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Julio César Genoud


El hecho destacado de esta jornada fue que Marcelo Cinto Courtaux, uno de los imputados, decidió quedarse a presenciar toda la audiencia. Entre los testimonios, se destacó el de Víctor Melchor Basterra, de las pocas personas que alcanzó a ver a un con vida a varias de las víctimas de la represión a la Contraofensiva que están desaparecidas. También declararon el sobreviviente Enrique Ghezan; el nieto recuperado Carlos Goya Martínez Aranda; su medio hermano, Juan Manuel Goya; y Daniel Genoud. (Por El Diario del Juicio*) 📷 Fotos  👉  Fabiana Montengro  👉 María Eugenia Otero  👉 Fernando Tebele📝 Textos  👉  Fernando Tebele💻 Edición  👉  Martina Noailles☝ Foto de portada: Cinto Courtaux, el único imputado que está preso en cárcel común porque estuvo prófugo cerca de tres años, decidió quedarse durante toda la audiencia. Si bien la presunción que rondó como rumor en la sala fue que el motivo de la sorpresiva decisión podría ser la presencia de Víctor Basterra, la realidad es que se desconoce por qué lo hizo. Por primera vez en treinta audiencias, un imputado elige no aprovechar el beneficio que les otorga el tribunal: retirarse apenas comienza la audiencia. Esta fotografía fue tomada durante un cuarto intermedio, dentro de la sala. Cuando se reanudó la audiencia, el defensor Lisandro Sevillano, mostró cierta molestia por la fotografía: “es un hecho que me pone incómodo, no por él (por su defendido), sino por mí. En el cuarto intermedio estábamos charlando sobre el proceso y se me acercan y me sacan la foto. Yo me ofrezco a que si alguien desea hacerme una foto, me lo pida. Reconozco que hay un hecho periodístico y el valor que hace a la noble tarea que se realiza, pero siempre con el respeto de una cuestión que puede ser privada”. El presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, luego de pedirle disculpas a Basterra, que permanecía sentado y esperando para dar su testimonio, le dijo: “Más allá de rogarles a los periodistas que se pueda cumplir lo que comparto dice el señor defensor, dentro de los parámetros lógicos del trabajo, pero también tengo que destacar que más allá de esta foto, no ha habido ninguna otra situación que me permita adoptar otro temperamento”. La fiscal Gabriela Sosti, por su parte, opinó: “Si el defensor en todo caso quiere tener un espacio, que lo solicite y se le conceda un espacio privado”.La foto del imputado y su defensor fue tomada en el lugar donde se desarrollan las audiencias. Allí había mucha más gente, incluso partes actuantes en el juicio. A través de sus notas y de sus imágenes, El Diario del Juicio busca difundir y visibilizar las audiencias de este debate oral histórico, acercando toda la información posible a quienes no pueden estar presentes. El carácter del juicio es público. ☝ Fue uno de los jefes de los sectores de inteligencia dependientes del Batallón de Inteligencia 601 del Ejército que participaron de los secuestros, torturas, desapariciones y asesinatos de los y las militantes que participaron de la Contraofensiva de Montoneros. Cada vez que llega, el personal del Servicio Penitenciario que cuida con recelo que no se le tomen fotografías, le quita las esposas, y se las vuelve a colocar antes de que se retire. En esta jornada, eso ocurrió recién al finalizar la audiencia.  📷 Fernando Tebele/El Diario del Juicio ☝ Marcelo Cinto Courtaux fue capturado en mayo de 2017 luego de haber permanecido cerca de tres años prófugo. Cuando lo atraparon, le hallaron entre sus pertenencias recortes periodísticos con una reseña de la labor del abogado querellante en este juicio, Pablo Llonto.  📷 Fabiana Montenegro/El Diario del Juicio ☝ El primer turno fue para el nieto recuperado 92, Carlos Goya Martínez Aranda, que declaró por su padre, Francisco Goya. El testigo narró toda su historia de apropiación, y cómo fue recuperando su identidad. Se refirió a “Las abuelitas” durante todo su testimonio. Fue apropiado por un oficial de inteligencia. “Me dijeron que había una lista de espera para anotarnos como hijos propios”.  📷 Fabiana Montenegro/El Diario del Juicio ☝ “A mí me bautizan en España, con el capellán de Montoneros, que también está desaparecido, el Cura Jorge Adur. Y luego, en Mendoza, mis apropiadores me vuelven a bautizar, pero con el capellán del Ejército”, contó Carlos Goya Martínez Aranda. Su madre era mexicana, se llamaba María Lourdes Martínez Aranda. “Cuando me dieron los resultados tenía vergûenza de ser hijo de Montoneros. Me había criado en la vereda de enfrente. Venía de la escuela de que los derechos humanos eran un curro, pero en 2014 quise conocer a mi abuelita y no tenía plata. Entonces escribí a Abuelas y ellas me ayudaron. Cuando eso pasó fui a agradecerles, y no les puedo contar la alegría con la que me recibieron”. 📷 María Eugenia Otero/El Diario del Juicio ☝ Mientras el nieto recuperado relataba su bautismo en España, una foto del cura Adur colgaba de la baranda apenas a pasos de Carlos Goya Martínez Aranda. El cura fue secuestrado cuando viajaba desde Argentina hacia Brasil.  📷 María Eugenia Otero/El Diario del Juicio ☝ El segundo turno fue para Enrique Ghezan. Dos audiencias atrás había declarado su esposa en aquel entonces, Isabel Fernández Blanco. Ambos, cuanda estaban en libertad vigilada (o en prisión morigerada) en Tandil, les llevaron a dos niños que, sabrían después, eran los hijos de dos militantes de la Contraofensiva de Montoneros: Miguel Angel De Lillio y Mirtha Haydeé Milabara. 📷 Fabiana Montenegro/El Diario del Juicio ☝ Luego aportó su testimonio Juan Manuel Goya, hermano del primer testigo e hijo de Francisco Goya. “Les pido como hombre que sean capaces de entregar la información”, dijo en referencia a los imputados. A través de informes de inteligencia sumados a la causa, se enteró de algunas de las torturas a las que fue sometido su padre. “Dice que lo golpearon de pies y manos y lo golpearon hasta la muerte. Esa cobardía de atarlo para pegarle… No la entiendo”, expresó.  📷 Fabiana Montenegro/El Diario del Juicio ☝ El cuarto testimonio fue para Daniel, uno de los hermanos de Julio César Genoud. “Él es convocado a la Contraofensiva a través de (Mario) Montoto. Claudia (otra de

El testimonio de Victoria del Monte se sumó al de las hijas e hijos que pasaron por la Guardería de La Habana. En su caso, la acción genocida le arrebató a su papá, Raúl del Monte, en 1976; y a su mamá Mariana Guangiroli y a su “segundo padre”, Julio César Genoud, ya en el marco de la represión a la Contraofensiva, en 1980. Victoria vino especialmente desde Brasil junto a su abuelo, Hugo Guangiroli. Ambos participaron del juicio, una instancia que suele ser sanadora. Al día siguiente, dejaron en la Biblioteca Nacional las cartas que su madre le envió a su abuelo, y Victoria dejó su muestra de sangre en el EAAF, a la espera de encontrar el cuerpo de su madre, que permanece desaparecida. En esta crónica, compartimos su testimonio, desgarrador y emocionante a la vez. (Por El Diario del Juicio*)  📝Texto 👉 Fernando Tebele ☝ Foto de Portada  👉 Victoria del Monte abrazada por Estela Ceresetto (en el centro) y Susana Brardinelli. Las dos la tuvieron a cargo cuando Victoria estuvo en la Guardería de La Habana.  📷 Fotos 👉 Gustavo Molfino/El Diario del Juicio💻 Edición  👉 Martina Noailles A Victoria del Monte se le nota la tensión del momento en la rigidez de su rostro. Entra a la sala de audiencias con sus músculos faciales entumecidos. Se sienta y se quita un chaleco primaveral que apoya en el respaldo de la silla mientras jura que dirá la verdad. -¿Tiene algún interés especial en la causa? -pregunta formalmente el presidente del tribunal, Rodríguez Eggers.-Sí, claro -responde con seguridad-. Que se haga justicia y saber la verdad de lo que pasó con mi mamá.-Buen día, ¿cómo estás? -le consulta para comenzar la fiscal Sosti.-Un poco emocionada -asegura con la voz tambaleante. Enseguida se presenta. Dice que es Victoria del Monte, y que está allí por su mamá, Lía Mariana Ercilia Guangiroli. En la jornada 19 de este juicio ya hubo dos testimonios sobre Mariana: el de su mamá, Lía Martínez, y el de su hermana Solana Guangiroli. Sin embargo, el testimonio de su hija Victoria y el que vendrá luego, en la voz de Hugo, su papá, encarnan una suerte de Lado B del mismo dolor. La desaparición de Mariana en el marco de la Contraofensiva, probablemente haya profundizado las distancias entre las dos partes de la familia: por un lado, la madre y el resto de los hijos e hijas permaneciendo en el país. Por otro, Hugo y la pequeña Victoria reconstruyendo sus vidas en Brasil. Nada diferente a los problemas de otras familias, pero a la vez es sencillo darse cuenta de que el genocidio los profundizó. Son las diez y media cuando Victoria empieza a calmar su ansiedad, apenas rociada minutos antes con un café en el bar de la esquina, que suele ser lugar de previa para asistentes tempraneras/os. “Ella está desaparecida desde el 27 de febrero de 1980 por el accionar de las personas que están imputadas en esta causa. Fue llevada a Campo de Mayo. Eso lo supe por la declaración de Silvia Tolchinsky, en la que menciona que ella sabe que Julio César Genoud y su compañera, mi mamá, estaban secuestrados en Campo de Mayo”, dice de movida y aclara: “Yo era muy chiquita. Nací en febrero de 1976. Pude reconstruir a través del relato de mi abuelo (me crié con él en Brasil) y luego con el relato de los compañeros de mi mamá a los que fui viendo a lo largo de mi vida. Ahí pude ir armando un rompecabezas sobre lo que sucedió. También están las fotos y las cartas de mi mamá. Y mis recuerdos. Con todo eso armé esta historia”. El primer papá “Cuando yo nací ella tenía 17 años recién cumplidos. Mi papá se llamaba Raúl Héctor del Monte. Lo conocían como ‘El Pájaro’. Ellos eran de Mar del Plata, yo nací ahí. Mi papá desaparece en diciembre del ’76. Todos creían que lo habían asesinado porque fue lo que se dio a conocer en el Diario El Atlántico en una nota en la que decían eso. Yo supe, por un compañero que me contó, que mi papá estuvo en La Cueva. En el juicio (en Mar del Plata), un testigo narró haber estado con él ahí…”. Se produce un largo silencio, que se interrumpe sólo por los esfuerzos por manejar la congoja. Le preguntan si quiere parar. “No, no. Todo bien. Voy a llorar, es natural… Muchas gracias”, dice. El momento del ahogo en la angustia es un anticipo de aquello que Victoria tiene como señal solidaria de su padre con ausencia forzada. Si nadie quisiera estar en los zapatos de una persona secuestrada y torturada, siempre puede ver alguna excepción. “Un testigo narró haber estado con él en La Cueva. Yo siempre supe que mi papá era una muy buena persona y solidaria, porque todo el mundo me lo decía. El testigo contó que tenía mucho frío y no tenía zapatos, y mi papá se sacó sus zapatos y se los dio. Él sobrevivió y dice que tiene los zapatos guardados. Ese gesto de solidaridad retrata cómo eran mis padres y por qué hicieron todo lo que hicieron. Querían un mundo mejor para todos”. Victoria tiene sobre la mesa un papel con apuntes manuscritos. Fija su vista allí. Parece que lee, pero en realidad busca seguridad en ese punteo que hizo anoche, cuando entendió definitivamente que le iba a costar dormir. Cuenta que su abuelo se fue a vivir a Brasil, advertido por “Pájaro” del peligro. Ella se quedó con su madre, que también decidió salir del país, pero ya cuando ocurrió el secuestro de del Monte. Se fueron a México. El segundo papá Con cierto desorden, Victoria salta en el tiempo para abrazar la felicidad de su madre cuando se casó con Julio César Genoud en España. “Fue en julio del ’79. Cuenta mi abuelo que mi mamá le escribió avisándole que se iban a casar y él viajó a España. Yo tengo recuerdos, imágenes, de haber estado con mi abuelo en

Solana Guangiroli y Lía Martínez dieron testimonio por Mariana Guangiroli. La madre y la hermana de la militante, reconstruyeron sus padecimientos. Una vez más, las cartas de quienes están desaparecidos/as ocuparon un rol importante. El derrotero de una familia rota por el genocidio, que soportó las dificultades que implicó la superviviencia en el país, después de la desaparición de un familiar. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Foto de portada: Mariana Guangiroli con su hermana Solana.Colaboración especial: Valentina Maccarone y Diana ZermoglioFotos: Gustavo MolfinoIlustración: Antonella di Vruno Cuando Solana María Lía Guangiroli camina hacia la silla desde la que será escuchado su testimonio, pasa de largo un cartel pegado en una de las columnas de la sala: Por favor mantener el silencio. No lo ve. Da para pensar que si lo hubiera visto, hubiese ensayado una sonrisa irónica; pero no lo ve. Si hay algo que Solana vino a hacer a este juicio, es a hablar con libertad, sin temor, con emoción, de su hermana, Lía Mariana Ercilia Guangiroli. Solana es la hermana menor de los cinco hijos del matrimonio entre Hugo Guangiroli y Lía Emma Martínez, quien declarará inmediatamente después. Mariana militó en Montoneros desde muy joven y tenía 13 años cuando nació su hermanita. Poco tiempo después, dos circunstancias las distanciarían: primero la separación de Hugo y Lía; después, el exilio de Mariana, su secuestro y desaparición. “Mi hermana era militante montonera y toda mi vivencia tiene que ver con mis recuerdos y momentos clave que fueron una bisagra en mi memoria. Cuando yo tengo uso de memoria ella ya no vivía en casa. Se fue a vivir con mi papá cuando se separaron. Ya era militante montonera. Nosotros vivíamos en Mar del Plata. Tuvimos problemas en el ’76 y nos fuimos a vivir a Mendoza”. Ya en el comienzo de su testimonio, apura información que luego profundizará mientras le vayan preguntando Pablo Llonto, el abogado de la querella, y el juez Esteban Rodríguez Eggers.De jeans celeste, y campera de nylon que se sacará rápidamente, lleva una foto colgando del pecho. Desde el color de los ‘70, Mariana Guangiroli sonríe con frescura mientras abraza a su pequeña Victoria. *** La mamá de Mariana repasó todos los padecimientos familiares antes y después de su secuestro. (Antonella di Vruno) Por debajo de su campera de lana blanca asoma el frío de la pérdida. Pasaron poco más de 40 años desde el secuestro y la desaparición de su hija Mariana, ocurrido en febrero de 1980, durante una secuencia que culminó con las vidas de 18 militantes montoneros que se habían sumado a la Contraofensiva. Emma Lía Martínez tiene el pelo largo y revuelto como aquellos años. Unos anteojos grandotes, rojos, que potencian su rostro. El testimonio de Solana abrió paso a la historia de Mariana, pero ahora es la madre de ambas la que reconstruye. “Mi hija Mariana comenzó a militar cuando estaba en el colegio secundario, en el centro de estudiantes. Muy chica, porque tenía 14 años cuando comenzó con esta tarea. De alguna manera a la familia siempre la mantuvo al margen, no quería hablar de lo que estaba haciendo. Se casó muy joven, a los 16 años”, cuenta en el arranque. El primer amor de Mariana fue “Pájaro”, Raúl Del Monte, secuestrado en diciembre de 1976. Tuvieron una hija, Victoria, que para la Contraofensiva se quedaría en la Guardería de La Habana. “Hablábamos de cualquier cosa menos de la militancia -sigue la madre-. Ella decía que era para cuidar a su familia. Yo soy psicóloga y trabajaba en la Facultad de Humanidades. En el año ‘75 trabajaba tiempo completo, estaba en tres cátedras como docente y en el Departamento de Orientación Vocacional. Me fueron cercenando los cargos. El papá de Mariana, del cual yo me había divorciado, era decano de la facultad y también militaba. De alguna manera, en el año ‘76 yo quedé afuera de la universidad”. El panorama laboral, la desaparición de Del Monte y el consecuente pedido de Mariana para que abandonaran Mar del Plata, empujó a Lía hacia Mendoza con sus hijos e hijas. “(Mariana) me cita en un café y me pide por favor que me vaya, que no podíamos estar más en Mar del Plata porque corríamos serio peligro. En ese momento yo estaba en pareja, estaba sin trabajo y me era totalmente imposible pensar de irme a algún lado, ¿adónde iba a ir? El único lugar donde entramos fue en la casa de mi vieja, en Mendoza. De un día para otro, con lo puesto, yo partí con mis tres hijos más chicos, de 13, 5 y 2 años. Me fui en micro con ellos, y mis dos hijos de 15 años (mellizos) viajaron por separado: uno en tren y otro en micro. O sea, tuvimos que salir todos desparramados porque corríamos serio peligro. En Mar del Plata se queda mi pareja de ese momento, el papá de mi hijo más chico, preparando la mudanza. Nos fuimos un viernes, el sábado allanaron la casa donde vivíamos. Mi marido les dijo que él era de la mudanza, que no conocía a la familia, que sabía solamente que tenía que ir a Mendoza a llevar las cosas para esta familia. Le pidieron la dirección de adónde íbamos a ir a vivir. Llegamos el día sábado a Mendoza. Ese mismo dia, por la noche, un amigo de mi hermano, quien también vivía en Mendoza y trabajaba en la Policía Federal, llamó a mi hermana para decirle: ‘la casa de tu vieja está vigilada, llegó la orden de Buenos Aires porque es una casa donde posiblemente vivan terroristas’. Así vivimos desde el ‘76 hasta el ‘79, con vigilancia”. *** Solana tiene marcados en la piel los cuidados y temores aprendidos en la difícil tarea de la supervivencia. “Después de eso recuerdo que debíamos tener mucho cuidado porque teníamos un auto que nos vigilaba en Mendoza. Vivíamos en la calle Besares, en Chacras de Coria. Había un auto que estaba estacionado en una esquina y