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Puente 12 III -día 14- “Mi papá pedía que lo torturaran a él para que no toquen a mi mamá”

Escrito por el septiembre 14, 2023


Sonia Edith Rodríguez estuvo por última vez con sus padres cuando tenía 8 años, el día de su cumpleaños, en marzo de 1976. Recién a los 13 sus tías le dijeron que estaban desaparecidos. Hace unos años supo que estuvieron secuestrados en Puente 12, a partir de los datos que aportó un gremialista de la Unión Obrera Metalúrgica. 

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero

La testiga Sonia Edith Rodríguez dio testimonio sobre el secuestro y desaparición de su madre, Edith Vera, quien tenía 33 años; y el de su padre, Pablo Tomás Rodríguez, de 35. Los dos habían sido delegados gremiales en Córdoba, provincia de la que eran oriundos. También eran militantes del PRT-ERP. En 1974 se habían mudado a la Ciudad de Buenos Aires.  

Dijo que su mamá y su papá fueron secuestrados a fines de marzo de 1976. Durante muchos años pensó que habían sido llevados “al campo de concentración del Vesubio”, pero hace poco se enteró que estuvieron en Puente 12. En ese marzo de 1976, la familia, que vivía en Buenos Aires, había viajado a Córdoba, para celebrar el cumpleaños de la testiga, que tenía apenas 8 años. 

Sus padres le dijeron que tenían que regresar a Buenos Aires por cuestiones relacionadas con su trabajo y ella se quedó en Córdoba, en casa de su tía Sonia Vera, hermana de su mamá. Su tía estaba casada con un suboficial de la Fuerza Aérea. Tras la desaparición de sus padres, la testiga no volvió “nunca más a Buenos Aires”. Con el tiempo supo que el domicilio familiar en la Capital Federal era Avenida del Trabajo (hoy Eva Perón) al 3400. 

Recién en febrero de 1981, cuando estaba por cumplir 13, sus familiares le dijeron que su mamá y su papá “no van a volver, porque han desaparecido”. Eso fue lo único que le dijeron. Antes, le decían que ellos “estaban de viaje, después que estaban presos o que habían tenido un accidente”. 

Acerca de lo que le explicaban su tía y tío, dijo: “N“No querían decirme más, porque siento que los incomodaba con mis preguntas, porque no sabían o no querían decirme más”. 

Ante preguntas de la fiscal Viviana Sánchez, la testiga comentó que ella supo mucho después la dirección de su casa en Buenos Aires y que sólo recordaba el número de teléfono de la casa. Llamó muchas veces a ese número, desde teléfonos públicos, en Córdoba, pero “nunca respondía nadie”. Muchos años después quiso conocer la casa, pero los nuevos propietarios no le permitieron ingresar. 

Rodríguez explicó que sus padres habían regresado a Buenos Aires en marzo de 1976 “porque estaban siendo perseguidos” y no querían comprometer a su tío “que era suboficial de la Aeronáutica”. 

Por su tía Mari, hermana mayor de su mamá, supo que a sus padres los habían secuestrado entre la medianoche del 31 de marzo de 1976 y la madrugada del 1 de abril. Su tía los había acompañado en el viaje de regreso a Buenos Aires y el 1 de abril, preocupada porque no respondían sus llamados, fue hasta la casa de Avenida del Trabajo. “Ella sintió que la estaban siguiendo y una vecina de mis padres le dijo que no entrara a la casa, porque a la medianoche se los habían llevado”, declaró la testiga. Se los llevaron vestidos “con ropa de cama”. Su tía Mari le dijo que se los habían llevado “los milicos, que para nosotros en Córdoba son los oficiales del Ejército o de la policía”. 

El caso fue denunciado ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) por otra de sus tías, Gladys Amanda Vera. Por intermedio de un hombre que era de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) supieron que por lo menos hasta el 26 de abril “los dos estaban con vida” en el lugar donde estuvieron secuestrados, que ahora sabe que era Puente 12 y no el Vesubio. “Lo que dijo es que mi mamá lloraba mucho y que mi papá pedía que lo torturaran a él, para que a ella no la toquen”, contó. Su padre estaba “en muy mal estado, muy mal herido”. Su tía Gladys le pidió a ese hombre que fuera a declarar, que diera más datos, pero él “le dijo que no, que no iba a hablar, que no iba a decir nada más”. Ese hombre pudo recuperar su libertad por gestión personal del exsecretario general de la UOM Lorenzo Miguel.  

La testiga habló también sobre el secuestro de su tío Wenceslao Vera. Lo detuvieron en la esquina de la Avenida del Japón y Juan B. Justo, en la ciudad de Córdoba. Vera realizaba “trabajo social con chicos humildes, para darles de comer o para jugar al fútbol”. El secuestro de su tío fue anterior al de sus padres. Se lo llevaron cuando estaba “en una cancha de fútbol”, en un campeonato para niños. Lo subieron a un vehículo y estuvo desaparecido muchos años, hasta que encontraron sus restos en una fosa común del cementerio San Vicente, en Córdoba. Era secretario general del gremio Obras Sanitarias. “Los que secuestraron a mi tío eran vecinos, eran conocidos de la familia, porque nosotros vivíamos en el barrio Liceo, un barrio de militares y policías”, relató. 

Ante una pregunta de la fiscal Sánchez, la testiga dijo que su padre tenía el apodo de “Mandrake”, como el mago de historieta, y a su mamá le decían “Marina”. La testiga recordó que en su casa de Buenos Aires se hacían reuniones con “gente joven” a los que ella les decía “tíos o tías”, aunque no lo fueran. Algunos de esos “tíos” eran Mario Roberto Santucho y Enrique Gorriarán Merlo. Además, en su casa en Buenos Aires encontraron refugio algunas de las presas políticas que se fugaron a la cárcel cordobesa del Buen Pastor. Aclaró que ella nunca ocultó quiénes eran sus padres y que estaban desaparecidos. 

Sonia Edith Rodríguez afirmó que, por lo vivido, todos sus tíos “con el paso de los años empezaron a tener problemas mentales, estuvieron medicados y atendidos por psicólogos y por psiquiatras”. Eso derivó luego en “problemas neurológicos y varios de ellos fallecieron en los últimos tiempos”. En lo personal, recordó las llamadas que hacía desde Córdoba a la casa de sus padres, esperando una respuesta de ellos. “Cuando andaba por la calle y veía gente durmiendo en la calle, los miraba a ver si reconocía en ellos a mi mamá o a mi papá”, dijo. Siempre estuvo pendiente de saber algo sobre el destino final de ellos “si aparece algo sobre los vuelos de la muerte, si aparece algo en algún juicio”. Cuando encontraron los restos de su tío Wenceslao, sus allegados le dijeron que tal vez aparecían los cuerpos de sus padres. “Pero me di cuenta que nunca más van a aparecer, que nunca más iba a saber más nada, lo único que me queda es el sentimiento que a mí me quedó y el dolor de mi familia”, agregó. Rescató como positivo el amor que recibió de sus tíos, dijo que siempre fue “la preferida”. Sobre el cierre, declaró: “A veces se me quiebra la voz, a mis hijos les conté quiénes fueron sus abuelos, pero nunca los obligué a ir a marchas, no me vinculé mucho con los organismos (de Derechos Humanos)”. Se le quebró la voz cuando dijo, para cerrar: “Les agradezco a todos, de corazón”. 


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