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Diana Shatz


Graciela Franzen declaró desde el Juzgado de Posadas, Misiones. Relató sus tres secuestros, un intento por quitarse la vida, el amor de un palestino que la tomó por sorpresa en medio de la preparación para la Contraofensiva. Su superviviencia trabajando en una casa de familia como empleada doméstica, el exilio y su regreso con la democracia, pidiendo justicia por su hermano, asesinado en la Masacre de Margarita Belén. (Por El Diario del Juicio*) ✍️ Texto 👉 Martina Noailles✍️ Colaboración en Texto 👉 Fabiana Montenegro💻 Edición  👉 Fernando Tebele/Diana Zermoglio📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio y Alicia Rivas (desde Posadas)📷 Foto de Portada 👉 Franzen en Posadas mostrando fotos de sus compañeros y compañeras desaparecidas. (Gentileza de Alicia Rivas) La fiscal Gabriela Sosti levantando su mano para poder preguntar.Gustavo Molfino/El Diario del Juicio “Soy sobreviviente”, es lo primero que sale de su boca cuando la fiscal Gabriela Sosti le pide que comience con el relato de ese período de su vida que la marcó para siempre. Tres secuestros en 4 años. A los 20, a los 21 y a los 24. Y hoy está viva para contarlo. Es Graciela Franzen, sobreviviente de la Contraofensiva. Militante popular, madre, abuela. Su historia llega hoy desde Misiones, vía virtual. Así le tocó. “Este juicio era un sueño”, dirá durante su testimonio, el primero de la jornada. La audiencia se atrasa. No puede comenzar porque falta uno de los abogados defensores. Durante media hora, Hernán Corigliano intenta conectarse sin éxito desde su casa. Finalmente opta por trasladarse hasta el tribunal. Graciela Franzen mira la pantalla desde Posadas. Acumula 40 años esperando que se haga justicia. Una hora más de espera no le desdibuja la sonrisa. En la pantalla van apareciendo las caras de algunos familiares que siguen la audiencia desde una computadora. Como Guillermo Amarilla Molfino, Virginia Croatto o Ana Montoto Raverta, que aguarda el comienzo con su flor roja en el pecho. Antes de arrancar, el presidente del Tribunal anuncia que, a pesar del endurecimiento de la cuarentena, las audiencias continuarán. “No vamos a detener el desarrollo del juicio, aunque estuvieran vedadas las posibilidades de concurrir”, asegura, y los 40 años de espera parecen estar más cerca de llegar a su fin. Ahora la pantalla se posa en María Graciela Franzen, sentada frente a un escritorio del tribunal oral federal de Posadas, Misiones, la provincia donde nació, militó y a la que decidió regresar tras su exilio forzado. En su cuello, enrosca un pañuelo blanco de la CTA que grita Nunca Más. En el pecho, sobre la remera roja que eligió para este día, tres prendedores se unen a la lucha. “Desde niña, 8 años, estuve en la acción católica con los padres tercermundistas y en la adolescencia me sumé al Luche y vuelve, en la Juventud Peronista. En el ‘74 entré a la facultad donde estudié ingeniería química hasta el ‘76 que me secuestran”, resume Graciela en el arranque, y enseguida aclara: “Ese fue mi segundo secuestro: el primero fue en 1975 en el marco de la campaña para gobernador del Partido Auténtico, acá en Misiones”. Por entonces, su hermano mayor Luis Arturo Franzen, trabajador del Correo, había organizado una comisión pro-recuperación de tierras en Posadas. “Había problema de tierras, uno de los terrenos de mi papá estaba siendo usurpado por una de las inmobiliarias más importantes y se descubrió que también pasaba lo mismo en ocho chacras más donde vivían 300 familias desde hacía más de 50 años. Por esto mi hermano estaba siendo amenazado y perseguido”. La primera vez En la madrugada del 19 de diciembre de 1975 las amenazas se convierten en secuestro: ese día la Aeronáutica había intentado un golpe de Estado y cuarenta hombres de civil allanan la casa familiar de los Franzen. Luis Arturo no estaba. Logra esconderse en Resistencia, donde finalmente lo secuestran cinco meses después, en mayo de 1976. Lo ponen a disposición del Poder Ejecutivo, es un preso legal. No alcanza para evitar que en diciembre de ese mismo año se convierta en uno de los fusilados de lo que se conoce como la Masacre de Margarita Belén. “Nosotros no sabíamos de su secuestro en Resistencia cuando vienen y allanan otra vez mi casa. Una vecina le avisa a mi mamá y ella me logra avisar. Así que pensé: ‘Arturo ya no está, la próxima soy yo. Así que me fui a las afueras de Posadas”. Cuando la madre regresa a su casa la estaban esperando. Secuestran a toda la familia, menos a las dos hermanas más pequeñas de Graciela, que tenían 10 y 14 años. “Los tienen 10 días a mi hermana de 19, la de 7, mi papá y mi mamá. Y a mí me secuestran en las afueras, llegan a esta casa, disparo, corro, me escapo, corro por un descampado, me meto en el monte hasta que me secuestran. Me llevan a la casita de los mártires, me torturan con picana eléctrica a batería, porque no había luz. Me desmayo, me llevan al Departamento de Informaciones, me vuelven a torturar, llaman a un médico, el Dr. Mendoza, para controlar hasta cuánto aguantaba, hasta que me empiezo a desangrar y como no tenían donde matarme, me atienden. A la semana, cuando logro volver a caminar, me llevan a la alcaldía de mujeres incomunicada en una celdita, por un mes, hasta que paso a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). El 26 de julio de 1976 me trasladan con 6 presas políticas a la cárcel de Villa Devoto, vendada, esposada en un avión militar, con golpes y amenazas de que nos tirarían al Paraná”, explica a paso rápido y un cantar en su voz que sabe a tierra colorada. En la cárcel de Devoto, Franzen permaneció 2 años y un mes. Allí se entera de la Masacre de Margarita Belén, en Chaco, aunque “jamás pensé que estaría mi hermano ahí”. Encerrada, sufre la noticia de que Arturo fue uno de los fusilados. Tiempo después, a mediados de 1978, el teniente general Leopoldo Galtieri visita Devoto. “Venía a interrogar a las

Está claro que la declaración de Pablo Verna, el hijo del genocida Julio Verna, fue histórica. En casi noventa minutos, relató los diálogos que tanto él como otras familiares tuvieron con el médico militar, que participó de los vuelos de la muerte y está libre. El debate previo a su testimonio, que terminó con un fallo dividido del tribunal en favor de tomarle su declaración, también resultó enriquecedor en el camino hacia que otras hijas e hijos de genocidas puedan aportar la información que tienen. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Pablo Verna durante su declaración testimonial (Luis Angió/DDJ) Colaboración Valentina Maccarone Pablo Verna ingresa a la sala de audiencias por una puerta no habitual para quienes son testigos. No pasa entre la gente, sino por el pasillo que queda libre entre el estrado de los jueces y la fila que, del otro lado, tiene a los defensores en una parte, y a la fiscal y los abogados querellantes del otro. Deja sus anteojos sobre la mesa para poder quitarse el cuellito de tela que protege especialmente su garganta; nada de quedarse sin voz justo hoy. Se vuelve a poner los lentes y se quita el camperón de paño gris oscuro. Lo va a colgar en la silla, pero se lo pasa a una mano que se estira desde el público, que es la de su compañera, la cantautora Mariela Milstein. Pablo deja una mochila en el piso antes de tomar asiento para disponerse a declarar; a través del cierre entreabierto, se escapa el silencio. “La imposición de guardar silencio implica una complicidad que, por supuesto, no es jurídica pero que sí es emocional. Yo, particularmente, no la pude ni la puedo tolerar”, había expresado algunas horas antes en charla con El Diario del Juicio. Ahora ese silencio perderá su peso en la mochila sobre el piso, y se transformará en palabras dolorosas pero cargadas de alivio. Pablo Verna está por declarar.Hay dos cuestiones que saltan a la vista y le dan contenido también a su testimonio. La primera es que su declaración no comenzó precisamente ahora, que está por hablar, sino que arrancó hace minutos, con un debate entre las partes. La segunda es que no declaró él, individualmente, aunque así haya sido para la justicia. *** El presidente del tribunal confirma que Verna podrá declarar. El debate previo El defensor oficial, Lisandro Sevillano, toma la palabra. Todas las personas que estamos allí sabemos lo que va a decir. Intentará que el tribunal impida el testimonio de Verna. “En lo que circula en los medios de internet, se sabe que su declaración será en contra de su progenitor Julio Verna. Lo que lo coloca dentro del artículo 242 del Código Penal. Ese artículo no es un capricho del legislador, sino que es la garantía de una protección fundamental en el Estado argentino, que es la protección de la familia”. Por un instante, no se entiende bien si es un debate sobre el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, o está argumentando sobre la posible declaración de Verna. Los argumentos parecen similares. Lo primero es la familia, pase lo que pase allí adentro. Lo apoyaron los dos defensores privados sin aportar demasiado.Del otro lado, la fiscal Gabriela Sosti, y los abogados querellantes Pablo Llonto, Ciro Annicchiarico y Maximiliano Chichizola, los enfrentarán con sólidos argumentos y unos pocos antecedentes. Sosti se opone apuntando que el padre de Verna no está imputado en esta causa, por lo que Pablo no va a declarar contra su padre, y también muestra cierta ironía cuando se refiere a la familia: “¿a qué familia quiere proteger la defensa?”, se pregunta. “Muchos de los hijos de estos padres no es que los han confrontado, como dice la defensa, sino que se han encontrado con una verdad de su historia que los ha puesto en el dilema ético: asumir esta historia, cargando con la responsabilidad ética de lo que cometieron sus padres; o no. Ser sujetos libres, dignos para su humanidad y asumir esta historia desde otra perspectiva”, define.Luego de Sosti, aparece en escena Pablo Llonto. Una frondosa cabellera grisácea cae sobre su saco. Su actitud durante el juicio es siempre la misma: teclea sin descanso sobre su computadora portátil. Mezcla con habilidad sus tres condiciones distintivas: abogado, periodista y militante. En este juicio, su rol no es tan protagónico durante las audiencias, como sí lo fue en La Tablada o en otros tramos de Campo de Mayo, por citar sólo algunos de los juicios por violaciones a los derechos humanos en los que participó. Ese espacio lo ocupa esta vez la fiscal Gabriela Sosti. Pero su acción como abogado de la querella es fundamental durante todos los días de la semana. Escucha a las familias. Piensa estrategias. Lo acompaña habitualmente Ernesto Coco Lombardi, ausente por algún problema de salud que no podrá hacer que se despegue del todo de esta causa. Llonto habla siempre a la distancia justa del micrófono (oficio de periodista). Suelta un alegato contundente; es difícil no escucharlo con atención completa: “Con todo respeto al tribunal, quiero señalar que ha llegado el momento para la justicia argentina de resolver el caso Verna. Y este caso pasa a tener una importancia histórica en los juicios por delitos de lesa humanidad. Lo que se resuelva hoy aquí, para permitir o no que el hijo de un genocida declare, marcará de aquí en adelante el camino en una enorme cantidad de juicios en la Argentina. Lo explicado por el defensor, cuando dijo ‘Uh, me olvidé de algo’, que era remarcar que Pablo Verna integra un colectivo que ha tenido enorme repercusión en los medios desde el fallo de la Corte contra el genocida Muiña. Desde entonces se conforma este organismo de familiares de genocidas que repudian el genocidio y la actitud de sus padres, hermanos, abuelos, tíos, ex esposos, y que hoy están presentes. Hoy aquí, entre el público, hay una gran cantidad de familiares de genocidas que vienen a escuchar lo que

Al momento de la publicación de esta entrevista, Pablo Verna está comenzando su histórica declaración testimonial en el juicio por la represión a la Contraofensiva de Montoneros. Relatará ante los jueces lo que le confesó su progenitor, Julio Alejandro Verna: que participó de los vuelos de la muerte de Campo de Mayo, inyectando a las víctimas para adormecerlas antes de ser arrojadas al mar o al río. Además, contará que su progenitor le dijo a otro familiar cómo inyectó a Susana Solimano, Alfredo Berliner “El Poeta”, Julio Suárez y Diana Shatz, quienes fueron arrojados con vida al río, dentro de un Peugeot 504, en un simulacro de accidente. Hora antes de su declaración, mantuvo esta charla con El Diario del Juicio. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Pablo Verna contando su historia como hijo de un represor (Natalia Bernades/La Retaguardia)Colaboración: Valentina Maccarone —¿Qué significa para vos como hijo de un genocida, pero además como abogado, esta instancia de participar de un juicio oral dando datos que son de relevancia para alcanzar la verdad y la justicia? —Es muy importante y movilizante. Y es una oportunidad que me parece única y muy trascendente. No sólo te lo puedo decir por mí, también por muchas compañeras y compañeros, hijas, hijos y familiares de genocidas, algunos de Historias Desobedientes y otras personas que no integran el colectivo pero que también sienten similar la imposición de un mandato de silencio dentro de nuestras familias, en algunas ocasiones explícita y en otras en forma implícita. Eso un poco hizo que confluyamos en una voluntad colectiva de llevar adelante una idea que yo ya había tenido durante 2013, pero que, obviamente, solo no iba a ningún lado: presentar un proyecto de ley para modificar los artículos 178 y 242 del Código Procesal Penal de la Nación, del anterior no del que entró en vigencia hace poco, para que las prohibiciones de declarar en juicio (contra sus padres) y de denunciar no corran, al menos en los casos de crímenes de lesa humanidad. Entonces, esta oportunidad es un poco llevar adelante esa voluntad de expresiones; es romper con un mandato de silencio que padecimos puertas adentro de nuestras familias de origen, que no es lo mismo que el pacto de silencio porque a nosotros se nos impuso. —¿En primera instancia sería, entonces, una cuestión personal de no acompañar ese silencio de los progenitores que no dan datos? — Sí. Además, por supuesto, de no tener -y yo voy a hablar por mí- responsabilidad en los hechos cometidos por mi padre. Pero sí es cierto que la imposición de guardar silencio implica una complicidad que, por supuesto, no es jurídica pero que sí es emocional. Yo, particularmente, no la pude ni la puedo tolerar. Por otra parte es hacer de algo negativo algo constructivo; es poder aportar en materia de memoria, verdad y justicia. Y el lugar donde se realiza es frente al Poder Judicial en los juicios. Sin perjuicio de un montón de circunstancias y acciones más. —El proyecto que presentaron en el Congreso tuvo apoyo pero todavía no llegó al recinto. —Nosotros lo presentamos en noviembre de 2017 y, enseguida, tuvimos un apoyo y un impulso que, mayormente, lo realizó la diputada Fernanda Raverta que justo es hija de una de las víctimas en este juicio de Contraofensiva, María Inés Raverta. También, en aquel momento, tuvimos una reunión con el diputado Héctor Recalde, por entonces jefe del bloque (del FpV), que ni nos conocía, pero apenas empecé a explicarle dijo “yo en esto los apoyo”. La idea era que sea multipartidario, porque entendimos que frente a estos crímenes de lesa humanidad estamos todos del mismo lado. Así que se presentó el proyecto y, después, el 21 de marzo de 2018 el Movimiento Evita pidió una moción de preferencia, que apoyó todo el Congreso pero que, finalmente, nunca se cumplió. Después finalizó el período de 2018 y ahora, en 2019, fue presentado de nuevo por Raverta con la firma de 5 o 6 diputados más, y ahí está… Igualmente, yo entiendo que es una expresión muy importante, un acto político y ético muy importante, que hicimos hijas, hijos y familiares de genocidas, la mayoría de Historias Desobedientes y otros que no pertenecen al colectivo pero que han apoyado este proyecto. Y más allá de que sería una modificación posterior a los hechos del proceso, yo lo que creo es que estas prohibiciones en crímenes de lesa humanidad no deben correr, pero no por una ley que puede llegar o no llegar a ser ley sino por la inconstitucionalidad y el fundamento jurídico que yo encuentro más importante: la obligación de los Estados de prevenir, investigar, juzgar y sancionar los graves crímenes contra la humanidad. Esta es una obligación que, desde el fallo Velásquez Rodríguez de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, es obligatoria para todos los Estados partes. En cambio, el artículo 242 del Código Procesal Penal plantea nulificar medios o fuentes de prueba. Por eso debe quedar de lado. —¿Por qué podría decirse que el impedimento de ustedes para declarar no corre en este caso? ¿Porque tu progenitor no está imputado en esta causa? — Claro, esa es otra de las razones. Él no está imputado en este juicio oral. Y no estamos hablando de una prueba que podría ser declarada nula por haber sido obtenida bajo tortura, por ejemplo. Sino que la nulidad del artículo 242, incluso si se la quiere considerar, no sería aplicable porque él no está siendo imputado en este juicio. La prohibición tiene fundamentos en la Constitución Nacional que establece la obligación del Estado de la protección integral de la familia por sobre su obligación de afianzar la justicia y la persecución penal. También hay otro fundamento, que ya se utilizó en el caso de Juan Cabandié con la declaración de su hermana Vanina Falco (hija biológica del apropiador de Cabandié), y es que cuando el vínculo familiar ya está roto, esa prohibición no tiene ninguna razón