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Eduardo Caporaso


En la misma línea de defensa que ya había esbozado su subordinado Eduardo Caporaso, el imputado Firpo basó sus respuestas en la ampliación de indagatoria centralmente en una negación de su participación en la contrainteligencia del Batallón 601. Se ubicó durante la represión a la Contraofensiva, solo en la custodia de “personas importantes”. Ratificó que operaban desde una casa de la calle Rawson, en el barrio de Almagro. En la audiencia también comenzó su indagatoria Marcelo Cinto Courtaux, pero a la hora de las preguntas, el tribunal decidió un cuarto intermedio hasta el próximo jueves. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Martina Noailles💻 Edición  👉 Fernando Tebele 📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio Terminó la etapa de testigos. En la audiencia 49 están sentados detrás de cámara dos de los seis imputados que quedan con vida en este juicio. Pidieron, a través de su defensor, ampliar sus indagatorias, pero no dirán nada diferente de lo que declararon hace 6 años. Marcelo Cinto Courtaux tiene 73 años y hablará desde una pequeña sala de piso azul en la Unidad 31 donde se encuentra detenido. Luis Ángel Firpo, carga 89 y declarará desde su casa de Mar del Plata donde se encuentra en prisión domiciliaria, como el resto de los imputados. Las dificultades de la conexión en la cárcel de Ezeiza invierten el orden. El primero será Firpo. Ninguno está obligado a decir la verdad. Ambos están acusados como partícipes de los delitos de privación ilegítima de la libertad, tormentos y homicidios, de decenas de hombres y mujeres que formaron parte de la Contraofensiva Montonera. Están sentados en el banquillo porque la justicia los considera eslabones esenciales en la maquinaria de Inteligencia del Ejército, con base en Campo de Mayo.       Aunque lo negará con insistencia durante toda la jornada, entre 1979 y 1980 Firpo fue el jefe de la Central de Contrainteligencia, según se desprende de varios documentos que determinaron su procesamiento. También estaba a cargo de la División Seguridad del Batallón de Inteligencia 601. Hoy luce un prolijo pulóver azul con camisa blanca. Su ropa y su pelo canoso es casi todo lo que se reconoce en la pantalla ya que, tal como ocurrió hace algunas semanas con un testigo que fue personal civil de inteligencia, la imagen de la cámara está fuera de foco o configurada con baja calidad. Es curioso que a nadie más le haya sucedido ese aparente problema técnico desde que las audiencias se volvieron virtuales. Ni a los miembros del Tribunal, ni a los querellantes, ni a la fiscal ni a los defensores. Tampoco a la decena de testigos que brindaron testimonio de junio a esta parte. Las únicas dos personas a las que no se les vieron con claridad los rasgos de la cara fueron Firpo y Eduardo Caporaso, ambos integrantes de la División de Seguridad del Batallón de Inteligencia 601. Las dos declaraciones fueron posteriores a la del ex comisario Roberto Álvarez, el testigo que se convirtió en procesado luego de que una sobreviviente lo reconociera a través de la transmisión televisiva del juicio.  De Firpo no hay siquiera fotos públicas. Quien lo busque por internet sólo encontrará imágenes blanco y negro de otro Luis Ángel Firpo, el Toro Salvaje de las Pampas, boxeador argentino protagonista en 1923 de lo que se conoció como la pelea del siglo. Ese Firpo murió en 1960, cuando el que hoy está acusado de delitos de lesa humanidad comenzaba su carrera militar.    “Me interesa señalar dos o tres cosas —arranca Firpo apenas el presidente del Tribunal Esteban Rodríguez Eggers le da la palabra—: se dice, en una apreciación del juez, que yo era jefe de la División Contrainteligencia y no es exacto. Yo fui jefe de la Sección Contrainteligencia en 1975 y en enero del ‘76 pasé como jefe de la División Seguridad, que nada tiene que ver con Contrainteligencia. Su misión era exclusivamente proporcionar seguridad a los PMI, personas muy importantes, según el criterio de Jefatura 2 que, a través del jefe del Batallón, indicaba a quién darle protección”. Firpo va a insistir sobre este punto varias veces durante la hora que dura su declaración. Será su eje. Busca despegar el área que tuvo a cargo de cualquier tipo de actividad relacionada con la inteligencia y la contrainteligencia. Los reglamentos y otros documentos militares de la época, que son parte de la prueba en esta causa, muestran lo contrario. Antes de las preguntas, Firpo quiere aclarar otros dos puntos: “Se me ha imputado por el señor juez diciendo que yo he participado proporcionando información de Inteligencia para la captura o cualquier hecho de agresión contra los montoneros. Eso es totalmente inexacto porque yo nunca pertenecí a la División Reunión de Información que era la encargada de esa tarea, que no tenía nada que ver conmigo. Este señor juez también dice que yo he participado en operaciones en el exterior y en el interior contra Montoneros. Jamás salí al exterior en funciones del Ejército”. El señor juez al que se refiere en realidad es la jueza Alicia Vence, quien tiene a cargo la instrucción de ma megacausa Campo de Mayo. La casa de Rawson y Obrero Núñez El Teniente Coronel retirado decide responder preguntas. Su abogado, el defensor oficial Lisandro Sevillano, no le hace ninguna. Cede la palabra. Rodríguez Eggers se pone al frente y le pide a Firpo confirmar la dirección exacta del inmueble de la calle Rawson donde funcionó la División Seguridad. “¿Era Rawson 638? ¿Era un lugar en L?”, le consulta el juez. Firpo asiente. “Sí, Rawson casi esquina Obrero Núñez y, efectivamente, tenía salida por Núñez”. De la casa hay poca información. Según la declaración que dio el 3 de septiembre pasado Eduardo Caporaso, subordinado de Firpo en esa División y precursor en la trampa de poner su imagen distorsionada para testimoniar, la casa tenía una o dos habitaciones grandes al frente, alguna oficina, pasillo, cocina y un patio. Ningún cartel ni insignia reconocía el frente del lugar. Caporaso no hizo alusión

El testimonio de Eduardo Caporaso, un agente de inteligencia, y el de Rubén Dorado, un trabajador portuario que se solidarizó con su vecina y luego de que la secuestraran cuidó de sus dos pequeñas criaturas, contrastaron en varios sentidos. Entre olvidos de uno y recuerdos de otro, Caporaso y Dorado construyeron desde sus diferencias una audiencia plagada de contrastes. (Por El Diario del Juicio*)  ✍️ Texto 👉 Martina Noailles💻 Edición  👉 Fernando Tebele/Diana Zermoglio 📷 Fotos 👉  Gustavo Molfino/El Diario del Juicio 📷 Fotos de portada 👉  Rubén Dorado durante su testimonio emotivo (Gustavo Molfino/El Diario del Juicio) El agente de inteligencia Eduardo Caporazzo, con su rostro difuminado que impidió verlo, lo que generó comentarios del público durante la transmisión televisiva  📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio La imagen de Eduardo Donato Caporaso está fuera de foco. Detrás de su pantalla turbia, se adivinan anteojos, bigotes, canas y un pulóver bordó. Los rasgos del testigo de la defensa no se ven con claridad. Como su imagen actual, durante la última dictadura su nombre real se ocultó detrás del alias Daniel Camaño, la identidad falsa que usaba como personal civil de la División Seguridad del Batallón de Inteligencia 601. Hoy, el desenfoque de su cámara —intencional o no— lo protege del riesgo potencial de ser reconocido. Hace tan solo unas semanas, el ex comisario de la Departamental San Martín, Roberto Álvarez, fue identificado por una sobreviviente de Campo de Mayo mientras su declaración era transmitida vía internet. Álvarez también era testigo de la defensa; terminó detenido y procesado.    El testimonio de Caporaso no brilló por los detalles. Gran parte de sus respuestas sólo contenían una palabra: “desconozco”. Aunque también salieron con velocidad desde su boca algunos no se y varios no me acuerdo. No ocurrió lo mismo con Rubén Edgardo Dorado, el segundo testigo del día. Con más de 80 años, sus palabras fueron tan nítidas como la imagen de su pantalla. Roxana, su hija, lo asistió durante todo el testimonio. Es que Rubén casi no escucha. Pero su escasa audición y su elevada edad no le impidieron zambullirse en su memoria y relatar sus recuerdos. “Lo único que me interesa es que se sepa la verdad sobre su desaparición”, dijo el vecino que en 1979 cuidó a los pequeños María y Juan Facundo Maggio durante dos días, apenas secuestraron a su mamá, Norma Valentinuzzi. La casona de la calle Rawson Entre 1976 y 1980 Eduardo Donato Caporazzo fue Daniel Camaño. Aunque se presenta ante el Tribunal como de profesión masoterapeuta, fue uno de los civiles que formaron parte de la División Seguridad que dependía del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército. Su jefe era Luis Firpo, uno de los seis imputados que continúan vivos en este juicio.   “A Firpo lo conocí cuando ingresé a trabajar en la División Seguridad, él era jefe de la División Seguridad”, arranca escueto Caporaso. Ante el silencio, el defensor público oficial Lisandro Sevillano le pregunta:  —¿División Seguridad de qué? —División Seguridad, de la calle Rawson. —¿Pero esa División pertenecía a algún Batallón o a algo del Ejército? ¿Podría ser más específico? –insiste el defensor. —Sí, era la División Seguridad, dependía del Batallón. —¿De qué Batallón? —Del Batallón de Inteligencia. Cada respuesta de Caporaso es mínima. Tiene a la brevedad bajo control. “Era una casona antigua, clásica de la zona, que estaba en el barrio de Almagro, en la calle Rawson, cerca de la avenida Corrientes”, responde ahora, que la calle ya no se llama Rawson sino Palestina, y ante el nuevo pedido, la describe: “Había dos oficinas en el frente, en el medio había un despacho del jefe y después había una cocina y los baños”. También dirá que el lugar no estaba señalizado con ningún cartel. En cuanto a su tarea cotidiana como personal de la División, Caporaso detalla que entraba a trabajar a las 7 de la mañana, y que esperaba las órdenes de Firpo “para salir a hacer la seguridad de algún general o militar retirado”. Los destinos: la casa del general Roberto Viola, de Alejandro Lanusse o de Roberto Levingston. “También algún evento en el Círculo Militar, como el casamiento de hijos de militares”, dice cuando Sevillano le demanda algún ejemplo.   De a poco, el ex personal de inteligencia va dando algunos datos. Que en la oficina de la calle Rawson había 10 o 12 personas, entre ellas dos mujeres; que había dos suboficiales y el resto era personal civil. Que el segundo de Firpo se llamaba “Taborda”, que también había un capitán “pero no me acuerdo bien”, y que “el grupo general debíamos ser 200 o 300 personas, y todas dependían de Firpo”.  También responde que tenían vehículos, que los guardaban en un garaje por la calle Rawson, a media cuadra. “Otros se llevaban al Estado Mayor a guardar ahí. Y cada vez que necesitábamos cargar combustible teníamos que ir al Estado Mayor. Eran vehículos civiles. Estábamos vestidos de civil”. —¿Recuerda si en la División se le pidió participar de algún operativo, traslado de gente, detención de personas? —le consulta el defensor oficial.  —Nunca, nunca lo hemos hecho —se desentiende.  —¿Cómo era Firpo? —Sevillano le hace la última pregunta. —Era una persona muy exigente, nos creaba mucha responsabilidad de trabajo, mucho trato no tenía yo con él. Lo veíamos, él entraba, daba las órdenes, a veces alguna reunión por un tema de seguridad, pero más que eso no lo he tratado. Yo no tenía capacidad para dialogar con él. Antes de pasarle la palabra a la fiscal Gabriela Sosti, el presidente del Tribunal intenta encontrar alguna respuesta: —¿De qué parte del Batallón dependía Seguridad? —No tengo idea. Desconozco. —¿Sabe cómo eran las áreas? ¿Cuántas había? —No lo sé.  —En esos años que usted estuvo ¿se acuerda quién era el jefe de Batallón?  —No. —¿Sabe si la oficina de Seguridad tenía algún tipo de vinculación con la Central de Reunión de Inteligencia? —No teníamos relación con el Batallón prácticamente. —Sin embargo, la División Seguridad según tengo entendido dependía del área de Contrainteligencia —intenta el juez Rodríguez Eggers.