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Horacio Mendizábal


La fiscal Gabriela Sosti continúa con su alegato. En la segunda jornada, volvió a reafirmar que pedirá declarar cumpables a los seis imputados por todos los casos repasados hasta aquí. En otra extensa jornada, con extraordinaria precisión y prolijidad, la fiscal dejó en claro entre los testimonios y los documentos que obran en la causa, alcanza para solicitar condenas. (Por El Diario del Juicio*)  📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino📷 Selección de fotos 👉 Martina Noailles ✍️ Textos 👉 Martina Noailles/Fernando Tebele ☝ Gabriela Sosti remarca cada palabra con una entonación particular. En un ir y venir entre testimonios escuchados en el juicio y documentos probatorios que sostienen la causa judicial, las imágenes acompañan el relato. Con sus anteojos grandes que ocupan casi la mitad del rostro observa el pasado con precisión. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ De izquierda a derecha: Luciana Milberg, sobrina de Raúl Milberg; Susana Brardinelli, sobreviviente y esposa e Armando Croatto; Daniel Cabezas, sobreviviente; Florencia Tajes Albani, hermana de Daniel Crosta; y Virginia Croatto, hija de Armando y Susana, asistieron a la audiencia, respetando las distancias físicas, pero a la vez con todo lo que implica regresar a la presencialidad, aunque sea acotada. En el fondo asoma Luis Picoli, primo de Carlos Piccoli. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ En esta segunda parte del alegato, casi al comienzo, Sosti atraviesa con su relato las historias de Armando Croatto (en la foto de la pantalla) y Horacio Mendizábal, quienes cayeron en el mismo operativo en un supermarcado de Munro. Mostró documentos de inteligencia. “Con el numero 4 y 5 del listado de bajas lo mencionan como Petete, Mayor, Primer Secretario de la Rama Sindical. En el informe del GT2 CRI del 15 de octubre 79 anotaron su asesinato. La función de Armando Croatto era netamente política. Desde el exterior denunció las violaciones a los derechos humanos en organizaciones internacionales de trabajadores. Conocemos el legajo del Jefe de la SOE del Departamento de Inteligencia de IIMM el Mayor Eduardo Francisco Stigliano de donde surge con claridad que el operativo de secuestro y asesinato de Croatto y Mendizábal, partió de Campo de Mayo a cargo de la patota del SOE, y sin dudas de las unidades de inteligencia, fueron hasta del 601”,  “La determinación de ese blanco estaba indicada en la orden 604/79. Y su cumplimiento, que incluyó el aniquilamiento de Armando, fue volcada como análisis final en el informe elaborado por la Jefatura II donde hacia sus análisis Apa, para que los rubrique Alberto Valin”, señala. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Entre el público estaba Susana Brardinelli, la esposa de Croatto. Con la foto de Armando en el pecho, más dos rosas rojas, clavadas en sus ropas, escuchó una vez más el relato de cómo lo asesinaron. “Ese día Susana Brardinelli desesperada se cargó sus hijos al hombro y ‘levantó la casa’. El tiempo de llegada de su compañero estaba superado. Debían resguardarse. Susana no sabía aún que habían asesinado a su marido y la atormentaba la idea de que sus hijos fueran usados para arráncale información a Armando. Porque esa también era una práctica de la Inteligencia para sacar información. Para explotar sus fuentes. Torturar a los hijos para que hablen sus padres. No tenían límites”, narró la fiscal. “El 21 de setiembre de 1979 después de una odisea Susana logró salir de la Argentina, con sus hijos”, finalizó sobre el caso. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ En otro documento desclasificado, se desprende que “Viola se jactaba ante el embajador norteamericano Castro, de que Croatto y Mendizábal habían sido eliminados con su autorización, y le garantizaba que otros van a recibir el mismo tratamiento. Y cumplió. Esta es la prueba determinante de que los mataron a todos después de tenerlos cautivos en Campo de Mayo. Viola lo dijo”, asevera con tono firme la fiscal. “Los militares argentinos informándole a la embajada que guardó durante años bajo 7 llaves esta y mucha otra información que en cuentagotas y tardíamente va saliendo a la luz”. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ “El 26 de junio del 2019 Martín fue la memoria de su familia diezmada. Su relato, como el de Benjamín Ávila, es un reflejo de cómo el genocidio atravesó las historias familiares y las clases sociales”, dice Sosti. “Horacio Mendizábal fue miembro de la Conducción Nacional y Comandante Montonero. Y en estos años fue asignado como Secretario de Agitación, Prensa, Propaganda y Adoctrinamiento. Entró a la Argentina como responsable de las tareas de agitación. Fue en marzo de 1979 que se tomó la decisión del retorno. Así se lo anunció a Martín. Y lo consoló cuando su hijo lloró por temor a que lo maten”. En la sala, cierra los ojos Martín Mendizábal. No está dormido. Sostiene su cabeza con la mano entera y deja, seguramente, que sus recuerdos se vayan cruzando sin pedir permiso. 📷 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio ☝ Ella es Adriana Lesgart. Fue secuestrada durante la visita de la Comisión Interamicana de Derechos Humanos, en septiembre de 1979, en la mismísima Av. de Mayo, donde miles de personas aguardaban para poder hacer sus denuncias. En la foto se la ve con su compañero, Héctor Eugenio Talbot Wright, secuestrado y asesinado en 1975.  📷 Gustavo Molfino/El Diaro del Juicio  ☝ “Como una muestra más de las operaciones de tortura psicológica sobre los familiares, para mantenerlos callados, para que no hagan reclamos, para que se queden esperando, fraguaban cartas en las que hacían decir a la persona secuestrada que estaba en el exterior que volvería pronto, que había abandonado la militancia y una sarta de patrañas, que -insisto- le obligaban a escribir de puño y letra desde el centro clandestino donde la tenían cautiva bajo tormentos. En el caso de Adriana (Lesgart), no solamente la forzaron a escribir esto, sino que mandaron estas cartas desde Brasil. Desde dos hoteles de Copacabana donde Adriana nunca estuvo. Esas dos cartas prueban que operaban desde Brasil, pero además demuestran que en diciembre del ‘79 aun la tenían en Campo de Mayo bajo tormentos”, dice Sosti mientras en la pantalla se lee la carta fraguada. 📷 Gustavo Molfino/El Diario

Está claro que la declaración de Pablo Verna, el hijo del genocida Julio Verna, fue histórica. En casi noventa minutos, relató los diálogos que tanto él como otras familiares tuvieron con el médico militar, que participó de los vuelos de la muerte y está libre. El debate previo a su testimonio, que terminó con un fallo dividido del tribunal en favor de tomarle su declaración, también resultó enriquecedor en el camino hacia que otras hijas e hijos de genocidas puedan aportar la información que tienen. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Pablo Verna durante su declaración testimonial (Luis Angió/DDJ) Colaboración Valentina Maccarone Pablo Verna ingresa a la sala de audiencias por una puerta no habitual para quienes son testigos. No pasa entre la gente, sino por el pasillo que queda libre entre el estrado de los jueces y la fila que, del otro lado, tiene a los defensores en una parte, y a la fiscal y los abogados querellantes del otro. Deja sus anteojos sobre la mesa para poder quitarse el cuellito de tela que protege especialmente su garganta; nada de quedarse sin voz justo hoy. Se vuelve a poner los lentes y se quita el camperón de paño gris oscuro. Lo va a colgar en la silla, pero se lo pasa a una mano que se estira desde el público, que es la de su compañera, la cantautora Mariela Milstein. Pablo deja una mochila en el piso antes de tomar asiento para disponerse a declarar; a través del cierre entreabierto, se escapa el silencio. “La imposición de guardar silencio implica una complicidad que, por supuesto, no es jurídica pero que sí es emocional. Yo, particularmente, no la pude ni la puedo tolerar”, había expresado algunas horas antes en charla con El Diario del Juicio. Ahora ese silencio perderá su peso en la mochila sobre el piso, y se transformará en palabras dolorosas pero cargadas de alivio. Pablo Verna está por declarar.Hay dos cuestiones que saltan a la vista y le dan contenido también a su testimonio. La primera es que su declaración no comenzó precisamente ahora, que está por hablar, sino que arrancó hace minutos, con un debate entre las partes. La segunda es que no declaró él, individualmente, aunque así haya sido para la justicia. *** El presidente del tribunal confirma que Verna podrá declarar. El debate previo El defensor oficial, Lisandro Sevillano, toma la palabra. Todas las personas que estamos allí sabemos lo que va a decir. Intentará que el tribunal impida el testimonio de Verna. “En lo que circula en los medios de internet, se sabe que su declaración será en contra de su progenitor Julio Verna. Lo que lo coloca dentro del artículo 242 del Código Penal. Ese artículo no es un capricho del legislador, sino que es la garantía de una protección fundamental en el Estado argentino, que es la protección de la familia”. Por un instante, no se entiende bien si es un debate sobre el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, o está argumentando sobre la posible declaración de Verna. Los argumentos parecen similares. Lo primero es la familia, pase lo que pase allí adentro. Lo apoyaron los dos defensores privados sin aportar demasiado.Del otro lado, la fiscal Gabriela Sosti, y los abogados querellantes Pablo Llonto, Ciro Annicchiarico y Maximiliano Chichizola, los enfrentarán con sólidos argumentos y unos pocos antecedentes. Sosti se opone apuntando que el padre de Verna no está imputado en esta causa, por lo que Pablo no va a declarar contra su padre, y también muestra cierta ironía cuando se refiere a la familia: “¿a qué familia quiere proteger la defensa?”, se pregunta. “Muchos de los hijos de estos padres no es que los han confrontado, como dice la defensa, sino que se han encontrado con una verdad de su historia que los ha puesto en el dilema ético: asumir esta historia, cargando con la responsabilidad ética de lo que cometieron sus padres; o no. Ser sujetos libres, dignos para su humanidad y asumir esta historia desde otra perspectiva”, define.Luego de Sosti, aparece en escena Pablo Llonto. Una frondosa cabellera grisácea cae sobre su saco. Su actitud durante el juicio es siempre la misma: teclea sin descanso sobre su computadora portátil. Mezcla con habilidad sus tres condiciones distintivas: abogado, periodista y militante. En este juicio, su rol no es tan protagónico durante las audiencias, como sí lo fue en La Tablada o en otros tramos de Campo de Mayo, por citar sólo algunos de los juicios por violaciones a los derechos humanos en los que participó. Ese espacio lo ocupa esta vez la fiscal Gabriela Sosti. Pero su acción como abogado de la querella es fundamental durante todos los días de la semana. Escucha a las familias. Piensa estrategias. Lo acompaña habitualmente Ernesto Coco Lombardi, ausente por algún problema de salud que no podrá hacer que se despegue del todo de esta causa. Llonto habla siempre a la distancia justa del micrófono (oficio de periodista). Suelta un alegato contundente; es difícil no escucharlo con atención completa: “Con todo respeto al tribunal, quiero señalar que ha llegado el momento para la justicia argentina de resolver el caso Verna. Y este caso pasa a tener una importancia histórica en los juicios por delitos de lesa humanidad. Lo que se resuelva hoy aquí, para permitir o no que el hijo de un genocida declare, marcará de aquí en adelante el camino en una enorme cantidad de juicios en la Argentina. Lo explicado por el defensor, cuando dijo ‘Uh, me olvidé de algo’, que era remarcar que Pablo Verna integra un colectivo que ha tenido enorme repercusión en los medios desde el fallo de la Corte contra el genocida Muiña. Desde entonces se conforma este organismo de familiares de genocidas que repudian el genocidio y la actitud de sus padres, hermanos, abuelos, tíos, ex esposos, y que hoy están presentes. Hoy aquí, entre el público, hay una gran cantidad de familiares de genocidas que vienen a escuchar lo que

El Tribunal Oral 4 de San Martín permitió que Pablo Verna, el hijo de un médico genocida, declare sobre las atrocidades que cometió su progenitor durante la última dictadura. Ocurrió este mediodía en el juicio oral que juzga los crímenes que se cometieron entre 1979 y 1980 contra quienes integraron la Contraofensiva Montonera. Verna ratificó lo que había adelantado en la entrevista concedida a el Diario del Juicio. (Por Martina Noailles para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Verna antes de declarar, en la sala de espera de quienes dan testimonio. (Fabiana Montenegro) En una decisión dividida, los jueces Esteban Rodríguez Eggers y Matías Mancini, con la disidencia de Alejandro de Korvez, aceptaron por mayoría que Pablo Verna rompa el silencio que durante décadas le impusieron en su casa y cuente, ante la Justicia y a otros hijos e hijas de represores que estaban en la sala, la participación del médico militar Julio Alejandro Verna en vuelos de la muerte y otros episodios donde se tiraron vivas al mar y al río a personas secuestradas en Campo de Mayo.“Hoy, acá, se va a resolver la suerte de los hijos e hijas que quieren declarar contra sus padres. Una decisión en contra lo hará sufrir a Verna tres cosas: los delitos de su padre; lo obligará a traicionar su conciencia y le impedirá decir la verdad. ¿Y quiénes van a ser los beneficiados si se le impide declarar a Pablo Verna? Los imputados de los peores delitos de la humanidad, es decir que la afectada será la humanidad toda”, argumentó minutos antes el abogado uerellante Pablo Llonto, ante el pedido de las defensas para que se le impidiera dar testimonio “para proteger a la familia”. Los jueces Rodríguez Eggers y Mancini rechazaron el planteo del defensor oficial y explicaron que el Código Penal “dice que un hijo no puede declarar en contra de su padre; no que no puede declarar”. El tercer juez, de Korvez, leyó su voto en disidencia. El presidente del tribunal resaltó, antes de anunciar la medida, el alto nivel del debate que se dio previamente. María Montserrat Suárez Amieva, hija de Julio Suárez, una de las víctimas del padre de Verna (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Cuarenta años después de los hechos y cinco desde que su padre se lo confirmara en una charla en el Hotel Pizarro de Villa Luro, Pablo Verna logró poner su granito de arena en la reconstrucción de una verdad que para muchas víctimas de delitos de lesa humanidad parece inalcanzable. El pacto de silencio que guardan los genocidas les impide a los familiares saber cuál fue el destino de sus padres, madres, hermanos, hijos secuestrados, desaparecidos, asesinados. En la primera final, entre el público, lo acompañaron Bibiana Reibaldi, Viviana Cao, Emilia Cao, Liliana Furio, Stella Duacastella y Analia Kalinec, todas familiares de genocidas; además de su esposa, la cantautora Mariela Milstein.Después del testimonio de Pablo Verna fue el turno de María Montserrat Suárez Amieva, hija de Julio Suárez, una de las víctimas del padre de Verna: “Me provocó una conmoción importante haber visto a Verna en la televisión contar que su padre había inyectado a mi papá y que lo habían tirado vivo. Me pareció de una crueldad enorme enterarme después de tantos años lo que le habían hecho”, dijo en una demostración de la importancia de esa verdad que no llegó de boca del represor pero sí de su hijo.Suárez murió ahogado junto a Susana Solimano, Alfredo Berliner “El Poeta” y Diana Shatz luego de que el auto en el que viajaban cayera al río. La sospecha de que el accidente fue en verdad una puesta en escena fue confirmada por Verna en su testimonio de hoy: ante los jueces contó que su progenitor le admitió a su otra hija haber participado en ese hecho, adormeciendo a las personas que luego serían asesinadas. “Le dijo a mi hermana que hicieron lo mismo (que con las víctimas de los vuelos) con 4 personas en un auto. Lo hicieron de esa manera porque estaba la CIDH y no podía desaparecer más personas. Entonces simularon un accidente”.Verna también dijo que su padre -que no se encuentra imputado en esta causa- admitió haber participado en sesiones de tortura tratando de que la persona secuestrada no muriera “para seguir intentando sacarle información”. Fue el caso de Horacio Mendizábal, miembro de la conducción de Montoneros, a quien vio en la terapia intensiva del Hospital Militar de Campo de Mayo mientras intentaban “salvarlo” de una herida de bala que le perforó un pulmón.Julio Verna era subalterno de Norberto Atilio Bianco, el médico encargado de asistir los partos de las mujeres que parían durante su cautiverio. También cumplía tareas junto a Ricardo “el alemán” Lederer, segundo jefe de la maternidad clandestina, que se suicidó hace algunos años. Erika, su hija, también es parte del movimiento de hijas, hijos y otros parientes que repudian los hechos cometidos por sus familiares durante el genocidio.  Quienes integran Historias Desobedientes, presentaron hace dos años en el Congreso Nacional un proyecto de ley, redactado por Pablo Verna, que busca modificar el Código Penal para permitir que hijos e hijas de genocidas puedan aportar pruebas en juicios de lesa humanidad.“Yo creo que es un debate que hay que dar a nivel social. Los hijos no tenemos que estar impedidos de poder declarar en contra de nuestros padres, en términos generales, no solo en las causas de lesa humanidad. Con esta ola verde que estamos viviendo a nivel internacional, todas estas cosas tienen que ser revisadas. Son cosas que vienen por mandatos y con condicionamientos sociales, mandatos religiosos, que tienen que ver con estructuras jerárquicas que lo que buscan es que una no hable en pos de determinados intereses. En ese sentido, el testimonio de Pablo hoy marca un hito, para quienes tenemos un vínculo filiatorio con genocidas pero también un hito a nivel social en relación a poder ir resquebrajando estos mandatos”, dijo Analía Kalinec, hija de un condenado a perpetua por crímenes de lesa humanidad,

Benjamín Ávila, conocido por ser el director de la película Infancia Clandestina, contó en su testimonio la dolorosa historia de pérdidas y desmembramiento familiar. Los secuestros de su mamá, Sara Zermoglio, y el de su pareja, Horacio Mendizábal. Lo que más conmovió, sin dudas, fue el relato de la separación con sus hermanos, Martín y Diego, con quienes reconstruye una relación que nunca debió ser rota. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: luego de la declaración, Ávila sostiene la foto de su madre y abraza a su pareja. Los más jóvenes son sus dos hijos. Están también sus hermanos. A la derecha su tía, Diana Zermoglio. Sobre la foto de su madre, una amiga, y la segunda de la izquierda es la madre de sus hijos. (Fabiana Montenegro/DDJ)Colaboración: Valentina Maccarone/Agustina Sandoval “El lema de los organismos de derechos humanos es Memoria, Verdad y Justicia. La memoria es colectiva, la hacemos entre todos. La justicia es de la que es responsable el Poder Judicial. Pero la verdad es la que siempre falta. Y quienes la saben, tienen el lugar para decirlo y no lo hacen. Reconstruir la pacificación de la Argentina significa que aquellos que saben la verdad, tengan el coraje de asumirse responsables y decirnos: dónde están nuestros padres, dónde están los desaparecidos, porque la verdad es que nosotros, los hijos, los familiares, las madres, las abuelas, si hicimos algo fue respetar a la justicia. Y si hicimos algo fue no tomar revancha personal. Hemos dado todos los indicios para saber que queremos la pacificación de la Argentina. Los que evidentemente saben la verdad… y lo que necesitamos nosotros desde lo personal y familiar, es que hablen y que digan dónde están nuestros familiares y qué pasó con ellos”.Ese es el final. Benjamín Ávila acaba de terminar su testimonio, uno de los más esperados y angustiantes de este juicio. Su historia de “niño de la Contraofensiva” se difundió a través de la película Infancia Clandestina, que él mismo dirigió. Ya, en ese cierre, se nota que no lo es, pero durante buena parte de su denso relato, interrumpido varias veces por el llanto y la angustia, parece que fuera aquel niño otra vez. Aunque algunas diferencias son notorias: sabe, entiende y habla más. Aun así, su adultez, ya casi pisando los 50, no lo exime de desconocer demasiado. Entonces pide, con tono sereno y nada exigente, saber toda la verdad. Pero ese es el final. Ojalá su vida, la de sus hermanos Martín y Diego, la de su mamá Charo, la de su papá de crianza Horacio Mendizábal, fuera apenas una buena película, de la que pudiéramos decir que el guionista ha exagerado, desvirtuando la realidad. Ese fue el final. *** Benjamín Ávila dio un testimonio que conmovió a la mayor parte de la audiencia en la sala. (Foto: Fabiana Montenegro/DDJ) Benjamín ingresa a la sala de audiencias con su campera en la mano. Afuera las nubes oscurecen la tarde y cae una tímida lluvia,  insoportable. Tiene una camisa de jean celeste, desabotonada, que deja ver la pancarta colgada en el pecho. La imagen es la de su mamá: Sara Charo Zermoglio. Se la ve con su rostro divino, dibujada casi con perfección. Estática en el blanco y negro de una vida aplastada por el genocidio.Cuando la fiscal Gabriela Sosti da inicio a su relato a través de una presentación, lo pone como centro de la dramática historia. Es el hijo de Charo, desaparecida, pero también es él, el Benjamín niño, secuestrado. —Buenas tardes Benjamín. Bueno, yo tengo presente que vos fuiste víctima de secuestro durante la última dictadura cívico militar y no solamente vos, sino otros miembros de tu familia, particularmente tu mamá. Así que te voy a pedir si por favor le podés relatar al tribunal las circunstancias de ese tiempo, en qué consistía la militancia de tu madre, la persecución y cómo suceden los distintos secuestros —da pie Sosti. ¿Por dónde arranco?, habrá pensado en los días previos Benjamín, mientras tosía, acostumbrado a que su cuerpo se queje ante una cita como esta. —Mi madre era militante de Montoneros, y nosotros estábamos exiliados en Cuba desde el año ’77. Hasta el ‘79 estuvimos exiliados ahí. Y en el principio del ‘79, aproximadamente, por algunos hechos que vivimos, podemos deducir que ya en abril estábamos en Argentina. En ese momento yo tenía 7 años. Perdón, en realidad tenía 6 años, cumplo 7 acá en Argentina. Mi mamá tenía 26. También estaba Martín Mendizábal, que es el hijo de Horacio; y Diego, que es mi hermano en común con Martín. La ensalada familiar merece repaso. Ojalá hubiera quedado simplemente en eso, en un ensamble familiar que habilitara alguna confusión de vez en cuando. Benjamín es hijo de Sara Charo Zermoglio y José Pepe Ávila, pronto se separaron. Charo estuvo luego en pareja con Guillermo Ernst Miliki, militante de la Columna Norte de Montoneros en Tucumán, donde lo asesinaron. En esa secuencia de años, contada rápidamente como si los amores fueran tan sencillos, Sara y Horacio Mendizábal se enamoraron. Comenzaron a convivir. Ella tenía a Benjamín y él a Martín. Luego, juntos, le dieron vida a Diego. Retoma Benjamín. “En la clandestinidad conoce a Horacio Mendizábal y comienzan un vínculo, una relación muy fuerte. A partir de ese momento estuvimos clandestinos; yo estuve con ellos y con Martín. En un momento del ‘77 nos exiliamos, no sé exactamente la razón por la cual decidimos irnos, no tengo memoria de eso, tenía 4 años en ese momento. Pero nos vamos a Brasil y estamos un mes. De ahí vamos a México y de México, yo y mi mamá nos vamos a Cuba, recuerdo esa noche perfecto”, dice, y se adivina que está viendo las imágenes de aquel viaje nocturno. “Martín y Horacio se quedan en México un tiempo y tiempo después van a Cuba, y a partir de ese momento que estamos todos en Cuba, convivimos y vivimos en un edificio frente al mar de La Habana.

En una jornada extensa, se escucharon tres testimonios que cerraron la historia de lucha y posterior persecución de las Ligas Agrarias. Remo Vénica, Carlos Cremona y Oscar Mathot, repasaron la organización campesina desde su nacimiento hasta la disolución por la represión que sufrieron antes y durante la Contraofensiva. También declaró Oscar Mansilla, testigo ocular del secuestro de Ángela Alicia Salamone. Luego, el estremecedor testimonio del cineasta Benjamín Ávila, director de Infancia Clandestina. El cierre fue con Hugo Fucek, que participó de la Contraofensiva en la Guardería de La Habana, donde era la Tía Porota. (Por Gustavo Molfino/Fabiana Montenegro/Julieta Colomer y Hernán Cardinale para El Diario del Juicio*)  Foto de portada: En el centro, Benjamín Ávila, junto a Diego Mendizábal, su hermano, y Martín Mendizábal, hermano de crianza. Los imputado durante el poco rato que permanecen en el juicio. Con campera marrón y jean, Cinto Courtaux, el único preso en cárcel común. Hoy la Cámara le denegó el pedido para acceder a la domiciliaria como el resto de sus compañeros deandanzas. Cuando lo detuvieron, tenía en su billetera una foto del abogado querellante Pablo Llonto (Gustavo Molfino/DDJ) Cada vez que entran, cada vez que salen, las fotos de los y las que no están les acompañan a cada paso. A veces miran, otrasagachan la cabeza. (Gustavo Molfino/DDJ) Miradas juveniles, portadoras de sueños incompletos, interpelan a quienes nada dicen sobre ellos.  Carlos Cremona, dirigente de las Ligas Agrarias, abrió la jornada de testimoniales. Contó, entre otras cosas, cómo fue lasupervivencia en la selva hasta que pudieron salir del país. (Gustavo Molfino/DDJ) Cremona responde a las consultas de la fiscal Sosti. De fondo, abogados de imputados. Esta vez también participó unaabogada mujer, lo que no es tan habitual. (Gustavo Molfino/DDJ) A la hora de las preguntas de la parte defensora, Cremona se mostró tranquilo y seguro. Cuando le consultaron a qué fueron aBeirut dijo: “hay muchos palestinos ahí, ¿qué mejor que un pueblo en lucha por su tierra para aprender a luchar por nuestratierra?  Una de las personas más nombradas en otros testimonios: Remo Vénica era parte de las Ligas Agrarias. También estuvoescondido en el monte, donde su compañera, Irmina Kleimer dio a luz. (Gustavo Molfino/DDJ) Vénica dio un testimonio con sus modos apasionados, utilizando gestos ampulosos y con su voz en alto. Al finalizar, entre los abrazos, apareció Daniel Benítez, el hermano de Jorge Oscar Benítez, desaparecido en marzo de 1980. El último testimonio sobre la persecución al campesinado fue de Oscar Mathot. Aportó algunos documentos, como este quetrajeron en 1980 para retomar el diálogo con la gente durante la Contraofensiva. (Gustavo Molfino/DDJ) También aportó una foto de integrantes de las Ligas encontrándose en el exilio, antes de volverpara la Contraofensiva. (Hernán Cardinale/DDJ) De izq. a der. los jueces De Korvez, Rodríguez Eggers y Mancini observando los documentos aportados por Mathot.(Gustavo Molfino/DDJ) Mathot observa la foto con sus compañeros y se mete en ella a través de su relato. Pablo Llonto, abogado de la querella mayoritaria, en una jornada de gran intensidad. (Gustavo Molfino/DDJ) Hugo Mansilla fue testigo ocular del secuestro de Ángela Salamone en la frontera y de cómo la utilizaron luego para quecayera Daniel Santilli en Córdoba. (Fabiana Montenegro/DDJ) El momento más apabullante de la extensa jornada fue cuando Benjamín Ávila contó su historia y la de su familia. Casi queno quedó nadie en la sala sin derramar lágrimas. Su madre, Sara Zermoglio desapareció cuando él tenía 7 años. (Fabiana Montenegro/DDJ) Martín Mendizábal, hijo de Susana Solimano y Horacio Mendizábal, escuchó el relato de su hermano mirando sus propias manosla mayor parte del tiempo, casi inmóvil. (Fabiana Montenegro/DDJ) Ávila debió interrumpir varias veces su intervención. En otras, como aquí, se jactó de recordar lugares a la perfección, asícomo Martín recuerda nombres. (Fabiana Montenegro/DDJ) En el centro Benjamín Ávila con la foto de Charo. de izq. a der. Simón (hijo), Lorena Muñoz (madre de sus hijos), Martín (hermano de crianza), Claudia Olrog (amiga de Charo), Antonio (hijo), Alba (su pareja actual), Diego Mendizábal (hermano), Diana Zermoglio (hermana de Charo) (Foto: Fabiana Montenegro/DDJ) El cierre de la jornada estuvo a cargo de Hugo Fucek, que participó de la Contraofensiva desde La Habana, cuidando a los y las niñas que quedaron en la Guardería. Desde ese tiempo lo recuerdan por el personaje de la Tía Porota, con el que alegrabaa quienes esperaban allí el regreso de sus padres. (Fabiana Montenegro/DDJ) *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com

Mario Álvarez era, en septiembre de 1979, mozo de un bar de Munro. Vio el momento en el que una patota del Ejército se llevaba a Horacio Mendizábal, que había ido allí para encontrarse con Armando Croatto, que también cayó minutos después. (Por Fabiana Montenegro para El Diario del Juicio*)Ilustración de tapa: Antonella di Vruno—¿Qué haces, Julio, no trabajás más? –le preguntó Álvarez a su compañero al ver que salía del bar sin el saco.—No, el viejo (como llamaban al dueño) me pidió el saco porque iba a probar un mozo –le contestó Julio.Álvarez, que hacía unos días había renunciado, estaba ahí para cobrar lo que le adeudaban. Entró por el pasillo de atrás del lugar, que lo llevaba al bar. Habrá avanzado unos metros cuando vio, en medio de un tumulto, cómo sacaban a un hombre que estaba sentado en una de las mesas, casi a la salida. Uno de los que intervenía forcejeando para llevárselo era el que supuestamente estaban probando como mozo. Álvarez podría haber pensado que se trataba de un borracho, si no fuera por los gritos de “corransé, Ejército, Argentino, salgan de acá”. Segundos después, se oyó una explosión. Entonces, no tuvo dudas: se trataba de un operativo.El que relata en la séptima audiencia frente al Tribunal es Mario Álvarez, testigo presencial de los hechos ocurridos aquel 17 de septiembre de 1979 cuando cayeron en una emboscada, en el Bar La Barra de Munro, Armado Croatto y Horacio Mendizábal.“A esta persona –continúa Álvarez— se la llevaron de manera violenta por la puerta lateral, por donde iba a intentar ingresar el otro. El ruido de la explosión –supo después por los comentarios— era de una granada. Y se le atribuía a la persona que, luego de estacionar el auto en la precaria cochera de la Ciudad Comercial Canguro, donde se hallaba el bar, intentó ingresar al local. Pero al escuchar la orden de detención, reaccionó lanzando el explosivo y corrió hacia la calle Drago. Estas personas armadas, de civil, lo persiguieron a los tiros”. Todo ocurrió rápido, con la velocidad de las balas. Lo siguiente fue el charco de sangre que quedó en la vereda de la calle Drago.Lo demás fueron comentarios que le hicieron, aclara Álvarez. “Al otro día, o al siguiente, yo tenía la costumbre de leer Clarín. Ahí mencionaban el tema de un muerto, y hablaban de Mendizábal. Años después, rememorando este hecho con un compañero,  me dijo que el otro muerto era Croatto”.—¿Usted vio alguno de los dos muertos? –le pregunta el juez Rodríguez Eggers.—No. Yo vi que sacaron a una persona.—¿Y se acuerda si era alguno de los dos? ¿O asoció después con el tiempo?—Por los relatos, casi no tengo dudas de quién era quién –afirma Álvarez—. Porque además una de las cosas que decían era que el que bajó del auto estaba gordito porque casi no podía correr. Después, cuando conocí a Virginia –la hija de Armando Croatto—, sin que yo le dijera esto, me dijo: “y, mi viejo estaba gordo”.—El que sacaron, ¿quién era? —Rodríguez Eggers insiste para que quede claro.—El que sacaron, a mi entender, era Mendizábal. Un falso enfrentamientoPara Virginia Croatto –que declaró en la segunda audiencia— se trató claramente de una emboscada. “Por el rango que ocupaban dentro de la organización, ellos no tenían contacto directo: el contacto era José María Luján Vich (el Pelado Luján), que había sido secuestrado y llevado a Campo de Mayo (y estaba bajo tortura en ese momento). A Croatto, su padre, y a Mendizábal los juntó el ejército con la idea de fabricar un enfrentamiento para justificar su accionar frente a la Comisión Interamericana de Derechos humanos (CIDH). Para la dictadura era importante encontrar a Croatto, pero más a Mendizábal que, por su jerarquía, era más requerido”, afirmó entonces. Mendizábal era parte de la conducción de Montoneros.El testimonio que ahora brinda Mario Álvarez como testigo del hecho permite reconstruir los detalles de esa cita en el bar de Munro entre los dos referentes de la organización. Una cita sospechosa porque ya la habían cambiado en dos oportunidades. Pero Croatto fue igual porque pensó que algo había que hacer por los amigos de la familia que habían desaparecido días antes: Regino Adolfo González (Gerardo), su mujer María Consuelo Blanco, y sus tres hijas pequeñas. Álvarez aporta además otro dato significativo. Según su relato, ese día, no pudo ver nada más porque las personas armadas de civil impidieron que ingresara. Él y otros compañeros se refugiaron en una parrilla que estaba en la parte de atrás del predio. Y finalmente se fueron sin cobrar. Pero al día siguiente, cuando volvió, Julio le comentó que la noche anterior lo habían citado a declarar. Álvarez no tiene el registro exacto en su memoria, pero entiende que era en la Comisaría de Boulogne. “Me mostraron un muerto con un tiro en la cabeza –recuerda Álvarez que le dijo, sorprendido, Julio— . Y tenía que declarar que esa era la persona que había intentado escapar y tirotearon. Pero no, esa era la persona que estaba tomando café. Julio cuando salió del bar lo había visto sentado”. El dibujo de Álvarez y el índice aclaratorio del juez Rodríguez Eggers. (Foto: Luis Angió/DDJ) El Bar La barraCasi 40 años después, Álvarez dibuja frente al Tribunal y los abogados y abogadas, el lugar elegido por los militares para fraguar el enfrentamiento. Ante la ausencia de una pizarra, en lugar de pararse a dibujar y que lo vemos todos y todas en la sala, las partes se acercan y lo rodean mientras él afina la pluma de su memoria y la vuelca al papel, sentado en su silla de testigo. Entre mediados de agosto y septiembre de 1979, Álvarez trabajó como mozo en el bar La Barra, dentro de lo que se conocía como Ciudad Comercial Canguro, en Munro. El lugar era un antiguo mercado que habían arreglado, con filas de locales comerciales en el centro; hoy podríamos decir una especie de shopping. La zona tenía una urbanización poco relevante: