaba “de 2 meses y medio o 3 meses”.
Cuando lo dejaron en libertad estaba “sin un mango, con frío y todo sucio”. En un mercado de frutas, unos empleados le dieron algo de dinero y pudo llegar a la casa de un tío suyo. Allí supo que sus padres habían sido liberados al día siguiente de su detención.
Sobre el operativo en el que fue herida Bety y asesinado su hermano, señaló que mucho tiempo después inició las averiguaciones porque lo que había vivido le dejó secuelas. “Uno queda mal, yo perdí el trabajo a causa de esto, no dijeron que me echaron por el secuestro, buscaron una forma elegante de echarme diciendo que robé líquido para frenos”, relató.
Lo que le tocó vivir lo dejó “con la guardia baja y uno acepta todo, quiere recluirse para ordenar la cabeza, porque se siente una porquería al ver que otro ser humano te trata de una manera tan baja”.
Precisó que el operativo donde cayó su hermano fue en la avenida Rosales, en Remedios de Escalada, frente a la casa de un amigo suyo, Jorge, ya fallecido. “El vio que una camioneta se quedó”, que los venía persiguiendo la policía, que una chica salió corriendo y que la hirieron. Sin duda era Bety, mientras que su hermano Fernando “se quedó resistiendo, fue herido y después lo remataron”. Otra versión que supo tiempo después indica que su hermano habría tomado “la bendita pastilla” de cianuro o que se habría suicidado de un disparo en la cabeza, para no caer vivo en manos de los represores. Sobre el destino de Bety, dijo que supo que sus restos fueron encontrados hace un par de años e identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF). El cuerpo de Ramona Benítez fue encontrado en Morón, junto con los restos de Rodolfo Aníbal Leonetti. Su muerte se habría producido el 29 de mayo de 1976, de manera que su embarazo no llegó a término. El cuerpo de su hermano Fernando no fue encontrado, pero la familia recibió un acta de defunción donde se decía que falleció por “una hemorragia interna”.
El testigo señaló que sus padres “murieron sin saber qué pasó con el hijo y el daño psicológico es muy grande”. Luego de la muerte de su padre, Luis se comunicaba tres veces al día con su madre, siempre en los mismos horarios. “Un día se me dio por llamarla en un horario diferente, le dije ‘hola mami’ y me respondió ‘¿quién habla?’”, contó. Luis le dijo “soy tu hijo”, y ella respondió: “¿Qué hijo?”, como si esperara todavía un llamado de Fernando. Todos los 16 de mayo, su madre y su padre iban “al lugar donde Fernando había caído”, para llevar una ofrenda floral.
Para Amarilla, lo ocurrido con su hermano, con Bety y su propio secuestro en Puente 12, fue “una bisagra de la vida”. Luis sostuvo: “Uno no puede entender que haya gente que se crea superior, no puede entender el maltrato, los gritos desgarradores que escuché, ni en sueños pude escuchar, tamaños gritos, todo eso queda grabado”.
El testimonio de Luis Caballero
Luego declaró Luis Caballero, quien fue secuestrado el 26 de mayo de 1976, en el partido de José C. Paz, cuando regresaba con su hermano de comer unas pizzas en el centro de San Miguel, a la una o dos de la mañana. En ese momento vieron un camión que identificaron como del Ejército y varios autos. Los portones de su casa estaban abiertos porque ya habían secuestrado a su amiga Margarita Sánchez Hernández y a su cuñado, Pedro Torreta.
Cuando entraron a la casa, que estaba a oscuras, “salió de las sombras una persona que me puso un fusil en el cuello”. El hombre le dijo: “Luisito, quédate tranquilo que vas a venir con nosotros”. Se llevaron a su hermano al baño junto a su papá. “Y a mí me llevaron al comedor y me tiraron boca abajo”, recordó. Lo golpearon en todo el cuerpo, le pisaron las manos y las piernas, mientras le preguntaban “¿dónde están las armas?”. Aunque no era militante de ninguna organización, estimó que lo buscaban porque había trabajado en la fábrica Ford en 1975.
Lo sacaron arrastrando y lo subieron a un Falcon, custodiado por dos hombres. Por el miedo, le temblaba todo el cuerpo, y uno de los custodios le sacó el reloj. Junto con el Falcon, iban otros vehículos, incluso un camión al que subieron, en Don Torcuato, “a un pibe menor que yo al que le habían pegado un tiro”.
Después de una hora de viaje llegaron a un lugar al que, para entrar, había que pasar una tranquera. Por los golpes recibidos en las piernas, no podía caminar. Lo arrastraron sobre el pasto húmedo y lo dejaron en un salón, tirado en el piso. Los secuestradores llevaron luego a un grupo de mujeres que lloraban, mientras los guardias les decían entre risas: “Chicas ahí les trajimos al curita”. A Luis Caballero le decían “Curita”, porque había sido seminarista salesiano.
Lo interrogaron, otra vez, sobre “dónde tenía las armas”, mientras lo sometían a tormentos, atado y sentado en una silla. “Me pegaron mucho en la cabeza”, dijo. Y como él había hecho el servicio militar en el Regimiento de Caballería de Tanques 10 de Azul, lo acusaban de haber “entregado” el cuartel, que había sido atacado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en enero de 1974. “La verdad es que cobré por todo, pero yo no tenía vinculación con grupos de izquierda”, declaró. Estimó que debía estar en una lista por ser amigo de Margarita Sánchez Hernández y por su cuñado, que estaba desaparecido.
En el lugar identificado como Puente 12 estuvo al menos dos días durante los cuales fue sometido a varios simulacros de fusilamiento. Sus secuestradores le robaron el reloj y una cadenita que llevaba puesta. El día del secuestro, de su casa se llevaron “todo lo que pudieron, ropa, el secador de pelo, las joyas de oro” que tenía la pareja de su padre. “Se llevaron hasta el queso que había en la heladera”, precisó.
En el último simulacro de fusilamiento, uno de los guardias le aseguró que era la única oportunidad de confesar que le quedaba. Luis le respondió: “Si me vas a matar, matame, porque no tengo nada que decirte. ¿Qué querés que invente?”. El que lo amenazaba y lo acosó durante todo el cautiverio, fue la misma persona que lo amenazó con un fusil al ser secuestrado en su casa.
Luego le dijeron que lo iban a llevar al Río de la Plata y que lo iban a hacer desaparecer. La misma noche que liberaron a Margarita, él fue llevado a la localidad de Gregorio de Laferrere, a pocos kilómetros de Puente 12. Lo hicieron caminar por una especie de laguna, mientras seguía con las manos atadas y encapuchado. Cuando esperaba que lo fusilaran por la espalda, escuchó que se alejaban del lugar los autos de quienes lo habían llevado.
Se quitó las ataduras y caminó hacia una luz que se veía a lo lejos. Era un hotel alojamiento, golpeó la puerta y el hombre que lo atendió le dio algo de dinero y le indicó por donde pasaban las líneas de colectivos. Cuando llegó a su casa en José C. Paz, encontró un desastre y le tomó “dos semanas arreglar todo”. Además de revolver la casa, habían hecho pozos en el terreno “para buscar las armas, pero obviamente no encontraron nada”, salvo todas las cosas que se robaron.
El testigo dijo que tenía miedo de salir de su casa, sobre todo a partir de una vez que fue a visitar a su amiga Margarita Sánchez, que trabajaba en la localidad de Boulogne Sur Mer. Dijo que ese día advirtió la presencia cercana de un hombre de “unos 30 o 35 años”, que era el mismo que lo había secuestrado y acosado durante su cautiverio en Puente 12. El hombre lo persiguió, con un arma en la mano, y él tuvo que correr hasta que pudo subir a un colectivo. Se recluyó en su casa y aseguró que había personas, que se movilizaban en autos, que lo estaban vigilando en forma permanente. Por ese motivo no salía a ningún lado y trabajaba fabricando juguetes en su casa.
La fiscal Viviana Sánchez, le preguntó si había tenido problemas cuando trabajaba en la Ford. Aclaró que no era dirigente gremial, pero que en una ocasión había sido sacado de la fábrica por la Gendarmería, pero afirmó que nunca le dijeron por qué lo habían llevado.
Reconoció que tuvo “militancia social” como seminarista porque los fines de semana iba “a la villa de Don Bosco a estar con ellos y ayudarlos”.
Cuando la fiscal Sánchez le preguntó si entre las mujeres que escuchó llorar en Puente 12 estaba su amiga Margarita, respondió que sí. “La reconocí por la voz, porque ella me decía que la perdone porque cuando la secuestraron dio la dirección de mi casa”, recordó. También dijo haber estado al lado de “un señor que me dijo que era periodista de Córdoba, me dijo cómo se llamaba, pero no me acuerdo, sé que estaba herido, pero después no lo escuché más”. Luego le dijeron que esa persona había muerto. El que sometió a Caballero a tormentos y golpes fue la misma persona de siempre, el hombre que lo había secuestrado en su casa. También señaló las características de otro represor que tenía una campera marrón, tipo gamulan, que al hablar tenía un acento “como de Corrientes o de Misiones”. Casi todos “se llamaban Jorge”.
Luego dijo que con su amiga Margarita, una vez liberados, no querían reunirse porque “pasaron otras cosas, porque también me levantaron en La Plata y estuve 12 días desaparecido en la Comisaría 9”. Con ella se encontraron muchos años después, cuando el juez Daniel Rafecas hizo la inspección ocular en Puente 12. Una de las percepciones del lugar era que había “mucho olor a perro”. En la inspección no percibió el mismo olor, pero le confirmaron que antes había perros en el lugar. Recordó también que, junto con su padre, fue a la comisaría de José C. Paz a realizar la denuncia por el secuestro de sus documentos, el día que lo sacaron de su casa. “El policía que nos atendió nos dijo que no dijéramos en qué circunstancia los perdimos, que dijéramos que lo habíamos extraviado en la calle”, recordó.