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Puente 12 -día 10- “Era un lugar de interrogatorio y tortura”

Escrito por el julio 19, 2023


En la décima audiencia del juicio declararon el sobreviviente Leonardo Blanco, quien fue secuestrado con su hermano Néstor; y Mariano di Gangi, por el secuestro y asesinato de su hermano Julio Omar. Además, el testigo Rodolfo Nusbaum habló de la desaparición y el secuestro de su hermana Rosa Ana, y brindó testimonio Claudio Nicolás Grad, quien estuvo una semana en Puente 12 y perdió dos dedos de la mano en las torturas. 

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Pedro Ramírez Otero

Los hermanos Leonardo y Néstor Eduardo Blanco, el primero militante peronista y el segundo del ERP, fueron secuestrados y llevados a Puente 12 en noviembre de 1975. La historia la contó Leonardo, porque su hermano falleció hace diez años. Estuvo seis años preso, pero en Puente 12 “sólo torturaron a mi hermano, porque me salvó diciendo que él era a quien estaban buscando”. En la tortura, Néstor  “perdió un testículo y quedó estéril”. 

El sobreviviente definió a Puente 12 como “un lugar de interrogatorio y tortura de personas”. En la décima jornada del juicio Puente 12 III, también dio su testimonio Rodolfo Nusbaum, quien se refirió al secuestro y desaparición de su hermana Rosa Ana Nusbaum, en mayo de 1976. Oriunda de Chaco, vivía en Buenos Aires, era militante de la Juventud Peronista y estaba embarazada. Había sufrido un secuestro anterior, pero esa vez la salvó un militar que le gustaba cómo cantaba tangos. 

Por su parte, Mariano di Gangi prestó declaración por el secuestro de su hermano Julio Omar di Gangi en octubre de 1976 en Pergamino. Lo buscaron intensamente, sin dar con su paradero, hasta que sus restos fueron hallados en el cementerio de Avellaneda. Lo habían asesinado “de cinco tiros por la espalda, porque los huesos estaban rotos de atrás hacia adelante”. 

El último caso de la décima audiencia fue el de Claudio Nicolás Grad, secuestrado en abril de 1976 en su casa de Temperley. Estuvo una semana secuestrado en Puente 12, sufrió tres sesiones de tortura y perdió dos dedos de su mano derecha. Luego de pasar por todo eso, le dijeron que había sido un error, “una falsa denuncia”. Lo dejaron ir y, como única justificación, le dijeron: “Lo que pasa pibe es que estamos en guerra con la subversión”. 

Los hermanos Blanco

El sobreviviente Leonardo Blanco, militante de la Juventud Peronista, fue secuestrado el 8 de noviembre de 1975 junto con su hermano, Néstor Eduardo Blanco, quien falleció en 2013. El hecho ocurrió en Lanús Este, en la calle Las Piedras 3229. Fue un operativo conjunto del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Su hermano era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).

Primero los llevaron a la comisaría segunda de Lanús. Toda esta primera parte del testimonio estuvo signada por las preguntas en serie del presidente del Tribunal Oral 6, Daniel Obligado. 

Estuvieron solo un par de horas en la comisaría, hasta que les pusieron una cinta cubriéndole los ojos, los subieron a un vehículo y los llevaron al centro de tortura y exterminio de Puente 12. El testigo dijo que estuvo unas dos semanas en ese lugar, luego de recibir una nueva andanada de preguntas de Obligado, que cortaban la fluidez del relato del testigo.  

Blanco aseguró que se perdía la noción del tiempo al estar con los ojos tapados “tirados en el piso y hacinados”. Describió que estuvieron en “un lugar de interrogatorio y de tortura de personas”. Se salvó de la tortura porque cuando lo iban a llevar, su hermano se interpuso diciéndole a los represores que era él la persona que buscaban. En la tortura, su hermano “perdió un testículo y quedó estéril”. De ese lugar los trasladaron luego al Pozo de Banfield, con los ojos tapados y las manos atadas a la espalda. En su caso se las habían amarrado “con una corbata”. Con posterioridad los llevaron al Pozo de Quilmes. Estuvo seis años preso, en Devoto y en otras cárceles. 

En los lugares donde estuvo secuestrado pudo reconocer a algunos vecinos de su barrio como Antonio Garrido y Julián Garrido. Ante preguntas de la fiscal adjunta Viviana Sánchez, precisó que el eje de su militancia en la Juventud Peronista fue la agitación por el regreso al país de Juan Domingo Perón, en 1972. Su apodo era “Raúl”. 

Al momento de su secuestro trabajaba en ENTEL y tenía 28 años. En la casa de donde se lo llevaron, vivía con su esposa, su hijo, y con sus padres. El hermano estaba de manera “circunstancial” en la casa, porque lo estaban persiguiendo por su vínculo con el PRT. Estaba “casi clandestino” y “lo vinieron a buscar a él, más que a mí”. Su apodo era “Tetu”. 

Supo de algunos compañeros de militancia de su hermano: “A uno le decían Barba, Microcini de apellido, y a una chica que se llamaba Griselda  y le decían Cachorra, que había caído en un enfrentamiento y por eso lo vinieron a buscar a él”. También conocía el nombre de Julio Mogordoy, pero dijo no saber si militaba con su hermano. También recuerda a Ricardo Maeda, a quien conoció en la cárcel. 

Cuando los secuestraron, uno de los represores los amenazó cuando subieron al vehículo en el que los trasladaban: “Los vamos a hacer mierda”, les dijo y los hizo callar. Su esposa le contó después que un oficial, cuando él ya estaba fuera de la casa, “lo levantó a mi hijo que estaba en la cuna, lo miró y después lo tiró de nuevo en la cuna; esa fue una parte violenta”. Antes de que se lo llevaran, su esposa pudo alcanzarle un pullover “porque estaba un poquito fresco”. En Puente 12 estuvo siempre en el suelo y recién a los dos días le dieron algo de comer “en la boca siempre, con las manos atadas” hacia la espalda. 

“En forma constante” se escuchaban “gritos de otras personas, hombres y mujeres” que estaban siendo torturadas. Siempre estuvieron juntos con su hermano “salvo cuando se lo llevaron para operarlo por el problema testicular que tenía” producto de las torturas sufridas. 

A preguntas de la fiscal Viviana Sánchez dijo que en la cárcel de Rawson conoció a Ramón Cobeñas, militante del ERP, pero no recordaba si estuvo en Puente 12. Sobre las consecuencias derivadas de lo que le tocó vivir, señaló que él y su hermano, por su militancia, sabían “a lo que nos estábamos exponiendo, incluyendo la vida, por supuesto, pero mi padre y mi madre no sabían y fue algo terrible para ellos lo que nos pasó a nosotros”. Su padre tenía “un problema de arteriosclerosis y no estaba muy consciente de lo que pasaba, pero mi madre sí, porque le desaparecieron sus dos hijos”. 

Habló también de lo sufrido por su hijo porque “le desapareció el padre y después mi esposa tuvo que irse porque la fueron a buscar a ella”. Por esas razones, su hijo “tuvo que andar clandestino, perdió todo: el abuelo, la familia, el primo, la escuela, fue muy duro porque lo perdió todo”. 

Se reencontró con su hijo muchos años después, durante una visita cuando estaba detenido en la Unidad 7 de Resistencia, Chaco. A su hijo le habían dicho siempre que su padre “estaba trabajando”, hasta que le contaron la verdad, pero “no pudo entender por qué estaba preso”. 

La fiscal adjunta Viviana Sánchez le preguntó si podía reconocer la letra de su hermano, si recibió alguna vez una carta escrita por él. El testigo confirmó que recibió “muchas cartas” de su hermano, porque él había recuperado su libertad antes y “además de visitarme en la cárcel, me escribió algunas cartas”. También conserva las cartas que su hermano le escribió a su madre. 

La fiscal le mostró, para que reconociera la letra de su hermano, una carta que está agregada como prueba en este juicio y que tiene que ver con lo ocurrido con el grupo encabezado por Julio Mogorgoy. 

El testigo dijo que era la letra de su hermano. Ante preguntas del abogado querellante Pablo Llonto, confirmó que el operativo en el que fue secuestrado junto con su hermano, fue resultado del procedimiento que había ocurrido antes en la calle Honduras, en Palermo, relacionada con el grupo integrado por Julio Mogordoy y Griselda “Cachorra”. 

Recordó también a Filemón Acuña, delegado de Peugeot, que vivía en Florencio Varela, quien fue detenido junto con su hermano, que trabajaba en la Prefectura. Dijo que junto con Filemón habían detenido a su novia “una chica que no tenía nada que ver y que lloraba mucho”. Por Filemón, con quien estuvo detenido en la U7 del Chaco, supo que fueron varios los delegados de Peugeot que fueron secuestrados. 

La desaparición de Rosa Ana

El siguiente testigo fue Rodolfo Nusbaum, quien recordó que el 18 de mayo de 1976 recibió la noticia sobre el secuestro de su hermana, Rosa Ana Nusbaum, de quien no tuvo ningún dato acerca de su paradero. “La primera información la recibió mi mamá”, que vivía en la ciudad de Resistencia, Chaco. Los que le avisaron fueron amigos de Rosa Ana y un tío de ella con el que vivía en Buenos Aires. Cuando Rosa Ana fue liberada, fue a la provincia a reunirse con su madre y allí tuvieron más información sobre lo sucedido. 

Les contó que estuvo secuestrada en un lugar donde había celdas “pero lo más importante” es que en ese lugar había “una persona jerárquica de las Fuerzas Armadas que la había conocido a ella en un lugar donde se cantaba tango”. Como “le había gustado mucho como cantaba, esa persona fue la que la liberó, fue un toque de suerte en ese momento”. 

En 1976, Rosa Ana vivía en Boulogne, Provincia de Buenos Aires. Tenía 28 años, era militante de la Juventud Peronista y trabajaba en la Librería ABC, en las Galerías Pacífico. Rodolfo dijo que su hermana tenía muy buen concepto en su trabajo por sus conocimientos de literatura, al punto que Jorge Luis Borges “fue una vez a la librería y pidió que ella lo atendiera, porque sabía que ella sabía mucho”.

Explicó que luego “por su carácter” se fue de ABC y empezó a trabajar en el ferrocarril, en una línea que dijo no recordar. Sobre el estado de salud de su hermana cuando regresó al Chaco, luego del secuestro, dijo que “estaba bien, no le había quedado ninguna secuela”. Admitió que tuvo una discusión con su hermana cuando ella decidió regresar a Buenos Aires. “Mi mamá había sufrido mucho por lo que había pasado, pero mi hermana dijo que volvía a Buenos Aires por sus convicciones”, en referencia a su militancia política. En ese viaje Rosa Ana les dijo que estaba embarazada. 

Al poco tiempo, el tío que vivía en Buenos Aires les hizo saber que “ella había desaparecido” por segunda vez. Su mamá tomó contacto con las Madres de Plaza de Mayo y a nivel emocional “comenzó un proceso de enfermedad” por el dolor de lo ocurrido con su hija, que era la mayor y la única mujer de cuatro hermanos. Los otros tres eran Osvaldo, él testigo y Eric. Afirmó que a consecuencia de lo ocurrido con su hermana, su mamá “enfermó, sobre todo psíquicamente, y a los siete años falleció”. El testigo pidió que le dieran toda la información reunida en la causa sobre el lugar donde estuvo secuestrada su hermana. 

El caso di Gangi

Mariano di Gangi prestó declaración por el secuestro de su hermano Julio Omar di Gangi, ocurrido el 25 de octubre de 1976, en la ciudad de Pergamino. La víctima estaba esperando un micro en la esquina de Avenida de Mayo y Dardo Rocha de esa ciudad. Cerca de las cuatro de la tarde “apareció un Ford Falcon, que dobló en “U” por la Avenida de Mayo”. En la plaza que hay en esa esquina, ya estaban dos hombres que le apuntaron a su hermano con sus armas y lo obligaron a subir a la parte de atrás del auto y se dirigieron hacia la Ruta 8. Desde ese momento no tuvieron más información sobre su paradero. Su hermano, como toda la familia, era militante peronista. En ese momento, Julio Omar trabajaba en una fábrica de mosaicos y era delegado gremial. Al mismo tiempo, trabajaba de mozo en Pergamino y en San Nicolás. 

En el momento de su secuestro, la víctima estaba conviviendo con una mujer joven, llamada Cecilia, que tenía dos hijos y a la que “tampoco vimos más”. La compañera de su hermano “era de un pueblito cercano a Pergamino”.  

El testigo trabajaba en el Ministerio de Trabajo y por sus funciones viajaba en forma permanente. Eso le permitió realizar gestiones para tratar de dar con el paradero de su hermano. Recibió ayuda de uno de sus jefes, Víctor Enrique Rey, segundo comandante de Gendarmería. Incluso hizo gestiones en el Ministerio del Interior, cuando su titular era el general Albano Harguindeguy, uno de los mayores responsables del genocidio en Argentina. 

La persona que lo atendió en el Ministerio, buscó en un listado de personas detenidas a disposición del Poder Ejecutivo Nacional (PEN). Su hermano no figuraba ni con el apellido paterno ni con el materno. “El hombre me dijo ‘si no está acá, no lo busques más porque a tu hermano te lo mataron’”. 

El 10 de noviembre de 1976, un amigo le contó que la noche anterior “unos militares reventaron la casa donde vivía mi hermano y él vio que uno de ellos tenía un brazalete que decía PM”, que identificaba a la Policía Militar. Los militares se llevaron cosas de la casa, entre ellas una moto Gilera 200 que era de su hermano. 

El testigo dijo que la primera noticia concreta sobre su hermano, la tuvieron cuando fue hallado su cuerpo en el cementerio de Avellaneda. “A nosotros nos entregaron el cuerpo en diciembre de 2015”, dijo. La familia lo despidió “con un velatorio con los restos en una urnita chiquita en el Concejo Deliberante de la Municipalidad de Pergamino”. Eso ocurrió el 16 de diciembre de ese año. Se había determinado que la muerte se produjo “porque recibió cinco tiros por la espalda, porque los huesos estaban rotos de atrás hacia adelante”. Los disparos habían ingresado “en la pelvis, en la espalda y en la cabeza, todos los huesos rotos hacia adelante”. 

Ante una pregunta de la fiscal Viviana Sánchez, el testigo señaló que no tuvieron información acerca de si su hermano había sido asesinado junto con otras personas. Dijo que sabía de algunos compañeros de militancia de su hermano, como Carlos Benjamín, María Cristina Lanzillotto, Gerardo Pérez y Leonor Pierro. 

Sobre el impacto en su familia por la desaparición de su hermano, señaló que su mamá “que era joven cuando a él se lo llevaron, lo buscó siempre y al poquito tiempo ella falleció, luego de esperarlo”. Agregó que su padre “tuvo una embolia cerebral” luego del secuestro de su hermano. Su padre falleció a los 80 años y en los últimos tiempos deambulaba por la casa y “hablaba solo”. 

Recordó que a su mamá “nosotros le mentíamos, le decíamos que se había ido de Argentina, para tratar de conformarla, porque era tremendo el sufrimiento de mi vieja y de mi viejo”.  

Torturado por una “falsa denuncia”

El último testigo fue Claudio Nicolas Grad, sobreviviente, quien recordó lo que le ocurrió el 13 de abril de 1976. Ese día estaba en su casa de la calle Los Paraísos 750, del barrio San José, en Temperley, en compañía de su esposa, quien estaba embarazada de siete meses de su primer hijo. Cerca de la una de la madrugada, un grupo de personas ingresaron al terreno de la casa y empezaron a golpear puertas y ventanas. Él abrió la mirilla, preguntó quién era y le dijeron: “La policía”. Abrió la puerta y apenas ingresaron lo tiraron al piso, le pusieron un pullover de su señora “en forma de capucha” y comenzaron a revisar toda la casa. A su mujer la encerraron en el baño, mientras él seguía en el piso, con las manos atadas a la espalda con una cadena y un candado. Dijo que le hacían preguntas y que él “no entendía nada” de lo que estaba pasando. Lo subieron a una camioneta, con la angustia de no saber “si le había pasado algo” a su esposa. A los 20 minutos se detuvieron en otro lugar y subieron a otra persona a la caja de la camioneta donde él se encontraba. Esa persona le dijo que se llamaba Máximo, que era de Lanús y después supo que en Puente 12 había perdido un ojo, por las torturas recibidas. 

Llegaron a otro sitio, al que identificó como Puente 12, donde estuvo secuestrado por siete días. “Esa misma noche me empezaron a torturar en tres sesiones” continuadas. Le preguntaron si era miembro de alguna organización política o “a la subversión, cosa que yo negué rotundamente porque nunca estuve envuelto en esas cosas”. Una de las consecuencias del maltrato recibido fue que tiene “media mano amputada, con la pérdida del dedo meñique y la paralización total del dedo anular de la mano derecha”. Durante la tortura con picana eléctrica, le habían hecho un torniquete con un cable y lo tiraron al elástico metálico de una cama. “Me ataron las muñecas y los pies, en los que previamente me ataron unas muñequeras de goma”, recordó. Luego de la tercera sesión de tortura le preguntaron “a cuentos militares o fuerzas de seguridad había matado”. Sostuvo que en ese momento “exploté y les dije que consideraran que hacía poco tiempo había salido del Servicio Militar, luego de cumplir 14 meses en el Regimiento de Infantería de Montaña de Covunco Centro (en Zapala, Neuquén), donde fui un ejemplo de soldado”. 

Allí había tenido buen trato con el jefe del regimiento, José Jesús Pellegrini. Por eso, luego de insultar a sus torturadores, les dijo que le preguntaran a Pellegrini “quien había sido el soldado Claudio Nicolas Grad”. 

A partir de su reacción “se hizo un silencio de parte de ellos, me sacaron de la cama metálica y nunca más me volvieron a preguntar nada ni a torturar”. Con el tiempo, supo que había sido llevado a Puente 12. En la séptima noche, lo llevaron a otro lugar, dentro del centro clandestino, luego de sacarle las ligaduras, aunque permanecía con los ojos vendados. 

Uno de los guardias, le dijo: “Rusito, quédate tranquilo que ahora te vamos a soltar”. Lo subieron a una camioneta y a los seis o siete minutos se detuvieron en la ruta, a unas 15 cuadras de Puente 12. “Yo pensé que me iban a matar, pero no, me dijeron que me tirara al suelo, que contara hasta diez cuando ellos se fueran y que después me fuera caminando”, relató. Lo dejaron cerca de un hotel llamado Olimpo. Se dirigió hasta una estación de servicio Puma, contó lo que le había pasado, le dieron unas monedas para el colectivo y los dueños de una camioneta que fueron a cargar nafta, lo llevaron hasta la Rotonda de Llavallol. 

Fue en colectivo hasta la casa de sus suegros y allí se reencontró con su mujer, a quien “por suerte no le hicieron nada”. 

Grad tenía 23 años y era empleado en un frigorífico. El testigo era militante de la Federación Juvenil Comunista. Todo indica que lo habían confundido con otra persona.  Los que entraron en su casa, le robaron dinero, un juego completo de enseres de uso doméstico que estaba sin estrenar, una escopeta calibre 16 que era de su padre, y la alianza de casamiento. 

En Puente 12 estuvo solo, en un calabozo que tenía una claraboya en la loza por la que sólo se podía ver la copa de los árboles, que considera que eran eucaliptus. En la tercera noche, trajeron al calabozo “a una chica que me preguntó cómo me llamaba, le dije mi nombre, le pregunté el de ella y no me contestó. Pensé que tal vez era un señuelo, alguien que me quería hacer hablar; al otro día se la llevaron y no la vi más”. 

A preguntas del fiscal Esteban Bendersky describió distintos lugares del centro de detención, en coincidencia con los relatos de otros testigos, de manera especial con la descripción del piso de baldosas “blancas y negras, alternadas, como formando un tablero de ajedrez”. 

Confirmó que escuchó gritos de personas que eran torturadas y también disparos de armas de fuego, casi siempre en la madrugada. Cuando le preguntaron si le dieron alguna explicación por su secuestro, dijo que uno de los guardias admitió que fue víctima de “una falsa denuncia”. Cuando se quejó por el trato recibido y por la forma en que ingresaron a su casa, el guardia le dijo: “Lo que pasa pibe es que estamos en guerra contra la subversión”. Por las lesiones en su mano derecha, fue operado dos  veces, perdió un dedo y tiene otro inmovilizado. Nunca se pudo recuperar. Luego de las operaciones, hizo la denuncia y se dio intervención a la Justicia, pero todavía no ha recibido ningún resarcimiento. 

Sobre las consecuencias emocionales por lo que le tocó vivir, sostuvo que “hasta el regreso de la democracia, en esos siete años que pasaron (entre 1976 y 1983) dormía con un solo ojo, siempre con miedo, con temor, porque era una época de incertidumbre para la población”. Afirmó que, por eso, cuando asumió la presidencia Raúl Alfonsín fue “un alivio”.  


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