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Ana Salamone


Ana Salamone declaró en el primer turno de la novena jornada. Lo hizo por el caso de su hermana, Ángela Alicia Salamone, La Negra Eva, secuestrada y desaparecida. Ana contó además cómo va reconstruyendo la relación con su sobrino Santiago, que se crío con la familia de su padre. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Salamone ingresa a la sala para declarar. (Gustavo Molfino)—Una suerte de aviso parroquial: no se solucionó el tema de la limpieza acá. De hecho el Tribunal Nº5 que debería tener audiencia los lunes no lo hace acá porque esto es una mugre. Por eso les pido, les encarezco, el tema de los papelitos, los chicles, la yerba. No tenemos problemas en que coman y beban, pero por favor les encarezco esta cuestión de la limpieza porque acá hay ratas, todo tipo de cosas que… tratemos de evitar —dice el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers. Son las 9:30 de la mañana, y un murmullo recorre la sala, entre risas, cuando el juez dice que hay ratas en el lugar. —Y sí… hasta que les dan permiso para volver a sus casas, hay ratas en el lugar —es una de las tantas cosas que se escuchan por lo bajo, en referencia a la “dispensa” de la que gozan los imputados para retirarse de la sala apenas comienzan las jornadas de debate. Más allá de la parte risueña del asunto, parece inverosímil que un tribunal tenga que quejarse por la falta limpieza en la justicia… Las metáforas y simbologías en este caso quedan a criterio de quienes lean. Después de ese instante de diálogo casi familiar, comienza la jornada de testimonios, que hoy solo contará con dos. La primera acaba de ingresar. Ana Salamone está vestida con elegancia, como quien espera la cita con ansias. De su saco beige sobresalen las solapas de cuero. Pero más, mucho más, se ve la foto de su hermana. Ángela Alicia Salamone sonríe joven, quizá tocando con sus manos el mundo mejor mientras quien sacó la foto clickeaba.“Soy la hermana menor de un grupo de cinco hermanas mujeres. Ella era la tercera”, comienza Ana. Provenientes de un hogar muy humilde: padre mecánico, madre ama de casa, “fuimos criados con humildad y respeto al trabajo por y para los demás, y mucha solidaridad. Ángela siempre ocupó un lugar de importancia. Por características de su personalidad, con un amplio interés de bregar por el bienestar de los demás, y eso lo manifestaba en su forma de ser: la mayor confidente, la mejor amiga, la mejor compañera, la de mayor entrega. Así transcurrimos toda la vida juntas”, describe Salamone. Luego cuenta que Ángela fue “estudiante de cine primero, de historia después. Con una gran capacidad para transformar todo lo que pasaba por sus manos en belleza. Tomaba un lápiz y hacía un hermoso dibujo o si escribía…, todo pasaba con un gran porcentaje de amor por sus manos”.Toda esa etapa de crecimiento en común transcurrió en Córdoba capital. Allí Ángela se casa y tiene a su único hijo, Santiago, que será parte del entramado familiar destruido por el genocidio. “En 1974 contrae matrimonio con Deodoro Roca, el hijo de Gustavo Roca (reconocido abogado de derechos humanos). Al poco tiempo queda embarazada de su único hijo”.En 1974, la provincia tuvo un anticipo de lo que luego sucedería en el país con el golpe: “En ese momento había un situación particular. Había sido destituido el gobernador (Obregón Cano). Había habido un golpe de Estado provincial antes de la dictadura”. Ángela ya militaba en Montoneros “y la llevan detenida en una pintada callejera, con un estado de embarazo avanzado. A los pocos días de su detención comienza con una amenaza de pérdidas, lo que hace que la lleven al Policlínico policial de Córdoba, y allí su suegro, Gustavo Roca, defensor de presos políticos consigue que la liberen. ‘Vamos Negra, agarrate de mi brazo y vamos’. Ella estaba sin ropas, sin documentos. Inmediatamente que se produce esa liberación hay una orden de captura. Tiene a Santiago el 27 de febrero de 1975 en situación de clandestinidad”, repasa Ana, sentada, pero afirmada en sus zapatos de plataformas altas. El exilio España-Cuba Salamone cuenta que en ese tramo de su vida, “ella decide alejarse de su militancia”. Ubica después del golpe la decisión familiar de exiliarse. “Consiguen la documentación y se radican todos en España. Luego ella, ya separada de su esposo, decide radicarse en Cuba. Desde allí mantenemos una relación fluida con cartas y fotos. Estaba, de alguna manera, siempre presente. El 3 de junio de 1979 nos llega una última carta donde nos dice que había viajado a España para realizarse unos estudios de rutina, y al llegar al domicilio de su suegra se encuentra con que se había retirado del domicilio llevando consigo a su pequeño hijo que en ese momento tenía 4 años, con su documentación. En esa carta ella nos expresa todo su dolor y nos dice que va a salir por el mundo a buscarlo y que no va a parar hasta encontrarlo”. En la voz de Ana relatando aquella carta, puede adivinarse la tristeza de la lectura inicial. Podría incluso imaginarse cuántas veces habrá vuelto a esas líneas, pero eso no lo dice, aunque aclara que fue la última comunicación que tuvieron con ella. “La última imagen que tengo de ella es la de cuando se fueron. Recuerdo haber pasado por la situación de mayor angustia de mi historia personal. En esa última imagen, yo tenía la sensación de que iba a ser la última vez que la vería. Me despedí de ella como quien se despide en situación de muerte”, se sincera con crudeza. Tal vez también maldiga haber tenido razón. “De hecho Ángela fue secuestrada y asesinada por la dictadura dentro del marco de esta operación conocida como de retorno o contraofensiva de Montoneros. Cabe la presunción firme de que haya estado detenida en Campo de Mayo”.Con total tranquilidad, tono seguro e inquebrantable, Ana cuenta que