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¿Quién mató a Silvina Luna?

Escrito por el septiembre 3, 2023


Su muerte joven y evitable permanece ocupando extensos espacios en los medios tradicionales. Sin embargo, se utiliza poco de ese tiempo para revisar cuál es la razón por la que tantas personas recurren a médicos inescrupulosos para adaptar sus cuerpos a los estándares de belleza festejados socialmente. Aquí algunas reflexiones en ese sentido.

Redacción: Sergio Zalba
Edición: Fernando Tebele

Solange Magnano tenía 39 años, un esposo y dos hijos mellizos. Nació en Córdoba. Si algo le sobraba, era esa belleza hegemonizada por el occidente blanco. Gracias a ella  pudo trabajar de modelo y se convertió en Miss Argentina en 1994. En el 2009 ya no transitaba las pasarelas, pero quiso “levantarse la cola”.

La médica Mónica Portnoy la atendió en Buenos Aires. “Es sólo un pinchacito en los glúteos”, le dijo, y le inyectó polimetilmetacrilato con una porción de silicona líquida. Ese mismo día comenzó a sentirse mal, le costaba respirar. Al día siguiente estaba en terapia intensiva. El “pinchacito” fue un jueves. El domingo falleció.

Pasaron catorce años de ese episodio. Y las historias se repiten, como si fueran parte de un corpus macabro destinado a convertirse en serie o en película de plataforma,, tanto en Argentina como en muchos otros países.

Ligia Fazzio, creadora de contenidos y modelo brasileña, falleció en mayo de este año tras una intervención para el agrandamiento de sus glúteos. La silicona industrial y el polimetilmetacrilato le provocaron un derrame cerebral que terminó, en pocas semanas, con la vida de la influencer.

Yuliana Perea, además de obstetra, era cantante de la banda tropical “Electro Ritmo”. Residía en la ciudad de Iquitos, Perú.  A mediados de agosto, sin que nadie de su familia lo supiera, decidió realizarse una liposucción. Cuando la intervención estaba en su fase final, padeció un edema agudo de pulmón bilateral. La secretaria de la clínica envió a sus padres dos mensajes simultáneos: que se había sometido a una operación de estética y que había fallecido.

La lista de muertes y de graves complicaciones tras este tipo de intervenciones es norme: Silvia Idalia (España); Cinthia Lizeth (México); Soledad Vargas, Yasmín Valdés y Elizabeth Acosta (las tres en Argentina). Hay muchas y muchos más, pero no hace falta abundar. Igual que las y los que padecen severas complicaciones: Gabriela Trenchi, Pamela Sosa, Stefanía Xipolitakis, Cristian Zárate, Fran Mariano y Virginia Gallardo. Este pelotón pertenece a los pacientes del Dr. Aníbal Lotocki. El mismo que intervino a Silvina Luna y a Mariano Caprarola, ambos muertos, aplicándoles el combo letal de polimetilmetacrilato y silicona. 

¿Quién es el asesino en todos estos casos? ¿Quién mató a Silvina Luna, la ex “Gran Hermano”, la modelo y actriz que padeció el escarnio de su propio cuerpo? La paradoja, cruel, quedó al desnudo: fue tras la luz de la belleza, y se enterró en la sombra de la muerte.

A la hora de buscar responsables, médicos y médicas llevan las de perder. No caben dudas de que tienen una gran responsabilidad. ¿Pero son ellos los verdaderos asesinos? ¿O son esos actores de la escena social que construyen, sistemáticamente, prototipos corpóreos que sólo existen en una imaginación colonizada?

En un mundo habitado sólo por “individuos libres”, es casi imposible responsabilizar a un manojo de ideas, aunque estén bien entrelazadas. Pero con muy poco esfuerzo intelectual es posible arribar a una conclusión que parece irrebatible: Silvina Luna y todas las mujeres, varones, personas trans o no binaries afectadas o muertas por intervenciones puramente estéticas, son víctimas directas del sistema de acumulación capitalista; sistema que se engorda a sí mismo promoviendo la insatisfacción como estado permanente. La angustia de no ser robustece sus arcas y, quienes pueden, hasta le entregan su vida por levantarse la cola, agrandarse las tetas o afinar sus cinturas.

El caso de Silvina Luna vuelve a recordarnos cierta cara oculta de los derechos humanos. Porque esos derechos, como sabemos, no sólo se vulneran pulsando el arma que impulsa la bala. La fuente principal de esa violación se halla en el despliegue ideológico que prioriza al capital por encima de los pueblos. Y para lograr ese objetivo, existe un ejército de “debilitadores sociales”* : personas que trabajan incansablemente, mostrando cuán felices podríamos ser si tuviésemos cada cosa que nos falta. 

Silvina Luna no murió por mala praxis. El médico no fue su asesino.  La mató el egoísmo institucionalizado, el que convierte a las personas en meros objetos.

* Nota: Sobre “debilitadores sociales”, les invito a ver el capítulo de Los Simuladores que lleva ese título.

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