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«SOY SOLO UN PUENTE»: EL TESTIMONIO DE MARIANA LUZ OLIVA SOBRE LOS DIBUJOS QUE SU MADRE HIZO EN CAUTIVERIO

Por LaRetaguardia en Arte y Cultura, Derechos Humanos, Subzona 15 - Mar del Plata - publicado el 8 octubre 2025

Fue uno de los testimonios más conmovedores de las últimas semanas. Era el último del juicio que se lleva adelante en Mar del Plata. Mariana mostró los dibujos que su madre torturada y luego asesinada realizó durante su cautiverio en la Base Naval de Mar del Plata. Llegaron a sus manos a través del hijo de uno de los acusados del juicio.

“Acá está hablando mi propia madre. Yo soy solo un puente”, subrayó Mariana Luz Oliva desde el estrado de la sala de tribunales de Mar del Plata, adonde acudió la mañana del viernes pasado para ofrecer testimonio en el juicio que investiga y busca responsables por los crímenes de lesa humanidad que sufrieron sus padres —y ella misma— durante la última dictadura. Lo hacía mientras exhibía un dibujo que realizó su mamá durante su cautiverio y que llegó a sus manos 41 años después, para confirmar que la memoria, como la verdad, siempre se hacen lugar.

El testimonio de Mariana cerró la audiencia número 29 del tercer tramo del juicio oral y público que se desarrolla en Mar del Plata por los crímenes cometidos en lo que fue la Subzona 15 de la repartija represiva de la última dictadura cívico militar eclesiástica. Sus padres son Susana Martinelli y Carlos “Calú” Oliva, dos de los cientos de militantes que fueron mantenidos cautivos en el centro clandestino que funcionó en la Base Naval de Mar del Plata durante la última dictadura. Allí, probablemente, Susana haya realizado los dibujos que llegaron a manos de Mariana en 2017, piezas de un rompecabezas que recoge desde hace décadas.

La suya, definió Mariana, hoy una diseñadora gráfica y docente de casi 50 años que vive y trabaja en Santa Fe, madre de cinco hijos, es una “tarea detectivesca de reconstrucción, uniendo testimonios, documentos, que vengo haciendo desde hace más de 20 años, cuando me hice adulta, y que sigue, porque me faltan piezas”. Ella tenía cinco meses y estaba con su mamá cuando una patota la arrancó de su vida. “Tuve la bendición de que fui devuelta a mis familias y la gran pérdida de que no los tengo, no los tenemos. Nos faltan ellos dos a las familias, a sus amigos, a sus compañeros, mis hijos no pudieron tener a sus abuelos”, definió cerca del cierre de su exposición, que culminó con un pedido para los “secuestradores y genocidas: que rompan su secreto, digan lo que saben, que digan por qué decidieron asesinar a todos los desaparecidos”. 

La reconstrucción

Mariana testimonió hace algunos años en el marco de uno de los juicios de lesa humanidad que se llevaron a cabo en Bahía Blanca. Es que después de algunos meses de ser secuestrados, Susana y Calú fueron trasladados a esa ciudad a fines de 1976 y allí, en enero de 1977, apareció el cuerpo sin vida de Susana, asesinada en un enfrentamiento fraguado. Su aporte a la causa en Mar del Plata era especialmente “necesaria” para la hija, apuntó, quien nació en la ciudad balnearia. “Esto es mi militancia, esto para mí es hacer memoria, confío en que el Tribunal va a hacer justicia y pido verdad para que esto deje ser una gran herida para la Argentina. La cadena generacional tiene que sanar y solo sana a través de la memoria, la verdad y la justicia”, remarcó.

Sus padres eran de Paso de los Libres, Corrientes. Susana y Carlos se conocieron durante su adolescencia. Allí se pusieron de novios. Susana se va a Mar del Plata, donde vivía su tía “Mecha” –Mercedes Aquino– en 1970 a estudiar Psicología. En 1972 la sigue Calú. Consigue trabajo como bibliotecario de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional marplatense. En abril de 1973 deciden casarse. “Habían conformado una familia”, dijo Mariana, como quien reivindica una felicidad arrancada. Militaban juntos. A principios de 1976 tuvieron a Mariana. La clandestinidad y la persecución de la dictadura los cercó cada vez más.

Pasaron de una pensión a diferentes lugares hasta que se refugiaron en lo de Alberto Pellegrini, compañero de militancia, en la calle San Luis. Ella siguió trabajando en una escuela hasta fines de julio de 1976. “Papá estaba buscado por la CNU, ya lo habían cesanteado de la biblioteca. Solo militaba. Mamá seguía yendo a trabajar todos los días”, relató. El 25 de julio viajaron a un casamiento en Buenos Aires. Fue la última vez que la familia paterna los vio. A los pocos días, el 1° de agosto, una patota de la Fuerza de Tareas 6 irrumpió en el departamento de la tía “Negra” Aquino, hermana de “Mecha”, preguntando por ellos. Durante cuatro días la patota las mantuvo presas a las hermanas, amenazadas mientras la caza del matrimonio Martinelli-Oliva continuaba.

En el marco de la persecución, a Susana la obligaron a cobrar su sueldo docente en la Municipalidad. Con un poder, el 5 de agosto, fue Carlos quien se acercó al edificio municipal. Susana se quedó cuidando a su beba Mariana, que tenía cinco meses. “Fue secuestrado de la manera más impune. Lo estaban esperando”, dijo ella, casi cinco décadas después, con esa historia reconstruida en su corazón y su mente.

Tras el secuestro en la Municipalidad, fueron a la casa de la calle San Luis, de un amigo de la pareja quien los había acogido. La patota de la Fuerza de Tareas número 6 se llevó a Susana de esa casa y a Mariana la dejó en “en una tintorería de la esquina, con un bolsito. Llamaron a mis tías para que me buscaran”, aportó la testiga. 

Las familia materna y paterna se hicieron cargo de esa beba. “Fui criada por mis familias, rodeada de amor, en entorno muy sano, bajo el cuidado de mis abuelos y con todo el apoyo para que no sufriera y sintiera esta orfandad que a los 5 meses me marcó”. A ella “le cayó la ficha” de esa falta “al ser madre”.

Las tías pudieron hablar con Carlos una vez el día del secuestro. Luego perdieron todo rastro. En enero de 1977, un comunicado oficial informó que Susana Martinelli había “resultado abatida” en un supuesto enfrentamiento en Bahía Blanca. Carlos, oficialmente, fue declarado prófugo. El abuelo materno viajó y reconoció el cuerpo de Susana en la morgue, junto a dos personas no identificadas, calcinadas en el marco del enfrentamiento falso. “De mi papá no tenemos los restos. Sé que los torturaron salvajemente, y que a mi mamá la han abusado salvajemente. Era muy hermosa, y se la disputaban”, dijo Mariana con la voz quebrada.

Esa historia —como tantas— podría haberse quedado detenida ahí. Pero en 2017, un llamado inesperado abrió una nueva puerta.

Los dibujos

“Estaba cocinando en casa cuando me llama Pablo Vassel, abogado y compañero de Paso de los Libres. Me dice: tengo que contarte algo de tu vieja”. Se encontraron en casa de ella, Pablo viajó junto a su compañera. Allí, en ese encuentro, le entregó una carpeta. “Me encuentro con cuatro dibujos, hechos de puño y letra por mamá”, relató Mariana tras reconstruir las historias de sus padres. Pablo le contó que quien había rescatado esos dibujos, “el testimonio directo, gráfico” de su mamá, era Martín Azcurra. Y le dejó su contacto, por si ella estaba dispuesta a escribirle cuando quisiera. 

Martín es hijo del represor Héctor Azcurra, quien fue suboficial de Inteligencia de Prefectura y cumplió funciones para la Marina en la Fuerza de Tareas número 6, la patota que secuestró a Susana y a Calú. Azcurra prestó servicio en la órbita de la Base Naval de Mar del Plata hasta 1980. Ya carga con una condena por su participación en los crímenes de la Armada en Mar del Plata, por la que cumple prisión domiciliaria, y espera una segunda, en el marco del juicio por el que declaró Mariana. 

Los dibujos los encontró Martín en 2015, guardados en la casa familiar que, por entonces, estaba deshabitada. “Allí encontramos escondido un sobre con los dibujos de Susana Martinelli, que incluían una breve descripción de quién era la autora, pero también su marido Carlos Oliva y su hija de 5 meses Mariana Oliva. De alguna manera, algo le impidió a mi padre destruirlos”, relató Martín. Junto a su hijo decidieron buscar a Mariana para hacerles llegar esos trazos. “Nos negamos a formar parte del silencio y el encubrimiento que los militares pretendían al interior de sus familias”, aseguró. Buscaron la mejor manera de hacerlo “por una cuestión de respeto y cuidado a la posible reacción emocional de ella”, continuó.Dieron con Vassel vía recomendación de Sergio Smietniansky y Guadalupe Godoy.

Durante su testimonio, Mariana exhibió dos de los dibujos en cuestión. Dijo que ni bien Pablo se los mostró los reconoció enseguida: “Tenía muchas cartas de su madre, sabía cómo dibujaba, cómo trazaba las letras, cómo agregaba pequeñas figuras al final de cada texto. Eran de mamá”, confió. El presidente del Tribunal le pidió que los describiera.

Ilustración de Susana Martinelli realizada durante su cautiverio en la Base Naval (La Retaguardia – Gentileza de Mariana Oliva)

El primer dibujo muestra a una beba —ella— durmiendo en su cuna, rodeada de seres fantásticos que la cuidaban, con una luna sonriente en la ventana. “Era un dibujo hermoso. Mi mamá, desde el cautiverio, me imaginaba así: protegida, en calma”, añadió. Más tarde definiría el hallazgo de ese dibujo como “un bálsamo total, sanadora de la herida de no tenerla”. 

Ilustración de Susana Martinelli realizada durante su cautiverio en la Base Naval (La Retaguardia – Gentileza de Mariana Oliva)

El segundo dibujo es un retrato de Susana y de Calú, una hoja A4 dividida en dos, uno en cada mitad, como si dialogaran. Susana los dibujó sentados y esposados en una silla de mimbre, la misma que otros sobrevivientes de Base Naval relatan en sus testimonios, con una bolsa —el borde de una bolsa— en la cabeza, a modo de “capucha”. El varón, Carlos, está barbudo, desmejorado, tiene unas onomatopeyas encima de su cabeza —cof! cof!— que dan la pauta de que estuviera enfermo; un globo de diálogo nace de él simulando insultos. Ella, Susana, está llorando, quebrada; el globo de diálogo que nace de ella muestra gaviotas —”es como si añorara la libertad”, supuso Mariana—. Abajo, Susana escribió: “Mismo que sin palabras” y fechó los dibujos: 26/11/76. 

Casi cincuenta años después de aquellos días, los dibujos de Susana Martinelli, hallados por el hijo de un represor que decidió romper el silencio y los acercó a la hija de las víctimas, se transformaron en prueba judicial. Pero también en algo más: en una forma de presencia.