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Puente 12 III -día 4- Por detrás de mi voz otra voz canta

Escrito por el mayo 14, 2023


Carolina Llorens dio un testimonio conmovedor en el que recorrió las historias de su familia diezmada durante el genocidio. Entre las duras vivencias, la hija de Sebastián Llorens y Diana Triay contó cómo su abuela consiguió probar su relación a través de un vestidito, ya que casi no habían tenido contacto. Terminó cantando una canción popularizada por Viglietti cuyo fragmento compartimos.

Redacción: Carlos Rodríguez
Edición: Fernando Tebele

Carolina mostró una foto impresa de su papá y su mamá durante su testimonio. (Foto: La Retaguardia)

Luego de un emotivo relato sobre el secuestro de sus padres y la persecución que sufrió toda su familia, María Carolina Llorens reclamó que “la justicia llegue para los militantes populares” y para “los que luchamos por eso”.  Carolina leyó una carta escrita en 1972 por su madre, Diana Triay, en la que reivindicaba “la justicia revolucionaria, de los desposeídos” por encima de “la justicia de los que lo tienen todo, de los que asesinan y secuestran cobardemente a los militantes populares”. 

María Carolina Llorens es hija de Sebastián Llorens y Diana Triay, militantes del PRT-ERP torturados y asesinados en Puente 12. Cuando secuestraron a sus padres, ella tenía un año y medio; y su hermano Joaquín, apenas cuatro meses. 

Los dos fueron llevados a Casa Cuna y su abuela materna, que no tenía papeles para demostrar el parentesco, tuvo que describir en detalle, ante una jueza, el vestidito que ella le había hecho a su nieta y que la niña llevaba puesto en una foto que se había publicado en el diario La Razón para ubicar a los familiares “de dos chicos abandonados” tras el secuestro de sus padres. 

Al declarar en el tercer juicio por los crímenes de lesa humanidad en Puente 12, Carolina Llorens hizo un dramático recorrido por los secuestros, asesinatos, allanamientos y atentados con bombas sufridos por sus familias maternas y paternas. También reivindicó “la lucha permanente de mis cuatro abuelos para buscar y pedir justicia por mis padres”. 

Aunque eran nacidos en Córdoba, la familia vivía en  Mendoza, pero el 8 de diciembre de 1975, cuando se produjo el secuestro de sus padres, todos estaban en Buenos Aires. 

“Mis padres eran militantes del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y entre los años 1973 y 1975, sus actividades estaban centradas en Mendoza”. Sin embargo, en esa fecha su madre había viajado a la Capital Federal para “cubrir tareas de logística nacional” del PRT-ERP. Carolina reconstruyó lo sucedido con sus padres, con información que le dieron militantes amigos de la familia. 

El día del secuestro, su madre estaba ilusionada porque la familia iba a estar junta en Buenos Aires después de algún tiempo separados. A la vez, estaba preocupada porque sabía del secuestro de algunos compañeros, entre ellos Ricardo Elías Abdón. 

“Mi mamá estaba preocupada porque teníamos que mudarnos a un lugar seguro”. Diana Triay, mientras seguía buscando ese “lugar seguro”, reunió a su familia en un departamento del décimo piso de Callao 1158. 

“En la madrugada del 9 de diciembre entró una patota que al principio no dijo a qué fuerza pertenecía, pero luego se identificaron como policías”, según el testimonio del portero del edificio. Luego de revolver todo el lugar, la patota se llevó a sus padres. 

Los dos chicos, de cuatro meses y un año y medio, quedaron a cargo del portero, quien denunció la situación a la comisaría cercana. “A mí y a mi hermano nos llevaron a Casa Cuna” y se abrieron dos causas, una por el secuestro y otra por la situación de abandono en la que se encontraban los niños.  En medio de tal desgracia, tuvieron la suerte de que en el caso de los dos hermanos intervino la jueza de menores de la Capital Federal Alicia Oliveira. Años después, en 1979, Oliveira fue fundadora, junto con Emilio Mignone y otros abogados, del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). 

Carolina dijo que la actuación del juzgado de menores fue “una de las pocas acciones de justicia que nos amparó en ese momento”. El resto de la familia de los chicos seguía viviendo en Córdoba, y no tenía conocimiento de que los padres y los niños estaban en Buenos Aires. El juzgado decidió sacar una foto a los chicos y publicarla en la edición del sábado 13 de diciembre del diario La Razón. El texto informaba: “Se encuentran desamparados estos niños, ante el secuestro de sus padres”. 

En Córdoba, los familiares de los chicos no leían La Razón. Tiempo después, tomaron conocimiento por dos llamados telefónicos. Uno fue de Ofelia Paz, quien había estado secuestrada en Puente 12, donde conoció a Diana Triay. Como la mamá de los chicos sabía que Ofelia iba a recuperar su libertad, le dijo que memorizara el número telefónico de un familiar, para que buscaran a los chicos. Ese llamado fue hecho “el 13 o el 14 de diciembre” de 1975. 

El otro contacto telefónico fue de Yolanda Ripoll, que aportó en clave el dato publicado en el diario: “Ha sucedido un accidente, fíjense en el diario La Razón del 13 de diciembre”, fue lo que dijo. 

Al tomar conocimiento de la situación, se trasladaron a Buenos Aires Carolina Durán de Triay, abuela materna, y Nilda Triay, tía de los chicos. 

El 11 de diciembre María Nocetti de Angeleri, secretaria del juzgado de Oliveira, fue a Casa Cuna donde realizaba tareas comunitarias y aceptó asumir la guarda transitoria de los dos niños. 

Cuando llegaron los familiares de Córdoba, el problema era que ellos no tenían forma de demostrar su parentesco con Carolina y Joaquín. La niña había sido anotada en el Registro Civil, pero su hermano bebé no tenía ningún papel. “No había ADN, no teníamos fotos con nuestros familiares”, a los que habían visto muy poco, no había forma de probar el parentesco. “A la edad que yo tenía, no podía reconocer a mi abuela porque no teníamos familiaridad”, porque se habían visto una vez en Mendoza.   

Ante ese impedimento, “otra vez aparece lo fortuito, porque en la foto del diario yo tenía puesto un vestidito que había hecho mi abuela”. Esa fue “la prueba” que sirvió para certificar el parentesco. Ante la jueza, su abuela “describió el molde, las puntillitas, el color del vestidito porque la foto del diario era en blanco y negro, la forma de los botoncitos, todos los detalles”. La jueza Alicia Oliveira “consideró que eso era suficiente para probar nuestra identidad”. Carolina destacó “la buena voluntad de la jueza para facilitar en todo lo posible que volviéramos con nuestra familia”. 

A Carolina le contaron que ella lloraba y quería quedarse con la familia que la tuvo en guarda. “Fue un momento difícil para todos” por el poco trato que había tenido, hasta ese momento, con sus familiares. 

Carolina lee una carta de su madre y culmina su testimonio cantando una canción como parte del único recuerdo vívido de su mamá.

La búsqueda

Años después, a través de Ofelia Paz, de su hija María Ofelia Santucho y de Ana Cristina Santucho, tuvieron conocimiento de que sus padres estuvieron en Puente 12, aunque al principio todos creían que eso era Campo de Mayo. El dato clave sobre Puente 12 lo aportó el sobreviviente Víctor Pérez. 

Todo se ratificó con el hallazgo de los restos de sus padres, Sebastián Llorens y Diana Triay, enterrados a orillas del Río Matanza, a unos cinco kilómetros de Puente 12, en el partido de Esteban Echeverría. El hallazgo, también fortuito, fue posible gracias a vecinos del barrio Sarmiento que en octubre de 2012 realizaban excavaciones en el lugar. El Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) confirmó las identidades en marzo de 2013. En la misma fosa común estaban los cuerpos de Ismenia Inostroza y Angel Gertel, otras dos víctimas de Puente 12. 

El hallazgo fue “una extraña alegría” que su abuela paterna definió así: “Con un ojo río y con el otro lloro”. La casualidad apareció, una vez más, porque el marido de Carolina había realizado tareas de militancia en ese mismo barrio. Carolina y su esposo estaban vinculados al Movimiento Campesino Indígena. “Fue muy fuerte todo, porque el hallazgo reunía la lucha de mis padres y la que nosotros estábamos teniendo” muchos años después. 

Cuando fueron sepultados por los represores, el lugar era “un basural; así trataron a mis padres, a Ismenia, a Angel”, subrayó Carolina. El hallazgo fue posible “porque el barrio era una comunidad organizada y por eso se atrevieron a hacer la denuncia” sobre la aparición de los restos. Tiempo después “otros compañeros del barrio nos dijeron que cuando realizaban excavaciones para una empresa, también encontraron restos, pero la empresa les dijo, vamos, sigan, sigan”. 

Carolina y su familia tienen “un lazo muy fuerte con el barrio”, a tal punto que la restitución de los restos de sus padres se hizo en ese lugar. El primer jardín de infantes del barrio se llama “Sebastián y Diana”. El día de la restitución fue “la primera vez que el Estado entró al barrio y sacaron 23 camiones llenos de basura” acumuladas en años, porque el barrio era ignorado por las autoridades políticas. 

Carolina dijo que supo que su madre formó parte del grupo de militantes del PRT-ERP que fue víctima del trabajo de infiltración realizado por Jesús Ranier, el Oso, represor entrenado por el Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. La testigo y querellante señaló que supo que su madre, en un viaje a Mendoza, fue acompañada por Ranier. 

Carolina, de chica no podía ver a un payaso o a una persona con la cara tapada y agregó: “A las fuerzas de seguridad, cuando las veo, no me dan ninguna seguridad”. Recordó una conversación con un sobrino, que luego de saber la historia familiar, le dijo: “Tía, entonces todos los policías son malos”. Ella le dijo que había algunos que “eran buenos” y llegó la reflexión del niño: “¿Y qué hicieron los policías buenos cuando los malos hicieron todo lo que hicieron?”. 

Una familia en la mira 

Sus padres eran oriundos de Córdoba, donde también nació Carolina. La militancia de Diana y Sebastián comenzó en los años 1968/69. En 1970 los dos fueron detenidos, ella en la cárcel del Buen Pastor y él en el Chaco. Diana se fugó de la cárcel en 1971 y volvió a ser detenida, esta vez en distintas cárceles, hasta que salió en libertad el 25 de mayo de 1973. Su familia fue objeto de persecución permanente. Los familiares de su padre sufrieron siete allanamientos y la detención de tíos y tías: Pablo, Manuel, Esteban, Bernardo, María, Fátima. La casa de su familia paterna sufrió dos atentados. El de junio de 1975 destruyó totalmente una casa en la que vivían 11 personas. 

No había nadie en la vivienda, porque por precaución dormían en otros lugares, en hoteles “o deambulaban toda la noche en autos, porque ya no los aceptaban ni en los hoteles”. 

En marzo de 1976 su tío Pablo fue asesinado en Tucumán. Sus compañeros sepultaron el cuerpo, pero como nadie quedó vivo, no se sabe dónde está. 

La última desaparición en su familia fue el 13 de mayo de 1977: María Viale, la Pochi, fue secuestrada en el barrio porteño de La Paternal. “Dejó sus hijos en la guardería y nunca los fue a buscar”, dijo Carolina. 

Luego se refirió a los largos trámites que tuvieron que hacer sus abuelos hasta lograr, en 1995, que su hermano Joaquín pudiera recuperar, a los 20 años, su identidad como hijo de Sebastián y Diana. 

Carolina hizo un detallado recorrido sobre todas las acciones realizadas por su familia para denunciar la desaparición de sus padres. Siete habeas corpus, denuncias en los medios de difusión, ante el cardenal Francisco Primatesta, en la Cruz Roja Internacional, en la OEA, en Amnesty, en el Vaticano, y en otros organismos nacionales e internacionales. 

Toda la familia, paterna y materna, participó en organismos de DDHH y su abuela Nelly “participó en su última marcha a los 97 años, veinte días antes de su muerte”. 

Ella participó activamente en la agrupación HIJOS, en la búsqueda de información sobre sus padres y otros detenidos-desaparecidos. 

Al ser preguntada sobre las secuelas del calvario vivido, señaló que “el Terrorismo de Estado provoca daños inconmensurables y es difícil reparar el daño porque la desaparición de personas es un daño permanente”. El 13 de diciembre de 2001, su abuela materna se suicidó. Siempre soñaba que se levantaba de la cama para abrirle la puerta a Diana, su hija menor. 

Carolina, de chica no podía ver a un payaso o a una persona con la cara tapada y agregó: “A las fuerzas de seguridad, cuando las veo, no me dan ninguna seguridad”. Recordó una conversación con un sobrino, que luego de saber la historia familiar, le dijo: “Tía, entonces todos los policías son malos”. Ella le dijo que había algunos que “eran buenos” y llegó la reflexión del niño: “¿Y qué hicieron los policías buenos cuando los malos hicieron todo lo que hicieron?”. 

Se refirió también a las inquietudes de sus hijos sobre el destino de sus abuelos. Uno de ellos le preguntó, luego de salir del EAAF: “¿En los huesitos se nota si a la abuela la violaron?”. Carolina recalcó que lo ocurrido fue “de una crueldad tan inmensa” que el terror “persiste sobre las nuevas generaciones”. 

Ante una pregunta, contó que a Esteban Llorens, cuando hizo el servicio militar “lo  torturaron psicológicamente porque lo llevaron a desmantelar el centro clandestino de detención que funcionaba en la Superintendencia de Coordinación Federal”. También soportaron una persecución económica que llevó a la quiebra a la empresa familiar que tenían en Córdoba. 

Luego pidió permiso para leer parte de una carta escrita por su madre en 1972. En ella afirmó que si se analiza “la justicia revolucionaria, la justicia de los pobres, de los desposeídos, se hace más patente que la justicia del régimen pertenece a aquellos que explotan, a aquellos que lo tienen todo” a los que “no solo encarcelan a quienes luchan por acabar con la miseria sino que además asesinan y secuestran cobardemente a los militantes populares”. 

Agregó que, a 48 años del secuestro de sus padres, su esperanza es que “la justicia llegue para los militantes populares como ellos, porque nosotros luchamos mucho por esto”. Pidió justicia para sus padres y para “los 30.000 detenidos desaparecidos”. En ese momento se escucharon los primeros aplausos del público presente en la sala de audiencias de Comodoro Py. 

Como cierre, Carolina pidió cantar, para recordar las veces que su madre le cantaba. Ella eligió una canción, “Otra voz canta”, que se hizo famosa en la militancia, interpretada por el artista uruguayo Daniel Viglietti. 

Son versos musicalizados de la poeta uruguaya Circe Maia, dedicados a los desaparecidos. La última vez que la cantó Viglietti en Buenos Aires fue en el cine-teatro Premier, en la calle Corrientes, en un homenaje a las Madres de Plaza de Mayo. En la primera fila estaba Hebe de Bonafini. 

La canción dice así: “Por detrás de mi voz, escucha, escucha/otra voz canta/Vienen de atrás, de lejos/vienen de sepultadas bocas y cantan/Dicen que no están muertos, escúchalos, escucha/cuando se alza la voz que los recuerda y canta/Escucha, escucha, otra voz canta/No son solo memoria, son vida abierta, continua y ancha/son camino que empieza y que nos llama/cantan conmigo, conmigo cantan”. Y cerró diciendo, entre aplausos: “30.000 compañeros desaparecidos, presentes”.  


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