Hernán López Echagüe: «El Perro es la visión que tengo de Verbitsky»
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(Por Paulo Giacobbe para La Retaguardia) En la solapa del libro El Perro. Horacio Verbitsky, un animal político, dice que Hernán López Echagüe publicó en diversos medios de la Argentina y el exterior. Que fue redactor de las revistas Humor y El periodista y de los diarios Página/12 y Perfil, por citar algunos trabajos. Es autor de la obra periodística más vendida en los años ’90, El Otro, una biografía política de Eduardo Duhalde. Hernán vive en Uruguay más o menos desde esa época. A mí me gustó más el libro La política está en otra parte, del 2002. Anda de paso por Buenos Aires y nos juntamos a charlar un rato.
Hernán me pregunta si quiero un café. Le digo que sí, va hasta la cocina y desde ahí pregunta si con azúcar; le digo que sí. Vuelve con un pocillo en cada mano y me dice que se acordó del caso Nisman, por lo del café y esa estupidez de “preparátelo vos”.
Hablamos un rato del caso Nisman, de la ausencia de nota suicida, de las escuchas, de los espías y de la Jueza Arroyo Salgado, de la fiscal Fein, de cómo se dio la entrevista de Lagomarsino a una revista de rock. Compartimos una misma teoría de lo ocurrido pero que no podemos revelar, quizá por absurda. Pero somos varios los que creemos lo mismo.
Me pregunta del libro, qué me pareció. Me gustó, le digo, pero me hubiese gustado que dijera algo más sobre la relación de Verbitsky con Bergoglio. Me habla del prólogo del libro. Me pregunta si ya estoy grabando, le digo que no, me pongo a grabar. Bah, el que graba es el grabador.
«Laura Giussani, coordinadora de la investigación, y un pibe que es vecino, Rodrigo Salinas, trajeron mucha información que me costó mucho achicar; en principio había información que no estaba corroborada, que era imposible corroborar. Y ella se queja porque dice que la mitad de las cosas quedaron afuera, pero muchas veces quedan afuera la mitad de las cosas. Porque yo decidí en ese aspecto no entrar en las investigaciones de él. Es decir, cómo hiciste Robo para la corona, cómo fue tu conflicto con Bergoglio, sólo le hago un par de preguntas sobre Bergoglio. Había temas que no me interesaban demasiado porque no me planteé un libro de investigación periodística al estilo de los que hice en algún momento de los que no me siento especialmente orgulloso, tipo El Otro sobre Duhalde, que era otra cosa. Era un tipo que era gobernador de la provincia, candidato, quería ser presidente de la nación… lo que más me interesaba de Verbitsky no era exactamente una investigación sobre su labor periodística en sí: ir reseñándolo y charlar con él de esas cosas. Yo quería una cosa más íntima, personal, una semblanza apenas, donde se pudiese tratar de destruir o penetrar esa cosa impasible que tiene el tipo».
Fueron dos entrevistas con Horacio Verbitsky. La primera, de tres horas, la hicieron Hernán y Laura. Y después Laura completó una segunda entrevista de cuarenta minutos más. Hubo un solo momento en el que Verbitsky pareció un nene contento. Imaginate la cara de Verbitsky contento, me dice Echagüe. Ese momento de alegría es cuando recuerda que Rodolfo Walsh mirando televisión, de casualidad, engancha la frecuencia de radio de la Policía Federal: «Empieza a hacer un ruido, se pone todo negro y empieza a hablar la policía. Algo tipo 20-10 comando, tipo patrulla de caminos. Y empiezan a ponerle palitos para que la sintonía fina no se moviera, ahí sí, lo veías como contento. Como una cosa traviesa, momentos de travesura de la militancia. Pero después cuando hablaba de cosas terribles, sobre todo de ese grupo de amigos que venían de amigos de siempre, como Paco Urondo, Piri Lugones, que después se fueron muriendo, no había un atisbo de dolor, de algo. Es difícil enterarte de lo que le ocurre. Por eso termino el prólogo diciendo: vaya uno a saber qué diablos pasa en la cabeza de HV, lo cual no habla bien de mí para el libro, no es que digo acá van a leer y van a saber quién es HV en realidad».
El trato con Verbitsky siempre fue muy seco, me cuenta Hernán, que después de las entrevistas volvió a Uruguay a escribir el libro, que se comunicó un par de veces con Horacio Verbitsky por correo electrónico, que siempre responde los mensajes en minúscula, ni un hola, ni un chau. Y en gris.
-Es raro, nunca usé letra gris para responder un correo, no viene con la máquina, tenés que ponerlo. Si no sale totalmente negro.
-Elegir el color gris.-le digo.
-Exactamente. Y en muchas cosas de esas se fue abriendo mucho más. No sé si la distancia y no estar cara a cara, tanto a mí me envalentonó o me dio más ánimo para hacer algunas preguntas más jodidas o más directas que cuando estás con la persona. Uno no quiere cagarle la vida a las personas, en serio te digo, a menos que tengas a un hijo de puta adelante, y si tenés un hijo de puta adelante no te vas a hacer el malo tampoco. Como con Duhalde, yo no me hacía el malo, le decía: sí, gobernador. ¿Qué le vas a decir? Es eso, y él (Verbistky) colaboró muchísimo. Por eso algunos me dijeron que es una biografía autorizada. Bah, no sé lo que es una biografía autorizada.
-Se la llevás antes y él te dice… sí…
-La lee.
-O te dice no…
-Claro, vos sos el escriba de su vida.
-Entiendo eso.
-Sí, para mí es eso. No fue así. Él deslizó un día, en la segunda entrevista con Laura, que le gustaría ver el libro antes de que saliera; ella le dijo: Hernán no te va a dar el libro, pedíselo vos. Y él no me lo pidió. Porque sabe que no le voy a dar el libro antes de que salga. Es ilógico. Nunca le di ni una nota a nadie antes de que salga.
El cántaro va a la fuente y se rompe
Me cuenta Hernán que no es una biografía tradicional. Que no sabe qué género escribe, que le sale una escritura más libre, por eso no habla ni de los abuelos, ni del origen del apellido. Dice que le dijo a Horacio Verbistky: vamos a empezar cuando vos empezaste a laburar. También dice que no fue por vagueza que lo hizo así y que tampoco tenía ganas de hacer un libro periodístico. Que le hincha cuando le dicen: tu libro es maravilloso. Que es sólo un libro, que dura un poco más que los diarios, nada más. Entonces le pregunto si nunca le pasó que gracias a un libro descubrió algo de algún autor y frente a ese libro se sintió maravillado:
-Sí, pero no periodístico; yo casi no leo libros periodísticos. Estoy enloquecido con un libro, recopilación de cuentos de Kafka, no muy conocidos. Y encontré uno que es el mejor cuento que he leído en muchos años y digo ahora entiendo por qué el tipo en 1900 inventó el modernismo, se llama Blumfeld, un Solterón… y no me acuerdo cuanto. Sintéticamente, un tipo que llega a la casa, es un empleado, siempre es un empleado, muy prolijo y llega a la casa y hay dos pelotas que saltan. Y lo siguen y lo hinchan y toda la lucha de él para encerrarlas en el armario y todo lo que va pensando. Me van a seguir al trabajo y en el trabajo va a pasar esto y todo con un ritmo casi sin punto aparte. Fuera de la estructura de cualquier cosa que se escribió aquellos años, quedé impresionado. Esos libros sí te dejan cosas. Pero los libros periodísticos me pueden dejar información que me sirva para algo. Pero aparte porque sé cómo se hacen los libros periodísticos, más o menos. Que uno agarra las cosas que quiere y que uno jamás va a ser objetivo, porque descartás o buscás según tu criterio. Según tu modo de ver el mundo, la vida, de cómo vivís. El tema es cuando construís un personaje. Construís uno, no es el personaje. Es imposible escribir y describir a una persona como es realmente, entonces cuando leo libros periodísticos me dan información que a la vez quiero corroborarla. Porque yo sé que ellos actúan como yo. Más allá del estilo, eligieron esta información pero omitieron otra. Yo por ahí omití información pero no con un propósito. No digo: voy a alabar a Verbitsky, o destrozarlo. Es un libro que para mí ni lo destroza ni lo alaba, es a mi juicio lo que más se aproxima a la visión que yo tengo de Verbitsky.
-Además en el libro hay bastante entrevistas a gente que habla mal o están peleados con él -le digo.
-Sí, pasan cosas raras. Yo creo que el tipo infunde un respeto o un miramiento más fundado en el temor que en la admiración o el rescate de su obra.
En el libro dice que Verbitsky en Montoneros era miliciano. El grado más bajo. Y cuenta Hernán que investigó y encontró quién era el responsable de Horacio en el último año que estuvo en Montoneros. Un profesor importante que actualmente vive en México. Que por mail le habló muy bien de Horacio, pero no quiso que figure su nombre. Que no entendió eso, lo entendería si fuera alguien que le habla cualquier cosa, que hubo casos así también. O lo entiende de alguien que le hable mal. Por lo que posteriormente HV pueda publicar o por los contactos que tiene. Pero Hernán piensa que atrás de El Perro no hay nadie.
-Y yo creo que atrás de él está él, con una especie de partido político personalista que es él, él y nadie más que él. Y con cierta manera de comportarse en la vida que a mí no me agrada porque tenés que ser muy concesivo. Lo he comprobado, hace muchos años, las fuentes que te pedían tal cosa pero el dato era importante, yo las ponía igual. Y los tipos me odiaban después. Perdía fuentes, él acumula, ahora tengo muchas menos. Porque las pocas que consulté para el libro y aman a Verbitsky y no les va a gustar el libro, van a decir… y los que lo odian también, van a decir no pusiste que fue amante de tal, los chismes, y a eso a lo que no quería volver, por eso no quería escribir. Y no encontré nadie que fuese tipo gris o equívoco. O lo odian o lo aman. Los que lo quieren te dicen que es el mejor tipo del mundo.
-Aprovechaste un poco para contar tu salida de Página/12, ¿ o ya lo habías contado antes?
-No de esa manera. No lo había contado totalmente. Yo empecé a entender un poco cuando, creo que fue Lanata, que dijo que se lo habían vendido a Clarín. Todo coincidía con cierta política que no se podía publicar ciertas cosas.
-Verbitsky dice que no sabe.
– Sí. Es muy inteligente, le estás preguntando cosas, entonces te responde y te dice: ¿vos que pensás?. O: a vos te consta. A mí no me consta nada. Espera que a alguno le conste. Jamás me va a constar nada por más que hable con cuarenta personas. Yo no creo totalmente en lo que escribí, es mi historia, es la historia que yo tengo en la cabeza de Verbitsky. Ahora está por salir otro libro de Verbitsky, que lo hace Gabriel Levinas, que me pareció bastante chanta y atorrante andar diciendo que este libro lo pagó Verbitsky para hacer una versión Heidi. Verbitsky no me debe querer ni hablar a mí.
-¿Perdimos fuente Verbitsky también?
– Lo que pasa es que el otro día me encontré en el asunto de la presentación “Cartas de la Dictadura”, que se hizo en la biblioteca, con Horacio González. Y me dijo: «Che, ¿por qué sos tan duro con Horacio?». Yo no soy duro, ¿en qué parte? Y entonces me cita lo del libro sobre Guiraldes. Del Círculo de la Fuerza Aérea. Pero si él me cuenta eso, él me habla de eso, él me dice que ese contrato no es sobre el libro de Guiraldes, que tal vez era por una biografia de Jorge Newbery que al final no salió, es decir que iba a haber otro libro que no sabía. Está bien que admita que lo hizo porque estaba muy mal, que tenía un hijo recién nacido, que no podía exponerse. Se puede discutir después, no se puede limitar solamente a lo ético. Esas son conclusiones que después saca un lector, que sé yo, para mí no está ni mal ni bien, pero el libro de Levinas le va a dedicar cincuenta páginas a eso.
En 1979 el Comodoro Juan José Güiraldes escribió “El poder aéreo de los argentinos” en donde le agradece a Horacio Verbitsky por su colaboración. El libro trata del “poder aerocomercial de la Argentina y rutas de navegación”, explica Echagüe en El Perro y lo editó la Dirección de Publicaciones del Círculo de la Fuerza Aérea.
Pero quizás el libro El perro sea más duro con el Perro cuando relata lo escrito por el propio Perro, en relación a lo que publicó en Página/12 después del copamiento de La Tablada. En el libro se reproducen fragmentos de tres artículos: Por la espalda, Jugar con fuego y Tontos e inteligentes. Para leerlas completas hay que ir a leerlas a algún archivo que no sea virtual.
Socialismo y Nisman
Me cuenta Hernán cómo es la oficina de Verbitsky, que no tiene ventanas. Un departamento de dos ambientes. Me cuenta de las fotos que tiene, desde una con Perón, firmada, hasta el afiche de la vaca trozada y sus partes identificadas. Un Geniol con los clavos. Y también me dice que no le gusta Tabaré Vázquez.
-No te gusta mucho ningún candidato, ¿no?
-No. Yo no voto. Soy muy antiguo en ese aspecto. Yo hablo de capitalismo todavía. Se ha confundido la democracia con el sistema, no se puede tocar eso. Están con la teoría de Mujica, cuando decía: yo antes quería cambiar el mundo, ahora me di cuenta que es imposible, entonces al menos quiero cambiar la cuadra. Yo no. Yo todavía quiero cambiar el mundo. Me parece que se puede hacer. Es como un juego, como decía Durito, el escarabajo, el personaje imaginario del Subcomandante Marcos. Es como el juego de la tienda, todos estos candidatos son gerentes de una tienda. Y la tienda es esto donde vivimos.
Hernán me dice que ve programas periodísticos para reírse, que no los ve seriamente y que en un punto lo de Nisman lo divierte. Especialmente lo que hicieron con las escuchas del caso. «Si digo algo así, un kirchnerista me va a querer matar porque esto es un quilombo, un escándalo», me dice.
-Y uno de la oposición también.
-Y otro de la oposición va a decir: ¿pero cómo, si el gobierno lo mandó a matar? Qué sé yo, honestamente yo estaría aburrido si Nisman hubiese dejado una carta y esto se hubiese resuelto en una semana. Está buenísimo que lo de Nisman perdure por años, es como el programa ese de Tato Bores, que estaba bueno, que hacía de alemán, cómo desapareció la Argentina… Para mí, Argentina desapareció hace años, la versión que yo tenía, ahora es todo show bussiness, es una cosa muy rara. Bueno, dentro de veinte años va a estar el enigma de Nisman. Vuelvo a un tema de antes, cuando hablábamos de la oficina, lo que tiene Verbitsky muy interesante es que es uno de los pocos periodistas que quedan realmente formados por el hecho de hacer periodismo, no haberlo estudiado. Podés hablar cualquier cosa con Verbitsky, tipo Rogelio García Lupo. Son esos periodistas que se formaron a fines de los ’50, ’60. No te formabas a través de la red, internet. Había que salir a buscar cosas. Había cierta intemperie que él la perdió después, que es lo que yo reclamo.
-¿Qué quiere decir que la perdió?
-Y… él te lo dice, esta oficina me la dieron en el año ’82, todavía en dictadura, porque él era corresponsal de Cuadernos del Tercer Mundo y le pagaban con esa oficina, lo que estaba bárbaro, podía hasta dormir ahí si quería. Y yo desde esa época, hago todo desde acá, dice. No se puede hacer todo desde ahí, a menos que tu manera de hacer periodismo sea recibir gente ahí y que te den información. O ir vos a algunos lugares a buscar información. Es un periodismo medio de lugares estancos, voy de una oficina a otra. Pero es una crítica o un comentario mío porque no me gusta eso. Es lo que me pudrió del periodismo político. Pero es la práctica habitual, no solamente él, dudo que esos periodistas con nombres salgan a la calle a buscar algo, no lo veo, no lo imagino.
Me cuenta Hernán de un libro que no le quieren editar, Río Nocturno, sobre los pescadores del río Uruguay. Necesita editor. Me cuenta también que una vez Maradona le pidió una copia de El Otro y que a él le cagó la vida cuando en El Periodista empezó a trabajar fijo cosas de política, en el verano, una suplencia. Y entonces empezó a escribir notas de tapa, antes eran notas de una página sobre otros temas que no le importaban a nadie.
-Y ahí seguí, después cerró El Periodista y empecé en Sur. Y yo me ofrecí para hacer crónicas, y entonces me pedían cosas de política; si no, no. Y El Otro terminó de fundirme. Aún hoy, pasa algo con Duhalde y me llaman. Yo saqué ocho libros después, de todo tipo, eso de que te encasillen me jode un poco. Me gustan las cosas más desde el llano. Yo no puedo hacer periodismo político, si no leo nunca un libro periodístico, no veo programas periodísticos. No me gustan.
-No, son un desastre.
-Pero hay tipos que les gusta y que los ven para informarse. A mí me interesa un pomo informarme, yo me informo a mi manera, no voy por los canales habituales. No me gustan, me aburre, las veo por otro lado las cosas esas. Eso de sentarme con algunos a ver quien tenía la primicia, no me interesa. En la época de El Periodista, en esa época tan linda, los miércoles, que era el día de cierre, a la noche íbamos a un restorán en el que teníamos canje, donde íbamos todos y hablábamos de cualquier cosa menos de la revista, de lo que habíamos hecho. Nos tomábamos unos vinos, uno se tomaba un coñac, comíamos unos quesos, unas aceitunas. Nos cagábamos de risa. Unos se iban a la casa, algunos nos íbamos a jugar al billar. Al otro día no íbamos a trabajar porque ya habíamos cerrado, te despertabas al día siguiente a las cuatro de la tarde, volvías el viernes para ver cómo había salido la revista. Empezabas a revisar el sumario de la próxima semana y era otra vida.
Me cuenta Hernán que después fue distinto, cuando fue más conocido. Que se encontraba con tipos que le resultaban nefastos, como Luis Majul o Ernesto Tenembaum. Que es fácil caer en el espejismo de vivir sintiéndose parte del poder, porque te llaman, te invitan a tomar un café. Que en Página/12 Oscar Camilión (ministro de la dictadura y de Menem) lo llamaba a Román Lejtman y que a él lo llamó Fernando de la Rúa para ir a desayunar. Esas serían otras escuchas interesantes, no las del caso Nisman, le digo. Coincidimos. Y hablamos nuevamente del tema que nos apasiona. Antes de irme le explico algunas pericias que realicé de manera poco profesional. Intercambiamos ideas, apuntalamos una hipótesis, que ya dije, no voy a contar. Me regala un libro, La Frontera; lo sacó después de El Otro, cuando estuvo viviendo en la Triple Frontera. Para Laura, el mejor libro de Hernán. Me dice que tiene muchos de esos porque los iban a quemar. Me voy; tenía ganas de leer ese libro. Dejo de grabar. Bah, el grabador deja de grabar.