Crónicas del juicio -día 34- Combatientes, militantes y madres
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El testimonio de Adela Segarra fue un recorrido por sus pasos escapando de la represión. Una vuelta por los recuerdos de sus compañeros y, sobre todo, de sus compañeras: “las que no están, y las que sobrevivimos”. En poco más de una hora, cumplió con la expectativa importante que había generado su paso por el juicio. (Por El Diario del Juicio*)
✍️ Textos 👉 Fernando Tebele
💻 Edición 👉 Diana Zermoglio/Martina Noailles
💻 Colaboración 👉 Braulio Domínguez
📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino
Ha pasado una hora del testimonio de Adela Segarra. Ha recordado nombres, apodos, alegrías y tristezas. Es evidente que viene el final cuando Pablo Llonto, abogado querellante, le pide si puede leer una carta que Adela tiene sobre la mesa. Es de Ángel Servando Benítez. A sus espaldas, María Sol, la hija de aquel militante al que conocían como Fermín, está por desbordar emoción desde sus ojos gigantes.
Estoy aquí, sé que estoy en compañía y que la realidad nos junta más. Juanita, Jorge, Toti y todos sabemos que la victoria llegará. Tenemos fe en ella. Crean ustedes en mí, cuando hay hombres que luchan un día y hay hombres que luchan siempre, cuando más necesitamos la libertad. Luchemos. Fermín
El papel amarillento no sólo es señal del paso del tiempo. En la letra desprolija de aquel chapista de autos entregado a la militancia, se adivinan también algunas de las esperanzas que no por amarillentas, son desechables cuarenta años después.
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La mañana está repleta de expectativas. Hay mañanas especiales en este juicio, como en todos los demás. Personas que atraen, que son esperadas, que generan tensión anticipada. Adela Segarra es una de ellas, sin dudas. Lo peor de todo, al menos para las personas ansiosas, es que le tocó declarar el mismo día en el que otros cuatro testigos lo harán por videoconferencia. Entonces, a cada minuto, todo puede cambiar. Internet es un mundo que se abre y comunica, pero también puede ser motivo de inquietudes y corridas de la gente del tribunal si algo saliera mal.
Se oye un murmullo casi desaprobatorio cuando el juez Esteban Rodríguez Eggers anuncia que el primer testigo es uno de los gendarmes que se contradirá por el caso de Gervasio Martín Guadix. Allí, la mayoría quiere escuchar a Adela, pero obviamente respetará y se asombrará con las idas y vueltas de los testimonios alrededor de Guadix.
Luego del primer gendarme, parece que vendrá un segundo. Sin embargo, algo falla en la conexión. Con mucha habilidad para leer lo que pasa entre el público, Rodríguez Eggers deja esperando por una mejor conexión al gendarme olvidadizo que está en Paso de Los Libres, y convoca a Adela Segarra, que ingresa a la sala y toma asiento. La que abre el juego, como casi siempre, es la fiscal Gabriela Sosti:
—Yo tengo presente tu militancia en Montoneros, tengo presente también el tiempo de tu exilio, y en ese contexto te voy a pedir que nos cuentes, nos relates, qué es lo que recordás sobre algunos compañeros puntualmente, más allá de que vos después menciones a otro. Y te voy a preguntar por los dos tiempos, el tiempo de la militancia antes del exilio, y el tiempo del exilio. En el primer caso puntualmente te quiero preguntar por Frías. A partir de eso relatanos todo lo que recuerdes —da pie Sosti.
—Bueno, yo empecé mi militancia en la década del ‘70, en un contexto de mucho compromiso militante —dice Segarra mientras nombra como faros guía a Perón, a Evita, a la revolución Cubana y a las luchas en el continente—. En ese contexto, con 14 años yo empiezo a militar en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), que era una agrupación de base de Montoneros. En el año ‘74 yo tenía 15 años y empiezo una relación de pareja con Joaquín Areta, que fue un compañero de vida.
La intensidad de aquellos años fue tal que, aunque sólo alcanzaron a compartir sus vidas cuatro años, Segarra y Areta quedaron de algún modo entrelazados para siempre, aun cuando la represión comenzaba a intensificarse. “En el año ‘75, en la ciudad de La Plata, que es donde nosotros militábamos, empieza una escalada de represión y de violencia. Ese año asesinan a un amigo nuestro, (Ricardo) Patulo Rave”, recuerda. “A principios del ‘76 allanan la casa de Joaquín, comienza una escalada de mucha represión hacia nuestros compañeros que eran todos adolescentes, teníamos entre 14 y 17 años, éramos de la UES. Y con Joaquín decidimos formalizar nuestra relación y lo hacemos a través de una ceremonia religiosa, en la ciudad de La Plata”. Va mezclando el amor y la lucha, porque así era en aquellos años, porque así sigue siendo de algún modo, con otras maneras. Cuenta que por ese tiempo decidieron salir de La Plata para salvar sus vidas y entran en la clandestinidad cuando se mudan al oeste del Gran Buenos Aires, de la mano del hermano de Joaquín, Jorge Ignacio Areta (Iñaki). La responsable de toda esa zona era María Antonia Berger, sobreviviente de la Masacre de Trelew que luego sería desaparecida. Pasan por una casa en Libertad, Partido de Merlo, a la que no podrán volver luego de que la ataquen.
Frías, el Dandy
De allí van para Loma Hermosa, en Tres de Febrero, en lo que sería el primer punto vinculado a este juicio, porque es donde conviven ambos junto a Federico Frías, que sería secuestrado y desaparecido en medio de la Contraofensiva. Su nombre en la organización “era Lucio, pero le decíamos El Dandy”, recuerda Segarra frente al tribunal. Remarca que los tres trabajaban por algo más que ganarse una moneda para sobrevivir: “Nosotros teníamos una concepción de la militancia que era de mucho compromiso con nuestro pueblo, de pensar que todos teníamos que trabajar y vivir de nuestro ingreso y trabajar insertos en el mundo productivo. Joaquín era obrero en una carpintería metalúrgica y Federico Frías también”.
De Frías señala especialmente su tristeza por la distancia con su hijo Joaquín, que ya fue testigo en este juicio. “Él venía de atravesar una situación de tener que separarse de su mujer y de su hijo, y en el transcurso de ese año, desde junio del ‘77 hasta finales de junio del ‘78, que convivimos, él intentó en muchas oportunidades conectarse con su familia, tener contacto con su hijo. Cotidianamente hacía mención y conversábamos de lo duro que era seguir viviendo sin su hijo. Extrañaba mucho y yo esto lo quiero marcar, porque nuestra vida estaba marcada por decisiones políticas, pero también por la subjetividad de todas las situaciones que estábamos atravesando, y que tanto un universo como el otro nos condicionaban”.
El Mundial ‘78
Mientras 25 millones de argentinos jugaban el Mundial, Montoneros intentó aprovechar la ocasión para sus campañas de propaganda. Entre ellas, las pintadas para hacer hablar a las paredes en medio de los gritos futboleros que se comían todo. “Nosotros iniciamos una campaña de propaganda, que era defender el mundial, pero no la dictadura; denunciar la dictadura y lo que estaba pasando con la dictadura cívico—militar. Tal es así que hacíamos pintadas y teníamos unas obleas que decían “Argentina Campeón, Videla al paredón”. Nos dedicábamos a hacer esa militancia y por supuesto la militancia de base en el barrio y en los lugares donde nosotros estábamos insertos laboralmente”, subraya Segarra, al tiempo que ubica en ese mismo momento la apertura del debate acerca de la posibilidad de encarar la Contraofensiva. “Nos llegaron directivas de la conducción para esbozar o a hacer un planteo acerca de la Contraofensiva. Y esto instaló mucha discusión al interior de esos ámbitos que nosotros teníamos. Si era la Contraofensiva, si era una resistencia… si teníamos que pensar en una retirada estratégica, o era el momento de avanzar en la Contraofensiva… esto era materia de debate mientras transcurría el mundial”.
La caída de Joaquín
En medio de ese debate y con el mundial finalizado, todavía en plena euforia popular, Joaquín Areta es secuestrado. Fue el 29 de junio de 1978. “Tres días después desaparece Joaquín, en una cita junto con Julio Álvarez, que era un compañero mío del secundario, y junto con Jorge Segarra, que es un primo hermano mío. Esa misma semana las desaparecen a Alicia y Laura Segarra, que son dos primas hermanas. Laura estaba embarazada de 9 meses, ya estaba en fecha de parto, y Alicia de 3 meses. Desaparecen también en esa misma caída en la zona Oeste. Desaparecen las dos primas con sus respectivas parejas: Pablo Torres y el compañero de Alicia, que es (Carlos María) Mendoza”. Adela va trazando las líneas del mapa de desapariciones más cercanas con todo el dolor imaginable, pero a la vez con la familiaridad no elegida de asumir la crueldad del secuestro como parte de la historia.
En ese periplo zigzagueante escapando de la muerte, Segarra se corre hacia Florencio Varela, en el sur del conurbano: “Ahí me conecto con mi hermana Carmen Segarra y mi cuñado Edgardo Poce”. Todavía se encontraba con Frías: “cada 15 días los fines de semana me encontraba con él en el parque de Villa Domínico”. Pero ya no alcanzaría con deambular por el conurbano para permanecer indemnes a las redadas desaparecedoras: habría que salir del país. “En diciembre del ‘78, en una cita de este espacio donde confluíamos algunos compañeros del Oeste y de Zona Sur, desaparece mi cuñado, Ricardo Poce. Yo intento tener conexión con la organización, no lo logro, y sobre fines de diciembre o principios de enero del ‘79 decidimos salir del país junto con mi hermana Carmen Segarra”.
Sin saber qué podría implicar más que su cariño por Joaquín Areta, Adela conservó, durante mucho tiempo y un montón de viajes, la libreta roja en la que Areta escribía sus poesías. Se sabe ya que en 2005, en ocasión de la Feria del Libro, Néstor Kirchner eligió junto a su hijo Máximo, una poesía de Joaquín, que ya había sido publicada en la compilación de escritos de desaparecidos/as Palabra Viva.
Quisiera que me recuerden
sin llorar ni lamentarme
quisiera que me recuerden
por haber hecho caminos
por haber marcado un rumbo
porque emocioné su alma
porque se sintieron queridos, protegidos y ayudados
porque interpreté sus ansias
porque canalicé su amor.
Quisiera que me recuerden
junto a la risa de los felices
la seguridad de los justos
el sufrimiento de los humildes.
Quisiera que me recuerden
con piedad por mis errores
con comprensión por mis debilidades
con cariño por mis virtudes,
si no es así, prefiero el olvido,
que será el más duro castigo
por no cumplir mi deber de hombre.
Con el mismo cuidado que le dio a aquella libreta roja, Segarra desgrana ahora los nombres y las situaciones que fue atesorando en su memoria esperando el momento de este juicio.
El exilio
Viajan a Río de Janeiro, donde piden el refugio a través de ACNUR. Muchos otros testimonios han dado cuenta ya del rol del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. “Traje la documentación, les dejo una copia —dice Segarra acerca del pedido del status de refugiada política—. Luego nos dan la opción para ir a París, llegamos a Francia el 2 de mayo”. Pero antes del viaje a Europa, se conecta en Río de Janeiro con Frías, a quien no dejará de decirle El Dandy. “Llegamos a París, ahí nos dan los pasaportes, la documentación, que también la traje. Nos vamos a España, ahí se decide nuestro posible retorno con la Contraofensiva. Yo estoy un tiempo en Madrid y luego nos instalamos en Torrelodones”, en las afueras de Madrid. De ese lugar rescata del posible olvido a dos mujeres: Magdalena Gagey y Mariana Guangiroli. Gagey está escuchando entre el público; Guangiroli sólo en fotografías y como caso de desaparición en esta causa. Las tres estaban con sus pequeños hijos e hijas, en esa protoguardería que funcionó en Galapagar. “Estábamos con nuestros hijos. Magdalena con Fernanda y Diego, Mariana con Victoria y yo con Jorge”, repasa.
Pensar la Contraofensiva (es su tiempo y lugar)
Adela tiene puesta una remera negra interrumpida sólo por el rojo de la rosa tejida y el alfiler de gancho que la sostiene. Su pantalón es una pulseada entre dos grises que deciden convivir. Sobre el piso descansa un bolso multicolor. La raya al medio de su pelo castaño claro permite ver sólo un triángulo de su frente, justo por encima del entrecejo. Los anteojos protagonizan su rostro, que ahora dejar traslucir los episodios más duros, dinámicos y adrenalínicos de su vida. “Yo recuerdo que todos estábamos muy convencidos que la importancia de volver a Argentina era para darle continuidad a nuestra lucha”, señala. En la etapa del entrenamiento en El Líbano, además de Gagey y Guangiroli, Adela suma a los Benítez. Por un lado Ángel Servando, a quien ella se referirá siempre como Fermín, y también su sobrino de 16 años, Jorgito: “En los dos meses de entrenamiento en El Líbano tuvimos con ellos una relación de mucha amistad, de mucha charla”, dice en alusión a esas cuatro amistades. “En diciembre del ‘79 pasamos nuevamente la navidad en la casa de Torrelodones, que era distinto al departamento donde volvimos a convivir todos. Y después estamos en ese departamento un tiempo más, y ahí nos empezamos a separar, fuimos tomando distintos caminos. Mariana (Guangiroli) se reencuentra con Julio (César Genoud, su pareja). El Chino (Ernesto Ferré Cardoso) iba a veces con su compañera a este departamento. Pasamos algunas cenas en ese departamento con ellos”. Finalmente, después de ese encuentro de enero o febrero del ‘79, comienzan a integrarse cada uno a su grupo dentro de la Contraofensiva. Fue una involuntaria despedida.
Adela también recupera, a través de varias consultas de Sosti, a compañeros y compañeras como María Inés Raverta. “En la casa de Torrelodones hablaba todos los días con ella por teléfono, porque yo hacía el control en esa casa. Además la conocía de La Plata y teníamos relación. Entonces nos veíamos. Aparte de los controles nos veíamos con alguna frecuencia porque ella había sido junto con Joaquín (Areta) parte de la conducción de la UES. Y luego nos seguimos viendo en Madrid”. En la primera fila, apenas a sus espaldas, están las hijas de María Inés, Ana María y María Fernanda Raverta. Entre las dos, como en un degradé de parecidos y familiaridades, está una de las hijas de Segarra, Laura. Las tres son hijas de Mario Montoto.
La última vez con El Dandy
“Yo después de España me voy a México y estoy viviendo ahí entre el 15 o 22 de marzo del ‘80”, sitúa Adela antes de contar su última cita con Federico Frías. “Él me hace llegar a una cita, intento recordar cómo me llegó esa cita de él y la verdad que no lo recuerdo. Yo sí me encuentro con él, que estaba en México. Voy con mi hijo y estuvimos todo el día juntos, desde el mediodía, media mañana, tipo 11 hasta las 5 o 6 de la tarde. Sí recuerdo que él volvía a la Argentina, estaba preocupado, estaba cansado de tanto entrar y salir del país, seguía sin poder encontrarse con su hijo y eso le generaba mucha angustia, y él tenía la ilusión de que esa última entrada fuera la última que hacía a la Argentina y que ya se quedaba definitivamente”. No fue la última, pero la siguiente ya sería en condición de secuestrado, ya que lo sacaron de Campo de Mayo para llevarlo a Lima, en la secuencia en la que caerían Raverta y Esther Gianetti de Molfino, que ya se abordó en este juicio.
El juicio y las compañeras
En el final Adela Segarra rescata dos cosas: la chance de poder hablar de aquello de lo que se pudo hablar poco hasta aquí, y a las compañeras en particular. “Yo quisiera en primer lugar agradecer la posibilidad de un juicio. Uno convivió muchos años con todas estas historias. La historia de la Contraofensiva fue muy particular, estuvo muy invisibilizada, me parece que esto es una oportunidad de darle visibilidad a esa etapa histórica para recordar a los compañeros que fueron parte de esa historia. A muchos de nosotros nos pasó que, con el retorno de la democracia y la Teoría de los dos demonios, muchas de estas historias no se pudieron contar. Y me parece que este juicio reivindica la lucha de tantos compañeros que dieron su vida y que fue parte de la construcción de lo que sería la democracia”.
De sus compañeras desaparecidas y también de las que sobrevivieron, Adela eligió decir: “Quiero reivindicar a las compañeras en particular porque creo que si bien Montoneros era una organización que planteaba el centralismo democrático, quiero reivindicar a las mujeres, las que sobrevivimos también, porque teníamos un triple esfuerzo de ser combatientes, de ser militantes y el de criar a nuestros hijos. Pusimos todo nuestro esfuerzo en esa construcción y hoy, que se habla tanto de feminismo y el lugar de la mujer, nosotras fuimos parte de la construcción de ese feminismo popular que tenía que ver con la lucha, tenía que ver con los ideales, tenía que ver con militar, pero que también muchas veces está silenciada la historia de todas nuestras compañeras. Se recuerda a los desaparecidos en general, pero cada mujer dio su vida con mucho, mucho sacrificio —repite—, siempre pensando además que el futuro tenía que ver con nuestros hijos. Y en ese contexto yo quiero agradecer a mis hijas que están hoy acá, mi hijo que no está, pero nosotros construimos una familia en esa Contraofensiva. En esas idas y vueltas construimos una familia disfuncional, pero una familia al fin, que se configuró con lo contradictorio, con lo heroico y con la fuerza de esa lucha, y hoy nuestros hijos son ejemplo de una vida mejor y de una construcción distinta, así que quiero agradecerles también a ellos. Por eso recordar siempre a esos compañeros y decirles a sus hijos que sus padres los recordaron todos los días”.
Su hablar es pausado de principio a fin. En su sonrisa de cada saludo posterior. En cada palabra elegida al servicio de su ser testigo en este juicio, Adela Segarra deja ver el cuidado por el recuerdo de quienes ya no están, en un intento por ensamblar una historia tan compleja como la construcción de esa familia que tanto esperaba su testimonio.
*Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguinos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com