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Carmela Ramos


Carmela Ramos ofreció un desgarrador testimonio acerca del secuestro que sufrió, cuando aún no había cumplido 6 años, junto con su hermano Vladimiro, de 8. Estaban al cuidado de Diego Nadal y Elida Gramondi. La pareja también fue secuestrada junto a sus pequeñas criaturas. En ese momento, Ana María Martí, la madre de los hermanitos Ramos, quién también declaró en esta audiencia, se encontraba cautiva en la ESMA. Los dos testimonios demuestran cómo era el enlace permanente entre el Ejército y la Marina. (Por La Retaguardia) ✍️ Texto y cobertura del juicio: Diego Adur 💻 Edición: Fernando Tebele 🖍️ Ilustración: Paula Doberti (Dibujos Urgentes) Los sollozos de Carmela parecen interminables. Sin embargo, continúa con su declaración sin dejar de mencionar ningún detalle. Se la ve aterrada, como si nuevamente estuviera padeciendo todas las torturas físicas y psicológicas sufridas durante el año 1978, pero que repercuten y continúan a lo largo de toda su vida. Es una mujer hermosa y todo su dolor se expresa hacia afuera con sus palabras. La historia de Carmela, la relación con su hermano Vladimiro, la pena que todavía siente por su mamá, Ana María, y todos los tormentos que enfrentó con tan solo 6 años de edad reflejaron en su testimonio las peores miserias y los más crueles castigos que tuvo como herramienta principal el Terrorismo de Estado. Tanto el testimonio de Carmela Ramos, como el de su mamá Ana María Martí y el de Augusto Nadal fueron solicitados para exponer los casos del secuestro y la desaparición de Diego Nadal, Esther Gramondi y Raúl Nadal. Sin embargo, para contar su historia es necesario enlazarla con la de la familia Ramos-Martí: Ana María Martí fue secuestrada el 18 de marzo de 1977 en la estación “El Tropezón”, de San Martín. La llevaron a la ESMA donde estuvo prisionera más de veinte meses. Luego pasó un mes en una casa quinta de la Armada en la localidad de Del Viso donde se reencontró con su hija Carmela y su hijo Vladimiro. De allí fueron exiliados a España. Estuvieron bajo libertad vigilada durante por lo menos tres meses más, hasta que viajaron a París, primero, para luego radicarse en Suiza. Contada así, pareciera que la historia fue fácil y rápida. Pero sin dudas fue todo lo contrario. Después del secuestro de Ana María, su por entonces esposo y padre de sus hijos, Hugo Alberto Ramos, pasó a la clandestinidad. Carmela y Vladimiro quedaron al cuidado de su abuelo materno, Manolo Martí. Con él vivieron hasta abril de 1978. Luego, Ramos, que debía abandonar el país, los dejó en custodia de Diego Nadal, un compañero de militancia, quien vivía junto a su esposa Elida Esther Gramondi en José C Paz.; Allí también estaban la hija y el hijo de Nadal y Gramondi: Carmen, a quien apodaban Nana, de dos años y medio y Diego, un bebé de apenas cuatro meses; también Raúl Nadal, tío de los niños. El 23 de septiembre, las 7 personas que compartían vivienda —3 adultas y 4 pequeñas— fueron a Escobar a celebrar la Fiesta de la Flor. Las secuestraron en un restorán. Carmela Ramos lo relata entre llantos, como si fuera otra vez aquella niña: “En septiembre fuimos a pasear a Escobar. Fuimos a comer algo. No recuerdo si era de día o de noche. Fuimos a un restorán muy grande. Había dos puertas. Estábamos comiendo un helado con mi hermano. De repente, de las dos puertas entraron muchos hombres con botas negras que me llegaban al pecho. Nos agarraron a todos y nos sacaron. Uno tenía los ojos celestes. En ese momento nos separaron. Los chicos nos quedamos con Coca (Gramondi). A Diego y a Raúl los apoyaron contra un coche blanco. Fue una escena de violencia tremenda. Les pegaban, gritaban, escuchamos tiros. Era una escena interminable, no paraban de pegarles. Cada vez que se caían al piso yo pensaba que estaban muertos. Nos pusieron en otro coche. Coca nos decía que no miremos, pero con mi hermano no resistimos y vimos lo que pasaba”. Se dirigieron a Campo de Mayo. Carmela pudo ver un lugar verde, con muchos árboles y caballos, pero lo que más recuerda son las botas negras, altas, y las personas con chalecos, uniformadas. A los niños y a Gramondi los metieron en un sótano repleto de ropa sin ninguna ventana. Carmela relató que salió de ese lugar solo para presenciar otra violenta sesión de tortura contra uno de los Nadal: “En un momento nos llevan a un cuarto a mí y a mi hermano donde yo creía que estaba Raúl. No lo reconocí, por su cara y por la sangre. Estaba desnudo. Le pegaban, le gritaban. Había olor a sangre. Eran muy violentos. A mí y a mi hermano nos decían que eso le iban a hacer a mi papá. No sé si estaba vivo o muerto, estaba todo desfigurado. Cuando hablé con mi hermano me dijo que no era Raúl, que era Diego”, mencionó Carmela y después explicó que ese sería “otro desacuerdo con mi hermano”. En ese sótano estuvieron varios días. Casi que no les daban de comer. Un día, se llevaron de ese lugar a Esther, quien antes de ser arrastrada por los captores le dio su bebé a Carmela. Ese momento, para la testigo, fue determinante. No solo por el miedo que implicaba permanecer  en cautiverio sin ningún adulto sino porque de allí en adelante ella se haría cargo de ese niño con responsabilidad maternal casi obsesiva, algo impensado para una nena de 6 años: “Nos tenían a todos en una esquina. Vino Coca con Dieguito, el bebito, llorando. Se la querían llevar. La querían sacar de ahí, de donde estábamos nosotros… y nos poníamos mal porque  queríamos que se quedara con nosotros. Ella se puso a llorar. Estaba a los gritos. Hubo una escena de violencia.  Me había dado a Dieguito, lo tenía yo. Esa es la última vez que la vi a ella. Me acuerdo de su espalda, tenía una blusa blanca. Me acuerdo