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Mauricio Amarilla


La cantante Lidia Borda fue testigo en el juicio. Lo hizo porque su madre fue pareja durante un año y medio de un integrante de una de las patotas de Campo de Mayo, en fecha coincidente con una etapa de la Contraofensiva. Borda aportó sus recuerdos de adolescente, entre los que se encuentra haber tenido en su propia casa un cenicero y un medallón que, todo indica, pertenecieron a Ricardo Marcos Zucker y Verónica Cabilla, secuestrados en la Terminal de Ómnibus de Retiro y desaparecidos luego de haber pasado por Campo de Mayo. (Por El Diario del Juicio*)  📝 Texto 👉 Fernando Tebele   💻 Edición  👉 Martina Noailles 📷 Fotos  👉  Julieta ColomerColaboración  👉 Diana Zermoglio  Un rumor poco frecuente recorre la sala mientras Lidia Borda ingresa para dar su testimonio. Tal vez sea por el reconocimiento que tiene como cantante. Quizá tenga que ver con que no se relaciona su figura con haber sufrido un trauma personal durante el genocidio. “No sabía que tenía algún familiar desaparecido”, murmura alguien con poco bagaje informativo acerca del juicio. Borda, en realidad, no está aquí porque sea una figura pública. Ni por lo que el genocidio le llevó. Más bien por lo que le trajo. Y eso queda en evidencia apenas comienzan las preguntas, cuando promete decir la verdad. —¿Dejó sus datos por secretaría? —consulta el presidente del tribunal, Rodríguez Eggers, como cada vez.—Sí.—¿Su nombre? —pregunta, como parte del cuestionario inicial.—Lidia Elba Sciarelo —responde Borda, sorprendiendo a más de una persona. Se produce allí un silencio, porque la secretaria del juzgado la había anunciado por su nombre artístico, por lo que Pablo Llonto, abogado querellante, pide que se tenga en cuenta que se la citó con su nombre artístico, y que se deje constancia de que su nombre real es otro. Nunca se sabe dónde clavarán sus uñas los imputados en alguno de sus intentos desesperados por quedar prendidos al muro alto de la impunidad. Lidia tal vez sienta un nerviosismo incomparable con el de cualquier escenario. Le costó acomodarse en la silla. Acaba de mirar varias veces hacia el público buscando a su hijo, que la acompaña. El joven estaba en la primera fila, pero lejos de su madre. Tras esa búsqueda casi desesperada, no duda en reubicarse y queda exactamente a sus espaldas. Lidia tiene el pelo atado, pero se lo suelta, como si desanudara algo más que su cabello antes de comenzar a contar su historia, que no es de las que habitualmente se hayan podido escuchar en este juicio. Sólo es comparable con el histórico aporte realizado por Pablo Verna, el hijo del genocida Julio Verna, quien aportó datos relevantes sobre el accionar de su padre. Lidia va a hablar de su convivencia con un militar de Campo de Mayo, quien fuera pareja de su madre durante un año y medio, coincidiendo en tiempo y espacio con una de las etapas de la Contraofensiva de Montoneros. “Neri Roberto Madrid, se llamaba”, arranca tras el pie que le da la fiscal Sosti. “Era pareja de mi madre, Nora Lidia Borda. Ellos eran vecinos, porque él se había mudado con su familia al lado de mi casa. Comenzaron una relación sentimental con mi mamá. Al poco tiempo él se vino a vivir a mi casa, en Moine y Bufano, en Bella Vista, muy cerca de la puerta 4 de Campo de Mayo”. Entre los recuerdos que tiene por haber habitado la zona, destaca que “circulaban todo el tiempo camiones. Yo tenía 13 años. Él era Sargento pero lo ascendieron a Sargento Primero de Caballería. Él trabajaba en Campo de Mayo”. Él, dice reiteradamente, y tratará de no nombrarlo salvo que se lo pregunten. A partir de ese instante, comienza a relatar detalles de un calvario que podría ser el de cualquier familia con un hombre violento en el hogar, pero en este caso con el agregado que tuvo, además, que fuera parte integrante de una de las patotas que operaba en Campo de Mayo. “Él contaba distintas escenas referidas a su trabajo. Alardeaba de su machismo. Dormía con un revólver debajo de la almohada. Era golpeador. Golpeaba muchísimo a mi mamá. A mí también”, señala Lidia, probablemente reviviendo el dolor de aquella etapa. Objetos aparecidos Si uno de los objetivos de la desaparición de los cuerpos tal vez haya sido borrar los rastros no sólo corporales de las personas secuestradas, cada objeto que aparece es una manera de fijar sus historias personales en la historia colectiva. En este juicio ya se han vuelto visibles cartas, cintas grabadas, mensajes sonoros, fotografías, dibujos. Y en esos objetos aparecidos probablemente se juegue un contrapeso de la desaparición, que, por supuesto, nunca alcanzará para emparejar la balanza y mucho menos para mitigar el dolor. La importancia del testimonio de Lidia Borda está por surgir de la mano de esos objetos. Un cenicero y un medallón son los vínculos que conectan la sufrida historia familiar de la cantante con la desaparición de militantes de la Contraofensiva. “Un día mi mamá me llamó y me mostró una serie de objetos. Bajó de un estante del placard de su habitación un cenicero. En aquella época había unos ceniceros de madera de unos 10 o 12 centímetros de alto. Era rústico con tallas de estilo indígena, como de artesanías. Ese cenicero tenía un fondo desmontable. Mi mamá lo desmontó y me mostró unos papeles que había ahí adentro. Lo que había era un documento de identidad con el nombre de Zucker. No recuerdo su nombre. Conocí su apodo en aquel momento, le decían Pato“, suelta de entrada, en alusión a Ricardo Pato Zucker. Enseguida aporta más datos: “El relato que mi madre me hizo es que él le contó que lo habían secuestrado en Retiro junto a una chica de 16 años”. Se refiere a Verónica Cabilla; su mamá, Ana María Ávalos, dio testimonio en este juicio. “Había otros objetos en casa. Un medallón oval de plata con un centro oval más pequeño, calado. Lo entregué a las Madres de Plaza de Mayo a través de Elvio Vitali, un

De los cuatro testimonios de la jornada, tres tuvieron que ver con la redada genocida contra la familia Amarilla/Molfino. El nieto recuperado Guillermo Amarilla Molfino; su hermano mayor, Mauricio, testigo con casi 5 años de edad del secuestro de su mamá y su tío, y a la vez también secuestrado por unos días; y Susana Hedman, la única mayor sobreviviente del operativo criminal, dieron cuenta de la secuencia genocida que tuvo como acto reparador la recuperación de la identidad en 2009 de Guillermo, a quién no buscaban, porque desconocían el embarazo de Marcela. Dolor, muerte y la esperanza de saber que la verdad siempre aparece, y que se es más feliz con ella. (Por Fernando Tebele para El Diario del Juicio*) Fotos: Gustavo Molfino/DDJ Ilustración de portada: Gustavo Molfino tomando fotografías durante el testimonio de su sobrino, Guillermo Amarilla Molfino (Antonella di Vruno/DDJ) El cierre de la campera de jean muerde hasta el último diente. Por encima caen los flecos de la bufanda multicolor. En una mano se lleva de nuevo consigo fotos y algunos documentos como su partida de nacimiento que dice, como único dato veraz, que nació en Campo de Mayo. También tiene una vieja agenda telefónica, con hojas amarronadas por el paso del tiempo, que le robó a su apropiador: “Esto es una agenda, muy muy larga. Esta agenda me la robé… Me robaron a mí, yo me puedo robar una agenda”, dijo. El público lo interrumpió con aplausos y risas cómplices que el tribunal esta vez no reprendió, quizá también valorando la ocurrencia, que no puede hacerle a nadie el daño que le hicieron a él y a su familia. La picardía de Guillermo Amarilla Molfino dejó en evidencia, en pocas palabras, el eje de su historia: el secuestro y la desaparición de su padre, Guillermo Amarilla, y de su madre, Marcela Molfino, más su posterior apropiación.Durante la misma mañana, un rato antes, dos testimonios presenciales de sus secuestros rearmaron aquella instancia dolorosa. *** Marcela Susana Hedman respondió segura cuando el presidente del tribunal, Esteban Rodríguez Eggers, le consultó si tenía algún interés especial en la causa: “Que se haga justicia”, dijo. “Militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP), en Chaco. Ahí conocí a Rubén Darío Amarilla, en las peñas, él cantaba folclore y muy bien. Ahí comenzamos una relación y también conozco a Marcela Molfino”, arrancó. “Estoy acá por el secuestro de mi familia: mi cuñada, mi cuñado, mi marido y los cinco niños que estaban con nosotros”. Se refería a la casa de Los Aromos 350 en San Antonio de Padua, que fue invadida por un nutrido grupo de hombres armados el 17 de octubre de 1979. Hedman fue la única que pudo escapar. Guillermo Amarilla -el padre del nieto recuperado y cuñado de Hedman- había sido secuestrado un rato antes porque había salido. El resto de las personas que habitaban la casa, incluyendo a los cinco hijos e hijas de las dos parejas, fueron secuestradas, aunque corrieron luego destinos diferentes.Hedman tiene un larguísimo pelo castaño claro que se apoya con comodidad sobre su espalda. Le dejó su campera abrigada a alguien por allí, por lo que su bufanda roja sobresalía entre sus ropas oscuras. También colgaba otro pañuelo de colores. Sus anteojos de armazón negro contrastan con su tez blanca. Recordó durante su testimonio parte de su militancia en Resistencia. Nombró a diferentes compañeros y compañeras. “Algunos están presentes en la sala, como Ana Testa”, señaló.“Mi compañero tenía un laboratorio fotográfico y lo que hacíamos era revelar los negativos que nos mandaban desde el exterior. Documentos de la organización o la revista Evita Montonera. Venían todas las fotografías sin revelar, entonces lo que hacía mi compañero era revelarlas y pasarlas a papel”, detalló acerca de las actividades que desarrollaban en la casa de San Antonio de Padua. “Vivíamos ahí con Rubén y mis dos hijos (Mariano y Valeria). Más o menos por marzo/abril (de 1979), llegaron Guillermo y Marcela con sus tres hijos (Mauricio, Joaquín e Ignacio). Creo que venían de España y Francia, y entraron para participar de la Contraofensiva”, precisó. Los niños/as tenían entre nueve meses y cinco años. 17 de octubre de 1979 —Bueno, ¿y qué pasó? —le consultó la fiscal Gabriela Sosti.—¿Vos querés saber sobre el día del secuestro? —constestó Hedman. Sabía que estaba allí sobre todo para narrar aquel día fatídico— Bueno. El 17 de octubre de 1979, a eso de las siete de la tarde, ya estaba bajando el sol. Mi cuñada (Marcela Molfino) y yo estábamos preocupadas porque no volvía Guillermo. Mi compañero estaba afuera haciendo trabajos de carpintería y los chicos jugando alrededor. En un momento viene Mauricio (no llegaba a los 5 años), que era el mayor, junto con mi hijo Mariano (4 años). Mauricio dice: “Mami, mami, hay unos tipos con pistolas”. Yo salgo afuera y mi compañero me dice “rajá”. En el fondo, en el muro, habíamos apilado escombros para en un caso de emergencia salir saltando el muro. Lo único que atino hacer es lo que él me ordena. Me dijó rajá y yo salí directamente al muro. Justo veo a un tipo asomado en el muro, que primero pensé que era un policía, pero me doy cuenta de que era mi vecino. Le pido ayuda y me ayuda a saltar el muro. Mientras yo corría y escuchaba tiros escucho: “bajen a esa, bajen a esa”. Lo último que veo antes de saltar es a mi cuñada yendo para la parte de adelante de la casa por el costado con Joaquín de la mano. Después de eso no veo más nada. Marcela Susana Hedman relató el operativo del que pudo escapar. El mayor de los niños Mientras Hedman le contaba al tribunal cómo su sobrino de casi 5 años, les advirtió de la presencia de militares armados afuera de la casa, Mauricio Amarilla esperaba en la sala contigua, que habitualmente se utiliza para que cuando la sala principal está completa más gente pueda seguir la audiencia a través de una pantalla. Esta vez

El eje de esta audiencia fue, otra vez, la familia Amarilla-Molfino. En este caso declararon Marcela Susana Hedman y los hermanos Mauricio Amarilla y Guillermo Amarilla Molfino. Hedman fue la compañera de Rubén Darío Amarilla, y consiguió huir del operativo en la casa de San Antonio de Padua donde fueron secuestrados Rubén Amarilla, Marcela Molfino y los cinco niños de entre nueve meses y cinco años de edad que se encontraban en la casa. Los niños/as sobrevivieron luego de haber permanecidos secuestrados varias semanas. Uno de ellos, Mauricio, hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Molfino, era el mayor y fue testigo presencial del operativo. Guillermo Amarilla Molfino, hermano de Mauricio y nieto recuperado, habló de su historia, la de sus padres desaparecidos y de sus apropiadores del Batallón de Inteligencia 601. Sus testimonios fueron muy emotivos y sirvieron para comprobar lo ocurrido el 17 de octubre de 1979. Guillermo Amarilla, secuestrado un rato antes en la calle, Marcela Molfino y Rubén Amarilla, permanecen desaparecidos. También declaró Haydeé Mabel Quiroga, hermana de Jorge Quiroga. (Por Gustavo Molfino para El Diario del Juicio*)  Foto de portada: Amarilla Molfino se va. En su mano derecha lleva, entre otras cosas, una agenda  telefónica que le robó a su apropiador: “Si me robaron a mí, cómo no voy a poder robar una agenda”, dijo. En su mano izquierda lleva hecha un bollo una foto donde se lo veía de niño junto a sus apropiadores. (Foto Gustavo Molfino/DDJ) La imagen repetida de cada jornada: cuando los genocidas entran y salen de la sala, el poco tiempo que permanecen en ella,son acompañados por las fotos en alto de las personas desaparecidas o asesinadas durante la Contraofensiva de Montoneros.(Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Haydeé Mabel Quiroga es la hermana de Jorge Quiroga, una de las víctimas de la represión a la Contraofensiva en 1979 y 1980.Fue el primer testimonio de la jornada, y también el más corto del juicio hasta aquí. En 15 minutos, contó lo querecordaba sobre la militancia de su hermano. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) El segundo turno fue para Marcela Susana Hedman. Fue la única habitante de la casa de San Antonio de Padua que pudosobrevivir. Lo hizo trepando un muro del fondo de la vivienda con la ayuda de un vecino. Los dos niños de Hedmansecuestrados allí, Mariano y Valeria, fueron luego devueltos a la familia. Susana se exilió y desde allí denunció el genocidio.(Foto: Gustavo Molfino/DDJ) El tercer turno lo ocupó Mauricio Amarilla. El hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Molfino (ambos desaparecidos), era uno de los cinco niños/as que fueron secuestrados el 17/10/80 en la casa de San Antonio de Padua. Su padre fue secuestrado  ese mismo día, pero en la calle, tras haberse despedido de él con la promesa de traerle sus obleas favoritas. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Amarilla realizó un croquis de la casa a la que fue llevado. Por la descripción que realizó, podría tratarse de la Brigrada femenina de la Policía bonaeranse en San Martín, a la que fueron conducidos, por lo menos, Martín Mendizábal y Mariana González. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Al finalizar la testimonial de Mauricio, su hermano Guillermo se acercó para darle el primer abraza. Minutos después,  Guillermo estaría ocupando el lugar del testigo, bajo la atenta mirada de Mauricio. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) El cierre fue para el nieto recuperado Guillermo Amarilla Molfino. Casi siempre con una sonrisa en su rostro, relató su apropación tras el nacimiento en la maternidad clandestina de Campo de Mayo. (Foto: Gustavo Molfino) En la primera fila asoma Diego, un amigo que permanece al lado de Guillermo desde aquella infancia robada. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Amarilla Molfino aportó fotos, papeles y agendas de su apropiador. Sobre la foto que seve debajo de su mano, en la que está, pequeño, junto a sus apropiadores, dijo que despuésde mostrarla al tribunal, la rompería, cosa que finalmente hizo.(Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Su testimonio, como el del resto, fueron seguidos con especial atención. Aquí Adriana Taboada, de la Comisión por la Memoria de Zona Norte. Más allá, Pablo Verna, hijo del genocida Julio Verna y que ya declaró en esta causa. En el centro su compañera, la cantautora Mariela Milstein. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Amarilla Molfino mostró fotos de sus apropiadores: “las fotos de nuestros compañeros son conocidas y ya están en la historia. Es hora de ponerles rostro a los malos”, dijo. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Tatiana Sfiligoy (Ruarte Britos), nieta recuperada y Gabriel Eduardo Corvalán Delgado, que busca a su hermandoapropiado, junto a los hijos de Amarilla y Molfino. (Foto: Gustavo Molfino/DDJ) Quienes dieron testimonio ayer junto al abogado Pablo Llonto, al cierre de la jornada. Con mochila al frente y celular enmano, Gustavo Molfino, el autor de todas estas fotos, salvo esta, registrada por su compañera.Molfino es el tío de Mauricio y Guillermo. (Foto: Florencia Tajes Albani/DDJ) *Este diario del juicio por la represión a quienes participaron de la Contraofensiva de Montoneros, es una herramienta de difusión llevada adelante por integrantes de La Retaguardia, medio alternativo, comunitario y popular, junto a comunicadores independientes. Tiene la finalidad de difundir esta instancia de justicia que tanto ha costado conseguir. Agradecemos todo tipo de difusión y reenvío, de modo totalmente libre, citando la fuente. Seguimos diariamente en https://juiciocontraofensiva.blogspot.com